El papel del
capital multinacional en los procesos de integración regional (alalc y Mercosur)
The role of
multinational capital in the regional integration processes (lafta and Mercosur)
Silvina María
Romano*
Abstract
This
article analyses the role of direct foreign investment in general, and of
multinational capital in particular, in the integration process crystallised by the Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Latin American Free Trade Association, lafta, 1960) and the Mercado Común del Sur (Southern Common Market, Mercosur,
1991). We revise the theoretical positions of greater weight in the area of
economic integration at a regional level, both in postwar as well as in current
times. We also link them with the statistics of direct foreign investment and
the strategies of multinational enterprises provided by the United Nations (un), the Economic Commission for Latin
America and the Caribbean (eclac)
and the Latin American Free Trade Association (lafta)
to understand the incidence of the mechanisms that promote the central
economies in the peripheral spaces in Latin America.
Keywords:
multinational
capital, lafta, Mercosur.
Resumen
En este
artículo se analiza la función de la inversión extranjera directa en general, y
del capital multinacional en particular, en el proceso de integración
cristalizado en la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (alalc, 1960) y en el Mercado Común del
Sur (Mercosur, 1991). Se revisan las posturas teóricas de mayor peso en materia
de integración económica en el ámbito regional, tanto en la posguerra como en
la actualidad, y se articulan con estadísticas sobre inversión extranjera
directa y estrategias de las empresas multinacionales provistas por la onu, la cepal
y la alalc para comprender la
incidencia de los mecanismos que promueven las economías centrales en los
espacios periféricos como América Latina.
Palabras clave:
capital multinacional, alalc,
Mercosur.
*
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, Córdoba,
Argentina. Correo-e: celesteromano@yahoo.com.ar.
Introducción
En el periodo
posterior a la segunda Guerra Mundial, las economías latinoamericanas tuvieron
serias limitaciones con respecto a su inserción en el sistema internacional,
debido a su estructura básicamente agroexportadora y al escaso desarrollo
industrial que conducían a permanentes desequilibrios en las balanzas de pagos
nacionales. Esta situación se agravó con el creciente deterioro de los términos
de intercambio de las materias primas, en contraste con los productos
manufacturados en el mercado mundial (Thorp, 2000),
al tiempo que disminuyeron las exportaciones hacia las economías centrales en
orden al mayor intercambio entre países industrializados, tanto de materias
primas como de manufacturas (Ferrer, 1976).
En este contexto
desfavorable para el desarrollo de las economías latinoamericanas, la
Comisión Económica para América Latina (cepal)
impulsó un proyecto de integración regional, con el objetivo de aumentar el
comercio, lograr el desarrollo de una industria complementaria y competitiva
internacionalmente y negociar como bloque frente a los países industrializados.
Uno de los factores fundamentales para lograr tales metas era la afluencia de
capitales hacia la región (cepal,
1959). No obstante las expectativas de la cepal
en lo relativo a la integración y al desarrollo industrial, los postulados
estructuralistas no lograron plasmarse en las economías de la región. Esto
condujo a una importante revisión teórica: se desarrolló una corriente crítica
al interior de la misma cepal, al
tiempo que se fue constituyendo una línea de pensamiento que tendió a
radicalizar dichos postulados, denominada escuela de la dependencia (Beigel, 2006). A principios de los setenta hubo un retorno
a la economía neoclásica, sustentado por el advenimiento de una importante
crisis económico-financiera originada en los países desarrollados, que luego se
expandió hacia la periferia (Tamames, 1990). El
endeudamiento de América Latina, en parte ocasionado a partir de la mencionada
crisis, permitió que se afianzaran las políticas neoliberales basadas en
premisas neoconservadoras, promovidas especialmente por el Banco Mundial y los
intelectuales que contribuyeron a confeccionar y legitimar el Consenso de
Washington (Kuntz, 2005: 152).
Frente a esta
realidad se generaron nuevas lecturas sobre la integración y el desarrollo,
cobrando mayor peso el neoestructuralismo, que si
bien retoma parte importante de los postulados estructuralistas, plantea la
necesidad de adaptarse al contexto internacional de la manera más provechosa
posible para América Latina (Fuentes, 1994; Ocampo 1998; cepal, 2007), aunque ello implique
resignar algunos de los objetivos más preciados del pensamiento cepalino-crítico de los sesenta y principios de los
setenta.
En este trabajo
abordamos el rol de la inversión extranjera directa, en general, y del capital
multinacional, en particular, en el proceso de integración cristalizado en la
Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (alalc)
y en el actual Mercado Común del Sur (Mercosur). Para ello retomamos las
posturas teóricas de mayor peso en materia de integración económica en el
ámbito regional, tanto en la posguerra (estructuralismo cepalino
y escuela de la dependencia) como en la actualidad (postulados neoclásicos y neoestructuralismo), articulándolas con estadísticas sobre
inversión extranjera directa y estrategias de las empresas multinacionales
provistas por la onu, la cepal, la alalc, así como bibliografía especializada, con el objetivo
de comprender la incidencia de los mecanismos promovidos por las economías
centrales en los espacios periféricos, como América Latina. Vale aclarar que en
especial tenemos en cuenta al capital multinacional de origen norteamericano,
debido a la influencia del gobierno y el sector privado estadounidense en
América Latina en los procesos de integración y en las economías de la región
en general.
1. Capital
multinacional, desarrollo, subdesarrollo y el proyecto de integración de la alalc
Antes de
referirnos específicamente al rol del capital multinacional en el proceso de
integración de América Latina en la posguerra, hacemos una breve referencia al
contexto en el cual comprendemos este concepto. La idea de capital
multinacional se enmarca en el desarrollo del capitalismo, el cual tiene sus
orígenes en la etapa monopólica iniciada por la conformación de los cárteles y trusts
a fines del siglo xix y principios
del xx.[1]
De este modo, las grandes empresas en lugar de competir entre ellas concibieron
que la integración vertical (que implica la articulación de las
diferentes etapas del proceso productivo) y la horizontal (que requiere el control de un
producto o un tipo de producto por una empresa) de la economía, representaba
una alternativa mucho más rentable, generando una creciente concentración del
capital (Furtado, 1971). Este proceso se exacerbó
particularmente después de la segunda Guerra Mundial, con el impulso de las
instituciones financieras internacionales creadas en el marco del acuerdo de Bretton Woods y el apoyo del Estado (Prado, 1957).
La influencia de
las grandes empresas, por ende, no se puede analizar desde una perspectiva que
reduzca su incidencia al plano económico, sino que debemos tener en cuenta su
protagonismo en la toma de decisión en el ámbito nacional y en cuestiones de
relaciones internacionales, sobre todo si se considera que una de las
condiciones que permite la reproducción del capitalismo es la economía de
guerra (Baran y Sweezy,
1974). A su vez, es esta dinámica la que permite y alimenta la perpetuación y
reproducción de las relaciones centro-periferia, que en el caso de las
multinacionales se materializa en las diferentes estrategias implementadas para
lograr una permanente transferencia de excedentes. Estos grandes conglomerados
(firmas que controlan múltiples actividades productivas no relacionadas) están
compuestos por accionistas de diferentes países y extienden sus
actividades a otros Estados –por ello son multinacionales– que además de la integración horizontal y vertical de las economías han logrado una mayor
concentración de capital por medio del holding, que resulta de la fusión en grandes
conglomerados, incrementando su influencia en las políticas nacionales e
internacionales. De acuerdo con Prado (1957), devienen en Estados
dentro del Estado, en
tanto es éste el que legitima a estas compañías por medio de legislación y al devenir
en principal consumidor.
Reflexionar
sobre el rol del capital multinacional desde esta perspectiva nos lleva a la
relación entre desarrollo, industria y capital. La vinculación entre estos
conceptos, en América Latina, la abordó en buena medida la corriente
estructuralista después de la segunda Guerra Mundial. Esta línea teórica surgió
como una alternativa frente a los estudios que abordaban la posibilidad de
desarrollo en países atrasados o subdesarrollados realizados desde una perspectiva
neoclásica (las teorías del desarrollo) tendentes a resaltar los beneficios
del comercio internacional y la necesidad de centrarse en las ventajas
comparativas de cada país (Nahón et
al., 2006: 333). El
estructuralismo latinoamericano, impulsado básicamente por los miembros de la cepal, retomó algunas de las propuestas
de las teorías del desarrollo, pero las combinó con posturas que cuestionaban
parte de tales premisas.
De esta manera,
las críticas keynesianas a la economía neoclásica se articularon con una suerte
de perspectiva marxista schumpeteriana, atendiendo a que el sistema
capitalista de libre empresa no era armónico y se desarrollaba con saltos y desequilibrios, dinámica que se asentaba en un
sistema internacional organizado en centro-periferia, ciudad-campo, etc.,
postura que implicaba en última instancia la idea de explotación (Lusting, 1988: 36). También influyeron los postulados de Hirschman y Myrdal, quienes
disentían con la posibilidad de crecimiento equilibrado en los países atrasados, además de
asignar un rol fundamental al Estado en la planificación, la protección del
mercado y la promoción de la industria (Myrdal,
1964). Es fundamental recordar que el estructuralismo retomaba buena parte de
las aportaciones de Singer, quien –entre otras reflexiones en torno al
desarrollo de las zonas atrasadas– afirmaba que la contribución de la
inversión extranjera directa (ied)[2] al
desarrollo de los países deudores era escasa (Nurske,
1955: 36), pues tendía a alimentar el sistema de enclave orientado por las
necesidades de los países desarrollados, conduciendo indirectamente a la
producción primaria, desalentando de este modo el desarrollo dirigido a la
industrialización (Kuntz, 2005: 148; Sen, 2005: 1029).
El pensamiento
de la primera cepal, precisamente,
se centraba en el rol fundamental de la industrialización, de manera específica
en las posibilidades que abría la industria sustitutiva de importaciones (isi). Este sistema se consideraba la vía
más adecuada hacia el desarrollo en un contexto desfavorable para las economías
latinoamericanas caracterizadas por la mano de obra desocupada, el
desequilibrio externo y el deterioro de los términos de intercambio (Palma,
1987). El capital extranjero era uno de los factores fundamentales para el
impulso inicial de la isi. Con
respecto a esto, se aclaraba que en una primera etapa de industrialización
sería conveniente recibir capital extranjero oficial a fin de evitar los
desequilibrios en la balanza de pagos que, en cambio, sí se podrían generar en
caso de un ingreso desmedido de capital extranjero privado (cepal, 1969: 138-139). La idea era pasar
de una primera etapa sustitutiva destinada a la industria de bienes de consumo
y de escaso valor agregado, a otra dedicada al desarrollo de la industria
pesada, producción de maquinarias y bienes de capital (Teubal,
1973).
Fueron muchas
las expectativas que se depositaron en esta propuesta, pero su puesta
en práctica (que vale aclarar no siempre se llevó
a cabo siguiendo las indicaciones de la cepal)
no condujo a los resultados esperados, ya que generó limitaciones externas
(desequilibrio en las balanzas de pagos) y contribuyó a desequilibrios
sectoriales (Lusting,
1988: 43). De este modo, se fomentó una industria demasiado dependiente de la
importación de insumos y bienes de capital[3]
que se articuló con el estancamiento del sector agroexportador que era, en
definitiva, el que habilitaba las divisas para financiar la inversión
extranjera (Ffrench-Davis et
al., 2000). Otra
consecuencia a largo plazo de este tipo de producción fue que permitió la
excesiva protección de ciertas industrias, pues benefició en última instancia
la propagación de filiales de empresas multinacionales (Furtado,
1971: 55) caracterizadas por la implementación de modelos tecnológicos
intensivos en capital, contradictorios con el exceso de mano de obra disponible en los
países latinoamericanos, población que al ser expulsada de la zona rural a la
urbana y al quedar desocupada, terminó engrosando los sectores marginales
urbanos (Tavares, 1998; Lusting, 1988: 45).
Ante estos
resultados negativos
de la puesta en práctica de la isi (o “inesperados”, como manifiesta Sunkel, 1998: 101) a fines de los cincuenta, la cepal propuso
que se concretara un proyecto de integración económica que se venía analizando
con funcionarios de los diferentes gobiernos latinoamericanos (especialmente
los del Cono Sur) y que apuntaba a la conformación de un Mercado Común
Latinoamericano (cepal,
1959). La propuesta finalmente cristalizó en el Tratado de Montevideo de 1960,
mediante el cual se creó la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (alalc). La
idea de la cepal
era que la integración entre los países de la región permitiría ampliar los
mercados y complementar industrias, factor clave de atracción de capital,
indispensable en los pasos iniciales de la isi (Ferrer, 1976). Asimismo, la
integración se percibía como una posibilidad para conformar un bloque sólido
frente a los países desarrollados, mejorando su postura en las negociaciones
internacionales (Tamames y Huerta, 1999).
Si bien en un
primer momento se consideró al capital extranjero como un aporte fundamental y
absolutamente necesario, a partir de la experiencia de la ied en América Latina en los años
cincuenta y sesenta determinada por el creciente impacto de las empresas
multinacionales en la región, comenzó a instalarse la pregunta acerca de las
posibilidades reales de desarrollo que podría generar este tipo de inversión en
espacios periféricos (Prado, 1957; Furtado, 1971; Barnet y Müller, 1974; Caputo y Pizarro, 1975).
1.1. Inversión
extranjera directa en la alalc:
expectativas y consecuencias
Si bien el
capital extranjero se percibía como imprescindible para fomentar la
industrialización en los ámbitos nacional y regional, desde un principio se
planteó la necesidad de tomar previsiones. En este sentido, la Comisión Asesora
de Asuntos Monetarios de la alalc
advirtió sobre la importancia de armonizar los tratamientos a la ied a fin de asegurar su contribución a la integración y al
desarrollo. El establecimiento de pautas comunes era importante para evitar dos
tendencias previsibles de la ied:
que condujera al desarrollo de una competencia desleal para atraer inversiones
en industrias de exportación, con la consiguiente localización antieconómica de
las mismas, y que la ied
generara una competencia entre las inversiones extranjeras en la zona y las
industrias nacionales ya establecidas pero menos eficientes por diversas
razones (Unión Panamericana, oea,
1964: 522).
La armonización
de normas con respecto al capital extranjero no se logró en el marco de la alalc, por lo
que el capital foráneo se rigió de acuerdo con las normativas de cada Estado.
De manera muy sintética podemos decir que todos los países del bloque
presentaban en sus legislaciones estímulos a la inversión nacional y
extranjera, como la exoneración de gravámenes a la importación y del impuesto
sobre la renta; la libertad de acceso al crédito de fomento y al crédito
bancario comercial; la protección arancelaria industrial; la vigencia de
regímenes cambiarios que controlaban el ingreso o egreso de divisas y
establecían normas que limitaban las repatriaciones de capital, de sus
utilidades y de otros pagos;[4] el
acceso a parques industriales o terrenos aportados por el Estado o con
subsidio; los convenios de garantía (de resguardo de las inversiones) con
Estados Unidos, cubriendo diversos riesgos (Nicolau, 1968: 21-22).
Esta tendencia a
absorber capitales extranjeros coincidía con los objetivos de la alalc y con
las necesidades surgidas de la isi. Sin embargo, esta aparente complementación entre
ied y el
desarrollo de las industrias nacionales y regionales en el marco de la alalc demostró
importantes tensiones en los hechos.
En lo relativo a
la llegada efectiva de ied
a la región, a fines de 1967 sumaba aproximadamente 14,000 millones de dólares,
de los cuales 10,000 provenían de capitales norteamericanos, es decir, 71% del
total de la ied
(Nicolau, 1968: 16-17). El capital norteamericano en aquel momento se hallaba
en plena expansión si consideramos que entre 1946 y 1969 la ied estadounidense total (en el
mundo) aumentó de 7,200 millones de dólares a 70,763 (Tugendhat,
1973: 42). En este aumento general de la ied estadounidense es importante
tener en cuenta que la participación de la región latinoamericana era muy
inferior en comparación con la inversión norteamericana que fluía hacia otras
regiones (Nicolau, 1968: 17), por lo que si bien había un importante flujo de ied hacia
América Latina, esta zona no era el principal destino de las inversiones, a
pesar de la creciente rentabilidad de estas economías (Thorp, 2000: 58). Las ganancias de la economía
norteamericana a partir de la ied en otras zonas, era en la mayoría de las
ocasiones menor a las que obtenía en América Latina, sobre todo en lo relativo
a sectores extractivos como la minería y el petróleo (cuadro 1).
Con respecto al
destino de las inversiones, a lo largo de los años sesenta la ied predominó
en el sector extractivo y en el manufacturero. La inversión en minería y
petróleo se llevó a cabo en Venezuela, Perú, Chile y Colombia, mientras que la ied en
industria manufacturera se instaló principalmente en México, Brasil y Argentina
(cuadro 2). Con respecto a la primera, la actividad extractiva –si bien
requería una importante inversión inicial– era probable[5]
que no llevara a nuevas actividades en el área (Prado, 1957). Por otra parte,
se trata de recursos naturales que se agotan con el consiguiente costo para la
región de la cual se obtuvieron.
En cuanto a la
manufactura, los que recibieron este tipo de inversión fueron aquellos países
de la alalc con mercados más desarrollados. De esta
manera, a principios de 1970 la ied norteamericana en ese sector alcanzaba 752
millones de dólares en México, 722 en Brasil y 617 en Argentina (Furtado, 1971: 55). Debemos aclarar que la ied
estadounidense mantenía una fuerte tendencia al oligopolio. Solamente en el
sector manufacturero eran 143 empresas las que controlaban 41% de las
inversiones totales en industria manufacturera (Furtado,
1971: 33). Aunque en un primer momento este tipo de inversión generó buenas
expectativas, con el tiempo demostró que era perjudicial pues, por un lado, las
empresas transnacionales se instalaron en los mercados más desarrollados generando
un fuerte desequilibrio regional, y por otro, implicó una importante
competencia con las industrias locales menos desarrolladas (Grunwald
et al.,
1973: 138). Es claro que no fue sólo la alalc quien amparó la penetración
de las subsidiarias de empresas internacionales que terminaron por dominar los
sectores económicos más dinámicos, sino que este fenómeno fue impulsado en
algún punto por la dinámica de la isi (Ferrer, 1976).
Cuadro 1
Estados
Unidos: diferencia entre el aporte de capitales y la remesa de utilidades,
1960-1968 (millones de dólares)
|
Total |
Minería |
Petróleo |
Manufacturas |
Diversas |
Todas las regiones |
-9,964 |
-2,148 |
-7,922 |
949 |
-806 |
Canadá |
-646 |
61 |
278 |
-934 |
-51 |
América Latina |
-6,745 |
-2,080 |
-4,285 |
376 |
-757 |
Europa |
4,796 |
-59 |
3,165 |
1,399 |
291 |
Otras |
-7,368 |
-107 |
-7,079 |
108 |
-289 |
Fuente: onu (1970).
Cuadro 2
Destino de
la inversión directa de Estados Unidos en
los países
de la alalc
(1968) (porcentajes)
|
Minería |
Petróleo |
Manufacturas |
Servicios públicos |
Comercio |
Otros |
Total |
Argentina |
* |
* |
64 |
* |
5 |
31 |
100 |
Brasil |
5 |
6 |
69 |
2 |
13 |
5 |
100 |
Chile |
61 |
* |
7 |
* |
4 |
28 |
100 |
Colombia |
0 |
51 |
31 |
5 |
9 |
4 |
100 |
México |
8 |
3 |
68 |
2 |
12 |
7 |
100 |
Perú |
61 |
6 |
14 |
3 |
7 |
9 |
100 |
Venezuela |
* |
68 |
14 |
1 |
10 |
7 |
100 |
Otros países |
8 |
42 |
13 |
11 |
8 |
18 |
100 |
* Incluido en otros sectores.
Fuente: onu (1970).
Ahora apuntamos
algunos de los mecanismos que aumentaban la rentabilidad de la mayoría de las
empresas que invertían en la región, a pesar del paulatino deterioro de las
economías de la alalc.
Un aspecto fundamental es el relativo a la cantidad de remesas por utilidades
enviadas al país de origen de la inversión (en el caso latinoamericano, la
mayoría eran remitidas a Estados Unidos). La misma cepal reconocía esta limitación de la ied por lo cual advertía que, a
fin de que este tipo de inversión contribuyera al desarrollo, el ingreso de
capital total debía superar los gastos por servicio de inversiones extranjeras.
No obstante, a fines de los sesenta era evidente el desequilibro generado por
este tipo de inversión, ya que los montos de ied solían ser menores que las
remesas totales de utilidades (cepal, 1969: 157-161). En ese mismo periodo, Furtado (1971) sostenía que si el sector moderno en
expansión lo controlaban firmas extranjeras, era de esperar que se generaran
problemas en la balanza de pagos y de desnacionalización de la economía. Varios
años antes, Prado (1957) aseguraba que era difícil controlar el capital
monopólico instalado en países subdesarrollados, porque no había restricciones
que lograran frenar el desequilibrio generado por las remesas hacia el exterior
de las ganancias obtenidas por tales ventas. Una consecuencia directa de esta
característica de la ied
fue la tendencia a conformar islas de producción, por lo que importantes
áreas geográficas quedaban relegadas (Katz, 2006:
45).
Otra estrategia
muy frecuente consistía en que las compañías multinacionales absorbían aquellas
empresas locales que habían adquirido cierto grado de competitividad (Barnet y Müller, 1974: 144).[6]
Este fenómeno es el que permitió a las empresas multinacionales crecer aun en economías
con serias limitaciones. Justamente, la expansión de las empresas
norteamericanas se realizó en gran parte por medio de la adquisición de
instalaciones ya existentes en los países latinoamericanos, cuando estas
economías pasaban por un periodo de crisis (Furtado,
1971: 56). Es interesante agregar que los acuerdos de complementación
industrial especialmente impulsados por la alalc, en general fueron aprovechados por las multinacionales (Ffrench-Davis et al., 2000: 130-131), que al adquirir las
empresas locales accedían a las rebajas arancelarias y otros beneficios de
promoción industrial de la alalc.
A esto se
sumaban dos estrategias fundamentales: los precios de transferencia y la
conformación de plataformas de exportación (Barnet y Müller, 1974). Los precios de transferencia implicaban
fijar precios intracompañía, entre filiales, a fin de
maximizar la ganancia global de las matrices. Esto generaba un doble
proceso de integración,
mediante el cual la empresa se integraba a sí misma entre sus filiales
(tengamos en cuenta la diversificación de las grandes empresas, en múltiples y
diversas actividades), al tiempo que se generaba una integración de la región
de inversión (América Latina) a la economía originaria de dicho capital (la
estadounidense) (Furtado, 1971).[7]
Así, este doble proceso de integración obstaculizaba simultáneamente la
integración económica en el ámbito latinoamericano. Las plataformas de
exportación estaban constituidas por los sectores y empresas dedicadas a la
producción de bienes destinados a satisfacer las demandas del mercado interno
norteamericano, pero que al recurrir a recursos y mano de obra más barata,[8]
producía a menor costo que en Estados Unidos (Barnet
y Müller, 1974: 134).
Las estrategias
que implementó el capital multinacional para asegurar su rentabilidad y
expansión en la periferia[9]
tenían sus bases en el carácter monopólico y oligopólico del capitalismo de
posguerra, que consistía en determinar el consumo a partir de la producción, lo
cual llevaba en última instancia a definir estilos de vida (Prado, 1957). Este
fenómeno guarda una estrecha relación con las advertencias acerca del costo
económico y social que implicaba el efecto demostración en economías subdesarrolladas, porque
fomentaba el consumo de bienes de lujo en sectores minoritarios, pero sostenido
por el conjunto de la economía (Pinto, 2000).
Las
consecuencias de la ied
en las economías de la alalc
dejan entrever las debilidades de las expectativas de las premisas
estructuralistas respecto del capital extranjero. En este sentido, es claro que
los objetivos del capital extranjero, y en especial del multinacional, eran
diferentes e incluso contradictorios con la idea de complementación, desarrollo
autónomo y equilibrado tanto en el ámbito nacional como regional (Kerner, 2003). Por otro lado, desde una perspectiva neoestructural se postula que hubo cierta ingenuidad en la
confianza de la cepal
con respecto a los préstamos extranjeros (incluido el capital oficial definido
como deseable) en tanto se pensaba que serían accesibles (Thorp,
2000). No obstante, podemos decir que esa excesiva confianza en el capital
extranjero no fue casual, pues se presentó como consecuencia de las secuelas de
la economía neoclásica presentes en el pensamiento de la cepal, como lo confirmaron
algunos análisis críticos.[10]
1.2. Consideraciones
sobre el rol del capital multinacional en América Latina a partir de la
experiencia de la década de los sesenta
Las falencias del
pensamiento estructuralista las detectó y analizó la cepal misma, lo cual se puede
percibir en ciertas reflexiones de Prebisch (1962), a
la vez que algunos intelectuales que se habían formado en dicha institución se
orientaron hacia una línea bastante crítica con respecto a los postulados
estructuralistas, como Furtado (1971) y, en cierta
medida, Sunkel y Paz (1980). Buena parte de las
discusiones se centraban en lo relativo a la isi y al rol del capital
multinacional, que dieron muestra de que no correspondían con las metas del
desarrollo. Desde esta perspectiva, la inversión extranjera no era simplemente
la propiedad de los activos existentes en el país por parte de personas físicas
o jurídicas extranjeras, sino que implicaba la inserción en el sistema nacional
de decisiones de grupos que formaban parte de otras economías nacionales. El
problema era entonces tanto más importante, debido a que las empresas
extranjeras, en su mayoría de grandes dimensiones, ejercían el control de los
sectores en los que operaban y ocupaban gran parte de ramas de actividades en
que es más rápido el progreso. En este sentido, el desarrollo era menos una
cuestión de inversiones que de creación de un sistema económico articulado y
capacitado para autodirigirse (Furtado,
1971: 59).
A su vez, a
mediados de los sesenta se gestó una línea de reflexiones que radicalizaron los
postulados cepalinos: la escuela
de la dependencia (Blomström y Hettne, 1990; Beigel, 2006). En general se plantean las distinciones
entre estas corrientes (Lusting, 1988; Kay, 1998; Love, 2005), pero aquí
nos interesa atender las continuidades presentes entre ambas (Beigel, 2006) centrándonos en el rol del capital
multinacional en el desarrollo de América Latina como espacio periférico. Es
precisamente en la conceptualización centro-periferia y sus implicaciones donde
hallamos uno de los ejes articuladores entre estructuralismo y escuela de la
dependencia, que resulta asimismo fundamental en lo relativo al rol del capital
multinacional en economías periféricas.
La escuela de la
dependencia tomó esta temática como aspecto central de sus estudios, mediante
el rescate de parte de las ideas estructuralistas y también recurriendo a la
teoría del imperialismo y al neomarxismo, como los
trabajos de Paul Baran, Paul Sweezy
y Harry Magdoff, entre otros (Dos Santos, 2002). Si
bien los intelectuales que integraban esta escuela diferían en algunas
cuestiones (motivo por el cual se agrupan en una escuela y no en una teoría
de la dependencia), podemos decir que en general suponían
que los obstáculos fundamentales para el desarrollo se hallaban en la división
internacional del trabajo, es decir, estaban fuera de la economía
subdesarrollada. Esta división internacional del trabajo se analizaba con base
en relaciones entre regiones, donde eran primordiales el centro y la periferia, porque esta última transfería su
excedente a la primera. En el entendido de que la periferia no podía apropiarse
de su excedente, el desarrollo en el centro implicaba el subdesarrollo de la
periferia, siendo ambos parte de un mismo proceso global. Al ser imposible el
desarrollo en la periferia del sistema capitalista, la única forma de alcanzar
el desarrollo era por medio de una ruptura más o menos revolucionaria con el
sistema, a fin de eliminar los obstáculos externos (Blomström
y Hettne, 1990: 104).
En lo relativo
específicamente al capital multinacional, se sostenía que no era un motor
de desarrollo, sino
todo lo contrario. El imperialismo se consideraba el eje del sistema
internacional y ello implicaba no solamente dominación económica sino
determinadas relaciones de poder. En el centro de tales relaciones de poder
dentro del sistema internacional, se hallaba la corporación multinacional. El
objetivo de la inversión extranjera era entonces, en general, “expandir sus
mercados, garantizar las fuentes de materias primas, el logro de máximos
beneficios y el establecimiento de posiciones monopólicas” (Johnson, 1970:
113-114). Los dependentistas señalaban como un
aspecto fundamental del imperialismo la relación entre el capital
monopólico y el
complejo industrial-militar norteamericano, sobre los cuales se basaba el
desarrollo del capitalismo de la posguerra, entendiendo que el capital
monopolista era inherente al capitalismo en su etapa neocolonial (Baran y Sweezy, 1974).
En esta línea
(articulando las perspectivas del imperialismo, el neomarxismo
y la dependencia), Caputo y Pizarro (1975) hacen una
sólida crítica a la cepal,
específicamente en lo relativo al capital extranjero. La deficiencia en la
aproximación de la cepal
residía en su atadura a las premisas neoclásicas respecto del rol fundamental
del capital para la industrialización latinoamericana,[11]
aspecto que refutan los autores, en tanto este capital no sólo no contribuía al
desarrollo
de la región, sino que era una fuente de permanente extracción de excedentes (Caputo y Pizarro, 1975: 130). Esta aportación es
fundamental para relativizar el alcance crítico del estructuralismo, lo cual
contribuye a comprender la naturalidad con que se llevó a cabo el giro hacia le
neoestructuralismo (aspecto que abordaremos en el
siguiente apartado).
De acuerdo con
lo revisado hasta aquí, observamos que el estructuralismo se centraba en el desarrollo
nacional, en
contraposición con la visión más global de los dependentistas,
que concebía al Estado nacional colonizado por una burguesía que impulsaba
políticas de subdesarrollo, fortaleciendo los lazos de dependencia (Gunder, 1970: 45).
Ahora bien, una
de las falencias del estructuralismo, e incluso de la escuela de la
dependencia, es que no indagaron demasiado en las múltiples dimensiones y actores
implicados en las relaciones entre Estados, teniendo en cuenta que la alalc proponía
la integración entre Estados.[12]
La tendencia fue a naturalizar al Estado como promotor del proceso hacia el
desarrollo, sin cuestionar demasiado quiénes eran el Estado, qué grupos tenían mayor
incidencia en el delineamiento de políticas, qué grupos ocupaban la esfera
política formal, etcétera.[13]
La cepal supuso
desde un principio que la iniciativa de la integración sería apoyada por la
clase política y por el sector empresarial de los países de la alalc. No
obstante, al cabo de una década de puesta en práctica de la alalc se sostenía que uno de los
factores que limitaba este proceso era la falta de voluntad
política, ya que
junto con los instrumentos jurídicos e institucionales, ésta constituía por
definición uno de los componentes esenciales de cualquier intento de
integración (Herrera, 1970: 311). También el sector empresarial e industrial
local mantenía una postura poco sólida con respecto a la integración regional,
como lo sugiere Teubal:
En primer
lugar, estos industrialistas y empresarios aparecieron hace muy poco [se
refiere a las burguesías nacionales de la región]. En algunos de los países
latinoamericanos constituyen una clase sin mucha fuerza política y sin una ideología
propia, clara, según la cual actuar. En segundo término, resulta difícil
reconciliar sus intereses con los de la burguesía nacional de otros países, de
modo que es dificultoso imaginar su aceptación de una serie de reglas del
juego, aplicables a la región en conjunto. Y por último, parecería que la
burguesía nacional, en lugar de oponerse con energía a los intereses más
tradicionales extrarregionales, se mostraría
probablemente dispuesta a colaborar con ellos (1973: 130).
Este tipo de
apreciación da cuenta de las expectativas depositadas en este sector con
respecto al proceso de integración, y la importancia que cobró de hecho en tal
proceso.
A pesar de ello,
no se tuvieron en cuenta las prácticas de los sectores y grupos que
influenciaron de modo directo o indirecto la toma de decisión en el ámbito
estatal (y en las relaciones entre Estados), lo cual implicaba abordar el
terreno de lo político y su vinculación con lo económico y lo militar (que era
crucial en aquel periodo). Tampoco se especificaron los diversos intereses que
se hallaban mejor representados que otros en la puesta en práctica de la alalc. Se
otorgó, entonces, escasa importancia al grupo de empresarios, industriales y
funcionarios encargados de llevar a cabo este proceso que –aun cuando no se
mostraban opuestos necesariamente a las políticas estatales que promovían la isi– más que
defender los intereses nacionales, persiguieron sus propios intereses
(individuales o de grupo), por ejemplo, al percibir como una oportunidad la asociación con el capital
multinacional.
La suposición de
que existe una relación directa entre los intereses de los empresarios e
industriales y los intereses nacionales, se basa en la presunción de que
existe una burguesía nacional dispuesta a llevar a cabo el proceso de
industrialización y desarrollo. Esta suposición no profundiza en la
articulación entre la burguesía y el Estado, es decir, entre los intereses privados y el interés público que resulta crucial si estamos de
acuerdo en que el poder burgués hizo de la iniciativa privada y de su sistema
un verdadero bastión que protege y une los intereses privados internos y
externos, que se relacionan con el poder público también en el plano de lo
económico (Fernández, 2008: 257). Con respecto al resultado del proceso de
integración, Prado sostiene que el problema consistía en la verdad, “aunque no
siempre se confesara”, en asegurar la supervivencia de una “industria
improvisada” (1968: 231) que atendía la demanda de capas reducidas de la
población con mejor poder adquisitivo y que se encontraban privadas de sus
importaciones habituales.
Por último, es
necesario aclarar que si bien los dependentistas se
mostraban escépticos con respecto a las posibilidades que ofrecía la
alternativa de la integración regional, aceptaban que constituía en cierta
medida uno de los caminos para disminuir los lazos de dependencia con las
potencias centrales, siempre y cuando se implementaran modificaciones
importantes en la puesta en práctica de la alalc (“Declaración de los
economistas latinoamericanos”, junio 1965, en Gunder et
al., 1970: 373).
Más allá de las
coincidencias y desacuerdos entre estructuralistas y dependentistas,
el resultado de la proliferación de capital extranjero multinacional no
favoreció el desarrollo de la alalc. Esto se reflejó en la conformación del Pacto
Andino a fines de los sesenta, firmado por Colombia, Bolivia, Chile, Ecuador y
Perú y se constituyó como un acuerdo subregional en el marco de la alalc,
planteando como una de sus metas fundamentales la regulación del capital
extranjero (Waldman, 1983).[14]
2. La integración del
Cono Sur hoy: el Mercosur y el capital multinacional
La apertura de
los países latinoamericanos al capital extranjero creció durante la década de
los sesenta y se intensificó en los setenta (Ffrench-Davis
et al.,
2000). Esto coincidió con la crisis energética de los Estados centrales y en el
contexto de la decadencia del patrón dólar (Tamames,
1990). La afluencia de capitales extranjeros fue paralela, asimismo, a la
reinstauración en la academia de los principios neoclásicos[15] y
las premisas monetaristas impulsadas fuertemente en los ochenta y consagradas
en los noventa (Kuntz Ficker,
2005).
A partir del
creciente endeudamiento, los países latinoamericanos otorgaron otra vez un rol
fundamental a la producción primaria porque necesitaban desesperadamente las
divisas para enfrentar el grave desequilibrio externo y sus repercusiones en el
ámbito interno. En este marco, el comercio entre los países de la región se
constituyó en una de las alternativas deseables (Rofman,
1993; Schvarzer, 2001). A partir del acuerdo entre
los presidentes Alfonsín y Sarney (Programa de
Integración y Cooperación Económica entre Argentina y Brasil, picab, julio
1986), estos dos países se comprometieron a llevar a cabo una estrategia
comercial conjunta, planteando como eje no sólo la liberalización comercial,
sino la posibilidad de promover el desarrollo industrial, especialmente en
sectores de mayor desarrollo tecnológico, como aviación y petroquímica (Schvarzer, 2001: 24).[16]
Mas allá de estas iniciativas, con el
paso de los años y la profundización de la crisis, creció el protagonismo del ajuste
estructural que
condujo a la progresiva (y en la mayoría de los casos indiscriminada)
liberalización de los mercados. En este contexto, el proyecto de integración se
inclinó hacia políticas y acciones centradas en el mercado y la competencia,
dejando de lado el objetivo de desarrollo en términos estructuralistas. De
acuerdo con tales lineamientos, se abandonaron los proyectos de industrialización
y los avances en sectores de tecnologías más complejas.
La firma del
Tratado de Asunción en 1991 dio origen al Mercado Común del Sur (Mercosur),
integrado por Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay. No obstante este paso
adelante,[17] los grandes del Mercosur se volcaron en
decisiones y políticas unilaterales. El gobierno argentino de los noventa
decidió implementar las recetas neoliberales de privatización y desregulación
sin ningún tipo de proyección respecto del costo que esto podía tener en los
ámbitos económico, político y social. El gobierno de Brasil, por su parte, si
bien se orientó a medidas de corte neoliberal, mantuvo bajo la protección del
Estado algunas actividades e industrias dirigidas, incluso de sectores clave
para el desarrollo tecnológico (petróleo, petroquímica, etc.) (Ferrer, 1998; Schvarzer, 2001).
Al igual que la alalc, uno de
los objetivos que impulsó al Mercosur fue lograr un mercado de mayores
dimensiones como factor de atracción de capital extranjero. A su vez, se pensaba
que la conformación de un bloque sería una vía para favorecer la ubicación de
los productos de estos países en el mercado internacional. Otra continuidad con
lo sucedido en los sesenta es la persistencia de asimetrías, sólo que en la
actualidad parecen ser aún mas acentuadas tanto entre
Brasil y Argentina como entre éstos y las economías más pequeñas de Uruguay y
Paraguay (Katz, 2006).[18]
Tales brechas resultan cruciales, en particular, en lo relativo a la ied.
La lógica de las
multinacionales no se ha modificado en relación con la dinámica seguida en los
años sesenta, más bien se han profundizado sus estrategias para maximizar
ganancias. Persisten en la búsqueda de recursos y mano de obra más barata que
en los países de origen, aprovechan la cercanía de los mercados y la
transferencia de remesas por utilidades. No obstante, se puede percibir un
cambio del lado de los países anfitriones de las filiales de compañías
transnacionales, para permanecer dentro del sistema en tanto cada vez necesitan
con mayor urgencia el capital del que disponen tales empresas. De esta manera,
los gobiernos ofrecen más y mejores ventajas para atraer la inversión de capitales
extranjeros, no sólo en América Latina, pues esta competencia
por atracción de capital
se da a lo largo y ancho del Tercer Mundo, siendo China, India y el sudeste
asiático las áreas de mayor éxito en esta tarea. Por otra parte, la
lógica de acumulación del gran conglomerado de posguerra se ha exacerbado,
materializándose en la constitución de holdings que abarcan desde la producción de
materias primas hasta la prestación de servicios.
2.1. La inversión
extranjera directa en el Mercosur y el planteamiento neoestructuralista
En el marco de la
normativa particular del Mercosur existen dos protocolos o tratados que se
refieren a la inversión de capital que no están vigentes: el Protocolo de
Colonia (enero 1994) y el Protocolo de Buenos Aires (agosto 1994). Estos
acuerdos, sobre todo el primero, se adecuan a las pautas para la inversión del gats/omc de la
Ronda de Uruguay (1986-1994), a pesar de que son normativas que no fueron
diseñadas estrictamente para un proceso de integración regional, por lo que
pueden ser poco pertinentes e incluso perjudiciales para el desarrollo del
Mercosur (Torrent, 2006).
Al no haber un marco
regulatorio regional vigente respecto de la ied, los principales acuerdos de
protección y promoción extranjera terminan por ser los apri (Acuerdos de Promoción y
Protección de Inversiones), especialmente en forma de tratados bilaterales (bit, bilateral trade agreements) que dependen de cada país y que
coinciden con las normativas del tlcan (Tratado de Libre Comercio de América del
Norte) (Torrent, 2006). En el ámbito multilateral el
tratamiento de las inversiones es bastante limitado, basado en algunas
normativas del fmi
sobre circulación de capitales en las intermediaciones de organismos de
solución de controversias, como el ciadi (Centro Internacional para el Arreglo de
Disputas por Inversiones, creado por el Banco Mundial en 1965) y el miga (Acuerdo Multilateral de Garantía a
las Inversiones) como agencia de seguro de las inversiones frente a riesgos
políticos (Fontoura, 2006). Los apri, no obstante su continua
implementación, contienen importantes aspectos negativos, como la asimetría
implícita en sus normas (que en general parece estar a favor de los inversores,
dejando de lado las demandas de los trabajadores y las condiciones ambientales)
y la tendencia a apoyar a los acreedores, que usualmente son países
desarrollados, en detrimento de la condición de los deudores, que suelen ser
países periféricos (Fontoura, 2006: 69-70).
Con respecto a
los flujos de ied
hacia América Latina durante el año 2006, se puede decir que aumentaron (aunque
en un mínimo porcentaje) respecto de 2005,[19]
alcanzando los 72,440 millones de dólares, de los cuales 44,679 millones se
destinaron a América del Sur.[20]
Argentina recibió 4,809 millones de dólares, Brasil 18,782, Uruguay 1,374 y
Paraguay 117 millones de dólares. Los países de origen de la inversión fueron,
en general, Estados Unidos y algunos de la Unión Europea, sobre todo el Reino
Unido, Francia y España (cepal,
2007). Se puede observar la fuerte brecha no sólo entre las economías más
pequeñas del Mercosur (Uruguay y Paraguay) y las más grandes (Argentina y
Brasil), sino también la dimensión que ha alcanzado la ied en Brasil, en comparación con
Argentina.
No obstante
estas diferencias en inversiones, es probable que el punto fuerte del Mercosur
se encuentre en el comercio, que resultó ser el eje de la integración
de hecho (Torrent, 2006). Si bien es claro el aumento del intercambio
en el ámbito regional, desde algunas perspectivas se relativiza este avance,
debido a que se debe en parte a un desvío comercial. Este efecto contradice el ideal del regionalismo
abierto sostenido como meta deseable y
necesaria (cepal,
1990; Fuentes, 1994; Ocampo, 1998).
En el ámbito
regional, los alcances y limitaciones del proceso de integración actual no se
conciben de manera unánime debido a las diferentes perspectivas
sobre el tema. Sin embargo, consideramos que la mayoría de las lecturas acerca
de este proceso, desde principios de la década de los noventa, se han realizado
desde la óptica del neoestructuralismo, corriente que
retoma aspectos medulares del estructuralismo, combinados con algunos aportes
del neoliberalismo (Kay, 1998).
Un concepto que
articuló la transición entre el estructuralismo y el neoestructuralismo
es el de desarrollo dependiente asociado, creado por Cardoso y Faletto (1973). Esta noción implica que aún en condiciones
de dependencia se puede llevar a cabo un proceso de desarrollo. Lo que se
oculta detrás de esta afirmación es una aceptación de las condiciones de
dependencia en tanto no constituyen un impedimento total para el desarrollo,
con lo cual, lo que debe hacer una economía nacional es aprovechar del mejor
modo posible la condición de dependiente y asociada.[21]
El neoestructuralismo se basa en esta aceptación de la condición dependiente y
periférica de las economías de América Latina, y supone que es posible alcanzar
un mayor nivel de desarrollo acomodándose a las reglas del mercado
internacional.
La cepal ha sido
una de las instituciones clave para impulsar esta perspectiva. En un documento
de dicha institución, presentado en 1990, se planteaba la concepción de transformación
productiva con equidad[22] como eje del desarrollo en la región
y se sostenía que el desafío de los noventa, entre otras cuestiones, era
fortalecer la democracia a la vez que se debían ajustar y estabilizar las
economías, incorporarlas a un cambio tecnológico mundial intensificado,
modernizar los sectores públicos, elevar el ahorro, mejorar la distribución del
ingreso, etc. Asimismo, en esta nueva dinámica entre el sector
privado y el Estado,
se proponía como principio la selectividad de las acciones
del Estado, la
autolimitación de éstas, la simplificación y la descentralización de las
inversiones estatales. Los avances se concebían como posibles en un marco de
cooperación regional e internacional, en el cual se ganaría legitimidad,
credibilidad y eficacia
mediante la transformación productiva para exigir que los países
industrializados asumieran su propia responsabilidad en el ordenamiento de la
economía mundial (cepal,
1990). En síntesis, “en el decenio de 1990, la cepal actualizó su pensamiento para
adecuarlo a la nueva realidad de apertura comercial, movilidad internacional de
capitales, privatización y desregulación” (Bielschowsky,
2009: 176)
Los objetivos de
integración regional, a su vez, se adecuaron a esta concepción de
transformación productiva con equidad, planteando la necesidad de un regionalismo
abierto que implicaba
(e implica) la cooperación regional por medio de la disminución de barreras al
comercio y a la inversión, sin descartar acuerdos con terceros. La meta
principal consistía en continuar con los esfuerzos iniciados en décadas
anteriores para lograr la mejor inserción posible de las economías
latinoamericanas al mercado internacional “como respuesta a la creciente
globalización de la economía y a las insuficiencias demostradas en numerosos
casos por la anterior estrategia de industrialización” (cepal, 1994, Síntesis y
conclusiones 10.a). Una de las condiciones para lograr esa inserción era
aumentar la competitividad de las economías en un mundo donde tanto las
economías desarrolladas como los países “en vías de desarrollo” tenían la
finalidad de instaurar una “economía internacional más abierta y transparente”,
en la cual la integración se percibía como la encargada de fortalecer “los
cimientos de una economía internacional libre de
proteccionismo y de trabas al intercambio de bienes y servicios” (cepal, 1994, Síntesis y
conclusiones 12, las cursivas son nuestras).
Hacia finales de
la década, en ocasión del cincuenta aniversario de la cepal, el entonces secretario
ejecutivo de la institución, José A. Ocampo, ratificaba el planteamiento de la
transformación productiva con equidad como núcleo del desarrollo y mencionaba
algunas características esenciales de dicha propuesta, como “la valoración de
una macroeconomía sana, de las oportunidades que ofrecen la apertura y la
globalización y un Estado eficiente” y la necesidad de implementar políticas
macroeconómicas que controlen la vulnerabilidad externa, al tiempo que aclaraba que la
elaboración de políticas públicas orientadas a un desarrollo integral no se
debía confundir con estatismo (Ocampo, 1998).
Estos
planteamientos suponen que la apertura del mercado y la inserción de las
economías de América Latina (aun en un sistema asimétrico) constituyen el
camino más adecuado para lograr un mayor desarrollo, sin tomar en cuenta que la
limitación a las ventajas del libre comercio están inscritas en la dinámica
centro-periferia. Esta dinámica fue una de las premisas clave en los análisis
de la primera cepal
y de los posteriores estudios sobre el desarrollo realizados desde una
perspectiva crítica. Desde aquellas miradas, eran las implicaciones de las
relaciones centro-periferia las que hacían necesaria la intervención del Estado
en la planificación de la economía, la protección de la industria local y la
promoción de desarrollo tecnológico, y para lograr tales metas se promovía un
mayor vínculo entre las economías regionales. Asimismo, era la desigualdad
entre el centro y la periferia la que impedía o dificultaba la autonomía de las economías de la periferia, que
dependían de las divisas provenientes de las exportaciones (de materias primas)
para importar bienes de capital y manufacturas, a la vez que debían aceptar el
ingreso de empresas extranjeras para adquirir el know-how, a fin de lograr un desarrollo
tecnológico autónomo en un mediano plazo. Como expusimos en las primeras
páginas de este artículo, no sólo no se lograron estos objetivos, sino que la
brecha entre el centro y la periferia se ensanchó a partir del profundo
endeudamiento de las economías latinoamericanas durante la década de 1980.
Teniendo en
cuenta el devenir de la integración entre 1950 y 1980 consideramos que la
propuesta de la transformación productiva con equidad, al aceptar la condición
de periferia de América Latina, justificaba la implementación de ciertas
modificaciones –que se alineaban de modo directo o indirecto con el ajuste
estructural–
orientadas a lograr una mayor competitividad en los ámbitos regional e
internacional por medio de la apertura del mercado para asegurar la mejor
inserción posible de las economías de América Latina. Es en esta adaptación mediante la apertura del comercio,
sin réplicas al sistema, donde se evidencia un retorno a las premisas
neoclásicas y una vinculación con los postulados neoliberales.[23]
Esta resignación
a la condición de periferia se contradice con la postura política de la primera
cepal[24]
y las iniciativas impulsadas desde el estructuralismo para reducir las
asimetrías inscritas en el sistema económico internacional. De hecho, Raúl Prebisch fue uno de los impulsores y primer secretario
general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (unctad, 1964),
creada en el marco de la onu
con el objetivo de regularizar la situación de los países menos desarrollados
mediante acuerdos internacionales y de la estabilización de precios. Asimismo,
queda claro que la postura de la primera cepal acerca del desarrollo no se
reducía a factores macroeconómicos y recetas de estabilización, sino que
envolvía algunas cuestiones políticas, como la necesidad de fortalecer las
relaciones entre los países periféricos para presionar a los países centrales
para que se comprometieran con un comercio más justo, que contribuyera al
desarrollo industrial de la periferia, actitud solidaria que en aquel momento
se consideraba posible.[25]
Por otra parte,
y más allá de nuestras apreciaciones, el giro
economicista que
caracterizó a la cepal
de los noventa lo asumió la misma cepal a partir del nuevo milenio al plantear la
necesidad de apuntar a un desarrollo integral capaz de
dejar de lado la visión uniforme y lineal del
desarrollo económico, más evidente en las últimas décadas que propugnaba una
agenda única,
independiente de las instituciones, de las realidades sociales y económicas, de
la historia del desarrollo de cada país y que relegaba al
Estado a un papel secundario y subordinado a las decisiones de los mercados, a los que adjudicaba la capacidad de
resolver tanto la asignación de los recursos, como las cuestiones distributivas
(Machinea et al., 2005: 10. Las cursivas son
nuestras).
No obstante esta
declaración, con respecto a la integración regional debemos señalar que desde
la Dirección de División de Comercio Internacional e Integración de la cepal se viene
impulsando la necesidad de abrirse a acuerdos bilaterales con terceros, sin
dejar de lado los procesos de integración subregionales y rescatando el
regionalismo abierto como la vía más adecuada para una mejor
inserción en el mercado internacional,
capaz de generar competitividad y crecimiento (Rosales, 2006). Esta postura se
complementa con diferentes investigaciones –publicadas por la misma cepal– que
señalan la necesidad de liberalizar los mercados de la región (con el objetivo
de evitar las discriminaciones en otras zonas, por su aislamiento) teniendo en
cuenta la importancia de establecer acuerdos bilaterales con economías más
desarrolladas, como lo demuestra el caso de Chile y sus acuerdos con Estados
Unidos (con base en la normativa de Tratado de Libre Comercio), con la Unión
Europea y Japón (Vaillant, 2007).
Esta postura se
complementa con la sugerencia de relegar las diferencias políticas entre los
países del Cono Sur, en tanto la guía de la integración deben ser las
tendencias económicas y no tanto las voluntades políticas coyunturales de determinados gobiernos, teniendo
como meta el rol protagónico del sector empresarial privado, que hasta el
momento no se ha podido conciliar con políticas estatales (Rosales, 2006: 24).
Esta apreciación es particularmente interesante, en primer lugar, porque
plantea una clara división entre la esfera de lo económico y la esfera de lo
político, como si las diferencias políticas no tuvieran asimismo una base
económica. Con esto queremos decir que, cualquiera que sea la postura que se
asuma, es evidente que el proyecto político-económico de Bolivia no es el mismo
que el de Brasil, que las estrategias de Chile no se identifican con el
planteamiento del gobierno venezolano, etc., con lo cual no estamos en
presencia de meras disidencias políticas, sino de proyectos
políticos y económicos nacionales que muestran importantes diferencias. En
segundo lugar, se califica de coyuntural al interés de los gobiernos en
comparación con los del sector empresarial privado, como si estos últimos
elaboraran sus estrategias únicamente a mediano y corto plazos.
De este modo, si
bien en la definición de desarrollo integral de la cepal parece diferenciarse del
punto de vista sostenido durante los noventa, que devuelve al Estado un rol
primordial a la vez que subordina al mercado y que plantea asimismo un retorno
a la realidad social y a la historia de desarrollo de cada país, los planteamientos
acerca de la integración regional siguen orientados por el neoestructuralismo.
La omisión de la visión centro-periferia en los análisis actuales de la cepal se
expresa de modo explícito en la siguiente comparación entre estructuralismo y neoestructuralismo elaborada por Bielschowsky:
En el periodo
estructuralista, se señalaban entre otros aspectos las desfavorables relaciones
“centro-periferia”,
el deterioro de los términos de intercambio, el desequilibrio externo y la
inflación estructural, la dinámica de sustitución de importaciones, la
integración regional y la dependencia. Por su parte, en
la etapa neoestructuralista destacan las ideas relativas
a la inserción internacional desfavorable y las asimetrías en la era de la globalización, la
vulnerabilidad externa y a los ciclos económicos, el regionalismo abierto y las
agendas global, regional y nacional (2009: 184).
¿Por qué se hace
referencia al sistema internacional asimétrico y a la inserción internacional
desfavorable en lugar de utilizar la terminología centro-periferia? Desde
nuestro punto de vista, esto no obedece a una simple actualización de la teoría, sino que es una forma
de acomodarse a la agenda global sin generar tensiones ni
cuestionamientos acerca de las reglas del sistema internacional. Es decir, al
evitar utilizar la concepción de centro y periferia como eje del orden
económico y político nacional, regional e internacional se favorece una postura
neutral y despolitizada frente al desarrollo, que se reemplaza por una visión
que rescata la necesidad y la conveniencia de la apertura comercial y la
adaptación al sistema.[26]
En lo relativo
al neoliberalismo, entendemos que se ha cuestionado desde diferentes ámbitos, a
pesar de su predominio en política económica.[27]
Las metas y objetivos de esta corriente tiene sus bases teóricas en la contrarrevolución
neoclásica encabezada
por intelectuales como Bela Balassa
y Anne Kruegger, en clara
confrontación con el sistema de la isi, la participación del Estado y los mecanismos de
protección (Kuntz, 2005). A su vez, los lineamientos
políticos y económicos que promueve están emparentados con las políticas neoconservadoras de los gobiernos de Tatcher y Reagan de principio de los años ochenta.
En América
Latina el neoliberalismo se consagró por medio del Consenso
de Washington (1989),[28]
que alcanzó un éxito rotundo –en tanto logró imponer al ajuste como inevitable y profundizó la liberalización de los
mercados de la región– aunque se plantee (como lo hace Love,
2005) que a raíz del fracaso o de los magros resultados de la
aplicación de medidas neoliberales, se hace necesario volver a perspectivas
anteriores, como el estructuralismo o la dependencia. La presencia del
neoliberalismo se afianza en Latinoamérica mediante la firma de los Tratados de
Libre Comercio bilaterales con Estados Unidos, que concretan algunas de las
metas del alca (Área de Libre
Comercio de las Américas) y los bit
entre los mismos países de la región, lo cual deja en evidencia la
preponderancia del bilateralismo en desmedro del multilateralismo que debería
ser el núcleo del proceso de integración.
Un claro ejemplo
lo constituyen las relaciones entre Brasil y Estados Unidos, que dan cuenta de
que la economía más importante de la región está muy interesada en acercase al
país del Norte, como lo demostró en la última ronda de negociaciones de la omc en Doha,
marcando una clara distancia con los otros países periféricos y distanciándose
del Mercosur. Por otra parte, a partir del gobierno de George W. Bush, ambos
países estrecharon relaciones no sólo con base en los vínculos en materia
comercial y de inversiones, sino planteando esta relación bilateral como eje
del proyecto mundial de impulso de biocombustibles, en el marco de la
planificación de producción de energías alternativas del gobierno de Estados
Unidos.[29]
2.1.1. Las empresas
translatinas y la reproducción de la lógica de las
multinacionales en el Mercosur
Con respecto al
capital multinacional, es notable el modo en que este tipo de empresas se han
desplegado en la región, generando con ello una importante competencia entre
países y sectores económicos, que atentan contra la complementación (de acuerdo
con una visión estructuralista), pero que son capitales necesarios y que
constituyen una oportunidad para el crecimiento (según una visión neoestructuralista). Un claro ejemplo es la dinámica de las
industrias automotrices, sector en el cual se han generado importantes
conflictos sindicales, empresariales y productivos, tanto dentro de Brasil y
Argentina como en las controversias establecidas entre ambos países (Tavares,
1998; Schvarzer, 2001). Este sector ha permitido
evidenciar la capacidad de las multinacionales para atravesar la lógica de la
integración descartando la posibilidad de verdadera complementación, generando
en cambio una dinámica alejada completamente de la posibilidad de conformar una
industria nacional y regional capaz de imponer condiciones al capital
multinacional.[30]
Esto se percibe,
asimismo, en los conflictos Uruguay-Argentina ocasionados por la instalación de
la empresa multinacional Metsae-Botnia dedicada a la
industria del papel y la celulosa. Esta actividad genera importantes niveles de
contaminación, justamente por eso es complicado instalarlas en países
centrales, motivo que las lleva a expandirse hacia la periferia (Katz, 2006: 43).
Tales procesos
no hacen más que confirmar el poder que ha adquirido el capital multinacional
en los ámbitos nacional y regional, resultando muy compleja la imposición de
límites, lo cual habilita una suerte de laissez
faire en cuanto a
condiciones para la ied.
Este pase libre
al capital multinacional lo impulsa básicamente el complejo Wall Street-Tesoro de los Estados Unidos (Félix, 1998)[31] y
lo sustentan los intereses de las élites de poder del centro y la periferia (en
este caso la de América Latina), que se encuentran lejos de una toma de
conciencia acerca de las consecuencias a mediano y largo plazos en cuanto al
costo social, político e incluso ambiental generados por estas empresas, más
allá de los intereses personales o de grupo.[32]
El predominio de los intereses de un grupo minoritario se percibió
como aspecto negativo en la puesta en práctica de la alac, pero este aspecto casi no
se tiene en cuenta en los análisis actuales sobre el proceso de integración.[33]
Vale aclarar que la invisibilidad de las alianzas entre élites
privilegiadas subyacente en la dinámica de las empresas en el proceso de
integración y también en la toma de decisión en el ámbito del Mercosur, muchas
veces corresponde con las perspectivas teóricas presentes en los estudios sobre
integración regional.
Uno de los
indicios que nos conducen a esta aseveración es la postura sobre el supuesto
potencial de las empresas translatinas tanto para el desarrollo como para la integración de la
región. Consideramos necesario, en primer lugar, desnaturalizar el término translativa, que a primera vista parecería nombrar
a una empresa compuesta por capitales de diferentes países latinoamericanos (si
no todos) que se extiende hacia otros mercados (por ejemplo Europa, América del
Norte, Asia, etc.). No obstante, siguiendo a la cepal, esta nominación se aplica
a empresas como Vale do Rio Doce, empresa brasileña que compró por 17,528 millones
de dólares la minera Inco de Canadá; o la mexicana
Cemex Sab que adquirió la empresa australiana Rinker Group Ltd., del sector
construcción, por 14,627 millones de dólares y también la argentina Techint que compró la mexicana Hylsamex
(sector acero) por 2,581 millones de dólares a inversores locales (cepal, 2007:
40).
Estos datos
llevan a la cepal
a aseverar que por primera vez la inversión de capitales latinoamericanos
(40,620 millones de dólares) se acerca a la ied en la región (72,440
millones), abriendo expectativas y razonamientos que concluyen en que América
Latina se puede considerar un mercado capaz de expandirse hacia el exterior, lo
cual lleva a la suposición de que se trata de un espacio en pleno desarrollo y
crecimiento. Los datos también aclaran las corrientes de inversión directa en
el exterior (durante el año 2006) de Brasil (28,202 millones de dólares) y de Argentina (2,008
millones), pero Uruguay y Paraguay no aparecen como inversores en el extranjero
(cepal,
2007). Tanto la ausencia de las economías más pequeñas del Mercosur, como la
brecha entre la ied
de Brasil y Argentina, dejan entrever una vez más la asimetría que caracteriza
al bloque.
Con base en estas afirmaciones, y teniendo en cuenta lo analizado en el
apartado anterior, entendemos que la cepal sigue considerando la inversión extranjera como
una aportación indiscutible, más allá de las consecuencias que ha tenido la ied en la
región y de los análisis que han demostrado la inconveniencia de la apertura
incondicional a este capital.
Una de las
suposiciones más frecuentes con respecto a las grandes empresas, es que se
presume que por tener su origen en el marco jurídico y territorial de un
Estado-nación, representan los intereses del mismo. Desde nuestra perspectiva
–y teniendo en cuenta las estrategias desplegadas por las grandes empresas en
la región a partir de la década de los cincuenta– las empresas responden a los
intereses de los empresarios y accionistas, más que a los de la
nación o la
región, aunque éstos
pueden coincidir coyunturalmente. En efecto, lo que muestran los hechos es que
son las grandes empresas las que terminan por imponer sus intereses y
estrategias a la dinámica regional, socavando las bases políticas de los
acuerdos.
Constituyen
claros ejemplos los ya mencionados conflictos en torno a las automotrices y las
papeleras en el Mercosur, a lo que podemos agregar las recientes tensiones
entre Argentina y Venezuela por la expropiación de algunas subsidiarias de la
empresa Techint por parte del gobierno venezolano.[34]
La mayor parte de los periódicos argentinos publicó la noticia como si Techint representara los intereses nacionales a la vez que
se criticaba al socialismo del gobierno venezolano por
perjudicar a las empresas de argentinas. Poco se dijo acerca de las
transacciones necesarias para llevar a cabo una expropiación y sobre el monto
que efectivamente pagó el gobierno venezolano. Poco se ha publicado en los
medios masivos más influyentes acerca de los intereses y la historia de Techint.[35]
El saldo fue el
pedido por parte de la Asociación Empresaria Argentina, la Cámara Argentina de
Comercio, la Unión Industrial Argentina (uia) y otras entidades del rubro
de rechazar el ingreso de Venezuela al Mercosur. En las declaraciones de la uia queda
clara la visión de Mercosur que se cultiva:
Las decisiones
sistemáticamente adoptadas por el gobierno venezolano –señaló la uia– son contrarias a estas condiciones
[las de políticas comunes que deben tener los socios regionales], mostrando
una posición de absoluta asimetría respecto a las ofrecidas por los restantes
países del bloque,
poniendo en riesgo el proceso de integración regional, y representan un cambio
sustancial respecto a las circunstancias bajo las cuales el Congreso argentino
aprobó el ingreso de Venezuela al Mercosur (Perfil, 27 de mayo de 2009. Las cursivas son
nuestras).[36]
En otro
periódico se publicó el pedido formal de dicha entidad al gobierno: “La uia solicita
al gobierno argentino que arbitre los esfuerzos tendientes a revertir esta
situación y defender los legítimos intereses de
nuestro país en el exterior”
(Clarín,
23 de mayo de 2009).[37]
Dos cuestiones
surgen de estas declaraciones. La primera es que se habla de asimetría en este caso, pero no se define como
asimétrica la compra de empresas argentinas por grandes grupos brasileños, como
veremos a continuación. La otra cuestión es que este tipo de reflexión
corresponde con aquellas percepciones que sostienen que buena parte de las
actuales limitaciones del proceso de integración se deben a las tensiones entre
los modelos integradores surgidos o reformulados en el marco del regionalismo
abierto (Comunidad
Andina de las Naciones y Mercosur) y las nuevas propuestas de integración, como
la Comunidad Sudamericana de Naciones (csan) y el Alba (Alternativa
Bolivariana para las Américas), marcando estos últimos un retorno hacia
políticas económicas nacionalistas, que finalmente condujeron a la politización de la economía exterior, lo cual obstaculiza en buena medida la posibilidad de conciliar las diferentes alternativas de
integración (Motta y Ríos, 2007). Según esta visión, la idea sería
circunscribirse a impulsar unas relaciones interregionales limitadas a acuerdos
comerciales y de inversión, centradas en lo económico, como si esto no
implicara por sí mismo un posicionamiento político.
Asimismo, nos
preocupa esta visión de las transnacionales como índice
de crecimiento y proyección de América Latina, debido a que más allá de los
indicadores económicos, representan un sector reducido al interior de dos o
tres países de América Latina (los empresarios y accionistas implicados en las
compras, más allá de la capacidad de generar fuentes laborales), a la vez que reproduce en la región la dinámica de las
empresas multinacionales, con la única diferencia de que son capitales
originados en la región (lo cual, por cierto, es difícil de afirmar, conociendo
las estrategias de fusión, compra y venta permanentes en el funcionamiento normal de estas empresas).[38]
¿Las translatinas promueven la integración y complementación de las
industrias y empresas regionales o tienden más bien a expandirse a costa de la
integración (nacional y regional), en pos del predominio de una(s) empresa(s)
sobre otra(s)? Muestra de ello es la compra de empresas argentinas por parte de grandes grupos brasileños,[39] a la vez compuestas por capitales
multinacionales: Brahama, que forma parte del grupo multinacional In Bev compró la cervecera Quilmes por 1,800 millones de
dólares; Petrobrás (compañía brasileña de petróleo
compuesta mayormente por capitales nacionales, pero que también posee capitales
multinacionales) compró Pecom por 1,130 millones; a
su vez Acindar compró en 160 millones de dólares Belgo Mineira, que también forma
parte de un conglomerado multinacional[40] (Clarín, 2 de febrero de 2005).
Por último
señalamos que a pesar de la importante y creciente afluencia a la región de
capitales extranjeros europeos y asiáticos, las compañías de Estados Unidos
siguen siendo una fuerza económica decisiva para América Latina en cuanto a
acceso a mercados y oportunidades de inversión (Kay,
1998). Esto se puede observar en las cifras de la ied en América Latina para el año
2006, en las cuales se da cuenta que de las 50 empresas multinacionales
instaladas en la región, las dos primeras en ventas totales fueron Wal-Mart
(21,124 millones de dólares) y General Motors Corp. (19,965 millones).[41]
La suma de la ganancia en ventas de estas dos grandes empresas duplica
prácticamente la suma de la ied
en los países del Mercosur para el año 2006, que alcanzó aproximadamente 25,055
millones de dólares (cepal,
2007). Algunos funcionarios estadounidenses, como el secretario de Comercio,
Carlos Gutiérrez), remarcan la importante presencia de esa economía en la
región: “las empresas estadounidenses invirtieron 353 mil millones de dólares
en América Latina y el Caribe en el año 2005. Sus filiales emplean a 600 mil
personas. En el 2006, las exportaciones estadounidenses aumentaron 12.7% y las
importaciones 10.5%” (Gutiérrez, en Habel, 2007: 12).
Con respecto al
proyecto de integración continental, al no firmarse todos los tratados
para dar vigencia al alca tal como
se había previsto, el gobierno norteamericano se ha ocupado de firmar Tratados
de Libre Comercio con cada uno de los países de la región, que afectan tanto la
ied
nacional, como a los proyectos de integración subregionales.
Reflexiones finales
Cerramos este
trabajo con algunos cuestionamientos acerca del rol del capital multinacional
en la alalc
y el Mercosur y reflexionado acerca de la coyuntura actual del proceso de
integración de América Latina en general.
De acuerdo con
las características asumidas por el capital multinacional en el Mercosur (que
guardan una estrecha relación con lo acontecido con la alalc) y teniendo en cuenta que
nos acercamos a los 50 años de intentos de integración en América Latina, nos
interesa rescatar algunas preguntas recurrentes durante la década de los
sesenta: ¿la ied
y el capital multinacional en particular, se pueden considerar motores de
desarrollo en el contexto latinoamericano, bajo qué condiciones?, ¿implica
beneficios por sí misma la liberalización del comercio y la liberalización del
flujo de capitales?, ¿quiénes se benefician en mayor medida de esta
integración?, ¿qué grupos influyen en mayor medida de modo directo o indirecto
en la toma de decisión en el ámbito regional?
Con respecto al
proceso de integración de América Latina en el nuevo milenio, ha habido
importantes avances regionales, como la conformación del Banco del Sur (Buenos
Aires, diciembre de 2007)[42]
que parece constituir una iniciativa para contribuir a un desarrollo autónomo,
orientado a reducir las asimetrías y la dependencia respecto de capitales
extranjeros, especialmente del financiamiento del Banco Mundial, el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo. No obstante,
estamos de acuerdo con las advertencias de Toussaint
(2007) acerca de que debemos estar atentos ante la posible reproducción de las
premisas macroeconómicas que caracterizaron al ajuste
estructural en el
funcionamiento del Banco, si reduce su misión al fomento del mercado de
capitales financieros regionales. También se han estrechado los vínculos entre
los países de América del Sur, como lo demuestra la resolución de conflictos en
el marco de la Unasur, a pesar de la evidente dispersión
de proyectos de integración como el Mercosur, la Comunidad Andina de las
Naciones, la Alternativa Bolivariana para las Américas y los tratados
bilaterales de comercio de algunos países con Estados Unidos. Si bien existen
interacciones entre cada una de estas instituciones, siguen siendo organismos
separados.
En el ámbito
continental se perciben ciertas modificaciones en las relaciones de América
Latina con Estados Unidos, lo cual se puso en evidencia en las declaraciones
realizadas por los diferentes mandatarios en la Quinta Cumbre de las Américas
(abril de 2009), así como en la revocación de la resolución de la oea que
impedía el ingreso de Cuba a la institución (3 de junio de 2009). No obstante,
desde nuestra perspectiva, habría que prestar atención al eje Estados
Unidos-México-Brasil, que se viene reforzando desde el último gobierno de
George W. Bush y a partir de la actual gestión de Barack
Obama. Este eje se asienta en aspectos de seguridad
(en el caso de México) y económicos (en el caso de Brasil), que a su vez
implican compromisos políticos. Con respecto a las relaciones de Estados Unidos
con Brasil, la gran apuesta es en la producción conjunta de biocombustibles, lo
cual implica de por sí ciertas tensiones entre Brasil, Venezuela y Bolivia que
han asentado sus proyectos políticos y económicos en los hidrocarburos y poseen
importantes intereses en la región.
Entendemos que
es en la dimensión política donde se ponen en evidencia los diferentes
proyectos y estrategias económicas, por eso consideramos que debería apuntarse
a una búsqueda conjunta de una definición de desarrollo que trascienda los
postulados que reducen el desarrollo al crecimiento
económico y que por
ello tienden a diluir sus bases político-críticas. La primera cepal fue un
disparador de una postura crítica de América Latina frente a las desigualdades
inscritas en el sistema internacional. Esta perspectiva la radicalizaron los dependentistas e intelectuales de perspectiva crítica,
confirmando las consecuencias negativas de la reproducción del capitalismo en
la periferia, no sólo en lo económico, sino también en el plano político,
cultural y social.
La actual
coyuntura de América Latina demanda una noción de desarrollo e integración que
supere el reduccionismo economicista y asuma de modo explícito la vinculación
entre lo político y lo económico, descartando la neutralidad. No sirve de nada
apelar a la despolitización de los conflictos o la desideologización de los mismos, cuando ello es parte
de la historia y del desarrollo económico, social y político de las sociedades
de América Latina. Debemos intentar encontrar espacios que permitan la puesta
en común y el diálogo, que apunten a resolver los problemas de la mayoría y
superen los intereses de las minorías privilegiadas. Si falla esta tarea, es
probable que el Mercosur se consolide como un espacio favorable para la
reproducción de la lógica de las empresas multinacionales favoreciendo a
sectores minoritarios dentro de las economías y las sociedades de América
Latina, contribuyendo a su vez a profundizar la brecha con los países
centrales, perpetuando las relaciones centro-periferia.
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Recibido: 20 de febrero de 2008.
Aceptado: 8 de junio de 2009.
Silvina
María Romano.
Es licenciada en historia y licenciada en comunicación social por la
Universidad Nacional de Córdoba; actualmente cursa el doctorado en ciencia
política en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de
Córdoba. Es becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Tecnológicas (Conicet) e integrante del Grupo de Trabajo de Estudios sobre
Estados Unidos de clacso.
Sus líneas de investigación son: procesos de integración en América Latina,
relaciones entre Estados Unidos y América Latina durante las primeras décadas
de la Guerra Fría, democracia liberal y seguridad nacional en Estados Unidos.
Sus tres últimas publicaciones: “La Organización de Estados Americanos y la
política exterior norteamericana frente América Latina en las primeras décadas
de la Guerra Fría”, Enfoque social. Revista de
Historia, Política y Sociedad, 3, Universidad Autónoma de Tamaulipas, México, pp.
61-95, (2008); “La integración económica latinoamericana y las relaciones
político-económicas con Estados Unidos (1960-1973). Antecedentes del alca y el Mercosur”, Programa Regional
de Becas clacso-asdi
2005,
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/becas/2005/alcajov/romano.pdf
(2007); “América Latina y la política de seguridad norteamericana: continuidades”,
Cuaderno de Trabajo, 13, Centro Argentino de Estudios Internacionales (caei)
(www.caei.com.ar) (2006).
[1] Los trabajos de Hobson,
Hilferding y Lenin constituyen algunos de los íconos
acerca de la teoría del imperialismo entendiendo este fenómeno como intrínseco
al capitalismo. Para dar cuenta de la postura contraria, es interesante la
perspectiva de Schumpeter (1965) acerca del imperialismo
como atavismo social.
Atendiendo los objetivos del presente trabajo se retoman los postulados del imperialismo
como etapa superior del capitalismo
de modo indirecto, ya que nos basamos en las aproximaciones de imperialismo y
capital monopólico reelaborados desde el neomarxismo,
donde algunos trabajos clave son Baran y Sweezy (1974), Sweezy (1973) y Huberman y Sweezy (1973).
[2] La inversión extranjera se puede dar
por medio de exportación de productos realizados en la casa matriz, o
instalando filiales en otros países. En general, el objetivo de este tipo de
inversión es conseguir recursos, mercados, eficiencia y/o activos estratégicos
más rentables que en sus países de origen
(Fontoura, 2006: 64).
[3] Prado (1957) insistía en que este
exceso de importaciones que generaba desequilibrios fuertes en la balanza de
pagos, era inherente al sistema sustitutivo que de por sí inducía a una
deformación de la economía. Desde la perspectiva de la cepal, en cambio, si bien se
esperaba un aumento en las importaciones para el desarrollo de la industria, no
se pensó que provocaría los efectos negativos que mostró en la práctica (cepal, 1959,
1969: 168).
[4] Es importante aclarar que si bien las
normativas nacionales respecto de la ied tendían a restringir el flujo de remesas, esta
medida no resultó en mayor influencia en la llegada de inversiones, como lo
muestra el caso de Brasil, que a pesar de medidas restrictivas fue uno de los
países preferidos de la ied
en América Latina (Nicolau, 1968).
[5] La realidad se encargó de confirmar
esta presunción de Prado acerca de que era probable de que no se agregara valor
al producto, en el caso de las inversiones en el sector extractivo. Un informe
de la onu pone en evidencia que las inversiones
estadounidenses en el sector extractivo en Europa, en cambio, sí apuntaban a
agregar valor al producto: “En 1957, en América Latina, el 74% de la inversión
en el sector estaba relacionada directamente con la extracción. En Canadá ese
porcentaje era de 44% y en Europa, de sólo 9%. En el caso de Europa un 72% de
la inversión estaba orientada a refinería y distribución, el resto a
transporte. En América Latina, el 26% estaba en refinación y distribución. Es
decir, el sector del petróleo en Europa está conceptualmente muy próximo al
sector manufacturero” (1970: 306).
[6] Un ejemplo clave es el de la ied en
Argentina en la década de los sesenta, periodo en el cual los sectores
siderúrgico y automotriz pasaron a manos de grandes empresas extranjeras. Entre
las 10 empresas más grandes de América Latina se encontraban Siam Di Tella en
el primer lugar y la Kaisser Argentina en el quinto.
En 1967 se transfirieron a capital internacional, específicamente a empresas
norteamericanas, hegemónicas en siderurgia, industria automotriz, cigarrillos,
e incluso, en sectores menos tradicionales como el del azúcar, la ganadería,
los alimentos, los textiles, etcétera (García Lupo,
1971: 52).
[7] Tavares (1998) también aclara que las
multinacionales no sufrían la escasa integración de los sectores productivos en
el ámbito nacional, porque su meta era la integración con las casas matrices.
[8] La fuerza de trabajo fue un aspecto
especialmente estudiado por la cepal, llegando a la conclusión de que una de las
grandes diferencias entre los países periféricos y los centrales era el grado
de organización de la mano de obra en estos últimos, a diferencia del excedente
de fuerza de trabajo y la falta de organización en los países periféricos (Kerner, 2003; cepal, 1969).
[9] La expansión del capital hacia la
periferia como válvula de escape que hace posible la reproducción del sistema
capitalista, es una de las tesis de la perspectiva imperialista y fue desarrollada
por Lenin y Luxemburgo a principios del siglo xx. Luego de la segunda Guerra
Mundial la retomaron los dependentistas, marxistas y neomarxistas.
[10] Una de las críticas más sólidas con
respecto a la postura de la cepal
en lo relativo al capital extranjero es la de Caputo
y Pizarro (1975).
[11] Tales postulados son: “1) El capital extranjero otorga recursos
adicionales de divisas que permiten paliar el desequilibrio implícito existente
entre las importaciones y exportaciones; 2) El capital extranjero constituye un
complemento del ahorro nacional en su aspecto más vital, en cuanto,
precisamente otorga divisas para importar bienes de capital y materias primas
imprescindibles para el proceso de industrialización; 3) El capital extranjero en inversión
directa en nuestros países es una forma importante de transferencia de adelanto
tecnológico, modelos de organización, publicidad, etcétera” (Caputo y Pizarro, 1975: 47).
[12] Esta debilidad es más reprochable al
estructuralismo que a la dependencia, porque fue la primera corriente que
impulsó el proceso de integración regional bajo la guía de la cepal y la que
concebía la integración como motor de desarrollo.
[13] Se puede argumentar que al ser un
organismo creado para el análisis económico, la cepal no tenía la necesidad ni la
obligación de abordar de modo profundo los aspectos políticos de las sociedades
de América Latina. No obstante, la cepal también se creó con el objetivo de brindar
asesoramiento a los gobiernos de la región y esa tarea en sí misma implica la
participación en la vida política, tarea que por cierto sigue realizando.
[14] Si nos remitimos al cuerpo normativo
que dio origen al Pacto Andino (26 de mayo 1969), observamos que en el Capítulo
III, en los Artículos 27 y 28 se aclara: “Antes del 31 de diciembre de 1970 la
Comisión, a propuesta de la Junta, aprobará y someterá a la consideración de
los Países Miembros un régimen común sobre tratamiento a los capitales
extranjeros y entre otros, sobre marcas, patentes, licencias y regalías. Los
Países Miembros se comprometen a adoptar las providencias que fueren necesarias
para poner en práctica este régimen dentro de los seis meses siguientes a su
aprobación por la Comisión. Artículo 28: Antes del 31 de diciembre de 1971 la
Comisión, a propuesta de la Junta, aprobará y propondrá a los Países Miembros
el régimen uniforme al que deberán sujetarse las empresas multinacionales”.
[15] El núcleo de la economía neoclásica
lo constituyen el libre comercio y las ventajas comparativas. Con respecto al
primero, Caputo y Pizarro exponen: “La teoría del
comercio internacional plantea que existe una lógica interna del sistema de
relaciones internacionales que lleva necesariamente al equilibrio, y se
considera que cualquier situación de desequilibrio es disfuncional para la
estructura misma de dicho sistema; tal desequilibrio se corregirá
automáticamente, gracias a los desplazamientos internos que se producirán en
ese sistema […] en íntima relación con el factor anterior, la teoría del
comercio internacional entiende las relaciones económicas entre los países
sobre la base de la libre competencia de éstos en el mercado internacional.
Esto significa que los precios de los productos que entran en el mercado
mundial sólo son definidos por la fuerza de las leyes de oferta y demanda que rigen
en dicho mercado” (1975: 14-15). En lo relativo a ventajas comparativas, la
economía ortodoxa
sostiene que: “El principio de las ventajas comparativas es fundamentalmente
una idea del sentido común e importante para toda economía; cada individuo, o
cada comunidad, o cada país, deben especializarse en la producción de aquellos
bienes respecto de los cuales son relativamente más eficientes” (Kindleberger, 1960, en Caputo y
Pizarro, 1975: 15).
[16] Esta idea de focalizar en el
desarrollo tecnológico descansaba en parte en el éxito de los países asiáticos,
que mostraron un impresionante despegue económico, con base en una economía
centrada en la exportación y en la especialización en sectores de alta
tecnología. Este fenómeno sirvió de excusa para implementar las medidas
neoliberales del Banco Mundial, a la vez que inspiró algunos de los postulados fuertes del
neoestructuralismo (Kay,
1998).
[17] En realidad, desde perspectivas como
la de Rofman (1993), las primeras negociaciones entre
Brasil y Argentina (anteriores al Tratado de Asunción) implicaban de por sí un
modelo abierto a la discusión, mientras que el Mercosur se caracterizó por
pautas rígidas, por ejemplo, la reducción lineal y automática de los aranceles,
agudizando las tensiones de las empresas menos desarrolladas para competir con
empresas del país vecino.
[18]
Con respecto a la brecha Brasil-Argentina, en los años veinte la
economía argentina era el doble que la brasileña. En 1937-1938, el pib argentino
era 50% más grande que el de Brasil. En 1960, las economías de ambos países se
habían equiparado. En la actualidad, sin embargo, la diferencia entre los dos
países es muy significativa. En 1965, el pib brasileño era 25% mayor que
el argentino, y en 2003 ya superaba en cuatro veces al de su vecino (Sevares, en Katz, 2006: 40).
[19] La estabilidad de la ied hacia
América Latina contrasta con el aumento de la ied que fluyó hacia otras zonas
en desarrollo, como los países asiáticos.
[20] La ied en América del Sur se dirige
especialmente al sector de recursos naturales (cepal, 2007). Esta característica podría identificarse con un
tipo de inversión extractiva que requiere mucho capital inicial,
pero escasa atracción de otras inversiones. Otro dato provisto por la cepal (2007)
es que la ied
en el área de México y el Caribe busca eficiencia, especialmente para exportar
al mercado estadounidense, lo cual se asemeja a las características de
plataforma de exportación; a su vez, ninguna de estas inversiones se orienta a
la búsqueda de activos tecnológicos.
[21] Esta idea se vincula con una de las
variantes del realismo en relaciones internacionales, elaborada también en el
contexto latinoamericano de la década perdida e inicios de los noventa, denominada realismo
periférico. Éste,
siguiendo la conceptualización de Carlos Escudé, implica que los países
periféricos deben aceptar sus condicionamientos y limitaciones en cuanto a
espacios periféricos, aprovechando lo mejor posible sus ventajas y
subordinándose a los Estados más poderosos (Colacrai,
1992).
[22] Esta nueva propuesta, elaborada por
Fernando Fajnzylber, se planteó como una alternativa
frente al “contexto de los ajustes recesivos practicados en gran parte de los
países de la región. Ello condujo a reducir la importancia relativa de los dos
temas hasta entonces principales —desarrollo productivo e igualdad— y a
reorientar las prioridades a un campo en que la institución no había
intervenido mayormente en los decenios anteriores, a saber, el análisis de la
estabilidad macroeconómica y sobre todo de la trilogía deuda-inflación-ajuste”
(Bielschowsky, 2009: 176)
[23] En una entrevista realizada a
Fernando Fajnzylber (1994) se le preguntó
específicamente cuáles eran las relaciones entre la propuesta de transformación
productiva con equidad de la cepal
y los objetivos neoliberales. Fajnzylber declaró que
la vinculación era superficial y que había importantes diferencias en la
sustancia entre ambas propuestas. De cualquier modo, en ese periodo, la cepal no
cuestionó la apertura de los mercados, que era justamente una de las premisas
del ajuste estructural regulado por el Consenso de Washington y promovido por
las instituciones financieras internacionales. Según una síntesis hecha por Bielschowsky (2009: 177), se afirma que durante la etapa neoestructuralista de Fajnzylber
“se evaluaron las oportunidades y desafíos para el desarrollo en economías
abiertas y con Estados activos pero menos intervencionistas”.
[24] No se debe confundir esta posición
política con la falta de análisis sistemáticos acerca de la vinculación entre
la estructura económica y social y la estructura política, que señalamos en el
apartado anterior.
[25] En el comunicado de Prebisch acerca del primer encuentro de la unctad con el
secretario general de la onu,
expresaba lo siguiente: “La actitud conciliatoria de los países en desarrollo
en Ginebra expresa muy bien el ánimo que los ha llevado en esta Conferencia a
reunirse en lo que se ha dado a llamar el ‘Grupo de los 75’ […]. Por lo demás,
hay una cierta tendencia muy comprensible en los países industriales a mirar
con su propia óptica los problemas de los países en desarrollo y no con la
óptica de estos últimos. Las restricciones que encontró en los primeros tiempos
el proceso de industrialización periférica, la renuncia a reconocer el
deterioro de la relación de precios del intercambio, las aprensiones con que
suele encararse el papel del sector público en los países en desarrollo, son
ejemplos, entre muchos otros, de actitudes que se han ido modificando […]. De
la actitud de esos países más avanzados depende ahora en gran parte cómo esa
nueva fuerza podrá ejercitarse, qué
grado de sacrificio humano se requerirá en este esfuerzo para lograr en el
curso de los próximos cincuenta años la nueva utopía de este siglo, esto es, la
extirpación de la miseria y sus males inherentes que aún prevalecen para las
tres cuartas partes de la humanidad” (Prebisch, 1965:
189-191).
[26] Nuestra reflexión coincide en buena
medida con las apreciaciones de Nahón et
al.: “En suma, en
esta etapa, la cepal
abandonó casi por completo la cuestión del desarrollo como núcleo central de su
reflexión y de sus propuestas y se focalizó fundamentalmente en la
estabilización y el ajuste de la economía latinoamericana, priorizando una
visión de corto plazo. […] Este nuevo enfoque, si bien mantenía cierta
distancia teórica con la nueva ortodoxia y contenía algunos ejemplos novedosos
propios del remozado estructuralismo, se parecía peligrosamente a aquélla,
acercando a la cepal
a la corriente dominante en las ciencias sociales: la economía neoclásica”
(2006: 360).
[27] En los discursos de algunos
gobernantes latinoamericanos, sobre todo en aquellos dirigidos en oposición al alca, o al relanzamiento del Mercosur (Katz, 2006); en el ámbito académico; en espacios como el
Foro Social Mundial, etcétera.
[28] Algunos de los objetivos clave de
este Consenso
son los siguientes: disciplina fiscal; reformulación de las prioridades en el
gasto público a favor de la salud primaria, la educación y la infraestructura;
reforma impositiva; liberalización financiera; unificación de la tasa de cambio;
apertura comercial; acceso a inversiones extranjeras; privatización de las
empresas estatales; desregulación en aras de la competencia y facilitación de
los derechos de propiedad (Williamson, 1993, en Orlansky, 2006: 10).
[29] El proyecto se encuentra en una nota
de prensa en la página del Departamento de Estado de los Estados Unidos
(Departamento Oficina del Portavoz, 20 de noviembre de 2008), donde se enuncian
los acuerdos entre grupos empresariales brasileños y estadounidenses y lo
relativo a la producción de etanol. También se puede consultar una nota de la
agencia de noticias efe (7 de
febrero de 2007) y Zibechi (2007). Con respecto al
impulso de la producción de biocombustibles en África, véase vtv (16 de
octubre de 2007).
[30] “La creación del Mercosur significa
un gran negocio para las grandes empresas, pero sobre todo para las
multinacionales. Las empresas locales [automotrices argentinas] Ciadea o Sevel sólo podrían
sobrevivir en un mercado cerrado sobre la base de incorporar tecnología de
segunda mano, vía la adquisición de licencias a automotrices europeas (Renault
y Fiat-Peugeot). El tamaño del mercado interno era su límite y se beneficiaban
hasta ahora de la falta de competencia dado que el tope histórico de 550,000
autos-año, no justificaba grandes inversiones” (Nuñez,
2004).
[31] Este autor es claro cuando manifiesta
que el sistema de Bretton Woods tuvo como uno de sus
objetivos la expansión de las empresas transnacionales, capaces de evadir
controles de capital por medio de la fijación de precios de transferencia, a la
vez que permitió a las empresas nacionales llevar a cabo una facturación
ficticia.
[32] La alianza entre sectores dominantes
del centro y de la periferia constituyó parte de las explicaciones elaboradas
por los teóricos de la dependencia (Gunder y Johnson,
1970; Dos Santos, 1972). No obstante, desde tales lecturas aparentemente se
otorgaba un rol pasivo a los sectores dominantes en la
periferia (en general asociados a las burguesías nacionales) que fue criticado
por Furtado (1971) y Fernandes
(1979), entre otros. En este sentido, la conceptualización de élite
del poder de Wright Mills (1978) resulta bastante pertinente para dar cuenta de
las alianzas nacionales de los grupos con mayor acceso a la toma de decisión
política, económica y militar.
[33] Una excepción es el trabajo de Falero (2006), que si bien no hace un análisis específico
sobre integración regional, menciona la importancia de la conectividad
y los flujos en las
decisiones dentro del Mercosur.
[34] Vale aclarar que la historia de las
expropiaciones en América Latina está estrechamente vinculada al proceso de
expansión del capitalismo monopólico hacia la región en un contexto de guerra
fría desestabilizado por la Revolución cubana. Los casos paradigmáticos de
expropiación y nacionalización de empresas multinacionales (en su mayoría
estadounidenses) se dieron durante el gobierno de Arbenz
en Guatemala (1951-1954), el de Goulart en Brasil
(1961-1964), el de Velasco Alvarado en Perú (1968-1975) y el gobierno de
Allende en Chile (1970-1973).
[35] La primera parte de la indemnización
que recibió Techint por la expropiación de
Siderúrgica Orinoco (radicada en Venezuela) es de 400 millones de dólares y
fueron depositados en Alemania. La sede de Techint es
Luxemburgo (uno de los principales paraísos fiscales según el Grupo de los 20)
y el capital inicial de la empresa es italiano y alemán, con predominio del
primero. Techint controla un centenar de empresas de
las cuales sólo cuatro están radicadas en Argentina y menos de un tercio de los
40,000 puestos de trabajo de la empresa en todo el mundo se crearon en
Argentina. El resto son empresas de Italia, Estados Unidos, China, Canadá,
Reino Unido, Chile, México, Japón, Rumania, Portugal, Liechstenstein,
Uruguay, Colombia, Guatemala, Noruega, Irlanda, Singapur, Indonesia, Islas
Vírgenes Británica y Venezuela (Verbitsky, 2009).
[36] El tono que adquirió el tema de la
expropiación y el amplio espacio que se le otorgó en los medios masivos más
importantes de Argentina, se debe a que a fines de junio se llevarían a cabo
las elecciones de diputados y senadores, con lo cual el caso
Techint
fue utilizado por la oposición para demostrar sus diferencias con el
oficialismo.
[37] Finalmente, el representante de
Argentina ante el Mercosur, Carlos Chacho Álvarez planteó que de ningún modo se
pedirá la no admisión de Venezuela, en la que se viene trabajando hace algunos
años, ya que la única condición inicial para formar parte del Mercosur es ser
un gobierno democrático constitucional (La Voz del Interior, 30 de mayo de 2009). Con respecto al
gobierno argentino, en una primera instancia pidió al gobierno venezolano
cumplir con el acuerdo al que habían llegado con Techint.
No obstante, en el transcurso de dos semanas, el gobierno ha endurecido su
postura respecto de Techint, diciendo que lo que
importa es que no recorten empleos en Argentina, más allá de las pérdidas del
grupo en Argentina o en Venezuela (Clarín, 6 de junio 2009).
[38]
Un claro ejemplo es el caso de Vale do Rio Doce, que no sólo posee
capitales brasileños, sino que parte importante de sus acciones pertenecen a
empresas estadounidenses y alemanas: Capital Guardian
Trust Co., Capital Research
& Management Inc., fmr
Corp. (Fidelity Investments), Janus Capital Corp., Putnam llc, Wellington Management Co., Deutsche Bank
g (Transnationale
& Co, 2008).
[39] En primer lugar queremos aclarar que
las cursivas se deben a que los capitales y accionistas de esas empresas no
siempre son nacionales, sino que, por el contrario, se caracterizan porque son
multinacionales. En el periodo 1992-1996 Brasil invirtió 351.8 millones de
dólares en la industria manufacturera en otros países de la región, siendo este
sector el más dinámico (agrupaba 62% de la ied total) y se dirigió sobre
todo a Argentina, país que se caracteriza por su mano de obra calificada (y
accesible), a diferencia de otros Estados de la zona. Con respecto al sector
automotriz, que también es uno de los preferidos por la ied brasileña por su dinamismo,
las inversiones se hicieron en autopartes y por ende de una envergadura mediana
o chica para el sector. Lo que se aprovechó en este caso fue la cercanía del
cliente (debido a que no era necesario instalarse a fabricar en otro lado, en el marco
de las ventajas otorgadas por el Mercosur) (Gobierno de la Nación Argentina,
2001).
[40] Belgo Mineira pertenece a Arcelor Mittal,
empresa de los Países Bajos, que tiene filiales en China, las Antillas
Holandesas, Bulgaria, Ucrania y Estados Unidos. A su vez, Petrobrás,
además de contar con capitales nacionales, tiene accionistas de empresas
norteamericanas como Capital Research &
Management Inc., Mellon Financial
Corp., Morgan Stanley, Putnam llc y Wellington Management Co.;
con respecto a Brahama, pertenece al conjunto In Bev,
cuyos principales accionistas son: Capital Research
& Management Inc., Morgan Stanley, Oppenheimer
Capital, Putnam llc,
Rowe Price Associates Inc.
y jp
Morgan Chase & Co. (EE.UU.),
Deutsche Bank ag
(Alemania), In Bev, s.a. (Bélgica) y Lemann,
Jorge Paulo (Brasil) (Transnationale
& Co, 2008).
[41] La crisis económica y financiera
desatada a mediados de 2008 cambió el panorama de la economía estadounidense y
de sus empresas. Si bien no es pertinente abordar esta temática en el presente
estudio, consideramos que algunas apreciaciones interesantes acerca de la
crisis son las de Petras (2009), Krugman (2009) y una
síntesis publicada por Página 12 (10 de marzo de 2009).
[42] El Banco del Sur, proyecto firmado por los presidentes de Argentina, Néstor Kirchner; de Bolivia, Evo Morales; de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva; de Ecuador, Rafael Correa; de Paraguay, Nicanor Duarte Frutos; de Venezuela, Hugo Chávez y Tabaré Vázquez de Uruguay (que lo firmaría al día siguiente), tendrá por objeto financiar el desarrollo económico y social de los países de la Unión Suramericana (Unasur), que se integren como miembros, en forma equilibrada y estable, haciendo uso del ahorro intra y extra regional; fortalecer la integración, reducir las asimetrías y promover la equitativa distribución de las inversiones entre los socios de la entidad. Según sus promotores, esta institución se considera fundamental para integrar la región, ya que fomentará el acceso al financiamiento y permite dar un paso importante para la autonomía financiera del Mercosur. A su vez, se propone la vigencia de una moneda única. El Banco del Sur debe ser el primer paso para atraer inversiones, ser autosostenible y gobernarse conforme a criterios profesionales de eficiencia financiera, para garantizar que su actuación no resulte en dispendios adicionales, sino en la generación de nuevos recursos para ser reinvertidos en los países miembros. También se plantea que los países tendrán representación igualitaria en los órganos del banco, asegurando su funcionamiento democrático (Infobae, 10 de diciembre de 2007).