De los espacios
regionales que integran el país
On regional
spaces that comprise the country
García Martínez, Bernardo (2008),
Las regiones de méxico.
Breviario geográfico e histórico, El Colegio de México, México, 351 pp., isbn
968-12-1322-x[1]
En su acepción
convencional, una región es una porción de la superficie terrestre que se
distingue por una o más características o atributos (naturales o resultado de
la actividad humana) que permiten dar una medida de unidad y al mismo tiempo de
diferenciación respecto de áreas contiguas. A partir de este criterio de
diferenciación, una región puede ser cultural, económica, política,
morfológica, natural o fisiográfica, lo cual hace posible identificar esa
región ya sea por uno, múltiples o la totalidad de atributos. Y esto es lo que le
confiere a la región su unicidad.
Pero una región
también puede ser producto del sentimiento de un grupo asociado a un área
geográfica, como puede ser la Sierra Tarahumara, la de los huicholes o El
Lacandón. Por otra parte, puede ser el resultado de un esfuerzo del gobierno
central por crear un orden intermedio entre éste y las unidades
político-administrativas locales, con propósitos de gestión, planeación o
programación.
Para Bernardo
García, las regiones son un producto histórico enlazado con un medio físico (p.
12). Pero no es lo mismo –dice– identificarlas que delimitarlas. Así, un
criterio para identificar una región puede ser el medio físico que permite
distinguir diferentes aspectos de altitud y latitud que expresan rasgos orográficos
y climáticos conformando un paisaje del medio físico; otro criterio es
considerar la ocupación humana y las variables sociales, económicas o políticas
que se asocian para formar un determinado paisaje cultural.
La delimitación
de una región debe reflejar coincidencias y divergencias físicas y humanas, y
son, dice el autor, “los movimientos e intercambios humanos a lo largo del
tiempo [los que] cuentan […] más que el medio físico […] es el tejido social
que se ha formado a lo largo de la historia” (p. 28). Se trata de algo que no
está determinado por el medio físico o cualquier otro factor específico, sino
que es expresión de un sistema funcional. Así, “una región […] es un espacio
funcional y dinámico que alberga relaciones, intercambios e identidades
culturales integradas históricamente y cuya individualidad es percibida por
quienes participan en ellas” (p. 29).
Debido a que las
regiones son producto histórico, entonces es claro que el concepto de región es
tan sencillo como complicado: “la región es al espacio –dice Bernardo García–
lo que una época es al tiempo, es decir, una parte del conjunto, un pedazo del
total”. Con respecto al tiempo, “las épocas pueden delimitarse o dividirse y
subdividirse de mil maneras diferentes, abarcando periodos históricos de muy
poco tiempo, como por ejemplo el del gobierno de un presidente, o de muchos,
como cuando se habla de la época prehispánica o la colonial. Algunos periodos
–continúa el autor– pueden tener un principio y un final muy precisos mientras
que otros solo se pueden delimitar vagamente. […] Con las regiones ocurre
prácticamente lo mismo. Pueden ser enormes o pequeñas […] puede pretenderse que
sean muy definidas en sus límites, como en las regiones administrativas […] o
dejar sus linderos en la ambigüedad como es el caso de las regiones calificadas
como áridas o dinámicas” (p. 12).
No es el caso
extenderme en el concepto de región ni entrar en los detalles del enfoque
analítico o la metodología para regionalizar. Lo que quiero aquí es destacar
los aspectos de carácter metodológico y epistemológico que el lector enfrenta
al principio de la lectura, para poder aclarar lo que para mí representa este
texto sobre las regiones de México.
“De México, nos
recuerda el autor, se han hecho mil y una delimitaciones regionales […] la
regionalización propuesta en este libro, advierte, es diferente a otras […]
surge de la percepción y la comprensión de la realidad y mezclan la experiencia
de quien las vive o ha vivido con la de quien las estudia” (p. 13). Es difícil
pensar en alguno, salvo quizá el maestro de muchos geógrafos mexicanos, Ángel
Bassols, que como Bernardo haya vivido, recorrido y estudiado el territorio
nacional con tanta avidez. Pero contrariamente al maestro Bassols, quien se
formó en la escuela soviética de las regiones geoeconómicas, nuestro autor conoce la geografía
analítica anglosajona, tanto como la escuela alemana a la que me referiré en un
momento. También creo que este libro, más que otros del mismo autor, refleja el
que Bernardo haya abrevado de la escuela francesa de la geografía, según
entiendo de la lectura de un reciente texto de Claude Bataillon de quien, por
cierto, fue su mejor alumno en México.
Bernardo García
adopta en su libro una visión en la que se mezclan la geografía y la historia,
en la que se unen el tiempo y el espacio. Así sucedió paradójicamente en la
época en la que geografía e historia eran la misma cosa, y durante el siglo xviii en el momento de la formación de
la geografía como ciencia. De tal suerte que el resultado, más que
estrictamente asociado a una escuela en particular, es un excelente ejemplo de
geografía cultural.
La geografía
cultural –que se ha revitalizado en la actualidad– trata sobre la interrelación
de los grupos humanos con su entorno, del impacto, distribución y disposición
espacial de culturas y de las diferencias culturales y sus efectos sobre el
paisaje. De manera que una región, como apreciamos al leer este interesante,
original y necesario texto, se identifica por la presencia de una cultura
distintiva, esa suma de rasgos que han conducido a los grupos humanos asentados
en un mismo espacio geográfico a darle cierta forma al paisaje, a vivirlo y
transformarlo a lo largo de su historia.
Como se percibe
en la amena y sistemática descripción que hace Bernardo, la región es resultado
de la combinación de múltiples factores que cambian en el tiempo como la
inmigración, la introducción de tecnología, los cambios políticos, económicos y
sociales producidos ya sea de manera endógena o bien, en su mayoría, exógenamente.
Desde luego que un aspecto enfatizado a lo largo de la descripción de las
regiones, desde la perspectiva de este historiador, tiene que ver con el
proceso de modernización que permea los cambios que con mayor o menor
intensidad tienen algunas regiones.
Los geógrafos
franceses hablaban de la humanización del espacio, pero quizá habría que pensar en la transformación
del paisaje por la acción humana.
También de interacción cultural entre grupos diversos que conviven, se
enfrentan, invaden pacífica o violentamente un territorio. Ahora sabemos, sin
embargo, que por razones de cambio climático el medio natural ejerce enorme
presión sobre el paisaje transformado. En ocasiones Bernardo insiste en los
rasgos naturales de la región sobre otros atributos. Sin embargo, mantiene el
balance con los procesos humanos y no deja que la biología o las ciencias de la
Tierra dominen en su descripción de la región. Son sin duda las humanidades y
las ciencias sociales las que imprimen el sello de este breviario geográfico e
histórico de las regiones de México. Todo se complementa con el recorrido, que representa la forma ortodoxa en
la que los geógrafos abordan y presentan su tarea: la parte empírica –el
recorrido del sitio– y la parte interpretativa –la historia o el conocimiento
de los procesos a lo largo del tiempo–, que tan diestra y nítidamente realiza
el autor con y para el lector de su libro.
No puedo dejar
de citar la clásica definición de Carl Sauer (1925), en la que se destaca la territorialidad como el elemento explicativo del landschaft o paisaje:
El paisaje
cultural resulta de la presencia de un grupo cultural en un paisaje natural. La
cultura es el agente y el área natural el medio a partir de lo cual el paisaje
cultural se forma. Bajo la influencia de una determinada cultura, que es
cambiante en el tiempo, el paisaje sufre un desarrollo que transita por
diversas fases y probablemente alcanza un punto final en ese ciclo de
desarrollo. Con la introducción de diferentes culturas externas, el paisaje
cultural se rejuvenece y un nuevo paisaje emerge sobre lo que queda del
anterior (p. 138).
Al igual que
Sauer –intuyo que Bernardo se ha inspirado en él–, el autor de nuestro libro se
aleja a todas luces el determinismo ambiental o ecológico que en ocasiones ha
influenciado a los geógrafos nutridos de las ideas de Ratzel, ese importante
geógrafo de la escuela alemana de la geografía. Y al igual que Meinig, aquel
geógrafo cultural de gran estatura, en el texto de Bernardo –aunque tratado de
modo diferente– aparece el concepto de espacio de transición. Meinig, inspirado en la noción de
provincia cultural de Ratzel, identifica el corazón o el área
núcleo como aquel
espacio geográfico en el que la cultura en cuestión predomina de manera
exclusiva, o casi; el dominio en el que se identifican clara,
aunque no exclusivamente, los rasgos culturales y, por fin, la región exterior
o periférica en la que la cultura, si se encuentra, esta subordinada a otras
culturas. El enfoque organicista de Ratzel y el determinismo ambiental o ecologista
no puede descartarse plenamente o de tajo de Meinig.
En el texto de
Bernardo no hay trazos de dicho enfoque. Más bien su espacio de transición se
orienta a explicar lo difícil de las delimitaciones y, más aún, de aquellos
espacios en los que aún no se establece un paisaje cultural definido. Tampoco
puede eliminarse el enfoque sistemático en la descripción y síntesis regional.
En el libro que nos ocupa, esta descripción sistemática nunca es mecánica. Como
ejemplo quisiera referir al lector al tratamiento que se da a la zona serrana
del norte de Puebla (pp. 97-99), que abarca parte de la región que se presenta
en el mapa 9.
A lo largo del
texto, el lector interesado podrá enriquecer no sólo su conocimiento del
territorio nacional y sus regiones, sino también su destreza metodológica.
Bernardo nos advierte de las dificultades metodológicas que implica el manejo
de datos basados en divisiones político-administrativas, frente a los atributos
o procesos naturales o bien socioculturales. Problemas de cercanía y radio de
influencia transregionales que por accesibilidad o dependencia funcional
permiten desarrollar relaciones estrechas entre asentamientos que de hecho
pertenecen a distintas regiones, como es el caso de pequeñas localidades de
Jalisco con Zacatecas y otras de este estado con Guadalajara (p. 81). Y en
ocasiones la coincidencia de los límites político-administrativos, demográficos
y económicos (p. 81).
Narra cómo una
región se construye apoyada en un medio físico pero no sujeta a su conformación
o sus características (p. 73). Aborda los procesos de diversificación regional
a partir de la accesibilidad, como es el caso del Bajío y las localidades de
ese “sistema de centros urbanos, el más complejo y equilibrado del país” (p.
71).
Al mismo tiempo
vemos que, por un lado, la vecindad no necesariamente condiciona una
delimitación regional y, por otro, que no impide el trazo de un lindero que
define una región de otra.
Encontramos la
definición de región sujeta a circunstancias históricas (p. 106), que no a
características del medio físico (p. 111).
Y, además,
gozamos de comentarios irónicos y perspicaces, como los que se refieren a las
acciones y planes gubernamentales en el caso de la desecación y eliminación del
carácter fluvial de la región del Papaloapan por la Comisión del mismo nombre,
a partir de 1947: “Basta visitar el pequeño poblado llamado Ciudad Alemán (¡!),
inmediato a Tuxtepec, para encontrar el símbolo de muchos de los grandes
proyectos nacionales: infraestructura de calles bien trazadas, pero vacías y
abandonadas entre cañaverales. Se le imaginó como la capital de un emporio
agrícola e industrial”. ¿Megalomanía?, ¿corrupción?, ¿ignorancia?, ¿desprecio
por el conocimiento de los expertos? O el de Tlacotalpan –también sobre el
Papaloapan–, del que dice que ha perdido su importancia económica “por obra y
gracia de los fabricantes de paraísos” (p. 112).
En fin, la
lectura de Las regiones de México de Bernardo García resulta toda una
aventura. La que más me apasionó fue la del Golfo, aunque también me interesó
el Norte (Baja California) y no menos la Cadena
Centroamericana, que
recorre desde el Istmo hasta El Lacandón para llegar a Frontera Corozal, donde
termina el texto.
El lector no
puede dejar de leer con cuidado la introducción. Ahí se aclara lo que es y no
es el libro, pero también se hace referencia a este proceso histórico
característico de nuestro país durante el siglo xx:
el centralismo y la preeminencia económica y política de la capital, del México
central. Me hubiera gustado quizá un último capítulo de reflexiones o síntesis
que, si bien aparecen en la introducción y a lo largo del texto, habría exigido
del autor una mirada por encima de los recorridos a los que nos transporta.
Termino recomendando al lector dejarse llevar confiadamente y hacer el
recorrido por las regiones de México de la mano de este historiador que más que
eso, para mí es todo un geógrafo.
Recibida: 24 de enero de 2009.
Aceptada: 16 de febrero de 2009.
Boris Graizbord
El Colegio de México
graizbord@lead.colmex.mx
Boris Graizbord. Es investigador nacional (sin
iii). Desde 1995 coordina el Programa de Estudios Avanzados en
Desarrollo Sustentable y Medio Ambiente (lead-México)
de El Colegio de México. Fue coordinador académico del Programa de Desarrollo
Urbano de El Colegio de México en dos ocasiones (1984-1986 y 1994-1995). En
1979 se incorporó a dicha institución como profesor-investigador del ahora
Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales. Desde 1977 es profesor
de asignatura en la maestría de urbanismo de la Facultad de Arquitectura de la
Universidad Nacional Autónoma de México, y ofrece cursos en la maestría de
estudios regionales del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
desde 1992. Ha sido invitado regularmente a impartir cursos completos o cortos
en otras instituciones académicas tanto del país como del extranjero (entre
otras la University of Southern California, la University of Pennsylvania y la
New School University). Fue investigador del Instituto de Geografía en la unam (1977-1979); director del Centro de
Estudios de Desarrollo Social y coordinador del Programa de Maestría de
Desarrollo Municipal en El Colegio Mexiquense (1986-1988). Con los auspicios de
varias organizaciones y fundaciones, entre ellas el idrc y el Conacyt, ha coordinado investigación en población
y medio ambiente, contaminación industrial, desarrollo de ciudades medias,
política regional, geografía urbana y transporte metropolitano en México.
Ha escrito más
de 80 capítulos y artículos que han aparecido en libros y revistas periódicas
nacionales e internacionales, así como en periódicos y revistas de difusión. El
doctor Graizbord ha publicado en colaboración varios libros; el último (2008)
de su autoría sobre transporte metropolitano se publicó con el sello de El
Colegio de México. Es arquitecto por la unam,
obtuvo la maestría en geografía urbana en la Universidad de Durham, en el Reino
Unido, en 1974 y entre 1974 y 1977 realizó estudios de doctorado en geografía
social en la London School of Economics and Political Science.
[1] Esta reseña se preparó para leerse en
la presentación del libro en El Colegio Mexiquense, en Zinacantepec, Estado de
México, el 14 de mayo de 2008.