La crisis
ambiental en el laberinto de la sustentabilidad
Environmental
crisis in the sustainability labyrinth
Enrique Leff
(2004), Racionalidad ambiental. La
reapropiación social de la naturaleza, Siglo xxi, México, 509 pp.,
isbn: 968-23-2560-9
La publicación de
este libro de Enrique Leff representa un suceso
editorial muy importante por las escasas publicaciones que abordan aspectos
epistemológicos acerca de la problemática ambiental; además de que aporta
diversos análisis de interesantes experiencias alrededor de la sustentabilidad
en América Latina y México; y aun cuando el libro fue publicado a fines de
2004, desde entonces ha tenido influencia en diversos círculos académicos e
institucionales, por lo que resulta conveniente y pertinente discutir su estructura,
los principales postulados plasmados en él y sus implicaciones sociopolíticas.
Los buenos
frutos alcanzados, que son indudablemente resultado de un gran esfuerzo
intelectual, son evidentes, lo cual se deriva de sus distintas lecturas; son
también producto del empleo de un enfoque interdisciplinario pocas veces visto
en nuestros países. Y ni qué decir que, por supuesto, el autor se enfrenta a un
enorme reto que se le presenta a la sociedad contemporánea, como es el de
construir una nueva racionalidad, una racionalidad ambiental, ya que, según se
afirma en la contraportada del libro, y desde la ecología política:
La crisis
ambiental es la crisis de nuestro tiempo. Es la crisis de la razón de la
modernidad reflejada en la naturaleza. Es la crisis del pensamiento y de las
formas de conocimiento con las que hemos construido y destruido el mundo y
nuestros mundos de vida. El dislocamiento de la racionalidad económica devasta
la naturaleza, invade la vida, rompe los ciclos económicos y degrada el ambiente.
Y como dice el autor en la contraportada de este libro: “[…] La racionalidad
ambiental reinventa identidades e impulsa la emergencia de nuevos actores
sociales en el campo de la ecología política, que confrontan las políticas de
capitalización de la naturaleza y construyen nuevas estrategias para la
reapropiación social de la naturaleza”.
Entre los
propósitos de esta obra destaca la pretensión (aunque poco lograda, a mi
parecer) de mirar el mundo a la luz de la crisis de civilización (que provoca
el cada vez mayor desorden ambiental), y desde el Sur.
El autor se
afana en encontrar la solución a la problemática discutida desde la perspectiva
de las mayorías y es allí donde se encuentran en el libro los más
significativos aportes, lo que le permite avanzar en el camino de la
deconstrucción de la racionalidad (económica) dominante, basada en la óptica de
la economía capitalista, y ayuda así a la construcción de otra racionalidad:
“La racionalidad ambiental se va constituyendo al contrastarse con las teorías,
el pensamiento y la racionalidad de la modernidad. Su concepto se fue gestando
en la matriz discursiva del ambientalismo naciente, para ir creando su propio
universo de sentidos” (p. xv).
1. Sustentabilidad y
racionalidad ambiental
El libro (con
nueve capítulos) va tejiendo conceptualmente la racionalidad
ambiental a partir de
una revisión crítica del pensamiento de la modernidad y la posmodernidad, en
donde rechaza y toma simultáneamente de diversos autores, la materia prima con
la cual va elaborando de manera gradual el concepto y, a partir de éste, se
pretende iluminar al lector con los temas más acuciantes del crítico problema
referido que se vive en el ámbito global (acicateado por el cambio climático,
tema ausente).
En esa forma
participa de una diversidad de debates que incluyen, en principio: a Marx y su
teoría del valor-trabajo; una exposición de los aciertos y desaciertos de
Murray Bookchin y el naturalismo dialéctico; la hiperrealidad de Jean Baudrillard;
el debate sobre la economía ecológica a partir de Georgescu-Roegen;
se reposiciona a Weber, y se nutre de Foucault, Habermas,
Levinas, Derrida, George Bataille…
La obra se
inscribe en la crítica del discurso institucional de la sostenibilidad, ofreciendo la propuesta de una reapropiación
social de la naturaleza,
como se manifiesta en el subtítulo del mismo y utilizando un enfoque que abraza
la idea de una sustentabilidad, no instrumental sino sustantiva,
podemos decir.
En este punto, y
de entrada, se manifiesta una primera contradicción, pues los términos sostenibilidad y sustentabilidad son simples traducciones equivalentes
del mismo vocablo inglés que es sustainable; entonces, la distinción sólo tiene
sentido en lengua castellana, siendo irrelevante en otros idiomas.
Sin embargo, en
ese terreno es pertinente distinguir entre ambas traducciones de la misma
palabra, porque, en efecto, en nuestro idioma semánticamente denotan
significados distintos, como lo destacan diversos autores (Segura y Bartholomew, 1992; Del Amo y Ramos, 1996; Torres, 1999), y
el mismo Leff en este texto. Así, el concepto de sostenibilidad se relaciona precisamente con una
visión reduccionista de la cuestión ambiental, referida a mantener el uso (y
abuso) actual (y futuro) de los recursos naturales, aunque con el propósito de
aminorar sus perniciosos y devastadores efectos; mientras que el de sustentabilidad se refiere más bien a la necesidad de
interiorizar el daño ecológico:
La ambivalencia
del discurso del desarrollo sostenible se expresa ya en la polisemia del
término sustainability, que integra dos significados: el
primero, traducible como sustentabilidad, implica la incorporación de las
condiciones ecológicas –renovabilidad de la
naturaleza, dilución de contaminantes, dispersión de desechos– del proceso
económico; y el segundo, que se traduce como sosteniblidad,
implica perdurabilidad en el tiempo del proceso económico (p. 103).
En esto tiene
razón el autor, quien de esa manera se separa del discurso convencional de
numerosos autores de España e Hispanoamérica. Sin embargo, si la crítica es
demoledora en el texto en cuanto al empleo del término sostenibilidad, resulta
en cambio apologética, en relación con el de sustentabilidad, ya que si bien es
un término más complejo que el anterior (porque además de sostener, significa
alimentar, argumentar; es por lo tanto más rico éste que aquél), supone una
pregunta obvia: ¿por qué una traducción resulta mecanicista y la otra profunda
cuando provienen las dos de una distinta traducción del mismo vocablo sustainable? Y entonces: los defectos de una
traducción, ¿por qué no lo son de la otra?; o bien, hay que decir que, dentro
de la amplia gama de visiones sobre la sustentabilidad, la comentada sería tan
sólo una de ellas, la mayoría de las cuales siguen siendo instrumentalistas y prescriptivas;
y ello además de que los términos de sostenibilidad y
sustentabilidad
poseen la misma raíz.
Todo esto se
pone de manifiesto cuando se define lo que sería el vehículo que permitiría
alcanzar una racionalidad ambiental, esto es, la reapropiación social de la
naturaleza, entendida como la aplicación de diversas estrategias dirigidas al
desarrollo sustentable. Entonces queda claro que, para el autor, la
racionalidad ambiental y el desarrollo sustentable van de la mano.
Lo anterior es
el soporte epistémico del libro, y no es que le quite méritos, pero sí lo
circunscribe, de manera particular, a una determinada corriente sobre la
sustentabilidad. Sin embargo, era indispensable ir más allá de esta última en
el texto; en cambio, se muestra sumamente complaciente con el discurso
institucional que es necesario superar.
Se puede agregar
que, por la magnitud de la obra, era fácil caer en algunas repeticiones como se
constata mediante el empleo de los conceptos mencionados. Sin embargo, ello se
puede evitar cuando se trata de que el trabajo teórico se pueda traducir en
prácticas políticas y de gestión local, comunal y regional de los recursos
naturales.
2. La racionalidad
ambiental y la reapropiación social de la naturaleza
El libro (cap.,
“Teoría del valor y fuerzas productivas de la naturaleza”) comienza enfocando
sus baterías contra la ley del valor en el capitalismo (en la interpretación
marxista) y el rechazo de la teoría objetiva del valor (sin cuestionar en
cambio la teoría subjetiva), pero planteando el debate en otros términos (el
valor cualitativo). Sin embargo, ello se abandona inmediatamente y se llega de
esa manera a un análisis teórico en el que no se encuentra una estructura de lo
real subyacente en el mismo; esto es, la necesidad de mostrar cómo las
actividades humanas se engarzan con las de la naturaleza.
Por eso, cuando
entra después a la discusión sobre la economía ecológica (cap. 4), ésta no se
encuentra entrelazada con una teoría del valor en general y tampoco del
valor-trabajo en particular; en consecuencia, los problemas epistemológicos
quedan sueltos, alcanzando cierto nivel de coherencia sólo mediante la
aplicación de varias fórmulas retóricas (aunque en el buen sentido) a lo largo
del libro.
En principio, Leff considera que la influencia de la ley del valor y de
la teoría aludida ya es inoperante por una causa tecnológica, por ello afirma
que: “Desde el momento en que la acumulación de capital induce la producción y
la aplicación tecnológica de la ciencia como un requisito para la reproducción
del capital, se vuelve imposible el cálculo del valor que contiene el capital
incorporado a una nueva técnica, y en consecuencia la cantidad de valor que
transmite la mercancía que produce” (p. 27). Pero desde luego una cosa es el cálculo
del valor (tarea que
se caracterizó en las economías centralmente planificadas) y otra son las leyes
de su funcionamiento, en tanto constituye una relación social (de producción).
“Al desaparecer la ley del valor como principio cuantitativo determinante de
las transformaciones sociales, las prácticas políticas dejan de ser el efecto
de un mecanismo automático” (p. 34).
La negativa a
aceptar la teoría del valor-trabajo, le condujo a algunas dificultades
teórico-metodológicas, como la de proponer una teoría del valor cualitativo
(que luego desdeña), la cual es, sin embargo, inherente al análisis de Marx, ya
que la materialización del trabajo social es la sustancia del valor, y ésta corresponde al
concepto de cualidad (Hegel).
La parte
cuantitativa del valor está dada por su magnitud, esto es, por el trabajo
socialmente necesario
para la producción de un valor-mercancía; no obstante, la determinación de la
magnitud del valor ha sufrido cambios de contenido y de forma con la expansión
de la red de corporaciones trasnacionales que controlan mercados y territorios,
y fijan precios y rentas de monopolio.
Pese a la
negación del valor-trabajo (y su conversión de signo en simulacro siguiendo a Baudrillard), se plantea que la racionalidad ambiental
supone una estrategia basada en “la valorización cultural económica y tecnológica de
los bienes y servicios ambientales de la naturaleza” (p. 43). Lo cual provoca
ruido, pues lo que falta en la explicación, es precisamente una teoría del
valor en general (y dentro de ella, la relación entre una teoría objetiva y una
subjetiva a partir del pluralismo metodológico). Y eliminar, sea en forma
teórica o práctica la importancia del trabajo, aun a partir de las leyes de la
termodinámica, resulta una tarea inútil aunque política
(y económicamente) correcta,
ya que necesariamente son compatibles entre sí.
En el capítulo 2
(“La complejidad ambiental y el fin del naturalismo dialéctico”), retomando la
crítica a la teoría de sistemas (a la cual se había adscrito el llamado ecodesarrollo), se rechaza la idea de un naturalismo
dialéctico propuesta por Murray Bookchin, a partir de
un monismo cognitivo característico de su obra, en la que “La naturaleza
segunda aparece así como un epifenómeno de la exclusión natural de la
naturaleza” (p. 51).
Con ello afirma
correctamente que “el naturalismo dialéctico como principio organizativo de la
realidad y las ideas se ha desplazado hacia la teoría constructivista y
hermenéutica, donde el concepto mismo de naturaleza aparece como una
construcción social, mediada por significaciones culturales” (p. 81).
En el capítulo 3
(“El retorno del orden simbólico: la capitalización de la naturaleza y las
estrategias fatales del desarrollo sostenible”), pareciera complaciente con
Jean Baudrillard, de quien había destacado “el
desplazamiento de la economía política del signo –fundada en un sistema de
representaciones– hacia el campo de la simulación –regida por la ley del
código–” (p. 39).
Así, en este
capítulo afirma que “el juego de los opuestos se abre en la posmodernidad hacia
un pensamiento de la diferencia, atrapado por el simulacro del orden simbólico”
(p. 90); lo cual conduce a una construcción del mundo que “ha derivado en una
imposibilidad de aprehender lo real, ha engendrado una hiperrealidad
que está fuera de toda ontología y de toda epistemología […] en la era del
código el conocimiento se aparta cada vez más de su referente fáctico, para
construir realidades virtuales y mundos de vida flotantes” (p. 89).
Y ello, ¿qué
tiene que ver con la crisis ambiental? Lo tiene por el hecho de que “los
procesos ecológicos y simbólicos son reconvertidos en capital, natural humano y
cultural” (p. 105).
Por tanto:
el discurso de
la globalización aparece así como una mirada glotona más que con una visión
holística; en lugar de aglutinar y dar integridad a la naturaleza y la cultura,
las fragmenta como partes constitutivas del desarrollo sostenible. […] Esta
operación simbólica somete a todos los órdenes del ser los dictados de una
razón global y universal […] Las estrategias fatales del discurso del
“desarrollo sostenible”, resultan de su pecado capital: su gula infinita e
insaciable (p. 109).
Nuestro autor
también considera que es en el terreno de la ecología política, en la que los
antagonismos de las luchas sociales se definen en términos de identidad,
territorialidad y sustentabilidad (p. 115) donde plantea, sobre la base del
principio de productividad neguentrópica, construir una racionalidad ambiental
y deconstruir la racionalidad económica (pero aun la
misma racionalidad ambiental de Leff implicaría
también otra racionalidad económica). Y además hay que preguntarse si, en esa
racionalidad ambiental, desaparecería la racionalidad capitalista o bien se
trataría efectivamente de otra, ¿no se entra aquí en el terreno de la economía
ecológica crítica?, y también: ¿qué pasa cuando la economía se queda, según
esto, sin ley del valor? (p. 134).
Lo anterior se
revisa en el capítulo cuarto (“La ley límite de la naturaleza: entropía,
productividad neguentrópica y desarrollo
sustentable”), en el que considera la entropía como una ley
límite, que es la más
económica de todas las leyes naturales, y que “es la base de la economía de la
vida en todos los niveles”, siguiendo a Georgescu-Roegen
(1975: 137).
Se agrega que la
entropía es un factor adicional que cuestiona la validez de la teoría del valor
fundada en el trabajo y el cambio tecnológico. Aunque la entropía se expresa
básicamente en la economía mediante el proceso de desvaloración (destrucción
del valor).
Además, se
insiste mucho en la importancia de la productividad de la naturaleza (p. 148).
Pero la que ha faltado, más bien, es la productividad natural del trabajo (por
ejemplo, los trabajos de conservación ecológica).
Se puede señalar
que en la convergencia de órdenes ontológicos diversos (como se reconoce en el
texto), la relación entre natura y técnica está mediada precisamente por el
trabajo.
También hay que
reconocer que se hace una propuesta acertada en el sentido de llegar a una
economía que esté basada “entre el balance de la productividad neguentrópica de biomasa y la producción entrópica de los
procesos de transformación tecnológica y al metabolismo de los seres vivos” (p.
155).
Y ello es lo
opuesto a la economía actual en la que se transforman recursos de baja
entropía, en desechos de alta entropía y, en consecuencia, “la crisis ambiental
ha sido el gran aguafiestas en la celebración del triunfo del desarrollismo,
expresando una de las fallas más profundas del modelo civilizatorio de la
modernidad. La economía, la ciencia de la producción y la distribución, mostró
su rostro oculto en el disfraz de su racionalidad contranatura”
(p. 181).
El capítulo
quinto (“La construcción de la racionalidad ambiental”) es central porque se
trata del eje conceptual del libro, incluyendo en dicha racionalidad los
siguientes factores:
La construcción
de un nuevo paradigma productivo fundado en principios y bases de racionalidad
ambiental, implica una estrategia de deconstrucción de la racionalidad
económica a través de actores sociales capaces de movilizar procesos políticos
que conduzcan hacia las transformaciones productivas y del saber para alcanzar
los propósitos de la sustentabilidad, más que a través de normas que puedan
imponerse al capital y los consumidores para reformar la economía” (p. 191).
Aunque ello es
insuficiente sin modificación en el comportamiento de la economía real.
Luego se afirma
que la racionalidad ambiental no es la expresión de una lógica o de unas leyes
resultado de un conjunto de normas, significaciones, intereses, valores y
acciones que no se dan fuera de las leyes de la naturaleza, pero que la
sociedad no se limita a imitar (p. 211).
Y siguiendo a
Weber incluye la articulación de cuatro niveles de racionalidad (p. 215): 1) racionalidad sustantiva (establece un
sistema de valores); 2) racionalidad teórica (construye su
conceptos); 3)
racionalidad técnica (produce vínculos funcionales y operacionales entre
objetivos sociales y las bases materiales del desarrollo sustentable); y 4) racionalidad cultural (sistemas de
significación).
Asimismo afirma
que la racionalidad ambiental rompe con el principio de la supremacía del
principio de la racionalidad instrumental, porque debiera incluir una
dialéctica que no se deduce de una ontología de lo real, sino que surge de una
dialógica guiada por la otredad (p. 211). El autor adopta, pues, un elemento de
multirracionalidad y policentrismo,
aspectos que fue necesario explorar.
Por su parte, la
importancia de la racionalidad cultural queda de manifiesto cuando en el
capitulo 6, sobre “La ecología política y el saber ambiental” (y en él, la
discusión sobre la sociología del conocimiento), entiende a aquélla como la
política de la reapropiación de la naturaleza, no sólo a partir de las luchas
ocurridas por la distribución de los bienes materiales, sino sobre todo por los
valores de significación” (p. 269).
Antes había
afirmado que las nuevas identidades se constituyen en el campo de una política
de la diferencia, además de que “la crisis ambiental es una crisis del concepto
de naturaleza (como explotación y exclusión)” (p. 259).
Y lo anterior
hay que entenderlo “frente a una hibridación de órdenes ontológicos
considerados hasta hace poco como entidades autónomas y separadas (el orden
físico, biológico, cultural, simbólico, tecnológico” (p. 272). Y además, en el
plano de “la disolución del poder de una minoría privilegiada para sojuzgar a
la mayoría excluida se convierte en una tarea primitiva y en donde la
naturaleza y la cultura se resisten a tal sometimiento” (p. 197).
Aparece entonces
un hueco ante la falta de explicación mayor sobre la reapropiación social de la
naturaleza, sobre todo frente a los procesos de privatización a ultranza,
porque no se estudia ésta como una evolución de las distintas formas de
propiedad; aquí se tuvo que actualizar la idea del cambio sistémico y sus
posibles orientaciones.
En el capítulo 7
(“Racionalidad ambiental, otredad y diálogo de saberes”) se destacan los
aportes de Habermas en relación con el tema de la
racionalidad a partir de la teoría de la acción comunicativa: “Habermas deja atrás el paradigma del conocimiento de lo
real fundado en lo imaginario de la representación para acercarse a un
entendimiento del mundo, fundado en una racionalidad comunicativa” (p. 306).
De esa forma, el
saber ambiental se define como el campo de la externalidad (el Otro) del
conocimiento científico; y el diálogo de saberes como la relación de otredad
que abre la historia hacia un futuro sustentable (p. 324). Y tiene toda la
razón, ya que la crisis ambiental tiene en su origen una causa humana, derivada
de la incomunicación humana. Así pues: “El diálogo de saberes como tensión y
solidaridad entre seres culturales que dialogan desde sus diferencias no
siempre integrables, ni ‘traducibles’, se plantea como condición de la democracia
en el campo de la sustentabilidad” (336).
El capítulo 8
(“Cultura, naturaleza y sustentabilidad: pulsión al gasto y entropía social”)
se puede resumir diciendo que “la racionalidad de la sustentabilidad abre la
posibilidad de construir un nuevo paradigma productivo, fundado en los
potenciales de la naturaleza y en la recuperación y el enriquecimiento del
conocimiento que a lo largo de la historia han desarrollado diferentes culturas
sobre el uso sustentable de los recursos naturales” (p. 355).
Pero se equivoca
cuando señala que “los principios de la racionalidad ambiental definen así un
concepto de productividad sustentable que trasciende la oposición entre
conservación y crecimiento” (p. 377). Se equivoca porque la sustentabilidad
puede absorber las condiciones ecológicas, pero aun así seguirá estando
presente esta contraposición porque el crecimiento y conservación pueden ser
compatibles o bien incompatibles; son dos situaciones diferentes.
En cuanto a la
reapropiación de la naturaleza, ésta se define como “una resignificación
de la naturaleza en los senderos de la vida que abre la existencia” (p. 394),
lo que resulta muy vago.
Luego
caracteriza los movimientos ambientalistas por los siguientes objetivos (pp.
400-401):
1) Una mayor participación en los asuntos
políticos y económicos y en la gestión de los recursos naturales.
2) Su inserción en los procesos de
democratización del poder político y la descentralización económica.
3) La defensa de sus territorios, sus
recursos y su ambiente, más allá de las formas tradicionales de lucha por la
tierra, el empleo y del salario.
4) La construcción de nuevos modos de
producción, estilos de vida y patrones de consumo apartados de los modelos
capitalistas y urbanos globales, transnacionales y extranjeros.
5) La búsqueda de nuevas formas de
organización política, diferentes de los sistemas corporativos e
institucionales de poder.
6) La organización en torno a valores
cualitativos (calidad de vida), más allá de los beneficios derivados de la
oferta del mercado y del Estado benefactor.
7) La crítica de la racionalidad
económica fundada en la lógica del mercado, la maximización de la ganancia y la
eficiencia tecnológica, y a los aparatos de control económico y coerción
política e ideológica del Estado.
En el capítulo 9
(“El movimiento ambiental por la reapropiación social de la naturaleza”) ante
todo refleja la pluralidad: “A diferencia de la apropiación de los medios de
producción, guiada por las fuerzas naturales desencadenadas y constreñidas por
la tecnología, las acciones sociales orientadas por la racionalidad ambiental
plantean la apropiación de la naturaleza dentro de una diversidad de estilos de
desarrollo sustentable” (p. 433).
Y luego se
deslinda de la revolución:
Si en algo se
distingue el ambientalismo [¿a cuáles se refiere?, gtc] del marxismo ortodoxo es que no busca tan sólo un
cambio [¿y en qué dirección?, gtc]
en las formas de propiedad de los medios de producción […] se trata de una
lucha por la reconstrucción del proceso productivo, en la cual se mezclan la
lucha por el territorio, por las tradiciones e identidades culturales, por los
saberes productivos y con los principios de nuevas ciencias y tecnologías
(agroecología, economía ecológica, biotecnología) para construir un nuevo
paradigma de productividad que articula los procesos ecológicos, tecnológicos y
culturales internalizando sus saberes en las prácticas productivas de las
comunidades” (p. 439).
Aunque aquí Leff parece no abandonar la racionalidad económica que
tanto cuestiona, insistiendo en que la centralidad de la racionalidad ambiental
es el paradigma de la productividad; pero además, hay que considerar a la
sociedad como un todo y no sólo a las comunidades rurales: “De allí que el
concepto de desarrollo sustentable cobre su sentido más amplio en los procesos
de producción rural” (p. 421); pero entonces el desarrollo sustentable tendría,
en efecto, un alcance muy limitado.
Y finaliza:
Las identidades
del seringueriro, del afrocolombiano, o del indígena
zapatista desconstruyen los soportes teóricos,
jurídicos, económicos y políticos que sostienen la territorialidad con la que
se debaten y confrontan los hombres y mujeres para construir su singular forma
de ser: su autonomía. La ecología política de esos movimientos está
fertilizando territorios donde se plantan las identidades […] de todas las
etnias de este continente y del mundo entero que hoy en día despliegan sus
luchas por la reapropiación de la naturaleza y la reexistencia
de su cultura (p. 456).
3. Aspectos críticos
En realidad, las
principales aportaciones de esta investigación teórica (menos práctica) se
centran alrededor de la categoría que le da título a la obra, la cual pretende
rescatar el concepto de racionalidad sustantiva weberiana
asociándola ahora a su propuesta de una racionalidad ambiental. Y no obstante
que en la complejidad que implica la dimensión ambiental, no todo es racional (aunque el texto de marras trata de
subsumir otras dimensiones bajo este concepto), no obstante se continúa con el
pensamiento racionalista del Norte, y poco está presente la mentalidad y
desarrollo teórico del Sur (aunque desde luego Enrique Leff
es un destacado representante del Sur; de un ambientalismo basado en las
autonomías, y éstas incluyen el pensamiento local).
Mientras que la
principal debilidad del texto radica en una suerte de monotonía alrededor de la
categoría central que aparece así como una caja de Pandora, de la cual Leff, como un moderno alquimista, extrae (y seduce con)
múltiples teorías a discutir en torno a la crisis ambiental, que van brotando
alrededor de la centralidad del concepto de racionalidad ambiental, plasmando
una estructura argumental que representa un auténtico laberinto, ya que impide
apartarse del único camino que ofrece esta denominada nueva racionalidad.
El método empleado
no parece del todo convincente, ya que se sigue un orden de exposición cuyos
temas son variados y sólo se entrelazan mediante la reiteración del postulado
principal señalado. Tal circunstancia lo aleja de la dialéctica de lo concreto;
esto es, porque en la construcción de su objeto de investigación, mediante la
confrontación (o mejor dicho, conversación) con diversos autores, no resulta
adecuado el hilo conductor subyacente, ya que se comienza con una crítica de la
teoría del valor-trabajo, pero después el referente es la hermenéutica, o la
crítica a la economía ecológica (en algunas variantes), y luego se van
repasando una diversidad de temas, aunque ciertamente todos vinculados con la
problemática ambiental, directa o indirectamente.
El ensamblaje de
textos, por lo demás muy bien escritos, es valioso de por sí, y en efecto le
quita cierto mérito a esta gran aventura intelectual, pues es como si fuese una
moderna Odisea, aunque sin retorno a casa. Quizás ese hueco lo puedan llenar
obras posteriores.
Se hace gala de
erudición y alta cultura pero, en términos epistémicos y metodológicos, el
discurso gira alrededor del concepto central, lo que impidió exponer con más
claridad las principales conexiones entre todos los temas tratados.
Sin duda bordar
sobre el mismo concepto (la racionalidad ambiental) enriquece el debate, dada
la intención de construir y definir la complejidad ambiental, el ambiente
mismo, como un proceso continuo y abarcador; tarea realizada parcialmente en
otros textos1 de manera certera, pues en ellos se ha alertado sobre
las definiciones mecanicistas, sin ignorar los diálogos entre las esferas
particulares del conocimiento y de la realidad social
Por otro lado,
ante la abrumadora cantidad de citas y referencias bibliográficas (que pueden
disfrutarse aparte), el autor se desvía un tanto del orden lógico y
metodológico del texto (así como histórico), lo que no permite entender
adecuadamente las propuestas intelectuales sobre la dimensión de la
racionalidad ambiental, a la cual se le asignan las siguientes características:
Es una teoría
que orienta una praxis a partir de los principios que han ordenado y legitimado
la racionalidad técnica e instrumental de la modernidad. Es una racionalidad
–en sentido weberiano– que articula una racionalidad
técnica e instrumental con una racionalidad sustantiva; es una racionalidad que
integra el pensamiento, los valores, la acción abiertas a la diferencia, la
diversidad y pluralidad de racionalidades es una razón deconstructora
de la racionalidad de la modernidad (p. 339).
Y lo anterior
tiene un enorme poder de seducción en torno a la reflexión sobre la
trascendencia del ambiente en la vida de la sociedad y sus integrantes y el
territorio en que interactúan.
Sin embargo, el
autor no se percata de que, en el fondo, no hay una sola racionalidad
ambiental, sino al menos dos, que son: la depredadora y la alterna. En el texto
ambas se cruzan de forma continua, pero sólo se nombra la racionalidad
ambiental en
genérico, lo que limita enormemente el análisis, pues era necesario saber
cuáles son los componentes (la diferencia específica) que oponen una
racionalidad alterna a la racionalidad capitalista; siendo ambas, finalmente,
racionalidades ambientales (en una, el ambiente aparece como atributo del
capital; y en la otra, a la inversa), porque si bien las dos dan cuenta del
ambiente, lo hacen de manera diferente: en tanto una relación en la que el ser
humano se sirve de la naturaleza; o bien como en la que el ser humano también
sirve a los ecosistemas. De esa forma, el ambiente es un resultado de estas dos
fuerzas (humano-naturales) que fluyen en sentidos opuestos pero incorporando
diferentes niveles de entrecruzamiento y de equilibrio, de homeostasis ecosocial. Además de que la racionalidad capitalista es
tanto instrumental como sustantiva, teórica, etcétera.
La necesidad de
producir sus propios conceptos, en ocasiones también llevó al autor a
ensimismarse en ello, no ofreciendo la otra crítica, la que también era
necesaria para emprender la deconstrucción de la propia racionalidad
ambiental, y el
discurso de la sustentabilidad (que son los ejes de la obra), dándoles vuelta y
sin aterrizar en conceptos más operativos, más prácticos, y a la vez con una
mayor profundidad y organicidad cognitiva y analítica, así como de alcance en
el logro de la movilización ciudadana.
Pero, por otro
lado, la continua indagación alrededor del discurso de la reapropiación social
de la naturaleza en ocasiones lo conduce a mantenerse en el esquema del dominio
humano de esta última. En consecuencia, se afirma la negación
de la naturaleza (en
ésta y obras anteriores2) por el capital, lo que no es exacto pues
se trata más bien de un sometimiento (lo que implica una afirmación de la
naturaleza en tanto constituye una fuerza productiva del capital).
Y es que, en
realidad, resulta más correcto hablar de la reapropiación social de la vida (y no sólo de la naturaleza), puesto
que sin la reapropiación social en los ámbitos económico y cultural, no será
posible la reapropiación social de la naturaleza. Y si bien ésta es una condición de
aquélla y actúan de manera conjunta, el autor plantea (p. 439) la necesidad de
nuevos modos de producción (pero sin hablar de detener el modo depredador) para
alcanzar la racionalidad ambiental; sin embargo, casi siempre se sugiere que no
es indispensable, aunque sí posible, dicho cambio sistémico. Por ello, en vez
de la reapropiación social de la economía y la sociedad, los cambios
proclamados en el texto se limitan más bien a cambios en la relación con la
naturaleza (y en la práctica el territorio).
Se puede afirmar
que no se logró rebasar el discurso convencional de la sustentabilidad y del
ambiente; se cae así en la trampa de una sustentabilidad en cierta medida apolítica.
Pero como todo
encanto, éste deriva en desencanto. Así, brillantes exposiciones donde se
critican o apologizan ciertos aspectos fundamentales para la interpretación de
la complejidad ambiental, son tan interesantes que pueden leerse por separado;
sin embargo, también se pueden mencionar algunos equívocos y ausencias.
Así, sobrevalora
sus propuestas y no deja espacio para la autocrítica. Y es que la
sustentabilidad es un discurso que, al no romper con las incompatibilidades en
las que está inserto, él mismo se vuelve incompatible con la necesidad de construir
un mundo alterno, o, como lo entiende Leff, en la
ruta de la construcción de una racionalidad ambiental. Asimismo, queda
encajonado en el paradigma de la posmodernidad, aunque era mejor ubicarse al
amparo de una sociedad alterna.
Frente a la
edificación de una racionalidad ambiental, se presentan numerosos obstáculos
tanto teóricos como prácticos. Entre los segundos se puede señalar el tratar de
confrontar la orientación ideológica de las propuestas alternativas con los
principios de la sustentabilidad, lo cual resultó satisfactorio; en cambio,
respecto a los primeros, el abordar el nuevo paradigma desde la racionalidad
tuvo sus ventajas, que han sido un tema discutido, pero también insuficiencias.
Entonces, aunque
la principal dificultad consistió en encerrar la propuesta alterna alrededor de
la racionalidad, se hace a un lado otros aspectos que son de enorme
trascendencia y que conforman la inteligencia humano-social, exagerando así
sobre la importancia de la categoría de racionalidad (que se fundamenta en
Weber) y de la racionalidad misma.
Pese a todo lo
dicho, el aporte principal del libro de marras se encuentra en el terreno de la
economía, la sociedad y el territorio cuando el autor plantea el principio de
producción neguentrópica caracterizado como un
balance entre la energía y la materia disipada, y la generación de biomasa (p.
155), lo que supone aspectos de índole económica, social y territorial.
Se confrontó la
racionalidad instrumental y sustantiva, entre otras, pero se dejó de lado la
discusión más allá de la racionalización, independientemente de sus
manifestaciones. Por ejemplo, no obstante que se destaca la trascendencia de la
racionalidad comunicativa de Habermas, hay que
reconocer que se trata de una veta que simplemente se anuncia, mas no se
explora suficientemente.
Conclusión
La propuesta de
la racionalidad ambiental (y de la reapropiación social de la naturaleza) es
amplia –y en ocasiones ambigua–, y pese a que las limitaciones alrededor de
ella pueden pasar a un segundo plano, de todas maneras queda en el aire la duda
de saber si el autor se vuelve o no portavoz del discurso institucional de la
sustentabilidad, con sus virtudes y fracasos. Y derivado de la anterior,
podemos preguntarnos también si la racionalidad ambiental es por naturaleza
anticapitalista, o ¿puede en cambio envolver (y revolver) los principios
civilizatorios de esta sociedad?; y si ello se debe a que precisamente no
cuestiona las creencias que tiene la sociedad moderna sobre la sustentabilidad.
La dificultad de
construir una racionalidad ambiental que supere el economismo y el ecologismo,
pero sin cambiar el modo de producción, representa un sueño imposible, aunque
el enorme esfuerzo por construir una racionalidad de la sustentabilidad dio
buenos resultados. Sin embargo, las críticas al desarrollo sustentable están
ausentes, pero sin la deconstrucción del discurso de la sustentabilidad (que
tiene un fundamento economicista en las dos variantes ya analizadas) realmente
no se puede realizar el objetivo principal, que es la reapropiación social de
la naturaleza (o como se destaca en esta nota crítica, la reapropiación social
–e individual– de la vida).
De por sí, la
construcción de una racionalidad ambiental es una tarea (colectiva) gigantesca.
De esta forma, el libro se puede considerar un importante avance en la lucha
por revertir la crisis ambiental y sus secuelas (apoyado en la arquitectura
semiótica (y hermenéutica) desplegada a lo largo de sus capítulos), que junto
con otros esfuerzos, coadyuvará sin duda a darle un carácter vital a lucha por
la transformación de la crisis ambiental en el sentido que sugiere la
racionalidad ambiental. Para alcanzar ésta, no obstante, no fue suficiente el
enfoque empleado en el libro reseñado, por lo cual es necesario dar los pasos indispensables
para conjuntar esfuerzos en dirección a un mayor avance de la teoría socioambiental crítica y de esa manera contribuir a detener
la depredación planetaria.
Se puede hacer
una última pregunta: ¿y el desencanto de la posmodernidad? Ello nos lleva a
pensar lo no pensado
en el marco de una sociedad alterna y frente a la insuficiencia de los procesos
de racionalización; de la racionalidad en cuanto tal. Así, es necesario
incluir, en la perspectiva de la transición ambiental, otros aspectos como la sentimentalidad,
las inteligencias moral, espiritual y sociocomunitaria,
y que no pueden todos reducirse a la racionalidad (aun la sustantiva), tanto
económica, ni como ahora se propone, ambiental.
De todas formas,
el libro es sumamente útil para un lector interesado en repensar la crisis
ambiental global, y así poder entender mejor tanto las condiciones como las
posibilidades para la reconstrucción de la relación entre la sociedad y el
ambiente.
Bibliografía
Del Amo, Silvia
y José María Ramos (1996), Desarrollo sostenible, Pronatura,
México.
Georgescu-Roegen, Nicholas (1975), “Energía y mitos
económicos”, El Trimestre Económico, 168, Fondo de Cultura Económica,
México, pp. 779-860.
Segura, Olman y Joy Bartholomew
(1992), Desarrollo sostenible y políticas económicas en
América Latina, dei, San José.
Torres-Carral,
Guillermo (1999), Sustentabilidad y compatibilidad, uach, México.
Recibida: 16 de agosto de 2008.
Aceptada: 16 de febrero de 2009.
Guillermo Torres-Carral
Universidad Autónoma Chapingo
Correo-e: gatocarr@hotmail.com
Guillermo Torres Carral. Es doctor en ciencias agrícolas por la
Universidad Agrícola de Varsovia, Polonia (1987). Hizo la maestría en economía
agrícola y política agraria en la misma universidad (1984). Asimismo, es
egresado de la Facultad de Economía de la unam (1977). Se desempeña como
profesor-investigador de tiempo completo en el Departamento de Sociología Rural
de la Universidad Autónoma Chapingo (en los programas
educativos del doctorado en ciencias agrarias, de la maestría y en la
licenciatura en sociología rural, y del doctorado en educación agrícola
superior). Desde 1992 pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (sni). Sus
líneas de investigación son: economía ecológica, alternativas del minifundio
mexicano, nueva ruralidad y desarrollo sustentable en México. Entre sus
publicaciones se encuentran los siguientes libros: Introducción
a la economía política ecológica,
Plaza y Valdés-uach,
México (2001); Civilización, ruralidad y
ambiente, Plaza y
Valdés-uach, México (2003); en coautoría, Agricultura
ecológica y reconstrucción social,
uach,
México (2004); Poscivilización:
guerra y ruralidad, Plaza
y Valdés-uach,
México (2006); El desarrollo sustentable en
México, Plaza y
Valdés-uach,
México (2009). Y los siguientes artículos: “El campo mexicano: los caminos del
desarrollo rural sustentable”, Revista Agro Nuevo, año 2, 15, sra, México, pp. 139-171 (2006);
“El pago de los servicios ambientales y las comunidades indígenas”, ra ximhai, año 2, 1, México, pp. 187-208 (2006);
“La Ley de Desarrollo Rural Sustentable y el campo mexicano”, Revista
de Geografía Agrícola,
40, uach,
México, pp. 55-72 (2008).