Viviendo en la
escasez: el territorio como objeto de transacción para la sobrevivencia
Living with scarcity: the territory as a transaction
object for survival
María Fernanda
Paz-Salinas*
Abstract
In this
paper we show why under poverty conditions it is not possible to generate or
direct a sustainable management of resources and territories. On the contrary,
with the lack of strong local institutions and without a State to guarantee the
satisfaction of elementary needs, together with the presence of cultural
identities and the sense of belonging and territoriality of the population we
witness conditions that lead to the deterioration of communal resources and
thus greater poverty.
Keywords: scarcity, territory, territorial belonging,
indigenous community.
Resumen
El objetivo de
este trabajo es mostrar cómo bajo condiciones de pobreza yante la ausencia
tanto de instituciones locales fuertes y de un Estado que garantice la
satisfacción de las necesidades elementales de la población, la presencia de
identidades culturales y el sentido de pertenencia y territorialidad de los
habitantes, sustentados en valores compartidos, prácticas e instituciones
normativas, no son condiciones suficientes para generar o encauzar procesos
sustentables de manejo de recursos y territorios y sí, por el contrario, es
posible que ante la vulnerabilidad generada por la escasez, se presenten
condiciones que lleven al deterioro de los recursos comunitarios y, por tanto,
a una mayor pobreza.
Palabras clave:
escasez, territorio, pertenencia territorial, comunidad indígena.
*
Universidad Nacional Autónoma de México, México. Correo-e: pazs@servidor.
unam.mx.
Introducción
En México, como
en muchos otros países latinoamericanos, en las últimas décadas hemos sido
testigos de interesantes movimientos sociales en defensa de recursos y
territorios, que se articulan en torno a fuertes sentidos de pertenencia e
identidad y reclaman el respeto y reconocimiento de derechos ancestrales de
posesión (Escobar, 1999a, 1999b; Paz, 2005; Rosas, 1997). Las experiencias nos
relatan cómo, ante amenazas externas, las poblaciones locales construyen
alianzas hacia adentro y hacia afuera para distinguirse y fortalecerse;
rediseñan sus marcos institucionales y formulan, desde sus propios parámetros
culturales, estrategias innovadoras, tanto técnicas como políticas, para
proteger los intereses colectivos locales frente a la voracidad de intereses
privados que normalmente están guiados bajo una lógica de mercado.
La mayoría de
estos ejemplos refieren a regiones cuyos recursos y/o ubicación son tan
valorados por sus poseedores directos, como codiciados por agentes externos; es
decir, son recursos y territorios significados de diferente manera,
convirtiéndose así en bienes patrimoniales para unos y mercancías para otros.
La defensa de estos patrimonios ha llevado a las comunidades que así los
conciben, a marcar de manera contundente sus límites hacia el exterior,
construyendo de este modo una nueva territorialidad definida no sólo por sus
fronteras físicas, sino también simbólicas; y paralelamente, ha generado
propuestas de gobierno local y formas de organización societaria vinculadas al
manejo de sus bienes colectivos y a proyectos sociopolíticos de largo plazo
(Seoane, 2005; Leff, 2005).
Pero, ¿qué
sucede en casos dónde priva una situación de escasez? ¿Cuándo no se trata de
territorios codiciados por su alta biodiversidad o ubicación? En este trabajo
nos interesa mostrar cómo en situaciones de extrema pobreza económica y de
recursos naturales, así como de debilidad política, algunas comunidades
indígenas con un fuerte sentido de identidad étnica y pertenencia territorial
se ven obligadas a usar su territorio, su patrimonio, como objeto de
transacción con otras comunidades vecinas para satisfacer ciertas necesidades
básicas y también para garantizar la continuidad de su instancia de gobierno de
los recursos comunes; gran paradoja esto último ya que el territorio transado
se somete a una situación de acceso abierto, lo que por un lado hace obsoleto
el gobierno de los bienes comunes y, por el otro, coloca a éstos en una
situación de amplia vulnerabilidad y deterioro.
El objetivo de
nuestro trabajo es mostrar cómo bajo condiciones de escasez y ante la ausencia
tanto de instituciones locales fuertes, como de un Estado que garantice la
satisfacción de las necesidades elementales de la población (como el abasto de
agua potable), la presencia de identidades culturales y el sentido de
pertenencia y territorialidad de los habitantes, no son condiciones suficientes
para generar o encauzar procesos sustentables de manejo de recursos y
territorios y sí, por el contrario, es posible que, ante la vulnerabilidad, se
presenten condiciones que lleven al deterioro de los recursos comunitarios y,
por tanto, a una mayor pobreza.
Dividimos
nuestra exposición en tres apartados. En el primero presentamos la experiencia
de la comunidad indígena de Cuentepec, Morelos, la cual, a partir de una serie
de convenios y acuerdos intercomunitarios, expone su territorio a procesos de
degradación, al tiempo que pierde autonomía sobre el mismo. En la segunda parte
de nuestro trabajo mostramos que en la zona de estudio la identidad cultural y
el sentido de pertenencia territorial sustentados en valores compartidos,
prácticas e instituciones normativas, no deriva necesariamente en acciones de
manejo sustentable o procesos de defensa del territorio; en esta sección
llamamos la atención sobre el concepto de escasez, en un sentido amplio, para
discutir las implicaciones que ésta tiene en la formulación de propuestas
alternativas de manejo de recursos desde el ámbito local. Por último, en el
tercer apartado, hacemos algunas reflexiones sobre ciertos aspectos sociales,
económicos, políticos y culturales que, al conjugarse, colocan a los
territorios y sus habitantes en condiciones de franca vulnerabilidad.
La información
que aquí presentamos para documentar el estudio de caso fue recabada en trabajo
de campo en el pueblo de Cuentepec, Morelos, donde se levantó un censo de
hogares en el año 2004 y se hicieron asimismo entrevistas a profundidad a
autoridades, presentes y pasadas (agrarias, civiles y tradicionales), así como
a algunos habitantes de la comunidad.[1]
También revisamos los expedientes de la comunidad agraria y del ejido de
Cuentepec (1920-2000) en el archivo del Registro Agrario Nacional, en la ciudad
de Cuernavaca, Morelos, para reconstruir los procesos de dotación,
certificación y conflictos en torno a la tenencia de la tierra. Parte de la
información obtenida por estas vías da sustento al presente trabajo.
1. Cuentepec, una
comunidad nahua del centro de México
Cuentepec es una
comunidad indígena nahua de poco más de tres mil habitantes, ubicada en la zona
de selva baja caducifolia al surponiente del estado de Morelos, México, en el
municipio de Temixco. Sus habitantes dicen haber estado en este territorio
desde siempre, desde los antepasados; sólo el sitio del poblado cambió, según
cuentan, cuando San Sebastián decidió mudarse del otro lado del río Tembembe y
los antiguos se trasladaron siguiendo los designios del santo patrón.
Poco sabemos de
su historia en la época prehispánica y del periodo colonial nos llegan, a
través de documentos de archivo, sólo algunas noticias sobre litigios de
tierras entre los habitantes de San Sebastián Cuentepec y hacendados españoles,
ocurridos a todo lo largo del siglo xviii
(Díez, 1933: 279, 324).
El siglo xix no parece haberles beneficiado mucho
en su relación con los hacendados, pues a principios del xx, una vez concluido el proceso
revolucionario y al inicio de la nueva reforma agraria que surgió de aquél, los
habitantes de Cuentepec solicitaron la restitución de tierras que les habían
sido despojadas por alguna hacienda, posiblemente la de Temixco. No obstante,
dado que no pudieron comprobar dicho despojo, las autoridades
agrarias federales desecharon la solicitud de restitución pero les otorgaron, a
cambio, una de dotación. Así el 20 de septiembre de 1923, José Parres,
gobernador provisional del estado de Morelos, resuelve dotar a este poblado de
una superficie de 3,552 ha de ejido provisional.[2] La
resolución presidencial de dotación definitiva será firmada por el presidente
Calles el 1 de septiembre de 1927 y ejecutada el 30 de octubre del mismo año,
amparando una superficie de 4,957 hectáreas.[3]
La dotación
ejidal de finales de los años veinte no amparaba, sin embargo, la totalidad del
territorio reconocido por los habitantes de Cuentepec quienes reclamaban el
reconocimiento oficial de 2,279 ha más, de carácter comunal, que según constaba
en escrituras de 1890 en su poder, les pertenecían: “No es de más manifestar a
usted que dichos terrenos siempre los ha reconocido este pueblo como comunales
del mismo pues obran en nuestro poder escrituras de 1890 que acreditan la sana,
pacífica y constante posesión de los mismos, pero queremos que dicha posesión
esté ajustada a las leyes agrarias en vigor”.[4]
El 21 de mayo de
1954 por fin se resuelve la titulación de los bienes comunales de Cuentepec y
se reconoce, a favor de este pueblo, una extensión de 2,279 ha bajo un régimen
de tenencia comunal. La Resolución Presidencial se publica en el Diario
Oficial de la Federación
el 26 de octubre del mismo año y el acta de posesión definitiva les es
entregada a los comuneros.[5]
Hacia finales
del siglo xx y principios del xxi,
tras la última certificación de derechos agrarios, el territorio de Cuentepec
quedó establecido de la siguiente manera: 4,678 ha de superficie ejidal y 2,390
ha comunales, dando una extensión total de 7,068 hectáreas.[6]
Pese a que el
pueblo objeto de nuestro estudio posee un territorio considerable, en lo que se
refiere a la calidad del suelo y a los recursos disponibles la situación es
distinta. La tierra para cultivar es escasa y pobre. De las 7,000 ha sólo 1,552
están parceladas por ser aptas para la agricultura y 2,214 ha son pastizal y
cerril de uso común. El poblado abarca 67 ha y las 3,192 ha restantes
corresponden a lo que está clasificado en los expedientes agrarios como ríos,
arroyos y cuerpos de agua, lo que corresponde a las barrancas y el cauce del
río Tembembe.
Con respecto a
la calidad del suelo, desde la dotación temprana a principios de los años
veinte, los ingenieros encargados de los estudios daban cuenta de su situación
en lo concerniente al ejido. Así, en abril de 1927, el ingeniero Miguel M.
Lizama, de la Comisión Nacional Agraria, le informaba a su superior que:
...las tierras
del ejido son excesivamente pobres por lo pedregosas y delgadas. Las de riego
no merecen tomarse en consideración pues las aguas del río Atengo que son las
únicas de que pueden disponer de manera permanente los vecinos no son
aprovechables por estar el lecho muy encajonado. Apenas si uno que otro pedazo
puede ser y es cultivado con siembras de hortaliza [...] Las únicas tierras
susceptibles de cultivo de temporal, en proporción de un 10% están situadas en
las mesetas de las lomas que separan las barrancas de Atlaco, Coyotomac,
Tenestioca, Tlasimaloya y de La Prensa.
En
tal sentido puede clasificarse la totalidad de las tierras del ejido como
cerril y de pasto.[7]
En 1978, un
comisionado de la Promotoría Agraria No. 5, adscrita a la Promotoría Agraria
No. 1, informa a su jefe que tanto en los terrenos comunales como en los
ejidales, la “calidad de la tierra es pésima, lo que los obliga a salir a
trabajar de peones a otros ejidos.”[8]
Todavía hoy,
comuneros y ejidatarios de Cuentepec (194 los primeros y 421 los otros)[9]
tienen a la agricultura de temporal para autoconsumo como su principal
actividad económica. En parcelas que van de los mil metros (una tarea) a 2.5
ha, siembran maíz, frijol, calabaza, chile y algo de cacahuate; quienes tienen
ganado, también cultivan sorgo para alimentar a sus animales. Pero la siembra
no es suficiente para dar de comer a las familias a lo largo del año, por ello
los cuentepequenses deben complementar su economía con trabajo asalariado fuera
de la localidad en temporada de secas (de principios de enero a finales de
abril), empleándose de manera fundamental en la industria de la construcción[10]
en la ciudad de Cuernavaca o en la cabecera de Temixco.
Y en lo que respecta
al ganado, esa es la gran incógnita. En un territorio de vocación
fundamentalmente ganadera no es ésta la actividad más extendida entre los
campesinos del lugar. No sabemos con exactitud el número de ejidatarios y
comuneros que poseen ganado ni la cantidad de cabezas. En 2004, al momento de
levantar un censo de hogares en la localidad, los informantes trataban de
eludir esa pregunta pues tiene implicaciones en la percepción que sobre ellos
tienen los demás miembros de la comunidad. Criar ganado significa tener dinero
y eso, a su vez, implica que deben asumir localmente cargos cívicos,
ceremoniales o agrarios, lo que siempre resulta oneroso para las economías
domésticas. El cálculo que podemos obtener a partir de nuestro censo es de
aproximadamente 30% de ejidatarios y comuneros con ganado. Con respecto a los
hatos, ningún informante nos dijo tener más de cinco cabezas; sin embargo, hay
quienes mencionan que algunos ejidatarios y/o comuneros tienen entre 20 y 40
vacas y que alguno de ellos llega a tener hasta 600 animales. Sea como fuere,
lo que es una realidad es que las poco más de 2,000 ha de pastos de Cuentepec
no las aprovechan sólo quienes tienen derechos de tenencia sobre ellas. Sobre
esto hablaremos más adelante.
Si bien el
pueblo de Cuentepec se encuentra ubicado en los márgenes del río Tembembe[11]
(también llamado Atengo), y éste atraviesa por su territorio separando los
bienes comunales de los ejidales, ello no significa que su población se haya
beneficiado de la disponibilidad del recurso agua. En lo que al riego se
refiere, de los cerca de 500 campesinos con derechos de tenencia comunal o
ejidal, sólo 60 tienen concesión de agua para riego en pequeñas parcelas de una
tarea
(mil metros) o menos, pues no alcanza para más. Por otro lado, en lo que respecta
a la disponibilidad del recurso para uso doméstico, la situación no es mejor.
Prácticamente a todo lo largo de la historia de este asentamiento, procurarse
el agua significó dedicar tiempo y esfuerzo para descender una cañada de entre
150 y 200 m de profundidad a las orillas del río, en una pendiente muy
pronunciada, y transportar el líquido en la espalda en cántaros atados por la
cabeza o, en el mejor de los casos, cargados en bestias, como se relata en un
informe de la Comisión Nacional Agraria en el año 1927 y nos fue reiterado, de
igual forma, en distintos testimonios durante nuestro trabajo de campo.
No solamente
falta el agua para riego, sino que hasta para los usos domésticos pues los
vecinos para adquirirla tienen que bajar a una profundidad de no menos de 150
metros en zig-zag hasta el río, de donde la suben en cántaros y a lomo de
bestias los que de ellas disponen, invirtiendo en el viaje de hora a hora y
media (R.A.N., 1927, loc. cit.).
Más antes, del
río íbamos a acarrear como a las seis de la mañana, con cántaros y con bule
aquí colgado, con los cántaros atrás. Íbamos al río temprano, como dos veces al
día teníamos que ir a acarrear para tomar y para usar, íbamos las mujeres y los
hombres, todos (Cuentepec, marzo de 2005, entrevista con doña Yolanda).
En el año de
1953, ante la dificultad para abastecerse de agua, el pueblo de Cuentepec firma
un convenio de amistad con sus vecinos de Ahuatenco,
municipio de Ocuilan, Estado de México (con quienes colindan hacia el norte), a
través del cual se establece que éstos proporcionarán agua corrediza de un
sitio llamado Mexicapan, a cambio de poder meter su ganado a pastar en los
terrenos ejidales de Cuentepec.[12]
Con trabajo y
recursos comunitarios, y sin ningún tipo de apoyo oficial, los vecinos de
Cuentepec construyeron un canal a través del cual corría el agua que llegaba a
esta comunidad.
Me acuerdo
tantito cuando entró el agua [...] Dicen que se pusieron de acuerdo y
cooperaron y se pagó a los que trabajaron. Primero se hizo un canalito, no me
acuerdo si tardó un año o en cuánto tiempo se hizo para terminar bien. Primero
era un apantle, un canal, pues [...] El primero, cuando era canal, ese fue
pagado por la comunidad (Cuentepec, junio de 2003, entrevista con ejidatario).
Durante treinta
años Cuentepec obtuvo agua de Mexicapan, aunque ésta no se podía usar para
tomar pues venía muy sucia: “Bien sucia venía, por la tierra de allá, y el agua
venía como chocolate”, nos refieren varios testimonios; así que complementaban
el abasto con el agua del río, pues esa “sí se podía tomar”.
En los años
ochenta, según lo refiere un ex ayudante municipal, Ahuatenco le propone a
Cuentepec un cambio:
¿Por qué no nos
dejan esta agua (la de Mexicapan) a nosotros?, para cultivar, y les vamos a dar
otro manantial, ese es muy limpio, es agua potable para tomar. Si nos deja ésta
les vamos a dar esa (Cuentepec, marzo de 2005, entrevista con un ex ayudante
municipal).
Así, a
principios de los años ochenta se actualiza el convenio con Ahuatenco quien le
otorga a Cuentepec la cantidad de 6 litros por segundo del manantial de la
Amapola, ubicado también en el territorio de Ocuilan, Estado de México, pero en
esta ocasión el agua ya no vendrá a través de un canal abierto sino de tubería.
El gobierno del estado de Morelos cubrió los gastos que implicó la conducción
del agua, pero no hizo ningún pronunciamiento sobre las condiciones del
convenio.
Las
negociaciones entre Cuentepec y Ahuatenco por el agua no han sido sencillas, y
si bien en los años ochenta el gobierno de Morelos contribuyó económicamente
para entubar el agua, lo cierto es que ha predominado la ausencia del Estado en
un asunto que indudablemente le compete en tanto que el agua es de la nación,
según reza el artículo 27 constitucional, y su abasto a la población es, por
tanto, un asunto de interés público. Volveremos sobre este punto más adelante;
baste por ahora mencionar que la comunidad indígena de Cuentepec ha estado sola
en todo este proceso, y sola también ha tenido que enfrentar y resolver
diversos conflictos con sus vecinos, pues la comunidad agraria de Ocuilan, a la
que pertenece el pueblo de Ahuatenco, se siente la dueña de los terrenos de
agostadero, y sus autoridades aprovechan la menor provocación para cortarles el
agua a los cuentepequenses, no obstante el convenio de
amistad que firmaron
con ellos.
En los últimos
veinticinco años, Cuentepec ha negociado con Ocuilan en dos ocasiones la
cantidad de suministro de agua: primero 6 litros por segundo, y en 2003
solicitaron que la cantidad se incrementara a 15 litros por segundo, lo que
todavía no han logrado. Durante este tiempo también han tenido que enfrentar
por lo menos cuatro conflictos fuertes con sus vecinos en sus negociaciones de
agua por pastizal y, en todos los casos, a excepción del último que aún no se
ha resuelto, la balanza no se ha inclinado a su favor. El primero de ellos
ocurrió cuando canalizaron el agua a través de tubería: si bien el gobierno del
estado pagó la obra, no procuró ayuda en la tramitación de permisos con el
ayuntamiento de Ocuilan, y el comité de agua de Cuentepec fue detenido por los
habitantes y la policía montada de aquel municipio, quienes los acusaban de
estar invadiendo su territorio.
Cuando
empezamos abrir la brecha para hacer los trabajos de la línea de conducción en
ese mismo año, en los años 81-82, no recuerdo qué fecha ni qué mes, el
presidente de bienes comunales traía la policía montada de Ocuilan, nos mandó
traer en calidad de detenidos, nada más a nosotros, los del comité [de agua].
Llegamos aquí a casa del señor Ramón Camacho, que era el delegado municipal [de
Ocuilan en Ahuatenco] en aquel tiempo; pues ahí estaban en una reunión con
otros señores de Ahuatenco y ahí nos preguntaron: “¿Pues qué?, ¿qué pasó?, ¿por
qué no sacaron permiso para hacer la brecha?
Y es cierto, es lo que nos hizo falta, no
solicitamos [permiso] para hacer la brecha, para hacer los trabajos.
Entonces, como nos conocemos Ahuatenco y
Cuentepec, ellos mismos nos defendieron, unos pues, no todos; algunos estaban
en contra de nosotros, hasta nos querían pegar. Ya cuando se les empezó a
platicar que dentro de unos días se metía la solicitud pidiendo que sí, para
que nos dejaran trabajar, para hacer la brecha. Entonces el presidente vecinal
dijo que nos esperaba en sus oficinas, que lleváramos el escrito, y ya nos
dejaron, pues (Cuentepec, abril de 2005, testimonio del ex ayudante municipal).
Algunos años más
tarde, en la misma década de los ochenta, durante la administración de Lauro
Ortega, el gobierno del estado de Morelos promovió un programa de cría de
ganado para Cuentepec y para ello cercaron los pastizales de esta comunidad
hasta sus límites con el Estado de México. Ahuatenco reaccionó de inmediato
cortando el suministro de agua del Amapola.
Cuando fue
gobernador don Lauro Ortega, quería meter ganado aquí, todo el ejido, de aquí
para allá arriba que colinda con el Estado de México; quería meter ganado de
cría [...] Tomaron acuerdo el comisariado con los ejidatarios que sí, que iba a
trabajar mucha gente, y cercaron todo hasta el límite con Estado de México, con
Ahuatenco; cercaron todo el terreno con cinco hiladas de alambre; trajeron como
tres tráilers de alambre. Iban a hacer un potrero para ganado, y luego en otra
parte iban a hacer presas para que tomaran agua, y los de Ahuatenco se enojaron
[...] y así ya no se hizo nada porque cortaron el agua y ya no trajeron el
ganado, ya no se hizo el programa pues don Lauro dijo: “No queremos problemas”
(Cuentepec, marzo de 2005, entrevista con ex comisariado ejidal).
La respuesta del
gobierno del estado al problema de abasto de agua de Cuentepec fue doble: por
un lado canceló de inmediato el proyecto ganadero, con lo que negó a los
campesinos la posibilidad de diversificar su economía; y por otro, decidió
perforar un pozo profundo que abasteciera a la población in
situ; sin embargo, el
pozo funcionó por poco tiempo pues pronto se descompuso la bomba y la comunidad
no tuvo forma de mandarla a arreglar; en primer lugar, porque no tenían dinero
para hacerlo, en segundo porque no contaban con lo papeles que los acreditaban
como beneficiarios.
En aquel tiempo
no pagábamos la luz, así nomás, y luego, cuando se descompuso, íbamos la
comisión a Temixco, a Cuernavaca, pero nos pedían papeles y pues no teníamos
papeles, y de ahí la Comisión [Federal de Electricidad] nos dijo que no lo iba
a arreglar porque no teníamos papeles y ahí se perdió el pozo (Cuentepec, marzo
de 2005, entrevista con ex comisariado ejidal).
Sin pozo y sin
programa ganadero, Cuentepec volvió a negociar agua por territorio con sus vecinos
de Ocuilan.
Llama la
atención que el gobierno del estado de Morelos, en lugar de asumir su
responsabilidad como representante de los intereses de la población, en
especial de ésta tan desprotegida y vulnerable, optara por perforar un pozo y
también por cancelar el proyecto ganadero, para evitar conflictos con Ocuilan,
en lugar de hacer las negociaciones necesarias para que el gobierno federal,
que era la instancia que desde principios del siglo xx había tenido bajo su control todo lo referente al uso, aprovechamiento
y gestión de este recurso (Aboites, 1998), le pusiera un alto a los abusos de
ese municipio del Estado de México que, sin tenerlos, se sentía con todos los
derechos.
¿Cómo
interpretaban las autoridades del estado el precepto constitucional que indica
que el agua es de la nación? ¿Por qué permitieron que una
comunidad tan pobre como Cuentepec, que para los años ochenta no tenía siquiera
una carretera que la vinculara con el resto de la entidad, estableciera un
convenio con sus vecinos en condiciones tan desventajosas, cuando la dotación
de agua a la población es un derecho básico que se debe cumplir sin
condiciones? Una de las posibles respuestas pudiera ser que no hayan querido
entrar en ningún tipo de conflicto con el poderoso Estado de México; otra,
vinculada a la anterior, es que no consideraban importante ni a la población de
Cuentepec ni a su territorio; a fin de cuentas se trataba de una pequeña
comunidad indígena cuyos habitantes ni siquiera hablaban bien español; era
claro que ni ellos, ni sus tierras, ni sus recursos eran significativos
económica ni políticamente para el gobierno del estado.
La negociación
de agua por territorio le ha generado a Cuentepec incluso conflictos internos:
según se desprende de documentos de archivo, en diversas ocasiones durante los
años ochenta y noventa campesinos sin tierra de esta comunidad abrieron y
cercaron terrenos de cultivo en tierras de pastoreo objeto del famoso convenio,
provocando con ello el reclamo inmediato de Ocuilan. Internamente, las autoridades
agrarias de Cuentepec nunca reconocieron los derechos de los campesinos
demandantes y los conflictos se dirimieron a favor de Ahuatenco.[13]
Hablando con uno
de los líderes de la comunidad, quien no sólo ha tenido los principales cargos
de autoridad en el pueblo (civiles y agrarios), sino que también ha participado
en las negociaciones con Ocuilan desde que era joven en los años ochenta, éste
nos indicó con mucha claridad que, desde su punto de vista, el asunto del agua
ha sido complicado debido por lo menos a tres razones: primero, porque Ocuilan
se siente dueño tanto del agua como de los terrenos de agostadero del norte del
ejido de Cuentepec; segundo, porque las autoridades de la entidad no se han
involucrado en el asunto ni los han apoyado en sus negociaciones, ni siquiera
la presidencia municipal de Temixco; y por último, porque hasta hace muy poco
tiempo, apenas hace unos cuatro o cinco años, fue cuando ellos, los de
Cuentepec, se enteraron
que su convenio de buena vecindad no tiene ninguna validez jurídica,
pues el agua es de la nación y la concesión de derechos se debe tramitar a
nivel federal, ante la Comisión Nacional del Agua (cna), y no negociarse con otras comunidades sólo porque en
su territorio se encuentren los manantiales.
La visión de este
líder, en especial en lo que se refiere al último punto, no está sin embargo
muy extendida, ya no se diga entre la población de Cuentepec, ni siquiera entre
las autoridades agrarias y civiles actualmente en funciones, y que son las que
deben seguir negociando para ampliar la disponibilidad de 6 a 15 litros por
segundo. Éstas saben ya que los trámites de la concesión del agua deben
realizarse en las oficinas de la Comisión Nacional del Agua en Cuernavaca,
capital del estado, y que la negociación, en todo caso, debe darse con los
concesionarios legalmente reconocidos, que no son los de Ocuilan, sino sus
otros vecinos de Miacatlán-Vaso el Rodeo; no obstante, opinan que al mismo
tiempo deben convencer a los del Estado de México para que cedan, y para ello están
dispuestos a cumplir con sus demandas. Parece que continuar con el trueque de
agua por territorio no está del todo en discusión. ¿Y por qué habría de estarlo
si desde su percepción los terrenos de agostadero son
vastos (2,214 ha),
especialmente si se comparan con las minúsculas parcelas de cultivo (de una a
tres ha) que detenta cada familia campesina de esa localidad? Las tierras de
pastoreo, su territorio de uso común, es el activo de que dispone la comunidad
para enfrentar sus carencias.
A lo largo de
nuestro trabajo de campo, cuando en las entrevistas preguntamos si los pastos
de ejido y comunidad eran suficientes para el ganado, tanto local como foráneo,
todos nuestros entrevistados respondieron igual: “Tenemos harto pasto, nunca
nos falta”, “Es mucho terreno, hay mucho”. Y puede ser que sí sea cierto
todavía, pero no por mucho tiempo, pues nadie sabe cuánto ganado está pastando
en los terrenos de Cuentepec y las autoridades locales hacen cuentas alegres
sobre el índice de agostadero, el cual calculan entre cinco y siete cabezas por
ha, lo que es impensable siquiera en el trópico húmedo donde es de 1.5 c/ha.
Algunos especialistas hablan de una relación inversa, es decir, 5 ha por
cabeza.[14]
De los pastos de
Cuentepec come el ganado de comuneros y ejidatarios de esta localidad, el cual
calculamos, conservadoramente, en alrededor de 800 cabezas; también lo hace el
ganado de Ahuatenco y de otras localidades de Ocuilan, amparados por el
Convenio de 1953; entra ganado de varios ejidos del municipio de Miacatlán y
también de Temixco. Con los ejidos de estos dos municipios no hay convenio de
por medio, pero algunos de ellos pagan una pequeña cuota anual de entre 200 o
300 pesos por ganadero, misma que entra a la caja de los Comisariados de Bienes
Ejidales o Comunales, según sea el caso, y permite con ello que estas
instancias, paradójicamente encargadas de regular el uso de los bienes comunes,
cubran algunos de sus gastos, entre otros los de las comisiones cuando tienen
que ir al Estado de México a negociar el agua. Así lo expresó quien fuera en
otros tiempos presidente del comisariado ejidal.
El ganado que
viene de fuera lo meten como de mayo a enero, como diez meses, de marzo a abril
se lo llevan a comer en sus casas porque ya se está acabando el pasto, aunque no
acaba, lo termina la lumbre [...] Tenemos problema con el ganado que se mete a
las milpas, luego a veces los ejidatarios dicen que ya no les den, que ya no
los dejen entrar, porque hacen daños, y también porque se acaba el pasto, así
dicen, que ya no alcanza; pero no lo dicen todos, sólo los que tienen ganado y
a los que les hacen daños. Pero, si les decimos que ya no metan el ganado, ¿de
dónde va a salir el dinerito para los gastos? De ahí sale para las comisiones
[...] No pagan mucho, son como 300 pesos por ganadero y pagan de los dos lados,
con don S [presidente del comisariado de bienes comunales] y con don G
[presidente del comisariado de bienes ejidales] (entrevista con el ex
presidente del Comisariado de Bienes Ejidales, marzo de 2005).
Independientemente
de si los forrajes alcanzan o no para alimentar a todo el ganado que pasta en
el territorio de Cuentepec, lo que es una realidad es que aquí se vive una
situación de acceso abierto, sobre la que las instituciones agrarias locales ya
no tienen ningún control. El problema mayor, desde nuestro punto de vista, no
estriba tanto en la disponibilidad de alimento, lo que de suyo es importante,
sino en las consecuencias de erosión y compactación de suelos provocadas por el
sobrepastoreo, hecho que hoy ya es una evidencia según se desprende de un
estudio del Instituto Mexicano de Tecnología del Agua, que reporta una erosión
de entre 30 y 40 ton/ha/año, con tendencia al aumento (Gómez Garzón, 2000: 16).
Esto, a nuestro parecer, es la principal amenaza que se cierne sobre el futuro,
no muy lejano, de las tierras de pastoreo de esta comunidad.
2. Identidad y
sentido de pertenencia territorial: una ecuación necesaria pero insuficiente
para la sustentabilidad
La vida de
Cuentepec en todas sus dimensiones, es decir, la cotidiana, la ritual, la
económica, la política, la social y la cultural, está marcada por el ciclo
agrícola. Sus habitantes son, principalmente, campesinos temporaleros de
subsistencia que siembran, y han sembrado desde siempre, el maíz y el frijol que
los alimenta.
El 3 de mayo
celebran con fuegos pirotécnicos y campanas de la iglesia el día de la Santa
Cruz, fiesta de los albañiles, pero la fecha también les recuerda que las
lluvias no tardan en llegar y que hay que comenzar a preparar el terreno de
cultivo. A partir de este momento, los hombres adultos pasarán la mayor parte
del día en sus parcelas de cultivo preparando el terreno; sus mujeres les
llevarán el almuerzo a media mañana y les tendrán preparada la tortilla para
cuando regresen de noche; y sus hijos, los grandecitos, se les unirán en las
labores del campo a partir de junio cuando termine el ciclo escolar.
Limpiar,
barbechar y sembrar son las tareas que ocupan, de sol a sol y de lunes a
domingo, el tiempo de los campesinos de Cuentepec desde mediados de mayo hasta
mediados de agosto, cuando la milpa ya empieza a espigar. En este momento,
algunas familias de este pueblo, las que heredaron de sus antepasados la piedra
de los aires o de los vientos,
ponen una ofrenda para esta deidad, a la que le agradecen haber traído las
lluvias necesarias para la siembra, pero en sus oraciones le ruegan que se
vaya, que regrese a las montañas donde tiene su casa, para no hacer daño ni a
la gente ni a los cultivos.
Dado que hay
varios hogares con piedra en el poblado[15] y
la colocación de la ofrenda es labor de un especialista, de los que sólo hay
dos en la localidad, las ofrendas a los vientos comienzan a colocarse del 15 de
agosto a mediados de septiembre, aproximadamente, para terminar antes del 29 de
ese mes en que tiene lugar la fiesta de San Miguel Arcángel, el otro santo
patrono de Cuentepec (González, 2005).
Agosto marca el
inicio del calendario ritual vinculado al ciclo agrícola, pero es también el
mes en que los adultos de esta localidad eligen a su autoridad
cívico-religiosa, el ayudante municipal, quien se desempeñará en ese cargo a lo
largo de un año. Él será el encargado de organizar y solventar las dos fiestas
principales del pueblo, la de San Miguel, a fines de septiembre y la de San
Sebastián, a mediados de enero. Con el primero se festeja que la milpa ya está eloteando, que ya salió el fruto que habrá de
convertirse en maíz; con el segundo se agradece la cosecha y se marca el fin
del ciclo agrícola.
El ayudante
municipal, junto con los Principales del pueblo, preside ambas celebraciones,
pero también tiene entre sus tareas, además de las ceremoniales, ser la
principal autoridad política de la localidad. Él es el encargado del
ayuntamiento en el pueblo, a la vez que representa a su población ante aquél;
es por tanto, el enlace con las autoridades municipales, estatales y federales.
Las decisiones más importantes pasan por él, por lo que tiene que mantener una
estrecha coordinación con los diversos comités (de agua, de obras, de salud o
los que hubiere) y con las autoridades agrarias del ejido y la comunidad; y
debe también, en aras de su buen desempeño de gobierno, mantener un diálogo
abierto con la asamblea general la que, en primera y última instancia, sanciona
todas sus acciones. En el caso de las negociaciones y/o conflictos con los
pueblos vecinos, el ayudante municipal es quien juega el papel principal.
A finales de
enero, cuando se levantó la cosecha y tras la fiesta de San Sebastián, la
mayoría de los varones adultos de la comunidad sale a buscar trabajo asalariado
en la capital del estado (en las obras de construcción) o en los ejidos y/o
propiedades cercanas que tienen tierras de riego y demandan mano de obra para
la siembra de arroz, de hortalizas o para la cosecha de rosas. La mayor parte
de los que se emplean como jornaleros agrícola son los adultos mayores de 40
años, pues los jóvenes prefieren el trabajo en las ciudades (Censo de Hogares
de Cuentepec, 2004).[16]
El trabajo asalariado que se desarrolla de enero a mayo servirá para complementar
la economía de las unidades domésticas, y para adquirir un poco de efectivo que
les permita arreglar o construir sus viviendas, o bien para sufragar los gastos
de las bodas en las familias, las que normalmente se llevan a cabo en el mes de
mayo, antes de que comience el trabajo duro en el campo y vuelva a comenzar el
ciclo.
Vista así,
Cuentepec se nos presenta como una comunidad campesina indígena que se
organiza, vive y celebra en función de la siembra. Mantiene activas sus
instituciones de gobierno tradicionales y su sistema de cargos
cívico-religiosos. No obstante su cercanía con la ciudad de México, a menos de
100 km y con sólo 20 km de distancia de Cuernavaca, la capital del estado de
Morelos, los habitantes de Cuentepec se distinguen del resto de la población
del estado por su orgullo nahua. Han mantenido vivas a lo largo del tiempo
costumbres, tradiciones[17] y
lengua, y ésta última de manera consciente y decidida pues toda su población es
hablante: desde los niños pequeños hasta los adultos mayores. En la escuela
primaria la educación es 100% bilingüe y los lunes comienzan honores a la
bandera entonando el himno nacional en su lengua materna. Las mujeres de la
comunidad, por su parte, visten cotidianamente su traje tradicional compuesto
de faldas plizadas y delantales que ellas o sus madres confeccionan; algunas
elaboran piezas de barro, y todas transmiten a sus hijas sus conocimientos
sobre plantas medicinales, elaboración de platillos, crianza y cuidado de
animales de traspatio y, en general, todo lo que refiere a las costumbres en la
vida doméstica.
Podríamos decir
que Cuentepec es una comunidad indígena que a través de sus prácticas y su
quehacer cotidiano reafirma sus costumbres y sus creencias profundas, su
identidad étnica y su sentido de pertenencia a un territorio ocupado por ellos
a lo largo de los siglos y, sin embargo, esto no es suficiente para defenderlo
ni para garantizar la sustentabilidad de sus recursos, ¿por qué?
En otros
trabajos de investigación encontramos interesantes experiencias de acción
colectiva en el manejo y conservación de los recursos naturales, vinculadas a
construcciones identitarias y fuertes sentidos de territorialidad (Toledo,
2000; Paz, 2005; Canabal et al., 2006); no es el caso en Cuentepec.
La acción colectiva en torno a la conservación y el manejo de los recursos
surge vinculada a una identidad compartida, la que a su vez da forma a
instituciones normativas locales. En el caso que aquí presentamos, no hay
acción colectiva con estos propósitos porque las instituciones que existen no
están destinadas a normarla y orientarla, pues se dirigen a otros aspectos de
la vida social. ¿Significa esto acaso que en Cuentepec no hay territorialidad
como construcción colectiva? Sí la hay, pero está construida con otros
referentes.
Desde la
geografía, algunos autores que trabajan con los conceptos de territorio y
territorialidad indican que éstos remiten a una representación social del
espacio que une al interior y separa del exterior; es decir, es tanto
incluyente como excluyente (Tizon, 1996: 23-29). Otros más indican que la
construcción colectiva de la noción de territorio refiere al espacio
apropiado por un
grupo social para garantizar su sobrevivencia y reproducción: “El territorio
[...] es aquella porción del espacio apropiada por las sociedades humanas para
desplegar en ella sus actividades productivas, sociales, políticas, culturales
y afectivas, y a la vez inscribir en ella sus estrategias de desarrollo y,
todavía más, para expresar en el curso del tiempo su identidad profunda
mediante la señalización de los lugares” (Lecoquierre y Steck, 1999, citado por
Giménez, 2004: 47).
Cuentepec
construye su territorialidad a través de sus prácticas productivas agrícolas y
la organización cívico religiosa estructurada en torno a ellas; es así como
construye territorio, lo dota de sentido y lo delimita hacia fuera. Asimismo,
el carácter endogámico que se aprecia en el hecho de que 98% de sus habitantes
son originarios del lugar, el fuerte arraigo de su población[18] y
la persistencia de un patrón de residencia patrivirilocal, que mantiene a los
hijos varones casados viviendo en la casa de sus padres para evitar que las
parcelas de tierra que les pertenecen pasen a manos de terceros, nos remite sin
duda también a ese carácter incluyente-excluyente del territorio con el que sus
poseedores construyen territorialidad: Cuentepec es para los cuentepequenses.
“Si dejamos que vengan otros de fuera, se van a sentir dueños”, nos dijeron
cuando preguntábamos por qué no vivía gente de otro lugar en el pueblo. Sin
embargo, llama la atención que esta máxima no aplique en el caso de las tierras
de pastoreo, donde, efectivamente, los de Ocuilan se sienten con todos los
derechos y así los reclaman cada vez que pueden. Nuestra hipótesis apunta en el
sentido de que más que un descuido o falta de sentido territorial, este hecho
responde más bien a una estrategia de doble propósito: tanto para mantener el
control político interno, a través de sus propias instituciones, como para
enfrentar una situación de escasez históricamente construida. Veamos esto.
Como se mencionó
líneas atrás, el territorio de Cuentepec es fundamentalmente de vocación
ganadera; no obstante, aunque algunos de los comuneros y/o ejidatarios puedan
dedicarse a esta actividad, la comunidad en sí no se siente ganadera, no se
define como tal; es más, mientras menos se note que lo es, mejor. ¿Por qué
tanto secreto y tanto sigilo? En primer lugar habría que aclarar que la gran
mayoría de quienes tienen vacas, en efecto tiene hatos de sólo tres o cuatro animales,
esa sí es una realidad, y ello explica en parte que no puedan sentirse
ganaderos; pero aquellas familias que tienen más prefieren que esto no sea muy
notorio pues no es bien visto, genera envidias y obliga, en una economía de
prestigio, a compartir y distribuir la riqueza a través del oneroso sistema de
cargos o las contribuciones en las fiestas.[19]
Eso desprendemos de nuestro censo y entrevistas y lo encontramos también en
otros estudios. Landázuri (1997) documenta cómo un grupo de campesinos de este
poblado esgrime como argumento para no aceptar un programa de crédito para
ganadería de doble propósito propuesto por el entonces Instituto Nacional
Indigenista, el hecho de que la comunidad les exigiría a ellos, como ganaderos,
una mayor cooperación: “Nos van a decir: tienen que cooperar, ustedes son
ganaderos […] están recibiendo del gobierno, tienen que poner un animal para la
fiesta [pero] nosotros estamos pagando y ya no nos conviene” (Landázuri, 1997:
12).
Así, el convenio
con Ocuilan y todos los permisos para que pastoree el ganado de otros ejidos en
su territorio se puede interpretar como una forma de control social interno que
se ha instituido en esta comunidad, para evitar que se expandan algunas de las
familias que tienen ganado y sólo ellas se beneficien de un bien colectivo como
son los terrenos de uso común. En la transacción de agua por territorio, la
comunidad le da a éste un carácter de bien público que permite que toda la
población se beneficie. El punto de tensión está, empero, en que la institución
que genera el bien común, paradójicamente, no garantiza ni procura su
sustentabilidad. Desde nuestra perspectiva ello no obedece a una falla de la
institución o a su incapacidad innata, como sería el argumento de la Escuela de
Derechos de Propiedad (Property Rights School), que critica a la propiedad
colectiva con el argumento de la tragedia de los comunes planteado por Hardin en 1968 (Baland
y Platteau, 1996). Nosotros consideramos más bien que el punto está en que se
trata de una institución diseñada con otros propósitos, que surge de, y está
vinculada a, la identidad y la territorialidad de los
campesinos-indígenas-milperos-temporaleros-de autoconsumo, para enfrentar y
poder administrar las condiciones de escasez del colectivo a través de la
imposición de límites internos. Y esto nos lleva a nuestro segundo elemento de
reflexión.
Podríamos decir
que Cuentepec es una comunidad muy pobre y que es la pobreza la que los obliga
a degradar sus recursos. No es así. Cuentepec, como muchas comunidades
indígenas de nuestro país, y en realidad de toda América Latina,[20]
padece, más bien, una situación de escasez. Hay escasez en recursos naturales:
sus suelos son pobres y no aptos para la agricultura, la tierra de riego es
limitada y el agua es escasa y de difícil acceso. Se observa asimismo escasez
económica de sus habitantes quienes con dificultad viven al día, no obstante
que invierten todo su tiempo y energía en ello combinando el trabajo agrícola
de autoconsumo (100% de los hogares encuestados) con el trabajo asalariado poco
calificado y, por tanto, mal pagado,[21]
en las ciudades cercanas (80% de los hogares).[22]
Se observa también escasez política: sus instituciones de gobierno son débiles
y están desgastadas, sus pocos líderes y la larga historia de control político
interno y externo a ratos los inmoviliza y los encierra, los ata al pasado y
les niega la posibilidad de crecer internamente o bien generar alianzas
regionales que los fortalezcan. Por último, los datos nos hablan asimismo de
una escasez de Estado, en tanto institución garante del interés público.
Plantear el problema en términos de escasez y no de pobreza, nos lleva a verlo
entonces no como una condición dada o como una característica propia que
pudiera superarse a través de la modernización o de un programa de gobierno, sino
como una construcción sociopolítica de carácter histórico (Cimadamore et
al., 2006) que
requiere enfocarse desde una perspectiva de poder para dar cuenta de que la
ecuación no está compuesta por territorio-cultura-sustentabilidad, sino a
través de la articulación entre territorio-poder-comunidad indígena-Estado.
A lo largo de su
historia reciente, Cuentepec se ha visto obligado a intercambiar agua por
territorio, la condición de escasez los ha orillado a ello. La situación, sin
afán de dramatizar, es bastante grave por varias razones. Por un lado, este
convenio intercomunitario, de buena vecindad pero sin sustento jurídico, les ha
quitado (una vez más) autonomía en sus decisiones al interior de su territorio,
pues sus vecinos piensan que también les pertenece a ellos y, por tanto, los
deben consultar o hasta pedir permiso en cualquier decisión.[23]
Por otro lado, al no haber ninguna instancia reguladora, se ha generado una
situación de acceso abierto en los terrenos de agostaderos, lo que expone sus
suelos a un franco deterioro por sobrepastoreo, sin que se haga nada para
detener este proceso; por último, la gran paradoja está en que, no obstante
todas las desventajas y consecuencias del convenio, la población de Cuentepec
no ha resuelto el problema del abasto de agua pues ésta es escasa y no alcanza:
70% (476) de los hogares recibe agua cada tercer día durante dos horas; 20%
(142) cada semana por el mismo lapso y 7% no recibe agua desde hace más de un
año por la falta de presión con que ésta viene, lo que obliga a estas familias
a comprarla, pedirle a los vecinos o bajar al río a buscarla (Censo de Hogares,
2004).
En este trabajo
nos preguntamos de inicio si existía una relación directa entre la identidad
cultural, el sentido de pertenencia territorial y la sustentabilidad; con lo
aquí presentado vemos que no necesariamente. La experiencia reseñada nos
muestra que la identidad de campesinos-indígenas-milperos-temporaleros-de
autoconsumo, construida y sustentada por los habitantes de Cuentepec tiene, en
efecto, un fuerte arraigo territorial, una referencia directa a su espacio
geográfico y su entorno físico pero que es la condición de escasez construida
desde que esta comunidad perdió control sobre el territorio (primero por culpa
del santo patrono, San Sebastián, como cuenta la leyenda antes referida,
después por los hacendados del siglo xix
y, finalmente, por el Estado mexicano posrevolucionario que, por un lado, no
les reconoce el derecho de restitución de tierras y después los margina como
población indígena prácticamente a todo lo largo del siglo xx) la que provoca que las instituciones
locales se vuelquen hacia el control interno para garantizar que el territorio,
en particular los bienes de uso común, sean recursos que beneficien a la
colectividad y no sólo a una porción de ésta.
La gran paradoja
es que en aras del bien común se generó una situación de acceso abierto que
expone los terrenos de pastoreo al deterioro, y Cuentepec no tiene una
institución que pueda normar al respecto y proteger así su patrimonio.
3. Algunas
reflexiones finales
El caso que aquí
presentamos refiere, efectivamente, a una pequeña comunidad indígena del
surponiente de Morelos pero creemos que, salvo las particularidades históricas
de ésta, es un prototipo de muchas comunidades rurales de nuestro país,
localizadas en territorios que no figuran entre los más importantes en términos
de riqueza de recursos naturales, de biodiversidad o de prestación de servicios
ambientales, ni siquiera de ubicación geográfica.
Estos lugares
son, por decirlo de alguna manera, los territorios invisibles del país: no son
objeto de política pública en materia ambiental, pues no figuran en la lista de
zonas prioritarias de conservación; la presencia del Estado se materializa a
través de programas de asistencia y alivio de la pobreza lo que, si bien por un
lado ayuda momentáneamente, por el otro desmoviliza a la población en el corto
y mediano plazos y la desaparece de la escena política estatal y nacional;
finalmente, debido a la escasez de recursos, no son objeto de codicia por parte
del gran capital, no están amenazados por él pues para éste no existen, no
figuran en su mapa de intereses. Esto último podría ser una buena noticia; sin
embargo no lo es pues, a pesar de su no visibilidad hacia fuera, esto no los ha
protegido: ahí están, vulnerables, expuestos al deterioro.
El de Cuentepec
es un caso analizado muy de cerca, pero como él podemos encontrar muchos
ejemplos a lo largo y ancho del territorio nacional, los más, seguramente, en
donde las condiciones de escasez social, política, económica y de recursos
naturales se conjugan de tal forma que, no obstante que sus pobladores
compartan valores y sentimientos de arraigo y pertenencia y los expresen a
través de sus prácticas y sus instituciones, ello no garantiza en sí mismo ni
la protección de sus recursos ni la existencia de proyectos de defensa de su
territorio; éstos, desde nuestro punto de vista, requieren de un
posicionamiento político distinto de las comunidades campesinas/indígenas en el
contexto nacional, así como de reacomodos de fuerzas a nivel interno que les
permitan crear y fortalecer capacidades locales.
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Recibido:
5 de junio de 2007.
Aceptado:
21 de febrero de 2008.
María Fernanda Paz Salinas. Es doctora en ciencias antropológicas
por la Universidad Autónoma Metropolitana; fue becaria de la Fundación
Rockefeller en el Programa de Estudios Avanzados en Medio Ambiente y Desarrollo
Sustentable (lead) en El Colegio
de México. Se desempeña como investigadora titular del Centro Regional de Investigaciones
Multidisciplinarias de la unam y
es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (sni), nivel i.
Su trabajo de investigación gira en torno a la dimensión social del manejo,
conservación y deterioro de los recursos naturales y en la actualidad trabaja
en la línea de gobernanza ambiental local. Entre sus publicaciones más
recientes destacan: La conservación en áreas
naturales protegidas. Actores e intereses en conflicto en el Corredor Biológico
Chichinautzin, Mor., crim-unam, Cuernavaca (2005);
“Participación, cultura y política. Reflexiones sobre la acción colectiva en el
Corredor Biológico Chichinautzin”, Mirada Antropológica, 4, Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla, México, pp. 9-24 (2005); en coautoría, Las
áreas naturales protegidas del norte de Morelos, crim-unam, México (2006).
[1]
Se realizaron un total de 16 entrevistas abiertas sobre el tema del agua
y el territorio en Cuentepec: disponibilidad, organización/manejo, conflictos y
gobierno. En este trabajo incluimos citas de algunas de estas entrevistas
cuando su contenido ayuda a clarificar el tema que se discute. Siguiendo un
principio básico de confidencialidad propio del trabajo antropológico, para
salvaguardar la identidad de los informantes –por un acuerdo establecido de
antemano con ellos–, modificamos los nombres o bien nos limitamos a citarlos
como autoridades o ex autoridades, según sea el caso.
[2] R.A.N. Cuentepec, Expediente 19A,
Ramo Tierras Ejidales, Legajo: Tramitación, Fojas: 000026-000028, Visto para
resolver el expediente relativo a la restitución o en su caso dotación de
ejidos presentada por los vecinos de Cuentepec, municipio de Xochitepec, ex
Distrito de Cuernavaca, 20 de septiembre de 1923.
[3] R.A.N. Cuentepec, Expediente 19A,
Ramo Tierras Ejidales, Legajo: Ejecución, Foja: 000128, Resolución Presidencial
de Dotación, 1 de septiembre de 1927.
[4] R.A.N. Cuentepec, Exp. 19B, Ramo
Tierras Ejidales, Legajo: Ampliación, Foja: 000341, 11 de abril de 1937.
[5]
R.A.N. Cuentepec, Exp. 276.1/3 Tomo “A”, Ramo: Comunales, Fojas: 089-090
y 098.
[6] Procuraduría Agraria, Ejido
Cuentepec, Actas de Asamblea, agosto 7 de 1999, septiembre 9 de 1999 y
septiembre 23 de 1999; Comunidad Agraria Cuentepec, Actas de Asamblea, julio 25
de 1999, septiembre 17 del 2001 y octubre 26 del 2001.
[7] R.A.N. Cuentepec, Expediente 19A,
Ramo Tierras Ejidales, Legajo: Tramitación, Foja: 000041, 9 de abril de 1927.
[8] R.A.N. Cuentepec, Expediente 19A,
Ramo Tierras Ejidales, Legajo: Ejecución, Foja: 000322-000323.
[9] Cabe anotar que algunos ejidatarios
también son comuneros, pues poseen ambos tipos de derechos de tenencia.
[10] En un censo de hogares levantado en
la localidad en el año 2004 se informa que en 80% de los hogares, por lo menos
uno de sus miembros tiene trabajo asalariado durante la temporada de secas y de
éstos, 50% se emplea como peón de construcción y 26% como jornalero agrícola.
Un peón de construcción gana entre $120 y $150 al día, lo que equivale a entre
11 y 14 dólares.
[11] El río Tembembe es afluente del
Amacuzac que, a su vez, es tributario del Balsas. La cuenca de este río se
localiza al noroeste del estado de Morelos y el sureste del Estado de México
(Gómez Garzón, 2000: 1).
[12] Cabe mencionar que Ahuatenco es uno
de los múltiples asentamientos de la comunidad agraria de Ocuilan, Estado de
México, cuya extensión territorial es de poco más de 41,000 hectáreas.
[13] R.A.N. Cuentepec, Ramo: Derechos
Agrarios, Expediente 278.2/19, Tomo A, Folios 000239, 000258, 000647, 000655,
000656.
[14] Doctor Raúl García Barrios,
comunicación personal.
[15] Según nuestro censo de 2004, de un
total de 678 hogares, 76 cuenta con la piedra de los aires y de éstos, 67 continúa poniéndole
ofrenda.
[16] La migración internacional es un
fenómeno reciente y todavía incipiente. Según la información proporcionada por
el censo, encontramos que de 1998 hasta 2004, del total de la población (3,126)
sólo 109 individuos habían viajado a los Estados Unidos a trabajar, y de este
total, 54% (59 personas) fue a trabajar un año o dos y ya estaban de regreso en
el pueblo; 41% (45 individuos) residían en ese momento en los Estados Unidos y
5% (cinco personas) presentaban un patrón de migración temporal pues se
contrataban anualmente a través del programa de trabajadores migratorios.
[17] No suponemos que se hayan mantenido
de manera intacta costumbres y tradiciones en esta comunidad a lo largo del
tiempo; su particular articulación con los ámbitos nacional e internacional sin
duda han impactado e incidido en su reconfiguración, creación y recreación.
[18] Según nuestro censo, de la población
total nacida en Cuentepec, 97% vive ahí.
[19] Al respecto, Landázuri (1997) indica
que a finales de los años noventa existían cuotas diferenciadas de cooperación
para las fiestas, siendo la más alta la de los ganaderos, maestros y/o los
propietarios de camioneta. Hoy tal vez están dentro de esa lista las familias
que reciben remesas de sus familiares en los Estados Unidos.
[20] Véase el trabajo de Cimadamore et
al. (2006).
[21] Tanto en la industria de la
construcción como en el trabajo de jornalero agrícola, en 2004 el salario
oscilaba entre $ 120 y $ 150 por día, lo que equivalía a tres o un poco más de
tres salarios mínimos que, para ese entonces, estaban estipulados en 42.11
pesos.
[22] Así como la agricultura
milpera-temporalera es la principal fuente de subsistencia de los pobladores de
Cuentepec, el trabajo asalariado fuera de la localidad es la principal fuente
de ingreso monetario. Desde el siglo pasado, según se desprende de los
documentos de archivo, los habitantes de Cuentepec complementan su economía de
autoconsumo con el trabajo asalariado fuera de la localidad. Actualmente, 80%
de los hogares (542) informa que al menos uno de sus miembros se contrata en
algún trabajo asalariado fuera de la localidad. Las personas que trabajan fuera
de la localidad (721) se contratan fundamentalmente en: la industria de la
construcción (56%), como jornaleros agrícolas (20%) y en trabajos domésticos
(13%). El 10% restante se reparte entre comercio eventual, magisterio y
empleados públicos.
[23] En 2003, la Universidad Nacional Autónoma de México presentó a la asamblea de Comuneros y Ejidatarios de Cuentepec un proyecto para establecer una estación biológica de restauración de barrancas en el territorio de esta comunidad. La asamblea lo aprobó y designó una superficie de 100 ha en la ladera de una barranca para que se estableciera la estación y comenzaran los trabajos de restauración. Al poco tiempo, vecinos de Ahuatenco se presentaron ante el personal de la unam que estaba trabajando en el lugar, pidiendo que se les explicara qué estaban haciendo ahí.