La política de
desarrollo rural en México y el cambio institucional 2000-2006
Rural development policy in Mexico and institutional
change 2000-2006
Francisco
Herrera-Tapia*
Bruno Lutz-Bachère**
Ivonne Vizcarra-Bordi*
Abstract
This
study analyses rural public policies with emphasis in the formal relationship
between the State and the rural actors. During the last few decades a series of
transformations in the primary sector in Mexican public policy has taken place;
many of them have been suggested by international development agencies. In this
respect, institutional changes such as the Ley de desarollo rural sustentable (Law for sustainable rural development) and the Acuerdo Nacional para el Campo (National Agreement for the countryside) have
elements that demonstrate the influence of the current model of rural
development based on neo-liberal principles.
Keywords: rural development, institutions, public policies,
countryside, neo-liberalism.
Resumen
El presente
estudio analiza las políticas públicas diseñadas para el campo, con énfasis en
la relación formal entre Estado y actores rurales. En el transcurso de las
últimas décadas se ha producido una serie de transformaciones en la política
pública hacia el sector primario en México, muchas de ellas sugeridas por las
agencias internacionales de desarrollo. Al respecto, cambios institucionales
como la Ley de Desarrollo Rural Sustentable y el Acuerdo Nacional para el Campo
contienen elementos que muestran la influencia del modelo actual de desarrollo
rural basado en preceptos neoliberales.
Palabras clave: desarrollo rural, instituciones, políticas públicas,
campo, neoliberalismo.
*
Universidad Autónoma del Estado de México, México. Correos-e: herreratapia2001@
yahoo.com.mx; ivbordi@yahoo.com.mx.
** Universidad Autónoma
Metropolitana-Xochimilco, México: Correo-e: brunolutz01@yahoo.com.mx.
Introducción
En el campo no
existe una línea divisoria entre lo viejo y lo nuevo. Lo que hay son complejos
procesos de adaptación y cambio que, juntos, alimentan el flujo continuo de la
acción social entendida en el sentido de Giddens
(2006: 43-46). En lo que concierne a las políticas públicas hacia el campo
tampoco hay una línea que divida lo viejo de lo nuevo. Lo que hay es un
paulatino proceso de renovación de los modelos de desarrollo rural a partir de
la incorporación progresiva de algunas nociones en boga en los discursos de las
agencias internacionales de desarrollo. En materia de desarrollo rural,
entonces, es sumamente arriesgado hablar de ruptura y poner fechas de inicio y
término a los modelos. Si bien se pueden caracterizar algunos de los modelos
más conocidos de desarrollo rural (revolución verde, desarrollo de la
comunidad, desarrollo integral, etc.), se debe tomar en cuenta que algunos
principios viajan de incógnito de un modelo al otro. Asimismo, es interesante
examinar cómo se fue transformando la concepción de la relación entre el Estado
y los actores del campo, ya que esta relación es precisamente el pilar de todo
modelo de desarrollo. Fenómenos demográficos, económicos, políticos y sociales
han tenido una influencia real, aunque variable, en esta interacción del
gobierno con sus administrados en el medio rural.
En el caso de
México, se puede enunciar a grandes rasgos que la
dominación del Partido Revolucionario Institucional (pri) durante más de medio siglo
fue posible, ciertamente, a partir de una visión corporativa y burocrática de
la representación de los campesinos. La afiliación de los demandantes a una
organización rural oficial fue durante muchos años un requisito para solicitar
un apoyo, pero no una garantía para recibirlo. El ejido primero, las
organizaciones regionales luego, y después las organizaciones económicas de
tamaño mediano y pequeño, fueron las prioridades sucesivas dadas por un gobierno
siempre deseoso de incrementar la productividad del sector primario. En los
años setenta se incorporó tímidamente a las mujeres rurales como sujetos de
desarrollo y 20 años más tarde los indígenas fueron a su vez considerados como
clientes prioritarios. Más allá de estas preferencias cambiantes, podemos
ubicar en la década de los ochenta un viraje importante, quizá el más notable,
en cuanto a la orientación general de las políticas públicas de desarrollo.
En efecto, desde
aproximadamente los años ochenta del siglo xx hasta el momento actual, el
gobierno mexicano ha tomado una serie de medidas en materia agropecuaria y
hacia el sector social rural en general, muchas de ellas enmarcadas en el
paulatino retiro del Estado y el creciente impulso a las organizaciones
económicas y de la sociedad civil. A pesar de la continua disminución del
interés para apoyar a los pequeños productores del campo –la cual se puede
verificar, entre otros, por el aumento de los flujos migratorios hacia los
Estados Unidos, la generalización de la pluriactividad
como solución del empobrecimiento, así como el crecimiento del poder económico
de los consorcios agroempresariales mexicanos–, el
Estado no ha dejado de preocuparse por el tipo de relación que debía mantener
con los actores del campo. Sin duda, la administración del sector rural ha sido
un elemento clave en la política pública de los diferentes gobiernos federales.
Superado el
modelo burocrático de amplia concentración del poder que perduró con las
políticas keynesianas, surgen las reformas neoliberales y la no intervención
gubernamental en la economía. Según Joan Prats (2005), a lo largo del último
cuarto del siglo xx
vimos discurrir un movimiento que nos llevó de la administración a la gerencia
y de la gerencia a la gobernanza, esta última entendida como un proceso
colectivo acéfalo caracterizado por la participación conjunta de actores de la
sociedad civil, del Estado y también de la iniciativa privada. Sin entrar en
detalles, es posible señalar simplemente que los cambios antes referidos se
pueden dividir en tres fases: administración o burocracia hasta mediados de los setenta, gerencia
o management durante los 20 años siguientes y la gobernanza desde de la década de los noventa
hasta la actualidad. Estas diferentes perspectivas del quehacer administrativo
se manifestaron, entre otros ámbitos, en el quehacer del aparato burocrático
del sector primario.
El presente
estudio toma la propuesta de Prats (2003) sobre cambio institucional con una
perspectiva de gobernanza. Esta perspectiva estudia la
formación y transformación institucional para conciliar los intereses de una
determinada sociedad para desarrollarse, así como a los mercados en contextos
neoliberales. Para su análisis se deben considerar las expresiones de las
relaciones de poder entre el Estado y la sociedad, la conexión entre cambio
institucional y los procesos de aprendizaje social, así como las posibilidades
y límites de los gobiernos frente al cambio institucional. En este sentido, el
Estado se considera el actor principal del cambio institucional ya que
establece políticas y programas que pueden fortalecer las capacidades
institucionales. El objetivo es analizar cómo la capacidad estatal puede
garantizar que el conjunto de normas y reglas que estructuran a las sociedades
rurales funcione sobre los intereses del modelo de desarrollo neoliberal.
Ante esta
transformación de la relación gobierno-sociedad rural, el presente trabajo
intenta esbozar un panorama de los principales cambios políticos e
institucionales ocurridos en materia de desarrollo rural, haciendo hincapié en
la Ley de Desarrollo Rural Sustentable (ldrs) y el Acuerdo Nacional para
el Campo (anc).
A partir de una revisión bibliográfica y de documentos oficiales, se buscará
evidenciar no solamente en qué contexto institucional aparecieron quienes
podemos etiquetar como nuevos actores, sino también las causas y
consecuencias de esta renovación de los procesos de interlocución con la
sociedad rural mexicana.
Asimismo, este
artículo se encuentra organizado de la siguiente manera: en el primer apartado
se abordan los antecedentes sobre la relevancia de estudiar el desarrollo rural
y su vínculo con el mundo de la política y las instituciones. Allí se pretende
mostrar la complejidad de la relación entre desarrollo y gobierno; además se
abre la discusión sobre el papel del Estado y otros actores sociales que
surgieron en la promoción del desarrollo rural. En la segunda parte se examinan
los diferentes enfoques y perspectivas del desarrollo rural, resaltando el rol
del gobierno y otros actores sociales en relación con el mejoramiento de la
calidad y nivel de vida de los habitantes del campo; también se exploran las
principales reformas legales, las estrategias políticas y los recientes
acuerdos rurales. Por último, se retoman los puntos principales de nuestra
argumentación.
1. El desarrollo
rural en la agenda pública
Podemos suponer
que hasta los años ochenta el voluminoso Estado burocrático fue uno de los
principales causantes de los problemas de desarrollo. Si aceptamos la
suposición anterior, surge la pregunta de ¿por qué en la actualidad el medio
rural sigue con los mismos problemas de antaño pese la reforma
burocrático-institucional de un Estado minimalista? Para intentar responder a
esta pregunta, en este trabajo se reflexiona sobre el papel del Estado en este
nuevo modelo político de desarrollo encaminado a la autogestión y el
racionalismo económico.
En sus nuevas
facetas de transición hacia la democracia y fomento al federalismo, el sistema
político mexicano coloca a los actores políticos del desarrollo ante una
redistribución del poder público, que también reorienta el papel de los
gobiernos locales en la promoción y financiamiento del desarrollo rural. El
redimensionamiento de las estructuras de poder local con la descentralización
política, de igual forma ha generado el desgaste de los viejos cacicazgos que
durante años corporativizaron y controlaron las demandas sociales en el medio
rural. Esta lenta e incompleta transformación de los representantes sectoriales
del campo incluye a una clase empresarial en el campo, que no sólo ha sabido
adecuarse a las exigencias del mercado, sino que ha logrado concentrar parte de
los recursos destinados al impulso rural.
La puesta en
marcha de las reformas estructurales del programa neoliberal estableció
dispositivos económicos, políticos e institucionales para posicionar un modelo
de desarrollo macroeconómico concentrador de la riqueza; excluyendo y aplazando
el bienestar de la mayoría de los individuos, hombres y mujeres que viven de y
en el campo. Por ejemplo, las diferencias son abismales entre las condiciones
de vida de la mayoría de los productores agropecuarios del sur del país
(Guerrero, Oaxaca y Chiapas) en relación con sus homónimos del norte. Asimismo,
los tratados comerciales y acuerdos de desregulación económica tienden en
incrementar las desigualdades socioterritoriales
entre los diferentes sectores de la población rural nacional.
No obstante el
paulatino retiro del Estado de la regulación económica, hoy en día estamos ante
la multiplicidad de factores y actores que intervienen para el diseño e
instrumentación de políticas públicas. Por una parte se conserva la idea de un
desarrollo centrado en la modernización y, por la otra, los programas
gubernamentales son objeto de supervisión por parte de las agencias
internacionales.
De manera
general, es posible considerar a priori al desarrollo rural como constructo
teórico-metodológico de procedimientos y metas sobre el mejoramiento de la
calidad, niveles o estándares de vida de los habitantes del campo. Los enfoques
de desarrollo rural no son de aplicación universal, ya que se encuentran
impregnados en su realidad y aplicación por el contexto, la tendencia
ideológica, la subjetividad humana, la codificación institucional y contingencias
de diversa índole, aunque también es justo reconocer que el desarrollo rural ha
implicado a lo largo de su historia inconmensurables esfuerzos científicos e
institucionales para otorgar a la población rural en general opciones que le
permitan desarrollarse.
En el plano
científico, el desarrollo rural se ha estudiado mediante diversas disciplinas
especializadas en lo rural. En busca de conocer la comunidad y vida productiva
se han realizado múltiples investigaciones, que van desde lo agronómico hasta
lo psicológico y educacional (Fromm y Maccoby, 1973;
Freire, 1973; Restrepo, 1980; Weitz, 1981). Se han
realizado disertaciones sobre aspectos antropológicos, educacionales,
económicos, sociológicos y, en menor medida, estudios políticos del desarrollo
rural. A inicios de este siglo xxi, y
en un sistema mundial en vía de globalización, el medio rural abriga procesos
sociales interdependientes y dinámicos entreverados con fenómenos ambientales,
étnicos, productivos, económicos y comerciales.
Al igual que el
concepto de desarrollo, la definición de desarrollo rural se torna amorfa y
ubicua en la intención sistemática de la explicación teórica. Sin embargo, es
claro que en concomitancia con el término desarrollo, desarrollo rural también
remite a una condición deseable de bienestar para los habitantes de un espacio
considerado –bajo ciertos parámetros y calificaciones– como rural. Sin entrar
en la discusión de lo rural en oposición a lo urbano, recurrimos en el primer
caso a la flexibilidad y ductilidad del término, al enmarcarlo en la
construcción social del mundo rural, de sus consecuentes referentes
dimensionales, para así poder situarlo en un espacio social y físico en
constante transformación.
Cuando el
desarrollo no se refiere al conjunto de una sociedad, sino que se centra en las
áreas rurales en las que se pretende mejorar el nivel de vida de su población,
a través de procesos de participación local y mediante la potenciación de sus
recursos propios, éste se define como Desarrollo Rural. El primer paso para
analizar el desarrollo rural consiste en detectar el trasfondo teórico de los
esquemas de desarrollo que se desea potenciar. Aun cuando siempre se señale
como objetivo la mejora del nivel de vida de la población del área implicada, a
través de procesos de descentralización, participación local y potenciación de
la utilización de recursos propios; el marco teórico del que surja tal
desarrollo es el determinante último de la naturaleza de tales acciones.
Lamentablemente una gran parte de las acciones hasta ahora realizadas han sido
implementadas desde la perspectiva del liberalismo económico o desde el
neoliberalismo, por lo que, en líneas generales, han fracasado cuando se han
llevado a cabo en contextos socioculturales diferentes al de la identidad occidental
(Guzmán et al.,
1999: 116-117).
Los enfoques y
etapas de las políticas y programas de desarrollo rural que los Estados de
América Latina pusieron en práctica en las últimas décadas, los describe Plaza
(citado en Mora y Sumpsi, 2004) en los siguientes
términos: desarrollo comunal (desde los cuarenta hasta mediados de los
cincuenta), generación y transferencia de tecnología, la llamada revolución
verde (desde los cuarenta hasta finales de los setenta), reforma agraria (años
cincuenta, sesenta y setenta), sistemas de producción (años sesenta),
desarrollo rural integrado (años setenta)[1] y
Fondos de Inversión Social (años ochenta y noventa). El recuento de los
múltiples esfuerzos de desarrollo han estado incompletos debido a que no se
consideraron algunos aspectos como los siguientes: el funcionamiento y
organización de los sistemas de producción de los campesinos y pequeños
productores; las formas de organización y lógicas culturales de los campesinos
y pequeños productores; la relación campo-ciudad y las características de la
sociedad rural; el funcionamiento real de los mercados; los mecanismos de
dominación y poder ejercidos sobre la producción, comercialización y las
condiciones de vida de los campesinos y pequeños productores agrícolas; la
necesidad de transformar el poder tradicional y fortalecer las capacidades
locales; la necesidad de contar con estrategias y organismos de planificación
regional y local, enlazados con las políticas nacionales de desarrollo (Plaza,
citado en Mora y Sumpsi, 2004).
A esta serie de
cuestionamientos situados en la dimensión aplicativa del desarrollo rural se
pueden agregar muchos otros que tienen que ver con la funcionalidad de las
instituciones de apoyo al desarrollo rural, la eficiencia de los programas
públicos, la democratización y la ciudadanización. Factores políticos como el
clientelismo y el corporativismo, pese a su condena casi generalizada en el
discurso político actual, siguen formando parte del panorama rural
contemporáneo adecuándose a las nuevas reglas institucionales de la
construcción democrática.
Los privilegios
y concesiones otorgados a unos en detrimento de otros se relacionan con el
partidismo de quienes aplican o se benefician de los programas de desarrollo
rural. Criterios de imparcialidad, legalidad, corresponsabilidad y
transparencia aluden al verdadero sentir de la democracia, sin que hayan, por
tanto, logrado concretarse y tener efectos en las acciones cotidianas de los
habitantes del medio rural.
Para el caso de
México, de manera general ubicamos los siguientes cambios y etapas en la
estructura institucional relacionada con el mundo rural.
1. Corporativismo rural y sistema de
partido hegemónico (nacimiento del Partido Nacional Revolucionario, pnr, Partido
de la Revolución Mexicana, prm,
Partido Revolucionario Institucional, pri, Confederación Nacional
Campesina, cnc,
Confederación de Trabajadores de México, ctm, Confederación Regional
Obrera Mexicana, crom,
Instituto Mexicano del Seguro Social, imss, etc.).
2. Reparto agrario y modernización
económica (cardenismo).
3. Planificación rural y origen de la
política social (1940-1983).
4. Reformas al artículo 27 (1983).
5. Reformas al artículo 27 Constitucional
y la Ley Agraria (1992).
6. Firma del Tratado de Libre Comercio
para América del Norte (tlcan, 1993).
7. Desregulación del sector rural
(1983-2006).
8. Surgimiento de organizaciones de la
sociedad civil para promover el desarrollo rural.
9. Ley de Desarrollo Rural Sustentable
(2001).
10. Acuerdo
Nacional para el Campo (2003).
A principios del
siglo xxi
nuevas posturas teóricas abogan por un desarrollo rural integral, incluyente y
comprometido con el medio ambiente y la equidad de género, reconociendo el
cambio constante que da lugar en los espacios rurales en tiempos de globalización.
Así, las concepciones de desarrollo rural se han ido modificando en la medida
en que se percibe con mayor claridad la complejidad y diversidad de la realidad
y se evidencian las restricciones y posibilidades de sus explicaciones y
alcances. Por su parte, las sociedades rurales han presentado cambios
estructurales debidos en buena parte al modelo de desarrollo global. Estos
cambios hacen que tengamos que ver y analizar lo rural de forma distinta y, en
esta medida, que las definiciones y estrategias del desarrollo rural se adapten
a dichas modificaciones (Pérez, 2001).
Un marco global
de los procesos de desarrollo rural implica revisar los grandes cambios
sociales que impactan a la sociedad rural contemporánea, entre los cuales
destacamos los siguientes: 1) las reformas estructurales del
neoliberalismo económico que contemplan el retiro paulatino del Estado de las
actividades económicas, aperturas comerciales y el control de las variables
macroeconómicas en detrimento de las microeconómicas; 2) la globalización del sistema
mercantil, financiero y agroalimentario; 3) el creciente protagonismo de las
organizaciones de la sociedad civil, la iniciativa privada y demás agencias de
desarrollo nacionales o internacionales; 4) la reestructuración productiva en el
medio rural: crecimiento de otros sectores y empleos no agropecuarios; 5) difusa separación entre lo urbano y
lo rural, no se distingue con claridad dónde inicia la ciudad y dónde comienza
el campo, más allá de criterios censales; 6) aumento de la migración internacional
y sus efectos colaterales en los lugares de origen y destino de los emigrantes
rurales, y 7)
la transición democrática y el fortalecimiento de los gobiernos locales a
través de la descentralización política y la autonomía financiera.
En el contexto
del cambio económico estructural hacia el Estado neoliberal, en el campo se han
desarrollado tres grandes vertientes de acción política desde los noventa, las
cuales prevalecen en la actualidad, a saber:
a) Apoyos a los productores con amplio potencial
productivo y competitivo: programas como la Alianza para el Campo y los Apoyos
y Servicios a la Comercialización Agropecuaria (Aserca),
que surgen a mediados de los noventa.
b) Atención a la pobreza a través de
programas con enfoque asistencialista y de carácter paliativo (Pronasol-Progresa-Oportunidades).
c) Fomento productivo entre los
agricultores de subsistencia y pequeños productores. Programa de Apoyos
Directos al Campo (Procampo).[2]
A estos
programas y acciones que surgen como respuesta compensatoria de los daños
ocasionados por las reformas estructurales y las crisis económicas, se pueden
agregar otras más en la reorganización política-institucional de apoyo al
campo. Destacamos la creación de un sistema burocrático mínimo, que depende cada
vez más de la labor externa de agentes económicos, por ejemplo: prestadores de
servicios profesionales, consultores, proveedurías, concesionarios y
evaluadores externos, así como asociaciones civiles y fundaciones, es decir,
estamos ante un proceso de filantropización
de lo rural.
Una de las
principales preocupaciones que surge en este proceso de liberalización de la
promoción del desarrollo y el fomento productivo, es saber hasta dónde el
compromiso social se encuentra trastocado por la racionalidad que impera en
esta serie de relaciones y transacciones económicas. También es importante
destacar los cambios orientados hacia una forma de planificación centrada en la
creación de proyectos específicos de desarrollo sin participación social. Los
llamados proyectos productivos en los últimos años han sido el principal
instrumento de convalidación para el acceso a los recursos públicos
subsidiarios o de financiamiento crediticio. A través de los proyectos
productivos se exige a la población rural una nueva empresa social, que de
origen refiere un interés por la sustentabilidad económica y la viabilidad de
las oportunidades de desarrollo productivo. Estos proyectos se suelen
considerar como un requisito más de la burocracia para acceder a los recursos,
sin que éstos tengan mayores posibilidades de éxito, debido a la falta de
integralidad, seguimiento y evaluación.
Con las Metas de
Desarrollo del Milenio[3]
existen afinidades suficientes para un consenso mundial en el que participen de
manera creciente las agencias internacionales en la práctica doméstica del
desarrollo. El establecimiento de estas metas en la agenda política mundial
vino a reforzar el tema del desarrollo rural y la incorporación de temas como
la sustentabilidad, la seguridad alimentaria y la equidad de género en diversos
programas de desarrollo, por ejemplo, el Programa Especial para la Seguridad
Alimentaria de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (fao).
La nueva ola de ruralidad se encuentra bajo la tutela y vigilancia de
organizaciones internacionales: el Banco Mundial, el Banco Interamericano de
Desarrollo, la fao,
etc. Al ser estos organismos impulsores de las Metas de Desarrollo del Milenio,
no sólo procuran el financiamiento para los países subdesarrollados, sino que a
la vez crean mecanismos de vigilancia y fiscalización de los recursos, a fin de
fortalecer el control internacional de los países del sur, debilitando aún más
su soberanía nacional.
El nuevo
consenso sobre desarrollo rural en México parece que es congruente con el
discurso de las Metas de Desarrollo del Milenio, ya que privilegia un enfoque
territorial, reconoce la importancia de contar con un ambiente macroeconómico
estable, perfecciona las instituciones del medio rural: mercados y gobiernos locales,
promueve la participación de la sociedad civil organizada, fomenta la equidad
de género y destaca la importancia de la seguridad alimentaria y la protección
del medio ambiente.
Todos estos
temas son punto de acuerdo en las principales agendas de desarrollo rural, a
las que podemos agregar los procesos de democratización en el campo, así como
la creación de nuevos mecanismos de participación ciudadana y de toma de
decisiones de los actores rurales sobre el rumbo de su propia comunidad.
2. Marco institucional
del desarrollo rural en México
En el siglo
pasado el medio rural mexicano fue uno de los espacios sociales con mayor
vulnerabilidad política, ya que por más de 50 años el ejercicio de los derechos
como ciudadanos estuvo bajo el peso de los cacicazgos locales y regionales y de
la actuación omnipresente de un gobierno poco eficiente. El gran aparato
político del gobierno y el partido hegemónico cohesionaban las bases sociales a
través de un esquema de relación clientelar y paternalista con los habitantes
del campo. En la actualidad, la incorporación de los pobladores rurales a la
toma de decisiones ciudadanas sobre los destinos del sector rural mexicano, ya
se considera como parte del discurso de algunos de los actores políticos. De
igual forma, hoy en día el marco legal posee la plataforma institucional sobre
la cual se puede ejercer la participación social de la gente del campo, y con
ello encontrar la oportunidad de avanzar en una institucionalidad incluyente y
democrática.
En México la
reforma agraria fue un paso fundacional para el desarrollo y la reivindicación
social del campo, siendo ésta el eje temático de casi todos los gobiernos
posrevolucionarios. Para las décadas de 1940 y 1950, producto de la política
industrializadora, la expansión y auge de la economía posicionó a México entre
los países de mayor crecimiento económico, a partir del modelo de sustitución
de importaciones.
Durante los años
sesenta el modelo de desarrollo estabilizador contribuyó a la creación de
infraestructura fortaleciendo el mercado interno mediante la regulación
gubernamental. De 1970 a 1976, el desarrollo compartido se enfocó a la instrumentación de
políticas hacendarias y fiscales para aumentar los ingresos del gobierno, es
aquí donde la deuda pública se incrementa notablemente y con ello la
irreversible crisis económica de los años posteriores. Como apunta Julio Moguel:
La historia
agraria de la década del cincuenta y del sesenta es así, con mucho, la de las
opciones y vías que plantearon entonces en los terrenos de la economía y de la
política mexicanas para acceder a un cierto tipo de capitalismo: es
pues una historia de innumerables transiciones que nos colocaron, para bien o
para mal, en este inevitable y permanente punto de partida que es el presente”
(1988: 4).
En el medio
rural las medidas que se llevaron a cabo mediante la revolución verde
condujeron por el camino discursivo de los rendimientos económicos y, con ello,
a la utilización indiscriminada de productos químicos; sólo así se podía
integrar la agricultura a una nueva lógica de productividad moderna. Con la
revolución verde[4] se dilapidaron vastos
recursos públicos a favor de una modernización poco adecuada para el contexto
rural mexicano; el desconcierto entre tecnología, extensionismo,
territorio, cultura rural e instituciones fue de tal magnitud, que a la
distancia de tiempo podemos dar cuenta de la gran deuda social en el campo. Sin
embargo, el desarrollo parcial del medio rural de antaño –enfoque sectorial–
poco a poco toma relevancia en temas como la pluralidad cultural y regional, lo
cual implica reconocer un modelo de desarrollo más integral para lograr la
inclusión de otras dimensiones: física, ambiental e institucional, entre otras,
para de esta manera ampliar el espectro teórico de la tradición rural. Ello
también ha permitido revirar hacia análisis más profundos de los componentes
social y político dentro de las propuestas de desarrollo, superando en parte la
inercia histórica de ver en el desarrollo un camino eminentemente económico.
En la década de
los ochenta la política agraria y de desarrollo rural de América Latina y
México se redujo prácticamente a la apertura de los mercados, al apoyo a las
negociaciones comerciales y, en menor medida, a la creación de mercados de
servicios de asistencia técnica y la construcción de infraestructuras (Mora y Sumpsi, 2004). El retiro del Estado generó grandes vacíos
institucionales que a la fecha no se han cubierto. Para los años noventa, con
el dramático aumento de la pobreza ocasionada por los cambios estructurales y
las recurrentes crisis económicas, comienzan a tomar fuerza algunas políticas
enfocadas al medio rural.
Entre 1980 y
1990, y en los albores del siglo xxi, las medidas neoliberales y las
reestructuraciones económicas y políticas colocaron al Estado en una dimensión
sin precedentes, al ceder parte de la soberanía al poder del mercado. El
desmantelamiento del Estado mexicano se ha convertido en una constante a lo
largo de estas tres décadas, y continúa sin aparente retroceso.
El marco
jurídico mexicano contempla la Ley de Planeación como la principal fuente de
información sobre las necesidades y demandas que debe cubrir la estrategia de
desarrollo del gobierno federal. Precisamente, el Plan Nacional de Desarrollo (pnd) encuentra
un soporte jurídico en la Ley de Planeación y en el Sistema Nacional de
Planeación Democrática que deriva de dicho instrumento legal. Ahora bien, en
los objetivos del Área Social de Desarrollo Humano del pnd (2001-2006) se lee:
Alentar la
renovada relación sociedad-Estado, para convenir términos y condiciones entre
la Federación, los estados y los municipios que den lugar a políticas públicas
en las que se contemple la distribución de tareas dirigidas a promover el
desarrollo mediante programas y estructuras que permitan la plena incorporación
de individuos y grupos hasta ahora marginados. Asimismo, se asegurará que los
mecanismos y formas de organización para la concepción, decisión y conducción
de esos programas cuenten con la participación de las personas a las cuales están
destinados (p. 91).
Y también se
asevera que:
El
fortalecimiento de la cohesión y el capital sociales se basa en el desarrollo
de formas de solidaridad que refuercen los vínculos de identidad, den un
sentido de pertenencia a partir de valores, orientaciones comunes y relaciones
de confianza. Esto debe incluir la integración de individuos a sus comunidades,
con base en formas de organización que fortalezcan la cultura nacional (p. 90).
De manera
general, en el pnd
(2001-2006) hay una serie de propuestas relativas al fomento de la autoorganización, de la promoción de autoayuda y trabajo
conjunto de las organizaciones de la sociedad civil con el sector público y
privado. Esta orientación no debe sorprendernos si consideramos que en el marco
del retiro del Estado en materia de apoyo al sector social, se invitó a las
organizaciones filantrópicas y a la sociedad civil para encargarse de resolver
los efectos de la desigualdad social y, en particular, los efectos de la
desigualdad social en el campo. Es menester reconocer que muchas organizaciones
no gubernamentales (ong),
así como asociaciones independientes de carácter internacional, emprenden
loables actividades de desarrollo en el medio rural mexicano. Sin embargo, esta
presencia renovada de la sociedad civil y la iniciativa privada en asuntos de
desarrollo social no está exenta de problemas, ya que existe una competencia
cada vez más fuerte por la captación de recursos por parte de las
organizaciones sin fines de lucro, lo cual tiende a convertir este proceso de filantropización
de lo rural en una
verdadera guerra oculta.[5]
La creciente
participación de agencias internacionales de desarrollo y ong mexicanas, desde los años
sesenta y setenta, trajo consigo nuevos enfoques de desarrollo; el caso del
desarrollo rural integrado es un ejemplo típico de los esfuerzos alternativos
de esos años. De acuerdo con Raanan Weitz (1981), la estrategia propuesta se basó en tres
premisas fundamentales: 1) el crecimiento del sector agrícola es
la clave del desarrollo rural; 2) el desarrollo de la agricultura exige
concomitancia con el sector secundario y el sector terciario y 3) las fuerzas sociales cumplen un papel
importante en el desarrollo agrícola. Pero los profundos cambios
institucionales operados a principios de la década de los noventa avalados por
la gran mayoría de líderes de las organizaciones rurales más importantes del
país, provocaron una redefinición del paisaje organizativo en el campo. La
orientación general de los apoyos para los agricultores capitalistas y la creación
concomitante de mecanismos de contención de las protestas mediante programas de
emergencia, dieron más fuerza a los organismos de representación de la
agroindustria mientras se fragmentó aún más el movimiento de las organizaciones
sociales rurales (Carton de Grammont,
1996a, 1996b).
Con la
transición política se apunta un nuevo régimen que crea expectativas sobre la
construcción de espacios de confluencia social para la planeación participativa
y la toma de decisiones colectivas. Con ello, pareciera que poco a poco se
abrirán caminos entre las viejas prácticas no democráticas. Asimismo, en la Ley
General de Desarrollo aprobada en 2004 se destaca que
El Sistema
Nacional de Desarrollo es un mecanismo permanente de concurrencia,
colaboración, coordinación y concertación de los gobiernos; federal, los de las
entidades federativas y los municipales, así como los sectores social y
privado, que tiene por objeto: integrar la participación de los sectores
público, social y privado en el cumplimiento de los objetivos, estrategias y
prioridades de la Política Nacional de Desarrollo Social (art. 38).
De manera
general se estaba impulsando una mayor participación de las y los ciudadanos,
fuera de las tradicionales estructuras sindicales y corporativas. En este contexto
de apertura, las organizaciones de la sociedad civil (osc) han venido a equilibrar los
poderes en la sociedad, poniendo especial énfasis en métodos de intervención
social para el reconocimiento de los derechos humanos, la promoción del
desarrollo, la asistencia social y la toma de conciencia ciudadana. Estas
actividades de las osc
han contribuido de manera determinante a ampliar la participación activa de la
sociedad rural, así como a la puesta en marcha de una cultura de
corresponsabilidad social.
3. El cambio sexenal
2000-2006 en materia rural
Como parte de la
adecuación del marco legal y las políticas públicas a un medio rural cada vez
más cambiante, en un hecho relevante para el sector rural, el 7 de diciembre de
2001 el congreso mexicano decretó la Ley de Desarrollo Rural Sustentable (ldrs), la cual
no sólo trata de adecuar el marco jurídico a la nueva ruralidad mexicana e
internacional, sino que también está constituida en un contexto en el que las
recomendaciones de las agencias internacionales de desarrollo jugaban un papel
importante para modificar el marco legal del desarrollo rural mexicano. Al
respecto, esta ley expone:
Para lograr el
desarrollo rural sustentable el Estado, con el concurso de los diversos agentes
organizados, impulsará un proceso de transformación social y económica que
reconozca la vulnerabilidad del sector y conduzca al mejoramiento sostenido y
sustentable de las condiciones de vida de la población rural, a través del
fomento de las actividades productivas y de desarrollo social que se realicen
en el ámbito de las diversas regiones del medio rural, procurando el uso
óptimo, la conservación y el mejoramiento de los recursos naturales y
orientándose a la diversificación de la actividad productiva en el campo,
incluida la no agrícola, a elevar la productividad, la rentabilidad, la
competitividad, el ingreso y el empleo de la población rural (Artículo 4º).
La ldrs en la
versión que aprobó el poder legislativo e intenta dar una esperanza frente a la
marginación, la pobreza y la exclusión del desarrollo de millones de mexicanos
y mexicanas que viven en el medio rural. Los antagonismos entre un agro
productivo y competitivo en el ámbito internacional contrastan con las
prevalecientes economías de subsistencia campesina, mismas que han quedado en
una situación de vulnerabilidad económica y social. La ldrs prevé la creación de órganos
de planeación, coordinación intergubernamental y mecanismos de participación
local y nacional que puedan ser espacios importantes para consolidar la democracia
en los territorios rurales y abrir la posibilidad para la discusión
participativa sobre la eventualidad de esquemas alternativos de desarrollo para
el campo.
No pasaron más
de dos años del decreto por el que se crea la ldrs cuando, a principios de
2003, se realizó una importante movilización social con organizaciones
populares y gremiales del sector agropecuario. El argumento central era la
falta de competitividad de los pequeños productores y el abandono general del
sector social del campo. Gracias a esa situación de inestabilidad política y de
momento coyuntural, se sentaron algunas bases para una política de Estado en
relación con el campo. Con la participación del gobierno nacional, las
representaciones de las entidades federativas, algunas osc y otros actores del sector
rural, el 28 de abril de 2003 se firma el Acuerdo Nacional para el Campo, por
el desarrollo de la sociedad rural y la soberanía y seguridad alimentaria (anc).
El Acuerdo
Nacional para el Campo establece las reformas estructurales que se requieren
para enfrentar el grave deterioro de amplios sectores de la producción y
sociedad rural, con una perspectiva de desarrollo nacional a largo plazo
mediante el aumento de la productividad, rentabilidad, competitividad,
transformación y diversificación productiva que permita el aumento de la
producción, el ingreso rural, el dinamismo económico en zonas rurales, el
aprovechamiento sustentable de todas las potencialidades productivas del país;
así como mediante políticas de desarrollo humano y social que permitan reducir
de manera efectiva las desigualdades sociales existentes (anc, 2003).
Más allá de las
aspiraciones económicas del anc,
la actividad política y la crispación en torno a los problemas del campo a
principios de 2003 marcaron un punto de quiebre importante en la redefinición
de las acciones gubernamentales en los tres años siguientes del gobierno de
Vicente Fox. El anc
estableció un nuevo presupuesto para incrementar de manera significativa los
recursos destinados al sector, pero que también definiría las tendencias en las
nuevas relaciones interinstitucionales en términos de un neocorporativismo. Entendemos por neocorporativismo
una relación renovada entre el Estado y los campesinos organizados, relación
institucional que se da afuera de las estructuras corporativas tradicionales,
en comisiones plurales e incluyentes como los consejos para el desarrollo rural
(anc, 2003).
Por ejemplo, la
Secretaría de la Reforma Agraria en su convocatoria del fappa[6]
2006, en el punto 3.2, inciso a), dice: “Las organizaciones firmantes del
Acuerdo Nacional para el Campo podrán representar la gestión de ingreso de
proyecto en la ventanilla única correspondiente en un máximo equivalente a
2’000,000.00 (dos millones de pesos 00/100 M. N.) por entidad federativa y
conforme a su presupuesto disponible que en suma representa el 50% del
presupuesto estatal” (sra,
2006).
La negociación
de apoyos subsidiarios en paquete para estas grandes organizaciones que
firmaron el anc,
también siguió reproduciendo algunos de los esquemas corporativistas de antaño.
Es el caso de los apoyos otorgados a organizaciones mediante los programas de
la Secretaría de la Reforma Agraria como el fappa y el Programa de la Mujer
en el Sector Agrario (Promusag).
La política de
atención al campo en México en el sexenio 2000-2006, donde por primera vez tuvo
lugar la alternancia política, a nuestro parecer ha sido marcada por cinco
grandes sucesos:
1. La creación de la ldrs. Instrumento legislativo que
define el nuevo marco institucional para el desarrollo rural en México, sin
embargo, el alcance de la misma estará condicionado a que su aplicación y
reglamentación adecuadas logren el beneficio de un mayor número de mexicanos en
sus diversos ámbitos de desarrollo.
2. La firma del anc. Se trató de un acuerdo
coyuntural para definir las reglas del juego político entre la nueva
administración pública y los sectores organizados del sector rural,
principalmente aquellos provenientes de la oposición al gobierno en turno.
3. Los efectos del tlcan en el sector rural. Si bien
este tratado se firmó a principios de los años noventa, en lo que se refiere al
sector agropecuario, es hasta el cierre de esa década y principios del siglo xxi que dicho tratado entra en vigor
plenamente, lo cual implicó que se generaran múltiples reacciones a favor y en
contra, situación que se refleja en nuevos acuerdos con los actores y agentes
económicos involucrados, así como llevar a cabo ajustes en los programas
acordes con los nuevos retos políticos y económicos derivados de dicho acuerdo.
4. La reestructuración institucional del
gobierno. Dos son los aspectos a rescatar en el tema del cambio institucional: por una parte, el tema de la
descentralización de la política de atención al campo y presupuestos públicos
y, por otra, el tema de la organización y participación de la población rural
en las estrategias de desarrollo y la prioridad de las demandas sociales.
Destaca el surgimiento de los consejos de desarrollo rural sustentable y la
creación de los sistemas producto.
5. La creciente participación de
organizaciones civiles de fomento al desarrollo rural. La creación de la Ley de
Fomento a las Actividades de Desarrollo Social Realizadas por Organizaciones
Civiles logró una mayor institucionalización de los apoyos gubernamentales a
través de organizaciones civiles, lo cual amplió la participación social
organizada en este tema.
Se trata de
cinco aspectos que delinearon gran parte de la política y funcionamiento
institucional del campo y que en el año 2006 dejan algunos avances institucionales
y legales, pero también la agudización de los problemas de desarrollo en las
comunidades rurales atribuidas al modelo económico: desempleo, migración,
pobreza, inseguridad alimentaria y deterioro ecológico de los territorios.
Desde este punto
de vista, los logros para descentralizar e incorporar a los actores del campo
en órganos consultivos y de representación en los ámbitos locales, estatales y
federales es un buen inicio para abonar en los logros democráticos del medio
rural. La reestructuración de la instrumentación de los programas
gubernamentales no sólo trae consigo cambios en el ámbito administrativo y
financiero, también viene acompañada de cambios en las prioridades de las
agendas de políticas públicas. Asimismo, en general la toma de decisiones
políticas es más compleja y más lenta debido a que el poder gubernamental se
suele redistribuir entre partidos políticos de distinta ideología. Igualmente,
en el contexto de la democratización de la planeación del desarrollo rural, el
surgimiento de nuevos actores sociales provee intereses disímbolos al sistema
político que envuelve el desarrollo rural institucionalizado.
En el terreno
normativo el gobierno mexicano, con base en la ldrs, considera al Consejo
Mexicano de Desarrollo Rural Sustentable como el principal órgano consultivo
para incorporar las demandas del sector a la agenda de las políticas públicas.
De acuerdo con la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca
y Alimentación (Sagarpa):
El Consejo
Mexicano para el Desarrollo Rural Sustentable, creado por mandato de la Ley de
Desarrollo Rural Sustentable, es la instancia consultiva del Gobierno Federal,
con carácter incluyente y representativo de los intereses de los productores y
agentes de la sociedad rural. Está integrado por los miembros de la Comisión
Intersecretarial, las Comisiones de Agricultura y Ganadería y de Desarrollo
Rural del H. Congreso de la Unión, representantes de las organizaciones
nacionales del sector social y privado; las organizaciones nacionales
agroindustriales, de comercialización y por rama de producción agropecuaria; y
por los comités de los sistemas producto, instituciones de educación e
investigación y organismos no gubernamentales. Es presidido por el titular de
la Sagarpa (2006).
Así, la ldrs demanda
la creación de los consejos de desarrollo rural sustentable en los tres órdenes
de gobierno: el Consejo Mexicano para el Desarrollo Rural Sustentable, los
Consejos Estatales para el Desarrollo Rural Sustentable, y los Consejos
Municipales para el Desarrollo Rural Sustentable. De manera concomitante,
existen los Consejos para el Desarrollo Rural Sustentable del Distrito de
Desarrollo Rural y los Consejos Regionales para el Desarrollo Rural
Sustentable, los cuales actúan en el ámbito de cierta región preestablecida en
la planeación regional agropecuaria del gobierno nacional o de las entidades
federativas.
La ldrs, en el Artículo 24, estipula:
Con apego a los
principios de federalización, se integrarán Consejos para el Desarrollo Rural
Sustentable, homologados al Consejo Mexicano, en los municipios, en los
Distritos de Desarrollo Rural y en las entidades federativas. Los convenios que
celebre la Secretaría [Sagarpa] con los gobiernos de
las entidades federativas preverán la creación de estos Consejos, los cuales
serán además, instancias para la participación de los productores y demás
agentes de la sociedad rural en la definición de prioridades regionales, la
planeación y distribución de los recursos que la Federación, las entidades
federativas y los municipios destinen al apoyo de las inversiones productivas,
y para el desarrollo rural sustentable conforme al presente ordenamiento
(2001).
Los Consejos
tienen ingerencia en el proceso de descentralización
y federalización de los recursos de apoyo al campo, ya que en su seno se
discuten las validaciones financieras y la utilización de los recursos en los
ámbitos municipales y estatales. Si bien la intervención de los consejos
depende de aquellos acuerdos intergubernamentales entre los municipios, las
entidades y la federación, la fuerza de la participación de estos órganos en
los tres órdenes de gobierno podemos reconocerla como un elemento importante en
favor de las actividades democráticas y una oportunidad para incluir a la gente
del campo en la dirección y uso de los recursos de inversión pública.
Dentro de este
organismo actúan diversas organizaciones sociales, una comisión
intersecretarial para el desarrollo rural sustentable y el poder legislativo,
entre otros organismos del sector agropecuario. La composición es plural y, por
tanto, los intereses suelen ser diversos. En la ldrs reconocemos un esfuerzo por trascender hacia una vida más
democrática de los procesos de desarrollo rural; en particular aquellos que
pueden derivarse del ejercicio de los derechos que otorga dicha ley, ya que
ésta vela por la instalación de consejos de desarrollo rural sustentable que
operen como espacios de participación de los actores del campo, desde el
municipio hasta la federación.
Son muchos los
cuestionamientos y críticas sobre el funcionamiento y falta de operatividad de
muchos consejos de desarrollo rural sustentable, en particular los municipales
(cmdrs),
sin embargo, es importante reconocer el trabajo legislativo para visualizar un
desarrollo rural donde las decisiones puedan dirimirse en órganos integrados
por los propios actores y agentes transformadores del campo. Al respecto,
Cartagena et al. (2005)
comentan que la constitución y operación de los cmdrs son un proceso difícil de enfrentar para todas las instancias
de gobierno, ya que no se ha trabajado en el mejoramiento de las condiciones
institucionales que impulsen el proceso a partir de una descentralización
efectiva.
La inoperancia
de muchos consejos, la desinformación y la concentración de la toma de decisiones
en quienes presiden estos órganos se presentan como retos importantes para
perfeccionar la participación abierta e incluyente de los ciudadanos que viven
en el medio rural. Otro aspecto sobresaliente de la ldrs es la creación de la
Comisión Intersecretarial para el Desarrollo Rural Sustentable. El origen de
esta comisión se encuentra en reconocer que los problemas del sector rural son
heterogéneos y, por tanto, requieren la atención integral de las instituciones
del gobierno; la ldrs
contempla la creación de dicha comisión integrada por nueve secretarías de
Estado. La comisión la preside el titular de la Sagarpa,
quien es el responsable directo de su funcionamiento y resultados.
La operación de
la comisión está demarcada institucional y financieramente a través del
Programa Especial Concurrente para el Desarrollo Rural Sustentable (pec). El
Artículo 14 de la ldrs
establece la creación del pec
como instrumento de planeación y de política pública, a efecto de incidir de
manera unidireccional en la atención al campo.
En el marco del
Plan Nacional de Desarrollo y de los programas sectoriales de las dependencias
y entidades que la integren, la Comisión Intersecretarial para el Desarrollo
Rural Sustentable propondrá al Ejecutivo Federal, con fundamento en lo
dispuesto por los artículos 7, 9 y 22 de la Ley Orgánica de la Administración
Pública Federal y 19 y 26 de la Ley de Planeación, el Programa Especial
Concurrente para el Desarrollo Rural Sustentable que comprenderá las políticas
públicas orientadas a la generación y diversificación de empleo y a garantizar
a la población campesina el bienestar y su participación e incorporación al
desarrollo nacional, dando prioridad a las zonas de alta y muy alta marginación
y a las poblaciones económica y socialmente débiles.
La Comisión Intersecretarial, en los
términos del artículo 13 de este ordenamiento, considerará las propuestas de
las organizaciones que concurren a las actividades del sector y del Consejo
Mexicano, a fin de incorporarlas en el Programa Especial Concurrente.
Igualmente, incorporará los compromisos que conforme a los convenios
respectivos asuman los gobiernos de las entidades federativas y de los
municipios, así como establecerá las normas y mecanismos de evaluación y
seguimiento a su aplicación (ldrs,
2001).
A más de cinco
años de la creación del pec, los avances siguen siendo limitados en
cuanto a la coordinación y concurrencia institucional, ya que el programa
comprende el ejercicio de recursos asignados a cada dependencia para actuar de
manera interinstitucional, sin embargo, la falta de claridad en los arreglos
institucionales ha provocado dispersión de recursos y esfuerzos, lo cual es
lamentable ya que el pec
podría llegar a ser un valioso instrumento si los recursos y acuerdos
institucionales fueran más eficientes en la práctica.
Según análisis
del Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía
Alimentaria (cedrssa, 2006), no se ha cumplido con los
objetivos centrales del pec:
incrementar los ingresos y disminuir la pobreza. En general, lo limitado de los
efectos se debe en gran medida a los escasos programas de apoyo, lo cual es
congruente con el bajo índice de concurrencia obtenido.
La diversidad de
actividades económicas, sociales y productivas en los territorios rurales son
un hecho ineludible; ello exige la creación de un marco institucional adecuado
a esos cambios. La pluralidad de actividades conlleva a la diversidad de
actores sociales que requieren desarrollar una política participativa y
conciliadora al interior de los órganos consultivos o colegiados; sin perder de
vista que el gobierno, en sus tres órdenes, representa el principal catalizador
de la sinergia institucional para el desarrollo.
Reflexión final
La relación entre
el Estado y los campesinos se ha modificado sustancialmente debido a la
transformación de la sociedad mexicana en general con el fin del partido
hegemónico y la democratización concomitante del régimen político, la
aplicación de los principios del federalismo y la descentralización de los
recursos a los estados y municipios, la mayor apertura del sector agropecuario
a la importación de productos proveniente principalmente de los Estados Unidos,
la sustitución gradual del apoyo que se daba a los productores en una ayuda
condicionada a los pobres del campo, el progresivo retiro del Estado y la
conexa filantropización de los programas públicos,
así como el inicio del proceso de ciudadanización de la toma de decisiones (Lutz y Riella, 2006). Estos
cambios complejos, simultáneos pero que ocurrieron con una fuerza y una
velocidad distintas de acuerdo con cada fenómeno, han ejercido una influencia
real sobre la configuración del proceso de intermediación del Estado con las y
los productores del campo. En la cuestión de desarrollo rural, en este inicio
del siglo xxi
sobresalen tres elementos.
El concepto de
gobernanza lo vendieron las agencias internacionales a los países del sur como
un dispositivo –para retomar el concepto de Foucault (2000: 26-27)– eficaz y
eficiente para hacer funcionar una democracia desde abajo y garantizar, por
efecto capilar, la estabilidad de los regímenes políticos que adoptaron
recientemente el sistema de representación pluripartidista. En otros términos,
la gobernanza es un seguro de vida para las jóvenes democracias. En el presente
estudio encontramos que la Ley para el Desarrollo Rural Sustentable se
caracteriza porque retoma los grandes principios de la gobernanza, a saber: la
creación de instancias decisorias y consultativas plurales, la inclusión de
todos los actores interesados y que participan en un tema, la multiplicación de
comisiones en los tres niveles administrativos: federal, estatal y distrital.
Con la invención de los consejos de desarrollo rural sustentable también se
busca prevenir posibles movimientos de protesta en el campo mediante la
participación de los líderes sociales y gremiales, convertidos en agentes de su
propio desarrollo.
Esquema i
Concurrencia
interinstitucional para el desarrollo rural en México
Fuente: Comisión Intersecretarial para el Desarrollo
Rural Sustentable (pec,
2002-2006).
Al respecto, el
actual enfoque del desarrollo basado en el supuesto de la existencia de un
capital social (en todas sus variantes) completa y refuerza lo señalado
anteriormente, en el sentido de que se postula que los pobres del campo –los
cuales incluyen ex ante a todos los minifundistas mexicanos
que se encuentran al margen de la lógica agroempresarial–
deben autodesarrollarse. El camino hacia la igualdad
no reside más en una relación clientelar entre un Estado benefactor y el
conjunto de los administrados, sino en una relación de tipo neopaternalista
donde el Estado se limita en encauzar los esfuerzos de los propios
administrados para salir adelante. Esta visión igualmente importada
desde los escritorios de los funcionarios internacionales se debe entender como
parte del paradigma neoliberal, legitimándolo. Asimismo, el desarrollo de los
capitales de los productores pobres, como se formula en la ldrs y sobre todo en el Acuerdo
Nacional para el Campo (anc),
demuestra fehacientemente, para nosotros, la orientación de las políticas
públicas de atención al campesinado.
Un tercer
elemento que merece ser resaltado es la noción de corresponsabilidad. Alimentándose de las nociones de
gobernanza y de la idea de capitales, la corresponsabilidad se ha venido
constituyendo en un objetivo, condición y leitmotiv de la relación del poder ejecutivo
federal con los beneficiarios de la administración. Con ella desaparece el
axioma republicano de la gratuidad del servicio público para imponerse la idea
de una matematización de los costos de los trámites
burocráticos y de rentabilidad potencial de la gestión del bien público. Los
apoyos, cuando se otorgan, deben condicionarse, es decir, son recuperables.
Esta transferencia parcial del costo y por ende de la responsabilidad del
devenir del apoyo, en el caso de los productores rurales, implica por parte de
los beneficiarios, primero llenar una serie a menudo larga y severa de
requisitos y, segundo, aceptar las condiciones de recuperación impuestas por el
Estado. Asimismo, la corresponsabilidad se comparte unilateralmente en cuanto
al usufructo del apoyo, pero no se comparte en el establecimiento de los
criterios para beneficiarse de aquél.
Finalmente, es
menester afirmar que la transformación de la relación del Estado con los
campesinos en las últimas décadas se ha orientado hacia una desatención general
de los productores no rentables, lo cual presenta serios riesgos para el futuro
de la sociedad rural. Se podrían esperar cambios en el modelo oficial de
desarrollo rural para el provecho de la mayoría, siendo estos cambios el fruto
de una reflexión original y no un producto intelectual de importación. Pero,
afortunadamente, los modelos de desarrollo no poseen la omnipotencia como
virtud, por lo que los hombres y mujeres del campo tienen en sus manos las
herramientas necesarias para abrir nuevos surcos y plantar allí las semillas de
la esperanza.
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Recibido:
1 de febrero de 2007.
Aceptado:
2 de julio de 2008.
Francisco Herrera Tapia. Es doctor por la Universidad Autónoma
del Estado de México (uaem); realizó estudios de maestría en
ciencias sociales con especialidad en desarrollo municipal en el Colegio
Mexiquense, a. c. Actualmente es
director de proyectos de la Central de Servicios para el Desarrollo del Estado
de México, a. c., filial de la
Fundación Mexicana para el Desarrollo Rural. Docente de la Facultad de Ciencias
Políticas y Administración Pública de la uaem. Sus líneas de investigación
son: promoción del desarrollo rural, proyectos sociales, desarrollo comunitario
e institucionalidad de la agricultura. Entre sus publicaciones destacan:
“Instituciones, política y desarrollo. El caso del Programa Especial para la
Seguridad Alimentaria en la Montaña de Guerrero”, Espacios
Públicos, 21, uaem, México, pp. 168-185 (2008);
“Instituciones y procesos políticos en el desarrollo rural. El caso de la
Alianza para el Campo en México”, Gaceta Laboral, 14(1), Universidad de Zulia,
Venezuela, pp. 102-129 (2008).
Bruno Lutz Bachère.
Es doctor por la
Universidad Autónoma Metropolitana; licenciado y maestro en sociología y
etnología en La Sorbona, París iii. Actualmente es investigador nivel i en el Sistema Nacional de
Investigadores (sni)
y es profesor investigador titular de tiempo completo en el Departamento de
Relaciones Sociales de la uam-Xochimilco.
Sus líneas de investigación son: teorías sociológicas y antropológicas,
relaciones del Estado con los campesinos y con las organizaciones rurales.
Entre sus publicaciones más recientes destacan: “Entre el metate y el sueño
canadiense: representaciones de mujeres mazahuas de la migración contractual
transnacional”, Les Cahiers
Alhim,
14, París, http://alhim.revues.org, pp. 285-312 (2007); “Migración femenina
transnacional: México frente a las declaraciones y convenios internacionales, Veredas, año 8, 15, uam-Xochimilco, México, pp.
89-110 (2007); “Estructura y sujeto: perspectivas teóricas desde las ciencias
sociales, Cinta de Moebio, 29, Universidad de Chile, Santiago de
Chile, http://www.moebio.uchile.cl/29lutz.pdf) pp. 155-166 (2007).
Ivonne
Vizcarra Bordi. Es doctora en antropología (2001) y
maestra en economía rural (1986) por la Universidad Laval, Québec.
Asimismo es licenciada en administración (1982) por la Universidad Autónoma
Metropolitana-Azcapotzalco. Pertenece al Sistema
Nacional de Investigadores, Nivel i;
tiene reconocimiento como profesora de perfil Promep.
Fue vocal, vicepresidenta y presidenta (2001-2007) de la Asociación Mexicana de
Estudios Rurales, a.c.
y fundadora del Programa Universitario de Estudios de Género (2002) de la uaem. Desde
1986 se desempeña como investigadora-profesora de tiempo completo en el Centro
de Investigación en Ciencias Agropecuarias de la uaem, con las siguientes líneas
de investigación: género en seguridad alimentaria, pobreza, desarrollo rural,
migración y medio ambiente. Entre sus publicaciones recientes destacan: en
coautoría, “Políticas ambientales-forestales y capital social femenino
mazahua”, Economía, Sociedad y Territorio, viii(26), El Colegio Mexiquense, a.
c., México, pp. 477-515 (2008); “Gobernabilidad foxista: las poblaciones
vulnerables (mujeres) en la seguridad alimentaria”, en Bruno Lutz y Sergio Zendejas (coords.), Los actores
sociales del México rural frente a procesos políticos excluyentes: diversidad
de impactos y respuestas, vol.
i, amer-Juan
Pablos-uam-Conacyt-uaem, México, pp. 299-326 (2007);
en coautoría, Mujeres indígenas en
el Estado de México. Vidas conducidas desde sus instituciones, El Colegio Mexiquense, a. c.-uaem, México
(2006).
[1] En México, el también conocido
desarrollo rural integral cobra vida institucional en el Programa de
Inversiones Públicas para el Desarrollo Rural (pider) cuya tarea, de acuerdo con
Miller (1976), era procurar un proceso autosostenido
de desarrollo rural. El modelo del pider exigía la disposición institucional para lograr
la conexión entre el desarrollo comunitario y la organización de la
administración pública, situación que no se logró resolver debido a la
exigencia del modelo de una autonomía comunitaria que no respondía a las
condiciones sociopolíticas del momento.
[2] El Procampo
se comenzó a ejecutar a finales de 1993, fecha que marca el inicio de labores
del año agrícola 1994. El contexto bajo el cual surgió este programa responde a
la apertura de la economía nacional. Derivado de este nuevo entorno se planteó
la modernización del campo mexicano que, entre otras reformas, implicó
modificar el esquema tradicional de apoyos al sector agropecuario y forestal.
En lo particular, sustituyó al esquema de subsidios basado en los precios de
garantía, el cual no beneficiaba a un número importante de productores (Procampo, 2006).
[3] Las Metas de Desarrollo del Milenio,
acordadas en el seno de las Naciones Unidas en 2000, son: 1) Erradicar la pobreza extrema y el
hambre; 2)
Lograr la enseñanza primaria universal; 3) Promover la igualdad entre los
géneros y la autonomía de las mujeres; 4) Reducir la mortalidad infantil; 5) Mejorar la salud materna; 6) Combatir el vih/sida, la malaria y otras enfermedades; 7) Garantizar la sustentabilidad del
medio ambiente; y 8) Fomentar una asociación mundial para
el desarrollo.
[4] El objetivo declarado de la
revolución verde fue aumentar la producción de alimentos básicos, con miras a
disminuir las importaciones y satisfacer las crecientes demandas internas. Este
objetivo llevaba implícito el supuesto de que el aumento de los rendimientos de
los cultivos daría lugar no sólo a beneficios para la economía del país, sino
también para los pequeños productores y para los productores tradicionales, a
través de un incremento de sus ingresos y, en consecuencia, de la adquisición
de bienes y servicios, así como el logro de su desarrollo (Volke
y Sepúlveda, 1997).
[5] En el contexto de Bangladesh, Lewis
(2001) muestra, desde la perspectiva de la etnografía institucional, la gran
complejidad de las formas en que las ong trabajan para el desarrollo, identificando los
terrenos de batalla de las organizaciones entre sí y haciendo hincapié en la
lucha por la autonomía, el control de los proyectos y la captación de los
mayores recursos provenientes tanto de organizaciones internacionales como del
gobierno.
[6] Fondo de Apoyo a Proyectos
Productivos Agrarios.