Transformaciones
de la cuestión social habitacional: principales enfoques y perspectivas. El caso de Argentina en el contexto latinoamericano
Transformation of the social housing question: Main
approaches and perspectives. The case of Argentina in the Latin American
context
Mercedes Lentini*
Abstract
In this
paper we present a revision of the main approaches to study the housing problem
as well as the different solutions that have been proposed in the past. We analyse documental sources which allow us to identify the
following approaches: The hygienic approach as a response to the degraded housing conditions of the
wage-earning class created by the industrial revolution; the central-sectorial approach adopted during a Welfare State period and
the alternative and structural approaches which co-existed as a result of the
hegemonic viewpoint. Finally, we reflect upon the urban-territorial and inclusive. In particular, we analyse
the case of Argentina in the Latin American context.
Keywords: housing policy, social polici,
human settlements, people habitat
Resumen
En este
artículo se presenta una revisión de los principales enfoques sobre el problema
social de la vivienda, así como las modalidades de intervención que se han
registrado. Analizamos fuentes documentales para identificar: el enfoque
higienista como
respuesta a las degradadas condiciones de alojamiento de la clase asalariada
producto de la Revolución industrial; el enfoque central-sectorial, modalidad adoptada durante la
vigencia del Estado benefactor y los enfoques alternativo y estructuralista que coexistieron como respuestas al
enfoque hegemónico. Se finaliza con una reflexión acerca de los enfoques urbano-territorial e inclusivo. De forma específica se analiza el
caso de Argentina en el contexto latinoamericano.
Palabras clave:
política habitacional, política social, asentamientos humanos, hábitat popular.
*
Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Correo-e: mlentini@speedy.com.ar
Introducción
Admitido el
supuesto según el cual cada sociedad, en cada etapa histórica, delínea mediante una verdadera metamorfosis su propia cuestión
social (Castel, 1997),[1]
nos proponemos caracterizar aquellas transformaciones que se han sucedido desde
que aparece el problema de la vivienda como tal y describir las diversas
modalidades a través de las cuales se ha intentado darle respuesta. Para ello,
abordamos el desarrollo del presente trabajo mediante la transición entre
enfoques (o perspectivas) sobre la cuestión habitacional.
Tomamos la idea
de enfoques
–o si se prefiere concepciones– de Luciano Adrenacci
quien la utiliza en lugar de política social porque, desde su punto de vista, “la
política social es menos un conjunto de políticas públicas que un enfoque que
pone la atención en ciertas funciones, ciertas finalidades, o incluso en
ciertas consecuencias de la política pública. Una amplia gama de intervenciones
del Estado o políticas públicas son, de este modo, políticas sociales, aunque
no las identifiquemos como tales […] En suma, hay política
social allí donde está en juego la forma en que las sociedades intentan
garantizar su propia integración
[las cursivas son nuestras]” (2000: 8).
Dicho en otros
términos, para Adrenacci la política social se puede
concebir como un conjunto de intervenciones de la sociedad sobre sí misma que
pautan tanto los modos en que se produce el proceso de integración social, como
se gestionan la represión y la funcionalización de grupos que representan
riesgo o amenazas para el sistema. En suma, ello supone que tales intervenciones
pueden originarse tanto en el Estado –concebido no como un agente externo a la
sociedad sino como parte de la misma– como en otros actores sociales. Ello
permite incluir cualquier modalidad de intervención desde la sociedad, aun
antes que el Estado se hiciera cargo de la cuestión social (Soldano
y Adrenacci, 2005).
Tales
concepciones se han ido construyendo a partir de la acción de actores de
diversa naturaleza: algunos de carácter institucional, en otros casos se trata
de académicos con militancia política o que desarrollaron su labor en
organismos internacionales. En ocasiones, dichos enfoques responden a macroprocesos históricos que fueron configurando la acción
del Estado en la materia. Siguiendo a Karl Polanyi,
se trata casi de un espíritu de la época, un principio estructurador, capaz de
incidir en los modos en que procede la integración social (Polanyi,
1992, citado por Soldano y Adrenacci,
2005).
En algunos casos
dichas concepciones han permeado de forma evidente la acción política del
Estado, en otros, han quedado relegadas a la retórica de la época.
Si bien, debido
a la necesidad de contextualizar históricamente el proceso, se inicia este
trabajo a partir de los sucesos producidos desde el inicio de la Revolución
industrial en la Inglaterra de fines del siglo xviii,
nuestro foco de interés es la particularización de los acontecimientos en
América Latina en general, y en Argentina en particular.
1. Enfoque higienista
Producida la
primera Revolución industrial (1790-1850) aparece el problema
de la vivienda,
fundamentalmente como escasez de alojamiento para las masas trabajadoras y como
un asunto de insalubridad producto de las degradadas condiciones en que vivían,
lo que constituía verdaderos focos de epidemias que se expandían por toda la
ciudad. La Revolución industrial comenzó en Inglaterra con un súbito incremento
demográfico que provocó un aumento sin precedentes de viviendas con una
disposición nueva y concentrada. Se construyeron gran cantidad de casas de
alquiler con una elevada densidad y lo más baratas posibles, dando lugar a la
aparición y difusión de enfermedades infecciosas como el cólera, la fiebre
tifoidea y el tifus.
El problema de
la vivienda apareció entonces, por primera vez, afectando a grandes masas de
población humana concentrada territorialmente. Esta situación que perjudicaba a
la nueva clase asalariada se resolvía en forma individual y directamente en el
mercado a través del alquiler. La condición de la vivienda como mercancía y la
situación de degradación e insalubridad en la que se encontraba sumergida la
nueva pobreza urbana, se constituyeron en la cuestión social de la época. Las
clases privilegiadas percibían el problema de la vivienda de los pobres como
focos de propagación de enfermedades que, de algún modo, había que eliminar y
controlar.
Hacia fines del
siglo xix, periodo de la llamada
segunda Revolución industrial, el núcleo del debate se desenvolvía en torno de
la cuestión de la salubridad urbana y las miserables condiciones de alojamiento
de las masas trabajadoras. Hasta entonces, la respuesta a este grave problema
había estado en manos del sector privado y de los propios trabajadores.
La construcción
de villas obreras alrededor de las fábricas era el modo a través del cual
los patrones ejercían el tutelaje de los desposeídos. El patrón era el dueño de
las viviendas y, en las villas, se reproducían las relaciones de explotación y
subordinación que se daban en las fábricas.
Las clases
dominantes enfrentaban el problema bajo dos modalidades: el patronato y la
filantropía, pues la pobreza urbana se había convertido en un asunto que, tarde
o temprano, iba a alterar la paz social. Así, se ejercía otro modo de tutelaje de los pobres mediante la
filantropía; las organizaciones de mayor envergadura construyeron grandes edificios
para las clases trabajadoras con pretendidos fines filantrópicos pero con
alquileres demasiado elevados para los reducidos bolsillos de los trabajadores.
Por otro lado,
los empresarios industriales, la filantropía y la caridad ejercían una especie
de política social sin intervención del Estado. Datos de la época (Pawley, 1977) muestran que 99% de las viviendas que se
construyeron entre 1890 y 1910 fueron producto de la iniciativa privada y la
modalidad de tenencia predominante era el alquiler.
Las primeras
intervenciones del Estado se produjeron en el último cuarto del siglo xix por motivos de salud. Las epidemias
de cólera –que no respetaban a ninguna clase social– despertaron el interés del
Estado que comenzó a actuar a través de la legislación de tipo sanitario con el
fin de mejorar las condiciones de vivienda de los obreros.
Según comenta
Martin Pawley, un informe del London Trades Council realizado en 1887 y dirigido a la Comisión
Real encargada de analizar las condiciones de vida de los pobres en la urbe,
fue una de las primeras muestras del interés del Estado por mejorar las
condiciones de salubridad de la población: “[...]es totalmente imposible que la
iniciativa privada, la filantropía y la caridad puedan jamás ir a la par de las
actuales exigencias [...] Las fuerzas económicas y la población han sobrepasado
sus previsiones y, por consiguiente, los daños se han acrecentado. Pero lo que
el individuo no puede hacer, la municipalidad o el Estado tienen que procurar
realizarlo [...], pues sólo ellos poseen los elementos necesarios y la
autoridad para hacerlo” (1977: 21).
En Argentina,
por su parte, la fiebre amarilla desatada en 1871 vino a poner en evidencia las
deplorables condiciones de salubridad en que vivía gran parte de la población
de Buenos Aires, heredera de una “tradición de descuido y escaso control” (Lecuona, 1993: 53) de las condiciones sanitarias, producto
de la dominación española. Los sectores más acomodados evacuaron la ciudad y
migraron hacia el norte de la Plaza Mayor, dejando antiguas casonas desocupadas
que fueron rentadas por los inmigrantes europeos, lo que dio lugar a los conventillos
de rezago como
primera respuesta a las carencias de vivienda.[2] La
toma de conciencia sobre las condiciones sanitarias y la urgencia de adoptar
medidas de higiene permitió mejoras en infraestructura y equipamiento en Buenos
Aires y el litoral argentino.
Salvo estas
intervenciones, producto de una preocupación por la salubridad, el problema de
la vivienda se resolvía en el mercado: “de acuerdo al pensamiento liberal […]
la necesidad de alojamiento era considerada un problema individual, cuya
solución era resorte de cada uno de los afectados” (Lecuona,
1993: 37).
Una de las
alternativas pioneras en materia de construcción de vivienda para las clases
populares fue impulsada por sectores socialistas a través de la Cooperativa El
Hogar Obrero que, a partir de 1905, incluye entre sus objetivos la construcción
de barrios.
Si bien se
conocen algunos esfuerzos aislados de intervención municipal para construir las
primeras casa obreras,[3] el
problema de la vivienda en Argentina alcanzó nivel público recién en 1915 con
la creación de la Comisión Nacional de Casas Baratas[4]
por iniciativa del diputado conservador Juan F. Cafferata.
La actuación de la Comisión se formaliza durante al
presidencia de Yrigoyen y se prolonga durante tres
décadas.[5]
Tanto las
acciones de la Comisión Nacional de Casas Baratas como las del movimiento
cooperativo estuvieron muy lejos de dar una respuesta adecuada a la elevada
demanda del sector popular.
2. La cuestión social
habitacional: el enfoque central-sectorial
El Estado
benefactor fue producto de la crisis del capitalismo de los años treinta,
después de la cual distintas sociedades promovieron un cambio en el rol del
Estado al que dieron una respuesta común de carácter estatista. Tal como
sostiene Daniel García Delgado (1994), surgió de la necesidad de contrarrestar
las crisis periódicas del capitalismo y de conciliar el imperativo de
acumulación con el de legitimación. Es decir, por un lado se orientó hacia la
reanimación y estabilización de la acumulación capitalista y, por el otro,
buscó “aventar los peligros de la revolución, asegurar la pacificación social,
la institucionalización de los conflictos clasistas y la creación de un orden
burgués estable y legítimo” (A. Borón citado por
García Delgado, 1994: 48).
Resulta oportuno
recordar que la categoría de vivienda de interés social se construyó históricamente en Europa
a principios del siglo xx,
en el marco de los procesos que venimos describiendo.
El Estado
benefactor o Estado social dejó de actuar como garante exclusivo de los
derechos individuales y se convirtió en garante de derechos sociales. Como
sostiene el mismo autor, se trata de un Estado que se crea por la intervención,
por su acción en forma de prestaciones sociales, dirección económica y
distribución del producto nacional. En suma, un Estado que busca la
legitimación en la respuesta de las demandas populares, en el distribucionismo. El sistema de provisión público de
viviendas implementado por el Estado social, mediador en la relación
capital-trabajo, operaría como sistema de redistribución de riqueza para paliar
la situación de los hogares más pobres.[6]
La consolidación
del Estado benefactor llegaría después de la segunda Guerra Mundial. El modelo fordista de producción industrial requería de un sistema macrorregulatorio, es decir, de políticas macroeconómicas
de los gobiernos nacionales que aseguraran, por una parte, el aumento de la
productividad y, por otra, el aumento del consumo. Era necesario asegurar el
poder de compra masivo de una producción en gran escala. La intervención del
Estado en la economía (keynesianismo) se dirigió a asegurar ese mercado masivo.
En el ámbito
internacional y desde el punto de vista técnico arquitectónico, el ideal de la
producción en serie de una vivienda mínima que mejoraría las condiciones de los
trabajadores se tradujo en la propuesta de la vanguardia
arquitectónica moderna,
liderada por Le Corbusier. La vivienda como máquina
de habitar producida
en serie y destinada a la demanda popular parecía encarnar el ideal de una
sociedad industrializada y moderna.
En el terreno de
las acciones efectivamente implementadas por los países de América Latina, este
enfoque trató de extender el negocio de la vivienda para los
sectores medios a un nuevo mercado: el de los más pobres. En relación con los estándares
habitacionales alcanzados, su efecto fue ambiguo: por una parte, ciertamente
los rebajó para que alcanzara a llegar a los pobres pero, por otra, de forma
rígida trasladó estándares convencionales propios de la clase media a las
políticas de vivienda social.
La lógica que
sostenía las primeras intervenciones del Estado en materia de casa habitación,
se sustentaba en el argumento de que el alto grado de deterioro de las
condiciones de alojamiento de la masa de trabajadores industriales tenía
consecuencias adversas para el desarrollo económico en general.
Desde el punto
de vista político, el papel del Estado era el de proveedor
de viviendas:
respuestas industriales, masivas, planificadas centralizadamente por expertos y
hegemonizadas por las tecnocracias, las burocracias estatales y la vinculación
–a través de licitaciones de obras– con el sector privado de la construcción.
Sin embargo,
como sostiene Raúl Fernández Wagner, este dispositivo redistributivo tuvo un
alcance relativo en América Latina en el periodo del denominado fordismo periférico, el cual se basaba en la
industrialización sustitutiva de importaciones en el que “el carácter social (de
la vivienda) nunca
estuvo totalmente consumado pues las prioridades eran financiar la oferta
(respondiendo a los lobbies de las empresas constructoras) y
contribuir a la reproducción política (mediante prácticas clientelares)” (2004:
14).[7]
Por enfoque
central-sectorial debe entenderse (Utria 1967) la
respuesta que, desde el Estado de bienestar o Estado social, se le ha dado al
problema de la vivienda en muchos países de la región.[8] La
base conceptual de este enfoque suponía que los problemas habitacionales se originaban
fundamentalmente en la escasez de vivienda adecuada en el mercado y, por tanto,
el Estado debía intervenir ampliando la oferta mediante la provisión de las
mismas. Muy vinculada a esta modalidad de intervención se encuentra la
concepción fundamentalmente cuantitativa de solución del déficit a través de
tipologías uniformes que se repiten a lo largo del territorio.
Dicha
perspectiva, suponía, por un lado, que la responsabilidad de la dirección y la
operación de la política y los programas debían concentrarse en el ámbito
nacional y, además, que el desarrollo de las acciones debía efectuarse a través
de un aparato institucional especializado. Por otro lado suponía la
intensificación del uso de financiamiento externo y de altas asignaciones del
presupuesto nacional que exigían como contrapartida los organismos
internacionales.
Fernández Wagner
(1999: 49) caracteriza la intervención del Estado en materia habitacional en
Argentina partir de lo siguiente:
·
La
promoción de construcción de las denominadas viviendas de
interés social a
través de instituciones públicas nacionales y mecanismos de licitación y
contratación de empresas privadas para la construcción.
·
La
regulación del mercado habitacional a través de las siguientes herramientas: a)
regulación del
mercado de alquileres urbanos, b) control de precios (generales sobre
productos de primera necesidad, que en algunos periodos incluyó a los
vinculados con la construcción), c) reglamentación de ocupación y uso del
suelo (planes reguladores) y d) reglamento de la construcción de
viviendas (reglamentos de construcción).
·
Estímulos
a la producción y al consumo a través de a) la intervención en el mercado
financiero, creación de instrumentos financieros para captar ahorro y generar
inversión y b) subsidio
a la producción y al consumo (créditos con tasas bajas, reducción impositiva,
etcétera).
·
Promoción
de la investigación y el desarrollo para provocar una completa
industrialización de la construcción (producción en masa debido a la escasez de
mano de obra durante la posguerra).
El año 1969
–gobierno de facto
de la Revolución argentina– se puede señalar como el momento en que en este país se
instala el Estado proveedor[9] a través de un sistema centralizado
de provisión. En esa fecha se puso en marcha el Plan de Viviendas Económicas
Argentinas (Plan vea), la
operación financiera más importante de la época cuyo objetivo era construir
grandes complejos de vivienda con infraestructura y equipamiento en todo el
país. Esta producción masiva es la que mejor se ajustaba a las características
requeridas por las grandes empresas constructoras para hacer más eficientes sus
inversiones.
La política de
vivienda de la época coincide con los intereses del sector industrial más
concentrado dirigidos a utilizar al Estado como dinamizador de la economía.
Dicha política suponía un sistema operativo nacional centralizado en la
Secretaría de Vivienda cuyo objetivo sería “la inversión en operatorias
masivas, dejando librado a la actividad privada la atención de necesidades de
tipo individual”. En este caso el sector público debía intervenir “para apoyar
en todo el país la ejecución de planes, programas y proyectos destinados a
aquellos niveles a los que no llegue la acción exclusiva de la actividad
privada” y, además, debía “asegurar la mayor estabilidad, continuidad y
consolidación de la industria de la construcción nacional” (Billorou,
citado por Yujnovsky, 1984: 143-144).
Esta concepción
del problema habitacional que se ha denominado central-sectorial ha
sobrevivido, junto con el enfoque facilitador, aún durante la década de los
noventa, resguardada por la impronta cultural de ciertos organismos de vivienda
–como en el caso del Minvu (Ministerio de la Vivienda
y Urbanismo) de Chile– o mantenida por los gobiernos de algunas provincias, en el
caso de Argentina.
3. Enfoque
habitacional alternativo: una respuesta a la pobreza urbana
El explosivo
proceso de urbanización en América Latina a partir de la década de los
cincuenta se tradujo rápidamente en la aparición del problema de la pobreza urbana
y la conformación de asentamientos populares en las ciudades, verdaderos focos
de miseria y, por tanto, males que había que erradicar y reemplazar por
conjuntos modernos y ordenados, según la propuesta del paradigma dominante.
Frente a este modelo hegemónico surgen dos respuestas: el enfoque al que
llamamos alternativo,
y que desarrollamos en torno a la figura de John Turner, y el enfoque al que
denominamos estructuralista, al que dedicamos el siguiente apartado.
A lo largo de
los años sesenta y setenta se produce un fenómeno nuevo en arquitectura
(Montaner, 1993): el mundo de la cultura en general, y de la arquitectura en
particular, comienza a aceptar los principios sostenidos por los relativismos
cultural y antropológico. Este último –a través de la obra de Claude Lévi-Strauss y Marvin Harris,
entre otros– desarrolla una defensa de la diversidad de lógicas culturales y de
la aceptación de la pluralidad cultural. Esto produjo efectos importantes en el
urbanismo, la arquitectura y el diseño: surgió la necesidad de desarrollar
soluciones que se adaptaran al contexto social y cultural en el que se
insertaban. Es decir, sin imponer modelos externos, sino aprendiendo lo propio
de cada sociedad.
Simultáneamente
se produjo la crítica radical al modelo capitalista e imperialista y el auge de
los movimientos ecologistas, lo que dio lugar a la búsqueda de nuevas opciones
basadas en otras tecnologías, formas y modos de vida.
En este contexto
se inscribe el pensamiento de John F. Turner,[10]
arquitecto inglés que entre 1957 y 1965 residió en Perú estudiando los procesos
de ocupación ilegal del suelo y de autoconstrucción que se producían en las
grandes ciudades latinoamericanas. Su obra constituyó una defensa de aquella
arquitectura en la que el usuario interviene en la configuración de su hábitat.
Hasta entonces, los arquitectos habían reducido su actividad a ciertos grupos
privilegiados mientras millones de personas de muchos países vivían en un
entorno de pobreza. De este modo, “Turner estaba insistiendo en una crítica al
Movimiento Moderno y a sus premisas de un hombre universal y de una actividad
arquitectónica totalizadora que no tenía en cuenta la diversidad cultural y la
capacidad que muchas culturas mantienen para configurar sus espacios
existenciales” (Montaner, 1993: 131).
La defensa de
una arquitectura participativa, de un modelo autónomo de producción del hábitat
residencial de los sectores más pobres (redes o sistemas locales
autogobernados) frente al modelo heterónomo dominante (estructuras
centralizadas y jerárquicas de decisión) y la vivienda como un proceso activo,
capaz de capitalizar la sinergia de estos grupos, se convirtieron en las
premisas básicas del pensamiento de Turner.
Recuadro 1
Principales
premisas del enfoque alternativo
Fuente: Elaboración propia a partir de John Turner, 1997
y 1972.
Tal como
sostiene Raúl Fernández Wagner, “la cuestión de la autonomía y heteronomía que plantea Turner debe ser comprendida en su
tiempo (años cincuenta y sesenta), en pleno auge de los sistemas centralizados
de provisión habitacional: el Estado proveedor asignaba socialmente, en el
marco de las instituciones del sistema benefactor, el ‘producto’ vivienda”
(1999: 61).
El pensamiento
de John Turner ejerció mucha influencia en Latinoamérica,[11]
sobre todo a partir de su trabajo en organismos internacionales durante la
década de los sesenta y setenta y se expresó a través de su labor con
organizaciones no gubernamentales (ongs) vinculadas con la transformación del hábitat
popular así como con diversos gobiernos que iniciaron programas de
autoconstrucción en los sectores de menores recursos.[12]
Las
recomendaciones de la primera Conferencia Mundial sobre los Asentamientos
Humanos Hábitat i, realizada en
Vancouver en 1976, dejan ver la influencia de su pensamiento.[13]
De acuerdo con la Declaración de Vancouver, “[...] los esfuerzos deben estar
dirigidos, en particular, a promover acciones que motiven a la población a
decidir y actuar por sí misma con el apoyo apropiado del gobierno y [...] a
descentralizar las instituciones a fin de facilitar [las cursivas son nuestras] a las
comunidades locales la identificación de sus propias necesidades y campos de
acción” (United Nations Conference on Human
Settlements, 1976: 37).
Recuadro 2
Recomendaciones
del Plan de Acción de Vancouver (1976)
Fuente: Elaboración propia a partir de United Nations Conference on Human
Settlements (1976).
La crítica que,
desde el neomarxismo, se hizo al pensamiento de
Turner reconoce a Emilio Pradilla como uno de sus más
claros expositores. Es, justamente, su postura la que tomamos para identificar
la perspectiva a la que hacemos referencia en el apartado siguiente y que hemos
identificado como enfoque estructuralista.
4. Enfoque
estructuralista: una respuesta a la explotación capitalista
Históricamente
este enfoque tiene sus bases en el debate que, durante la segunda mitad del
siglo xix,
se centró en el problema de la escasez de vivienda y las deplorables
condiciones de alojamiento de las masas de trabajadores industriales.
Estos obreros,
nuevos actores que se incorporaron a las ciudades a partir del proceso de
industrialización, presionaban por mejores condiciones de trabajo. La
industrialización, que vio su germen en Inglaterra, se trasladó rápidamente
hacia Francia y Alemania. Es en este último país, justamente, donde el debate
sobre el tema de la vivienda tuvo a Federico Engels
como uno de los más claros exponentes.
En su libro Sobre
el problema de la vivienda
(1886), Engels sostuvo el carácter estructural de
este problema al que vinculó con las condiciones de explotación a las que eran
sometidas las clases trabajadoras y a la apropiación de plusvalía por parte del
sector capitalista.
La clase
capitalista dominante también estaba interesada en solucionar el problema de
alojamiento, pues las condiciones de insalubridad afectaban a todos por igual.
La preocupación por la higiene –toda vez que la ciencia ya había demostrado los
procesos de transmisión de enfermedades– atrajo la atención de los burgueses
humanitarios –como
los denomina Engels–, por lo que se produjo gran
cantidad de literatura sobre sanidad pública. En su libro, Engels
debate con el doctor Emil Sax[14]
quien desde una concepción burguesa de la cuestión de la vivienda proponía, en
el marco del orden social entonces existente, elevar a las pretendidas clases desposeídas al nivel de las
clases poseedoras. Todas las miserias de la existencia de los obreros se
podrían remediar con éxito mediante el mejoramiento de las condiciones de
alojamiento. Según Sax (citado por Engels, 1986), la
cuestión de la vivienda sólo podía ser enteramente resuelta mediante la
transferencia de la propiedad de la vivienda a los obreros. El obrero se
transformaría, de este modo, en capitalista y sería elevado de la clase de los
no poseyentes a la de los poseedores.
Pero, ¿de dónde
procede la escasez de vivienda? ¿Cómo ha nacido? Como buen burgués, el señor Sax debe ignorar que es un producto necesario del sistema
social burgués [...] En semejante sociedad, la escasez de vivienda no es en
modo alguno producto del azar; es una institución necesaria que no podrá
desaparecer, con sus repercusiones sobre la salud, etc., más que cuando todo el
sistema social que la ha hecho nacer sea transformado de raíz [...] No es la
solución de la cuestión de la vivienda lo que resuelve al mismo tiempo la
cuestión social, sino que es la solución de la cuestión social, es decir, la
abolición del modo de producción capitalista, lo que hace posible la solución
del problema de la vivienda (Engels, 1986: 114-117).
Esta posición, a
la que hemos llamado estructuralista, se expresa en Latinoamérica alrededor de
los años sesenta y setenta a partir del pensamiento de autores neomarxistas como Emilio Pradilla
y Rod Burgess. Pradilla, arquitecto de nacionalidad colombiana, transmite
a través de su obra el pensamiento crítico sobre el problema
de la vivienda y su
aportación en la “construcción de una interpretación teórica alternativa a la
de la burguesía, sus gobiernos y su intelectualidad, asumiendo para ello el
punto de vista y los intereses de los explotados y oprimidos latinoamericanos”
(Pradilla, 1987: 9). Parte de sus contribuciones
consisten en responder a Turner, a sus seguidores y a sus propuestas, a las que
identifica como instrumentos ideológicos de la explotación capitalista.
Según Pradilla, la autoconstrucción ha sido mitificada por Turner
y sólo ve en ella una propuesta reaccionaria que ayuda a reproducir el problema
de la vivienda más
que a su solución. Respecto del proceso espontáneo de autoconstrucción opina lo
siguiente:
El individuo y
su familia para construir su vivienda deberán, durante largos años, prolongar
su jornada de trabajo más allá de lo normal, reduciendo así su capacidad
productiva y agotándose más rápidamente; deberán invertir parte de su escaso
fondo de subsistencia en materiales de construcción comprados en pequeñas
cantidades a precios especulativos; tendrán que hacinarse en un reducidísimo
espacio mientras avanza lentamente la construcción a fin de no pagar un doble
arriendo; tendrán que pagar elevadas cuotas de amortización, mucho más altas
relativamente que las de urbanizaciones completas, por un pedazo de tierra sin
ningún servicio a un urbanizador, usurero; y terminado su rancho, vivirán
hacinados sin servicios de ninguna especie, endeudados con los prestamistas usureros
y tan desempleados o sobreexplotados como cuando inició el proceso, pues su
situación de empleo e ingresos no depende de él sino de las condiciones de
funcionamiento de la estructura económica en su conjunto. Lo que habrán logrado
será un miserable lugar de habitación segregado socialmente, nada más (Pradilla, 1987: 94).
Formula
apreciaciones relacionadas con el rol del Estado como promotor del proceso de
autoconstrucción: en este caso lo único que se hace es antiurbanismo. Es decir, según Pradilla, su
política conduce a la multiplicación de viviendas subnormales y, en este
sentido, el Estado actúa como programador de la segregación
social del hábitat;
en otros términos, contribuye a reproducir el problema de
la vivienda. La
autoconstrucción de estos medios de consumo colectivos sirve al Estado para que
los grupos de bajos ingresos inviertan en su construcción un trabajo adicional
resultante de la prolongación de su jornada de trabajo más allá de lo normal.
En otras
palabras, el Estado no puede actuar sino dentro de los límites que le establece
el sistema capitalista de producción: las políticas del Estado no pueden
desbordar ni contradecir las relaciones capitalistas de producción. El Estado,
como productor y vendedor de viviendas, actúa como agente capitalista en
similares condiciones que el sector privado, esto es, explota la fuerza de
trabajo y se apropia de la plusvalía, lo que limita en este terreno su
autonomía y le impide diferenciarse como sector aparte.
Para Pradilla, la solución del problema de la vivienda sólo
deviene de la transformación revolucionaria de la sociedad: “Preferimos, por un
compromiso con la realidad histórica, formular el derecho de toda familia al
usufructo de una vivienda adecuada a las necesidades sociales medias, producida
por los medios técnicos de que dispone realmente la sociedad para hacerlo; pero
esto supone, claro está, la liberación de las fuerzas productivas sociales de
las barreras que le oponen las relaciones capitalistas de producción, es decir,
la transformación revolucionaria de la sociedad (1987: 99).
Este enfoque no
alcanzó suficiente fuerza para imponerse en el terreno de las prácticas de la
vivienda popular, por lo que sus propuestas quedaron en el terreno de la
retórica de la época.
El último cuarto
del siglo xx
transcurre, entonces, a través de la transición entre un paradigma
central-sectorial que caracterizó al Estado providente o benefactor y el
enfoque facilitador que resulta ser una perspectiva definitoria para describir
la concepción del problema de la vivienda predominante en el periodo
hegemonizado por el modelo económico neoliberal.
Sin embargo, y
como enfoques no convencionales destinados a atender a los sectores de extrema
pobreza, han coexistido y sobrevivido otras concepciones para atender el problema
del hábitat popular a las que se ha identificado como alternativas (o no convencionales) y estructuralista, cuyos orígenes se remontan a las
décadas de los sesenta y setenta.
A mediados de la
década de los sesenta, diversas ong[15]
desplegaron su actividad en Argentina y en otros países latinoamericanos,
tratando de suplir las falencias de las políticas sociales estatales durante
los gobiernos autoritarios de facto. Basaron sus acciones en modos de
intervención de carácter alternativo –cuyos ejes fueron la organización de la
comunidad y la participación– a partir de microproyectos
de vivienda destinados a los sectores más desprotegidos. Muchas de ellas se
desarrollaron a través de actos de confrontación con el sector estatal y
político.
5. El enfoque habitacional
facilitador
La idea de facilitar los procesos habitacionales se fue
construyendo desde aquella primera Conferencia Mundial realizada en Vancouver.
Hacia fines de la década de los ochenta se hace evidente que los gobiernos
debían abandonar su papel de productores directos de vivienda y desarrollar
programas donde su participación consistiría en facilitar las actividades
relacionadas con la construcción de casas por parte del sector privado. El
enfoque facilitador adquiere relevancia formal cuando en 1988 la Asamblea
General de las Naciones Unidas aprueba la Estrategia Mundial de la Vivienda
Hasta el Año 2000.[16]
Según esta
perspectiva, una política de facilitación debería tratar de “aprovechar
plenamente el potencial y los recursos de todos los agentes, gubernamentales y
no gubernamentales […] y reconocer plenamente los importantes vínculos que
existen entre la vivienda y el desarrollo económico”. El papel del sector
público sería “determinar un marco institucional apropiado para la aplicación
de la estrategia y esto puede exigir una reorganización institucional
considerable […] Otro componente importante es el desarrollo de las tareas
administrativas, institucionales y legislativas que estimulen la acción de
todos los sectores”. Un principio facilitador supone, además, que se “deben
evaluar las necesidades y los recursos y determinar medidas que permitan
alcanzar esos objetivos en forma realista [las cursivas son nuestras]”
(Asamblea General de las Naciones Unidas, 1988: 144-146).
La gss (Global Strategy for Shelter
to the Year
2000) ha sido reconocida como el cambio más importante ocurrido hasta ahora en
materia de políticas habitacionales sostenidas por Naciones Unidas y otras
agencias bilaterales y multilaterales de asistencia al desarrollo: “La gss reemplazó
las políticas de lotes y servicios y de mejoramiento en ocupaciones ilegales
por el enfoque facilitador, focalizado en la promoción de la eficiencia y eficacia
de los mercados habitacionales” (unchs, 2001: 45).
Estos conceptos
fueron perfeccionados por numerosas instancias de discusión regional y nacional
y se recogieron en la Declaración de Estambul y en la Agenda Hábitat, acordados
en la Segunda Conferencia de Naciones Unidas sobre los Asentamientos Humanos,
Hábitat ii
realizada en Estambul en 1996 (Naciones Unidas, 1996). La Declaración de
Estambul enuncia: “adoptamos la estrategia de facilitación y los principios de
la solidaridad y la participación porque son los medios más democráticos y
eficaces de hacer realidad los compromisos que asumimos” (Naciones Unidas,
1966, párrafo 12). El Plan de Acción emanado de esta cumbre reconoce dos
estrategias para el suministro de viviendas: a) facilitar el funcionamiento de los
mercados y b)
favorecer la construcción de viviendas por las comunidades.
Sin embargo, los
gobiernos –bajo la presión de los organismos internacionales de financiamiento
y los grandes intereses económicos– enfatizaron la estrategia de facilitación
de los mercados más que la de construcción de viviendas por las comunidades.
De este modo, el
Banco Mundial (recuadro 3) promovió entre los gobiernos la adopción de este
enfoque con el fin de canalizar la asistencia financiera, exhortándolos a que
cumplieran una función de facilitación, dejando de lado la construcción, el
financiamiento y el mantenimiento de viviendas y alentándolos a que se ocuparan
de mejorar la eficiencia del mercado inmobiliario y las condiciones de vivienda
de los pobres (Banco Mundial, 1994).
El enfoque
facilitador está
vinculado con la crisis que, a partir de la década de los setenta, sobrevino al
modelo capitalista de industrialización y al fordismo
como última etapa de desarrollo de dicho modelo. Se produjo, entonces, una
reestructuración de la organización de la producción a escala mundial. Los
pilares que dominaron la lógica fordista –mercados
masivos, productos estan darizados
y el aprovechamiento de las economías de escala tra-dicionales–
se caen y los reemplaza el modelo japonés de acumulación
flexible, también
conocido como paradigma postfordista.[17]
Fuente: Elaboración propia a partir de Banco Mundial
(1994).
En el plano
político se tradujo en la crisis y desmantelamiento del Estado benefactor y el
paulatino abandono del Estado como productor de viviendas. En Argentina, este
cambio en el papel del Estado se debió no sólo a la ruptura del modelo fordista, sino a otros factores como:
·
Una
crisis del sistema financiero del sector (sobre todo por parte de las
instituciones públicas).
·
Una
crisis del modelo urbano de provisión: el conjunto habitacional, cuyo deterioro
físico y creciente grado de conflicto social entre los ocupantes llevaron a
replantear, de manera prácticamente definitiva, el modelo de vivienda
de interés social que
regía desde la posguerra.
·
La
reforma del Estado hace evidente la trama de intereses establecidos entre la
burocracia estatal y el sector privado empresarial en torno a la construcción
de grandes conjuntos habitacionales.
·
La
crítica sobre cómo se imponía el modelo a la población, sin participación
alguna sobre la decisión de su hábitat.
·
Respecto
de la particular implementación de este enfoque en Argentina, se puede afirmar
que la impronta del mismo se hizo sentir, fundamentalmente, a través la
transformación de la centralizada política nacional de vivienda en un avanzado
proceso de descentralización en el ámbito provincial y, en el caso de algunas
provincias, en el ámbito local que se ejecutó en el marco del proceso de
reforma del Estado durante la década de los noventa.
·
El
marco federal –en el que las provincias gozan de autonomía y autarquía– y las
modificaciones que se sucedieron en el campo jurídico e institucional, dieron
lugar a la posibilidad de que las provincias pusieran en marcha nuevos
lineamientos de política que, en algunos casos, se expresaba en términos de un
paradigma emergente asentado en principios de descentralización, en el ámbito
local, y participación (Fernández Wagner, 1999).
En Argentina, la
consecuencia fundamental de este proceso fue el notorio debilitamiento del
marco nacional de la política habitacional, puesto de manifiesto a través de
una verdadera atomización de políticas provinciales. Al comienzo del nuevo
siglo, este proceso ha comenzado a revertirse mediante cambios políticos de
relevancia que exceden los alcances del
presente estudio.[18]
Respecto de las
pretendidas promoción y reactivación del sector privado, si bien se logró mayor
acceso a los mercados de vivienda y de crédito hipotecario, éste quedó
restringido a los sectores medio y alto sin que se ampliara la cobertura para
los sectores de menores recursos. Además, la mayor parte de lo que se construyó
en el ámbito nacional con recursos del Fondo Nacional de la Vivienda (Fonavi)[19]
se hizo a través de operaciones tradicionales, como obra pública mediante
licitaciones con empresas privadas.
Es decir, tanto
en materia de financiamiento como de modalidades de producción, no se ha
conseguido una articulación adecuada con el sector privado, sobre todo en
acciones dirigidas a la población de menores recursos.
La participación
de organizaciones de la sociedad civil sigue siendo, a pesar de los logros en
algunas provincias, un desafío a consolidar durante los próximos años. Si bien
algunas provincias incorporaron modalidades de gestión del hábitat de carácter
participativo, la misma ha sido acotada en el contexto de la totalidad de las
acciones estatales.
6. La cuestión social
habitacional como un problema urbano-territorial
Este enfoque se
puede identificar como la última etapa del periodo dominado por el enfoque
facilitador y se encuentra vinculado fundamentalmente a acuerdos y consensos de
dos reuniones internacionales y sus declaraciones respectivas: el Plan de
Acción Regional (recuadro 4), aprobado en la Reunión Regional de América Latina
y el Caribe Preparatoria de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Asentamientos
Humanos (Hábitat ii),
realizada en Santiago de Chile en 1995, y el Programa Hábitat ii, acordado
en Estambul, Turquía, en 1996. Dicho enfoque supone, en lo sustantivo, superar
la perspectiva sectorialista que ha caracterizado a
todas las formas de intervención en los problemas sociales y se funda en la necesidad de lograr
enfoques más integrales de política social.
Los principales
consensos (Mac Donald y Simioni, 1999) a los que se
ha llegado en la región después de estas dos reuniones y bajo el influjo de sus
propuestas son:
·
Debido
a que ya no es posible abordar la mayor parte de los problemas urbanos y
habitacionales con enfoques sectoriales, es necesario que en el corto plazo las
políticas sobre estos temas logren una mayor integración horizontal. Es decir,
se debe evolucionar hacia políticas de hábitat más comprensivas.
·
Una
adecuada descentralización de las políticas de vivienda que articule los
diversos ámbitos: territorial, regional, nacional, local.
·
La
necesaria incorporación de la iniciativa privada en la gestión de los
asentamientos humanos. Se deja de lado, de este modo, el enfoque predominante
durante décadas que asignaba al sector público casi todas las responsabilidades
en el mejoramiento del hábitat.
Es decir, la
nota distintiva de esta perspectiva es el reconocimiento del rol productivo de
las ciudades en el ámbito global y la necesidad de articular las políticas
sectoriales en un enfoque integrador del hábitat, a fin de mejorar la
competitividad de aquéllas. El lema ya no es construir viviendas, sino hacer
ciudades. En la
Declaración de Estambul y en el Programa Hábitat ii, también se dejan ver estas
tendencias a lo largo de sus declaraciones y compromisos.
Recuadro 4
Principales ejes
temáticos del Plan de Acción Regional
Fuente: cepal, 1996.
Con el fin de
caracterizar el enfoque al que llamamos urbano-territorial, se pueden señalar
algunos puntos establecidos en la Agenda Hábitat ii que se orientan en este
sentido: la necesidad de integrar políticas sectoriales a través de un enfoque
multisectorial se
pone en evidencia cuando se sostiene que, en la elaboración de políticas de
vivienda, las autoridades deberán “coordinar e integrar las políticas en
materia de vivienda y de asentamientos humanos con otras políticas conexas,
como las políticas de población y de desarrollo de los recursos humanos, las
políticas en materia de medio ambiente, cultura, infraestructura y ordenación
territorial y la panificación urbana y rural, así como las iniciativas privadas
y oficiales en materia de empleo” (Naciones Unidas, 1996: 43). También cuando
se destaca la necesidad de “integrar las políticas de la vivienda y del suelo
con las políticas orientadas a la reducción de la pobreza y la creación de
empleo, la protección del medio ambiente, la conservación del patrimonio
cultural, la promoción de la educación y la salud, el abastecimiento de agua
potable y servicios de saneamiento y el mejoramiento de la situación de los
miembros de grupos desfavorecidos y vulnerables, especialmente las personas sin
hogar” (Naciones
Unidas, 1996:
42).
8. El comienzo del
nuevo siglo: perspectivas emergentes y desafíos frente a la urbanización de la
pobreza
La reciente
realización del Tercer Foro Urbano Mundial en Vancouver (wuf3, junio de 2006) puso de manifiesto
que la sustentabilidad futura del hábitat humano “no es un mero problema de
mercado, sino que implica necesariamente la intervención de los Estados y la
participación, al más alto nivel posible, de la sociedad organizada” (Ortiz
Flores, 2006: 3).
Las preocupaciones
centrales emanadas de este foro y publicadas por un-Habitat (2006a) enfatizan el
creciente proceso de urbanización en el mundo y sus consecuencias sobre la
sustentabilidad urbana. El año 2007 marca un momento crucial para la historia,
pues la mitad de la población mundial vivirá en ciudades y se calcula que entre
el 2005 y el 2030, la tasa de crecimiento anual promedio de la población urbana
mundial será de 1.78%, casi dos veces la tasa de crecimiento del total de la
población mundial.
Las consecuencias
desfavorables sobre la sustentabilidad urbana se acrecientan frente a la
constatación de que en el año 2001, 32% del total de la población urbana
mundial –aproximadamente mil millones de personas– vivía en asentamientos
precarios en las grandes ciudades y las proyecciones señalan que hacia el año
2020 esta cifra se habrá elevado a mil cuatrocientos millones de personas (un-Habitat,
2003, 2006b).
El informe
indica que la población de los asentamientos pobres aumenta a un ritmo de 2.2%
anual, sobre todo en África, con un índice superior a 4.5%. En América Latina,
31.9% de la población urbana vive en asentamientos irregulares pero, a pesar de
esta elevada proporción, la tasa de
crecimiento es menor que el promedio mundial: 1.28% (un-Habitat, 2006a).[20]
La perspectiva emergente frente a este escenario internacional ha sido
denominada enfoque inclusivo y debería ser el modelo a seguir por las ciudades del
mundo (un-Habitat,
2006c: 3; 2006b: 36).
Se ha
simbolizado a la inclusividad como un equilibrio entre la participación
de los sectores público, privado y de la sociedad civil (un-Habitat,
2006c: 3). De la exclusión al compromiso es el principal acuerdo para atender
las necesidades de los pobres y otros grupos vulnerables urbanos, y supone la
voluntad de comprometer a todos los actores urbanos en la conducción de los
procesos de renovación urbana y alivio de la pobreza e implica un cambio de
actitud en los gobiernos que va más allá de la participación y apunta hacia conceptos como inclusividad,
empoderamiento y
compromiso activo de la ciudadanos urbanos.
La evidente
dificultad de los gobiernos para concretar las Metas de Desarrollo del Milenio
(Nairobi, mayo de 2003) alertan sobre la necesidad de avanzar en el terreno de
las acciones. La Meta 11, “para el año 2020 haber mejorado sustancialmente la
vida de por lo menos 100 millones de habitantes de asentamientos precarios”,
trae al centro de la escena la necesidad de estimular inversiones pro
pobres en materia de
infraestructura urbana y habitacional destinada a mejorar la situación de
asentamientos informales.
Treinta años
después de Hábitat i, la necesidad
de convertir ideas en acciones se instala como desafío fundamental.
La reciente Asamblea de Ministros y Autoridades Máximas del Sector de la
Vivienda y el Urbanismo de América Latina y el Caribe (Montevideo, octubre de
2006)[21]
centró sus discusiones en el tema de la disponibilidad
de suelo urbanizado para asentamientos de interés social y acordaron las siguientes
recomendaciones:
Recuadro 5
Recomendaciones
del Foro Virtual sobre
Disponibilidad
del Suelo Urbanizado para
Asentamientos
Humanos de Interés Social
Fuente: Minurvi, 2006.
En el caso de
Argentina, algunas exposiciones presentadas en el Seminario Latinoamericano
sobre Teoría y Política sobre Asentamientos Informales (Buenos Aires, octubre
de 2006) dejaron al descubierto la evolución de un patrón territorial de alta
diversidad y fragmentación con espacios crecientes de extensión de la pobreza y
la precariedad urbana, en los que aproximadamente 289,354 hogares (3.2% de la
población urbana total) viven en las 1,239 villas y asentamientos informales
del país. Frente a este escenario, “las políticas habitacionales muestran un
considerable retraso en el abordaje de la problemática; a pesar de los
importantes esfuerzos realizados y de la madurez alcanzada en algunas
iniciativas, las respuestas no guardan relación aún con la evolución de la
problemática y el devenir previsible” (Rodulfo, 2006:
2).
9. Conclusiones
A pesar de que la
organización de los apartados de este artículo pudo dar la impresión de una
secuencia temporal lineal entre los distintos enfoques a los que se ha hecho
referencia, conviene destacar que, los mismos, se han superpuesto y coexistido
con diverso énfasis en distintos momentos históricos, de acuerdo con la
concepción e intereses en juego que dominaron la acción de gobiernos,
organizaciones y empresas en cada uno de ellos.
En este sentido
se puede decir que a pesar de que en el terreno de los discursos hegemónicos de
la época los países se encaminaron, durante los últimos años, hacia la búsqueda
de la ciudad integral a través de la difusión del enfoque integrador de
políticas sectoriales, en las acciones los Estados no han
logrado superar la visión sectorialista en la
implementación de las políticas de vivienda.
Si bien uno de
los consensos logrados a través de la acción desplegada por organismos
internacionales durante la década ha sido la necesaria articulación entre
políticas sectoriales, especialmente entre aquéllas de nivel urbano, territorial,
habitacional y entre éstas y las políticas de desarrollo económico y social,
las intervenciones integrales han sido de escaso impacto en nuestros países.
Según se ha
mostrado, la concepción sectorialista en materia de
política habitacional ha sobrevivido durante la década de los noventa,[22]
junto al enfoque facilitador, resguardado por la impronta cultural de ciertos
organismos de vivienda, en el caso de Chile, por ejemplo, o mantenido por los
gobiernos de algunas provincias, en el caso de Argentina.
En general, las
experiencias de integración multisectorial han sido aisladas y acotadas a
algunos programas. De lo dicho se desprende que el enfoque que denominamos
urbano-territorial y el problema de la inclusión social de los grupos más
desfavorecidos continúan siendo un desafío al inicio del siglo xxi.
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Recibido:
17 de julio de 2006.
Reenviado:
13 de marzo de 2007.
Aceptado:
24 de abril de 2007.
Mercedes
Lentini. Es doctora en ciencias políticas y sociales, con mención
en sociología, por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
Universidad Nacional de Cuyo (unc),
Argentina. Es experta en proyecto y
gestión ambiental, profesora titular de Problemática de la vivienda y
Metodología para la investigación en la universidad mencionada; directora del
Centro de Estudios sobre Asentamientos Humanos (unc); primera presidenta y
fundadora de Red Ulacav (Red Universitaria
Latinoamericana de Cátedras de Vivienda), miembro de la comisión directiva
Fundes (Fundación para el Desarrollo Social); consejera directiva en representación
de profesores titulares (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, unc).
Actualmente se encuentra adscrita al Centro de Estudios sobre Asentamientos
Humanos en la mencionada facultad. Sus principales líneas de investigación son:
asentamientos humanos, política habitacional, política social y evaluación de
programas habitacionales. Sus publicaciones más recientes son: “Política
habitacional de Argentina y Chile durante los noventa. Un estudio de política
comparada”, Boletín del Instituto de la
Vivienda,
55, Universidad de Chile, Santiago de Chile, pp. 139-153 (2005); en coautoría
con D. Palero, “Política habitacional comparada: Mendoza y San Luis en el marco
de la descentralización”, Boletín del Instituto de la
Vivienda,
56, Universidad de Chile, Santiago de Chile, pp. 117-138 (2006); “Una
experiencia de investigación prospectiva sobre política habitacional: los casos
de Argentina y Chile al comienzo del nuevo siglo”, Cuaderno
Urbano. Espacio, Cultura y Sociedad, 5, Universidad Nacional del Nordeste,
Resistencia, Argentina, pp. 131-150 (2006).
[1] Para Castel,
el concepto de metamorfosis permite identificar las principales
transformaciones históricas, subrayando lo que sus cristalizaciones más
importantes traen a la vez de nuevo y de permanente (dialéctica
de lo igual y lo diferente).
Para este autor la cuestión social es una dificultad fundamental en la
cual una sociedad experimenta el enigma de su cohesión y trata de conjurar el
riesgo de su fractura. Es un desafío que pone en cuestión la capacidad de una
sociedad para existir como un conjunto vinculado por relaciones de
interdependencia.
[2] El conventillo o inquilinato fue la modalidad de alojamiento más
difundida en los sectores pobres, en gran parte inmigrantes europeos que
rentaban cuartos en antiguas casas unifamiliares con inadecuadas condiciones
sanitarias para alojar en forma colectiva e intensiva a varias familias.
[3] Las primeras intervenciones del
Estado argentino aparecen vinculadas con las luchas del movimiento obrero
organizado y la necesidad de resolver sus problemas de alojamiento: el
municipio de Buenos Aires, durante la intendencia de Torcuato de Alvear, había
construido el primer conjunto de viviendas económicas en el año 1887; en 1905
se sanciona la ley 4824 que autoriza a la municipalidad a invertir en la
construcción de barrios obreros (Yujnosky, 1984)
[4] Ley Nacional 9677.
[5] Entre 1915 y 1943 la Comisión
construyó sólo 977 unidades, por lo que el efecto en materia habitacional en
realidad fue escaso (Yujnovsky, 1984).
[6] Conviene recordar que, en Argentina,
el Estado benefactor se construyó como un híbrido institucional (Lo Vuolo y Barbeito, 1998) que
contrastaba, en muchos aspectos, con la experiencia europea. En el Estado
benefactor argentino prevalecía una dinámica afín con un régimen meritocrático o corporativo, pero que también contenía
instituciones del modelo institucional redistributivo o socialdemócrata
(educación y salud como derechos universalmente reconocidos). Con poco peso
presupuestario se ponían en marcha programas asistenciales no estructurados,
acordes con el modelo liberal residual. El modelo económico que alimentaba este
régimen de Estado benefactor era típico de la industrialización por sustitución
de importaciones con políticas propias del keynesianismo populista.
[7] A ello se podría agregar que “la
matriz política del Estado benefactor argentino se construyó como un entramado
de negociaciones bilaterales entre el poder político y diferentes grupos
corporativos […] la legitimidad de ambos se construía en base al intercambio de
prebendas sobre las políticas públicas, por un lado, y el reaseguro del control
social, por el otro” (Lo Vuolo y Barbeito,
1998: 149).
[8] Con el advenimiento de la Alianza
para el Progreso se produjo un notable impulso a la construcción de vivienda prácticamente
en todos los países de América Latina. En los Acuerdos de Punta del Este los
gobiernos se vieron en la necesidad de formular planes de construcción de
vivienda, así como organizar y dotar de capacidad operativa a los organismos
correspondientes y a comprometer al sector público en una política en este
campo. El cumplimiento de estos propósitos se convirtió en requisito
indispensable para obtener ayuda externa (Utria,
1967).
[9] Si bien durante el periodo de
gobierno peronista (1943-1955) se produce una decidida intervención del Estado
en la materia, en gran medida los programas se dirigían al financiamiento de la
vivienda individual a través de créditos otorgados por el Banco Hipotecario
Nacional. Aunque con escasa proporción en el total, también se efectuaron
construcciones de conjuntos habitacionales (Yujnosky,
1984).
[10] Housing by People. Towards Autonomy in Building
Environments, 1976 o Vivienda. Todo el poder para los usuarios, en versión castellana, 1977.
[11] Samuel Jaramillo identifica esta corriente
de pensamiento como Teoría de la marginalidad de
izquierda, sostenida
por Turner, Jaime Valenzuela y George Vernez
(Jaramillo, 2006)
[12] La vigencia de los programas de
autoconstrucción y ayuda mutua en América Latina reconoce otras influencias
ideológicas como las tesis desalianas de la marginalidad bajo la conducción
del jesuita belga Roger Vekemans. Es el caso, entre
otros, de la Operación Sitio llevada a cabo en Chile durante la segunda mitad
de la década de los sesenta, que representó la masificación de los programas de
autoconstrucción dirigidos a la población de más bajos ingresos, se ejecutó
bajo la influencia de los postulados de la organización desal que reflejaba todo el
influjo de ideas procedentes de la Doctrina Social de la Iglesia. La Operación
Sitio se convirtió en la principal estrategia de autoconstrucción que ha
desarrollado el Estado chileno a lo largo del siglo xx en el ámbito de la
autoconstrucción (Hidalgo, 2005: 267 y ss).
[13] El libro Vivienda.
Todo el poder para los usuarios
se terminó justo a tiempo para la Conferencia de Vancouver y para contribuir en
la discusión sobre las cuestiones básicas de la reunión, según reconoce el
mismo autor (Turner, 1977: 27).
[14] Emil Sax había publicado en Viena, en 1869, su libro Las
condiciones de vivienda de las clases trabajadoras y su reforma.
[15] Son las que se identifican como ong de segunda
generación, pues este tipo de organizaciones han ido variando sus formas de
trabajo, metodologías y estrategias de intervención a través de los años.
[16] Asamblea General de las Naciones
Unidas, a/ res/ 43/ 181/-20-12-88.
[17] Las características más importantes
del nuevo patrón de producción son: a) la revaloración del papel de las pymes,
b) la utilización de los avances de la
informática como eje de la organización productiva, c)
la fragmentación de
los procesos productivos, que permite cierta desintegración vertical y da lugar
a la organización en redes de subcontratistas, d)
la preponderancia de
áreas como la microelectrónica, las telecomunicaciones, la biotecnología, los
nuevos materiales y otras de similares características tecnológico-intensivas, e) la importancia de las series pequeñas
y medianas de productos diferenciados con alta elasticidad de ingreso y
orientados al mercado externo y f) la fuerte interacción local y el
aprovechamiento de sinergias locales integradoras (Girardín,
1998).
Según el mismo
autor, “la aparición de la flexibilidad (de productos, de mix
de producción, de volúmenes, de diseños, de rutinas, de bienes de capital, del
proceso laboral, etc.) permite que prevalezcan las ventajas de la diversidad
contra las economías de escala, demandas diferenciadas de tamaños menores en
lugar de mercados masivos y la agilidad productiva en lugar de especialización”
(Girardín, 1998: 64).
La diversificación
de la oferta habitacional, la atención de una demanda variada, la promoción de
la intervención de las pymes constructoras, parecerían ser los
correlatos en el campo habitacional.
[18] Sobre este tema pueden consultarse
los artículos de M. Lentini (2005 y 2006).
[19] El Fonavi
se creó en el año 1972 mediante la ley 19.979.
[20] Argentina se encuentra lejos de esas
cifras puesto que la informalidad alcanza sólo a 3.2% de la población urbana,
porcentaje muy inferior al de otros países de América Latina. Sin embargo, el
dato más preocupante se centra en su evolución: el crecimiento de la población
en asentamientos informales duplica al crecimiento de la población urbana. En
efecto, en el periodo intercensal 1991-2001 los
valores fueron de 4% y de 2%, respectivamente (Rodulfo,
2006).
El análisis
comparativo de los datos anteriores estaría indicando que, en Argentina, la
población en villas y asentamientos precarios está creciendo a un ritmo mucho
más acelerado que en la región.
[21] Sólo ocho países participaron en el
Foro Virtual final: Argentina, Brasil, Chile, El Salvador, México, Perú,
Uruguay y República Dominicana.
[22] Sobre este tema in extenso puede consultarse Mercedes Lentini, 2005 y 2006.