El escándalo
como alternativa teórica
Scandal as a theoretic
alternative
A
ese rizomático, frágil y hermoso camino por donde hoy
transita, contingente y autónomo en su decisión, Nexus.
Luhmann, Niklas (2007), La
sociedad de la sociedad, Herder Editores-Universidad Iberoamericana, México,
954 pp.
isbn 10: 968-5807-20-5, 13:
978-968-5807-20-3.
Problemas
acuciantes así como conceptualizaciones radicales y argumentadas están
reflejadas y son el resultado de una larga investigación, plasmada,
problematizada y no ajena a escándalos que hoy podemos conocer, estudiar y
discutir gracias, una vez más, a la magnifica traducción llevada a cabo por
Javier Torres Nafarrate del libro de Niklas Luhmann Die
Gessellschaft der Gessellschaft, publicado originalmente en 1997 por Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Mian, Alemania.
Ciertamente,
comentar este libro o intentar una suerte de síntesis de la systemtheorie luhmanniana sería pretencioso
y materialmente imposible en una reseña como ésta. Por ello sostengo que, más
bien, puede resultar significativo y pedagógico hacer referencia tanto al
contexto y discusión sociológica en la cual se desarrolla este programa de
investigación, como a algunos conceptos clave de la arquitectura teórica de Luhmann (distinciones, sentido, sistema, entorno,
comunicación, persona, observador); con la intención de que provoquen,
despierten y orienten el interés del lector no sólo por abordar la lectura de
esta obra, sino también por adentrarse en la estimulante y sugestiva propuesta
teórica de Niklas Luhmann.
El escándalo como alternativa teórica
El libro La
sociedad de la sociedad
constituye, bemoles más bemoles menos, la culminación de un largo recorrido
teórico, así como una de las ofertas de reflexión analítica más provocadora y escandalosa de los últimos tiempos. Ello porque
la propuesta de la teoría general de los sistemas sociales, elaborada por Niklas Luhmann a lo largo de casi
más de treinta años, instala diferencias radicales y se aleja
significativamente de la tradición sociológica, orientándose a la producción
teórica de formulaciones conceptuales que crean y generan nuevas condiciones de
observación y análisis reflexivo de la realidad social. O, para decirlo en
otras palabras, de un planteamiento teórico que se aleja radicalmente de la descripción
de descripciones buscando superar la impotencia intelectual de un permanente deber
ser que, en última
instancia, nos deja siempre más cerca de la moral y de la ideología que de la
reflexión científica.
Precisamente si
hoy en día se asumen, en línea de principio, las actuales y generalizadas
condiciones de incertidumbre y crisis disciplinar –más allá del horizonte
temporal limitado por un comienzo y un final– podemos constatar que, en
general, para las ciencias sociales y del espíritu los instrumentos epistemológicos y
metodológicos con los cuales se acostumbra trabajar, comprender y analizar a la
sociedad en el contexto evolutivo denominado modernidad, están agotados y han realizado a
cabalidad sus posibilidades, lo cual no significa que los aportes de los
clásicos deban negarse.
Pero, ¿qué
ocurre cuando la sociología, alejándose de todo afán de cientificidad –incluso
de sus clásicos– toma partido por la repetición de viejas fórmulas teóricas
para continuar describiendo a la sociedad?, ¿qué pasa cuándo la sociología
–contagiada de periodismo y de una moral que apunta a un deber
ser– apuesta por los
atributos normativos de la sociedad o continua apostando por el
todo y niega las
diferencias operativas y funcionales que porta la evolución social?, ¿a dónde
puede conducir esta lógica cuando –sobre todo actualmente– se constata que
quedaron atrás los épicos tiempos del despliegue e institucionalización de la
sociología? Cuestiones que, por cierto, afectan no sólo a teorías y métodos
sino también, y fundamentalmente, al campo epistémico y a las distintas
directrices que articulan la reflexión y observación sociológica de la
sociedad.
Si el fenómeno
temporal impone una nueva reflexión acerca de nuestros sistemas de percepción,
observación, entendimiento y de aquello que designamos realidad,
así como de las
formas de explicación y de intervención sobre la misma, resulta evidente
entonces que el problema de la crisis explicativa de las ciencias sociales en
general –y de la sociología en particular– es uno de los principales ámbitos en
los que se pone a prueba la epistemología de la modernidad y sus
correspondientes discursos éticos, sociales y filosóficos. Entonces resulta
inevitable recordar que la función de la sociología –en tanto disciplina
científica– es atribuir verdad a los distintos discursos y
observaciones que de ella emergen, mas no reificarlos.
Ahora, si en
verdad un nuevo fantasma recorre el mundo, probablemente se trate del fantasma
de la crisis disciplinar. Lo cual sería también un reflejo de que lo que ha
ocurrido es que, al no contar con una teoría de la sociedad –una ciencia de la
sociedad como señala Darío Rodríguez– la sociología ha optado por
procedimientos y criterios normativos, o por resucitar una y otra vez a los
clásicos para reinterpretarlos y dar explicaciones que poco o nada se
compadecen con los problemas de contingencia, complejidad y diferenciación que
se generan en la sociedad actual.
Precisamente,
orientado por estas preocupaciones, Luhmann viene a
proponer y se interesa por observar, problematizar y discutir la observación de
aquello que sociológicamente podemos ver en la modernidad de la sociedad
moderna. Y el punto de partida para una sociología de carácter sistémico
–señala el teórico de Bielefeld– se instala
precisamente en la clara definición de un concepto de sociedad, cuya carencia
nos ha llevado comúnmente a confusiones teórico-semánticas que, en principio,
no deberían darse en el ámbito de una disciplina científica.
En tal sentido,
en su opera magnum
–La sociedad de la sociedad–, Luhmann se
plantea como objetivo describir y conceptualizar a la sociedad, con
conocimiento pleno de lo que esto implica epistemológica y metodológicamente,
lo cual significa sustituir las ideas clásicas sobre la causalidad sistémica, y
descartar también la supuesta existencia de estructurales sociales constantes;
sobre todo si se reconoce que uno de los puntos críticos de la teoría social ha
sido el difuso y poco claro concepto de sistema y
sociedad, sobre el
cual todavía no ha logrado establecerse un concepto sociológico unívoco.
Lo anterior no
implica, en caso alguno, que la propuesta luhmanniana
se encuentre aislada o sea ajena a la producción teórica contemporánea; no
obstante, es claro que el tipo de soluciones y problematizaciones que ésta avanza,
el giro copernicano que nos propone, es sumamente particular y la distingue
radicalmente de otros planteamientos teóricos contemporáneos como los de
Anthony Giddens, Pierre Bordieu
o Jürgen Habermas, toda vez
que Luhmann no busca legitimar nuevas descripciones
ni establecer puntos de intermediación y consenso entre posiciones
ambivalentes, sino más bien, vías de emergencia y escape, con lo cual –como es
evidente– trata de construir claves teóricas de lectura, cuya plausibilidad
también debe ponerse a discusión.
Es en este
sentido que se puede dimensionar la magnitud teórica de su propuesta, sobre
todo si se compara con teorías clásicas como las de Marx, Durkheim,
Weber o Parsons, las cuales se caracterizan por
redefinir completamente la unidad y el objeto de estudio de la sociología. Mas,
lo que distingue la propuesta teórica de Luhmann no
radica sustantivamente ni en los fundamentos epistemológicos ni teóricos de su
concepción social, sino en la diferencia de énfasis que pone sobre estos
factores. Pues mientras el posestructuralismo, los nuevos estudios culturales y
la antropología, el deconstuctivismo, la teoría de la
información y los estudios tecnológicos en general describen a la sociedad, Luhmann pone el acento en las diferencias, en la autopoíesis y los acoplamientos estructurales de los
sistemas que forman la sociedad. Es decir, al teórico alemán le preocupa
observar y describir cómo opera y qué hace al sistema, cuáles son las
operaciones que los distinguen y constituyen, y también cómo estas operaciones
permanecen o cambian, pero sin buscar en lo inmediato soluciones o predicciones
apriorísticas orientadas a controlar y/o intervenir las prácticas sociales.
De ahí que Luhmann no le asigne a su propuesta teórica ninguna
pretensión de carácter estético, reformista ni mucho menos revolucionario,
precisamente porque asume que la crisis teórica es, en la actualidad, de tal
magnitud (ideológica) que ya nadie hace intentos por reconstruir la unidad de
la disciplina (origen de la pedacería social); sobre
todo en un contexto en el que con frecuencia se confunde la investigación
teórica con el uso y abuso inflacionario de descripciones y mezclas tanto de
textos cuanto de citas, de las teorías clásicas para describir normativamente
la realidad (incluso desde fuera de la sociedad), llegando a extremos tales que
hasta el pensamiento dialéctico se ha ido transformado poco a poco en lógica
del equilibrio.
Decisiones
conceptuales
En este trabajo
–el cual como se indicó constituye la exposición sistemática más
compresiva de su
programa de investigación– Luhmann señala que se
ocupará precisamente del sistema social llamado sociedad moderna, en un intento
reflexivo que lógicamente no puede hacerse desde fuera de la sociedad (porque,
¿qué hay fuera de la sociedad?). Teóricamente busca entonces establecer un
principio fundamental de un orden distinto con el cual señalar, analítica y
fácticamente, el punto de partida de –y para– la sociología. Una nueva
fundamentación para la teoría y el conocimiento social, que no persigue ser un
punto de llegada (como pretende Habermas con su moral
consensual); por el contrario –a diferencia de las propuestas epistemológicas
clásicas y de consenso comunicativo–, para Luhmann no
hay sujeto u objeto poseedor de razón y juicios a
priori. Por ello
tampoco establece, como punto de partida, alguna tarea racional del individuo.
Más bien aquello
que se puede constatar es lo que operativamente se realiza para observar la
sociedad, es decir, observar distinciones. Distinciones que hace el individuo
quien –al hacer distinciones– comunica, reflexiona y aprende. Esta paradójica ontología de los fundamentos que desarrolla Luhmann (en tanto análisis de lo dado, es decir, las distinciones) no va encaminada en el sentido justificacionista o trascendental que orienta la reflexión poskantiana (sujeto trascendental cognoscente) y tampoco en
el sentido de los principios fundacionales (causa-efecto, fines últimos,
espíritu universal) deudores de la filosofía hegeliana; sino más bien en el
análisis de las operaciones, de los actos que se observan, se distinguen, se
describen y se comunican (toda vez que el acto es ya una distinción). De tal
constatación la sociedad deviene, entonces, en el conjunto de todas las
comunicaciones posibles, el resto es exterioridad y esta modernidad de orden
funcionalmente diferenciado de la sociedad moderna es resultado de la evolución
fundamental que se ha desplegado en el tiempo, en las constelaciones
del tiempo fundamental,
como señala Norbert Elias.
Será sobre la
base de la reflexión analítica del observar que Luhmann
formaliza el sentido como diferencia entre lo que es y lo que no
es (acto/potencia).
En esta perspectiva trabaja con el objetivo de establecer un principio básico
para los desafíos que enfrenta hoy el análisis sociológico, superando además
las clásicas ontologías explicativas de la razón. Por tanto, para esta
fenomenología radical –que se sostiene en las distinciones dadas– uno de los
temas fundamentales del objeto de estudio es el problema de los límites para la
sociología, sea desde el punto de vista de la disciplina o desde el problema de
los límites de la sociedad. Es decir, ¿qué es lo social?, ¿cómo se
forja/codifica de la realidad social el sentido?, ¿cuál es su origen?
Al respecto
recordemos que para toda la tradición teórica veteroeuropea
el fundamento de las cosas tuvo siempre una base racional, cuyo fundamento (ethos)
era la razón de fondo de cualquier propuesta discursiva; de ahí, por ejemplo,
que para la fenomenología de Husserl la conciencia se constituye en el primer supuesto
del conocimiento, mientras que para Heidegger la existencia es el ser en sí. Mas para Luhmann el acto, como dato en sí, se fundamenta a sí mismo y no
requiere apelar a razones metafísicas o escatológicas. En este sentido se
podría sostener que metodológicamente Luhmann no
está haciendo
teoría, está empíricamente analizando los hechos desde una fenomenología
radical que se funda en las distinciones dadas para –y desde allí– generar una
posibilidad teórica con sus respectivas claves de lectura.
El resultado de
esto es que en su propuesta teórica no hay una búsqueda de etéreos principios
de causalidad o finalidad, lo que hay es la observación de las distinciones que
comunican y, en tanto son comunicadas, operan sentido pues lógicamente son las
operaciones las que conforman el mundo de lo social. Entiéndase bien, el
mundo de lo social. A
partir de esta radical constatación fenomenológica se construyen las bases
epistémicas que guían la arquitectura teórica propuesta por Luhmann,
uno de cuyos puntos de arranque es la necesaria formalización del sentido (medio), como diferencia entre lo que es y
no es, entre lo que se excluye o incluye, entre aquello que se observa y lo que
no puede ser observado (toda vez que empíricamente el ojo que ve, no ve que ve).
Para Luhmann el mundo individual está en el medio sentido. El medio donde transcurre lo social
es la distinguibilidad; lo que prevalece allí es sólo lo
distinguible y sólo es comunicable lo distinguible. Por tanto el sentido siempre se construye a partir de la realidad que es pura contingencia, hasta que
se tematiza y forma parte de lo social (aquello que Parsons
signaba como dotaciones sociales de sentido). El sentido aparece, así, situado al
interior de la complejidad pero implicado en el desarrollo de la historia –en
cuanto mundo de las referencias–, la cual no hubiese sido posible sin el
ejercicio de la función de selección atribuida al sentido. El sentido aparece,
por tanto, bajo la forma de un excedente de referencias a otras posibilidades
de vivencia y acción.
Ahora, el tipo
de distinción específico al que se refiere Luhmann es
cuando se produce una distinción entre lo que se distingue y lo que queda, pero
donde ambas partes siempre están copresentes en la
distinción, en la forma como unidad de la diferencia (Spencer
Brow ha planteado que toda forma […] establece un dentro [incluye] y
un fuera [excluye]; es decir, establece una diferencia y
distingue).
En este
entramado sólo la comunicación posibilita una tal diferencia y, consecuentemente, la
difusión de un grado de distinción.
A fin de cuentas –y para efectos operativos– lo único que comunica es la diferencia, pues si no hay diferencia se vuelve a
la contingencia,
a la naturaleza.
Se vuelve a la metafísica de lo real, allí donde la realidad es pura
contingencia. Ahora, si lo dado (la realidad) es contingencia, para tomar (asir) la
realidad hay que hacer diferencias, disminuyendo la complejidad de la contingencia lo cual, sin
embargo, creará nuevas complejidades.
Luhmann sostiene que en el mundo de las
diferencias encontramos dos operaciones básicas de la distinción: distinciones
de la conciencia, que
sólo vivencia las distinciones pero no comunican, y distinciones
de la comunicación,
que al ser comunicadas producen nuevas distinciones y comunicaciones. Aunque
ambas operaciones
actúan (operan) en el mundo de la diferencia, la conciencia capta la dimensión total pero no la
distingue necesariamente, mientras que la comunicación capta diferencias para reproducir
nuevas diferencias. Por tanto, operativamente existe una clausura radical de la
conciencia, de los sistemas psíquicos (personas), pero evolutivamente surge un
orden intermedio que es la comunicación (apertura cognitiva), posibilitando
operaciones (sentidos)
que crean un orden social (la comunicación crea). De ahí que, empíricamente, es
posible incluso sostener que el individuo antes que ser racional es un ser que
establece diferencias para luego reflexionar y comunicar.
Al respecto es
importante señalar que en el núcleo de esta teoría se distinguen tres tipos de
sistemas autorreferentes: los sistemas vivos, los sistemas psíquicos –o
relativos a las personas como individuos– y los sistemas sociales. Cada uno de
ellos establece una diferencia por la particular forma en que realizan sus
operaciones, comunican y reducen la complejidad de sus entornos, de forma tal
que los aspectos biológicos son propios de los sistemas vivos, la conciencia es
el modo de operación de los sistemas psíquicos y la comunicación es el rasgo
característico y definitorio de los sistemas sociales. Precisamente esto
permite sostener que la sociedad no es otra cosa que el conjunto de todas las
posibles comunicaciones sociales.
Horizonte teórico
En el desarrollo
teórico propuesto por Luhmann para la teoría de los
sistemas sociales y para observar la sociedad de la sociedad, conceptos fundamentales como la
diferencia que se establece entre sistema/entorno, persona y
observador se
constituyen también como pilares irreductibles para su arquitectura teórica.
Luhmann sostiene que el entorno es siempre más complejo que el
sistema (no olvidemos que todo sistema es una comunicación estabilizada). Sin
embargo, entre sistema/entorno se genera un movimiento dialéctico,
pero no en el sentido hegeliano de la determinación causa/efecto; sino en el sentido operativo irritación/motivación. Por ello las diferencias y distinciones son siempre operativas y actúan por inclusión/exclusión. De manera tal que todo sistema, al
estabilizar un tipo específico de comunicación (código) reduce complejidad,
pero al reducir la complejidad del entorno, aumenta la complejidad con el mundo
que incluye.
Paradójicamente,
para reducir complejidad se debe seleccionar y toda selección es contingente (se
decide porque no se puede decidir),
de forma tal que para resolver el problema de la contingencia (elección) se establece un tipo de comunicación
específica, dando así origen a un sistema (derecho, política, educación,
ciencia, arte, etcétera). Lógicamente un sistema es, entonces, una contingencia
estabilizada momentáneamente y la sociedad deviene en un nivel de estabilización del sentido, cuyo correlato –semántica histórica–
es la civilización e institucionalización de las expectativas que operan como
referentes para las personas.
Luhmann señala que las personas no pueden permanecer
ni existir sin los sistemas sociales y viceversa. La coevolución
condujo hacia ese logro común que es utilizado por los sistemas tanto psíquicos
cuanto sociales, ninguno de los cuales puede prescindir de ese logro común y,
para ambos, es obligatorio como una forma indispensable e ineludible de
complejidad y autorreferencia (logro evolutivo al que
llamamos sentido). Así, distintas conciencias (sistemas psíquicos) pueden
acoplarse al sistema social a través del medio
lenguaje (acoplamiento estructural), puesto
que un organismo siempre se acopla a su ambiente dependiendo de la estructura
del ambiente y no del ambiente. De ahí que Luhmann no
considera aquellos marcos teóricos que subordinan a los individuos a algún tipo
de totalidad, ya sea social o trascendente.
En tal sentido,
lo primero que se debe establecer para lograr una descripción operacionalmente
veraz de la situación que observamos, señala Luhmann,
es establecer los límites de la posición del observador y de aquello que se
observa, sobre todo si se asume que en la modernidad de la sociedad moderna
vivimos en un mundo policéntrico, sin vértices ni
cúspide permanente o eterna. Un mundo que no está fuera de nuestro espacio
temporal, lo cual ciertamente imposibilita generar certidumbres y establecer
prescripciones o normas válidas para toda la humanidad.
En síntesis, por
tener su origen tanto en las ciencias naturales y exactas como en una serie de
redefiniciones conceptuales de la sociología clásica y de la filosofía, la
teoría de los sistemas sociales –como método analítico– es aplicable a todas
las ciencias sociales, pues además de ofrecer un vocabulario que las unifica,
también puede aplicarse en el estudio de los fenómenos sociales, tanto a nivel
macro cuanto al micro. Reconocer además que el esfuerzo teórico propuesto por Niklas Luhmann se orienta a
integrar diferentes corrientes filosóficas, epistemológicas y sociológicas en
pos de una arquitectura teórica que nos permite guiar la observación científica
no ya desde una perspectiva ideológica sino –y ante todo– desde una clara
opción científica y sociológica.
Huelga señalar
que el carácter histórico de las ciencias sociales está determinado
precisamente por este tipo de conciencia, por las interrogantes que desde allí
se generen y por el tipo de observaciones que seamos capaces de formular y
operar con respecto a la contingente naturaleza de la realidad social; sobre
todo si, a estas alturas, resulta evidente que esa contingencia que nos
circunda requiere un nuevo nivel de comprensión –tal y como señala Ilya Prigogine– donde la
racionalidad ya no se identifica más con la certeza ni con la probabilidad con
la ignorancia, sino que más bien –al final del túnel– siempre hemos de
encontrarnos con la complejidad que, en tanto potencia, genera diversas posibilidades
aunque nunca certezas.
Raúl Zamorano-Farías
Universidad Nacional Autónoma de México
Correo-e: rzamorano61@yahoo.it
Recibido:
31 de enero de 2008.
Aceptado:
7 de febrero de 2008.
Raúl Zamorano Farías. Es doctor en sociología jurídica por la Universidad de
Lecce, Italia. Actualmente se encuentra adscrito al Centro de Estudios Teóricos
Interdisciplinarios en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de
México; profesor invitado de la Università degli Studi di Leche; miembro del
Sistema Nacional de Investigadores nivel ii (Conacyt-México).
Su especialidad es el análisis de la teoría de sistemas. Entre sus
publicaciones recientes destacan: “Formas históricas de coordinación social en
América Latina: de la teoría de la dependencia al fetichismo neoliberal”, Rivista Teoria del Diritto e dello Stato, Torino, Italia, pp. 283-319 (2007);
“Modernidad, sociedad y constitucionalismo en América Latina”, Revista
Enfoques, 7,
Santiago de Chile,
pp. 109-145 (2007); “Democracia y constitucionalismo en América Latina. El
federalismo mexicano: entre el texto y el contexto”, en Entre
la utopía y la realidad. Enfoques para una reinterpretación histórica y
conceptual de la democracia en América Latina, uaem-unam, Toluca, México, pp. 199-236 (2006); Civilizzazione
delle aspettative e democrazia nelle periferie della societá moderna, Roma,
Biblioteca Pensa Multimedia, (2004).