El espacio
infinito recuperado
Recovered infinite space
Cisneros Sosa, Armando (2006), El sentido del espacio, Porrúa,
México, 131 pp., isbn: 970-701-829-1.
En los inicios
del siglo xxi existen temas y
problemas que no pierden su importancia y que con el avance de la ciencia y las
nuevas condiciones sociales de la posmodernidad readquieren actualidad y
conllevan polémica y debate. Tal es el caso de la categoría espacio –primordial tanto para las ciencias
fisicomatemáticas como para las ciencias sociales–, cuyo significado y
utilización ameritan reflexión y revisión, sobre todo de carácter
epistemológico, más ahora que la tendencia en el desarrollo científico es a la
integración e hibridación de los conocimientos en aras de acceder a la
complejidad de los procesos y avanzar así en su explicación y comprensión.
¿Qué es el
espacio?, se pregunta el autor del texto que nos ocupa, como una interrogante
que lo lleva a un recorrido filosófico desde Platón hasta Merleau-Ponty (1961),
inquiriendo en todo momento acerca de los fundamentos científicos que soportan
las diferentes ideas y explicaciones elaboradas en torno al espacio y su
entendimiento. Y ese es precisamente uno de los atractivos de la lectura en
cuestión, que nos recuerda la importancia de acudir a los autores originales y
clásicos cuando indagamos sobre el sentido de algún objeto de estudio, y más
aún si éste no tiene una sola significación ni su ámbito se restringe a un
campo de conocimiento, sino que se trata de una categoría general que presenta
varias dimensiones y diferentes disciplinas la asumen como básica dentro de sus
teorías y supuestos epistemológicos.
Así que
iniciando con el gran Platón, y enmarcado en la soberbia cultura griega donde
se iniciara en buena medida la ciencia occidental, encontramos la idea del
espacio como el lugar natural del mundo, concebido como espacio-contenido y a
la vez continente de los objetos de la realidad; relación entre lo sensible y
lo inteligible, entre lo visible y lo invisible. Se trataba de una complejidad
que por lo mismo se remitía a una incógnita y una noción derivada de la
percepción sensible a partir de las ideas.
En cambio
Aristóteles, discípulo de aquél y fundador de varias disciplinas, desde su
visión de científico empírico e innovador afirmó que el espacio era
principalmente un medio, el principal ciertamente que daba cuenta de la
proporción de los movimientos y la fuerza de los cuerpos, es decir, el espacio
lugar que sin embargo no coincide con la materia –como había creído Platón– ni
con la forma de los cuerpos particulares y tampoco con la distancia entre
ellos. Es más bien el límite del cuerpo envolvente respecto del cuerpo envuelto. En
efecto, Aristóteles representa a todos los cuerpos como envueltos por otros
cuerpos y así surge el lugar (lugar individual). También el mundo en su
conjunto está rodeado y ceñido por un límite, el primer cielo, y así surge el
espacio general. De ahí que no existe el espacio vacío, por ello se concibe de
forma enteramente realista: todo está lleno de cuerpos, no existen espacios
intermedios vacíos. Además, el espacio es algo estable, por ello es que puede
haber un arriba y un abajo y así también puede darse un movimiento, toda vez
que únicamente así se puede lograr un contacto.
Siguiendo la
historia del pensamiento filosófico-científico, cruzamos ahora por el
Renacimiento y los nuevos caminos de la ciencia, para detenernos en la
trascendente figura de Galileo, quien desarrolla la idea del espacio mecánico,
útil, observable con toda precisión, incluso matematizable,
aportando axiomas demostrables por medio del experimento y, sobre todo, a
través de la lógica y la geometría. El punto fuerte radica en la afirmación de
que el espacio se puede representar, calcular y manejar científicamente –a
partir del estudio de sus tres dimensiones– y de esta manera entender y medir
con exactitud el movimiento uniforme, la velocidad, la distancia y los tiempos.
Ahí quedaba fijada una de las concepciones medulares del espacio que sentaban
las bases para todo el desarrollo posterior de las disciplinas científicas
sustentadas en la geometría y el cálculo matemático del espacio y sus
complejidades, así como los fundamentos de la física moderna.
Avanzando por
los caminos del racionalismo, y reconociendo la importancia de Descartes como
padre de la filosofía moderna, se recupera la idea del espacio lugar, pero
asimismo de la res extensa como objetos susceptibles de la mathesis, encontrando que en la naturaleza y
sus movimientos en el espacio dominaba una mecánica rigurosa y precisa, con la
función de continuar en todo momento en línea recta y sin contratiempos.
Entonces, en el mundo de los cuerpos, es decir, de todo cuanto puede ser
limitado por alguna figura, circunscrito en un lugar y que llena un espacio
excluyente de otro cuerpo –que se puede sentir y mover de varias maneras menos
por sí mismo–, se impone la matematización y la
concepción del cuerpo como espacio lleno, donde esa sustancia amplia se
extiende en longitud, anchura y profundidad.
De ahí le siguió
Newton en ese camino, reafirmando la tesis del espacio como premisa y objeto de
la razón moderna, surgido de la evidencia del razonamiento lógico, de una
intelección superior a las evidencias empíricas y a la imaginación. Estamos
ante el predominio de una razón sustentada en las matemáticas basadas en un
método riguroso y exacto de observación de las evidencias, que procede a
dividir los problemas en partes y los contabiliza, concibiendo a éste como el
único método seguro que podría explicar todas las cosas del Universo,
incluyendo las pasiones del alma, que a partir de ese momento formarán parte
del mundo material y, por lo mismo, se les considera plenamente orgánicas.
En seguida
Armando Cisneros hace una parada a la vez obligada y crucial para su análisis,
ya que aborda las profundas reflexiones de Immanuel Kant –eminente
representante de la Ilustración alemana y del propio idealismo alemán– para
quien se trataba, ante todo, del espacio de la razón pura, fiel instrumento de
conocimiento; si bien ligado estrechamente a la sensibilidad, más que todo lo
concebía como instrumento epistemológico. No obstante, sin desconocer los
avances de la física de su tiempo, también lo encontraba móvil y relativo,
espacio que mueven otros espacios, por lo tanto espacios-lugares, demostrables
empíricamente. Asimismo, espacio infinito, puro, a
priori y necesario.
Sin duda la referencia kantiana resulta
fundamental no sólo por la reivindicación del espacio (físico) lugar,
sino, y aún más, por la amplitud de sentido que representó la idea del espacio
como categoría a priori del entendimiento, de la mano de la
categoría de tiempo, de la cual definitivamente no podría aislarse, como por la
enorme vía de interpretación que significaba el espacio pensado, no únicamente
representado, sino con una existencia real en el pensamiento, además de las
dos dimensiones trascendentales que concibió: espacio infinito, puro; y espacio
necesario, condición de la existencia de los objetos en el mundo. Puede
entonces hablarse del espacio pensante, donde la razón pura trasciende los
meros sentidos.
De ahí un gran
salto hasta la fenomenología, desde luego en la persona y obra de Edmund
Husserl, en quien la concepción del espacio habría de cambiar radicalmente a
partir de un cuestionamiento de fondo a la validez absoluta de las
representaciones del espacio moderno. Es así que desde las entrañas del
razonamiento matemático, este gran pensador y filósofo orienta su reflexión
hacia la idea de la espacialidad, misma que trasciende los conocimientos de las
ciencias –tanto de la física como de la geometría– para asentarse plenamente en
la naturaleza pensante; si bien a la vez sobre la base del mundo concreto. La
dimensión eminentemente humana de la espacialidad haría que Husserl buscara
abarcar la conciencia de lo vivido, que lo llevaría a una filosofía de las
ciencias humanas, deslindando asimismo la perspectiva psicológica, a fin de
mantener la evidencia de la materia pero sin desconocer el mundo subjetivo. Ese
mundo de la vida que gira en torno a la espacialidad, la de los cuerpos
desde donde percibimos y nos ubicamos en el mundo, con su temporalidad, el
lenguaje y las cosas cotidianas. Entonces quedaban relativizadas la ciencia y
la modernidad, acotadas a su época y sujetas a la crítica que se orientaba a la
denuncia de tendencias positivistas mecanicistas y por lo mismo reduccionistas,
que no dejaban de pretender imponer la concepción del espacio físico como la
única y verdaderamente válida. En contraposición a esta visión limitada, la
fenomenología estableció la prioridad del espacio del mundo vital, donde lo más
importante es percibir la esencia de la conciencia, en todas y cada una de sus
manifestaciones. Entonces, este espacio, el del mundo de vida representado con
cuerpos en reposo y movimiento no es, a pesar de su apariencia, el mismo que el
espacio de la física, sino el de la experiencia cotidiana, donde las
experiencias interconectadas se traducen en representaciones y conforman ideas
vigentes sobre el espacio.
Seguramente
había nacido la posmodernidad, de ahí que el concepto de espacio aparece con un
tono revolucionario. No es ya el espacio objetivista de la física ni de todas
las otras ciencias surgidas en el siglo xix
–considerando a las humanas– y menos aún el espacio de la razón pura, o un
espacio relativista empiriocriticista. No, ahora el
espacio es completamente humano, un espacio mucho más vasto, asentado en la
subjetividad, específicamente en su parte no intelectual y ligado al mundo
vivido del sujeto. Se trata de un espacio relativo, según cada sujeto,
plenamente representado: un espacio mundano, precientífico
que no necesita considerarse como objeto físico observable y medible.
Es entonces
cuando Cisneros enlaza a Husserl con la filosofía de la existencia de
Heidegger, que en su visión ontológica de la existencia postula la tesis del
ser como Ser-en-el-mundo, equivalente a, estar en compañía de, anticiparse a sí
mismo. Es su perspectiva del espacio-tiempo, teniendo como referencia la
revolución de Einstein en la física, la filosofía y en general la cultura y
concepción de la vida y de los hombres, pero especialmente la tesis del binomio
espacio-tiempo, antes vistos como separados, quedaba en claro que ahora la
percepción del espacio dependía del observador, no podía ser otra sino la de
una espacialidad, ante todo, plenamente humana y por lo mismo útil para el ser,
que resultaba objetiva y subjetiva al mismo tiempo. También ligada
estrechamente a la corporeidad, a las cosas, el orden y culturalmente
determinada donde, por lo mismo, las distancias y el tiempo son relativos.
Llegamos así a la reflexión ontológica de un espacio del ser, en que el espacio
era tanto el soporte de las representaciones como de las cosas concretas, el
detentador de las cosas del exterior. Así, esa espacialidad, diferente del
espacio físico, es la del ser, por lo que el espacio no será meramente
intelectivo (Kant) sino acorde con Husserl, físico y subjetivo, de
representaciones y cosas representadas. Es el espacio de la existencia,
profundamente fenomenológico, es decir, resultado de la conciencia de las cosas
a partir de la intencionalidad que la orienta. Sin embargo, en la visión heideggeriana del espacio, las cosas ocupan un lugar
central, ya que no puede hablarse del espacio vacío, sino de un espacio como
mundo circundante, lleno de cosas; pero sobre todo, de cosas significativas
para el sujeto, que ocupan un lugar no físico sino en las preferencias del
mismo. Vemos así la idea de una espacialidad relativa y eminentemente
subjetiva, surgida esta concepción más como una crítica de las visiones
cientificistas y realistas, donde lo más importante, incluso que la ciencia, es
tener al tiempo como crucial para el hombre y al espacio como un determinante
primordial de la vida social.
A partir de esa
consideración, la interpretación se dirige naturalmente a la postura y trabajos de Maurice
Merleau-Ponty, quien asumió en forma radical una crítica de la modernidad de
orientación fenomenológica. Este autor francés desarrolla una concepción del
mundo vital extenso, concreta y abstracta a la vez, parte de un mundo que es
representante y representado, significante y significado, dualidad movida por
la intencionalidad del sujeto. Se trata de captar lo concreto y lo que se
piensa de él, entonces un espacio representado, ya sea como reflejo de lo
objetivo o virtual, sobre el sujeto y su mirada. Es un espacio no sólo humano
sino profundamente corporal, cinestésico, sujeto a
las coordenadas de los órganos, nunca homogéneo y ligado directamente a la
geometría existencial. En sí mismo espacio-ser vinculado a la concepción del
mundo vital-complejo. También en Merleau-Ponty, y tal vez con mayor
insistencia, se da una relativización del saber científico derivada de una
concepción posmoderna del mundo, del hombre y de su espacio que es, plenamente,
espacio vital. Se trata del espacio como el gran lugar del universo posmatematizable, sitio de todas las cosas, por lo tanto
nunca vacío sino lleno de significaciones, de cosas con edad y dimensión, incluso con una historia. El espacio
existencial, por tanto, no puede ser meramente una especie de éter en el que
todo aparece ni una serie de disposiciones lógicas, incluso axiomáticas, como
materia de la geometría. El espacio tiene que ser vivo, tanto concreto y
conceptual como experimentado. Finalmente, el espacio es tal cual aparece,
incierto pero vigente en la piel, claro a la mirada y al tacto.
Pretendiendo una
mínima ponderación sobre la obra de Armando Cisneros, apuntaré las siguientes
ideas acerca de su pertinencia e importancia:
1) El texto resignifica
una categoría central como es la de espacio y la aborda desde una mirada
posmoderna, en la cual integra en un mismo esquema analítico y de
interpretación las distintas visiones generadas por otras tantas disciplinas a
través de la historia del pensamiento moderno y su crítica.
2) Invita a reflexionar, sentir y vivir el
espacio, a la vez que refrenda su materialidad y subjetividad en una
hibridación que puede captarse cuando se trascienden los límites de la ciencia
positivista y se alcanza la mirada sin límites de las múltiples dimensiones de
lo experimentado, lo necesario y lo relativo.
3) Esta lectura expresa y marca una inquietud por
ir más allá de las verdades disciplinarias, lineales y en apariencia plenamente
legitimadas, donde lo más importante es buscar con rigor y apertura a la vez la
diversidad y la diferencia como vías de reflexión y encuentro con lo que no se
deja sujetar en esquemas rígidos y unívocos, porque en su esencia está el no
ser del todo abarcables, comprensibles ni definidos, y en ello va su
trascendencia.
4) Expresa y motiva una revaloración de la
filosofía, así como un abordaje interdisciplinario que permita enfocar la
interpretación a partir de una operación de abstracción, indispensable para
poder pensar una categoría de tal grado de generalidad y complejidad.
5) Asimismo, el trabajo resume, esclarece y da
perspectivas de estudio y líneas de análisis que, desde la fenomenología,
podrían aportar cauce a nuevas indagaciones, caminos seguramente iniciados;
pero que sin fin muestran nuevas caras y en su devenir asomarán otras miradas.
6) Para las ciencias sociales, una reflexión así
representa un aire fresco, un pretexto para volver a pensar sobre el espacio,
en realidad los espacios, sobre todo el social, que se advierte como previo y
determinante de la ocupación de los lugares físicos; aunque sin dejar de verlo
como historia personal y subjetiva, en los mundos de vida, espacio social que
da sentido y en el que la vida discurre y se reinventa.
7) Al atardecer de la lectura, uno no puede dejar
de pensar y sentir que, efectivamente, el espacio está ahí; pero igualmente es
infinito; que lo requerimos como algo dado y que sin embargo lo construimos con
nuestra propia vida que no deja de perseguirlo por todas partes como a su misma
alma que es errante y evasiva, al tiempo que se anida en lo más íntimo de las
vivencias, objetos y caminos que sin cesar inventamos para seguir por siempre
entre palabras y sentidos sin reposo.
José María Aranda Sánchez
Universidad Autónoma del Estado de México
Correo-e: aranda@uaemex.mx, chemaaranda@gmail.com
Recibido:
3 de julio de 2007.
Aceptado:
6 de julio de 2007.
José María Aranda Sánchez. Es licenciado en psicología por la
Universidad Nacional Autónoma de México (unam);
maestro en sociología por la Universidad Autónoma del Estado de México (uaem) y doctor en urbanismo por la unam. Actualmente es profesor e
investigador de tiempo completo del Centro de Investigación en Ciencias
Sociales y Humanidades (cicsyh) de la uaem.
Sus líneas de investigación son: movimientos sociales en México y
organizaciones de la sociedad civil. Es líder del cuerpo académico
Investigación en ciencias sociales y humanidades del cicsyh;
integrante del comité editorial de la revista Contribuciones
desde Coatepec y
miembro del Sistema Nacional de Investigadores (sni)
nivel i. Entre sus publicaciones
recientes se encuentran: “Redes sociales y reflexividad: su importancia en la
construcción de la sociedad civil en México”, Ciencia Ergo
Sum, 14(2), uaem, México, pp. 141-150 (2007);
“Perspectiva de género para el análisis de la participación femenina en
organizaciones ambientalistas: el caso de la organización de mujeres
ecologistas de la sierra de Petatlán, Gro.”, Territorios,
16-17, enero-julio,
2007, publicación realizada conjuntamente por la Asociación Colombiana de
Investigadores Urbanos Regionales (aciur),
Centro de Estudios Políticos e Internacionales de las Facultades de Ciencia
Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad de Rosario,
Bogotá, Colombia, Editorial Universidad del Rosario Colombia, pp. 107-125.