Las políticas regionales compensatorias en el marco de la
integración económica: reflexiones en torno al alca,
los tlc
y el Mercosur
José Briceño-Ruiz
Dyanna María Ruíz-Uzcátegui*
Abstract
The main
premise of this paper is related to the fact that the Free Trade Area of the
Americas (ftaa
or alca
in Spanish), as an ambitious project of commercial openness, will have an
enormous impact on the re-localisation of productive
activities. This will therefore affect the less developed regions in the member
countries. That is why, as it has been demonstrated by the experience in the
European Union, it is necessary to establish compensatory policies through the
creation of Regional Funds. These will allow some regions to alleviate the
impact of the commercial aperture. Taking into account the way in which this
issue had been addressed during the ftaa negotiations, this paper examines the
convenience of establishing or not a free trading zone in the Western
Hemisphere.
Keywords:
economic
integration, alca
(ftaa), regional
development, regional funds.
Resumen
El argumento
central de este artículo es que el Área de Libre Comercio de las Américas (alca) —como ambicioso proyecto de
apertura comercial— tendrá un enorme impacto en la relocalización de las
actividades productivas, afectando a las regiones menos avanzadas al interior
de los países miembros. Por esta razón, como lo demuestra la experiencia de la
Unión Europea (ue),
es necesario establecer políticas compensatorias mediante la creación de fondos
regionales que permitan a ciertas regiones mitigar el impacto de la apertura
comercial. Tomando en consideración la forma en que se ha tratado este tema en
las negociaciones del alca, en
este artículo se examina la conveniencia o no de instalar una zona de libre
comercio en el hemisferio occidental.
Palabras clave:
integración económica, alca,
desarrollo regional, fondos regionales.
*
Universidad de los Andes, Venezuela. Correos-e: bricenoruiz@hotmail.com,
druiz03@yahoo.es.
Introducción[1]
Una de las
mayores críticas a la propuesta de establecer un Área de Libre Comercio de las
Américas (alca) es el escaso
tratamiento que se ha dado en las negociaciones a los aspectos sociales y las
asimetrías que existen no sólo entre los países miembros, sino al interior de
los mismos. Desde los noventa, estos temas se convirtieron en puntos relevantes
en la nueva agenda de integración regional. En el caso de Europa, esta
preocupación se remonta a décadas anteriores, como lo confirma la existencia de
fondos de compensación y una creciente participación de los actores sociales en
el proceso de toma de decisiones. Este ensayo tiene como finalidad evaluar y
analizar las experiencias y avances de las políticas regionales compensatorias
en materia de integración y su posible aplicación en el proceso del alca.
1. La política de
desarrollo regional en el proceso de integración europea
La política
regional es uno de los elementos del modelo de integración europea que algunos
describen como dirigista o intervencionista, pues
concibe la integración como un proceso que trasciende lo comercial y promueve
el desarrollo económico integral y, en especial, la industrialización (Briceño
Ruiz, 2001). En el modelo intervencionista, la integración se considera como un
proceso cuyo objetivo no es fusionar mercados sino economías a través de la
unión progresiva de los espacios económicos nacionales en una nueva entidad
económica y política, caracterizada por la solidaridad entre sus miembros (Marchal, 1970: 124). Este tipo de integración se puede
emprender mediante la adopción de un conjunto de medidas que faciliten la
producción en gran escala, que permitan diversificar la producción y promuevan
el progreso técnico. De acuerdo con este enfoque, la integración no descansa
sólo en los mecanismos de mercado sino que requiere una participación del
Estado como director del proceso. Como señala Vacchino,
la integración “puede valerse del mercado y sus automatismos, pero, también y
principalmente, debe valerse de las acciones deliberadas y de las
instituciones” (1982: 166). La integración debe hacer que correspondan las
políticas de mercado con las que dirigen los Estados y las instituciones “de
modo que sea factible eliminar las discriminaciones nacionales y originar un
mercado unificado que, entre otras cosas, proporcione las directrices del
proceso de desarrollo económico y social comunitario” (Vacchino,
1982: 162).
La integración
europea se puede describir como intervencionista, ya que en ella se
implementaron políticas de protección a los consumidores, de apoyo a las
regiones menos favorecidas de los países miembros, inversiones en ciencia y
tecnología, medidas de protección al medio ambiente, una política agrícola
común, entre otros. Las ideas de Thomas Biersteker
(1988) sobre el papel del Estado en la economía permiten validar el argumento
sobre el carácter intervencionista del modelo de integración en Europa. Según
este autor, es posible encontrar al menos seis modalidades de intervencionismo
estatal en la economía:
La
primera modalidad se propone influir de manera positiva en la conducta de los
empresarios a través de la política fiscal o la política monetaria.
La
segunda regula la conducta de los actores económicos privados o canaliza su
actividad mediante políticas para proteger el medio ambiente, los programas de
seguridad social o la legislación del trabajo.
Una
tercera modalidad de intervención busca transformar al Estado en mediador entre
el capital y el trabajo.
La
cuarta es la redistribución del producto social y privado mediante subvenciones
o por la política industrial.
La
quinta es la producción directa de bienes y de servicios.
Finalmente,
la modalidad de intervención del Estado en la economía es la planificación.
De acuerdo con
las ideas de Biersteker, es fácil observar varios
tipos de políticas intervencionistas en la integración europea. Por ejemplo, la
legislación comunitaria de protección del medio ambiente o de defensa de los
consumidores son, sin duda, modalidades de intervencionismo regulador. La
política agrícola común es una forma de intervencionismo redistribuidor. El
proyecto de construcción del Airbus es un ejemplo de intervencionismo cuyo
objetivo es la producción de un bien en particular. En consecuencia, es válido
describir la experiencia de integración en Europa Occidental como
intervencionista.
La política
regional, un componente de la integración europea desde sus inicios, es otra
forma de intervencionismo redistribuidor. Desde fines de 1959 se adoptó un
programa mínimo para tratar los problemas de las regiones con una sola
industria o las regiones fronterizas. De igual manera, el Banco Europeo de
Inversiones, creado en el Tratado de Roma, canalizó recursos para favorecer a
las regiones menos desarrolladas y para financiar proyectos de interés común
entre los países miembros (Pulgar, 1996). A inicios de la década de los setenta
comenzó a configurarse de manera mucho más concreta una política regional
cuando se creó en 1975 el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (Feder), encargado de desarrollar, aplicar y financiar las
políticas de desarrollo regional en la Comunidad Económica Europea (cee). El Feder llevaría a cabo acciones para favorecer la
realización de inversiones productivas, desarrollo de infraestructura,
desarrollo endógeno, desarrollo local y de pequeñas y medianas empresas
(Pymes), inversiones en educación y sanidad y proyectos piloto en las regiones
fronterizas (González Vallve, 1993: 8).
Asimismo, el
Acta Única Europea, suscrita en 1986, tuvo un efecto considerable en la
política regional con la propuesta de crear un verdadero mercado único para
1982, meta alcanzada en la fecha prevista. A esto se sumó la propuesta del
Tratado de Maastricht de establecer una unión económica y monetaria. Tanto el
mercado único como la unión económica y monetaria tuvieron profundos efectos
estructurales en las diferentes regiones de la ue. Por ello, en el Tratado de
Maastricht se introduce la política de cohesión que plantea, en lo fundamental, tres
objetivos: la convergencia de los indicadores macroeconómicos, eliminar las
disparidades del desarrollo regional y el desarrollo de la
integración/interdependencia entre los diversos sistemas de producción regional
y nacional.
Se observa que,
desde sus inicios, la integración en Europa buscó proteger a las regiones más
desfavorecidas económica y socialmente a través de programas de compensación
que minimizaran las diferencias internas de renta y las oportunidades
existentes entre las regiones de cada país miembro de la ue. Esta política regional de
compensación estaba, y aún está, dirigida a redistribuir recursos y a promover
la cohesión social, económica y territorial de la ue mediante transferencias de las
regiones más desarrolladas a otras no tan avanzadas.
Esta política
destinada a reducir las disparidades regionales se basa en cuatro fondos
estructurales: el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (Feder),
el Fondo Social Europeo (fse),
el Fondo Europeo de Orientación y Garantía Agrícola (feoga) y el Instrumento
Financiero de Orientación de la Pesca (ifop).[2] En
el periodo 2000-2006, con estos fondos se pagarán unos 213,000 millones de
euros, lo que equivale a una tercera parte del gasto total de la ue. Asimismo,
para este mismo periodo se asignó una cantidad adicional de 18,000 millones de
euros para el fondo de cohesión.[3]
La asignación de
estos fondos está sujeta a los siguientes criterios: 70% se destina a las
denominadas regiones del objetivo 1, cuyo pib es inferior a 75% de la media
de la ue
(entre esas regiones se encuentran, principalmente, Grecia, Portugal, España,
sur de Italia y Alemania Oriental); 11.5% se asigna a las regiones de objetivo
2, aquéllas que se encuentran en situación de declive económico a causa de
dificultades estructurales (por ejemplo, Dinamarca, país al que se asignaron 162
millones de euros para mejorar el transporte y las telecomunicaciones en las
islas pequeñas y las comunidades costeras con acceso limitado por tierra y
escasez de agua dulce). El objetivo 3 se centra en iniciativas y programas de
creación de empleo en todas las regiones que no abarca el objetivo 1. Otro
12.3% de los fondos se destina para adaptar y modernizar los sistemas
educativos y de formación profesional y para otras iniciativas de fomento del
empleo. Finalmente, 5.35% se dedica a la cooperación transfronteriza, los
programas de renovación urbana y el acceso justo al mercado de trabajo.
De acuerdo con
el tercer informe sobre la cohesión económica y social de la Comisión Europea
(2004),[4]
las diferencias de renta y de empleo tanto entre los países como entre las
regiones de la ue15[5] se
han reducido desde 1990, especialmente desde mediados de la década. De manera
similar, el pib
per cápita en Grecia, España, Irlanda y Portugal fue muy superior a la media de
la ue
entre 1994 y 2001. En Irlanda, particularmente, en 2001 el pib per cápita en unidades de
poder adquisitivo era más de 17% superior a la media de ue15, mientras que a comienzos de 1990 era 25% inferior a la
media. El informe señala que el ejemplo irlandés demuestra de manera
convincente la eficacia de la ayuda de los fondos estructurales cuando se
combina con políticas nacionales orientadas hacia el crecimiento.
No obstante, la
Europa de los 15 fue ampliada por la adhesión de los países del antiguo bloque
soviético (República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia), los tres Estados
bálticos que una vez formaron parte de la Unión Soviética (Estonia, Letonia y
Lituania), una de las repúblicas de la antigua Yugoslavia (Eslovenia) y dos
países mediterráneos (Chipre y Malta).[6]
Con la adhesión
de estos diez nuevos Estados, las diferencias de prosperidad tanto entre los
países como entre las regiones se incrementó mucho más. Por esta razón, la
Comisión Europea se propuso una política regional renovada y más integrada y
una reforma a la política de cohesión de 2007-2013, cuyos principios en
adelante serán: convergencia, competitividad y cooperación, para lo cual
dispone de un presupuesto de 336,000 millones de euros (incluido el fondo de
cohesión); lo que representa 35.7% del gasto total de la ue para ese periodo. Asimismo, la
Comisión Europea dispuso dividir el gasto en tres partes: la primera, que
representa 79% del total, se destinaría a reducir la brecha entre las regiones
pobres y ricas; 17% se asignaría para aumentar la competitividad de las
regiones pobres y para crear empleo local en las mismas; y el 4% restante se
centraría en la cooperación entre las regiones fronterizas.[7]
2. ¿Qué se propone en
materia de desarrollo regional en el alca?
El alca es un proyecto de integración
regional iniciado en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de los países
del Hemisferio Occidental, realizado en diciembre de 1994 en Miami, Estados
Unidos. La propuesta original de establecer una zona de libre comercio desde Alaska hasta la
Patagonia la anunció
por primera vez en 1991 el entonces presidente de Estados Unidos George Bush,
en su discurso sobre la Iniciativa para las Américas (ipa). Bush presentó un proyecto
de integración que incluía la creación de un espacio comercial único en el
continente americano, la promoción de las inversiones y la condonación de la
deuda que algunos países tenían con instituciones públicas estadounidenses. En
diciembre de 1994, el presidente William Clinton decidió convocar a los
presidentes y primeros ministros del continente en una reunión cumbre, en la
que se relanzó la propuesta de una zona de libre comercio.
Una vez
anunciado el proyecto del alca,
comenzó un periodo de prenegociación con la
participación de los respectivos ministros de comercio. Esta fase se inicia con
la reunión celebrada en Denver, Estados Unidos, en 1995 y concluye con la
realizada en San José, Costa Rica, en 1998. La etapa de negociaciones formales
comenzó en abril de 1998 durante la Segunda Cumbre de las Américas en Santiago
de Chile. Los grupos de negociación establecidos versan sobre los siguientes
aspectos: comercio, servicios, propiedad intelectual, política de competencia,
agricultura, antidumping, subsidios y derechos compensatorios y
solución de controversias. El primer anteproyecto del tratado se presentó en la
Tercera Cumbre de las Américas realizada en Québec,
Canadá, en abril de 2001 y el segundo se dio a conocer en la Conferencia
Ministerial de Quito, realizada en octubre de 2002. No obstante, en la iv Cumbre de las Américas, en Mar del
Plata (noviembre 2005), la negociación multilateral manifestó su evidente
colapso; lo que significó un cambio de estrategia, por parte de Estados Unidos,
hacia los tratados bilaterales de libre comercio (tlc) con países de la región:
Chile, Colombia y Perú.
El alca se puede concebir como un nuevo
modelo de integración en el que predomina la liberalización comercial y la
flexibilización de las normas relacionadas con el comercio (inversiones,
propiedad intelectual, compras gubernamentales, medio ambiente, etc.). Por otra
parte, el alca rompe con la teoría
tradicional de la integración pues se presenta como una zona de libre comercio,
primera etapa de la integración económica, en la que se procedería sólo al
desmontaje arancelario. Sin embargo, a diferencia de las tradicionales zonas de
libre comercio, en el alca se
combina la desgravación arancelaria con otras políticas, como la libre
circulación de inversiones o la regulación de la propiedad intelectual, medidas
más propias de etapas como el mercado común o la unión económica. A pesar de
estos ambiciosos objetivos, en las negociaciones no se ha planteado la
posibilidad de que el alca
trascienda –una vez perfeccionada la liberalización comercial– la etapa de zona
de libre comercio para convertirse en una unión aduanera o un mercado común.
Esto último ha sido fuertemente rechazado por sindicatos estadounidenses que se
oponen a la apertura del mercado laboral de su país debido a la enorme
asimetría de salarios entre Estados Unidos y las demás naciones del continente
(Briceño Ruiz, 2001).
Frente al
predominio de los temas comerciales, en el alca
se observa una ausencia de preocupación por los desequilibrios internos
provocados por la apertura. Si se revisa el proceso negociador del alca, es notoria la exclusión de la
cuestión regional. Este aspecto ni siquiera mereció la creación de un grupo de
trabajo durante la etapa de prenegociación que
concluyó en la reunión ministerial de San José (1998). Una vez iniciado el
proceso negociador, esta materia tampoco se incluyo en la agenda. Una breve
revisión de los borradores de acuerdo permite validar este argumento. Es
notoria la ausencia de un grupo de negociación dedicado al tema de los efectos
regionales del alca. Considerando que en el alca las asimetrías pueden ser incluso
mayores que las existentes en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(tlcan), la ausencia de una política regional
puede convertir al libre comercio hemisférico en un factor generador de
desequilibrios en las diversas economías nacionales.
Es apenas en la
reunión ministerial de Quito cuando se decide suscribir un Programa de
Cooperación Hemisférica (pch)
para tratar de alguna forma los aspectos no comerciales de la integración. No
obstante, el pch
no es parte integrante del tratado constitutivo del alca, lo que puede generar dudas sobre su aplicación. La
reciente Cumbre Extraordinaria de las Américas, celebrada en Monterrey en enero
de 2004, es el reconocimiento de la necesidad del tema del costo de la apertura
como parte importante del proceso de integración en el continente americano.
Por todo esto,
el alca y los tlc (proceso paralelo) se pueden
describir como un modelo comercialista que suscribe y
profundiza las ideas de la teoría tradicional del comercio internacional
(Briceño Ruiz, 2001). Considerando la integración como un segundo
óptimo, el enfoque comercialista la concibe como “una experiencia local de
‘desvalorización’ de las fronteras, justificable en tanto que etapa transitoria
que serviría para ir eliminando, escalonadamente, las tarifas arancelarias y
otras restricciones a los intercambios comerciales” (Vacchino,
1982: 154). En tal sentido, la integración debería dirigirse esencialmente a
abolir las barreras y los obstáculos que impiden el libre flujo de bienes y
servicios entre las diversas economías nacionales. De esta manera, se crearía
un espacio económico integrado en el cual la actuación de las leyes del mercado
permitiría intensificar la interdependencia económica entre los países socios.
A diferencia de
la experiencia europea, en las negociaciones del alca no existe referencia alguna a una estrategia de
política regional. En primer lugar, en el tlcan –que para Estados Unidos es
el modelo de integración que debe fundamentar al alca– lo regional, incluso en su limitada modalidad de
integración fronteriza, es casi inexistente. En segundo lugar, la revisión del
proceso negociador del alca,
iniciado en 1995 con la primera reunión ministerial de Denver, evidencia la
ausencia de discusiones sobre la cuestión regional en su agenda de negociación.
En el tlcan no
existe una política regional, ni siquiera de integración fronteriza, a pesar
que la frontera entre Estados Unidos y México se considera una región
problemática, incluso descrita por el Instituto de Integración Latinoamericana
(Intal) como una región plan, cuya homogeneidad está dada por un
objetivo o problema común a resolver. Aun con esto, antes de la firma del tlcan fue
notoria la ausencia de mecanismos binacionales de integración que tratasen de
forma global la problemática fronteriza (Valenciano 1992: 33-35). Tan solo, y
en gran parte debido a la presión de grupos de la sociedad civil
estadounidense, en los acuerdos paralelos en materia ambiental y laboral se
crearon dos comisiones, la Comisión Ambiental y la Comisión Laboral, además de
un Banco de Desarrollo de América del Norte para financiar obras de
infraestructura en la región fronteriza. Estas comisiones se encargarían de
resolver los problemas en sus áreas de competencia con un marcado sesgo
fronterizo. Sin embargo, se objeta que apenas tratan una parte de la
problemática fronteriza entre Estados Unidos y México.
La cuestión
regional en el tlcan
no se limita sólo a las áreas de fronteras, sino a la totalidad del territorio
mexicano. A diferencia de la ue
y de las iniciativas de integración en América Latina, en el tlcan
participan dos países desarrollados y uno en desarrollo, lo que de por sí es
una asimetría. Esta asimetría es mucho mayor si se considera que uno de los
socios desarrollados es Estados Unidos, primera potencia industrial del mundo,
que es justamente la que comparte frontera con el socio subdesarrollado. Los
efectos de tales asimetrías serán importantes en cuanto a la localización de la
actividad económica en México y la distribución de la riqueza entre las
diversas regiones mexicanas.
John Saxe Fernández (1996) considera que el tlcan generará un proceso de
competencia entre las regiones de los tres países para atraer inversiones, lo
que describe como un proceso de microrregionalización.
Este autor divide a México en tres áreas: norte, centro y centro-sur. La
primera se ubica en la frontera con Estados Unidos y es receptora de ingentes
inversiones en la industria maquiladora proveniente de este país. Esta zona
tiene enormes ventajas en comparación con las regiones centro y centro sur. La
competitividad del México norte es mucho mayor que sus pares porque ya está
expuesta a la globalización y porque disfruta de la cercanía con el socio
mayor. En consecuencia, esta región es más atractiva para los inversionistas,
que preferirán localizar allí sus inversiones.
La experiencia
del tlcan
confirma la validez de este argumento pues desde que entró en vigencia se
produjo un desplazamiento importante de inversiones hacia los estados
fronterizos con Estados Unidos. Aunque las entidades receptoras de inversión
puedan beneficiarse, es preciso evaluar los costos laborales y ambientales
teniendo en cuenta que con la cercanía al mercado estadounidense, los
inversionistas decidan establecerse para aprovechar normas ambientales menos
rigurosas y más fáciles de evadir o buscar mano de obra barata. Además, si la
región cercana a Estados Unidos se convierte en la más atractiva para los
inversionistas, la relocalización de la actividad económica que se produzca ira
acompañada de un nuevo patrón de inmigración doméstica e internacional que
puede producir trastornos económicos y sociales (Duquette,
2002: 82). Así, si la inversión se concentra en estados como Baja California,
Sonora, Chihua-hua o Coahuila, las entidades pobres
del sur, como Chiapas, Oaxaca, Quintana Roo, etc., se verán afectadas y su
población buscará migrar al norte en busca de nuevos empleos.
En relación con
este punto y de acuerdo con la información presentada por el Instituto Nacional
de Estadística, Geografía e Informática (inegi) acerca de las regiones
socioeconómicas de México,[8]
ubica en el nivel de bienestar más alto (7) al Distrito Federal con 8.83% de la
población del país; en el estrato siguiente (6) se encuentran: Aguascalientes,
Coahuila, Jalisco y Nuevo León con 13.74% de los habitantes; en el nivel 5
están Baja California, Baja California Sur, Chihuahua, Sonora y Tamaulipas, que
concentran 11.22% de la población. El 23.17% de los habitantes de México se
ubican en el estrato intermedio (4) compuesto por: Colima, Estado de México,
Morelos, Nayarit, Querétaro, Quintana Roo, Sinaloa y Yucatán. En el nivel 3 se
encuentra 12.73% de la población y lo integran: Durango, Guanajuato, Michoacán,
Tlaxcala y Zacatecas. En el nivel 2, compuesto por 19.6% de la población, se
ubica: Campeche, Hidalgo, Puebla, San Luis Potosí, Tabasco y Veracruz.
Finalmente, en el estrato de menos bienestar encontramos a Chiapas, Guerrero y
Oaxaca; que integran 10.71% de la población total de México. Se observa que las
regiones que se ubican en los dos últimos niveles de bienestar se encuentran al
sur del país.
Al respecto,
Mendoza y Villena (2006: 591) señalan que la dinámica económica se concentró en
la región central del país integrada por el Estado de México y el Distrito
Federal, en tanto que el norte y la zona del Golfo de México presentaron tasas
de crecimiento moderadas. Sin embargo, a partir del acuerdo comercial la
producción tomó fuerza en las entidades de la frontera norte debido a la
cercanía con el principal socio comercial de México. Por su parte, las
entidades del sur también se vieron afectadas con la entrada en vigor del
tratado, toda vez que su crecimiento económico disminuyó de modo considerable.
Esos efectos se debieron en gran medida a la localización geográfica así como a
diversos aspectos institucionales propios de cada región.
Asimismo, estos
autores indican que los resultados de la investigación realizada por Messmacher (citado en Mendoza y Villena, 2006), acerca del
resultado de algunas reformas estructurales y del tlcan, muestran que esos cambios
tuvieron dos efectos en la economía mexicana. En el primero, de índole
sectorial, la tasa de crecimiento del sector manufacturero se incrementó de
manera considerable en la mayoría de las entidades a partir de 1993, de modo
que fue uno de los más beneficiados después del sector de transporte y
comunicaciones. Este crecimiento resultó más favorable en los estados donde se
concentra la producción manufacturera, como los del norte. En el caso del
segundo efecto, de carácter regional, la estructura productiva de los estados
del norte permitió un mayor crecimiento durante el periodo 1993-1999.
Gráfica i
Tasa de
crecimiento promedio anual del pib per cápita (%)
Gráfica ii
Tasa de
crecimiento promedio anual del pib per cápita (%)
Fuente: Mendoza y Villena (2006), Comercio
Exterior, 56(7),
México, p. 585.
En relación con
la gráfica i y ii y de acuerdo con Mendoza y Villena
(2006: 582), uno de los factores que explica la desigualdad económica regional
en México es la dotación de infraestructura pública. Fuentes y Mendoza [citado
en Mendoza y Villena, 2006] señalan que la asignación de dicha infraestructura
desempeña un papel importante en las diferencias del pib per cápita, ya que de 1980 a
1985 éste aumentó de manera significativa y apoyó un proceso de convergencia
regional. En la etapa 1985-1993 esta variable perdió importancia debido a la
disminución de la participación del sector público en la provisión de bienes y
servicios.
Asimismo, Díaz y
Díaz (citado en Mendoza y Villena, 2006) indican que también incidió el nivel
de escolaridad y la ineficiente formación de capital humano. Otra conclusión
importante de Díaz (citado en Mendoza y Villena, 2006), es que los estados de
la frontera norte son los más beneficiados por la integración económica de
México, ya que sus niveles de pib per cápita se elevaron de manera considerable
como consecuencia de una mayor productividad manufacturera y el mejoramiento
del capital humano de esa zona. Esto ocasionó que Baja California, Coahuila y
Chihuahua incrementaran sus exportaciones a montos muy altos, además de que se
cuentan entre los estados más beneficiados por la recepción de flujos de
inversión extranjera directa que se tradujeron en una expansión de la industria
manufacturera.
No obstante,
como señala Rafael Velásquez (s/f.), el tlcan no es el causante histórico
de la disparidad entre el norte y el sur de México. El acuerdo simplemente vino
a reafirmar y a acelerar una tendencia que se originó mucho antes. Asimismo,
tampoco es el culpable directo de la crisis en la que se encuentra el sector
rural del sur-sureste de México, ya que el abandono del campo mexicano tuvo su
origen antes de la firma de dicho tratado. La falta de inversión pública del
gobierno federal y la carencia de una política efectiva para el desarrollo
regional son los factores que han incidido en la crisis del sector rural del
sur-sureste.
Sin embargo,
como señala este mismo autor, el tlcan no ha disminuido la pobreza, la marginación ni
el sector informal de la economía del sector rural del sur-sureste mexicano. En
cambio, ha aumentado la migración de campesinos a los sectores urbanos y a
Estados Unidos, ha ampliado la brecha educativa y tecnológica entre el norte y
el sur de México y también ha profundizado la desigualdad en la distribución de
la riqueza.
Al respecto,
José Luis Calva (2005) señala que estas disparidades se mantienen y se
profundizan por la ausencia de una política de desarrollo regional, ya que la
integración de México al tlcan
en lugar de contribuir a reducir las desigualdades, más bien tendió a
ahondarlas,[9] debido a que priorizó
áreas con ventajas competitivas y dejó en el abandono a las regiones menos
favorecidas, lo que ha ampliado la brecha entre regiones marginales y
prósperas. Este mismo autor indica que en el tlcan no hay un solo dólar para
fondos compensatorios que palien los costos regionales de la integración. De
forma similar, en México no existe una política integral de desarrollo regional
para reducir progresivamente las desigualdades acumuladas.
Es decir, se
plantea entonces lo que Clark Reynolds (1998) describe como el problema
práctico de reconciliar a los ganadores y perdedores en el proceso de apertura. Así, surge la necesidad de
cooperación no sólo entre los estados, sino entre las regiones involucradas
para crear mecanismos dentro del tlcan –responsable en gran medida de la aparición de
estos problemas– que permitan diseñar una estrategia de desarrollo armónico en
América del Norte. Reynolds (1998) también señala que, de hecho, ya se están
formando coaliciones, por ejemplo, entre Cascadia y
el corredor del sureste de Los Ángeles a Ensenada, esfuerzos iniciales de
cooperación entre Arizona y Sonora o entre Texas y noroeste de México.
Por tanto, el
modelo de integración del tlcan
ha excluido una política regional. Para Estados Unidos, el alca debe construirse según el modelo tlcan, como lo
demuestran sus propuestas que se centran en la apertura comercial, la promoción
de inversiones y la desregulación de las áreas vinculadas con el comercio, sin
incluir ningún tipo de medidas compensatorias, incluso entre países con tan
dispares niveles de desarrollo como los que participan en la negociación del alca. En consecuencia, existen medidas
compensatorias que merecen ser estudiadas, como las instauradas por la ue y las
iniciativas de América del Sur en el marco del Mercosur y la Comunidad Andina
de Naciones (can).
3. La necesidad de
una política regional a favor de la equidad en el marco del alca, los tlc y la iniciativa del Mercosur
El alca y los tlc se proponen unir a países con
enormes asimetrías. Sus efectos sobre las naciones y al interior de éstas serán
devastadores si no se establecen medidas compensatorias a favor de los sectores
y, en especial, de las regiones menos desarrolladas. La experiencia europea
demuestra la necesidad de medidas redistributivas a través de una política
regional, de manera que los menos aventajados no perciban la integración como
un riesgo y, en consecuencia, se movilicen políticamente en contra de ella.
Todo proceso de
integración tiene un efecto indiscutible en las economías regionales. La
desgravación arancelaria y la mayor libertad de acción para los inversionistas
producen una relocalización de las actividades productivas. Como el desarrollo
económico es un proceso asimétrico, algunas regiones están más capacitadas que
otras para soportar el impacto de la apertura, lo que profundiza los
desequilibrios internos. Por ello, en la experiencia de integración en Europa,
desde sus inicios se promovió una política regional basada en fondos de apoyo a
las regiones más atrasadas.
Cada vez es más
amplia la literatura que considera a las regiones nacionales como plataforma de
la globalización y la integración económica (Boisier,
1993; Lisocka-Jaegermann, 1995). En varios países
latinoamericanos esto ha conducido a un creciente interés por incluir la
variable regional en los proyectos de integración económica, como es el caso de
la Comunidad Andina que aprobó normas comunitarias como la Decisión 501 en la
que se propone la creación de Zonas de Integración Fronteriza.
También en el
Mercado Común del Sur (Mercosur) se ha intentado dar mayor importancia a las
unidades políticas infranacionales, en particular a
las ciudades, agrupadas en torno al Mercosur. Del mismo modo, en su Decisión
18/05 el Mercosur propuso en 2005 el Fondo para la Convergencia Estructural del
Mercosur (Focem). Para llevar a cabo el Focem se desarrollaron los siguientes programas: 1) Programa de Convergencia Estructural
que deberá contribuir al desarrollo y ajuste estructural de las economías
menores y regiones menos desarrolladas, incluyendo el mejoramiento de los
sistemas de integración fronteriza y los de comunicación en general. 2) Programa de Desarrollo de la
Competitividad, cuya función es contribuir a la competitividad de las producciones
del Mercosur –incluidos los procesos de reconversión productiva y laboral que
faciliten la creación del comercio dentro de este organismo– y proyectos de
integración de cadenas productivas y de fortalecimiento de la institucionalidad
pública y privada en los aspectos vinculados a la calidad de la producción
(estándares técnicos, certificación, evaluación de la conformidad, sanidad
animal y vegetal, entre otros), así como a la investigación y desarrollo de
nuevos productos. 3) Programa de Cohesión Social que
contribuya al desarrollo social, en particular en las zonas de frontera, donde
se podrán incluir proyectos de interés comunitario en áreas de salud humana y
reducción de la pobreza y el desempleo. 4) Programa de Fortalecimiento de la
Estructura Institucional y del Proceso de Integración que atienda la mejora de
la estructura institucional del Mercosur y su eventual desarrollo.
Una vez
cumplidos los objetivos de los proyectos, las estructuras y actividades que
resulten serían financiadas por los países miembros, en función de la media
histórica del pib
del Mercosur. Asimismo, las aportaciones de los Estados miembros del Focem tendrán el carácter de contribuciones no
reembolsables y será de cien millones de dólares anuales; suma conformada de la
siguiente manera: Argentina otorgará 27%; Brasil 70%; Paraguay 1% y Uruguay 2%.
Estos recursos se destinarán para financiar los programas y se distribuirán
entre los Estados miembros de acuerdo con los siguientes porcentajes: para
proyectos presentados por Paraguay, 48%; para Uruguay 32%; para Argentina 10% y
para Brasil también 10%.
En el proyecto
para crear un Área de Libre Comercio Sudamericana (alcsa) se promovió la Iniciativa
de Infraestructura Regional Sudamericana (iirsa), cuyo propósito es
desarrollar vías de comunicación que conecten a las diversas zonas de los
países sudamericanos. También existen iniciativas como el Fondo de la Cuenca
del Plata (Fonplata) o el Fondo de Desarrollo del
Caribe de la Asociación de Estados del Caribe (aec).
En el alca y los tlc no existe ninguna iniciativa
de este tipo. La integración hemisférica tendrá, sin duda, un efecto en la
localización de las actividades productivas. ¿Cómo serán afectados los
productores latinoamericanos?, ¿cómo incidirá esto en el desarrollo armónico de
las regiones mas atrasadas de América Latina?, ¿cuál
será el impacto del alca y los tlc en la
frontera? No pretendemos responder a tales interrogantes en este breve ensayo.
Ellas son, no obstante, parte de un necesario proceso de reflexión que conduzca
a una cabal evaluación de los costos de ingresar al alca y a los tlc. Para ello, es menester recordar que en el grupo
de negociación sobre inversiones, en el de negociación sobre servicios y en el
de negociación sobre compras gubernamentales del alca existe un debate sobre si las disciplinas que se
aprueben serán obligatorias para los gobiernos subnacionales
(Bouzas y Da Motta Veiga
(2002).
Durante el
proceso negociador del alca se
excluyó la variable regional, a pesar del indudable impacto que sobre la localización
de las actividades productivas tendrá esta propuesta de apertura comercial. Es
apenas en la reunión del Comité de Negociaciones Comerciales (cnc) del alca, celebrado en Puebla en junio de
2003, cuando los países del Mercosur asoman la idea de incluir el tema de los
fondos de compensación en la negociación. Meses después, en la reunión del cnc celebrada
en Miami en noviembre de 2003, el gobierno venezolano formalizó la propuesta de
establecer “un trato especial y diferenciado no sólo hacia la totalidad de cada
una de las economías, sino también hacia el interior de cada una de ellas, de
manera tal que dicho trato pueda dirigirse a las regiones y sectores que más lo
necesitan” (Ministerio de Producción y Comercio, 2003: 20). En la reunión del cnc realizada
en Puebla en febrero de 2004, la delegación venezolana reiteró la necesidad de
tratar los desequilibrios regionales producidos por la apertura comercial. En
el documento presentado por el gobierno venezolano se señaló que:
Ese escenario
de grandes disparidades entre los países y en el interior de muchos de ellos,
plantea el mayor de los retos al alca
y obliga a que la atención de dichas disparidades ocupe un lugar predominante
en el debate en torno a las negociaciones ya que de no ser así el propio funcionamiento
del alca podría empujar a una
profundización todavía mayor de las diferencias que caracterizan al escenario
previo al inicio del Acuerdo (Venezuela, documento ftaa.sme/w/82/Rev.117 de febrero de 2004).
El gobierno
venezolano reconoce que el tema de las asimetrías se ha discutido desde 1998 en
el Grupo Consultivo sobre las Economías más Pequeñas. También considera valioso
el Programa de Cooperación Hemisférica, aprobado en la reunión ministerial de
Quito de 2002. Sin embargo, argumenta que:
Dichas
iniciativas resultan insuficientes para una adecuada atención del problema,
empezando por el hecho de que hasta la fecha el tratamiento especial y
diferenciado no se hace extensivo a las economías que sin ser de las “más
pequeñas” se caracterizan por su escaso grado de desarrollo promedio y/o por
existir en su interior regiones o sectores que requieren de apoyos especiales
para poder enfrentar con éxito el libre comercio hemisférico que el alca traerá consigo (Venezuela,
documento ftaa.sme/w/82/Rev.117 de
febrero de 2004).
Por ello, el
equipo negociador venezolano propuso que se establezca un Fondo para el Fomento
de la Producción (ffp),
aunque en el documento en cuestión no se delimitó de manera precisa la
naturaleza del mismo. En vez de ello, se señalaron una serie de criterios
generales que se describen en el anexo 1 de dicho documento.
La necesidad de
establecer políticas que favorezcan a las regiones menos avanzadas es uno de
los factores que explica el éxito de la integración en Europa. Existen razones
para pensar que en América Latina es incluso más necesario el establecimiento
de políticas de este tipo, particularmente válidas para las regiones
fronterizas.
El alca y los tlc pueden agravar la situación
de las regiones de frontera. Por una parte, es posible que la apertura
comercial y la flexibilización de las normas sobre inversiones favorezcan a
aquellas regiones que a los ojos de los inversionistas sean más atractivas por
su infraestructura o cercanía con los centros económicos del hemisferio, en
especial Estados Unidos. Sin embargo, una mayor integración económica
significaría, al mismo tiempo, la intensificación de las actividades de
transporte con las consecuentes secuelas sobre la infraestructura. Estos dos
simples argumentos obligan a reflexionar sobre la necesidad de crear fondos de
compensación que permitan a las zonas fronterizas de América Latina soportar el
impacto de la apertura comercial.
De igual manera,
si se produce una apertura indiscriminada del sector agrícola, los productores del
campo pueden ser desplazados del mercado doméstico. No olvidemos que aunque en
el alca la cuestión agrícola se
está negociando sólo de forma parcial, excluyendo el tema de apoyos a la
producción, sí se producirá una desgravación arancelaria y eventualmente una
reducción o eliminación de los subsidios a las exportaciones. Productores muy
competitivos como Brasil, Argentina o Uruguay se beneficiarán de una eventual
reducción de aranceles. Pero, ¿cómo pueden enfrentar los productores agrícolas
latinoamericanos este reto? La experiencia europea demuestra la necesidad de
apoyar a las regiones agrícolas, para lo cual se aprobó la política agrícola
común y se estableció el Fondo Europeo de Orientación y de Garantía Agrícola (feoga). Más
recientemente, los europeos argumentaron sobre el carácter multifuncional de la
actividad agrícola, por lo que es necesario que se apoye. Al margen de la
validez o no de este argumento, lo cierto es que las regiones agrícolas
europeas recibieron un tratamiento especial en el proceso de integración. Esto
no existe en el tlcan,
base del modelo alca.
Las regiones
industriales también se incluyeron en la política regional de la ue. Desde el
Programa Mínimo de 1959, las llamadas zonas industriales en decadencia
recibieron el apoyo de Bruselas a través de medidas dirigidas a favorecer la
reconversión industrial. Contrariamente, en el alca,
como ocurre en el tlcan,
no existe ningún tipo de medida que permita a las regiones industriales
venezolanas enfrentar los retos de mayor competencia de manufacturas
provenientes de Estados Unidos o Brasil.
Finalmente, un
eventual efecto de mayor apertura es el incremento de las desigualdades y
asimetrías que existen entre las regiones latinoamericanas. Esto hace pensar en
la conveniencia de crear fondos de cohesión para financiar proyectos de
infraestructura y mejorar los servicios públicos. Esto se está haciendo en la
etapa actual de la integración europea posterior a Maastricht.
La experiencia
de Europa brinda algunos ejemplos del tipo de apoyo que se puede dar mediante
estos fondos regionales: subvenciones a los productores agrícolas, mejoras en
carreteras y otras vías, promoción de nichos industriales, ayudas a los
transportistas –normalmente afectados por estos procesos de mayor competencia–,
inversiones en salud y educación, etc. El interés en el desarrollo de políticas
regionales supone medidas como inversiones internas activas, apoyo a las
industrias y empresas de exportación competitiva a escala internacional y
medidas para estimular al empresariado a la innovación y el aprendizaje (Acosta
Puertas, 2004: 128).
Ciertamente, el
financiamiento de estos fondos no es tema de poca importancia. Existen, sin
embargo, aspectos que se deben considerar. Uno es el apoyo de instancias de
financiamiento internacional, como el Banco Interamericano de Desarrollo o el
Banco Mundial. Otra alternativa es optar por el modelo europeo y crear un fondo
regional en el que los países más ricos que participan en el proceso de
integración colaboren en su creación y mantenimiento. Esta idea, con todo lo
difícil que pueda parecer si se toman en cuenta los intereses de las naciones
más desarrolladas, daría un nuevo rostro al alca
y a los tlc,
pues los convertiría en un mecanismo de integración
solidaria, para
utilizar el lenguaje de la escuela estructuralista francesa, en el que los
países miembros sumarían sus esfuerzos para alcanzar mejoras para todos los
grupos sociales y la promoción de la equidad.
4. Conclusión
La propuesta de
crear fondos regionales de compensación en el marco de los procesos de
integración regional, y en concreto en el caso del alca y los tlc, es un tema que merece debatirse en los ámbitos
gubernamental y de la sociedad civil en América Latina. La integración
económica y la apertura comercial, al igual que cualquier actividad económica,
no son fines en sí mismas; son medios para lograr la meta concreta de mejorar
las condiciones de vida de los ciudadanos. En otras palabras, son instrumentos
que pueden ser útiles en la promoción de la equidad y en la lucha contra la
pobreza. Estos mecanismos compensatorios han demostrado su eficiencia para
reducir las disparidades entre los países, y sus regiones, que conforman la
Unión Europea. Existen razones para pensar que en un proceso como el alca y los tlc, que reúnen a economías tan
dispares, es una necesidad mayor. Es conveniente, en consecuencia, continuar
realizando estudios técnicos y examinando casos concretos de aplicación de
mecanismos compensatorios que mitiguen el impacto de la integración en las
regiones latinoamericanas. Éste es un debate que ha sido fundamental en Europa,
y más allá de las dificultades políticas que puedan existir para su inclusión
en el alca o lejos de que se
piense que es parte de una estrategia en contra del alca, merece que lo consideren los especialistas y quienes
toman las decisiones en materia de integración.
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octubre de 2006.
Recibido:
30 de enero de 2006.
Reenviado:
13 de noviembre de 2006.
Aceptado:
15 de enero de 2007.
José Briceño Ruiz. Es candidato a doctor en ciencia política del Instituto
de Estudios Políticos de Aix en Provence
(iep),
Francia. Realizó estudios de posgrado en ciencia política en el iep Aix, Francia, y relaciones internacionales en la
Universidad de Durham, Inglaterra. Es profesor-investigador de la Universidad
de los Andes, Venezuela; investigador asociado del Centro de Investigaciones
sobre América Latina y el Caribe (crealc) del iep Aix
y del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (celarg) en Caracas; es investigador nivel ii del Programa de Promoción del Investigador del Ministerio
de Ciencia y Tecnología en Venezuela; ha sido coordinador académico del Centro
de Estudios de Fronteras e Integración (cefi) y coordinador del Grupo de
Estudios sobre Regionalismo, Integración y Desarrollo, ambos de la Universidad
de los Andes. Ha sido editor de Aldea Mundo, revista académica especializada en
fronteras e integración. Tiene varios libros escritos o editados sobre el tema
de la integración regional y sus contribuciones sobre estos temas han sido
publicadas en revistas de América, África y Europa.
Diana Ruiz.
Es economista egresada de la Universidad de los Andes. En la actualidad realiza
una maestría en fronteras e integración en la misma institución. Es profesora
del Centro de Estudios de Fronteras e Integración (cefi) de la Universidad de los
Andes e investigadora del Grupo de Estudios sobre Regionalismo, Integración y
Desarrollo. Sus investigaciones han sido publicadas en revistas nacionales e
internacionales.
[1] Este artículo es parte de una investigación mayor titulada “Los productores agrícolas de los Andes venezolanos frente al alca: apertura comercial, fondos de compensación y equidad”. Este proyecto cuenta con el apoyo financiero del Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico de la Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela (Código nuta-h-197-04-09-a).
[2] Información
disponible en http://europa.eu/pol/reg/overview_es.htm.
[3] El
fondo de cohesión se creó en 1993 para financiar infraestructuras de transporte
y medio ambiente en los Estados miembros que entonces tenían un producto
interno bruto (pib) inferior a 90% de la media de la ue (Grecia,
Irlanda, España y Portugal) y se ha ampliado a los nuevos Estados miembros.
Debido a sus buenos resultados económicos, Irlanda dejó de ser beneficiada en
2004.
[4] http://ec.europa.eu/regional_policy/sources/docoffic/official/reports/cohesion3/cohesion3_es.htm.
[5] Integrada por 15 países: Austria,
Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Grecia, Irlanda, Italia,
Luxemburgo, Países Bajos, Portugal, España, Suecia y Reino Unido.
[6] Para
diez de estos países las negociaciones finalizaron el 13 de diciembre de 2002
en Copenhague, y se adhirieron en mayo de 2004,
http://europa.eu/abc/12lessons/index2_es.htm.
[7] Para
más información, consultar http://europa.eu/pol/reg/overview_es.htm.
[8] Elaboradas
con información del xii Censo
General de Población y Vivienda de 2000; para lo cual se utilizaron 15
indicadores relacionados con el bienestar de la población: infraestructura,
calidad y equipamiento en la vivienda; salud; hacinamiento; educación y empleo,
entre otros. El estrato número 7 representa la situación relativa más
favorable; contrario al nivel 1, que es el menos favorable. Esta información se
encuentra disponible en
http://jweb.inegi.gob.mx/niveles/jsp/index.jsp?me=na&ly= 00&la=00&at=0&ne=na&nt=50.
[9] De acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Social de México (Sedesol), los estados con mayor grado de marginación son: Chiapas en primer lugar, Guerrero en el segundo y Oaxaca en el tercero; con menor marginación están Coahuila (29), Baja California (30), Nuevo León (31) y el Distrito Federal (32). Asimismo, el índice de desarrollo humano (idh) para 2000 señala que el Distrito Federal se encuentra en el nivel más alto, seguido por Nuevo León y Baja California. Por el contrario, ocupan los últimos lugares: Guerrero, Oaxaca y Chiapas. http://seguimiento.sedesol.gob.mx/documentos_especiales/index.php.