Naturaleza y dimensión del rezago habitacional en México
Ignacio Kunz-Bolaños*
Irma Guadalupe
Romero-Vadillo**
Abstract
This
paper estimates the importance and nature of the housing backwardness in
Mexico. The vast majority of calculations do not identify clearly the
deficiencies derived from overcrowding nor do they explain the shortages
produced by poor housing quality. In this work we consider four kinds of
deficit: a) units that do not fulfil the minimum conditions to define them as
housing (2 million), b) deficit produced by family extensions and additional
homes (8 million), c) qualitative deficit, in other words, the deficit
resulting from poor conditions or bad equipping of houses (10.3 million) and d)
other non-desired situations (0.7 million). In order to obtain these estimates
we have used the census figures for the year 2000.
Keywords:
housing,
housing needs, housing backwardness, 2000 census sample.
Resumen
El presente
artículo estima la dimensión y naturaleza del rezago de vivienda en México. La
mayoría de los cálculos no identifican plenamente las deficiencias derivadas
del hacinamiento y tampoco las carencias que se producen por la mala calidad de
las viviendas. En este trabajo se estiman cuatro grandes tipos de déficit: a) las unidades que no cumplen con las
condiciones mínimas para definirlas como vivienda (2 millones); b) el déficit producto de las
extensiones familiares y hogares extras (8 millones); c) el déficit cualitativo, es decir, el
que resulta de la mala condición o escaso equipamiento de las viviendas (10.3
millones); y d) otras situaciones no deseadas (0.7
millones). Para realizar la estimación se utilizó la muestra censal del año
2000.
Palabras clave:
vivienda, necesidades de vivienda, rezago habitacional, muestra censal 2000.
*
Universidad Nacional Autónoma de México. Correo-e: kunzbo@servidor.unam.mx.
** Instituto Politécnico
Nacional, México. Correo-e: iromerov@ipn.mx.
Introducción[1]
Existe consenso
internacional en que, sin duda, la vivienda es una de las necesidades humanas
más importantes. En términos de Bradshaw (citado por Pinch, 1997: 5-6), es una necesidad sentida, expresada,
comparativa y, como en el caso mexicano, normativa. A pesar de que no es tan
imperativa como la alimentación, en muchos países, México entre ellos, la
vivienda se ha convertido en el centro de las políticas sociales. Las
necesidades de alimento, vestido y ciertos aspectos de la salud pueden ser
atendidas de una u otra forma por la familia, las organizaciones de caridad y
los mercados privados; sin embargo, la naturaleza del bien vivienda hace
particularmente difícil la solución a través de cualquiera de estos agentes y
requiere mayor intervención del Estado, tanto por la cuestión del acceso al
suelo y el alto costo de ésta y sus implicaciones en los mercados de dinero,
como por el papel del hábitat que soporta a la vivienda y que es, sin duda, una
responsabilidad pública.
De esta manera,
el tema de la vivienda es de interés público y requiere la intervención del
Estado, los que supone el diseño de políticas públicas que, como tales, no son
ajenas a la estructura social e ideológica de la nación que la implementa. En
México, como en muchos otros países, se ha pasado de un Estado benefactor
caracterizado por la provisión directa de bienes, hacia una política de
provisión de bienes exclusivamente públicos, dejando los bienes de consumo
individual (Samuelson 1954), como la vivienda, a los
mercados privados.
En este trabajo
no pretendemos hacer un análisis exhaustivo de la política de vivienda –tema
que escaparía a cualquier artículo que quisiera abordarla de manera seria–,
pero sí evaluamos uno de los aspectos iniciales de la política que de manera
general se podría definir como la magnitud del problema. Las estimaciones
oficiales del problema de vivienda en México son excesivamente moderadas, no
reconocen ni el tamaño ni la naturaleza del déficit. El por qué de esto lleva a
dos posibles explicaciones: una presentación reducida de la problemática para
ocultar su verdadera dimensión y la incapacidad del Estado para enfrentarla o,
simplemente, por la impericia técnica de los responsables de la política. De
acuerdo con lo que afirman Gustavo Garza y Martha Schteingart,
“la forma en que se mida la cantidad de viviendas necesarias es lo que
determina las políticas, estrategias, plazos y recursos necesarios para tratar
de solucionar el problema” (1978: 14).
En este artículo
se presenta una estimación del déficit habitacional en México con base en la
muestra censal del año 2000. Para esto se construyó el concepto de lo que sería
una vivienda digna y decorosa, teniendo en cuenta la realidad de la sociedad
mexicana y la posibilidad real de medirla con los indicadores disponibles. Las
unidades familiares que no cuentan con una vivienda o si ésta no cumple las condiciones
que la definen como digna y decorosa, se consideran deficitarias.
A partir de este
marco de referencia, se determinan, en primer lugar, los requerimientos de
vivienda nueva tanto para las familias que ahora no cuentan con una, como para
aquéllas cuya vivienda o refugio no cumple con la función
mínima de protección y desarrollo sano de sus ocupantes; posteriormente se
evalúan las condiciones de espacios, servicios, protección y seguridad jurídica
como calificativos de la vivienda, lo que determina la naturaleza y magnitud de
las mejoras requeridas por las casas existentes. Por último se concluye con una
comparación con los informes oficiales del rezago de vivienda, haciendo énfasis
en las diferencias entre los cálculos y se evalúa la actual política en este
tema respecto de su posibilidad de resolver el problema.
El concepto de
déficit aquí utilizado tiene como referente la construcción de la definición de
los requerimientos mínimos que debe incluir una vivienda digna y decorosa
(siguiente apartado), de manera que el déficit tiene una implicación
cuantitativa cuando se refiere a las viviendas necesarias para cubrir las
necesidades de las familias que no cuentan con una o que la que tienen no se
puede considerar como tal; y una implicación cualitativa, cuando las viviendas
carecen de las cualidades consideradas en la definición de lo digno y decoroso.
1. Problema de la
definición de vivienda digna y decorosa
Desde el siglo xix, Max Weber y otros sociólogos
cuestionaron la objetividad de los procesos sociales pretendida
por los positivistas e insistieron en el significado subjetivo del
comportamiento humano, y propusieron dirigir la investigación hacia el
entendimiento de este comportamiento más que hacia la explicación generalizada.
A mediados del
siglo xx las críticas al
objetivismo social estaban muy extendidas desde diferentes perspectivas y en
las últimas décadas se convirtieron en el pensamiento dominante. Jacques Derrida (citado por Travers,
2004: 18) establecía que no había un significado fijo para ningún texto, en lo
que incluía los informes sobre vivienda que producían los investigadores para
las agencias de gobierno.
En este mismo
sentido, P. Winch argumentaba que la investigación
sociológica debería involucrar el entendimiento de los papeles que constituyen
diferentes áreas de la vida, en lugar de intentar construir una teoría
científica que explique la acción humana (citado por Travers,
2004: 19). Cada forma de vida o juego del lenguaje se tiene que entender en sus
propios términos (ibidem). A estos planteamientos se deben
agregar los de muchos otros autores, como Thomas Kuhn quien desarrolló la idea
de los paradigmas en las comunidades científicas, que hacen que la realidad se
contemple desde una sola perspectiva, lo cual sólo puede superarse cuando el
paradigma entra en crisis y lo sustituye uno nuevo, que generalmente no aceptan
los defensores del anterior.
Este conjunto de
ideas llevó a lo que se conoce como relativismo: “…es la condición social la
que determina lo que será aceptado como conocimiento […] no hay ningún
principio absoluto o criterio independiente de la determinación social. Por lo
tanto, no hay bases seguras para el conocimiento humano: todo el conocimiento
es relativo (Hughes y Sharrock, citados por Travers, 2004: 21).
En general, el relativismo no niega la existencia de un mundo
objetivo sino que plantea el problema del conocimiento relativo de ese mundo
objetivo. En esta línea, las ideas relativistas tuvieron influencia en el construccionismo
social en los años
sesenta del siglo pasado, el cual plantea que las aproximaciones al
conocimiento de la realidad y las acciones humanas son elaboraciones o
construcciones condicionadas por creencias, valores e intereses. Desde el punto
de vista metodológico, el construccionismo busca comprender esas elaboraciones.
En este contexto
de ideas, la definición de lo que es una vivienda digna y decorosa es, sin
posibilidad de evasión, una construcción social y por tanto, la definición que
se propone aquí se reconoce como relativa, sujeta a una argumentación que
pretende ser coherente y razonable, pero no tiene pretensiones de verdad.
Aunque la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicano introduce el
concepto de vivienda digna y decorosa en su artículo 4°, no define su
significado y alcance. Sin embargo, el planteamiento de este trabajo es que la
estimación del déficit de vivienda, entendido éste como toda situación
habitacional que no es digna y decorosa, requiere necesariamente definir estos
conceptos y reconocemos que esto implica una construcción conceptual
condicionada por los valores, ideas, intereses y conceptos que sirvieron de
base a los autores.
La relatividad
de estas construcciones tiene medida. Ludwig Wittgestein
y P. Winch, considerados por algunos como
relativistas, están convencidos de que habitamos un mundo objetivo al que es
posible aproximarse con base en el entendimiento compartido y el cuidado del
lenguaje (Travers, 2004: 19). Es decir, el
relativismo se puede reducir a través de un lenguaje intersubjetivo y por medio
de acuerdos y convenciones sobre la realidad social, que ciertamente pueden
llegar a constituir un paradigma, pero evitan un subjetivismo a ultranza en el
que la realidad se restringe a lo que cada individuo considera. En tal sentido,
en este trabajo se presenta una reflexión detallada de lo que se considera
digno y decoroso para una vivienda haciendo explícitas las referencias
conceptuales a manera de explicar nuestra propia construcción; la definición de
lo digno y decoroso resulta indispensable para estimar el déficit en México y
esta medición es, a su vez, un requerimiento para diseñar o evaluar la política
de vivienda, que a final de cuentas, tiene como principal objetivo abatir el
déficit y cumplir con lo establecido en el artículo 4° constitucional.
Con lo anterior
no se quiere decir que el enfoque del trabajo sea relativista, sino reconocer
que a pesar de que se busca un objetivo de naturaleza cuantitativa, se trata de
una construcción y que los resultados de tal estimación los determinan
criterios y argumentos que se utilizan para definir lo digno y decoroso,
criterios que se hacen explícitos y se presumen razonables pero no absolutos
(siguiente apartado). Por otra parte, también se reconoce que un cálculo para
todo el país supone un cierto grado de generalidad y que la magnitud del
déficit es producto de valores seguramente distintos según la condición urbana
o rural, regional y socioeconómica, análisis en los que ya se trabaja pero que
resulta imposible incluirlos en este primer documento. De cualquier manera, la
estimación del déficit nacional y según su tipo, como es el caso de este
trabajo, resulta útil como un referente para el análisis de la política actual
de vivienda.
1.1 Hacia una
definición de lo digno y decoroso en la vivienda
El concepto de
vivienda incluye al menos cuatro componentes: a) protección o abrigo; b) funciones de la casa (descanso,
sustento, reproducción y socialización); c) elementos decorativos que trascienden
la sobrevivencia y la existencia y actúan como indicador de relaciones y
conciencia social; y d) el acto de consumo que supone hablar
de mercados, créditos, salarios, etc. (Ennals y Holdsworth 1998: 4). El conjunto de estos componentes lleva
a una mezcla compleja de atributos que se insertan en una realidad aún más compleja
que afecta el concepto a través de factores de muy diversa índole, como el
cultural, los cambios en las necesidades sociales, las tradiciones, la
ideología y el hábitat. El resultado de todo esto es que el
concepto de vivienda digna y decorosa resulta por demás relativo. A
continuación se hace un breve análisis de los principales factores que
determinan la relatividad de lo que sería una vivienda adecuada.
En primer lugar,
el componente cultural, entendiendo la cultura como expresión máxima de la adaptación
del hombre al medio. En este sentido, la vivienda, la alimentación, el vestido,
entre otros, son respuestas culturales y productos de las propias exigencias
del medio (necesidades), de las posibilidades o recursos que éste ofrece y de
las capacidades de la sociedad para habilitar soluciones, por lo que pueden ser
muy diversas y siempre relativas a las condiciones mencionadas, por lo que una
vivienda adecuada tendría que definirse en términos de condiciones del medio,
de los recursos y de la tecnología.
A partir de lo
anterior surge una posible reflexión: si los recursos disponibles son limitados
y en consecuencia también la solución de vivienda, ¿debería entonces
considerarse esa vivienda como adecuada, pues responde a la situación de
requerimientos-recursos-tecnología existente? La respuesta sería sí, sólo a
nivel individual. Pero si en una sociedad se cuenta con los recursos y las
tecnologías para ofrecer una mejor condición de vivienda y por problemas de
distribución de los satisfactores, una parte de la sociedad sólo puede acceder
a viviendas que están debajo del estándar necesidad-recursos-tecnología, éstas
deben considerarse inadecuadas, lo que implica que la vivienda adecuada o digna
y decorosa no es independiente de la realidad social y generalmente está
condicionada por la distribución de la riqueza; lo que nos lleva a mejor hablar
de un componente sociocultural.
Un segundo
elemento de relatividad son las cambiantes condiciones de las necesidades
sociales, lo que en un momento puede considerarse una necesidad social casi
imprescindible, en otro pudo haber sido un lujo, y en otro ni siquiera se
consideró como una posibilidad. Al respecto habría muchos ejemplos: la
calefacción en regiones muy frías, el agua corriente en el interior de las viviendas,
los sistemas sanitarios en la mayor parte de la sociedad contemporánea, etc. De
manera que la idea de lo adecuado se va modificando a lo largo del tiempo.
El tercer
elemento es el de las tradiciones, que imprimen ciertos rasgos a la vivienda y
aunque no tengan una aplicación práctica, pueden ser profundamente valoradas
por una sociedad o simplemente conservadas porque así
son las cosas (casas).
También se debe
considerar la ideología en muchos sentidos, pero sobre todo la concepción que
imponen los grupos de poder en términos públicos y legales de lo que es una
vivienda adecuada y que suele manifestarse a través del discurso. De esta
manera hay una visión oficial de la vivienda adecuada, generalmente vaga y
ambigua, pero que resulta útil para minimizar la problemática, para exaltar los
avances o para favorecer ciertos intereses. Por ejemplo, en la actual política
de vivienda en México no se considera como un aspecto relevante de lo adecuado
la localización de la misma, seguramente como resultado de la propia
incapacidad de la política federal en este aspecto para diseñar soluciones que
liberen suelo bien ubicado. Irma Romero (2005: 43 y ss)
hace una revisión interesante de las variaciones del discurso oficial en
México, en el que se demuestra la enorme variación en las concepciones de lo
que debe ser la vivienda.
La relatividad
de la idea de una vivienda digna y decorosa se hace aún más compleja por la
naturaleza inamovible del bien vivienda, lo que la lleva a asumir todas las
características del entorno, configurando lo que en conjunto se conoce como hábitat. Esto lleva a que la vivienda puede
tener por sí misma características satisfactorias pero también es posible que
tenga una localización con enormes deficiencias en cuanto acceso al sitio de
trabajo, los servicios, la recreación y, en general, la vida social, que por lo
menos se traduce en un mayor costo de transporte, con lo que se disimula el
verdadero costo de las viviendas que los desarrolladores transfieren como
costos de transporte a los usuarios en el futuro y cobran por anticipado a
través de la apropiación de renta del suelo, lo que ha sido muy común en el
caso de viviendas económicas y de interés social en los últimos años. El no
contar con una ubicación que permita acceder al lugar de trabajo, a los
servicios y a la interacción social implica no tener una vivienda adecuada,
pero la definición de accesibilidad es también relativa, cambiante, cultural y
subjetiva.
Finalmente, la
valoración de los elementos anteriores es por demás subjetiva, así que no es
posible tener una definición común y fija de lo que es una vivienda adecuada,
necesariamente se requiere construir de manera clara y explícita el concepto en
un contexto sociocultural determinado, que es lo que presentamos a
continuación.
1.2 Propuesta
metodológica
En el contexto
antes expuesto se plantea que la definición de lo digno y adecuado está sujeta
al ámbito sociocultural y a la ideología del momento, y así, a lo que en el
aspecto social es una solución aceptable para México. Metodológicamente sería
deseable un análisis de cómo los diferentes sectores de la sociedad perciben lo
que sería una solución adecuada, sin embargo, se trata de una aproximación muy
compleja y costosa desde el punto de vista metodológico y aunque existen
algunas experiencias al respecto, están lejos de ofrecer un visión acabada del
tema.[2]
La alternativa
que aquí se propone es el uso de los indicadores de la muestra del xii Censo General de Población y
Vivienda 2000, que por primera vez está disponible en México. Esta aproximación
metodológica de carácter estadístico imprime una condicionante más a lo que se
determine como digno y decoroso, y se refiere a la disponibilidad de los
indicadores. Aunque la muestra censal es una excelente fuente de información
que ofrece 52 indicadores para la base de vivienda constituida por más de dos
millones de registros y 81 indicadores para la base de personas con casi 10
millones de registros, hay aspectos que no es posible abordar. Para evitar una
sobreestimación del déficit se propone una aproximación en dos grandes
vertientes, en primer lugar se identificarán las necesidades de vivienda nueva,
el déficit cuantitativo, en dos posibles situaciones: a) la vivienda para familias sin techo,
compuestas por las extensiones de parentesco y los hogares extra; y b) viviendas que se deben reemplazar
porque no son alojamientos residenciales, porque son cuartos redondos que no
cuentan con servicios de baño y cocina, o porque son viviendas cuya edad ha
superado la duración máxima de los materiales con que están construidas. La
segunda gran vertiente es la identificación de viviendas con algún tipo de
problema, que no requieren ser reemplazadas pero que tampoco pueden
considerarse adecuadas, ya sea por problemas de calidad: a) su espacio es insuficiente para el
tamaño de la familia; b) carecen de servicios básicos de agua,
electricidad o drenaje; y c) las condiciones físicas no ofrecen la
protección requerida; o por otro tipo de problemas como la inseguridad jurídica
en la forma de ocupación de la vivienda y la mala localización que aumenta
significativamente los costos de residencia.
Existen otras
dimensiones que pueden hacer que la vivienda sea inadecuada, como las
condiciones de salubridad e higiene –ventilación, iluminación, etc.– o la
inseguridad estructural del inmueble; sin embargo, no se cuenta con indicadores
para identificar las unidades que presentan estos problemas.
Esta
aproximación metodológica en la que al universo se le van restando las unidades
que de manera clara y bien fundada no cumplen con las condiciones para tomarse
como una vivienda adecuada, garantiza que no se puede sobreestimar el problema;
es decir, es posible tener certidumbre de que el déficit habitacional del país
es, por lo menos, el que se estima, y que con toda seguridad algunas viviendas
que se aceptaron como adecuadas, en realidad no lo son porque no cumplen con
las dimensiones para las que no se contó con indicadores.
La muestra
censal permite una aproximación muy fina a la situación de la vivienda ya que
permite identificar las condiciones de las habitaciones y vincularlas con sus
ocupantes. En la información agregada, como la censal, no es posible establecer
la concurrencia de carencias en la vivienda, se puede saber la proporción de
las que no cuentan con agua potable y energía eléctrica, o la proporción de las
sobreocupadas, pero no es posible determinar cuántas de las que no tienen agua,
además, tampoco cuentan con energía eléctrica y además tienen problemas de
sobreocupación.
Para realizar la
estimación se utilizaron varios programas de apoyo como Excel, spss y Access,
sobre todo para preparar las bases de datos y para el manejo y presentación de
los resultados, pero la base del procesamiento fue el lenguaje de programación
del Mathlab.
2. Determinación del
rezago cuantitativo
Se considera
rezago cuantitativo a la cantidad de viviendas nuevas que se requerían cuando
se levantó la muestra censal. Este déficit no incluye las necesidades que se
van generando en el tiempo como resultado de la formación de nuevas familias,
tema que se trata al final de este trabajo. Así, el déficit cuantitativo es el
número de viviendas que se requieren en un momento dado para satisfacer las
demandas de la población.
Como se señaló,
la necesidad de nuevas viviendas tiene tres dimensiones: las familias que no
tienen una casa; las familias que ocupan un cuarto redondo, y las familias que habitan un espacio
que ni siquiera se puede definir como vivienda.
La primera
dimensión está constituida por las extensiones (ampliaciones) familiares y los
hogares extra. En los términos censales de México, el concepto hogar se refiere al conjunto de personas
que habitan una vivienda y que comparten un gasto, que en términos
internacionales se denomina unidad de gasto (spending units). Esta idea de hogar se utiliza casi
como sinónimo de familia civil, aunque en sentido estricto no lo es, y se
clasifica de acuerdo con su composición en hogares nucleares, formados por uno
o los dos padres con o sin hijos; hogares ampliados, en los que además del
hogar nuclear se presentan otros familiares; hogares compuestos, donde hay
personas que no son familiares y cohabitan con el hogar nuclear; hogares de corresidentes, que son grupos que cohabitan y comparten el
gasto pero no tienen lazos familiares; y hogares unipersonales. Es decir, en
cada vivienda habrá un hogar con alguno de estos formatos, pero además pueden
presentarse hogares extra: grupos que comparten el gasto y cohabitan la
vivienda con el hogar número uno. Los hogares extra se deben considerar
claramente como parte del déficit de vivienda, ya que son familias independientes en lo económico pero
que necesitan ocupar la vivienda de otra familia.
La necesidad de
vivienda para el caso de las extensiones familiares no es tan evidente como
para los hogares extra, pues en algunos casos la familia extendida es resultado
de un problema de acceso a la vivienda y por tanto deben ser considerados como
deficitarios; pero en otros casos, la cohabitación puede ser producto de otras
lógicas como el cuidado de familiares. Como se dijo antes, el censo mexicano no
identifica la estructura de las familias civiles, sólo es posible conocer el
total de personas que forman parte de la extensión familiar y las relaciones de
parentesco entre sus miembros así como al jefe de familia, pero no permite
establecer cuántos miembros de la extensión familiar constituyen por sí mismos
una familia que representaría una unidad de déficit de vivienda, por lo que es
necesario analizar cada una de las relaciones de parentesco e imputar las
posibles familias, así, si en la extensión familiar aparece un hijo de 30 años
casado y una nuera de 25 años casada y dos nietos de 1 y 3 años, es posible
asumir que constituyen una familia. Todas las relaciones plausibles se
imputaron como una familia y como una unidad deficitaria, de manera que la
insuficiencia puede estar subestimada porque quizás haya más unidades de
déficit que las calculadas en este estudio, pero no menos.
Se consideraron
como extensiones familiares aceptables que no generan necesidad de vivienda, y
por tanto déficit, a los hijos solteros hasta la edad de 25 años o mayores que
sufren alguna incapacidad. Estimamos que en el caso de los primeros, podrían
ser independientes y están en edad de ejercer vida profesional, por lo que es
posible que ya demanden una vivienda, además, el Instituto Mexicano del Seguro
Social (imss) otorga
pensión a huérfanos hasta los 25 años, por lo que es un límite conservador. De
igual manera, se aceptaron como extensión familiar no deficitaria a los padres
y ancestros mayores de 65 años, o de cualquier edad, cuando tienen alguna
discapacidad; los menores de esta edad deberían tener acceso a una vivienda
exclusiva. También fueron aceptados todos los familiares huérfanos o que no
cohabitan con sus padres. Por el contrario, se consideraron extensiones
familiares deficitarias a los hijos no solteros de cualquier edad y a otros
parientes y no parientes.
La primera
dimensión de déficit está compuesta por los hogares extra y las ampliaciones o
extensiones familiares imputadas en unidades de demanda (familias sin vivienda)
a partir de las relaciones de parentesco con el jefe del hogar.
Para la muestra
censal del año 2000, en el país había 22’639,808 hogares (unidades de gasto,
cuadro 1), de las cuales 96.5% (21’857,601) contaban con vivienda, mientras
3.5% era una familia extra que habitaba en la vivienda de otro hogar (782,207
casos). Por otra parte, había 7’440,791 familias ampliadas (incluye también
hogares no familiares como los compuestos y corresidentes)
en las que se puede encontrar al menos una persona o una familia que
representan una unidad que requiere vivienda o demanda no efectiva; con lo que
la necesidad real de una casa es mucho mayor que la reconocida oficialmente.
Una posible explicación es que las extensiones familiares se suelen considerar
como parte de la familia por el hecho de que no cuentan con un presupuesto
propio, pero también se podría decir que son familias o personas con una
situación económica difícil, incapaces de autonomía financiera y, con mayor
razón, de independencia residencial.
Cuadro 1
Distribución de
hogares por composición a nivel nacional
Tipo de
hogar |
Con vivienda |
Sin vivienda |
Total |
||||
(hogares 1
de la vivienda) |
(hogares extra) |
||||||
Solos |
Compartiendo (con extensión) |
Solos |
Compartiendo (con extensión) |
||||
Nuclear c/1 hijo |
2’325,640 |
1’000,800 |
163,574 |
12,522 |
3’502,536 |
||
Padres
solos |
1’391,111 |
1’126,780 |
64,442 |
24,615 |
2’606,948 |
||
Nuclear c/3 hijos |
4’535,801 |
1’139,669 |
98,500 |
10,530 |
5’784,500 |
||
Nuclear s/hijos |
1’636,413 |
1’398,536 |
90,788 |
19,643 |
3’145,380 |
||
Personas
solas |
1’386,969 |
1’758,747 |
85,864 |
71,467 |
3’303,047 |
||
Total |
14’565,272 |
7’292,329 |
633,745 |
148,462 |
22’639,808 |
||
Nuclear c/2 hijos |
3’289,338 |
867,797 |
130,577 |
9,685 |
4’297,397 |
||
Fuente: Cálculos propios con base en la muestra censal
(2002).
En esas casi
siete millones y medio de extensiones familiares (y no familiares) se
encontraban 20’197,709 personas de las cuales 5’572,747 (cuadro 3) justifican
su presencia en la vivienda y no se deben considerar como una necesidad no
satisfecha de habitación, ya sea porque son ancestros mayores de 65 años o
discapacitados, o porque son menores sin presencia de padres en el hogar
(3’291, 647) o bien, son sirvientes cuyos familiares están en situación de edad
o discapacidad que los hacen dependientes.
Por otra parte,
hay 14’624,962 de personas que no se justifica su presencia en las viviendas:
797,392 no constituyen familias y podrían ser inquilinos de ese hogar, pero el
resto se agrupa en por lo menos 7’397,947 familias, más de 80%, derivadas de
los hijos casados que por su edad y situación civil deberían considerarse
independientes.
El resultado es
que se requieren poco más de ocho millones de viviendas para satisfacer a las
familias que viven como extensión de otras y a los individuos que por su edad y
condición deberían tener la posibilidad de acceder a una vivienda individual.
Mientras la necesidad derivada de los hogares extra es obvia –y quizá por eso
se reconoce ampliamente y también porque su número no es tan significativo–, el
problema de las extensiones familiares suele ignorarse o verse como algo
normal.
Cuadro 2
Personas y
familias según ubicación en la familia
Personas |
Familias |
|
Total |
97,014,475 |
30,037,755 |
En la parte nuclear* |
76,816,766 |
22,639,808 |
En la parte extendida** |
20,197,709 |
7,397,947 |
*Incluye los hogares unipersonales.
**Incluye hogares compuestos y de coresidentes.
Fuente:
Cálculos propios con base en la muestra censal (2002).
En México, 22%
de la población forma parte de una extensión del hogar o de un hogar extra y
33% –es decir, una de cada tres– de las viviendas tiene algún tipo de
extensión. Aunque parece un dato alto, en realidad es bastante esperable si,
por ejemplo, tomamos en cuenta que en Estados Unidos este porcentaje alcanza
26% (Koebel y Murria, 1999: 138).
Cuadro 3
Distribución de
personas en las extensiones según su condición
Condición |
Personas |
Familias |
Ancestros y menores sin presencia de padre en el
hogar |
3,291,647 |
No aplica |
Sirvientes y otros parientes dependientes* |
2,281,100 |
No aplica |
Personas que forman parte de un familia (imputadas) |
13,827,570 |
7,397,947 |
Otras personas parientes y no parientes que
podrían ser independientes |
797,392 |
No aplica |
Total de personas en extensiones |
20,197,709 |
*Los otros parientes dependientes incluye poco más de
128,000 cónyuges secundarios, es decir, la suma de las personas que se
declararon esposa(o) del jefe de familia cuando fue más de una; la suma incluye
a partir de la segunda declaración.
Fuente:
Cálculos propios con base en la muestra censal (2002).
Todavía faltaría
agregar las viviendas que se deben reemplazar totalmente porque no tienen
opción de adecuarse a través de mejoras. Una buena parte de éstas no sólo
carecen de las características para que se les considere una habitación mínima,
sino que la mayoría de las veces su situación jurídica es irregular, pues se
trata de asentamientos en zonas federales o con problemas de tenencia, o bien,
son arrendamientos sin seguridad jurídica.
Este grupo de viviendas se compone de alojamientos
inadecuados entre los que se incluyen: cuartos de azotea, locales no
construidos para vivienda, vivienda móvil (en la mayoría de los casos se trata
de carros de ferrocarril) y refugios y lugares no especificados. Todas ellas
definiciones directas del propio censo y alcanzan 713,093 unidades. Por otro
lado están las que se conocen como cuartos redondos, es decir, que no cuentan con baño ni
cocina, lo que limita algunas de las funciones más elementales de un espacio
para habitación (534,423 unidades). Finalmente están las viviendas caducas
–construidas con materiales inadecuados–, entre las que se contaron aquéllas
fabricadas con materiales de desecho o con láminas de cartón, asbesto o
metálica, también se consideraron las casas cuya edad ya superó el tiempo medio
de vida útil de los materiales con que están construidas, según los criterios
establecidos por Coplamar (1982: 184), basados a su
vez en Barrientos (1972), estos dos últimos conceptos suman 723,212 casos.
De esta manera,
el rezago cuantitativo era de 8’977,546 considerando extensiones familiares
(8,195,339) y hogares extra (782,207), más 1’970,728 unidades a reemplazar
(cuadro 4) llegando a un total de 10’948.274. En este caso no se incluye a
aquéllos que habitan en la calle, pues al no tener un lugar de residencia
habitual no aparecen en los censos de población y vivienda, lo que agregaría
otros pocos miles.
Cuadro 4
Total de
viviendas a reemplazar
Alojamientos inadecuados |
713,093 |
Cuartos redondos |
534,423 |
Viviendas caducas |
723,212 |
Total |
1’970,728 |
Fuente: Cálculos propios con base en la muestra censal
(2002).
3. Determinación del
rezago por calidad
La vivienda debe
brindar protección y permitir el sano desarrollo de sus ocupantes. La primera
se refiere al resguardo de sus ocupantes de las condiciones del medio como el
frío, el viento, el calor, la lluvia, la nieve, e incluso, de animales y de
otros miembros de la sociedad; además de ofrecer un ambiente higiénico. Algunas
viviendas que no cumplen estas funciones ya se descartaron en el apartado
anterior, otras cuyas deficiencias se pueden resolver se cuentan aquí evaluando
los espacios, los servicios y el tipo de materiales de construcción para
conocer su capacidad de protección. Por supuesto hay muchos otros aspectos que
convergen en el resguardo de una vivienda y que depende de la tecnología, el
diseño, su mantenimiento, entre otros, pero como se mencionó, no hay
información disponible para hacer una valoración de ellos, lo que en todo caso
aumentaría aún más el déficit.
La idea de sano
desarrollo de sus ocupantes
se vuelve más compleja en la medida que a la salud se agregan los aspectos
psicológicos y sociales. ¿Cómo definir exactamente los requerimientos de la
vivienda para que esto se cumpla? Se utilizan tres grandes dimensiones para
estimar los problemas de calidad: en primer lugar se evalúan las condiciones de
tamaño, tanto en relación con su nivel de ocupación, como en la diferenciación
del espacio al interior de las viviendas; después se analiza la disponibilidad
de servicios de agua, drenaje, electricidad y combustible para cocinar; y por
último, se mide la protección en términos físicos, específicamente considerando
los materiales de pisos y techos.
Por supuesto hay
sobreposición entre los aspectos de calidad
incluidos, es decir, hay viviendas que presentan más de un problema de calidad,
por lo que el conteo independiente de cada variable llevaría a una enorme
sobreestimación. Para evitar esto, primero se calcularon la viviendas que
tenían problemas de espacio porque se consideró que es el más complejo de
analizar, lo que implica que algunas viviendas con este problema además pueden
tener otros en el resto de los aspectos estudiados; del universo restante se
contaron las que tenían dificultades con los servicios, que seguro ya no
tendrían problemas de espacio pero posiblemente sí con el resto de las
variables; entre las viviendas restantes se contaron las que tienen algunas
carencias de protección. Con esto se valoran los problemas de calidad, pero en
el apartado siguiente se consideran otro tipo de situaciones que hacen que una
vivienda no sea digna y decorosa, como la inseguridad jurídica o la falta de
accesibilidad.
3.1 Viviendas con
problemas de espacio
El espacio que
debe ofrecer una vivienda para ser digna y decorosa es una de las dimensiones
más relativas entre los atributos de una casa. No es fácil establecer una
definición conceptual válida, de hecho, se trataría de cualquier forma de
construcción conceptual con muchas implicaciones, lo que a final de cuentas se
hace en este trabajo. Lo que sí es cierto, es que en la política actual de vivienda
en México hay una fuerte tendencia a validar viviendas mínimas, menores a 55 m2
y que pueden llegar a ser tan pequeñas como 36 m2. En el caso de las
que promueve el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los
Trabajadores (Infonavit), en los últimos años más de
50% eran menores a 55 m2; en el caso del Fondo de Operación y
Financiamiento Bancario a la Vivienda-Sociedad Hipotecaria Federal (Fovi-shf), en este rango cayeron 38.8% de las
unidades y del Fondo de la Vivienda del Instituto de Seguridad y Servicios
Sociales de los Trabajadores del Estado (Fovissste),
29.3% (Romero, 2005: 324-327). Al respecto, vale revisar la experiencia
internacional donde no son pocos los países –como Japón, Singapur, Francia y
Austria, entre otros– que en ciertas etapas favorecieron la construcción de
viviendas muy pequeñas (45 m2), pero casi sin excepción han
modificado sus criterios hacia superficies mínimas que van de 75 a 100 m2,
lo que en ocasiones implicó la sustitución física de las viviendas pequeñas
(Chi Ong, 2002; Cortés, 2001). Esto no sólo provocó
problemas de rechazo, con base en la experiencia chilena, la Organización
Mundial de la Salud (oms)
informó de problemas de salud mental asociados con ocupaciones de viviendas
menores a 60 m2 (El Mercurio, 2002), resultados que también se
reportaron para México (Poblett, 2002). Se trata de
experiencias que demuestran lo equivocado de estas políticas y el mayor costo
indirecto en el mediano plazo. Sin embargo, la política mexicana mostró una
transformación opuesta, de viviendas mayores a 100 m2, como en el
multifamiliar Benito Juárez (1947) y Tlatelolco (1964) (Winfield,
2000: 395), a las viviendas de 36 m2 de la actualidad,
que obliga a que muchas de las necesidades de sus ocupantes se resuelvan en la
calle, como la socialización y la recreación.
Como se afirmó,
se trata de un problema complejo por su relativismo (Friedman y Cammalleri, 1994; Roberge, 1996; Teasdale, 1996; Verret, 1999) que
debe definirse en un contexto sociocultural específico. Además, la limitación
en la evaluación del problema es aún mayor por la falta de indicadores –como la
superficie en m2– pues, en general, los censos nacionales informan
el número de cuartos, el de dormitorios, la existencia de baño y cocina y el
número de ocupantes de la vivienda, información a partir de la cual sólo se
puede inferir la dificultad de espacio.
Para conocer
este tipo de problemas, lo primero fue restar del grupo de ocupantes a todos
los individuos que formaban parte de los hogares extra y de las extensiones familiares,
pues la problemática que generan se evaluó en los apartados anteriores, de otra
forma habría una doble contabilización. Posteriormente se concibió el problema
de espacio en dos vertientes: como una situación de insuficiencia
(hacinamiento), para lo que se usó el criterio de la Organización de Naciones
Unidas (onu-cepal
2002). que considera aceptable hasta 2.5 personas por habitación
(Michel, 1992: 46); y como un asunto de diferenciación, para lo que se tomó en
cuenta la existencia de baño y cocina en la vivienda.
El hacinamiento
se evaluó sólo en las viviendas con dos o más cuartos y con cocina y baño
exclusivos. El que se tenga un solo cuarto, provoca que el dormitorio no sea
exclusivo –situación que se mide más adelante–, y lo mismo sucede con las
viviendas sin baño y cocina exclusivas. De esta manera se contabilizaron como
viviendas sobreocupadas aquéllas aparentemente en buenas condiciones y con
espacios diferenciados, al menos un dormitorio y estancia-comedor, baño y
cocina exclusivos, pero que su promedio de ocupantes por dormitorios es mayor a
2.5, es decir, las de un dormitorio con tres o más ocupantes, dos dormitorios
con seis o más ocupantes, tres dormitorios con ocho o más, y así sucesivamente.
El resultado de este conteo fue de 2’183,733 viviendas, de las cuales dos
terceras partes son de un dormitorio y 94% de uno o dos dormitorios, lo que
significa que el problema está fuertemente asociado con el tamaño de la
vivienda (cuadro 5).
Cuadro 5
Viviendas con
cuartos insuficientes para sus ocupantes
Concepto |
Número de dormitorios |
Número de habitantes mayor a |
Número de viviendas |
Porcentaje respecto del total
nacional |
Porcentaje respecto del concepto |
Cuartos insuficientes para sus habitantes |
1 |
2 |
1,473,836 |
6.74 |
67.5 |
2 |
5 |
575,307 |
2.63 |
26.4 |
|
3 |
10 |
125,546 |
0.57 |
5.8 |
|
4 |
12 |
8,066 |
0.04 |
0.4 |
|
5 o más |
14 |
978 |
0.01 |
0 |
|
Total |
2,183,733 |
9.99 |
100 |
Fuente: Cálculos propios con base en la muestra censal
(2002).
El siguiente
grupo de conceptos se refiere a la diferenciación de espacios, contabilizando
las viviendas sin cocina y baño exclusivos y sin dormitorios. En los casos de
la cocina y el baño significa que se usan además para otra función,
principalmente como dormitorios; en cuanto al problema de dormitorio quiere
decir que esta función se comparte con otras como la de estar o comer. Las
viviendas que no tienen cocina exclusiva alcanzan 1’853,502, mientras que las
casas que no tienen baño o cuyo uso no es exclusivo son 1’657,010 y sin baño ni
cocina exclusivas, 425,654 (cuadro 6). Finalmente, las unidades con problemas
de dormitorio son 1’093,149 casos más.
Cuadro 6
Total de
viviendas con problemas de espacio
Fuente: Cálculos propios con base en la muestra censal
(2002).
Por otra parte,
el número de viviendas que sólo tienen problemas de espacio, esto es, que no
presentan problemas de servicios ni de protección, es de 2’292,275[3]
(cuadro 10), número muy alto si se compara con las otras dimensiones del
déficit cualitativo, lo que pone al espacio como la principal dificultad en
cuestiones de calidad, sin considerar el agravamiento de éste cuando se incluye
a las familias extendidas, por lo que no sería exagerado decir que México es un
país hacinado.
El concepto de
rezago se refiere a la falta de viviendas, las que requieren las familias que
no cuentan con un lugar exclusivo para vivir y tienen que usar la casa de otra
familia, y a las viviendas que no se pueden considerar como tales aunque forman
parte del stock
y se utilizan como viviendas, pero una tercera parte del total nacional
registra problemas por limitaciones en los espacios.
3.2 Viviendas con
problemas de servicios
La siguiente
dimensión del rezago o déficit cualitativo se refiere a los servicios y es
importante señalar que si bien este grupo de viviendas ofrece un servicio de
habitación a sus usuarios, se considera parte del déficit porque no cubre las
condiciones mínimas de uso que se definieron antes, es decir, el servicio que
ofrecen es deficitario. Se consideraron cuatro dimensiones: disponibilidad de
agua potable, drenaje sanitario, electricidad y combustible. En realidad, la
condición de las viviendas respecto de estos servicios no es dicotómica, en el
sentido de que cuentan o no con ellos. Hay muchas situaciones intermedias sobre
las que se debe tomar posición para establecer lo que se considera deficitario;
entre más exigente se sea en relación con el servicio para llamarlo
satisfactorio, mayor será la cantidad de viviendas que no lo cumplan y mayor
será el déficit.
En el tema del
agua, se calificó como satisfactorio si el servicio se encuentra dentro del
predio, aunque no se cuente con un sistema de distribución al interior del
inmueble y tampoco se consideró indispensable tener agua todos los días, se
tomó como aceptable si la reciben sólo algunos días o durante una parte del
día. Para el drenaje creímos que es razonable si se tiene conexión a la red
pública o a una fosa séptica, a pesar de las deficiencias que pudieran tener
éstas. Por su parte, se juzgó suficiente disponer del servicio de energía
eléctrica, aunque reconocemos también que éste puede ser de muy mala calidad o
no continuo. Finalmente, como combustibles apropiados para cocinar en una
vivienda digna y decorosa se incluyeron el gas y la electricidad, ya que los
demás son poco higiénicos y peligrosos.
Parece claro que
las carencias de estos servicios no son excluyentes, lo que significa que hay
viviendas en las que pueden faltar uno, dos, tres o los cuatro, de manera que
si se hiciera la cuenta por separado, habría sobreposición.
De hecho, se identificaron 15 combinaciones no sobrepuestas de deficiencias de
servicios que se presentan en el cuadro 7.
Cuadro 7
Viviendas con
problemas de servicios según la combinación de problemas
Deficiencia de |
Servicio y otros |
Porcentaje |
Porcentaje del total nacional |
Servicios y otros pero no espacio
(cuenta al déficit) |
Agua |
655,082 |
10.67 |
3 |
370,833 |
Agua y drenaje |
498,908 |
8.13 |
2.28 |
170,617 |
Agua, drenaje y electricidad |
70,838 |
1.15 |
0.32 |
17,209 |
Agua y electricidad |
24,941 |
0.41 |
0.11 |
11,466 |
Agua, electricidad y combustible |
39,308 |
0.64 |
0.18 |
10,686 |
Agua, drenaje y combustible |
793,922 |
12.94 |
3.63 |
169,650 |
Agua y combustible |
189,821 |
3.09 |
0.87 |
70,877 |
Drenaje |
1’508,208 |
24.58 |
6.9 |
681,860 |
Drenaje y electricidad |
39,973 |
0.65 |
0.18 |
9,311 |
Drenaje y combustible |
1’099,250 |
17.91 |
5.03 |
280,966 |
Drenaje, electricidad y combustible |
171,491 |
2.79 |
0.78 |
27,002 |
Electricidad |
35,901 |
0.59 |
0.16 |
17,072 |
Electricidad y combustible |
29,650 |
0.48 |
0.14 |
10,124 |
Combustible |
567,561 |
9.25 |
2.6 |
249,352 |
Todos (sin servicios) |
412,014 |
6.71 |
1.88 |
52,579 |
Totales |
6’136,868 |
99.99 |
28.06 |
2’149,604 |
Fuente: Cálculos propios con base en la muestra censal
(2002).
El total de
viviendas con algún tipo de problema de servicios fue de 6’136,868; sin
embargo, buena parte de ellas tenía además la dificultad de espacio que ya fue
cuantificado en la sección anterior (el número de viviendas con problemas de
espacio fue de 7’213,048), por lo que la cantidad que se agrega al déficit es
sólo el de las unidades con problemas de servicios pero que no tienen problemas
de espacio, de lo que resultó un monto de 2’149,604 unidades más. Finalmente,
las viviendas que sólo tienen problema de servicios pero ninguno de otro tipo
(espacio, protección o seguridad) fue de 1’197,633.
Del cuadro 7 se
desprende que el servicio más deficitario en el país es el drenaje, ya que la suma
de las combinaciones que incluyen este servicio llega casi a 22% del total
nacional, en otras palabras, más de una de cada cinco viviendas no tiene ni
siquiera acceso a una fosa séptica. La carencia de agua no es menos dramática
ya que más de 10% de las viviendas no cuenta con el servicio en el predio. Si a
lo anterior se agregan los más de siete millones de viviendas con problemas de
espacio, más los varios millones del déficit cuantitativo, más los rubros que
faltan por evaluar, se vislumbra un rezago mucho mayor del reconocido.
3.3 Viviendas con
problemas de protección
Con los
indicadores disponibles es difícil valorar las condiciones de protección que
ofrecen las viviendas, pero es plausible pensar que si los techos son de lámina
de cartón, metálica o de asbesto, o de materiales de desecho y los pisos son de
tierra, la vivienda no ofrece la protección adecuada a sus ocupantes. Hay un
total de 5’546,447 viviendas que registran problemas de protección por los
materiales en pisos y/o techos, casi una cuarta parte del total nacional, pero
como en los casos anteriores, muchas de ellas ya se contabilizaron entre las
que tienen problemas de espacio y las que tienen deficiencias de servicios, por
lo que la acumulación al déficit es de 1’017,822 unidades.
En el cuadro 8
se muestra la distribución de las viviendas con baja calidad, destacando los
problemas de espacio, esto a pesar de que en la cuenta no se consideraron las
extensiones familiares ya que éstas se habían contabilizado para el déficit
cuantitativo, lo que significa que en la realidad el problema de hacinamiento
es mucho peor que el sugerido aquí en la cuenta del déficit, lo que fue
necesario por cuestiones técnico-metodológicas.
Cuadro 8
Viviendas con
problemas de calidad por combinación de problemas
Problemas |
Viviendas |
Solo espacio |
2’292,275 |
Solo servicios |
1’197,633 |
Solo protección |
1’017,822 |
Espacio y servicios |
1’344,119 |
Espacio y protección |
933,509 |
Servicios y protección |
951,971 |
Espacio, servicios y protección |
2’643,145 |
Total |
10’380,474 |
Fuente: Cálculos propios con base en la muestra censal
(2002).
Cuadro 9
Viviendas por
carencia de servicios y contribución al déficit cualitativo
Tipo de problema |
Total de viviendas |
Contribución al déficit |
Espacio |
7’213,048 |
7’213,048 |
Servicios |
6’136,868 |
2’149,604 |
Protección |
5’546,447 |
1’017,822 |
Total |
10’380,474 |
Fuente: Cálculos propios con base en la muestra censal
(2002).
Si tomamos en
cuenta que 1’970,728 viviendas se deben reemplazar porque no es posible
considerarlas como lugares habitables, se tiene que más de la mitad de las poco
menos de 20 millones de viviendas restantes en el país tienen deficiencias
serias de calidad.
Se debe insistir
en la distinción entre el total de viviendas que tienen algún tipo de problema
y la contribución que cada grupo hace a la contabilización del déficit. En este
sentido, los resultados aceptan una doble lectura: la dimensión de cada uno de
los problemas y la cuantificación del déficit. Si el orden en que fueron
evaluados cada uno de los aspectos se modifica, no habría cambio en el total de
viviendas con determinadas dificultades, pero sí serían diferentes las
contribuciones de cada rubro a la medición del rezago, aunque la suma total de
éste continuaría siendo de 10’380,474 unidades sólo por problemas de calidad.
En la gráfica i se representa la conformación de los
universos de viviendas con problemas de servicios. La superficie de los
círculos representa exactamente la proporción del déficit, pero las áreas de sobreposición son aproximadas. Los totales de viviendas de
cada tipo de problema aparecen en la gráfica y, además, en el cuadro 10 se
presentan las cantidades de unidades en cada situación o áreas de conjunción de
los círculos.
Gráfica i
Universo de
viviendas con problemas de servicios
Fuente: Cálculos propios con base en la muestra censal
(2002).
Como se deduce
del cuadro 10, la mayor parte de las viviendas con problemas de calidad (que
representan la mitad de las viviendas reales de país) muestran los tres tipos
de dificultades al mismo tiempo: espacio, servicios y protección, lo que es
esperable teniendo en cuenta que se trata básicamente de un problema de
pobreza. El segundo rubro más importante del universo es el de problemas
exclusivamente de espacio, que como ya se explicó, por sí mismo era el elemento
deficitario más importante de todos.
Cuadro 10
Universo de
viviendas con problemas por tipo de servicio
Problemas |
Viviendas |
Porcentaje |
Área en la gráfica |
Espacio, servicios y protección |
2’643,145 |
25 |
1 |
Espacio y servicios |
1’344,119 |
13 |
2 |
Espacio y protección |
933,509 |
9 |
3 |
Servicios y protección |
951,971 |
9 |
4 |
Sólo espacio |
2’292,275 |
22 |
5 |
Sólo servicios |
1’197,633 |
12 |
6 |
Sólo protección |
1’017,822 |
10 |
7 |
Total |
10’380,474 |
100 |
Después hay una
diferencia importante con el tercer rubro que alcanza 13% de este conjunto de
viviendas y se refiere al espacio y los servicios. La protección es, en cambio,
el componente de calidad con menor contribución al déficit, de lo que se puede
concluir que los problemas de vivienda en México son más de sobrepoblación y diferenciación
de espacio y menos de calidad de las construcciones, lo que parece que
contribuye a demostrar que la producción social de vivienda ha jugado un papel
importante en el aprovisionamiento.
4. Otras limitaciones
a la vivienda digna y decorosa
Se valoraron dos
aspectos más que no contribuyen al déficit cuantitativo pues son atributos de
las viviendas existentes y tampoco representan en sí mismos una deficiencia de
calidad, pero indudablemente son un problema social de la condición de la
vivienda. Estos atributos son la seguridad jurídica que tiene la familia
respecto de la vivienda que ocupa y el acceso al equipamiento.
4.1 Viviendas como
problemas de seguridad jurídica
La muestra censal
arroja dos preguntas sobre la tenencia de la vivienda: la primera es si ésta es
propiedad de alguna de las persona que la habitan, en caso afirmativo se
pregunta es si se está pagando, si está totalmente pagada o si se encuentra en
otra situación; en caso negativo, se cuestiona si es rentada, prestada, la
cuidan o está en otra situación.
Se consideró que
si la vivienda es propiedad de alguno de sus ocupantes o la alquilan, no
representa un problema, lo cual no necesariamente es cierto, pues gran parte
del arrendamiento se da en condiciones de informalidad sin informar al fisco y
sin certidumbre jurídica para quienes la ocupan, por lo que otra vez el
problema en realidad podría ser mayor al que se estima aquí, pero se mantiene
la actitud conservadora ante la medición del déficit.
De esta manera,
sólo se juzgó como deficitarias a las viviendas que están prestadas o en otra
situación, que son básicamente circunstancias de incertidumbre jurídica. El
total de unidades que presentan este tipo de problemas es de 2’138,738, pero de
ellas sólo 706,876 contribuyen al déficit, es decir, 33% de las unidades no
habían sido consideradas por algún otro problema. Con esto la acumulación al
déficit llega a 11’087,350 viviendas.
Aquí cabe
destacar un hecho importante, 33% de viviendas que sólo tuvieron problema de
seguridad jurídica representa el valor más alto entre las proporciones de
problemas únicos. Las que sólo tuvieron dificultad de espacio fue 31.5%, las de
únicamente servicios fue 19.5% y las de sólo protección 18.3%. Esto significa
que la seguridad jurídica es el problema más independiente, es decir, que es
más probable que se presente solo, seguido por el problema de espacio, ya que
son aspectos que no están tan fuertemente vinculados con la situación de
pobreza; en cambio servicios y protección muestran mayores asociaciones con los
demás (menor independencia) por una mayor correlación con la pobreza.
Otro aspecto que
se debe mencionar es que la pregunta del censo se refiere exclusivamente a la
vivienda y no al suelo, de manera que las personas que construyeron su casa en
situaciones de irregularidad (más de 60% del aprovisionamiento de vivienda en
el país), pueden responder que la vivienda es propia pero el suelo puede
mantenerse en situación irregular.
4.2 Viviendas con
problemas de accesibilidad
El último
problema que se midió fue el de la accesibilidad de la vivienda, que es una
forma de valorar las condiciones de localización. Al respecto debe establecerse
que no basta una buena vivienda, se requiere que su articulación con el resto
de las actividades satisfaga una serie de condiciones mínima de acceso al
empleo, los servicios comerciales, educativos, de salud, de recreación y al
conjunto de la sociedad. No es digna ni decorosa la vivienda cuya localización
no permite a sus habitantes acceder a estos servicios en tiempos, costos y
riesgos razonables.
Este aspecto se
midió a partir de la situación de no asistencia de los niños a la escuela por
quedar lejos. Por supuesto, el ir a la escuela no significa que ésta o que el
conjunto de los requerimientos de accesibilidad de la familia sea
satisfactorio. De hecho, la facilidad para asistir a la escuela es una de las
dimensiones de acceso mejor satisfechas en la sociedad mexicana por la buena
cobertura de la educación pública y por el gran esfuerzo que las familias están
dispuestas a hacer para enviar a sus hijos a la escuela, por lo que no es raro
que dediquen varias horas diarias de traslado, sobre todo en zonas rurales;
además, este indicador mide la no asistencia a la primaria, que es el nivel
educativo de mejor cobertura. El hecho es que se trata, por desgracia, del
único indicador disponible, al tiempo que se habla de uno de los aspectos más
relevantes en la calidad del hábitat. Es un hecho conocido que una buena
dotación de servicios públicos resuelve muchos requerimientos que de otra forma
se tendrían que remediar en el interior de las viviendas.
Por la
metodología de exclusión de universos y por la debilidad del indicador
disponible, el número de viviendas que se acumula al déficit habitacional como
consecuencia de la falta de accesibilidad es sólo de 24,044. También es
necesario apuntar que este tipo de problemas se debió multiplicar con la
política de vivienda del gobierno actual, que en su afán por promover la
producción de vivienda, lo que es encomiable, descuidó componentes importantes
como la política de suelo, sostén de la producción de vivienda, lo que resulta
en ubicaciones irracionales que representan un alto costo social por su efecto
en la expansión urbana y en un gran costo para los ocupantes de esas viviendas,
que terminan pagando la vivienda a través de los fuertes pagos de transporte.
Con lo que el
déficit acumulado de viviendas que requieren mejoras en algún aspecto llega a
11’111,394. Mientras que el rezago cuantitativo, es decir, las casas nuevas que
se necesitan son 10’948,274. Con esto se alcanza la impactante cantidad de
22’059,668, un número muy semejante al universo de viviendas en el país en el
año 2000.
La lectura que
se debe hacer es la siguiente: 50.08% (11’111,394 de las 21’857,601 del total
nacional) de las viviendas del país tienen alguna deficiencia cualitativa que
es susceptible de ser resuelta, pero se requieren otros 10.948 millones de
nuevas viviendas más para que cada familia cuente con una; de éstas, 1’970,728
son unidades que deben ser reemplazadas y 782,207 son hogares extra, el resto,
casi ocho millones, se requieren para las extensiones familiares.
Discusión y
conclusiones
A fines de los
años ochenta y principios de los noventa, el dato de seis millones de viviendas
era el referente común en los círculos oficiales. En la actualidad se habla de
rezago habitacional para referirse al número de viviendas que por sus
características de ocupación (hacinamiento) y por los componentes y materiales
utilizados en la edificación (deterioro) no satisfacen un mínimo de bienestar
para sus ocupantes (www.conafovi.gob.mx; Conafovi, dc, Rezago.pdf, s/f: 11). Existen dos
tipos de rezago: el cuantitativo, que se refiere a necesidades de vivienda
nueva para los hogares que no cuentan con una y para sustituir viviendas de
mala calidad o que ya terminaron su vida útil; y el cualitativo, que supone
acciones de ampliación y mejoramiento para resolver los problemas de calidad (ibidem).
La propia Comisión Nacional de Fomento a la Vivienda (Conafovi)
establece que los problemas de calidad se definen por materiales, dimensiones,
ubicación geográfica, infraestructura básica y servicios (ibidem).
Los resultados
del rezago habitacional para el año 2000 fueron de 4’290,665 viviendas en
total, de las cuales 1’810,930 son viviendas nuevas y 2’479,735 requieren
acciones de mejoramiento (Conafovi, s/f, b). Según la
Sedesol, 37.4% de los hogares urbanos del país se
encontraban en situación de pobreza patrimonial; teniendo en cuenta que en el
campo ese porcentaje debe ser mucho más alto, concluimos que la pobreza
patrimonial en el país debe superar por mucho 40%, lo que puede involucrar a
cerca de nueve millones de viviendas.
La diferencia
con la estimación de Confovi (s/f a) se debe a que
esta institución se basa exclusivamente en los datos del xii Censo General de Población y
Vivienda 2000, lo que la obliga a realizar cálculos con muchas limitaciones por
la naturaleza agregada de la información censal; además, dentro del déficit o
rezago sólo consideran el hacinamiento que se compone de los hogares sin
vivienda y de la sobreocupación de cuartos, lo que implica dos limitaciones
serias: en primer lugar, las familias sin casa sí implican una necesidad de
vivienda (y no necesariamente hacinamiento), pero no incluyen una estimación de
las extensiones familiares, gran parte de las cuales también representan una
necesidad de vivienda pero que no se consideran como hogar porque no tienen un
manejo independiente de su presupuesto, lo que lleva a una enorme
subestimación. Por otra parte, el cálculo de sobreocupación se basa en los
cuartos (2.5 habitantes por cuarto), mientras en este trabajo se consideró usar
exclusivamente dormitorio y se llevó a cabo una estimación no agregada, es
decir, midiendo vivienda por vivienda. Finalmente, el rezago cualitativo lo
consideran sólo en función del deterioro, en sentido estricto de la
probabilidad del desgaste de las viviendas fijando esta probabilidad en función
de la calidad de los materiales (ibidem: 13-18), mientras que en nuestra
evaluación el deterioro consideró directamente la edad de las viviendas
(disponibles en la muestra censal) y los materiales con que se construyeron,
pero también incluimos como problema de rezago cualitativo la carencia de
servicios, todo lo cual explica la diferencia con la estimación de la Conafovi.
El Centro de
Investigación y Documentación de la Casa (Cidoc)
(2004: 7), junto con el Joint Center for Housing Studies
de la Universidad de Harvard, establece la necesidad de reemplazar tres
millones de viviendas, 5.1 millones requerían mejoras moderadas; 8.4 arreglos
menores y considera que sólo 5.4 millones no tienen problemas. Este cálculo ya
sugiere un universo de poco más de 16 millones de déficit, aunque parte sean
requerimientos menores. La estimación de viviendas con problemas de calidad es
de 13.5 millones, mientras que en nuestra investigación el cálculo fue de 11.1
millones, incluyendo la seguridad jurídica y la accesibilidad; en cuanto a
viviendas nuevas, el estudio del Cidoc (2006) habla
de tres millones mientras que el nuestro, de 10.9 millones, pero si se restan
los hogares derivados de extensiones familiares se llega a 2.75 millones, datos
consistentes con los tres millones propuestos por el Cidoc,
aunque nuestros datos sean más conservadores.
Las diferencias
con las estimaciones presentadas por el Cidoc (2006)
se explican fácilmente. Su propuesta se basa en la construcción de un índice
0-10 que se forma según el cumplimiento de 10 atributos, cada uno de los cuales
aporta un punto: servicios (4), existencia de electricidad, agua, drenaje y gas
para cocinar; materiales (3), muros de tabique, techo de concreto o ladrillo,
piso que no sea de tierra; y espacio (3), que cuente con cocina que no se use
como dormitorio, baño y promedio de ocupantes por dormitorio menor a 2.5. Como
se puede observar, los conceptos presentados en la publicación del Cidoc son muy semejantes a los utilizados en este trabajo
pero el tratamiento metodológico es muy diferente; en aquél caso se construye
un índice simple con base en presencias (1) y ausencias (0), por lo que no es
posible conocer con detalle la naturaleza del déficit; por otra parte, no
incluyen a las familias que se ubican en hogares extendidos, y la
sobreestimación del déficit del Cidoc seguramente se
relaciona con que no consideran adecuadas las techumbres diferentes al concreto
y al ladrillo, aunque en el propio documento se reconoce que esto no
necesariamente debería ser así y que algunos materiales convencionales podrían
ser adecuados.
De los
contrastes de las tres estimaciones anteriores (Conafovi,
Cidoc y esta investigación) fácilmente se llega a la
conclusión de que:
·
Hay
una enorme coincidencia conceptual respecto de lo que se debe considerar como
déficit.
·
Las
estimaciones de la Conafovi son excesivamente bajas
en relación con las otras dos fuentes.
·
El
planteamiento de esta investigación es más moderado que el del Cidoc, sin embargo, ni el Cidoc
ni la Conafovi consideran el rezago derivado de las
extensiones familiares.
La
diferencia de la Conafovi quizá podría explicarse como
el sesgo político derivado de la dificultad de reconocer una problemática de
vivienda que es mucho más compleja de lo que se solía imaginar o de lo que los
ciudadanos pueden comprender. El hecho es que el problema de vivienda en México
(léase pobreza) es bastante más extenso que lo que se reconoce.
Por
otra parte, la muestra censal ofrece una fuente mucho más sólida y detallada
para estimar el déficit pues permite vincular los resultados con otras
variables, como la edad e ingreso de los jefes de familia, la situación de
derecho a instituciones de vivienda y otras que pueden ser instrumentos de
análisis muy útiles para el correcto diseño de la política de vivienda.
Es
grave que se ignore el problema de familias extendidas, que suma cerca de 14.6
millones de personas, de las cuales se pueden reconocer 7.4 millones de
familias que no cuentan con una vivienda y tampoco con los suficientes recursos
para tener independencia financiera. Claro que esto va más allá del problema de
la vivienda, pero no por ello se debe ignorar. De hecho, el problema más serio
para la política de vivienda son estos 7.4 millones de familias que tienden a
solucionar su situación a través del hacinamiento y la dependencia económica.
Al
tener en cuenta estos resultados, parece claro que la política de vivienda del
gobierno foxista estuvo muy mal concebida en varios aspectos. No se trata de un
problema de esfuerzo o recursos financieros, que sin duda se pusieron en la
mesa, sino de una política mal concebida y débil en la comprensión de la
magnitud y naturaleza del problema. Como lo establece el Programa de
Indicadores Urbanos de la onu,
“los malos resultados del tema de vivienda son producto de las políticas, no de
las inversiones” (onu, 1987). La política actual es muy
amplia e intensa pero poco diversificada y atiende exclusivamente un tipo de
problema y segmento. Ha sido innovadora en la cuestión financiera, pero tiene
grandes vacíos derivados del desconocimiento de cómo se las arreglan las
familias para vivir.
Una
estimación del rezago considerando la naturaleza de éste, como se presenta en
nuestra investigación, y que cada vez se tipifica más en función de la
condición urbano-rural, las entidades federativas y la situación de derecho a
alguna de las instituciones de vivienda, como el Infonavit
y el Fovissste, puede ser la base para diseñar una
política diversificada de vivienda que responda puntualmente a las necesidades
y condiciones de las familias mexicanas. No existe un solo problema de vivienda
o una sola forma de rezago, sino una diversidad de situaciones que requieren
soluciones e instrumentos más específicos para cada caso.
El
diagnóstico que aquí presentamos debe considerarse un primer paso para conocer
las soluciones habitacionales de facto, sin embargo, reconocemos que será
necesario profundizar en ciertas temáticas, como la naturaleza, condición y
evolución de las extensiones familiares; el efecto de la vivienda mínima y de
interés social en las condiciones de vida, principalmente si contribuyen al
desdoblamiento de las familias extendidas o si mantienen los mismos esquemas de
ocupación. Por otra parte, también será necesario profundizar en las
diferencias regionales del déficit y según algunos factores como la condición
urbano-rural, la edad del jefe de familia y la situación de los ingresos, todo
lo cual supone un análisis de datos muy extenso. Por desgracia, las bases de
datos que utilizamos, por su propia naturaleza muestral,
no permiten hacer inferencia a mayor escala como podría ser una ciudad o un
municipio, lo que sería útil para definir las necesidades de vivienda por
localidad.
Por
otra parte, teniendo en cuenta que una estimación detallada como la presentada
aquí depende de información censal directa, es decir, de la muestra, y que ésta
se publicó por primera vez en el año 2000, se requerirá de la muestra censal
del año 2010 para establecer la dinámica del déficit y, en particular, el
efecto de la política de vivienda iniciada en el año 2000 con el gobierno de
Vicente Fox y que aparentemente tendrá continuidad en los próximos años.
Un
tema particularmente importante que se debe abordar es la implicación de la
política de vivienda en los temas urbanos y sobre todo con la política de
suelo. Se está produciendo un modelo de ciudad totalmente irracional que
resultará en un alto costo social y ambiental en el futuro y un fuerte costo
para los ocupantes de las viviendas, cuyo aparente ahorro al obtener la
vivienda se convertirá en un sobrepago en transporte de por vida.
En
fin, es claro que la política de vivienda se concibió sólo desde la perspectiva
financiera y de la construcción, pero es una política incompleta que no está
logrando abatir el problema y sí está creando nuevas dificultades urbanas,
territoriales y sociales.
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Recibido: 22 octubre 2006.
Aceptado: 9 de febrero de 2007.
Ignacio Kunz
Bolaños. Es doctor en
urbanismo; actualmente es investigador del Centro de Investigaciones y Estudios
de Posgrado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma
de México. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (sin), nivel ii. Su línea de investigación se centra en: demografía de la
vivienda y reestructuración urbana. Entre sus publicaciones destacan: “La
fiscalidad para la regeneración de las áreas centrales”, en René Coulomb (ed.),
Proyectos estratégicos para la Áreas Centrales de las Ciudades Mexicanas”,
Secretaría de
Desarrollo Social, pp. 191-212 (2005); “Los centros de ciudad. Problemas y
oportunidades”, en René Coulomb (ed.), Proyectos estratégicos para los
centros de ciudad en México. Guía metodológica, México, Secretaría de Desarrollo
Social, pp. 27-50 (2005); “Familias extendidas en el Distrito Federal. Un
problema oculto de vivienda”, en Fernando Greene C. (comp.), Urbanismo y vivienda, México, Universidad Nacional
Autónoma de México, pp. 396-404 (2005).
Irma
Guadalupe Romero Vadillo. Es
doctora en urbanismo; actualmente es investigadora del Centro
Interdisciplinario de Investigaciones y Estudios sobre Medio Ambiente y
Desarrollo del Instituto Politécnico Nacional. Su línea de investigación actual
se centra en implicaciones territoriales de la política de vivienda. Entre sus
publicaciones destacan: “El déficit de vivienda”, en Fernando Greene C. (comp.), Urbanismo
y vivienda,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 454-463 (2005);
“Interdisciplinariedad y transversalidad en la política habitacional, una
necesidad imperante”, ponencia presentada en el 1er. Congreso Nacional de Medio
Ambiente y Desarrollo, Sedesol-Semarnat, inegi, ipn (2005); “La
planeación como una solución ambiental. El ordenamiento ambiental del
territorio de las ciudades”, ponencia presentada en el Congreso Nacional Femisca Soluciones ambientales para un desarrollo pleno
(2006).
[1] Agradecemos
la colaboración de Eleonora Romero Vadillo, por la asesoría y revisión de los
programas de cómputo, y la de Erandi Martínez García
en el manejo de la información.
[2] Es
justo reconocer los trabajos de J. Villavicencio et al.
(2000); M. T. Esquivel (2005); J. Cervantes y E. Oliver (2005); E. Maya y J. F. Cervantes (2005); Cidoc
y shf
(2006) y S. Mercado et
al. (1995).
[3] El total de viviendas que sólo tiene problema de espacio resulta de restar al total de viviendas con problemas de espacio las que además de esta dificultad, tienen otras. Es muy probable que las viviendas presenten más de un problema, por lo que habrá que distinguir entre la cantidad de viviendas que tienen X problema y quizá algún otro, y el total de las que sólo tienen ese X problema. Más adelante se presenta la sobreposición de los distintos universos (gráfica i y cuadro 10) donde se puede distinguir el número de viviendas según el o los problemas que presenta. El total de viviendas que sólo tienen problema de espacio resulta de restar al total de viviendas con esta dificultad, aquéllas que además de tener problemas de espacio, tienen otros.