Neoinstitucionalismo en ciencia política
Shepsle, Kenneth A. y Mark S.
Bonchek (2005),
Las fórmulas de la política. Instituciones,
racionalidad
y comportamiento, cide-Taurus-Santillana, México,
469 pp., isbn 968-19-1365-5
1. El
neoinstitucionalismo como marco analítico
El
neoinstitucionalismo es una corriente de pensamiento que se ha posicionado como
uno de los paradigmas hegemónicos en las ciencias sociales. Retoma los
postulados de la escuela neoclásica de la economía política, introduce una
reflexión relevante acerca de los costes de transacción (North, 1990), se
sustenta en el individualismo metodológico inherente a la teoría de la acción
racional y utiliza como técnicas de análisis a la teoría de juegos (Elster,
1990). Esto con la ventaja de que no se idealizan, como señala José Ayala
(1996), las estructuras de los derechos de propiedad ni las elecciones a favor
del bien común.
Dicha corriente
propone como agenda de investigación el estudio de las instituciones definidas por North como “las reglas
del juego en una sociedad o, más formalmente, son las limitaciones ideadas por
el hombre que dan forma a la interacción humana. Por consiguiente, estructuran
incentivos en el intercambio humano” (1993: 13). La finalidad del estudio de
esas reglas es explicar cómo ocurre la cooperación y por
qué la cooperación no
ha ocurrido en otros lugares.
Kenneth A.
Shepsle y Mark S. Bonchek ofrecen un texto que desarrolla el enfoque
neoinstitucionalista para el análisis de la política. En ese sentido, el rol de
las instituciones políticas es dar las reglas de juego básicas como fundamento
del ordenamiento de la sociedad y el marco para que funcione el sistema social.
Este libro es resultado de la experiencia docente de los autores en la Escuela
de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard, y el objetivo
enunciado por ellos mismos, que de suyo es atractivo, es “proporcionar algunas
herramientas que permitan al lector llevar a cabo sus propios análisis de los
acontecimientos políticos que afectan su vida” (p. 17).
El resultado de
dicha intención es que los autores ponen al alcance de los estudiantes de
cualquier disciplina –tanto de licenciatura como de posgrado– de las ciencias
sociales interesados en el análisis de la política, un buen material de estudio
en el que tratan de manera clara los postulados teoréticos de la acción
racional y del análisis de juegos, al tiempo que presentan ejemplos claros,
desde la experiencia estadounidense, que permiten una mejor comprensión de las
propuestas que se argumentan a lo largo del texto.
Las fórmulas de la política ofrece una interesante forma de
entender uno de los problemas más intensos de la política contemporánea: la
toma de decisiones. El libro fundamenta la necesidad que tiene el analista
político de explicar por qué se toman decisiones y, en el caso de las
organizaciones estatales, cómo ese proceso es el mecanismo que hace funcionar
el sistema político y, consecuencia de ello, la generación de la acción
pública.
La pregunta de
investigación fundamental para quien estudia el comportamiento político, en
esta vena analítica, es: ¿a través de qué mecanismos la acción, individual y
colectiva, se transforma en resultados? No está de más reiterar que la
inquietud fundamental de los autores es, entonces, aportar herramientas para
explicar cómo ocurre la eficiencia y eficacia políticas.
2. El contenido de la
obra
El libro se
compone de 17 capítulos agrupados en cuatro partes. A continuación retomo
algunos de los aspectos más sugerentes con la finalidad de motivar la lectura
de este material.
La primera parte
consta de dos capítulos. El primero ofrece el posicionamiento epistemológico y
teórico de los autores quienes señalan que la finalidad más elevada de la
ciencia es ofrecer explicaciones. Aclaran que la ciencia política, aunque no es
una ciencia exacta, es una ciencia analítica que busca explicaciones y, por
tanto, se aproxima al modelo de las ciencias físicas y naturales. En el segundo
capítulo los autores desarrollan el enfoque toral del libro: la decisión
racional. Aquí, la
racionalidad se entiende como una decisión que se ajusta al modelo
weberiano de la
acción racional, es decir, con adecuación medios-fines. El esquema lógico a
través del cual se deben identificar, pronosticar y explicar las decisiones se
sustenta en la adecuación medios-fines y en el óptimo
paretiano, es decir,
las decisiones que toman los individuos son las que conducen a la utilidad
esperada más alta.
En la segunda
parte del libro se abordan las condicionantes del proceso de toma de decisión
grupal y los métodos de votación, y los autores retoman la teoría de la acción
colectiva formulada por Olson como su marco analítico general.
En el capítulo
tercero se señala que, salvo en casos de medidas autoritarias, en los grupos
existe el problema de la diversidad de preferencias y el mecanismo más simple
para solucionar ese problema es la regla de la mayoría. Sin embargo, apuntan que la regla no
siempre soluciona el problema y, por ello, los individuos desarrollan
comportamientos estratégicos.
El siguiente
acápite profundiza en los sofisticados problemas de la decisión en grupo.
Abundan acerca de la paradoja de Condorcet, es decir, individuos racionales que
toman decisiones colectivas irracionales. Evitar esos resultados implica, como
señala el teorema de Arrow, el equilibrio entre racionalidad y concentración de
poder. La solución a la paradoja son los mecanismos institucionales que
restringen la participación y la concentración de poder, tanto del agente como
del principal, y refuerzan con ello la interdependencia de los individuos.
Los autores
profundizan en complejidad en el quinto capítulo. Muestran cómo se analiza el
proceso de toma de decisiones en una realidad multidimensional, esto es,
diversos grupos que deben tomar decisiones conjuntas. Desarrollan un modelo
geométrico que llaman “modelo espacial de la regla de mayoría”. Éste es una
representación gráfica que –a través del teorema de Black del votante medio y
el modelo Downs– sirve a Shepsle y Bonchek para explicar porqué la política de
mayorías es centrípeta. El postulado es simple: más allá de divergencias por
principios ideológicos entre los diversos grupos, ocurre el desplazamiento
hacia el punto ideal del votante medio; aunque la convergencia o aproximación
con el punto ideal no siempre es completa. En consecuencia, señalan los
autores, “los convenios institucionales –los métodos políticos para las
negociaciones– son profundamente importantes para los resultados que surgen del
proceso político” (p. 133). Es decir, Shepsle y Bonchek reiteran que los mecanismos
institucionales son el factor explicativo para comprender los acuerdos
políticos.
En el sexto
capítulo se trata el comportamiento estratégico. Sin asomo a alguna vertiente
normativa de la filosofía política (el deber ser), se concentran en la descripción del
comportamiento. Retoman el teorema de Gibbard-Satterhwaite para señalar que
siempre existen incentivos para que al menos un individuo revele
estratégicamente sus preferencias; es decir, que ningún método de decisión en
grupo es inmune a la manipulación.
En el siguiente
capítulo los autores abordan los métodos de votación y los sistemas
electorales. Parten de un postulado interesante: “es casi imposible tomar
decisiones en grupo que sean imparciales y coherentes” (p. 165). El énfasis
está en el carácter situacional de las instituciones elegidas y demuestran, a
través de casos ilustrativos, que la voluntad colectiva es algo que cambia no sólo a partir
de las opciones disponibles y la determinación de la agenda. La decisión tomada
está determinada por la información que aporte cada uno de los participantes,
cuando expresan sus preferencias –sincera o estratégicamente– y los métodos de
votación. Se introducen entonces en el análisis de los sistemas de votación por
mayoría relativa y de representación proporcional.
La tercera parte
del libro está compuesta por tres capítulos donde se aborda el problema del orden
social. Este es el
campo de análisis de los grupos intermedios que deben tomar decisiones públicas
y, para evitar caer en el análisis normativo, plantean las complicaciones,
paradojas y dificultades que los individuos tienen que sortear con la finalidad
de lograr la coordinación social.
En el octavo
capítulo, titulado “La cooperación”, a partir de la teoría del Estado de
Hobbes, los autores explican el por qué se constituye la sociedad civil y ese
ente destinado a las actividades de protección, vigilancia y castigo a quienes
infringen las reglas, el Estado, como marco en el que ocurre la cooperación.
Usan el famoso dilema del prisionero como caso ilustrativo de una sociedad
hipotética compuesta por dos individuos en la cual la cooperación es de suyo un
asunto complejo.
El siguiente
capítulo aborda el tópico de la acción colectiva desde la perspectiva de los
grupos de interés. Para ello retoman la teoría de la lógica de la acción
colectiva desarrollada
por Olson. Para dicho autor, los individuos (racionales y maximizadores) no se
organizan espontáneamente para alcanzar intereses individuales o de grupo, por
el contrario, requieren de la coerción o de incentivos muy poderosos. Esto
porque en el contexto de la acción colectiva ocurre el fenómeno del free
rider, es decir, del gorrón o polizonte, que es el mejor incentivo para la
no-cooperación.
La cuarta parte
del libro está compuesta por seis capítulos donde Shepsle y Bonchek abordan la
conveniencia institucional de las organizaciones gubernamentales como
depositarias de autoridad y recursos para solucionar los problemas de
coordinación colectiva. Aquí la dificultad central es la relación principal-agente.
Aplican el modelo de la acción racional a las principales instituciones
políticas: el líder, la legislatura, los tribunales y la democracia
parlamentaria.
El capítulo
decimoprimero aborda, precisamente, las características de las instituciones
políticas, en particular las de gobierno, y por las cuales se les valora. 1) División del trabajo y procedimiento
regular, es decir, que el resultado de que los actores se reúnan regularmente
es el establecimiento de procedimientos de actuación, jerarquía y orden. 2) Especialización del trabajo:
mecanismo a través del cual la organización utiliza el capital
humano de sus
diferentes miembros a partir de sus intereses y talentos para posibilitar la
eficacia organizacional. 3) Jurisdicción: conjunto especializado
de actividades de la organización. 4) Delegación y supervisión de las
actividades como resultado de las necesidades de control sobre los respectivos
dominios de la organización. Estas cuatro características, señalan los autores,
son el común denominador que permite analizar y comprender las instituciones.
Asimismo, señalan que las instituciones cambian a través de esos dos mecanismos
fundamentales: la división y la especialización jurisdiccionales.
Shepsle y
Bonchek se adentran en el análisis de las instituciones políticas específicas a
partir del capítulo decimosegundo. En éste se atiende el tópico de las
legislaturas en el
que aplican el análisis de la regla de mayoría y las condicionantes de la
coordinación. Sin renunciar a la idea que la legislatura –y en particular la
estadounidense– es el caso ejemplar de los mercados políticos, al parecer los
autores se suman al modelo de Becker (1983). Sin embargo, señalan que el
proceso de toma de decisiones de actores e instituciones no es sólo resultado
de la acción instrumental. Acotan el modelo propuesto por Becker a través de
las cuatro funciones señaladas y apuntan que la estructura y los procedimientos
de la institución política (votantes, legisladores, legislaturas, reglas de
decisión, influencia e intereses) son mucho más importantes para comprender el
comportamiento político.
En el siguiente
acápite se abordan las relaciones entre quienes formulan las normas
(legislaturas) y quienes las ejecutan (burócratas). Señalan que para analizar
adecuadamente el comportamiento burocrático, se debe aplicar el modelo de la
decisión racional e insertarlo en la función que cumple en el contexto del
sistema político general. Utilizan tres variantes analíticas del problema
principal-agente. Primero, el modelo de Niskanen según el cual las burocracias
aprovechan activamente su posición frente a políticos pasivos; lo que resulta
en aparatos burocráticos demasiado grandes, presupuestos altos y un rendimiento
social inferior. Segundo, el modelo Miller-Moe que refuta el supuesto de políticos
pasivos y argumenta que éstos pactan con las burocracias lo que provoca el
resultado identificado por Niskanen. Tercero, el modelo McNollgast
que invierte la línea
de influencia marcada por Niskanen, es decir, la clase política crea
burocracias y les remunera con facultades y recursos. La conclusión que se
extrae de estos modelos es sencilla: las instituciones tienen costes
de transacción que
pueden resultar, en algunos casos, altos.
En el
decimocuarto capítulo los autores aplican el modelo de la decisión racional al
análisis del liderazgo. Consideran al líder como un agente y señalan que debemos observar más
que las aptitudes de líder, sus intenciones. Así, en el papel de liderazgo “los
roles se invierten: el amo es el servidor y el servidor, el amo” (p. 367). Es
decir, el líder (agente) depende de sus seguidores (principal). Los
comportamientos de los líderes están encaminados a determinar
la orden del día, a
actuar como emprendedores y a acumular prestigio político a favor de sus seguidores.
El liderazgo, en tanto institución, es un mecanismo para solucionar los
problemas de coordinación de la acción colectiva.
En el siguiente
capítulo plantean la pregunta de si despojar a los jueces de los incentivos
individuales los aleja del modelo de la decisión racional. Ilustran cómo se
aplicaría la acción racional a los jueces señalando que, al igual que cualquier
político, desean ganar influencia y prestigio en las organizaciones donde se
desempeñan: los tribunales. Señalan que aunque no se esté de acuerdo con esta
posición, la institución es fundamental para la elaboración de normas, ya que
en el sistema social cumple la función de determinar la observancia de la ley.
El último
capítulo que compone esta sección analiza la democracia parlamentaria, un caso fuera
de su modelo paradigmático. Según el análisis de Shepsle y Bonchek, en el que
siguen el problema del principal-agente, “los ejes de ese arreglo son la
supremacía del parlamento y la responsabilidad del ejecutivo político –el
gabinete, gobierno o administración– ante él” (p. 413).
Finalmente, el
decimoséptimo capítulo presenta un apretado resumen de la obra. Resaltan tres
lecciones que, a esas alturas, debió aprehender el lector. 1) La metodología de análisis propuesta
es portátil,
puede utilizarse para analizar cualquier situación política. 2) El modelo se aplica a la gran
política, la que se
escribe comúnmente con P mayúscula, como a la pequeña política, la de la vida cotidiana que se
escribe con minúscula. 3) El modelo se aplica a cualquier marco
institucional.
3. Las consecuencias
extraídas del libro
Los autores, con
muy poca modestia intelectual, esperan no sólo convencer al lector de las
bondades del modelo propuesto, sino que “lleguen a admirarlo” (p. 53).
Asimismo, en el capítulo final señalan que si el lector asumió “las lecciones”
del libro, la empresa de escribirlo valió la pena; pero si no lo logró,
recomiendan: “volver al capítulo 1” (p. 439).
Debemos
reconocer, a su favor, que los argumentos esgrimidos resultan convincentes y el
planteamiento general del libro está expuesto de manera lógica. Sin embargo,
para seguir a los autores se debe tener un panorama claro de las implicaciones
epistemológicas y teóricas del uso de ese instrumental analítico. Aunque cada
cual sacará sus propias conclusiones y podrá considerar si es capaz de asumir
en todas sus consecuencias el consejo adelantado por los autores, aquí expongo
algunos de esos posicionamientos sobre los que, desde mi punto de vista, vale
la pena hacer una reflexión más profunda.
De la primera
parte del libro se puede desprender, sin muchas dificultades, que los autores
se ubican en el positivismo crítico y consideran a la acción social, en
síntesis, como el resultado de la maximización de beneficios.
En la segunda
parte se puede colegir que los autores argumentan a favor de que, en el
contexto de incertidumbres y comportamientos estratégicos, los procedimientos
institucionales para determinar cómo se llega a la decisión son de capital
importancia. El engaño, el falseamiento y la manipulación se consideran, en
consecuencia, una forma sutil y matizada o extendida de racionalidad. Con ello cuestionan
la existencia de algo aproximado al interés público o la voluntad
general. En suma, se
sugiere una reconsideración cuidadosa sobre dos de las instituciones más
significativas sobre las que reflexiona la filosofía política: la justicia y la
democracia.
La conclusión de
la tercera parte del libro se puede resumir en que el mecanismo para entender
la conducta cooperativa es la reiteración de las interacciones sociales. Es
decir, los sistemas de valores interiorizados no son eficaces para explicar la
coincidencia de intereses entre los individuos. Sin embargo, en el caso de los
grupos y las decisiones colectivas, la coordinación social se logra mejor a través
de terceros ejecutores.
En la cuarta
sección los autores dejan entrever, por tanto, una teoría
voluntarista de la acción.
Las instituciones son el producto de sus miembros; es decir, las organizaciones
elaboran procedimientos y estructuras específicas a partir de la voluntad de
los participantes; una voluntad que surge de la necesidad del individuo –en los
términos de referencia teórico-abstractos de la decisión
racional– para
alcanzar sus intereses.
Los autores
reconocen que las instituciones políticas tienen rendimientos sociales
decrecientes, es decir, son costosas. No obstante, son importantes porque
tienen la capacidad de emplear una amplia batería de políticas, regulaciones,
reglamentaciones e impuestos para garantizar la coordinación de la acción
social. Aunque existe una amplia variedad de soluciones en la experiencia
humana, los autores señalan que es una institución política, el Estado, la que
puede actuar como una tercera fuerza –más o menos autónoma de los grupos–, la
que proporciona los incentivos u obliga coercitivamente a cooperar.
4. Cinco
observaciones sobre la propuesta
1)
Shepsle y Bonchek parten de modelos formales de análisis, por tanto, la lectura
de Las fórmulas de la política no compensará los esfuerzos a
aquellos lectores ansiosos de encontrar directrices normativas para la vida
política. Sin embargo, cabe señalar que aunque explícitamente argumentan que se
sustentan en una visión positiva de las instituciones –y no en una normativa–,
en el fondo el análisis escamotea o soslaya hacer explícita su visión normativa: el
pacto social.
Esa posición la
podemos comprender bien a través de Bobbio (1994) quien argumenta –respecto de
la sociedad occidental en un marco de instituciones democráticas– que es el
pacto de no agresión de cada cual con todos los demás y la obligación de
obedecer las decisiones colectivas; es decir, las reglas del juego
preestablecidas de común acuerdo, el modelo normativo que le da sustento. La
principal de esas reglas es la que permite resolver los conflictos sin recurrir
a la violencia recíproca.
2)
Shepsle y Bonchek, dando por sentada esta visión normativa, despliegan el
instrumental para el análisis positivo sobre cómo los actores solucionan
problemas de coordinación de la acción, de los conflictos, sin recurrir a la
violencia. En ese marco, desde el individualismo metodológico y la acción
racional, encontramos a “personas egoístas, amorales e individualistas” y por
tanto no es “el mejor punto de partida para una reflexión ética” (Paramio,
2005: 31).
3)
Cabe señalar que el modelo propuesto presenta problemas con el manejo del
tiempo. Los autores se contentan con vagas referencias que no terminan por
explicar cómo el analista de la política debe explicar esta dimensión.
Convencido como estoy de que son los procesos históricos y los condicionantes
culturales, en un sentido más antropológico, factores importantes para explicar
el proceso político; la particular combinación de las perspectivas
estructural-funcionalista y evolucionista de las que echan mano los autores
para hablar de que las instituciones “avanzan con la corriente” (p. 300), me
parece una solución insatisfactoria.
4)
Aunque al final tenga que parafrasear al genio de la física luego de su
enjuiciamiento por la Santa Inquisición, deseo subrayar la comodidad que supone
organizar una demostración del comportamiento político si se dispone de un
soporte teórico que permita ordenar y dar sentido a los datos positivos. Ese es, precisamente, el papel que
los autores pretenden dar al entramado teórico neoinstitucionalista.
El problema es
que se trata de la construcción abstracta de una asociación de individuos que
extienden su acción racional maximizadora de ganancias a todos los ámbitos de
su vida cotidiana. Ese individuo tendría que vivir con un alter
ego supercon-sciente
cuyas consecuencias un psicólogo podría enunciar mejor. En suma, pues, la única
realidad positiva
de ese individuo se encuentra en las hipótesis de los cientistas que están
convencidos de la realidad superior de la vida institucional.
5)
En ese sentido, resulta evidente que Shepsle y Bonchek sobreestiman el modelo
analítico propuesto cuando afirman que tiene poder predictivo. Otros teóricos
de la acción racional, como Elster (1990 y 2005) o North (1995), son más
mesurados y afirman categóricamente que las teorías de la acción racional y la
de juegos sirven para encontrar explicaciones a posteriori
de la acción. Los
mecanismos institucionales identificados como leyes científicas es la enunciación
probabilística de ciertas regularidades del comportamiento que, en el caso de
nuestros autores, convierten en una probabilidad lógica.
6. Coda
Sin restar el
valor de este material de estudio, no puedo dejar de señalar que en una segunda
edición sería conveniente realizar una cuidadosa revisión de la forma. Además
de tropezar con los errores ortográficos, en la traducción se utilizan términos
que se alejan de la convención aceptada. El más evidente es el concepto
principal-agente (convención) que se asienta en el libro como mandante-agente.
Asimismo, en la
última parte del libro se utiliza un estilo que provoca la confusión entre
organización e institución. Organización es el espacio en el que los
individuos –racionales y maximizadores– deciden configurar y dar vida concreta
a las normas y valores; mientras que la institución son esos principios abstractos (normas
y valores) cuyo papel es estructurar la interacción social.
Resulta muy
positivo que la edición en español circulara en librerías en la segunda mitad
del año 2005, apenas un año después del original en inglés. Con esto resalto y
aplaudo el esfuerzo editorial de Taurus y el cide
por poner al alcance del público hispanoparlante un texto que sin duda será
considerado, en breve, un clásico de la ciencia política.
Para terminar
invito a una lectura atenta de este libro y, luego de las observaciones
críticas vertidas, enuncio tal como lo hiciera Galileo: “Y sin embargo, sirve”.
Recibido:
19 de abril de 2007.
Aceptado:
6 de julio de 2007.
Luis Rodríguez Castillo
Universidad Nacional Autónoma de México (unam)
correo-e: lrodriguez@cmq.edu.mx
Bibliografía
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instituciones. Una revisión de las teorías modernas del Estado, Porrúa-unam, México.
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(1994), Estudios de historia de la filosofía: de Hobbes a
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Elster, Jon
(1990), Tuercas y tornillos; una introducción a los conceptos
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Elster, Jon
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North, Douglas C. (1990), “A Transaction Cost Theory
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North, Douglas C. (1995), “Five Propositions about
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Paramio, Ludolfo
(2005), “Teorías de la decisión racional y de la acción colectiva”, Sociológica, año 20, 57, Universidad Autónoma
Metropolitana, México, pp. 13-34.
Luis Rodríguez
Castillo.
Es investigador asociado “C” de tiempo completo adscrito al área de problemas
contemporáneos de Centroamérica y Chiapas en el Programa de Investigaciones Multidisciplinarias
sobre Mesoamérica y el Sureste del Instituto de Investigaciones Antropológicas,
Universidad Nacional Autónoma de México (Proimmse-iia-unam).
Actualmente desarrolla el proyecto de investigación Procesos políticos, gestión
local y pluralismo cultural en Chiapas, México (1970-2005). Una perspectiva
antropológica de las políticas públicas, como parte de sus estudios de
doctorado en ciencias sociales en El Colegio Mexiquense, A. C. Entre sus
últimas publicaciones se encuentra la edición bilingüe tzeltal-español del
libro Maravilla Tenejapa, Sk’op Ya’yejal JtejkLum, Conaculta, sepi, celali, Gobierno del estado de Chiapas, Tuxtla
Gutiérrez, 2006. Artículos en revistas indexadas como “Notas
socioantropológicas sobre el Estado”, Perfiles Latinoamericanos, 28, revista de la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (flacso),
México, pp. 185-212 (2006); “Etnicidad y ciudadanía en los ‘márgenes del
conflicto’. La lucha por la territorialidad en la selva-fronteriza de Chiapas,
México”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 195,
División de Estudios de Posgrado, Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales, unam, pp.163-194.