Repoblamiento y
recuperación del Centro Histórico de la ciudad de México, una acción pública
híbrida, 2001-2006
Repopulation and rescuing of Mexico City’s historic
centre; a hybrid public action, 2001-2006
Víctor Manuel Delgadillo-Polanco*
Abstract
In this
paper we analyse the urban, housing and rescuing policies related to the
heritage of Mexico City’s historic centre. We are interested in the policies
that were carried out by the local government between 2001 and 2006 within the
framework of a Latin American trend to return to central urban areas. We
address the context in which this return to the centre has been consolidated,
as well as the renewed interest for rescuing historic city centres. There is
evidence of a differentiated public action that grants a higher status to the
private sector compared to that of the resident population and the city itself.
This goes beyond a neutral discourse about public interests and the rescue of humankind
heritage. This
paper is the result of a doctoral research together with current efforts to
evaluate the impact of public policies in the so-called central
city.
Keywords:
central
urban areas, historic centre, urban heritage rescuing.
Resumen
En este
artículo se analizan las políticas urbanas, habitacionales y de recuperación
del patrimonio en el Centro Histórico de la ciudad de México realizadas por el
gobierno local entre 2001 y 2006 en el marco de una tendencia latinoamericana
de retorno a las áreas urbanas centrales. Se aborda el contexto en que se ha
consolidado el retorno al centro de las ciudades y el renovado interés
por recuperar los centros históricos. Asimismo, se evidencia una acción pública
diferenciada que privilegia al sector privado por encima de la población
residente y la ciudad, más allá de un discurso neutro que habla del interés
público y del rescate del patrimonio de la humanidad. El artículo es resultado de una
investigación doctoral y otra en curso, que evalúa los impactos de las
políticas públicas en la llamada ciudad central.
Palabras clave:
áreas urbanas centrales, centro histórico, recuperación del patrimonio urbano.
*
Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de la
Ciudad de México, Plantel San Lorenzo Tezonco. Correo-e:
victor_delgadill@hotmail.com.
Introducción
Después de
décadas de expansión urbana y crecimiento demográfico exponenciales, en muchas
de las grandes ciudades latinoamericanas se realiza una serie de iniciativas
cuyo objetivo es revalorar y regresar a las antiguas áreas urbanas centrales. Se
trata de un conjunto de esfuerzos que con distintos intereses y propósitos (la
recuperación del patrimonio histórico, el reciclaje urbano, la vivienda, el
comercio o los servicios) pretenden: 1) revertir las tendencias de
crecimiento urbano expansivo, de abandono y deterioro de las áreas centrales y
proteger las áreas verdes periféricas; o bien, 2) hacer negocios inmobiliarios y
turísticos o acciones altruistas y de marketing político, que tienen como fundamento
el aprovechamiento y reapropiación del rico legado urbano arquitectónico que
caracteriza a las antiguas zonas centrales. Estos esfuerzos se realizan en el
marco de nuevos escenarios urbanos y demográficos que indican que el proceso de
migración campo-ciudad ha concluido, que las tasas de crecimiento demográfico
tienden a disminuir y que las ciudades del siglo xxi desempeñan el doble papel de motor de la economía
globalizada y esperanza de vida de la población mundial.
El nuevo regreso
a (una parte de)
el centro[1] es una tendencia que se ha generalizado
en las ciudades de los países más desarrollados desde la década de 1970, y
recientemente de forma fragmentada y puntual –pero creciente– se ha venido
consolidando en América Latina, tanto en el debate académico como en la agenda
pública, hasta constituirse en los albores del siglo xxi en un paradigma del debate urbano y de las políticas
urbanísticas latinoamericanas. La incursión del sector privado en estas áreas
urbanas es escaso y mucho más reciente. Además, a diferencia de las ciudades
europeas, las iniciativas en nuestra región normalmente han estado motivadas
por la recuperación de los monumentos y no por la problemática social que
subyace en esos territorios: el hábitat deteriorado ocupado densamente por
población pobre.
El presente
artículo aborda el contexto (demográfico, urbano y económico) latinoamericano
en que se ha fraguado el retorno al centro, evidencia las grandes desigualdades
sociales y espaciales que históricamente han caracterizado estos territorios y
presenta las políticas urbanas, habitacionales y de recuperación del patrimonio
que se han desplegado en las áreas centrales de la ciudad de México entre 2001
y 2006. El artículo trata de evidenciar quiénes han sido los protagonistas y
beneficiarios directos de tales políticas, más allá del discurso del bien
común, del privilegio a la población más humilde y de la recuperación del Patrimonio
de la Humanidad.
Los resultados
que aquí se presentan son producto de una investigación sobre la vivienda
popular en los centros históricos de Buenos Aires, ciudad de México y Quito,
realizada en el Programa de Doctorado en Urbanismo de la Universidad Nacional
Autónoma de México, así como de una investigación en curso que analiza las
recientes políticas urbanas en el centro de la ciudad de México.
1. El contexto
1.1. Nuevos
escenarios urbanos y demográficos
Latinoamérica es
una región en proceso de transición demográfica. Por un lado, alcanza en
promedio una tasa de urbanización (población que habita en ciudades) de 75.4% (un Habitat, 2003), similar a la de los
países más desarrollados. En el 2000 México alcanzaba 74.4% y varios países del
Cono Sur tenían tasas superiores a 80%. Por otro lado, las tasas de crecimiento
demográfico tienden a disminuir, particularmente en las grandes ciudades (la
urbanización se considera un factor importante que contribuye a ello). En
América Latina las tasas de crecimiento demográfico han disminuido
considerablemente del tercer al último cuarto del siglo xx de 2.6 a 1.9. Evidentemente, estos promedios esconden una
gran heterogeneidad de situaciones en la región: los países del Cono Sur y Cuba
han alcanzado tasas de crecimiento demográfico inferiores a la media regional.
Alfredo Lattes
(2001) consigna una serie de cambios demográficos en los sistemas urbanos de
América Latina: la población urbana se está desconcentrando de las ciudades
mayores (las metrópolis crecen poco e incluso pierden población en las áreas
centrales); las ciudades medias crecen a ritmos mayores; la migración
campo-ciudad ha disminuido su peso en el crecimiento urbano, mientras que la
migración internacional adquiere una gran relevancia.
En conjunto,
estos datos indicarían que arribamos al fin de la migración del campo a la
ciudad y que pasó el periodo de crecimiento urbano incontenible y de gran
demanda de empleo, vivienda y servicios. Para Ricardo Jordán transitamos de la
“urbanización sin fin, al fin de la urbanización” (2003: 52). Sin embargo,
otros autores como Meter Nintied (1998) advierten que la migración del campo a
la ciudad continuará, sobre todo en países con menores niveles de urbanización,
debido a que la reducción de las barreras comerciales y la creciente
productividad en la agricultura requerirá de menos trabajadores agrícolas.
Además, vale
reconocer que, por un lado, la presión sobre las ciudades, la vivienda, el
empleo y los servicios continúa existiendo, pues la población sigue creciendo
en términos absolutos y cada día se forman nuevos hogares producto de décadas
de explosión demográfica; y, por otro, la transición demográfica se acompaña
tanto del incremento de migración internacional de los países en desarrollo
hacia los del primer mundo (a distancias cada vez más lejanas
del lugar de origen),[2]
así como del incremento de la pobreza urbana. Según Naciones Unidas (un Habitat, 2003), 924 millones de
personas (120 de ellos en América Latina y el Caribe), de un total de seis
billones de habitantes del planeta, vivían en tugurios[3] en el año 2000
y, de acuerdo con la
misma fuente, esta población se duplicará en 30 años.
Así, una primera
y evidente conclusión es que la urbanización del mundo, más allá de sus
ventajas o desventajas, es un hecho irreversible. La población se muda a las
ciudades porque allí encuentra posibilidades de reproducción y futuro, por lo
que éstas constituyen la esperanza de vida de la población mundial, mientras
que la agenda de los gobiernos se define en función de las ciudades y las
demandas de la población urbana.
1.2. La
globalización y el nuevo papel de las ciudades
La globalización
de la economía ha implicado una gran transformación en las grandes ciudades y
metrópolis latinoamericanas, muchas de ellas han sufrido procesos de
desindustrialización y de terciarización en su base económica, lo que implica
el abandono y obsolescencia de zonas fabriles, la multiplicación de las
actividades terciarias, el desplazamiento de la función habitacional en áreas
urbanas centrales, la modernización selectiva del territorio, la aparición de
nuevas centralidades, la fragmentación urbana, etcétera.
Las políticas
económicas neoliberales no han tenido éxito en la recuperación económica de los
países latinoamericanos, pero han producido la bancarrota de varias actividades
industriales y productivas, han profundizado las desigualdades sociales e
incrementado el número de pobres (muchos de los cuales se concentran en las
ciudades),[4]
han reducido al mínimo las políticas sociales, han precarizado el empleo y han
privatizado varias atribuciones públicas con el argumento de la ausencia de
recursos financieros, la ineficiencia, la burocracia y la corrupción del
Estado. Según la cepal (datos
citados por Jordán, 2003: 52), en el año 2000 el 50% de los trabajadores
urbanos en América Latina se ocupaban en el sector informal. De acuerdo con el
reporte mundial sobre asentamientos humanos 2003 de la onu, “las políticas de reajuste económico [...] han reducido
los empleos e incrementado la inequidad, lo que ha empeorado las condiciones de
vida de la población y ha incrementado el número de tugurios” (un Habitat, 2003: 27) y de pobres. Así,
una parte de varias ciudades, en particular las áreas centrales, se han
transformado en reductos de pobreza donde cientos de familias de muy escasos
ingresos, indigentes y grupos vulnerables encuentran posibilidades de
sobrevivencia; y en centros de comercio informal en escala regional que invaden
la vía pública y ofertan todo tipo de productos baratos para la población de
bajos ingresos.
Asimismo, en la
región –y de forma similar a los antiguos centros fabriles del primer mundo– se
ha acelerado la declinación de las grandes ciudades como centros de producción
industrial, mientras que las actividades terciarias formales e informales han
pasado a ser dominantes en la estructura económica respectiva. Al proceso de
desindustrialización relativa han contribuido tanto la creciente normatividad
en materia ambiental, el encarecimiento de las condiciones de producción y la
competencia internacional. Los dos primeros factores obligaron a las industrias
a tomar medidas de prevención de la contaminación y/o al desplazamiento de muchas
de ellas, para las que resultó más económico trasladarse a las periferias o a
otras ciudades. En el último caso se trata de la bancarrota de numerosas
industrias que no pueden competir contra bienes producidos en regiones donde la
mano de obra es baratísima. Conviene señalar que el proceso de
desindustrialización en las grandes ciudades latinoamericanas no es total, pues
se mantiene un parque industrial importante. En este mismo sentido se debe
enfatizar que globalización no es sinónimo de desindustrialización y que la
industria continúa siendo una importante base material de la riqueza de los
países, otra cosa es que sus patrones de ubicación espacial se encuentren
fragmentados y dispersos en varias regiones del mundo.
Además, las
ciudades y en particular las grandes metrópolis actualmente desempeñan un papel
preponderante en la economía nacional y mundial. No es casual que se les asigne
el papel de motor del desarrollo en una economía mundial cada vez más interconectada. De
acuerdo con el Banco Mundial, las zonas urbanas de los países con ingresos
bajos y medios generan entre 55% y 73% del producto nacional bruto (datos
citados por Jordán, 2003: 47), mientras que las grandes capitales
latinoamericanas –a pesar de su desindustrialización– continúan generando o
facturando una importante proporción del producto interno bruto nacional. Por
ejemplo, en el 2000 Buenos Aires contribuía con 25% del pib argentino, mientras que la capital mexicana lo hacía con
22% del pib nacional (datos
citados en Delgadillo, 2005).
El nuevo rol de
las ciudades: el creciente proceso de globalización de la economía, favorecido
por las nuevas tecnologías de telecomunicación, no ha implicado el declive de
la ciudad en un momento en que las funciones de gestión y control de la
economía mundial se pueden desarrollar de forma virtual desde cualquier punto
del planeta. Algunos autores advierten sobre la desaparición de la ciudad a
través del fenómeno de la urbanización difusa y la telépolis[5] producida por el trabajo a distancia
facilitado por las nuevas tecnologías de la comunicación; o bien, sobre la
pérdida del espacio público y del espacio real, en favor del virtual. Sin
embargo, los hechos y diversos autores señalan lo contrario. La globalización
asigna a las ciudades nuevas funciones: el papel de motor del desarrollo y de
coordinación y gestión de la economía mundial. Saskia Sassen (1997) diría que
las ciudades son el sistema nervioso de la economía global.
Por último, vale
recordar que una característica de la globalización de la economía es su
carácter excluyente tanto en el ámbito mundial como al interior de las
ciudades. Así, algunas regiones y ciudades no se articulan al mercado mundial o
lo hacen en condiciones desfavorables, mientras que en escala intraurbana los
procesos de modernización y mejoramiento actúan sólo en pequeñas partes de la
ciudad e incluso pequeñas partes de los llamados centros históricos.
1.3. El agotamiento
del patrón de urbanización periférica
La expansión
urbana periférica y el vaciamiento y abandono de las áreas urbanas centrales,
que han caracterizado las tendencias de desarrollo urbano de muchas ciudades
latinoamericanas, han generado diversas consecuencias negativas para los
habitantes y las ciudades en su conjunto: despoblamiento y deterioro de las
áreas centrales con el consecuente desperdicio o subutilización de los
servicios, infraestructura y equipamiento social acumulados; altos costos en la
extensión de redes de servicios e infraestructura y de transporte hasta
periferias cada vez más alejadas; deterioro del medio ambiente; así como
pérdida de áreas agrícolas, forestales y otros recursos naturales.
Sin embargo, la
expansión urbana periférica no se detiene porque continúa aportando beneficios
a los gobiernos, los inversionistas y la población de bajos y altos ingresos.
En efecto, esta forma de urbanización no es un proceso natural sino producido
por el mercado inmobiliario. Por tratarse generalmente de un suelo barato se
pueden adquirir grandes extensiones; no hay tantos propietarios ni tanta
irregularidad jurídica en la propiedad del suelo como en las áreas centrales;
el gobierno edifica vivienda social, los desarrolladores grandes conjuntos
habitacionales, los ricos construyen mansiones en grandes terrenos y los pobres
adquieren pequeños lotes sin servicios a precios accesibles (Rojas et
al., 2004). No
obstante, vale reiterar que esta forma de crecimiento urbano tiene muchos
inconvenientes: devasta el medio ambiente, incrementa la distancia de la
vivienda al empleo, aleja a la población de los servicios y equipamientos, y
–si se contabilizarán los verdaderos costos– la urbanización periférica es más
cara que la reutilización de las áreas centrales subutilizadas o abandonadas.
Por ejemplo, en Santiago de Chile el costo estimado de la urbanización periférica
es 11 veces más que la reutilización del centro de la ciudad (Aravena, 2005).
Por su parte,
las áreas urbanas centrales y los centros históricos pierden población y
vivienda, fenómeno que se genera por la combinación de varias causas:
desplazamiento de la función habitacional por actividades más lucrativas
(oficinas y comercios), deterioro edilicio y urbano, encarecimiento de las
condiciones de vida, así como de los programas de rescate
de los centros históricos.
En efecto, entre 1990 y 2000, en una década en que se realizaron muchos
programas de recuperación del patrimonio histórico: el centro histórico de
Quito perdió 31.4% de su población, el de Buenos Aires 20%, la comuna de
Santiago 17% y el de la ciudad de México 14%; mientras el centro histórico de
la ciudad de Puebla perdió 19.6% de sus habitantes entre 1992 y 1995
(Delgadillo, 2005). Sin embargo, a menudo las zonas metropolitanas que
contienen estos territorios centrales crecen en expansión física y en
población.
Así, en la
discusión aparecen dos modelos opuestos de urbanización: la ciudad
compacta, tema de
debate en las ciudades europeas (Wentz, 2000) versus la ciudad extendida, o bien, la vuelta
a la ciudad construida (Carrión,
2001) versus
el expansionismo urbano periférico. El primero contribuye a un desarrollo
urbano racional y sostenible, en tanto que el segundo es un modelo depredador
del medio ambiente y despilfarrador de la ciudad construida, además de que es
una expresión de la pobreza social urbana, de un desarrollo urbano liderado por
el mercado inmobiliario y de un gobierno fragmentado (particularmente en las
zonas metropolitanas) que, incapaz de actuar, asiste como espectador a la
expansión de la ciudad.
En este renovado
interés por recuperar las áreas urbanas centrales, Rojas et
al. (2004) incluyen
las áreas infrautilizadas o abandonadas, áreas deterioradas, así como la
infraestructura fabril y de comunicaciones abandonada u obsoleta debido a los
cambios tecnológicos y transformaciones en los sistemas de producción y en los
medios de transporte.
1.4. La
modernización selectiva del territorio
En las últimas
dos décadas, en varias ciudades latinoamericanas se han efectuado procesos de
reestructuración urbana a través de proyectos de gran dimensión en términos de
capital, superficie, tecnología y diseño que han conformado una nueva geografía
de centralidades múltiples y han obligado a una redefinición del papel que
desempeña el centro histórico en el conjunto de la ciudad. Se trata de un
proceso de modernización selectiva del territorio que se apoya en el paradigma
de la planeación estratégica, actúa en las áreas urbanas más
rentables y contribuye a la fragmentación de la ciudad y a incrementar procesos
de segregación socioespacial. En estos proyectos el Estado realiza las obras de
infraestructura y servicios para atraer al sector privado local y/o extranjero.
·
Desde
fines de la década de 1980, en Buenos Aires se han realizado importantes
proyectos viales, el reciclaje de hitos urbanos (El Abasto con inversión de
George Soros), la renovación del antiguo Puerto Madero y los programas de
rescate del casco histórico y de la Avenida de Mayo.
·
En
la ciudad de México las transformaciones espaciales desde principios de la
década de 1990 se distribuyen en la ciudad central y se extienden selectivamente por el
poniente a lo largo de corredores urbanos que articulan el ámbito
metropolitano. Las intervenciones más recientes se han realizado en Santa Fe
(de acuerdo con varios autores, éste es un enclave vinculado directamente con
el proceso de globalización), el Paseo de la Reforma (la Torre Mayor con
inversión del corporativo Reichmann), La Alameda y el Centro Histórico, donde
Carlos Slim –el inversionista más rico de América Latina– adquirió alrededor de
65 inmuebles a partir de 2002.
Para Marcelo
Balbó (2003) las transformaciones urbanas que desde la década de 1990 se
realizan en las ciudades latinoamericanas promueven la generación de una ciudad
excluyente y exclusiva para la población de elevados ingresos, el turismo y la
inversión internacional. Esta población tiende cada vez más a aislarse y a
construir una ciudad propia hecha de partes localizadas en
diversos territorios con acceso reservado, que se vinculan a través de vías
urbanas o metropolitanas construidas con costosas inversiones. Esta lógica de
la ciudad por partes
a nivel urbano y arquitectónico busca una distinción explícita con la ciudad
existente y reproduce, de manera más profunda, la segregación social y espacial
del territorio. Por su parte, Sergio Tamayo (2001) señala que la ciudad de México
en la década de 1990 sufrió grandes cambios: la centralidad urbana se expandió
a lo largo de ejes metropolitanos en el centro y poniente de la ciudad. Se
trata de pedazos de ciudad o archipiélagos con o sin conexión entre sí, donde la
arquitectura monumental en vez de construir ciudad ha contribuido a forjar un territorio
“fragmentado, selectivo, individualizado y a veces groseramente polarizado”
(Tamayo, 2001: 190). Como se verá adelante, la actuación selectiva en el
territorio alcanza a los centros históricos, donde se recuperan o intervienen los enclaves más
interesantes para el sector público y recientemente también para el privado.
1.5. El renovado
interés por el rescate de centros históricos
En las últimas
tres décadas, y particularmente en la última, en América Latina se
generalizaron los programas de recuperación de (una parte de) los centros
históricos, con grandes inversiones públicas y con contribuciones importantes
del sector privado bajo inéditas formas de gestión público-privadas, en general
en beneficio de las segundas. Estas iniciativas corresponden a un renovado y
creciente interés por conservar cada vez más un mayor número de objetos
patrimoniales producidos en umbrales de tiempo cada vez más cercanos. Tales
esfuerzos han transitado desde la promulgación de legislaciones y de la
restauración puntual de monumentos, hasta la realización de programas de
rehabilitación urbana de algunos territorios.
En una
investigación recientemente concluida (Delgadillo, 2005) que explora el futuro
de la vivienda tugurizada en los centros históricos de Buenos Aires, Quito y la
ciudad de México, se evidencian claramente los propósitos de los programas de
recuperación del patrimonio urbano arquitectónico impulsados por los gobiernos
nacionales y locales con cuantiosos recursos públicos, más allá de un discurso neutro que dice salvaguardar el patrimonio
nacional y de la humanidad. Cuatro son los grandes rasgos que caracterizan los
programas recientes de rescate de estos centros históricos:
1. La concentración de grandes
inversiones públicas a fondo perdido en las zonas más interesantes, rentables y
factibles para los sectores público y privado.
2. El uso del discurso del beneficio de
toda la sociedad y del interés público, cuando directamente se favorece al sector
privado (propietarios, desarrolladores inmobiliarios, promotores del turismo,
etcétera).
3. Los beneficios y la plusvalía son
apropiados por los particulares y la decisión de reinvertir en esos territorios
depende de ellos.
4. La ausencia de inversiones en los
barrios deteriorados, tugurizados y densamente habitados por pobres, que
también contienen un rico patrimonio edilicio. Además, los damnificados
directos de estos programas son las actividades populares que atentan contra la dignidad del patrimonio
(por ejemplo, la celebración de Reyes Magos en la Alameda de la ciudad de
México) y el comercio informal en la vía pública.
El resultado de
esta lógica de actuación es la profundización de las diferencias entre una zona
que se rescata y otra que permanece al margen de inversiones que reviertan el
deterioro y el caos urbano, y entre inversionistas que gozan de expectativas
positivas para recuperar el patrimonio y asegurar su negocio,
y residentes de bajos ingresos quienes en el mejor de los casos reciben significativas ayudas para mejorar sus condiciones de vida, valorar su patrimonio y algunos créditos parar
adquirir o mejorar su vivienda.
Desde la teoría,
uno de los principales avances en materia de protección del patrimonio urbano
arquitectónico es la perspectiva que reconoce a los centros históricos no como
un conjunto de piezas del pasado, sino como vigorosos y vitales espacios
urbanos que pueden aportar mucho para la construcción de la ciudad del futuro (fch, 2001; Herzog, 2006; Mercado, 1997;
Tung, 2002). Aquí aparece la calidad, vitalidad y posibilidades de uso del
espacio público; la escala humana de la ciudad histórica; la diversidad
cultural y socioeconómica de usuarios y residentes; así como el principio de
mezcla social, funcional y de financiamiento, lo que no implica revolver a los
diversos grupos socioeconómicos. Bajo este enfoque, los centros históricos y el
espacio público no se conciben como islas sino como espacios conformados en un
proceso histórico, social y político en el transcurso del tiempo y como una
parte muy importante de la ciudad que expresa problemas y dinámicas
socioeconómicas y políticas que se generan en ámbitos geográficos y en
dinámicas socioeconómicas mucho más amplias.
1.6. Competencia
entre ciudades y centros históricos
En la competencia
mundial que se da entre las ciudades por atraer capitales foráneos, los centros
históricos se han convertido en un valor adicional que se suma a las
capacidades y fortalezas de cada ciudad. Si varias ciudades pueden ofrecer al
capital internacional condiciones de inversión similares: infraestructura,
instalaciones fabriles, servicios financieros y de comunicaciones, mano de obra
barata, recursos humanos altamente calificados y un mercado cautivo constituido
por miles o millones de personas, los barrios antiguos aparecen como un objeto
único que posee valor histórico y cultural, accesibilidad y atributos
suficientes para incrementar el interés sobre esa ciudad. El marketing pretende atraer inversionistas y
colocar en una mejor posición a los centros históricos, pero también obtener
dividendos políticos que evidentemente no se logran de manera mecánica.
La idea de
obtener provecho político y económico de las transformaciones urbanas y
financiar los proyectos urbanos no es una característica de la globalización y
tampoco es nueva. Giandomenico Amendola (2000) recuerda que la tarjeta postal
es el más antiguo y menospreciado de los instrumentos de marketing
urbano, pero que en
el contexto de la globalización la venta de la imagen de la ciudad es una
empresa que adquiere otra dimensión, pues los capitales y las personas están
menos vinculados al territorio que en el pasado. Así, cada ciudad debe
encontrar una imagen estratégica para atraer inversiones, empresas y personas y
presentarla como la mejor posible para vivir, producir y competir; se trata de
convencer para atraer y de seducir para que la gente y la inversión se queden o
vuelvan. El riesgo es que para vencer la competencia se adecue la ciudad a las necesidades
del mercado
(inversionistas y turistas) y no para la población residente. En el caso
latinoamericano los esfuerzos son dobles: antes de vender la imagen hay que limpiarla y garantizar la seguridad para las
visitas, lo que incluye eliminar la fuerte presencia del comercio en la vía
pública y la delincuencia a través de programas de reordenamiento del comercio informal y de toda una
parafernalia de seguridad.
1.7. ¿Globalización o marketing político?
En América Latina
los esfuerzos de recuperación de los centros históricos parecen tener más
vínculos con procesos de marketing político que propiamente con el proceso de la
globalización de la economía. La incorporación del sector privado a estos
procesos de reconquista
de las áreas urbanas centrales en América Latina, a diferencia de las ciudades
europeas y norteamericanas, es apenas incipiente. En el caso mexicano, Patrice
Melé (1998) ha demostrado la activa participación del Estado, en sus diversos
niveles de gobierno, en las profundas transformaciones de sus centros
históricos efectuadas en las dos últimas décadas. Allí están el Centro de
Convenciones en el barrio de San Francisco del Centro Histórico de la ciudad de
Puebla, la Macroplaza de Monterrey, la Plaza Tapatía en Guadalajara, el
programa Échame una Manita (1991-1994) y el reciente programa (2002-2006) de
recuperación del Centro Histórico de la ciudad de México, así como el
remozamiento de otros tantos centros históricos de provincia. Melé señala que
si este conjunto de intervenciones no resolvió los problemas de deterioro, tráfico,
comercio ambulante e inseguridad, sí contribuyó a la construcción de una nueva
representación colectiva de esos espacios como lugares de identidad.
2. Las nuevas
políticas urbanas y de recuperación del patrimonio histórico en la ciudad de
México
2.1. ¿Una política
sin planificación?
Entre 2001 y 2006
el Gobierno del Distrito Federal (gdf)
realizó un conjunto de políticas urbanas, habitacionales y de recuperación del
patrimonio histórico que se aplicaron a las áreas urbanas centrales. Por un
lado, una pragmática política de desarrollo urbano promovió la construcción de
vivienda en las cuatro delegaciones centrales y la restringió en el resto del
territorio, asimismo, se ejecutó una ambiciosa política de vivienda que se
propuso realizar 150 mil acciones habitacionales en el sexenio para la
población de bajos ingresos. Por otro lado, en momentos diferentes se iniciaron
dos programas de recuperación del patrimonio urbano arquitectónico: a partir de
2001 el remozamiento del Paseo de la Reforma, como parte de la política de
turismo, y a partir de 2002 la nueva recuperación del Centro Histórico, que
acompaña al interés del inversionista más grande del país por rescatar ese
territorio.
Tales programas
se enmarcaban en una política más general de austeridad que repetía atender primero
a los pobres, pero
que en los hechos también otorgó privilegios a algunos inversionistas, a clases
medias y a la Iglesia católica (religión mayoritaria pero no única en el país).
En el primer caso se trata de los programas sociales que otorgan ayudas
económicas a adultos mayores, a personas con discapacidad, a niñas y niños en
situación de vulnerabilidad, desayunos escolares, reparto de leche,
mantenimiento de unidades habitacionales, así como créditos para el acceso o
mejoramiento de una vivienda; y en el segundo caso, se pueden incluir los
programas de rescate del Centro Histórico y del Paseo de
la Reforma, la Plaza Mariana y los segundos pisos a las principales vialidades
de la ciudad, en donde los recursos públicos se invierten a fondo perdido en
beneficio de propietarios, inversionistas inmobiliarios, clero católico y
usuarios de transporte privado.
Además, las
políticas de desarrollo urbano, vivienda y rescate del patrimonio histórico que
actúan en las áreas centrales no tienen vínculos entre sí (salvo retóricos), a
menudo son contradictorias y no se trata de acciones planeadas en el marco de
un proyecto consensado de ciudad (por lo menos en el año 2001), sino fruto de
la voluntad política del Ejecutivo local. Por ello, conviene analizar cada
política y programa por separado, pues cada una tiene su propia lógica de
financiamiento y actuación, así como su población y territorios objetivos.
2.2. Una política
restrictiva de desarrollo urbano, el Bando N° 2
En diciembre de
2000, a través de un instrumento informativo, el Bando
N° 2, se dieron a
conocer las directrices de la política de desarrollo urbano del segundo
gobierno democrático del Distrito Federal que limitaban la construcción de
unidades habitacionales (mayores de 35 viviendas) y desarrollos comerciales en
las cuatro delegaciones centrales.[6]
La preocupación,
expresada en el Bando de forma contundente, de revertir el
crecimiento desordenado de la ciudad, la pérdida de población, el vaciamiento
de las áreas centrales y la urbanización del suelo de conservación ecológica la
comparten académicos, gobiernos, intelectuales, funcionarios y otros actores
sociales, pero las discrepancias y críticas se hicieron por la forma pragmática
en que se pretendían alcanzar tales propósitos.
·
El
Bando
no fue producto de un proyecto consensado de ciudad ni tenía sustento en el
marco jurídico.[7] Adquirió estatus legal
hasta el año 2003 a través de su inclusión en el Programa General de Desarrollo
Urbano del Distrito Federal (pgdudf).
·
El
argumento sobre el despoblamiento de la ciudad
central es endeble,
pues aunque ésta perdió 1.2 millones de habitantes en 30 años, en el año 2000
eran ocho y no sólo cuatro las delegaciones que perdían población. Además, este
mismo proceso de pérdida de población se presenta en la cabecera de otras
delegaciones, como Xochimilco.
·
El
concepto de ciudad central confunde la centralidad urbana (un atributo funcional)
con un atributo geográfico que se aplica a cuatro demarcaciones políticas y no
corresponde con una ciudad de 18 millones de habitantes, integrada por un
sistema de centralidades múltiples alojadas en centros, subcentros, nodos y
corredores urbanos.
·
No
se previó la creación de reservas territoriales para la edificación de vivienda
social, lo que provocó el incremento del precio del suelo. Así, por ejemplo, la
población derechohabiente del Instituto del Fondo Nacional de Vivienda para los
Trabajadores (Infonavit) en el D. F. satisface su necesidad de vivienda en los
municipios vecinos, donde el suelo es más barato. El Coordinador Regional de la
Zona Metropolitana del Infonavit señaló claramente que de 26,853 créditos
otorgados por este instituto a sus derechohabientes en el D. F. en el año 2004,
75% se ejerció en el Estado de México (Morteo Báez, 2005). Así, esta política
urbana restrictiva provocó a su manera la expansión urbana periférica de la
Zona Metropolitana, donde la población de menores ingresos encuentra suelo y
vivienda accesible a sus ingresos.
La construcción
de vivienda en la ciudad central por el sector privado: los desarrolladores
inmobiliarios, que inicialmente se quejaban de las restricciones a la
construcción de vivienda en las delegaciones periféricas y por el
encarecimiento del suelo en las delegaciones centrales, parecen haber
encontrado un nicho de mercado que les permitió realizar un buen negocio
inmobiliario. De acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda
(Seduvi, 2006), hasta septiembre de 2006 se habían otorgado 149 mil
certificados de factibilidad de (construcción de) vivienda en todo el D. F.,
116 mil viviendas en las cuatro delegaciones centrales y 3,885 en el Centro
Histórico. Evidentemente, no todas estas viviendas se construyen, sin embargo,
las instituciones públicas generalmente deducen resultados favorables a partir
de estos trámites burocráticos. Por ejemplo, a partir de un registro de
licencias y manifestaciones de construcción, la Procuraduría Ambiental y del
Ordenamiento del Territorio del D. F. (paot,
2006) dijo que de 2000 a 2004 habrían llegado a la ciudad central cien mil
nuevos habitantes, mientras que la titular de la Seduvi señaló en septiembre de
2005 que, gracias a la política habitacional y de desarrollo urbano, la ciudad
central habría ganado
196,450 habitantes nuevos (Castillo, 2005).[8]
Así, se infiere un caudal enorme de nuevos habitantes, como si todas las
viviendas estuvieran ocupadas por gente que viene de fuera, como si hubieran
sido construidas para población de medianos o bajos ingresos y como si tuvieran
la misma composición familiar.
Las zonas donde
el sector privado ha producido una mayor oferta de vivienda para estratos
socioeconómicos medios y altos son las colonias con mejor infraestructura,
servicios, áreas verdes y espacios públicos. Los beneficiarios son personas que
pueden pagar un suelo encarecido (debido a la política del Bando
2). Vale añadir que
la edificación de nuevos conjuntos habitacionales ha estado acompañada de
protestas e inconformidad de vecinos de algunas colonias. Las quejas de la
población residente son en tres sentidos: el impacto de la llegada de nuevos
vecinos en términos de la capacidad de la infraestructura y los servicios, el
no respeto a la normatividad urbana y de edificación por parte de las empresas
constructoras, los malestares que causan las obras mismas, así como la
obstrucción de las vías de circulación.
2.3. Una ambiciosa
política de (financiamiento de) vivienda
Los compromisos y
metas de la política habitacional se plasmaron en dos documentos: a) el Bando
informativo N° 2,
comentado antes, señala que se impulsaría en las delegaciones centrales un
programa de construcción de vivienda para la gente humilde de la ciudad; y b) el Acuerdo
sobre Política Habitacional
(17/01/2001) que estableció la realización de 25,000 acciones de vivienda en
2001 (10 mil de nueva edificación en las cuatro delegaciones centrales y el
resto de mejoramiento en las demás delegaciones). Posteriormente las metas se
incrementaron a 150 mil acciones para el periodo 2001-2006.
La construcción
de vivienda pública ha estado a cargo del Instituto de Vivienda del Distrito
Federal (Invi) a través de dos grandes programas con algunas variantes:
construcción de vivienda en conjunto y mejoramiento de vivienda. En el marco
del primer programa –ante las dificultades de acceso a un suelo encarecido (por
la política restrictiva del Bando 2) y como consecuencia del derrumbe de
un inmueble en pésimo estado físico en una colonia del centro–, en 2003 se
inició el Programa Emergente de Vivienda para familias que habitan en inmuebles
en alto riesgo.
Así, se desplazó la construcción de vivienda nueva en baldíos o la sustitución
de inmuebles abandonados, de mucho interés para los desarrolladores
inmobiliarios, hacia las construcciones habitadas (y deterioradas) que
difícilmente importan al sector privado.
Vivienda
producida por el Gobierno del Distrito Federal: hasta septiembre de 2006 el
Invi había realizado 142,660 acciones para vivienda: 69,896 construcciones
nuevas y 72,764 en aspectos de mejoramiento y ampliación de vivienda. A través
del Programa Vivienda en Conjunto, hasta junio de 2006 se habían llevado a cabo
en la ciudad central 16,650 acciones de vivienda y en el Centro Histórico
3,364 en 110 frentes de obra (Seduvi, 2006, Anexo 9) (imagen i).
Imagen i
2.4. La nueva
recuperación del Centro Histórico
El Centro
Histórico de la ciudad de México se creó mediante decreto presidencial en abril
de 1980 bajo la figura de Zona de Monumentos con 9.1 kilómetros cuadrados. Este
territorio, que a mediados del siglo xix
más o menos constituía toda la ciudad, en el año 2000 alojaba
1.9% de la población del D. F. y representaba 1.4% de su superficie urbana
(0.8% de la población y 0.5% de la superficie de la Zona Metropolitana del
Valle de México). Sin embargo, funcional y simbólicamente este territorio
cumple una función que rebasa con mucho su superficie y la de la capital de la
nación.
El Centro
Histórico mantiene su vitalidad y función de centro metropolitano a pesar del
surgimiento de nuevas centralidades y del deterioro de algunos de sus barrios.
En efecto, hoy día este pequeño territorio de la ciudad constituye la mayor
concentración de actividades comerciales (formales e informales),
administrativas, culturales y de servicios, así como la mayor densidad de
monumentos históricos y artísticos del país. Es el territorio más accesible de
la zona metropolitana (la red de transporte público y en parte la red vial se
dirigen a él o lo atraviesan), por lo que atrae multitudes. Ésta es una de las
razones principales para la presencia del comercio informal, que a su vez atrae
a consumidores de bajos ingresos.
Ningún centro
histórico mexicano ha sido tan rescatado como el de la ciudad de México. Desde
fines de la década de 1960 este territorio ha sido objeto de cíclicos programas
de recuperación y mejoramiento,[9]
entre los que destacan: la Remodelación de los Centros Cívicos (1967); la
Remodelación del antiguo centro comercial de la ciudad de México (1972); la
Restauración de la Zona de Monumentos del Centro Histórico (1978-1982),
programa que de forma excepcional remozó algunas calles al oriente de Palacio
Nacional; ¡Échame una manita! (1991-1994), programa que actuó en 10% de ese
territorio; el Programa para el Desarrollo Integral del Centro Histórico
(1997-2000), elaborado e impulsado durante la gestión cardenista (se trata más
de un ejercicio de planeación participativa y de un plan de gestión que de
obra); y el Programa de rescate del Centro Histórico (2002-2006), realizado
durante la gestión de López Obrador. Este último actúa en el mismo territorio rescatado una década atrás por el presidente
Salinas de Gortari, cuenta con el mismo tipo de proyectos (remozamiento de
fachadas y sustitución de mobiliario urbano), igual reubica el comercio ambulante pero moderniza la infraestructura e
introduce fibra óptica y un sistema de seguridad basado en las recomendaciones
del ex alcalde (del Partido Republicano) de Nueva York, además de que se
construye la Plaza Juárez frente al jardín público La Alameda.
Los tres últimos
programas se han realizado a través del Fideicomiso Centro Histórico (creado
como entidad público-privada en 1991 y estatizado en 2002) y los tres han
apostado por involucrar al sector privado a partir de la realización de obra
pública y de la introducción de incentivos fiscales.
El último
programa de recuperación del Centro Histórico constituye un acto de voluntad
política por parte de
quien no quería hacer obras de relumbrón en el centro de la ciudad (como
remodelar el Zócalo a un costo de 150 millones de pesos),[10]
mientras hacia falta agua en la ciudad. Sin embargo, el jefe de gobierno cambió
de opinión una vez que el inversionista más rico de México y América Latina
mostró interés en invertir y recuperar esa zona patrimonio
de la humanidad. Así,
en agosto de 2001 los gobiernos federal y local instalaron un Consejo Consultivo
para el Rescate del Centro Histórico integrado por 125 personas (intelectuales,
inversionistas, artistas, etc.) y un Comité Ejecutivo de dicho consejo
integrado por tres ministros del gobierno federal (Cultura, Turismo y
Hacienda), tres Secretarías del gobierno local (Desarrollo Urbano, Turismo y
Desarrollo Económico) y cuatro representantes de la sociedad
civil: un periodista,
un historiador, el arzobispo de la Iglesia católica y el inversionista más rico
del país. Éste último preside además el Consejo
Consultivo que a
nadie consulta (sólo se reunió una vez, el día de su instalación) y donde están
ausentes representantes de la población residente y de los comerciantes de ese
territorio.
El gdf estatizó el Fideicomiso Centro
Histórico en febrero de 2002, institución a la que encomendó recuperar el núcleo
urbano, un territorio
de 34 manzanas que representan 5% del Centro Histórico, y destinó una inversión
pública a fondo perdido por un monto de 500 millones de pesos para la
realización de obra pública (que es como algunos gobernantes conciben la acción
de un buen gobierno).
Así, se mejoró una vez más un territorio mejorado una década atrás: se remozó
el espacio público, se sustituyeron pavimentos, banquetas y mobiliario urbano,
se remozaron fachadas, se modernizó la infraestructura y de nueva cuenta se reubicó a los vendedores
ambulantes
en las zonas remodeladas.
Por su parte, el
señor Slim, presidente del Consejo Consultivo, adquirió una serie de inmuebles
y se benefició de importantes exenciones fiscales locales y federales, que
parecen hechas ex profeso para este nuevo defensor del patrimonio urbano arquitectónico.
Entre abril de 2002 y mayo de 2004 adquirió 63 inmuebles a través de una
sociedad mercantil denominada Centro Histórico de la Ciudad de México, S. A. de
C. V., o de otras de sus empresas (Telmex, Inbursa, Carso) (imagen ii). La mayor parte de estos inmuebles
se ubican al sur del distrito de negocios y frente al Palacio de Bellas Artes.
Evidentemente no se privatiza el Centro Histórico, un territorio integrado por
poco más de 9,200 predios.
Imagen ii
¿La inversión
pública detona la inversión privada o viceversa? El gdf constantemente señala que gracias a la inversión pública
se ha detonado una gran inversión privada. De acuerdo con el gdf (aldf,
2003), entre 2001 y 2003 se consiguió una inversión privada de 5 mil millones
de pesos en el Centro Histórico, sin embargo, una lectura detenida de los
hechos permite afirmar lo contrario: la inversión privada detonó la inversión
pública. Todo indica que la inversión privada en el Centro Histórico se hubiera
realizado de igual modo y sin necesidad de un programa público de rescate: 1) el señor Slim ya había anunciado en
agosto de 2001 que invertiría mil millones de pesos para rescatar la zona, mientras que el gdf hizo del conocimiento público una
inversión de 500 millones de pesos para rescatar el Centro Histórico hasta
febrero de 2002; 2) algunos desarrolladores inmobiliarios
que invierten en la zona lo hacían desde antes del año 2000 y a partir del 2001
construyen vivienda nueva en partes periféricas del Centro Histórico, más por
la influencia de la política de desarrollo urbano (Bando
2) que por el rescate
del centro. A ellos no les interesa el patrimonio ni la rehabilitación de
inmuebles, su negocio es la construcción de vivienda nueva sobre lotes baldíos
o en sustitución de inmuebles.
2.5. Vivienda y
patrimonio, una acción pública híbrida
Como se señaló en
el apartado anterior, en el Centro Histórico se llevaron a cabo un número
importante de acciones habitacionales entre 2000 y 2006, sin embargo, se trata
de obras que en estricto sentido nada tienen que ver con el programa de
recuperación de este territorio. Son dos políticas sectoriales que actúan con
lógicas diferentes, se dirigen a población distinta en dos zonas diferentes del
mismo territorio denominado Centro Histórico; es decir, se trata de una gestión
doble, simultánea e híbrida.
Entre 2001 y
2006 el Invi realizó en el centro histórico 3,364 acciones habitacionales
(construcción nueva, rehabilitación o compraventa) y el sector privado 3,885.
Se trata de una contribución importante para evitar el despoblamiento y
mantener la función habitacional de la zona, sin embargo, son acciones viviendistas dispersas en las zonas oriente, norte
y sur del centro histórico que se caracterizan por el deterioro del espacio
público y la obsolescencia de la infraestructura. Salvo contadas excepciones,
no coinciden con el territorio donde actúa el programa de rescate del Centro Histórico. Estas acciones
no se acompañan de la mejora del espacio público y de la infraestructura, no
hay ordenamiento territorial, no se enfrentan presiones terciarias ni el
problema de los vendedores ambulantes y no hay medidas que mejoren la
seguridad pública. Además, la inversión en vivienda de interés social es en
parte recuperable, pues se trata del otorgamiento de créditos para el acceso a
una vivienda en propiedad.
En el otro
territorio constituido por 34 manzanas, el programa de rescate del Centro Histórico no sólo revalora
la propiedad privada a través de la mejora del espacio público y el
remozamiento de las fachadas, sino que se reubican las actividades consideradas
dañinas para la imagen urbana y la dignidad del patrimonio (el comercio ambulante
y la celebración de los Reyes Magos en La Alameda), se fortalece la
seguridad pública y la inversión pública se realiza a fondo perdido. Además, la
plusvalía que genera la acción no se recupera, merced a los incentivos fiscales
que facilitan los negocios privados.
Así, todo indica
que el último programa de rescate del centro histórico es una reedición
corregida y aumentada del programa realizado por la gestión salinista
de la ciudad, donde
se combina el beneficio de los sectores privado y público: el primero hace
negocios inmobiliarios al amparo de incentivos públicos y los propietarios
revaloran sus edificios a partir de las obras de remozamiento que gratuitamente
realiza el gobierno local; mientras que el segundo obtiene beneficios políticos
y demuestra que un gobierno de izquierda puede trabajar con la iniciativa
privada.
3. Los resultados de
la política de repoblamiento
Contrario a las
buenas cuentas del gobierno local, los últimos datos oficiales demuestran que
los trabajos de construcción de vivienda pública y privada no han conseguido
repoblar masivamente la ciudad central, es decir, que construir vivienda no
garantiza el repoblamiento. Veamos.
El Distrito
Federal es una entidad que desde la década de 1980 casi no crece. Esta relativa
estabilidad demográfica en realidad es la incapacidad de una
ciudad encarecida por retener a su población y ofrecer opciones accesibles de
alojamiento a la población de bajos ingresos. Además, aunque en los últimos 25
años el D. F. mantiene casi la misma población y densidad de habitantes, en los
municipios conurbados éstas se han incrementado. Es decir, la ciudad real
crece.
De acuerdo con
datos del inegi (2006), en el
periodo 2000-2005 el saldo neto de crecimiento poblacional del D. F. fue un
incremento de 115.6 mil habitantes. Sin embargo, al interior del territorio
ocurren diversos fenómenos.
Seis delegaciones siguen perdiendo población
(107,555 habitantes en total): Azcapotzalco, Coyoacán, Gustavo A. Madero,
Iztacalco, Benito Juárez y Venustiano Carranza (las dos últimas perdieron 5,461
y 15,347 habitantes, respectivamente)
De las 10 delegaciones que presentan un
incremento total de población de 223.2 mil nuevos habitantes, 97.3% (217.2 mil
habitantes) se realiza en ocho delegaciones con suelo de conservación
ecológico, las cuales son objeto de una política restrictiva de desarrollo
urbano: Álvaro Obregón, Cuajimalpa, Iztapalapa, Magdalena Contreras, Milpa
Alta, Tláhuac, Tlalpan y Xochimilco.
Sólo en dos delegaciones (Cuauhtémoc y
Miguel Hidalgo) se consiguió revertir el despoblamiento con un respectivo saldo
positivo de 5,093 y de 894 habitantes.
Por su parte, el
proceso de despoblamiento de la llamada ciudad
central corresponde
con un proceso de pérdida de vivienda entre 1980 y 2000, que se desaceleró
entre 1995 y 2000 y se revirtió en el periodo 2000-2005. Así, en los últimos 15
años la vivienda ha crecido a un ritmo casi cinco veces mayor que la población,
y en el último quinquenio lo hizo a un ritmo de 6.5 veces. Además del boom inmobiliario, este hecho se explica
porque las familias tienden a integrarse con menos miembros.
De acuerdo con
datos oficiales (inegi, 2006), en
el último quinquenio se contabiliza un incremento neto de 183,437 viviendas: la
mitad se edificó en cinco demarcaciones restringidas en la construcción de
conjuntos habitacionales.[11]
Por su parte, en las cuatro delegaciones centrales, donde se concentraron los
esfuerzos de construcción de vivienda con recursos públicos y privados, apenas
se registra la quinta parte del incremento habitacional del quinquenio con un
saldo neto de 36,214 viviendas (Benito Juárez 8,435 viviendas, Cuauhtémoc
13,128, Miguel Hidalgo 11,530 y Venustiano Carranza 3,121). Aquí se consiguió
detener la tendencia de pérdida de viviendas.
4. Comentarios
finales
En los programas
de gobierno que se realizan en el Centro Histórico no aparece estrategia alguna
de planificación, sino dos formas de actuación dirigidas a diferentes actores y
territorios sin vínculos: por un lado inversiones millonarias a fondo perdido
para remozar un pequeño territorio y, por otro, inversiones públicas
recuperables (créditos) y subsidios destinados a atender algunas vecindades en
riesgo de derrumbe donde habita población de bajos ingresos. Ambos tipos de
intervención no tienen vínculos entre sí y no se complementan: la inversión
público-privada en el distrito de negocios, al margen de generar un impacto
positivo en esa zona (en términos de recuperación del espacio subutilizado y de
una posible reinversión), no genera ningún beneficio en la zona tugurizada del
centro; mientras que las acciones viviendistas dispersas en la otra parte del
territorio difícilmente pueden revertir por sí solas el deterioro edilicio y
social, así como la pujante actividad del comercio informal que invade la vía
pública y ocupa los edificios como almacenes. En los hechos directamente se
subsidia mucho más a unos cuantos inversionistas que a las familias de bajos
ingresos que deben pagar los créditos recibidos. Además, estas políticas no
están exentas de contradicciones: revalorizan el mercado inmobiliario y las
propiedades privadas e implican el alza de las rentas urbanas, lo que
imposibilita la permanencia en ellas de los actores sociales de más bajos
ingresos.
Las acciones
habitacionales realizadas constituyen una gran contribución para intentar
revertir los procesos de despilfarro y despoblamiento de la ciudad central y
para frenar la depredación del medio ambiente en las periferias urbanas, pero
aún son insuficientes.
De acuerdo con
los datos estadísticos más recientes, en la ciudad de México no hay una
correspondencia directa entre la construcción de vivienda y la reversión de las
tendencias de despoblamiento. Es decir, construir viviendas no garantiza el
retorno o la permanencia de población. Aquí se apuntan una serie de causas que
pueden influir en este complejo fenómeno del despoblamiento en un contexto de
producción de viviendas: 1) las acciones habitacionales son mucho
menores que la dinámica de expulsión de la población, 2) las viviendas, entre ellas algunas
recientemente construidas, se destinan a usos más rentables (comercios,
almacenes u oficinas)[12] y
3)
la producción de vivienda, particularmente la que se destina a la población de
mayores ingresos, implica el desplazamiento de más pobladores que los que
beneficia.
Finalmente,
recuperar y repoblar un territorio requiere, por un lado, de un conjunto de
políticas sociales y económicas que reconstituyan el tejido social, eleven el
nivel de vida de la población residente (a través de programas de capacitación
y del acceso a empleos mejor remunerados) y por otro, de acciones de
mejoramiento de los barrios que acompañen las acciones habitacionales, como la
recuperación del espacio público, el ordenamiento de las actividades, el
control de las presiones terciarias y en su caso de la reubicación del comercio
ambulante,
la mejora de la infraestructura, la generación de equipamientos del barrio,
etc. Es decir, el retorno al centro, además de voluntad
política requiere de
un conjunto de políticas sociales y económicas definidas en el marco de un
proyecto consensado de ciudad.
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Recibido:
1 de marzo de 2007.
Aceptado:
6 de septiembre de 2007.
Víctor Manuel Delgadillo-Polanco. Es maestro en arquitectura y
planeación urbana por la Universidad de Stuttgart (1993) y doctor en urbanismo
por la Universidad Nacional Autónoma de México (2005). Fue consultor de la unesco para la elaboración del Programa
de Ordenamiento Urbano Ambiental y Plan de Gestión para la recuperación del
patrimonio cultural y natural de Xochimilco, entre 2005 y 2006, y actualmente
es profesor de tiempo completo en el Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales
de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Plantel San Lorenzo Tezonco.
Su línea de investigación actual se centra en urbanismo y patrimonio cultural
en América Latina: actores sociales y políticas públicas; políticas de
reciclamiento y desarrollo urbano, así como vivienda en áreas urbanas
centrales. Entres sus últimas publicaciones destacan: en coautoría con Ciro
Caraballo y Yadira Correa, “Planeación territorial y dinámica urbana, fuerzas
en choque continuo. Políticas de ordenamiento territorial y conservación
ambiental en Xochimilco”, en Ciro Caraballo (coord.),
Xochimilco, un proceso de gestión participativa, unesco-gdf-Delegación
Xochimilco, México, 2006, pp. 231-237; “Rehabilitación urbana, vivienda y
exclusión social en los centros históricos de América Latina”, en Fernando
Greene (coord.), Urbanismo y vivienda, unam,
México, 2005, pp. 181-194; “Die peripherie im Zentrum, die Rehabilitierung der
Altstädte führt zu neuem sozialen Ausschluss”, Lateinamerika
Nachrichten, Berlín,
2004, pp. 37-41; “Housing Rehabilitation in Mexico City’s Historical Downtown”,
revista electrónica del Programa de Intercambio Sur-Sur para la Investigación
en la Historia del Desarrollo del Instituto de Historia Social de los Países
Bajos, sephis, en
www.sephis.org/htm/papers/htm, 2003.
[1] El retorno al centro
no es un tema tan nuevo.
En el transcurso del siglo xx se efectuaron diversos proyectos para mantener,
mejorar o renovar el funcionamiento del centro de la ciudad. En este sentido,
este proceso se puede interpretar como un cíclico retorno al centro
bajo distintas concepciones, necesidades y paradigmas.
[2] El
impacto de la migración sobre el desarrollo se estima positivo en los países
receptores y expulsores, los primeros incrementan sus ganancias con mano de
obra barata y sin derechos laborales y en los segundos funciona como válvula de
escape para el desempleo, además de que las remesas que los migrantes envían
constituyen un importante ingreso de recursos económicos.
[3] La onu tiene una definición operacional de tugurio que
abarca una amplia forma de alojamiento para población de bajos ingresos y
combina factores físicos y sociales: hacinamiento, pobre calidad de la
vivienda, inseguridad en la tenencia del alojamiento, acceso inadecuado a
servicios, etcétera.
[4] Richard
Batley señala que la nueva economía mundial no explica las tremendas
desigualdades socioeconómicas de América Latina, pues tanto las regiones menos
vinculadas a la globalización (países del África al sur del Sahara) como las
más vinculadas (Europa y Asia central) “presentan mucho menos desigualdades”
(1998: 15).
[5] Carlos
García (2004) añadiría el repertorio de la ciudad hojaldre:
la
ciberciudad, la E-topia, la Dis-Topia, la ciudad chip, la Edge city o ciudad frontera, etcétera.
[6] Este
Bando restringía expresamente el crecimiento de la ciudad en nueve delegaciones
(Álvaro Obregón, Coyoacán, Cuajimalpa, Iztapalapa, Magdalena Contreras, Milpa
Alta, Tláhuac, Tlalpan y Xochimilco), señalaba que promovería el crecimiento de
población en las cuatro delegaciones centrales (Benito Juárez, Cuauhtémoc,
Miguel Hidalgo y Venustiano Carranza), pero omitía cualquier referencia a las
tres delegaciones restantes (Azcapotzalco, G. A. Madero e Iztacalco).
[7] El
marco legal respectivo se integra por la Ley de Desarrollo Urbano y su
Reglamento, y por los Programas de Desarrollo Urbano (uno general del D. F, 16
delegacionales y otros tantos parciales). Ningun programa prohibía la
construcción de vivienda en las delegaciones aludidas por el Bando N° 2.
[8] Los
cálculos provienen de considerar que se construyó 80% de 109,470 viviendas
dictaminadas como factibles para el área central, y que éstas las habitan 3.5
personas cada una.
[9] Para
una descripción y análisis de estos programas de rescate del Centro Histórico,
véase Delgadillo, 2005.
[10] Se
trata de un concurso público convocado por el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas, primer
Jefe de Gobierno electo en la historia del D. F., que pretendía recibir el año
2000 con el ombligo
del país (plaza mayor) embellecido.
[11] No
deduzco que se trata de la construcción masiva de vivienda, puede tratarse de
edificaciones aisladas y dispersas o del programa de mejoramiento de vivienda,
realizado por el Invi, que en varios casos construye nuevas viviendas en sitios
donde ya existe una.
[12] En el caso de algunas vecindades rehabilitadas recientemente por el Invi, he constatado el rápido cambio de uso del suelo por comercios o servicios. Aquí la crítica no radica en que una vivienda se destine a otra actividad que así le convenga a las familias residentes, sino a la política habitacional que otorga considerables subsidios al remozamiento de inmuebles que tal vez no los requieren, porque las actividades a las que se destinan pueden pagar los costos de rehabilitación.