Virtudes del
recuerdo: un acercamiento a las memorias colectivas en México
The virtues of remembrance: a close-up into the
collective memories in Mexico
Salvador Sigüenza-Orozco*
Abstract
In this
paper we consider memory as a collective process with social and cultural
implications. We analyse the collective memories in
Mexico by classifying them into two categories: traditional and civic. The
former is attributed to indigenous people and the latter is spread and
reproduced by the construction process of the national state. Although it is
true that this separation can be somewhat arbitrary, in every-day life they are
linked together and show certain equivalences as they
are cultural processes that make use of different mechanisms for their
reproduction. We have taken into account the experiences of indigenous leaders
and authorities that have pondered the importance of their local ways of organisation. We consider that it is important to improve
our knowledge of these processes in order to contribute to the respect of both
the processes themselves and the people that assume them.
Keywords:
collective
memory, traditional memory, civic memory, education, indigenous
people.
Resumen
En este trabajo
se considera a la memoria como un proceso colectivo con implicaciones sociales
y culturales. Se analizan las memorias colectivas en México caracterizándolas
en dos tipos: tradicional y cívica. La primera se atribuye a los pueblos
indígenas, la segunda promovida y reproducida por el Estado nacional en su
proceso de construcción. Y si bien para su comprensión se separan
arbitrariamente, en la vida cotidiana suelen encontrarse articuladas y
presentan equivalencias en tanto procesos culturales que recurren a diferentes
mecanismos para reproducirse. Se tomaron en cuenta las experiencias de líderes
y autoridades indígenas que han reflexionado acerca de la importancia de sus
formas de organización local. Se considera importante conocer mejor estos
procesos para contribuir al respeto de los mismos y de la gente que los asume.
Palabras clave: memoria colectiva, memoria tradicional, memoria cívica,
educación, pueblos indígenas.
* ciesas, Unidad Pacífico Sur (antes
Oaxaca). Correo-e: salvadorsgz@yahoo.com.
Introducción
A partir de los
años veinte del siglo pasado empezaron a llegar a varias regiones del país,
muchas de ella habitadas por pueblos indígenas, los maestros misioneros de la
Secretaría de Educación Pública. La labor de estos profesores apuntaba a
enseñar formas superiores de cultura a gente que aún vivía “como lo hacían las
tribus indígenas en tiempos de la conquista” (ahsep,
caja 171, exp. 1). Las actividades docentes requerían
necesariamente del proceso de castellanización ya que la inmensa mayoría de la
población era monolingüe indígena. El proceso educativo que se presentaba tenía
su grado de complejidad ya que implicaba modificar por completo formas y
hábitos de tradición milenaria que se confrontaban con los valores de la
educación nacional, la cual promovía –entre otros temas– la enseñanza de un
pasado nacional común, forjador de la identidad mexicana. Este pasado, esta
memoria de la cual el magisterio era portavoz, propuso insertarse en una
población con una memoria colectiva previa.
1. La memoria
La memoria es
registro y reconstrucción, es un proceso que se comunica (memoria comunicada) y
se hereda (memoria heredada) de forma cultural y social. Al ser colectiva se
erige en un conjunto de significados compartido y asumido por un grupo de
personas, a través de ella dicha comunidad se construye y existe. Maurice Halbwachs afirma que sólo hay una memoria, resultado de la
articulación social, la cual tiene marcos sociales que se pueden dividir en
generales (espacio, tiempo, lenguaje) y específicos (relativo a diferentes
grupos sociales). Estos referentes, estos marcadores, permiten el
establecimiento de un sistema global de pasado a través del cual se puede rememorizar de manera individual y colectiva (Halbwachs, 2004). Lo anterior se puede explicar mejor si
consideramos que los recuerdos, por muy personales que sean, existen vinculados
con la vida de la sociedad de la que se es miembro.
De los marcos
sociales señalados por Halbwachs, el lenguaje es el sistema
mediatizador
que transmite la experiencia y el pensamiento a los demás; más aún, la
transmisión de la experiencia y el pensamiento específicos requieren un
lenguaje determinado (Vigotsky, 1996). La función
fundamental de las palabras es la comunicación, es decir, el contacto social.
Sin embargo, se debe considerar que no es lo mismo el lenguaje oral que el escrito,
ya que mientras aquél no permite procesos de formulación complicada y su
velocidad no da tiempo a deliberar y elegir con claridad, en el lenguaje
escrito la comunicación se logra por medio de palabras complicadas y se erige
en la forma más elaborada de lenguaje. Una consideración adicional acerca del
lenguaje es que, como marco social, es el más elemental y estable para la
memoria, tanto que podría afirmarse que en general ésta depende de él. Por ello
la verdadera comunicación presupone una actitud generalizadora, lo cual implica
la unificación lingüística (pensamientos, códigos) ya que es difícil definir un
concepto fuera de su contexto.
A partir de la
creación del Estado nacional y, sobre todo, en su paulatino proceso de
consolidación, éste se asumió como responsable de la
memoria colectiva y
como portador de la misma, integrándola mediante la selección de viejas memorias e incluyendo nuevos
contenidos, para posteriormente reinterpretarla y difundirla. Este fue uno de
los mecanismos para construir la identidad nacional.
En el caso de
México, el Estado que surge después de la Revolución iniciada en 1910 asumió
que era fundamental establecer un nuevo régimen basado en el principio
republicano de división de poderes y en la atención de demandas sociales de la
población. Para lograrlo, se recurrió a diversos mecanismos entre los que la
educación tuvo un papel esencial, pues se le asignó el llevar a los rincones de
la patria las buenas nuevas del régimen revolucionario. Así, la
escuela y los maestros participaron de manera significativa en el naciente
esfuerzo de ingeniería social para atender los rezagos de la población, tarea
que en muchas regiones del país tuvo fuerte impacto en las cinco décadas
posrevolucionarias, años en los que la escuela prácticamente fue la única
institución oficial que arribó a ellas.
Pero, en muchos
lugares del país, la memoria que la escuela mexicana empezó a introducir y
reproducir de manera sistemática, se encontró con formas de organización y
tradiciones locales fuertemente arraigadas, muchas de ellas con prácticas
construidas a partir de elementos de las culturas prehispánicas y retomando
criterios de la administración pública implantados en la época colonial.
Con base en este
planteamiento considero la existencia de dos tipos de memoria que llamaré
memoria tradicional y memoria cívica. Ambos son fenómenos de carácter
individual y social que contienen elementos conscientes e inconscientes en la
interpretación y renovación del pasado; asimismo los dos son procesos
culturales que recurren a diferentes mecanismos y tienen determinadas
características y contenidos. Sólo que identifico a la memoria cívica como
resultado del colosal esfuerzo del Estado-nación por crear su memoria; es
decir, una memoria de carácter institucional, estatalizada. Por otra parte, la
memoria tradicional es la de los pueblos indígenas, una memoria amplia y no
institucional que tiene fuerte arraigo si se considera la tradición como algo
arraigado en el pasado.
Durante gran
parte del siglo xix y en el xx en México hubo un debate público,
cada vez más amplio, sobre lo que se consideraba culto y lo que se juzgaba
popular, entre lo que se valoraba moderno y lo apreciado como tradicional; así
como los medios adecuados para transmitirse y reproducirse (o no), entre los
que la escuela tuvo un papel principal. Asocio, entonces, lo culto-moderno a la
memoria cívica y lo popular-tradicional a la memoria tradicional; aunque lo
cierto es que ambos tipos de memoria se hibridaron recuperando contenidos
mutuamente. Más aún, frente a la memoria cívica la tradicional se conservó –en
ocasiones de manera clandestina– y posteriormente emergió para reclamar su
espacio; un lugar que, en ocasiones, realmente no había abandonado.
2. Memoria
tradicional y memoria cívica
En el afán por
comprender mejor la diferencia que planteo entre ambos tipos de memoria,
aislaré deliberadamente cada una de ellas para examinar los elementos que las
componen, no porque estén separados sino para contribuir a su mejor
comprensión, sobre todo de la tradición indígena.
Considero que la
memoria tradicional[1] es el conjunto de valores,
normas, rasgos culturales, formas de creencia, así como usos y costumbres
presentes en las prácticas y en los procesos comunitarios de los pueblos
indígenas. Estos pueblos cuentan con una personalidad colectiva, una identidad
comunitaria que se manifiesta en su lengua, su cosmogonía, sus tradiciones, sus
costumbres y sus formas de organización. Lo anterior implica la transmisión de
valores grupales, la visión sacralizada de la realidad, el respeto a las
autoridades comunales y el uso (en ocasiones exclusivo) de la lengua indígena.
La memoria tradicional se comunica a través de sistemas orales de producción
del conocimiento, el cual se acumula y transmite de manera intergeneracional.
Al ser de carácter oral, colectivo e histórico; no requiere de una institución
oficial para aprenderse, se asimila con la lengua y las prácticas habituales de
la vida misma –la familia, la comunidad– que la afianzan cotidianamente ya que,
como afirma Pitarch, es una categoría de experiencia
(2002).
Por su parte, la
memoria cívica[2] está compuesta por los
rasgos transmitidos oficialmente y que identifican al mexicano, como la
historia y la lengua nacionales; generalmente tiene un soporte escrito (el
libro y en especial el libro escolar de texto gratuito), se comunica a través
de instituciones (como la escuela) y se apoya en funcionarios (como los
maestros), lo que permite su repetición, expansión y afianzamiento.[3]
Esta memoria es parte de una política de Estado, es decir, los contenidos
educativos son parte de una política pública oficial que socializa y
nacionaliza de manera hegemónica, entendiendo con Gramsci
que el Estado no es sólo un control burocrático sino un todo que comprende la
cultura de un pueblo determinado. Al construirse una concepción hegemónica se
acepta la construcción del poder preeminente de un grupo, cuyos criterios y
valores generalmente se aceptan (Gramsci, 1975).
La memoria
cívica tiene un carácter predominantemente político y social, busca
homogeneizar las conciencias a través de instituciones de socialización con el
fin de afirmar los componentes territoriales, políticos y culturales de la
nación. La cultura pública, en especial el sistema educativo (generalizado,
público y unificado), funciona como mecanismo de cohesión social para que la
nación subsista de una generación a otra.
Los elementos de
ambas memorias no están desarticulados, se vinculan y relacionan mediante un
intercambio con base en intereses y perspectivas locales, que pueden ser
motivadas por el entorno físico o humano. La memoria tradicional se manifiesta
en una sociedad de actores colectivos, miembros de una comunidad con valores de
grupo; la memoria cívica se produce a partir de individuos legalmente iguales y
teóricamente homogéneos que participan en un proceso de socialización basado en
el sistema educativo oficial. La hegemonía con la que se puede caracterizar a
la memoria cívica provoca que, al mismo tiempo que hay dominio también hay
resistencia de la memoria tradicional, sobre todo porque el control y la
subordinación no son sinónimo de lealtad genuina.
Una primera
caracterización de ambos tipos de memoria se puede apreciar en el siguiente
cuadro.
Memoria
tradicional |
Memoria cívica |
Identidad comunitaria |
Identidad individual |
Respeto a autoridades comunales |
Inexistencia de autoridades comunales |
Actores colectivos |
Actores individuales |
Valores de grupo |
Valores individuales |
Conocimiento intergeneracional |
Conocimiento institucional |
Conocimiento oral y colectivo |
Conocimiento con soporte escrito |
Oralidad |
Lectoescritura |
Tradición popular oral |
Formas escritas y cultas |
Vida cotidiana |
Sistema educativo oficial |
Uso de lengua indígena |
Uso de la lengua nacional |
No es necesaria la alfabetización |
Necesidad de alfabetización |
Para la memoria
tradicional la oralidad es importante en la reproducción de la memoria y de la
opinión cotidiana. Es un instrumento horizontal al que todos tienen acceso;
además, supone acercamiento e intimidad, relación directa, contacto, persuasión.
Al transmitirse, la oralidad se conserva, a diferencia de lo pictográfico y lo
escrito, que puede ser destruido. Los componentes de la oralidad son lo
cotidiano, la memoria, las ideas; que integran “la clandestinidad profunda de
lo propio” (Martínez, 2003: 61). Es el modelo de reproducción de la vida y la
fuente primaria de comunicación, que riñe frente a lo escrito. Sin embargo,
debido a que la lectoescritura es la base de la relación con el mundo de la
memoria cívica y que mediante ella se negocia parte de la justicia cotidiana,
se debe implementar porque es un auxiliar en la reproducción del pensamiento y
en el establecimiento de relaciones sociales. Es decir, la lectoescritura es un
instrumento comunicativo que tiende puentes que van a permitir salvar los ríos
de las diferencias culturales. Cabe apuntar que, en el caso de las lenguas
indígenas, elaborar un lenguaje escrito es complejo porque se carece de cultura
lectoescritural, aunque en México durante los últimos
años ha habido avances significativos al respecto.[4]
Un sistema oral
se articula con profundidad histórica y tiene un vínculo fundamental con la
lengua y con sus modificaciones, así como con procesos simbólicos. Franco llama
a dicho sistema “enciclopedia tribal”, la cual reproduce saberes sociales: los
estructura, los ejecuta, los conserva y los transmite (Franco, 1997: 61-65). El
sistema oral y, por tanto la lengua, generan comunidades forjando solidaridades
particulares (Anderson, 1997).
Existe otro
elemento como medio de expresión y comunicación: la imagen. Lo que se ve nadie
lo cuestiona, pues demuestra lo certero. La imagen ilustra,
identifica, dice y comunica,
reproduce lo que se es: se erige en un discurso preelaborado
que se sujeta a diversas interpretaciones.
Si bien oralidad
e imagen forman parte de la conducta comunitaria, en el caso de la memoria
cívica puede afirmarse que junto al uso de imágenes predomina la lengua escrita
–nacional, por supuesto–.
Entonces, en el
nivel de la oralidad de la memoria tradicional se perfila la lectoescritura de
la memoria cívica. La capacidad de imprimir textos permite su reproducción
masificada lo que, al ser utilizado exclusivamente por un Estado educador
representa, al mismo tiempo, la posibilidad de estandarización y unificación
social. Para la memoria cívica la educación escolarizada es un elemento de vehiculación de la lengua y la cultura, que va a iniciar a
los miembros de la sociedad en el conocimiento de los valores y criterios de la
vida pública.
2.1 Elementos de la
memoria tradicional
Existe un
concepto, elaborado por intelectuales indígenas, que tiene relación directa con
el de memoria cultural: comunalidad. Esta propuesta
se sustenta en el pensamiento y la acción de la vida comunitaria, es la suma de
sus valores y de las individualidades (Martínez, 2003). Tiene su sustento en el
modo de vida y en la organización del tejido social de la comunidad (Maldonado,
2005). En este caso se trata de una comunidad geométrica y consensual, no
aritmética o acumulativa como la occidental, que masifica al individuo pero a
la vez lo separa; es decir, es más que la suma de individuos y se define por el
territorio, el consenso en la toma de decisiones, el ejercicio de la autoridad
como un servicio gratuito, el trabajo colectivo y los ritos y ceremonias (Díaz,
2001). El ejercicio cotidiano de la comunalidad lo
convierte en un modelo comunicado generacionalmente.
A partir de
dicho concepto, estos autores plantean la existencia de cuatro elementos
fundamentales y distintivos de la comunalidad: el
poder, el territorio, el trabajo y la fiesta.
2.1.1. Poder
comunal
En la
organización política comunitaria, la autoridad –que no el poder– se sustenta
en la asamblea general de ciudadanos o asamblea comunitaria y en el sistema de
cargos (sistema de puestos de gobierno comunitario), que tiene una estructura
definida. Bautista[5] y Alcántara[6]
señalan que este derecho indígena –colectivo– se contrapone al derecho positivo
–individual– y también implica la autodeterminación de los pueblos.
Las discusiones
de la asamblea pueden desarrollarse en la lengua originaria, que se caracteriza
por su oralidad. El debate que se realiza es para discutir y convenir las
características de las personas a elegir en los diferentes cargos, los cuales
se van nombrando de manera jerárquica a través de ternas, en un ambiente que se
pretende sea armónico a fin de que haya acuerdos y adecuaciones en aras de la
concordia social. Es decir, el mecanismo se dirige a articular, no a
confrontar. Los cargos tienen la obligación interna –no constitucional– de
servir gratuitamente a la comunidad, durante varios años.
Se considera que
el poder que resulta de la asamblea comunitaria carece de la intervención de
ideologías políticas partidistas, no presenta discordias por el dinero ni
enriquecimiento ilícito. Además, la estructura de funcionamiento de la
autoridad se va adecuando y adaptando a las necesidades de la comunidad
(Alcántara, 2004). Es decir, el derecho consuetudinario es un derecho
evolutivo; a pesar de que el principio de igualdad jurídica del siglo xix privó a los grupos étnicos de su
derecho consuetudinario (Cordero, 1997).
Sin embargo, hay
voces que afirman que esta estructura jurídica comunitaria ha sido violentada
por diferentes fenómenos que afectan los derechos colectivos, como “la
introducción de personas ajenas a la comunidad y por la educación oficial, la
cual introduce todo lo de afuera hacia adentro, no retomando los valores
culturales y los derechos de los pueblos y comunidades indígenas” (Bautista,
2004: 42). Otros elementos que han incidido en la ruptura del poder de la
asamblea y en la modificación del sistema de cargos son el caciquismo, los
partidos políticos, la migración y el protestantismo (Cordero, 1997).
Existe una serie
de ceremonias y rituales asociados al ejercicio del poder, de carácter
propiciatorio, de purificación y de agradecimiento que se celebran en lugares
considerados sagrados, con un valor altamente simbólico. Estas prácticas han
tenido cambios ocasionados por la celebración de las fiestas nacionales, por la
politización de rituales de las autoridades e incluso por la separación de la
organización civil de la religiosa. En la segunda mitad del siglo xx las transformaciones fueron
provocadas por la introducción de partidos políticos, el desarrollo de la economía y por las
comunicaciones. A ello se debe que en algunos pueblos el sistema se haya
modificado, como la paulatina desaparición del Consejo de Ancianos, la pérdida
de las Mayordomías o la disminución de la importancia del cargo de Alcalde
(Cordero, 1997). Curiosamente, en la conservación de los rasgos del sistema
tradicional tuvo que ver la no satisfacción, por el Estado nacional, de las
necesidades interiores de la comunidad, la falta de comunicaciones, el
monolingüismo y la lejanía de algunos sitios respecto de los centros urbanos.
En términos
legales este poder comunal lo reconoce el Código de Instituciones Políticas y
Procedimientos Electorales de Oaxaca (1995) como usos y costumbres, aunque
Martínez propone utilizar el concepto de comunalicracia
como modelo político, concepto que alude a la calidad, la competencia y el
prestigio para ejercer autoridad con base en el poder que emana de la asamblea
general, puesto que lo asambleario garantiza la relación directa entre poder
ejecutivo y población. En este sentido el cargo de representación adquiere un
factor de calidad, distinto al carácter de cantidad que se reproduce por medio
de la democracia representativa nacional. Comunalicracia
implica la disolución de cualquier posible sociedad política en la sociedad
civil. La representación es temporal y obligatoria, por lo mismo no permite la
especialización ni lo oficioso que conduce a la hegemonía del poder y su
concentración en pocas personas (Martínez, 2003: 50).
2.1.2. Territorio
comunal
El territorio
está dado como comunal e indivisible a la comunidad, representado por las
autoridades agrarias; también es comunal porque es un territorio sagrado (es
decir, en él se dan manifestaciones y expresiones de lo sobrenatural). El
territorio comunal implica la comunidad territorial. Más aún, se considera que
el territorio es la madre tierra del pueblo o la comunidad que se habita, ya
que es el espacio de reproducción de los mitos (cosmovisión), donde se vive en comunalidad, donde todo se realiza en común. El territorio
se comunaliza para sobrevivir.
2.1.3. Trabajo
comunal
Hay dos formas de
trabajo comunal: el tequio y la ayuda mutua. El tequio es el trabajo gratuito,
constante y obligatorio de todos los ciudadanos que participan en obras de
beneficio comunitario. Puede ser de barrio, comunitario e intercomunitario. Es
tal su arraigo que el gobierno ha recurrido a este tipo de trabajo para
optimizar el uso de recursos destinados a obra pública: en el sexenio del
gobernador Heladio Ramírez López (1986-1992) hubo un programa oficial llamado
Lluvia, tequio y alimentos, semejante en su operación al Programa Nacional de
Solidaridad del gobierno federal (1988-1994).
Si el trabajo
comunal es para beneficio familiar y de apoyo entre familias, se llama ayuda
mutua y es un mecanismo de igualación simbólica; dicha ayuda es solidaria
porque una relación pagada carece de reciprocidad.
En la vida
comunal el cumplimiento de obligaciones se liga al otorgamiento de derechos: quien
se aleja de la comunalidad se aísla de la comunidad. Si alguien evade sus obligaciones
significa que hay desigualdad, por eso no hay (o no debe haber) privilegios.
2.1.4. Fiesta
comunal
La fiesta se
organiza en un contexto de ayuda mutua y de reciprocidad, no es selectiva;
existen varios tipos de fiesta: comunitaria, familiar y de convivencia ritual.
En la fiesta se manifiesta la identidad (a nivel personal, comunitario,
regional y étnico) a través de elementos como la música, la danza, la
indumentaria, los alimentos y las bebidas, la lengua y la convivencia comunal.
La comunidad festiva, al ser un espacio de armonía y de resignificación
de lo tradicional, refuerza la pertenencia comunitaria.
2.2. Componentes de
la memoria cívica
En el caso del
Estado nacional, estos cuatro elementos (el poder, el territorio, el trabajo y
la fiesta) también están presentes y son parte importante de la memoria cívica,
con características propias entre las que cabe destacar su reproducción
institucional, sobre todo a través de sistemas escolarizados. El soporte de
estos elementos se encuentra en la legislación nacional y en las disposiciones
legales que cada una de las entidades federativas tiene.
2.2.1. El poder
En términos
constitucionales, México es una república representativa, democrática y
federal, integrada por estados federados, libres y soberanos (art. 40). La base
de la organización política es el sistema representativo –mediante elecciones
libres y periódicas– con partidos políticos que deben promover la participación
del pueblo en la vida democrática y representativa, haciendo posible el acceso
de los ciudadanos al poder público (art. 41). El supremo
poder de la
federación se divide, para su ejercicio, en ejecutivo, legislativo y judicial
(art. 49); sin embargo, debido a que la soberanía reside esencialmente en el
pueblo, éste tiene el derecho de alterar o modificar, en todo tiempo, la forma
de gobierno (art. 39).
La Constitución
señala que son ciudadanos de la República los mexicanos que hayan cumplido 18
años de edad y tengan un modo honesto de vivir (art. 34); con derechos (votar y
ser votado para cargos de elección popular, libertad de asociación política,
participar en el ejército para defender la República) y obligaciones
(inscribirse en el registro nacional de ciudadanos, alistarse en la Guardia
Nacional, votar en las elecciones, desempeñar los cargos concejiles del
municipio donde resida). El capítulo i
de la Constitución está compuesto por 29 artículos que son las garantías
individuales, entre las que se encuentran: la prohibición de la discriminación;
el reconocimiento de México como nación pluricultural; el derecho a la
educación que será laica, democrática y nacional; el derecho a las necesidades
básicas y al trabajo; la libertad de expresión, de asociación y de tránsito; la
libertad de culto y el derecho a la propiedad privada.
El conocimiento
de estos elementos del poder, que vinculo con lo que llamo memoria cívica, se
transmite fundamentalmente a través del sistema de educación básica.
2.2.2. El trabajo
Los mexicanos
tienen derecho al trabajo, el cual se debe realizar con su consentimiento y
mediante una retribución justa (art. 5); esta actividad es resultado del
esfuerzo individual en el que el sujeto participa de acuerdo a su capacidad y
competencia, generalmente mediante la demostración de sus aptitudes y capacidades.
Legalmente, las relaciones laborales están reguladas por la Ley Federal de
Trabajo y por una serie de disposiciones y normas que las reglamentan,
estipulando los mecanismos mediante los cuales se estructuran dichas relaciones
en cuanto a jornada laboral, salarios y prestaciones.
En este caso se
habla de trabajo individual, concepción diferente a la del trabajo dentro de la
memoria tradicional, donde puede ser individual y colectivo.
2.2.3. La fiesta
Las fiestas que
habitualmente convocan a la generalidad de los mexicanos son las de carácter
cívico, cuya observación en las escuelas es obligatoria por lo que involucran,
además de a los estudiantes, a la familia. Para el cumplimiento de estos
festejos existe un calendario oficial de estricta observancia, mismo que ha
sido un pilar fundamental en la construcción del imaginario nacional y en la
enseñanza de la historia. Así, las fiestas principales tienen que ver con
momentos considerados primordiales en la historia (independencia, revolución) y
con el natalicio de los héroes nacionales. Es común que estos festejos tengan
una fuerte carga política descontextualizándose, la mayoría de las veces, de su
significado histórico.
2.2.4. El
territorio
Los límites del
territorio nacional se establecen a partir de tratados y acuerdos de carácter
internacional, por lo que la frontera es resultado de acuerdos binacionales que
pueden obedecer a accidentes geográficos o a trazos definidos de manera
conjunta y hasta cierto punto de forma arbitraria. La Constitución mexicana
señala que el territorio está comprendido por las partes que componen la
federación (es decir, los estados), además del espacio sobre dicho territorio,
el mar territorial y las islas (arts. 42 y 43).
A manera de
conclusión
Se pueden señalar
algunos ejemplos de sincretismo, de concordancia entre ambos tipos de memoria
en diferentes momentos de la vida pública de los pueblos. En el caso de Oaxaca,
aproximadamente 73% de los municipios (418 de 570) elige a sus autoridades
mediante el sistema conocido como usos y costumbres, esto es, a través de
asambleas comunitarias en las que se nombra el poder comunal descrito
anteriormente. En muchos de estos municipios, como en los pueblos mixes de la
Sierra Norte, el cambio de autoridades se realiza el 31 de diciembre por la
noche; con motivo de este cambio se realizan ritos propiciatorios en cuevas y
caminos a la par que se llevan a cabo ceremonias cívicas con honores a la
bandera nacional.
Otro ejemplo que
se puede citar es el que tiene que ver con la reciente creación de un municipio
autónomo en la región trique, al poniente de Oaxaca. El 20 de enero de 2007 se
formalizó la creación del municipio autónomo de San Juan Copala,
en cuya ceremonia se pudo apreciar a mujeres triques vestidas a la usanza
indígena y portando la bandera nacional, o a niñas con sus huipiles
tradicionales portando los tambores de la banda de guerra, cuyos bordes estaban
decorados con los colores de la bandera nacional. Más aún, pues al margen de
estos dos elementos que pueden caer en el terreno de lo simbólico, tres de los
cinco puntos de la declaración del municipio autónomo señalan:
Segundo:
Las autoridades del municipio autónomo de San Juan Copala
son aquéllas que las comunidades y barrios que integran el municipio autónomo
han elegido libremente, a las cuales ha dado posesión el Consejo de Ancianos.
Estas autoridades podrán ser destituidas en cualquier momento si atentan contra
la voluntad del pueblo o se subordinan a las políticas del gobierno.
Cuarto:
Las autoridades del municipio autónomo de San Juan Copala
sujetarán sus actos a los usos y costumbres del pueblo trique y, en lo que
éstos no prevean forma de conducirse, a las leyes del Estado mexicano.
Quinto:
Las autoridades del municipio autónomo de San Juan Copala
representarán a las comunidades y barrios hacia el exterior del municipio,
respetando siempre la voluntad de sus ciudadanos y el respeto de la cultura
trique (La Jornada Ojarasca, 2007: 7).
Al principio de
este texto apunté que ambos tipos de memoria se hibridan y que la arbitraria
separación que he propuesto pretendía diseccionar los elementos que las
integran, para una mejor comprensión de cada una de ellas y de ambas a la vez.
Pero los dos tipos de memoria se articulan cotidianamente y tienen
consecuencias en la vida pública y social. Sin embargo, durante el siglo xx los pueblos indígenas objetivo
histórico de civilización
resintieron las políticas públicas encaminadas a implantar de manera hegemónica
la memoria cívica; sólo a partir de las últimas dos décadas de dicho siglo se
replantearon las ideas, los proyectos y las formas de relación entre lo
indígena y lo que no lo era, a fin de establecer un diálogo menos vertical y
con resultados sociales cuestionables, al menos en Oaxaca.
La dicotomía
entre memoria tradicional y memoria cívica no es una cuestión polarizada; las
dos no son tan distintas y se mezclan, dando lugar a una esencia que es
precisamente el sincretismo y no la diferencia extrema. Lo que hace la
identidad de las comunidades es precisamente la alquimia particular que
producen, con normas y prácticas de la sociedad nacional y heredadas. Conocer
mejor los elementos de la vida cotidiana de dichos pueblos, como su memoria
tradicional, contribuirá a que dicho diálogo adquiera un mayor significado en
la construcción de una sociedad más justa y digna.
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Aceptado:
9 de septiembre de 2007.
Salvador Sigüenza Orozco. Es doctor en historia por la
Universidad Complutense de Madrid; actualmente se encuentra adscrito al Centro
de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social del ciesas, Unidad
Pacífico Sur (antes Oaxaca), y es profesor en la Universidad José Vasconcelos
de Oaxaca. Su línea de investigación actual es historia de la educación. Entre
sus últimas publicaciones destacan: Héroes y escuelas. La educación
en la Sierra Norte de Oaxaca (1927-1972), inah-ieepo, Oaxaca, México, 2007; “1972: reforma educativa y valores cívicos en
la escuela primaria”, Educación 2001, 141, pp. 56-60 (2007); “Oaxaca:
educación y cultura en los años cuarenta”, Identidades,
Revista de Educación y Cultura,
2ª época, año iv, 15, Instituto
Estatal de Educación Pública de Oaxaca, pp. 49-57 (2005); “La idea de
nacionalidad en los Libros de Texto Gratuitos de México (1959-1972)”, Tzintzun, Revista de
Estudios Históricos,
41, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, pp. 57-82
(2005); “Maestros, misiones culturales y normales rurales en Oaxaca: los años
treinta”, Acervos, Boletín de los Archivos y Bibliotecas de
Oaxaca, 7(26),
México, pp. 25-32 (2004).
[1] Este concepto lo elaboré a partir de
mi experiencia familiar y personal, así como mi formación académica. Familiar
porque desciendo de indígenas mixes, quienes se han desempeñado como principales
en el pueblo de San Pedro y San Pablo Ayutla. La experiencia personal se
refiere al trabajo de campo con indígenas zapotecos durante la realización de
la tesis de licenciatura (1990-1992), así como el trato con diferentes pueblos
indígenas de Oaxaca durante los años que colaboré en el Instituto Oaxaqueño de
las Culturas (1993-1999). El concepto se enriqueció durante conversaciones con
investigadores del ciesas
Pacífico Sur y del inah
Oaxaca.
[2] Para
explicar lo que entiendo por memoria cívica tomo como punto de partida mi
formación como profesor y mi experiencia en la Secretaría de Educación Pública
(sep).
Además, el concepto fue ampliamente discutido con Antonio Niño durante la
elaboración de mi tesis doctoral, de la cual fue director.
[3] En la
escuela mexicana, particularmente en la primaria, la enseñanza de las ciencias
sociales –mucho tiempo dirigida de manera enfática a la instrucción de la
historia y a la celebración de los festejos nacionales–, contribuyó a que la
historia y el civismo se erigieran en el soporte del deber ser
del mexicano; dando así sustento a esta memoria que he llamado cívica.
[4] Los
primeros esfuerzos sistemáticos por contar con libros bilingües empezaron a
darse en los años cuarenta, cuando la sep imprimió cartillas bilingües
para castellanizar a la población indígena. Actualmente, la Comisión Nacional
de los Libros de Texto Gratuitos edita 189 libros en 55 variantes de 33 lenguas
indígenas.
[5] Melitón
Bautista López es originario del pueblo zapoteco de San Juan Tabaá, Villa Alta, en la Sierra Norte de Oaxaca; se
desempeñó como presidente municipal en 1994 y fue presidente de la Organización
de Autoridades Municipales del Sector Zoogocho (1994,
1997, 1998).
[6] Honorio Alcántara Núñez nació en Totontepec mixe, en la Sierra Norte de Oaxaca; en 1986 cumplió con el cargo de presidente municipal y en 2002 con el de alcalde único constitucional.