Movilidad urbana sostenible: un reto para las ciudades
del siglo xxi
Carmen Lizárraga Mollinedo*
Abstract
In this
study we analyse the facts that explain the
environmental and social unsustainability of the current model for urban
mobility, together with the negative external factors produced by the transport
service. To that end we use statistical data and recent theoretical advances.
We point out some of the principles that must govern a sustainable model for
urban mobility, which is one of the most important challenges for cities in the
21st Century if we wish to maintain or improve the life quality of
medium and large cities.
Keywords: transport economy, transport negative external
factors, sustainable urban mobility.
Resumen
En este estudio
se analizan los hechos que explican la insostenibilidad ambiental y social del
actual modelo de movilidad urbana, junto con las externalidades negativas que
provoca el transporte, utilizándose para ello datos estadísticos y aportaciones
teóricas recientes. Igualmente, se exponen algunos de los principios que deben
regir un modelo de movilidad urbana sostenible, uno de los grandes retos para
las ciudades del siglo xxi si se
desea mantener o mejorar la calidad de vida de las ciudades medias y grandes.
Palabras clave: economía del transporte, externalidades negativas del
transporte, movilidad urbana sostenible.
*Facultad
de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de Granada. Correo-e:
clizarra@ugr.es.
Introducción
En los últimos
decenios se han producido profundos cambios sociales, económicos y tecnológicos
que han derivado en un nuevo modelo de movilidad urbana. Ese modelo, que tiende
a implantarse globalmente, se caracteriza por el aumento de las distancias
medias recorridas, los cambios en los motivos de los desplazamientos y las
modificaciones en la localización de las actividades productivas (Miralles,
2002). Si bien las consecuencias de esos cambios son distintas según las
características institucionales, sociales y económicas de las ciudades, los efectos
más perversos se sienten en los países menos desarrollados. 
La distancia que
separa a los lugares donde se realizan las distintas actividades económicas y
sociales no ha dejado de crecer en los últimos decenios como consecuencia de
los avances tecnológicos y organizacionales. El incremento del binomio
velocidad-distancia ha permitido que la “distancia tecnológica” entre dos
puntos sustituya a la geográfica (Kohr, 1976) y que
gran parte del tiempo ganado por la disminución de la jornada laboral se dedique
a los desplazamientos. Los movimientos poblacionales hacia las áreas
circundantes a la urbe o a las ciudades dormitorio donde los individuos fijan
su residencia, han dado lugar a un cambio demográfico que conlleva
desplazamientos diarios desde la periferia hacia el centro en horas punta. El
aumento de los ingresos per cápita ha tenido como consecuencia una enorme
expansión del uso del vehículo privado como medio de transporte de pasajeros en
las áreas urbanas. Asimismo, los motivos que inducen a desplazarse se han
incrementado, pasando del obligado commuting (Monclús,
1992) al cotidiano comprar, recoger a los niños del colegio o acceder a bienes
culturales y sociales que requieren el uso de medios de transporte motorizados.
A esos hechos hay que unir la caída del precio de los vehículos de segunda
mano, la carencia relativa de transporte público de la periferia y la infraocupación de los vehículos privados. Las condiciones y
el tiempo dedicado a los desplazamientos representan otra fuente de disparidades
socioeconómicas, dado que cada vez se necesita más tiempo y dinero para
desplazarse en la urbe. Los viajes diarios se realizan sacrificando tiempo de
descanso, de consumo o de trabajo remunerado. Y ese fenómeno social afecta con
mayor severidad a los más pobres, que se trasladan a sus centros de trabajo y
escuelas en condiciones más incómodas, con mayores tiempos de desplazamiento y
teniendo que realizar con frecuencia dos o tres transbordos, ya sea en un mismo
tipo de transporte o en varios (pnuma,
2003). 
En las economías
modernas resulta imprescindible un sistema de transporte adecuado que
posibilite la movilidad poblacional y la consecuente accesibilidad a los
servicios. Sin embargo, su configuración actual está provocando fuertes
externalidades negativas y genera gran parte de los problemas de sostenibilidad
ambiental, social y energética, ya que atenta contra las máximas que H. E. Daly (1990) atribuía a un sistema sostenible: que el uso de
recursos renovables no supere sus tasas de regeneración o el tiempo de
obtención de sustitutos, y que las emisiones de contaminación tampoco superen
la capacidad de asimilación del ambiente. A escala global, se sufre
contaminación atmosférica y calentamiento del planeta por las emisiones de los
vehículos, y destrucción de zonas naturales por la continua expansión de las
vías de circulación. A escala local, la configuración de las áreas
metropolitanas está conformando un modelo intensivo en el uso del vehículo
privado, subutilizado en el número de personas que transporta, derrochador de
energía y de efectos sociales perniciosos. Para los colectivos más pobres y
marginados, ese modelo de movilidad urbana representa una nueva fuente de
desigualdad en el acceso a bienes y servicios de primera necesidad, y una
barrera, en muchos casos, insuperable y fortalecedora de la existencia de
guetos urbanos.
Todos los
motivos mencionados han hecho de la movilidad urbana sostenible un término
políticamente correcto y públicamente aceptado. Sin embargo, llevarla a cabo
supone desvincular el crecimiento del transporte del crecimiento económico,
tarea nada fácil. Algunas de las medidas a adoptar para lograrla suelen ser
bastante impopulares, especialmente las referidas al racionamiento y a la
tarificación, puesto que requieren un cambio comportamental del usuario y
generan ganadores y perdedores al modificarse la función de bienestar social.
La elaboración de una declaración de intenciones sobre movilidad urbana
sostenible es sencilla, pero la puesta en marcha de medidas que realmente la promuevan
no lo es tanto. 
El objetivo de
este trabajo consiste en poner de manifiesto los aspectos que explican la
insostenibilidad ambiental y social del modelo de movilidad urbana en su
configuración actual, analizar las externalidades negativas que provoca el
transporte, y desarrollar los principios necesarios para concebir un modelo de
movilidad urbana sostenible. Por último, se exponen las conclusiones que se
derivan del estudio.
1. El modelo de
movilidad global y urbana: un caso de insostenibilidad
El inexorable
crecimiento de la movilidad urbana se ha basado en el uso intensivo de
vehículos motorizados privados, cuyo número pasó de 50 a 450 millones durante
los últimos 50 años del siglo xx.
En Europa se adquieren unos tres millones de coches nuevos al año, y en los
Estados Unidos el tráfico interurbano de pasajeros en automóvil aumentó 57%
entre 1980 y 1996, mientras que el tráfico en ferrocarril aumentó sólo 26% (Directorate-General for Energy and Transport, 2004). En
el resto del mundo, la utilización masiva de automóviles privados está
extendiéndose con suma rapidez, especialmente en los países en desarrollo,
donde se prevén incrementos del índice de propiedad de vehículos de más de 300%
(cuadro 1).
Cuadro 1
Índice de
propiedad de vehículos (vehículos/1,000 hab.)
| Región | 1995 | 2000 | 2005 | 2010 | 2015 | 2020 | Incremento porcentual | 
| Norte América | 746.1 | 781.1 | 796.8 | 798.5 | 789.6 | 765 | 2.5 | 
| Europa Occidental | 437.1 | 464.6 | 488.5 | 507.2 | 517.6 | 530 | 21.3 | 
| ocde (Pacífico (Japón,
  NZ, Aus) | 541.2 | 575.9 | 596.8 | 610.5 | 608 | 590 | 9 | 
| Unión Soviética | 104.2 | 120 | 139.9 | 162.5 | 184 | 205 | 96.8 | 
| Europa del Este | 174.5 | 207.3 | 242.7 | 275.4 | 344.5 | 450 | 157.9 | 
| Economías con 
  Planificación Central,  incluida
  China | 7.7 | 13.2 | 18.7 | 24.4 | 29.7 | 35 | 354.5 | 
| Otros del Pacífico Asiático | 56.5 | 79.2 | 100.5 | 121.4 | 143.5 | 160 | 183 | 
| Sudasia, incluida
  India | 6.5 | 9.7 | 13.5 | 18.2 | 23.7 | 32 | 393.1 | 
| Oriente Medio y África   del Norte | 24.3 | 30.6 | 34.5 | 38.7 | 38.8 | 38 | 56.3 | 
| América Latina, incluido México | 99.4 | 109.8 | 124.2 | 140.5 | 158.8 | 180 | 81.1 | 
| África Sub-sahariana | 21.1 | 21.1 | 21.1 | 21.1 | 21.1 | 21 | -0.3 | 
Fuente: Elaboración propia a partir de Fulton y Eads (2004).
Como se puede
observar en el cuadro 2, en América Latina los índices de propiedad vehicular
son aún bajos, si bien su valor se encuentra en aumento. Ese hecho se ve
acentuado porque en ciudades como Sao Paulo o Quito, los desplazamientos en
transporte público han disminuido en los últimos años como consecuencia de la
inseguridad, especialmente por la noche. En esos casos, los individuos que se
lo pueden permitir acuden al uso de vehículos más pequeños y relativamente más
seguros o, si no, realizan menos desplazamientos. Los hechos son tan graves que
la ausencia de un transporte público seguro ha provocado el abandono de las
escuelas nocturnas por parte de las niñas de las familias más pobres.
Cuadro 2
Índice de
propiedad de vehículos en América Latina por países (vehículos/1,000 hab.)
| País | 1980 | 1990 | 1999 | 2000 | 
| Uruguay  | 75.6 | 122.2 | 199.7 | 195.2 | 
| Argentina  | 107 | 131.7 | 138.1 | 145.3 | 
| México  | 58.5 | 82.2 | 105.6 | 109.5 | 
| Chile  | 40.2 | 54.2 | 88.1 | 86.7 | 
| Panamá  | 50.3 | 55.1 | 76.9 | 75.6 | 
| Brazil  | 65.5 | -  | 68.6 | -  | 
| Venezuela  | 99.8 | 81.1 | 59.7 | -  | 
| Bolivia  | 2.6 | 17.9 | 36.2 | 37.3 | 
| Perú  | 17.9 | 16.9 | 26.8 | 28.2 | 
| Ecuador  | 8.2 | 16.1 | 26.4 | -  | 
| El Salvador  | 15.8 | 10.2 | 23.3 | 23.8 | 
| Colombia  | 18.4 | 20.4 | 18.4 | -  | 
| Honduras  | 7.2 | 7.9 | -  | -  | 
| Paraguay  | 18.8 | 39.2 | -  | - | 
Fuente: United
Nations Environment Programme (2002).
El aumento de
los índices de propiedad de vehículo privado ha venido acompañado de la
sobreutilización de éste en los desplazamientos personales. En Europa, para 75%
de la distancia recorrida se utiliza el automóvil privado, y en los Estados
Unidos esa cifra asciende a 91% (cuadro 3). Aunque existe la idea extendida de
que el automóvil aumenta la libertad de movimiento, se olvida que una movilidad
creciente no siempre garantiza un crecimiento idéntico en el grado de
accesibilidad.[1] La mayor dependencia del
vehículo privado para los desplazamientos personales ha generado demandas
adicionales de transporte que sólo se pueden satisfacer con más automóviles.
Ese modelo de movilidad urbana ha tenido consecuencias negativas en la vida
social, porque se margina a los colectivos más desfavorecidos y a las áreas
periféricas. El crecimiento desordenado de la urbe provoca un desarrollo
disperso y de baja densidad desde el núcleo urbano y, a menudo, evita áreas
poco desarrolladas en favor de otras que compiten por el desarrollo (Burchell et al., 1998). Además, genera un aumento de
los costes públicos y privados, reduce la capacidad fiscal del centro
tradicional y deviene en problemas de infraestructura y deterioro de sus
servicios. El transporte, servicio de unión en su origen, se convierte, a la
postre, en una fuente de disparidades económicas y sociales (ocde, 1996).
Cuadro 3
Características
de los desplazamientos personales en Europa y los Estados Unidos
| Medio de
  transporte | Europa | Estados Unidos | ||
| Viajes % | Distancia % | Viajes % | Distancia % | |
| Coche | 62 | 75 | 86 | 91 | 
| A pie | 25 | 2 | 5 | <1 | 
| Bicicleta | 5 | 3 | <1 | <<1 | 
| Tren | 1 | 6 | <<1 | <<1 | 
| Aire | <<1 | 5 | <1 | 3 | 
| Otros transportes públicos | 7 | 9 | 2 | 2 | 
| Número medio de viajes diarios | 3 | 4.3 | ||
| Longitud media del viaje | 13 km | 15 km | ||
| Tiempo dedicado al viaje | 60 min/día | 60 min/día | ||
Fuente: European Union Road Federation (2004).
Aunque se están
produciendo avances tecnológicos que posibilitan reducir el consumo de
combustible de los automóviles, el creciente número de éstos y su mayor uso,
así como la reducción de su índice de ocupación, hacen que aumenten el número
de vehículos en las carreteras y las emisiones contaminantes (Unión
Internacional de Transporte Público [uitp],
2003). El consumo medio de combustible de los coches nuevos en la Unión Europea
(ue) se redujo de 10 a 8.2 litros
por cada 100 kilómetros, aunque esa mayor eficiencia energética ha sido
superada, con creces, por el aumento del parque automovilístico y del
porcentaje de coches grandes y de mayor cilindrada. 
Para medir el
índice de ocupación se suele utilizar, por un lado, la ocupación media del
vehículo, esto es, número de pasajeros que, por término medio, viajan en cada
vehículo, para cada motivo de desplazamiento; y, por otro lado, la tasa de
ocupación individual, es decir, en qué porcentaje de desplazamientos hay un
solo ocupante en el vehículo, para cada motivo de viaje. Los datos del Reino
Unido muestran un bajo índice de ocupación medio, que se ha reducido desde
1985, cuando era de 1.64, hasta 2004, cuando llegó a 1.59. En ese año, la
ocupación media del vehículo oscilaba entre 1.2 individuos, en el caso del commuting o los viajes de negocios, y 2.1 en los viajes por
vacaciones (cuadro 4). Además, en 60% de los desplazamientos el vehículo sólo
cuenta con un ocupante, y ese porcentaje asciende a 86% de los casos para los commuters y viajantes de negocios
Cuadro 4
Ocupación media
de los vehículos en el Reino Unido, por motivo del viaje, 2004
| Tasa de
  ocupación del vehículo | ||
| Ocupación
  media | Tasa individual de ocupación | |
| Commuting | 1.2 | 85 | 
| Negocios | 1.2 | 85 | 
| Educación | 2 | 37 | 
| Compras | 1.7 | 48 | 
| Negocios personales | 1.5 | 64 | 
| Ocio | 1.8 | 51 | 
| Vacaciones | 2.2 | 34 | 
| Otros | 1.9 | 45 | 
| TOTAL | 1.6 | 60 | 
Fuente: Department for Transport (2005).
1.1. Insostenibilidad
global
La configuración
global del sector del transporte genera gran parte de los problemas de
sostenibilidad ambiental y energética mundial y explica, en parte, la
insostenible movilidad urbana. 
Los sistemas de
transporte necesitan recursos naturales de todo tipo: combustibles fósiles no
renovables, hormigón y acero para construir autopistas, y metales ferrosos y no
ferrosos para fabricar los vehículos. Con todo, el problema ambiental más grave
asociado con el modelo de transporte actual es su dependencia, en 98%, de
energías fósiles no renovables, y la degradación ambiental asociada con la
producción, transformación y consumo final de esa energía.[2] En
2003, la demanda mundial superó los 10,500 millones de toneladas equivalentes
de petróleo (mtep) y, según el World Business Council for Sustainable Transport (wbcst) (2004), en 2030 el sector del
transporte será el principal consumidor de energía, por delante de la
industria. Entonces, el mundo consumirá dos veces más energía que en la
actualidad, y la mayor parte corresponderá a los países en desarrollo (Kenworthy y Laube, 2001). 
El consumo de
derivados petrolíferos está desigualmente repartido, tanto por sectores
económicos como por áreas geográficas. A escala internacional, el transporte
consume más de 60% de todos los productos de petróleo, y sólo los países de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (ocde), con 15% de la población mundial,
consumen 60% de la energía, hecho que les otorga una gran responsabilidad en la
actual crisis ambiental (aie,
2002).
Por lo que se
refiere al consumo de petróleo por modos de transporte, la carretera consume
más de 80% del total, y el sector aéreo, alrededor de 15%, repartiéndose el
resto entre los sectores ferroviario y marítimo (ocde, 1996). Además, el transporte aéreo y los automóviles y
camiones consumen, proporcionalmente, más energía por pasajero-kilómetro o por
tonelada-kilómetro que el transporte ferroviario o la navegación por aguas
continentales. Las necesidades de energía por pasajero y por volumen de carga
varían en función no sólo de la modalidad del transporte, sino también de la
tasa de ocupación; esto es, del número de pasajeros que viajan en un automóvil
y del porcentaje de carga en los camiones. En el año 2000, el transporte por
carretera consumió las tres cuartas partes del combustible utilizado por todos
los modos. Dentro de éste, los vehículos ligeros utilizaron 80% de la gasolina,
y los camiones, 75% del diesel (Fulton y Eads, 2004). Las proyecciones sobre el uso de combustible
en el sector del transporte a escala internacional, entre 2000 y 2050, ponen de
manifiesto que se producirá un incremento de 250% en el consumo de combustibles
fósiles no renovables (gráfico i).
Gráfico i
Utilización de
combustible por modo de transporte terrestre, 2000-2050 (exajoules)

Fuente: Elaboración propia a partir de Fulton y Eads (2004).
En el cuadro 5
se recogen datos sobre el consumo energético per cápita en distintos países del
mundo, y se observa allí que los habitantes de las áreas más prósperas e
industrializadas consumen hasta nueve veces más que los habitantes de Europa
Central y Oriental, Asia o África. Un dato preocupante es que América Latina,
con un consumo anual de energía per cápita inferior al de los Estados Unidos o
Europa Occidental, presenta altas tasas de emisión de Gases Efecto Invernadero
(gei). Uno de los factores que
puede explicar ese fenómeno es la baja calidad del combustible, unida al clima
o a las características del parque vehicular, si bien México y Chile presentan
estándares más rigurosos para los combustibles debido al alto nivel de
contaminación de sus capitales. Existe, asimismo, una alta correlación entre el
modo de desplazamiento utilizado, el consumo de energía per cápita y las
emisiones contaminantes. El consumo de energía es cuatro veces menor en las
ciudades donde la proporción de desplazamientos a pie, en bicicleta y en
transporte público aumenta de 15 a 60%.
Cuadro 5
Densidad, medio
de transporte elegido, consumo energético y emisiones per cápita, 1999
| Región | Densidad (hab/ha) | Desplazamientos a pie, en bicicleta y
  en transporte público  (%) | Consumo anual de energía
  (Mjulios/hab) | Emisiones (CO, SO2, NOx,
  COV) por habitante  (kg) | 
| EE.UU. y Canadá | 18.5 | 14 | 51,500 | 237 | 
| Oceanía | 15 | 21 | 30,500 | 189 | 
| Europa Occidental | 55 | 50 | 16,500 | 88 | 
| Europa Central y Oriental | 71 | 72 | 8,000 | 89 | 
| Asia (ciudades prósperas) | 134 | 62 | 11,000 | 31 | 
| Asia (otras ciudades) | 190 | 68 | 6,000 | 84 | 
| Oriente Medio | 77 | 27 | 15,500 | 215 | 
| África | 102 | 67 | 6,500 | 148 | 
| América Latina | 90 | 64 | 11,500 | 118 | 
Fuente: Kenworthy y Laube
(2001).
En la Zona
Metropolitana del Valle de México (zmvm),
desde 1990, el transporte ha sido el principal consumidor de energía, aunque su
participación está declinando en favor de la industria (cuadro 6) (Secretaría
de Ecología del Gobierno del Estado de México et al., 2004). La planificación integrada
del transporte, del ambiente y del territorio de la zmvm es crucial para lograr los objetivos ambientales y
sociales de movilidad urbana.
Cuadro 6
Consumo
energético por sector en la zmvm,
1990-2000
(Porcentajes)
| 1990 | 1995 | 2000 | |
| Transporte | 48.4 | 48.7 | 44.8 | 
| Industria | 36.7 | 35.6 | 39.4 | 
| Residencial/comercial | 14.9 | 15.7 | 15.8 | 
| Total | 100 | 100 | 100 | 
Fuente: Secretaría de Ecología del Gobierno del Estado de
México et al.
(2004).
El predominio
creciente del transporte motorizado privado por carretera hará que la
utilización de petróleo siga aumentando. Al ritmo actual de extracción, las
reservas estimadas de carbón durarán 1,500 años; las de gas natural, 120, y las
de petróleo, 60. Sin embargo, pese a esas previsiones, no es probable que el
mundo se quede sin petróleo, porque aumentarán los precios, se explotarán
campos petrolíferos y fuentes de petróleo hasta ahora no rentables (como los
esquistos bituminosos y las arenas asfálticas), y aumentará la dependencia de
otras fuentes de energía (Santamarta, 2004). 
La
insostenibilidad del sector transporte también viene explicada por la ocupación
del terreno, la intervención en los ecosistemas y la transformación del paisaje
para el trazado de carreteras y autopistas. Más de 65% de la superficie de Los
Ángeles está pavimentada, 2% del territorio de los Estados Unidos está ocupado
por el automóvil (carreteras, calles, aparcamientos), y en la ue-15, sólo la red vial ocupa 40,000
kilómetros cuadrados. En las urbes, el modo de transporte que requiere más
espacio es el vehículo privado, estacionado 90% del tiempo (de 20 a 22 horas al
día), y un desplazamiento diario del hogar al trabajo ocupa, por término medio,
un espacio 90 veces superior al mismo desplazamiento efectuado en metro, y 20
veces mayor al efectuado en autobús o tranvía (Kenworthy
y Laube, 2001; uitp,
2003). En la Ciudad de México, paradójicamente, 80% de los desplazamientos se
realiza en medios de transporte público, pero más de 80% del espacio público destinado
al tránsito está ocupado por automóviles privados. Además, pese al aumento de
la flota vehicular, la antigüedad promedio de los automóviles no ha disminuido,
y en 1998 la cuarta parte tenía 15 años de antigüedad, o más (pnuma, 2003). 
Con carácter
general, los aspectos relacionados directamente con las condiciones de
polarización y desigualdad social son obviados en los análisis de
sostenibilidad, centrados, habitualmente, en temas ambientales. Sin embargo,
los problemas de movilidad resultan especialmente importantes para los
colectivos más desfavorecidos. En las grandes ciudades y megaciudades,
las velocidades medias de viaje en los días hábiles están disminuyendo. En el
centro de la Ciudad de México, Manila, Shangai o Sao
Paulo, en un día hábil se circula entre ocho y 15 kilómetros por hora. Para
México existen investigaciones que demuestran que 20% de los trabajadores
emplea más de tres horas en los desplazamientos diarios al trabajo, y que 10%
emplea más de cinco horas. En América Latina existen crecientes signos de
desarticulación del mercado de trabajo, especialmente en algunas grandes
ciudades como Sao Paulo o la Ciudad de México. Este hecho, unido al deterioro
en las condiciones del transporte público urbano y a la imposibilidad de ser
propietario de un vehículo, supone, para los más pobres, un importante factor
de exclusión social (Banco Mundial, 2002). Además, el crecimiento urbano
desordenado aumenta, desproporcionadamente, los costes de desplazamiento al
trabajo, con grave perjuicio para los pobres, que también sufren el deterioro
del ambiente y de la seguridad vial y personal.
1.2. Costes externos
Junto con la
dependencia energética y los aspectos sociales, principales causas de la
insostenibilidad del modelo de transporte actual, hay que considerar las
externalidades negativas, costes a terceros no incluidos en el precio de la
mercancía. El elevado número de víctimas y accidentes de tráfico que se produce
cada día, o los efectos negativos de la congestión de tráfico urbana, son
aspectos que no pueden soslayarse en este análisis.
En la ue se han evaluado esos costes, en
términos totales, medios y marginales, en los informes INFRAS-iww (1999, 2004). Se han considerado
componentes del coste externo del transporte: los accidentes de tráfico, el
ruido, la contaminación atmosférica (daños a la salud, daños materiales y daños
a la biosfera), los riesgos de cambio climático, los costes para la naturaleza
y el paisaje, los costes adicionales en áreas urbanas, los procesos aguas
arriba y aguas abajo, y la congestión.[3] 
Los costes
externos totales, excluidos los de congestión, y en el escenario superior de
cambio climático, suponían 7.3% del producto interior bruto (pib) total de los países de la ue-17 en el año 2000[4]
(INFRAS-iww, 2004). El cambio climático
es el componente de coste más importante, con 30% del total; la contaminación
atmosférica y los costes por accidentes suponen 27 y 24%, respectivamente. Los
costes del ruido y de los procesos aguas arriba y aguas abajo representan, cada
uno, 7% de los costes totales. Los costes de los efectos sobre la naturaleza y
el paisaje, y de los efectos urbanos adicionales, son de menor importancia
(ambos suman 5%). El modo más impactante es el transporte por carretera, que
origina 87.48% del coste total, y de eso, 
87.19% está causado por el
transporte de viajeros (cuadro 7).
Cuadro 7
Costes externos
totales del transporte ue-17, 2000
(millones de
euros/año)
|   | Todos los  modos | Importancia de | Aportación de la carretera a los costes externos, por modos (%) | |||||||
| Componente
  de coste | de transporte | cada externalidad (%) | Automóvil | Autob-ús | Moto | Camión ligero | Camión pesado | Viajeros total | Mercancías total | TOTAL | 
| Accidentes | 156,439 | 25.14 | 72.99 | 0.62 | 13.58 | 5.26 | 7.01 | 87.19 | 12.27 | 99.46 | 
| Ruido | 45,644 | 7.33 | 42.11 | 1.12 | 3.95 | 16.68 | 24.68 | 47.18 | 41.36 | 88.53 | 
| Contaminación atmosférica | 174,617 | 28.06 | 26.76 | 4.75 | 0.25 | 11.70 | 50.63 | 31.75 | 62.33 | 94.08 | 
| Cambio climático Esc. Superior | 195,714 | 31.45 | 33.12 | 1.71 | 0.67 | 6.89 | 15.03 | 35.50 | 21.93 | 57.42 | 
| Cambio
  climático Esc. Inferior 1) | -27,959 | -4.49 | 33.12 | 1.71 | 0.67 | 6.90 | 15.03 | 35.50 | 21.92 | 57.42 | 
| Naturaleza y paisaje | 20,014 | 3.22 | 7.97 | 1.38 | 1.16 | 12.80 | 23.44 | 55.49 | 36.24 | 91.73 | 
| Aguas arriba y abajo 2)
   | 47,376 | 7.61 | 40.78 | 3.35 | 0.71 | 11.14 | 35.81 | 44.83 | 46.95 | 91.78 | 
| Efectos urbanos  | 10,472 | 1.68 | 55.21 | 1.40 | 1.21 | 11.65 | 25.15 | 58.37 | 36.26 | 94.62 | 
| TOTAL (UE-17) 3) | 622,317 | 100.00 | 45.10 | 2.43 | 4.10 | 9.45 | 26.41 | 51.63 | 35.85 | 87.48 | 
Observaciones:
1) Costes del cambio climático en el escenario inferior,
con un precio sombra de 20 euros/t CO2 (valor a efecto informativo,
no utilizado para calcular costes totales).
2) Costes del cambio climático de los procesos aguas
arriba y aguas abajo, calculados con el valor sombra del cambio climático en el
escenario superior (140 euros/t CO2).
3) Costes totales calculados en el escenario superior de
cambio climático.
Fuente:
Elaboración propia a partir de INFRAS-iww (2004).
Existen algunas
estimaciones de los costos externos del transporte vial para América Latina,
resumidas por el Banco Mundial (2002), que sugieren que en ciudades como Sao
Paulo, Santiago, Buenos Aires o Ciudad de México, los costes externos del
transporte vial suponen, en todos los casos, una proporción mayor a 5% del pib. 
Los accidentes
de tráfico ocupan, actualmente, el noveno lugar entre las causas de muerte en
todo el mundo, aunque se espera que asciendan al sexto lugar para el año 2020.
Además, ocupan el segundo lugar en términos de reducción de la expectativa de
vida (Banco Mundial, 2002). Recientes estimaciones conservadoras sugieren que
entre 750,000 y 880,000 personas murieron como resultado de accidentes viales
en 1999, y la Organización Mundial de la Salud (oms) elevaba la cifra a más de un
millón de muertes (oms, 1999; Jacobs
y Aeron-Thomas, 2000). Alrededor de 85% de esas muertes se produjeron en
economías en desarrollo o en transición, y cerca de la mitad en áreas urbanas.
Además, entre 25 y 35 millones de personas resultaron heridas en accidentes
viales en todo el mundo, producidos, en 75%
de los casos, en áreas urbanas. En términos monetarios, el coste estimado de los
accidentes en el mundo en desarrollo equivale al montante de la ayuda y
préstamos que éste recibe anualmente de las instituciones internacionales (us$65 mil millones) (trl y Silcock, 2000).
El cambio
climático es considerado por los expertos como el mayor problema ambiental que
afronta el planeta. La emisión de gei, que afecta de lleno al sector transporte, tiene
efectos locales en el caso del monóxido de carbono, los hidrocarburos no
quemados y el plomo; y efectos globales en el caso del dióxido de carbono
emitido por los vehículos motorizados. La más importante de esas emisiones es
el CO2 y, en menor medida, el óxido nitroso (N2O), el
metano (CH4) y las partículas menores a 10 micrómetros (PM10). Si se
tiene en cuenta que las emisiones de CO2 son directamente
proporcionales a la cantidad de combustible carbonífero consumido, ceteris paribus,
resulta que la reducción del consumo de combustible redundaría en una
disminución de los costos económicos y de la contaminación del planeta,
simultáneamente. 
Entre 2000 y
2050, se espera un incremento de las emisiones de CO2 superior a 80% a escala internacional, con una gran
responsabilidad del sector transporte, cuya emisión de CO2 aumentará
128% (aie, 2004b). En los países en
desarrollo, que actualmente presentan menores índices de emisión, se estima que
ese incremento sea mayor a 290%
(gráfico ii). Estas trágicas
previsiones se harán realidad si el transporte motorizado, concentrado en las
áreas urbanas, continúa aumentando (uitp, 2003). En la ue, una cuarta parte de las
emisiones totales de CO2 corresponden al transporte. En los Estados
Unidos, los vehículos utilizados para los desplazamientos personales producen
265 kilogramos de agentes contaminantes por habitante y día. Las cifras se
elevan a 185 kilogramos para Canadá y Oceanía; a 95 para Europa Occidental, y a
31 para las ciudades asiáticas prósperas; si bien hay previsiones de incremento
de las emisiones que llegan a 65%
entre 1990 y 2010 para la India (uitp, 2003).
Gráfico ii
Previsión de las
emisiones de CO2 por el transporte, 2000-2050
(millones de
toneladas)

Fuente: Fulton y Eads (2004).
En México,
considerando la zmvm,
la Zona Metropolitana de Guadalajara (zmg), la Zona Metropolitana de
Monterrey (zmm),
la Zona Metropolitana del Valle de Toluca (zmvt), Ciudad Juárez y Mexicali,
resulta que el transporte es la principal fuente de contaminantes, responsable
de la mayor parte de las emisiones de CO a la atmósfera, de NOx
y de hidrocarburos (HC) (cuadro 8). En concreto, los automóviles particulares,
debido a su gran número, tienen las mayores contribuciones. En la zmvt, Ciudad
Juárez y Mexicali, las emisiones están muy por debajo de las grandes urbes,
pero las de CO, NOx e hidrocarburos se
encuentran, igualmente, asociadas con el transporte.
Cuadro 8
Inventario de
emisiones de contaminantes atmosféricos por transporte en algunas de las
principales ciudades de México, 1995, 1996 y 1998
(% respecto al
total de toneladas/año emitido por todas las fuentes)
| Partículas1 | SO2 | CO | NOX | HC | Total | |
| zmvm, 1996 | 24.31 | 21.29 | 99.56 | 69.95 | 33.35 | 84.98 | 
| zmg, 1995 | 1.94 | 30.44 | 99.77 | 90.95 | 57.23 | 73.47 | 
| zmm, 1995 | 0.73 | 8.1 | 99.64 | 64.32 | 66.31 | 53.32 | 
| zmvt, 1996 | 1.94 | 15.67 | 99.87 | 89.48 | 58.02 | 67.71 | 
| Cd. Juárez, 1996 | 2.19 | 38.49 | 99.36 | 91.59 | 71.58 | 87.64 | 
| Mexicali, B.C., 1996  | 0.61 | 24.68 | 91.13 | 80.48 | 60.66 | 68.31 | 
1 Para la zmvm, Mexicali y Tijuana-Rosarito sólo se incluyen
las partículas menores a 10 µm.
zmvm: Zona Metropolitana del Valle de
México; zmg:
Zona Metropolitana de Guadalajara; zmm: Zona Metropolitana de Monterrey; zmvt: Zona
Metropolitana del Valle de Toluca.
Fuente:
Elaboración propia a partir de Semarnat (2002b).
Las emisiones de
CO2 también difieren por modos de transporte y tipo de vehículo. En
la ue,
el tráfico rodado genera, actualmente, cerca de 80% de las emisiones totales de CO2 producidas por
el sector transporte, seguido del tráfico aéreo, que produce 15%. Los autobuses, los vehículos ligeros
y los camiones o vehículos de carga pesada son responsables de la mayoría de
las emisiones de gei
(wbcst, 2004). Además, tras estudiar el ciclo
vital de los automóviles, la Agencia Internacional de Energía (aie) estima que 72% de las emisiones de gei procede del funcionamiento de
los escapes; 18%, aproximadamente,
de las actividades de extracción, refinado y distribución, y 12% se produce durante la fabricación de
los automóviles. El transporte urbano es responsable de la emisión de 90% del plomo, de la mayor parte de
emisiones de CO, y de una significativa contribución a la formación del ozono a
nivel de superficie. Estas últimas son las más perjudiciales para la población,
porque está más expuesta, con independencia de las toneladas emitidas. 
A fin de reducir
el negativo impacto del transporte sobre el ambiente urbano, es preciso diseñar
una estrategia sustentada en dos tipos de instrumentos: tecnológicos y
económicos. Los primeros, referidos a las acciones sobre vehículos y
combustibles de transporte; los segundos, a la gestión del transporte y a la
fiscalidad. Debe entenderse que cualquier estrategia tendente a reducir la
contaminación generada por el sector transporte ha de considerarse en un
contexto más amplio (Kojima y Lovei,
2001). Para paliar el problema se han barajado distintos incentivos con objeto
de ahorrar combustible, y se ha demostrado que los controles a la contaminación
basados en precios o impuestos apropiados son mucho más efectivos que el uso de
regulaciones aisladas. 
En las ciudades
donde se limita el uso del vehículo privado, donde se exige el cumplimiento de
normas ambientales estrictas y donde se cuenta con un buen sistema de
transporte público, el tráfico tiene menos efectos negativos sobre la calidad
del aire. En este sentido, las ciudades suizas, así como Copenhague, Amsterdam y Hamburgo, figuran entre las ciudades europeas
menos contaminadas. Sin embargo, la Ciudad de México, Atenas y algunas ciudades
asiáticas en desarrollo, donde el uso de los vehículos es intensivo y las
normas son más relajadas, presentan niveles de contaminación que superan los
15,000 kilogramos de gei por
hectárea (Kenworthy y Laube,
2001; Banco Mundial, 2002). Otro aspecto que explica la calidad del aire urbano
es el reparto modal de los desplazamientos personales. En el cuadro 5 se
observaba que las regiones asiáticas, con una alta proporción de
desplazamientos a pie, en bicicleta y en transporte público y una densidad
poblacional de 134 habitantes por hectárea, tenían un nivel de emisión per
cápita de 31 kilogramos de gei por
habitante, muy inferior a los 237 emitidos en los Estados Unidos y
Canadá, donde la densidad poblacional es de tan solo 18.5 habitantes por
hectárea. 
El tratamiento
del problema ambiental requiere soluciones políticas globales, aunque aún no
exista consenso sobre la estrategia óptima para reducir la emisión de gei, ni sobre
el reparto de las actuaciones entre países. Aunque en los países
industrializados se reconoce la insostenibilidad de su modelo de crecimiento
económico basado en el uso intensivo de recursos energéticos, no se están
produciendo acciones políticas contundentes para atenuar los efectos negativos.
Por su parte, los países en desarrollo están reproduciendo estas pautas de
crecimiento sin contar con mecanismos que atenúen los riesgos sociales que ese
modelo conlleva (Szyliowicz, 2003).
Algunas
actuaciones en materia de protección ambiental incluyen el v Programa de Medio Ambiente de la ue
(1992-2000), el Protocolo de Kyoto o el Consejo
Europeo de Gotemburgo, que consideraron como ámbitos prioritarios de actuación,
para alcanzar un desarrollo sostenible, a los sectores del transporte y de la
energía.[5] El
protocolo de Kyoto,[6] en
vigor desde el 16 de febrero de 2005, establece que los países desarrollados
reduzcan entre 2008 y 2012 sus emisiones de gei en 5.2%, como media, respecto al nivel de 1990. Pero todos esos
esfuerzos quedarán en meras declaraciones de intencionalidad si no se desliga
el crecimiento económico de la emisión de gei.
La gestión de la
calidad del aire en México se lleva a cabo mediante la instrumentación de
programas regionales en los que se fijan objetivos, costos y compromisos sobre
la reducción de emisiones, en determinados plazos. Entre 1995 y 2005 se
pusieron en marcha programas dirigidos a la mejora de la calidad del aire en el
valle de México (Proaire), en el Área Metropolitana
de Monterrey, en la Zona Metropolitana de Guadalajara, en el Valle de Toluca,
en Ciudad Juárez, en Mexicali y en Tijuana-Rosarito. Actualmente está en vigor
la versión del programa para el valle de México, 2002-2010, donde se recogen
las medidas que los distintos actores sociales llevarán a cabo para lograr la reducción
de las emisiones contaminantes (Secretaría de Medio Ambiente y Recursos
Naturales [Semarnat], 2002a).
Se estima que,
en caso de cumplirse las normas de calidad del aire en 2010, se evitarían,
anualmente, más de 20 mil casos de admisiones hospitalarias por enfermedades
respiratorias, más de 130 mil visitas a la sala de emergencias por
padecimientos respiratorios y más de 20 mil ataques de asma, además de las
pérdidas de productividad y bienestar ocasionadas por los daños a la salud
(Secretaría de Ecología del Gobierno del Estado de México et
al., 2004).
Los datos
disponibles sobre la exposición de la población al ruido son bastante escasos
respecto a los de otros problemas ambientales. En la ue se ha calculado que cerca de
80 millones de personas; esto es, 20%
de la población, están expuestas a niveles de ruido inadmisibles para la salud,
según expertos científicos y sanitarios. Además, se calcula que otros 170
millones de ciudadanos viven en “zonas grises”, llamadas así porque los niveles
de ruido causan importantes molestias durante el día (Comisión Europea, 1996).
Los automóviles y los camiones son las principales fuentes de contaminación
acústica en la mayoría de las ciudades, y el ruido procedente del tráfico es
uno de los principales problemas ambientales en las zonas urbanas. Este
problema tiene un impacto significativo en la salud y en la calidad de vida
urbana, a pesar de la regulación sobre emisiones de ruido procedentes de
automóviles y de la fabricación de vehículos menos ruidosos (Schade, 2003). La exposición a niveles de ruido por encima
de los 85 decibeles causa problemas de sordera, y el ruido del tráfico local
diario, escaso pero continuo, puede provocar estrés y aumentar la presión
sanguínea y la frecuencia cardiaca. 
El ruido del
tráfico rodado proviene de los motores, de los tubos de escape de los
automóviles, del movimiento de los vehículos por el aire y del contacto de los
neumáticos con el pavimento. Podría reducirse diseñando vehículos
aerodinámicos, mejorando la banda de rodaje de los neumáticos y perfeccionando
la textura de la superficie pavimentada. Las barreras sonoras también pueden
minimizar el impacto local del ruido procedente de los automóviles (wbcst, 2002).
La contaminación acústica se reduciría drásticamente si se frenara el uso
intensivo del vehículo privado y se lograra una mejor integración del
transporte público en el entorno urbano (uitp, 2001, 2003). 
La congestión
urbana, íntimamente relacionada con la degradación ambiental, se ha convertido
en uno de los problemas más graves de las grandes ciudades y sus áreas
metropolitanas (Oberholzer y Weck,
2002). Los costes de congestión han de calcularse independientemente del resto
de las externalidades, ya que son un problema interno del sector transporte.
Difieren entre modos de transporte y circunstancias como las horas del día y la
localización de los recursos (Small y Gómez-Ibáñez, 1998; Newbery,
1988 y 1994). El impacto económico de la congestión incluye (Kennth, 1997):
·      
Incrementos
en los costes operativos de uso del vehículo privado. 
·      
Incrementos
en el tiempo medio de viaje, teniendo en cuenta que el tiempo adicional
dedicado al tráfico congestionado se valora más alto que el tiempo gastado en
vías sin congestión, por el mayor estrés y frustración que implica. 
·      
Incrementos
en la variabilidad del tiempo de viaje, que se pueden medir con la desviación
típica del tiempo de viaje o una proporción de los vehículos que llegan tarde.
Para los países
de la ue-17 y para el año 2000, se
han estimado los costes totales y medios de congestión de las carreteras; los
ingresos necesarios para su internalización, mediante sistemas de tarificación,
y los costes por retrasos (INFRAS-iww, 2004). 
Aunque existen
diversas medidas para aliviar la congestión, tales como expandir la capacidad
de las vías, limitar el acceso a las áreas congestionadas mediante
racionamiento, o mejorar la eficiencia de la carretera (carriles vao, carriles
Bus-Taxi, construcción de rotondas, reprogramación de semáforos…), la
tarificación por congestión, en todas sus versiones, es el instrumento que más
polémica y literatura económica está generando. 
Desde la
Economía del Bienestar, A. C. Pigou (1920) y F. H. Knight (1924) ya sugerían el establecimiento de un peaje
para el uso de las carreteras congestionadas igual al coste marginal social.
Con todo, la primera propuesta relevante de instrumentación de congestión por
tarificación se realizó tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la prosperidad
económica condujo a un rápido crecimiento de la propiedad de los vehículos
privados, y la congestión de tráfico comenzó a convertirse en un grave problema
urbano. La propuesta, originaria de J. Buchanan (1952) y relativa a la
inviabilidad de un sistema global de peajes y la defensa de un sistema para las
horas punta por las rutas urbanas, sería desarrollada posteriormente (Walters, 1961; Thompson, 1962; Roth, 1967;
Vickrey, 1963 y 1967; Solow,
1973; Pines y Sadka, 1985).
A principios de
la década de los sesenta, el Ministerio de Transportes británico publicó el
informe Smeed (1964), donde se recogían las
posibilidades técnicas y económicas de la tarificación urbana por congestión y
se defendía su ejecución para hacer mejor uso del espacio viario. Aunque en las
décadas de los sesenta y los setenta del siglo xx el Banco Mundial ofreció
asistencia a los gobiernos de Malasia y Tailandia para introducir la
tarificación por congestión en Kuala Lumpur y Bangkok, las propuestas no dieron
fruto. Tampoco tuvo éxito el informe Voorhees,
auspiciado por la misma institución para Venezuela. En 1974, el Comité de
Acción para el Transporte por Carretera decidió implantar la tarificación en
Singapur, que en junio de 1975 inauguró su Plan de permisos de área (als, Area Licensing Scheme), convirtiéndose en el primer anillo de peaje en
oposición al peaje como un corredor para reducir la congestión de tráfico. A
esa iniciativa le siguió una propuesta muy detallada para Hong Kong, pero
rechazada por impopular. El anillo de Bergen, en Noruega, que se implantó en
1986 para financiar mejoras en carreteras, a la postre generó una importante
reducción de tráfico (Gómez-Ibáñez y Small, 1994; Roth,
1996), y la experiencia se extendió a Oslo y Trondheim. En 1991 se comenzaron a
utilizar precios variables en la carretera de peaje del norte de París para
gestionar el tráfico del fin de semana. El cordón de Londres y uno más pequeño
en Durham son las primeras ejecuciones británicas de ese tipo. En enero de
2006, se inauguró un cordón de peaje urbano de prue-ba
en Estocolmo para conocer si la eficiencia del sistema de tráfico mejoraría con
tarifas de congestión. Sus objetivos son reducir la congestión, aumentar la
accesibilidad y mejorar la calidad ambiental. Las pruebas concluirán en julio
de 2006, y el 17 de septiembre de este mismo año, coincidiendo con las elecciones
generales, se realizará un referéndum para decidir si la tarificación permanece
(Stockholms Stad, 2005). En
el referéndum postal celebrado entre el 7 y el 21 en Edimburgo, para decidir la
implantación de un peaje urbano, se impuso el “no” (74.4%) por aplastante
mayoría, pese a la propuesta de pagar 2 libras al día con independencia de las
veces que se cruzara el cordón de peaje. Los ingresos estimados de 760 millones
de libras en 20 años debían destinarse a mejoras de transporte.
Aunque se ha
identificado un número significativo de problemas técnicos para establecer la
tarificación por congestión (Goodwin, 1995; Button y Verhoef, 1998), en la
literatura sobre Economía del Transporte esta medida se erigió en un
instrumento de amplia aceptación para gestionar la demanda de transporte
privado en su acceso al centro de la ciudad.
La gestión
integrada de los distintos modos de transporte y la implantación de la
tarificación urbana se han convertido en métodos eficaces para lograr un uso
más eficiente de los recursos de transporte. Si bien será difícil reducir el
volumen de transporte de mercancías y viajeros en el futuro, no es menos cierto
que se puede organizar de una manera más inteligente, con soluciones
intermodales, adoptando tecnologías ahorradoras de energía en los vehículos, o
con sistemas regulatorios más estrictos (Nijkamp,
2003).
2. Hacia la movilidad
urbana sostenible
La sostenibilidad
está íntimamente relacionada con los límites del crecimiento; así lo sugería Daly (1990) cuando contraponía las ideas de crecimiento y
desarrollo. Aunque el término sostenible comenzó a utilizarse a partir de la
década de los setenta, en aquellos momentos se asimilaba a “desarrollo autosostenido” (self
sustained growth) en los círculos de la Economía
convencional. Dos décadas más tarde, ante el deterioro ambiental creciente, D.
H. Meadows (1991) retomó la idea de los límites del
crecimiento y planteó la posibilidad de la coexistencia de un crecimiento
sostenido, un ambiente limpio y una distribución más equitativa de la renta.
Aunque R. B. Norgaard (1994, 1996) subrayó la incompatibilidad entre
sostenibilidad y desarrollo en el modelo de producción vigente, depredador del
ambiente, R. M. Solow (1991, 1992) vino a exponer el
problema desde la perspectiva de “un economista”, apuntando a la herencia en
términos de stock
de capital natural a las futuras generaciones. El problema, teóricamente,
quedaba resuelto si la inversión anual en stock de capital cubría, al menos, su
deterioro en ese periodo, ligando, así, el problema ambiental al crecimiento
económico. 
La Economía
Ecológica rechazó la noción de sostenibilidad débil asumida por la Economía
ortodoxa, se acogió a la de sostenibilidad fuerte (Norton, 1992) y advirtió que
el tratamiento de la problemática ambiental y de la sostenibilidad exigía una
reformulación del aparato conceptual del sistema económico. Esta visión hacía
hincapié en que el stock de capital natural estaba compuesto
por objetos heterogéneos y, en ocasiones, insustituibles respecto al capital
producido por el hombre (Daly, 1990). De otro lado,
se afirmaba que el funcionamiento del sistema económico era el causante del
deterioro ambiental (destrucción de ecosistemas, suelo fértil, extinción de
especies, agotamiento de depósitos minerales, cambios climáticos, etc.). Junto
con la diferenciación de sostenibilidad débil y fuerte, se puede distinguir
también entre sostenibilidad global y local, atendiendo a la escala geográfica
de referencia, ambas interdependientes en el muy largo plazo (Naredo, 1996).
El desarrollo
sostenible no es sinónimo de crecimiento económico, ya que la mejora de calidad
de vida comprende la satisfacción de necesidades materiales y no materiales
(como el estado de salud), que no están garantizadas con un aumento del pib (Gallopín, 2003). El desarrollo económico no puede medirse
únicamente mediante la renta o la producción per cápita (Sen,
1999). 
La movilidad
urbana sostenible debe definirse, por tanto, en función de la existencia de un
sistema y de unos patrones de transporte capaces de proporcionar los medios y
oportunidades para cubrir las necesidades económicas, ambientales y sociales,
eficiente y equitativamente, evitando los innecesarios impactos negativos y sus
costes asociados. En la Agenda 21 de la Cumbre de Río de 1992 se
establecieron una serie objetivos para que el transporte fuera considerado
sostenible o menos insostenible; entre ellos se incluía la reducción de la
demanda de transporte privado y el incremento del uso del transporte público. 
La uitp considera
que la movilidad urbana sostenible ha de basarse en tres “pilares”: un uso del
suelo que incorpore las necesidades de movilidad, la restricción del uso del
vehículo privado y la promoción de un sistema de transporte público eficaz (uitp, 2003).
La aie
propone una combinación de tres políticas para reducir el consumo de
combustibles y de emisiones contaminantes en el sector del transporte: mejorar
la eficiencia, hacer un mayor uso de los biocombustibles y adoptar vehículos
eléctricos a base de hidrógeno (Fulton, 2004). El
consejo empresarial mundial para el transporte sostenible establece siete metas
para lograr la movilidad sostenible, todas ellas en relación con la reducción
de las externalidades negativas del transporte (wbcst, 2004).
Una estrategia
general de movilidad urbana sostenible debe estar integrada, a su vez, en un
sistema global de sostenibilidad que permita cubrir las necesidades actuales
sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacerlas. En
concreto, un sistema de transporte sostenible debe permitir el acceso a los
bienes y servicios, al trabajo, a la educación, al ocio y a la información, de
forma segura para la salud pública y la integridad del ambiente. Debe
garantizar la equidad inter e intrageneracional, ser
asequible, operar de manera eficiente y ofrecer diferentes modos de transporte
para lograr una intermodalidad sin interrupciones.
Asimismo, debería minimizar el consumo de recursos no renovables, reutilizar y
reciclar sus componentes, y limitar las emisiones de ruido y de gei a la capacidad
del planeta para absorberlos. 
2.1. Uso del suelo
La movilidad
sostenible en las áreas urbanas ha de integrarse en políticas más amplias de
ordenación del territorio y usos del suelo. En el ámbito europeo, el Libro
blanco sobre
transporte de 2001 (Comisión Europea, 2001a) insiste en la necesidad de
integrar las distintas políticas (política económica, de ordenación del
territorio, política social y educativa, política en materia de competencia) en
pro de la sostenibilidad ambiental y social, ya que la política de transportes
por sí sola no es suficiente (Stead y Banister, 2001). Diversos documentos sobre la política
europea de planificación espacial hacen hincapié en la necesidad de integrar
los distintos niveles (vertical) y los diferentes agentes en el proceso de
aplicación de políticas (horizontal) (Comisión Europea, 1990; Grupo de Expertos
en Medio Ambiente Urbano, 1996; Stead, 2003). No se
debe olvidar que la inversión en infraestructuras de transporte y su
localización geográfica generan poderosos efectos de arrastre en el sistema
económico, y las posibles disparidades en dotación de infraestructuras de
transporte pueden provocar la pervivencia no sólo de espacios incomunicados
históricamente, sino también de vacíos en el cuerpo económico territorial
(Lizárraga, 2003). Este motivo hace que el sector público represente un
importante papel a la hora de tomar decisiones en ese sentido, ya que debe
contrarrestar las actuaciones que podrían provocar un aumento de la
concentración geográfica.
La intervención
pública en la ordenación del territorio y, por tanto, en la ordenación urbana y
de transportes, se justifica por razones tanto de eficiencia como de equidad.
En relación con los motivos de eficiencia, hay que referirse a las fuertes
externalidades que acompañan a muchas decisiones con incidencia territorial, a
las consecuencias de esas decisiones a largo plazo, a los elevados costes de
reversión y al carácter de bien (o mal) público de la ordenación del
territorio. Además, la ordenación del territorio puede permitir superar
problemas de información imperfecta sobre aspectos relevantes que afectan la
toma de decisiones territoriales, debe evitar estrangulamientos en el sistema
de transportes y puede convertirse en una ventaja competitiva. En términos de
eficiencia, los costes del transporte son mucho más bajos en los países
desarrollados donde ha existido cierta planificación territorial y, además, se
ha logrado una mejor calidad de vida (Banco Mundial, 2002).
Respecto a los
motivos de equidad, tanto en el espacio (entre las distintas partes de un
territorio) como en el tiempo (entre generaciones) la economía de mercado
muestra tendencia a generar fuertes y crecientes desequilibrios territoriales,
así como a deteriorar el ambiente y a agotar los recursos naturales. El
Libro verde sobre medioambiente urbano
de la ue
(Comisión Europea, 1990) analizó la incidencia de las condiciones de vida en
las ciudades sobre el resto del territorio, planteamiento coincidente con la
idea de sostenibilidad global antes indicada y que se mantiene en documentos
posteriores. En concreto, el Informe final del Grupo de Expertos en Medio
Ambiente Urbano (1996) señalaba que “el desafío de la sostenibilidad urbana
apunta a resolver tanto los problemas experimentados en el seno de las
ciudades, como los problemas causados por las ciudades”. 
El desarrollo de
políticas de transporte sostenibles en el ámbito urbano requiere su
coordinación coherente con la planificación del uso del territorio, así como
con la utilización óptima de los recursos económicos. Uno de los pilares de las
políticas favorables a la movilidad urbana sostenible consiste en frenar la
expansión urbana y el aumento del gasto en transporte que ésta conlleva. Las
poblaciones urbanas aumentarán 27%
en los próximos 30 años y se estima que en 2030, 23 ciudades superarán la
barrera de los 10 millones de habitantes; 18 de ellas estarán en los países en
desarrollo y afrontarán temibles niveles de congestión, accidentes de tráfico y
contaminación atmosférica y acústica. Además, las tendencias demográficas
apuntan a un envejecimiento de la población, lo que irá en detrimento de la
capacidad de movilidad individual (wbtst, 2002).
Si se quiere
evaluar la sostenibilidad de las ciudades en un sentido global, se han de tener
en cuenta no sólo las actividades que tienen lugar en ellas, sino también
aquellas otras de las que dependen aunque se realicen e incidan en territorios
alejados. Desde esta perspectiva, enjuiciar la sostenibilidad de las ciudades
conduce a cuestionar la sostenibilidad del modelo de producción de los países
industrializados, incluyendo todas las ramas de actividad económica cuyo
funcionamiento se basa en la creciente insostenibilidad global de sus procesos
de producción y vertido de agentes contaminantes. 
2.2. Restricción del
uso del vehículo privado y promoción del transporte público
Como ya se ha
comentado, la reducción de los niveles de ocupación de los vehículos privados
ha provocado un aumento de la densidad de tráfico urbana y, con ella, un
incremento de las emisiones de gei, pese al uso de motores menos contaminantes. Por
este motivo, aunque se utilizaran vehículos de bajo consumo o de emisión cero,
no se solucionaría el problema de congestión urbana. Los costes externos del
transporte desvían la inversión hacia el coche privado, de ahí que el
establecimiento de tarifas que reflejen los costes marginales sociales se torne
esencial para lograr la internalización de los mismos. Empero, su recaudación
se debería destinar al desarrollo de la movilidad urbana sostenible, y al mismo
tiempo debería plantearse como objetivo el “crecimiento cero en tráfico” para
limitar el uso del coche privado en viajes urbanos (Comisión Europea, 1995,
1998). 
Para evitar que
la restricción del uso del vehículo privado se traduzca en una reducción de la
libertad de movilidad individual, la medida debería acompañarse con el fomento
del transporte público, que aun cuando no llega a su capacidad máxima, tiene
menores efectos contaminantes locales que el transporte privado. Las nuevas tecnologías
asociadas con una gestión más eficiente de las compañías de transporte también
ayudan a reducir el impacto ambiental. El aumento de la movilidad y la
accesibilidad a un transporte colectivo seguro puede lograrse con una
regulación que promueva la equidad y mejore el acceso de la población de menor
nivel de renta y más vulnerable (discapacitados, mayores, niños, estudiantes…).
Además de
adoptar una legislación que promueva la movilidad sostenible, el sector del
transporte público debe introducir sistemas de gestión ambiental para asegurar
una acción lo más eficaz posible, y se debe dar prioridad a los modos
colectivos poco contaminantes y con un bajo consumo energético, a fin de lograr
un uso eficiente del transporte colectivo. 
Los modos de
transporte poco contaminantes localmente, como el tren ligero, el metro y los
vehículos eléctricos, proporcionarían una movilidad con un alto nivel de
ocupación en los centros de las ciudades, y los derechos especiales de paso y
el acceso restringido para el transporte privado mejorarían la seguridad y la
calidad del aire. A la industria del transporte se le debe exigir el uso de
tecnologías más limpias, la reducción del ruido de los vehículos y la promoción
de nuevas fuentes de energía. Los productores de petróleo deberían
comercializar y distribuir diesel de bajo contenido en azufre (o desulfurado) y
combustible sin plomo en todos los países, pero especialmente en los países en
desarrollo (Banco Mundial, 2002). Por su parte, los gobiernos deberían
implantar ventajas fiscales e incentivos a las prácticas y compras sostenibles,
como la adquisición de vehículos limpios y ligeros con altos niveles de
rendimiento tecnológico. Además, resulta fundamental que se produzca un cambio
en el comportamiento del usuario, que debería sustituir el modo de transporte
privado por el colectivo en la mayoría de sus viajes urbanos.
Junto con la
restricción del vehículo privado y el fomento del transporte colectivo, para
tener el menor impacto ambiental posible resulta prioritaria la integración de
todos los modos de transporte para alcanzar la máxima interoperabilidad entre
redes privadas y públicas con un alto nivel de ocupación.
2.3. Tecnología, multimodalidad y participación ciudadana
En los últimos
años se han producido varios intentos de elaborar estrategias de movilidad
sostenible. Se trata de un requisito común básico para lograr un nuevo
planteamiento que sitúe al ambiente y a la salud en un primer plano en las
políticas para el transporte y los sectores conexos en el marco local, nacional
e internacional (ocde-est, 2000; Banco Mundial, 1996; aie, 2004; Possum, 1998; Schade et
al., 2000). Esos
proyectos tienen en común una idea: para lograr la movilidad sostenible se han
de combinar las medidas tecnológicas con cambios en la conducta ciudadana (Fulton, 2004).
La puesta en
marcha de cualquier proyecto requiere establecer limitaciones a la conducta de
los usuarios, porque muchos de los problemas generados por el transporte no
tienen posible solución en la construcción de nuevas carreteras, ya que el
espacio en las urbes está limitado. En consecuencia, se está prestando mayor
atención a la concepción y puesta en práctica de sistemas de transporte
multimodal, compuestos por distintos modos de transporte integrados,
coordinados y conectados eficientemente entre sí (Replogle,
1991). 
La
instrumentación de un sistema de transporte multimodal promovería un ahorro
energético importante, especialmente si se fomentara el uso de los vehículos
menos contaminantes. Un litro de combustible puede transportar a un pasajero
durante 48 kilómetros en metro, 39.5 kilómetros en autobús, y sólo 18.6
kilómetros en coche privado. El metro es el modo más rentable desde un punto de
vista energético, seguido de cerca por el tren ligero, más eficaz a medida que
la electricidad provenga de energías renovables. El transporte público consume
tres veces menos energía por pasajero transportado que el coche privado en
Canadá y Oceanía; 3.7 veces menos en Europa, y 10 veces menos en Japón, que
cuenta las dos redes ferroviarias más eficientes del mundo en la región, en
Tokio y Osaka (uitp,
2003). 
La Secretaría
del Medio Ambiente del Gobierno del Distrito Federal, en México, ha logrado el
apoyo de diversos organismos internacionales para llevar a cabo una serie de
proyectos y estudios encaminados a la puesta en marcha de un Programa de
Transporte Sustentable de la zmvm, en el ámbito del Programa Integral de
Transporte y Vialidad del Distrito Federal 2000-2006. Se obtuvo una donación de
5.8 millones de dólares del Fondo para el Medio Ambiente Mundial, por medio del
Banco Mundial, para realizar un proyecto de introducción de medidas
ambientalmente amigables con el transporte, en la Zona Metropolitana de la
Ciudad de México. Se pretende, así, potenciar un cambio modal de largo plazo
hacia un transporte público más eficiente, menos contaminante y más amigable
con el clima. También se ha recibido un millón de dólares de la Fundación
Shell, por medio del Instituto para los Recursos Mundiales, para establecer el
Centro de Transporte Sustentable de la Ciudad de México y crear las bases
operativas e institucionales para el apoyo de proyectos en materia de
transporte, energía y ambiente. 
La implantación
de un sistema multimodal sostenible requiere la consideración de tres aspectos:
la tecnología, la planificación y la política. Además, exige un mínimo de
conocimientos técnicos por parte del usuario. Por este motivo, y pese a las
ventajas mencionadas, en el mundo son raros los proyectos en esta línea, ya que
hace falta un sistema formativo que transmita nuevos conocimientos
especializados y una infraestructura de información similar a la que
actualmente tiene un automovilista (señales de tráfico, autoescuelas, mapas de
carreteras) (Sherry et al., 2001). 
En el caso del
transporte público, basado en la multimodalidad y los
transbordos, aún no se cuenta con el alto grado coordinación e integración de
los modos que ese sistema exigiría para funcionar eficientemente. La variedad
de participantes, tanto públicos como privados, y la divergencia de sus
objetivos, hacen más compleja la gestión coordinada e integrada. De otro lado,
una mayor participación del público podría aportar información a los
planificadores para mejorar la calidad de las políticas de transporte urbano (Szyliowicz, 2003). Posiblemente, este aspecto
político-social sea, a menudo, soslayado por los decisores públicos, dada la
indefinición del concepto de “participación pública” y de las inversiones que
requiere poner en marcha un mecanismo que permita al público participar en la
adopción racional de decisiones locales fundamentales (Kweit
y Kweit, 1987; Khisty,
1996). 
En definitiva,
el reto consiste en promover un estilo de vida urbano centrado en una movilidad
sostenible, y en desarrollar redes de transporte público integradas con modos
no motorizados, mediante la implementación de avances tecnológicos, transporte
multimodal y participación ciudadana.
Conclusiones
Pese a que en las
sociedades modernas resulta imprescindible un sistema de transporte adecuado
que posibilite la movilidad urbana y la accesibilidad poblacional a los
servicios, su configuración actual está provocando graves externalidades
negativas y gran parte de los problemas de sostenibilidad ambiental, social y
energética. A escala global, se sufre contaminación atmosférica y calentamiento
del planeta por las emisiones de los vehículos, y destrucción de zonas
naturales por la continua expansión de las vías de circulación. A escala local,
la configuración de las áreas metropolitanas está conformando un modelo intensivo
en el uso del vehículo privado subutilizado por el número de personas que
transporta y derrochador de energía, y de efectos sociales perniciosos. Aunque
los accidentes viales son, con mucho, la externalidad más trágica del
transporte, no son menos importantes la contaminación atmosférica, la
contaminación acústica y la congestión urbana. Recientes estimaciones sobre
costes externos totales del transporte, los situaban en 7.3% del pib total para los países de la ue-17. Cifras del Banco Mundial (2002)
sugieren que en ciudades como Sao Paulo, Santiago, Buenos Aires o la Ciudad de
México, los costes externos del transporte vial suponen, en todos los casos,
una proporción mayor a 5% del pib. 
El tratamiento
del problema ambiental requiere soluciones políticas globales para atenuar los
efectos negativos de un modelo de crecimiento claramente insostenible y
reproductor de desigualdades socioeconómicas. Además, el modelo de movilidad
urbana ha tenido consecuencias negativas en la vida social, porque se margina a
los colectivos más desfavorecidos y a las áreas periféricas, genera un aumento
de los costes públicos y privados, reduce la capacidad fiscal del centro
tradicional y deviene en problemas de infraestructura y deterioro de sus
servicios. Para los colectivos más pobres y marginados representa una nueva
fuente de desigualdad en el acceso a bienes y servicios de primera necesidad, y
una barrera, en muchos casos, insuperable y fortalecedora de la existencia de
guetos urbanos. En América Latina, el problema se agudiza en algunas grandes
ciudades como Sao Paulo o la Ciudad de México, con grave deterioro de las
condiciones laborales y de la seguridad vial y personal. 
Una estrategia
general de movilidad urbana sostenible debe integrarse en un sistema global de
sostenibilidad que permita cubrir las necesidades actuales sin comprometer la
capacidad de las generaciones futuras para satisfacerlas, permitiendo el acceso
a los bienes y servicios, al trabajo, a la educación, al ocio y a la
información, de forma segura para la salud pública y la integridad del
ambiente. Debe garantizar la equidad inter e intrageneracional,
ser asequible, operar de manera eficiente y ofrecer diferentes modos de
transporte para lograr una intermodalidad sin
interrupciones. Asimismo, debería minimizar el consumo de recursos no
renovables, reutilizar y reciclar sus componentes, y limitar las emisiones de
ruido y de gei
a la capacidad del planeta para absorberlos. 
La movilidad
urbana sostenible obligaría a evaluar globalmente la sostenibilidad de las
ciudades y, más allá de esto, llevaría a cuestionar la sostenibilidad del
modelo de producción de los países industrializados, incluyendo todas las ramas
de actividad económica cuyo funcionamiento se basa en la creciente
insostenibilidad global de sus procesos de producción y vertido de agentes
contaminantes. Tal vez la principal limitación para lograrla sea la necesidad
de que la sociedad, en su conjunto, participe en el proceso y se comprometa a
modificar sus comportamientos de consumo y sus modelos de movilidad.
Ciudadanos, gobiernos y empresas han de promover acciones, políticas y
programas destinados a mejorar las tendencias actuales de movilidad, y el
actual modelo de consumo y producción. 
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Recibido: 18 de agosto de 2005.
Reenviado: 5 de enero de 2006.
Aceptado: 14 de febrero de 2006.
Carmen
Lizárraga Mollinedo. Doctora en ciencias económicas y
empresariales por la Universidad de Granada, con la tesis doctoral titulada La
formación del espacio económico andaluz, 1812-1998, publicada en 2003. Como miembro del
grupo de investigación “Economía política, historia e instituciones”, ha
participado en numerosos proyectos de investigación y publicado diversos libros
y artículos en revistas que incluyen la mexicana Problemas
del Desarrollo,
así como las españolas Ciudad y Territorio o Ekonomiaz. La economía regional, el
desarrollo rural ligado al turismo y la economía del transporte han sido sus
áreas preferentes de estudio. Fue coordinadora de la Diplomatura en Turismo de
la Universidad de Granada hasta 2006, y preside el comité de autoevaluación de
dicha titulación. Ha impartido numerosas conferencias sobre turismo sostenible
y en la actualidad es profesora de “Economía del transporte” en la Universidad
de Granada, e imparte clases en diversos masters y cursos especializados.
[1] La
accesibilidad, concepto más amplio que el de movilidad, se vincula con la
posibilidad de obtención del bien, del servicio o del contacto buscado, desde
un determinado espacio, e incorpora elementos espaciales, temporales y
tecnológicos (Laarman, 1973). El grado de
accesibilidad se mide considerando los costes de desplazamiento efectuados para
satisfacer las necesidades, así como la capacidad y la estructura del sistema
de transportes local.
[2] La
diferencia entre “renovabilidad” de una fuente de
energía y “sostenibilidad” de la misma reside en que la primera es un atributo
de la fuente, mientras que la segunda depende de la forma como se utilice. Por
ejemplo, la madera no es una fuente de energía renovable, pero su uso sería
sostenible si se utilizaran las ramas secas (cepal, 2003).
[3] Los
estudios se han realizado para 17 países de la Unión Europea (Estados miembros
de la antigua ue-15, Suiza y
Noruega), para los años 1995 y 2000, y se calculan los costes totales y medios
para la ue-17, diferenciados por
modo de transporte.
[4] Los
costes de cambio climático se calculan para dos escenarios: en el escenario
inferior, el precio sombra de la tonelada métrica emitida de CO2 es
de 20 euros, y en el superior, de 140 euros.
[5] La
Comisión Europea estableció un marco de actuaciones que ha dado lugar a
diversos trabajos, como el Libro
verde sobre el medioambiente urbano
(Comisión Europea, 1990), el v Programa de Medio Ambiente 1992-2000, el Libro verde sobre el impacto del
transporte en el medio ambiente (Comisión Europea,
1992), la Estrategia de desarrollo sostenible aprobada por el Consejo europeo
de Gotemburgo en 2001, o el Libro
blanco sobre la política europea de transporte de cara al 2010: la hora de la
verdad (Comisión Europea, 2001a). Los proyectos Civitas y cute
se crearon para lograr un transporte urbano limpio en la ue, y el proyecto Growth busca la mejora de la movilidad y de la
sostenibilidad.
[6] La Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (unfccc, en sus siglas inglesas) arrancó de la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, y entró en vigor en 1994. Son miembros de la misma 188 países, y en 1997 aprobaron en Kyoto el protocolo de la convención, que lleva el nombre de esa ciudad japonesa. Los Estados Unidos, el mayor contaminador del planeta, se han negado reiterativamente a firmarlo.