Movilidades geográficas y espirituales: cambio religioso
y migración México-Estados Unidos
Olga Odgers Ortiz*
Abstract
In this
paper we argue that migration to the United States is an important factor in
the change of religious beliefs and practices of the migrating Mexican people.
This also has an impact on their communities of origin. Starting from the
analysis of statistical and ethnographic information, we conclude that the
exposure to an environment with greater religious diversity, the distancing to
traditional mechanisms of social control and the vulnerability due to their
migrating condition contribute to the change mentioned above. This is
manifested, among others, in the transnationalisation
of traditional religious practices, in some conversion processes and the ethnic
transformation of religious diversity.
Keywords:
migration,
religion, transnationalism, identity.
Resumen
En este trabajo
sostenemos que la migración hacia los Estados Unidos constituye un importante
factor de cambio en las creencias y prácticas religiosas de los mexicanos que
se desplazan, incidiendo también en sus comunidades de origen. A partir del
análisis de información estadística y etnográfica, concluimos que la exposición
a un contexto de mayor diversidad religiosa, el distanciamiento de mecanismos
tradicionales de control social y la vulnerabilidad de la condición del
migrante contribuyen a dicho cambio, mismo que se manifiesta, entre otros
aspectos, en la transnacionalización de prácticas religiosas tradicionales, algunos
procesos de conversión, y en la etnicización de la
representación de la diversidad religiosa.
Palabras clave:
migración, religión, transnacionalismo, identidad.
*
El Colegio de la Frontera Norte. Correo-e: odgers@dns.colef.mx.
Introducción[1]
Tanto el
surgimiento de santos protectores de migrantes como la magnitud de las remesas
colectivas destinadas a celebraciones religiosas, así como el papel que algunas
asociaciones religiosas han desempeñado en la lucha por el respeto a los
derechos humanos, o la coexistencia cada vez más visible de prácticas
religiosas diversas en ciudades receptoras de migrantes, han puesto de
manifiesto la necesidad de considerar al fenómeno religioso en los estudios
sobre migración internacional. Simultáneamente, diversos estudios sobre las
transformaciones recientes del campo religioso en países tan distintos como los
Estados Unidos (Kurtz, 1995; Hirschman,
2004), Suecia (Hamberg, 1999) o México (Hernández
Madrid, 2003; Odgers Ortiz y De la Torre, 2004) han
destacado a la migración internacional como un factor de cambio de primera
importancia.
Ese cruce de
caminos pone en relieve la necesidad de continuar el análisis de la
interrelación de esos campos, sistematizando los trabajos ya existentes y
construyendo nuevas perspectivas de análisis.
Lo dicho antes
no significa, evidentemente, que la relación que existe entre migración y
cambio religioso sea un fenómeno nuevo, o que anteriormente no hubiera sido
analizado. Lo que atestigua el rápido incremento de investigaciones sobre el
tema es, ante todo, que las expresiones concretas de esa interrelación
presentan características novedosas y van adquiriendo una magnitud y
visibilidad inéditas.
Por ello,
consideramos de la mayor relevancia continuar los análisis de las expresiones
que esa interrelación adquiere el día de hoy en diversos contextos, para nutrir
las reflexiones más amplias sobre las profundas transformaciones sociales y
culturales derivadas de las nuevas movilidades, y sobre las formas y espacios
que lo religioso va adquiriendo en las sociedades contemporáneas. El trabajo
que aquí se presenta pretende ser una contribución a ese esfuerzo, partiendo de
la experiencia concreta de los mexicanos que migran hacia los Estados Unidos.
En particular, se pone el énfasis en los siguientes dos aspectos:
·
La
identificación de algunos de los principales elementos por los cuales la
movilidad geográfica propicia el cambio religioso[2] en
sus diferentes dimensiones.
·
La
elaboración de un “inventario” de expresiones concretas en donde se constata el
impacto de la experiencia de la migración de los mexicanos que viajan a los
Estados Unidos en las transformaciones de las prácticas religiosas –tanto en
México como entre los mexicanos radicados al norte de la frontera.
Las fuentes de
las que partimos para la elaboración de este trabajo son principalmente tres.
La primera y más importante es el trabajo etnográfico realizado en comunidades
tanto de origen como de destino: se trata de Alto Lucero (Veracruz) y Chinantla (Puebla), en México, y de Chula Vista,
California, localidad fronteriza de los Estados Unidos con una importante
presencia de migrantes mexicanos. La información obtenida en dichas comunidades
se complementa con algunas entrevistas realizadas en Nueva York a migrantes
poblanos originarios de Chinantla.[3]
La segunda
fuente de información es de corte estadístico. La constituyen, en primera
instancia, los censos nacionales de población de México, que permiten obtener
valiosas informaciones relativas tanto a la migración hacia los Estados Unidos
como a las tendencias generales del cambio religioso, en los niveles nacional,
regional y municipal, para las ultimas décadas. Esa información se complementa
con los datos estadísticos disponibles relativos a la distribución de las
diferentes adscripciones religiosas en los Estados Unidos.[4]
Finalmente,
consideramos como una tercera fuente los importantes y cada vez más numerosos
trabajos que diversos investigadores han publicado recientemente sobre este
tema.[5]
Creemos que con
la combinación de esas tres fuentes es posible tener un panorama amplio de la
forma como la migración internacional ha incidido en la transformación de la
religiosidad de los mexicanos dentro y fuera de sus comunidades de origen.
En el primer
apartado presentamos algunos elementos asociados con la migración internacional
que contribuyen a conformar un contexto favorable para el cambio religioso. En
particular, nos referiremos a la exposición a un contexto de mayor diversidad,
al distanciamiento de mecanismos de control social tradicionales, a la
vulnerabilidad asociada con la condición migratoria, y al proceso de
redefinición de referentes identitarios asociados con
los procesos de integración a las sociedades de destino.
En un segundo
apartado exponemos, a manera de “inventario”, algunas de las expresiones
concretas que adopta la relación religión-migración, clasificándolas en tres
grandes grupos: los procesos de conversión, la transnacionalización de las
prácticas religiosas, y la etnicización de la
percepción de la diversidad religiosa.
Concluimos este
trabajo con algunas reflexiones teóricas sobre lo que consideramos que podrían
ser nuevas estrategias de análisis en este campo.
1. La migración
internacional como factor de cambio religioso
Como parte de su
herencia colonial, México ha sido un país tradicionalmente católico desde los
primeros años de vida independiente. Y aunque las elites protestantes pudieron
haber jugado un papel importante en determinados episodios de la historia
nacional (Bastian, 1994), la diversidad religiosa mexicana
a lo largo de la historia había estado dada principalmente por las diferentes
expresiones de la religiosidad popular al interior de un catolicismo
sincrético, y sólo marginalmente por la adscripción a otras religiones.
Sin embargo,
aunque hoy en día la mayoría de los mexicanos sigue profesando la fe católica,
durante las últimas décadas ha habido importantes transformaciones en el
panorama religioso de este país. Una de las expresiones más claras de esos
cambios, aunque no la única, se ve reflejada en el descenso, lento pero
sostenido, en el porcentaje de población católica registrado en los censos
nacionales de población.[6]
Como se puede observar en la gráfica i,
el censo del año 2000 reportó 88% de población católica, lo que significa un
descenso de más de 10 puntos porcentuales durante los últimos cincuenta años.
Gráfica i
México:
población católica y no católica (1950-2000)
Fuente: Elaboración propia con base en
inegi, xii Censo General de Población y
Vivienda 2000.
La disminución
proporcional del catolicismo corresponde tanto al aumento porcentual de quienes
no profesan ninguna religión, como al crecimiento de otras religiones,
principalmente “protestantes y evangélicas” y “bíblicas no evangélicas”.[7]
Gráfica ii
México:
Distribución porcentual de población no católica (2000)
Fuente: Elaboración propia con base en inegi, xii Censo General de Población y
Vivienda 2000.
Hay, además,
otros cambios importantes en el panorama religioso mexicano que las cifras no
reflejan. Entre ellos, podemos señalar la transformación de la relación
Estado-Iglesia, la modificación de algunas prácticas religiosas tradicionales,
la institucionalización de otras nuevas, la “exportación” de expresiones de la
religiosidad popular mexicana a las comunidades de mexicanos establecidos en
los Estados Unidos, etc. Aunque resulte imposible detallar la magnitud de ese
otro tipo de transformaciones, sabemos que su impacto en la sociedad mexicana
–y en las comunidades mexicanas radicadas en el extranjero– es de gran
relevancia.
Ahora bien, las
modificaciones arriba señaladas responden a un sinnúmero de factores, que
pueden ser de carácter local, regional o global, internos o externos a las
instituciones, políticos, culturales, etc. Por ello, más que identificar las
“causas” del cambio –mismo que, por otra parte, es natural a todas las
sociedades– se pretende identificar factores que contribuyen a la conformación
de contextos favorables a tales transformaciones.
Entre los
factores señalados, los flujos migratorios ocupan un importante lugar, en lo
que respecta tanto a las comunidades de origen (véase, por ejemplo, Hernández
Madrid, 2000) como a las de destino (por ejemplo, Warner y Wittner,
1998). En particular en el caso de México, debido a la magnitud de la movilidad
hacia los Estados Unidos –y de regreso– consideramos que este factor resulta de
primera importancia.[8] Es
por ello que, sin desestimar la importancia del carácter multicausal en las
transformaciones del campo religioso, este trabajo se centra en el análisis del
impacto de la migración internacional en la conformación de contextos
favorables a dichos cambios.
Así, a partir de
la evidencia empírica, y retomando los hallazgos reportados por diversos
investigadores, consideramos que los cuatro aspectos principales que hacen de
la experiencia migratoria un factor de cambio en el campo religioso son: una
mayor exposición a la diversidad religiosa, el distanciamiento de mecanismos
tradicionales de control social, la vulnerabilidad asociada con la condición
migratoria, y el proceso de redefinición de referentes identitarios,
de normas y valores, que exige la incorporación a la sociedad receptora.
Antes de
detallar cada uno de esos elementos, conviene insistir en que, al identificar a
la migración internacional como factor de cambio, no estamos considerando que
la experiencia migratoria conduzca a quienes se desplazan a procesos de
conversión religiosa o de cambio de adscripción. El cambio al que nos referimos
es a la vez más profundo y menos evidente, y puede darse al interior mismo de
una denominación –como podría ser el catolicismo. Como se verá mas adelante, el cambio puede identificarse en la forma
concreta en que se realiza –o deja de realizar– la práctica religiosa, en el
sentido que se atribuye a la misma, o incluso en la relación que el propio
individuo redefine respecto a las diversas instituciones religiosas.
1.1. Mayor
exposición a la diversidad religiosa
A pesar de que
durante las últimas décadas las afiliaciones religiosas de los mexicanos han
adquirido progresivamente un carácter más plural, el catolicismo sigue siendo,
con mucho, la adscripción religiosa mayoritaria y el sistema de creencias
hegemónico en este país, en donde 88% de la población sigue autoidentificándose
como “católico”. Esa hegemonía del catolicismo es aún más acentuada en las
regiones que tradicionalmente han tenido una mayor participación en los flujos
migratorios: en Zacatecas, Michoacán y Guanajuato –los tres estados que
presentan un mayor índice de intensidad migratoria–,[9] el
porcentaje de población no católica es notablemente inferior a la media
nacional (4.9, 5.2 y 3.6, respectivamente).
Gráfica iii
Diversidad religiosa
e intensidad migratoria (entidades federativas, 2000)
Fuente: Elaboración propia con base en inegi, xii Censo Nacional de Población y
Vivienda 2000; y Tuirán et al. (2002).
Esa marcada
hegemonía del catolicismo en las comunidades de origen contrasta fuertemente
con la diversidad religiosa prevaleciente en los lugares de destino: en Nuevo
México, California, Texas y Arizona –los cuatro estados que concentran mayores
porcentajes de población hispana–, el porcentaje de población católica alcanza
apenas 36.9, 29.8, 21 y 19, respectivamente.[10]
El contacto con
la diversidad religiosa adquiere su expresión concreta en la interacción con
vecinos, compañeros de trabajo, empleadores o compañeros de estudios, y por lo
general no se reduce a las opciones religiosas evangélicas y protestantes. Así,
por ejemplo, los mexicanos a quienes entrevistamos en Chula Vista, California,
señalaron tener amistades de diversos orígenes (principalmente filipinos,
coreanos, griegos, libaneses y japoneses), y la mayoría de ellos señalaron
también haber asistido por lo menos en una ocasión a un oficio religioso de una
religión diferente a la propia; en la mayoría de los casos, debido al deseo de
acompañar a familiares o amigos en algún acontecimiento significativo para
ellos (bautismos y matrimonios, principalmente).[11]
La confrontación
con un contexto de acentuada diversidad religiosa –misma que adquiere gran
visibilidad en el espacio público– en algunos casos puede resultar
desconcertante para los migrantes mexicanos habituados a considerar al
catolicismo, y al conjunto de normas y valores derivados de la cultura
católica, como prácticas de carácter universal. Así, por ejemplo, Horacio,
quien reside en Chula Vista, California, muestra su asombro ante la diversidad
religiosa cuando sostiene: “No es posible que haya tantas religiones [...]
religiones no se les puede llamar [...] sólo son cuatro, porque también son
cuatro los puntos [cardinales] del mundo, pero que en un solo país haya tantas
religiones no es posible” (Horacio, entrevistado en Chula Vista, California,
1999).[12]
Si bien es
cierto que la simple exposición a la diversidad religiosa no necesariamente deriva
en procesos de conversión, también es evidente que un contexto diverso resulta
favorable para la reflexión crítica sobre los sistemas de creencias
interiorizados durante el proceso de socialización primaria. Como veremos en
los siguientes apartados, el contacto con un contexto religioso diferente será
un factor de cambio religioso importante, pero tales cambios no necesariamente
cristalizarán en procesos de conversión religiosa.
1.2. El
distanciamiento de mecanismos tradicionales de control social
La inquietud que
produce la confrontación con un contexto de marcada pluralidad religiosa motiva
un proceso de reelaboración de referentes de identidad en el que la
subjetividad y la reflexividad son profundamente movilizadas. Ese proceso,
además, tendrá lugar en un contexto en donde los mecanismos tradicionales de
control social –desde los más sutiles hasta los más explícitos– pierden
eficacia o dejan de ser operativos.
Un ejemplo de
ello es el de aquellos hombres jóvenes que se integran a los mercados laborales
transnacionales en jornadas extenuantes y que, a diferencia de lo que harían en
sus comunidades de origen, emplean el limitado tiempo libre del que disponen en
actividades diferentes de las prácticas religiosas tradicionales, como ir a
misa. Es el caso de Eduardo, originario de Alto Lucero, Veracruz, quien
menciona que en Dallas nunca va a la iglesia, pues de lunes a sábado procura
trabajar la mayor cantidad de horas posible (siempre que se presenta la
oportunidad de trabajar “over-time” la aprovecha, por ser horas mejor
pagadas, por lo que con frecuencia trabaja 12 horas al día), de manera que el
domingo prefiere realizar las tareas domésticas indispensables y descansar. En
el pueblo, en cambio, suele ir a misa “cuando menos los domingos”, “para agradecer
a Dios que vivió uno un día mas”, y también porque “a
fuerzas tiene uno que acompañar a la familia”, “se vería mal que uno no fuera”
y “si no luego la gente anda diciendo” (entrevista realizada en Alto Lucero,
Veracruz, enero de 2003).
Miguel Hernández,
quien analiza el caso de mujeres migrantes que a su regreso de los Estados
Unidos se convirtieron en Testigos de Jehová, señala que
[...] los que
van a Estados Unidos tienen mayores oportunidades de conocer otras religiones,
de moverse en ambientes donde pueden leer la Biblia sin los condicionamientos y
tabúes que imperan en sus terruños, pero además lo pueden hacer en lugares
donde el gran número de población y actividades garantizan el anonimato y la
disolución de la vigilancia o censura por interactuar con los ‘otros’
(Hernández Madrid, 2000).
Eso no
significa, claro está, que en el nuevo contexto no existan otros mecanismos de
control –especialmente cuando el desplazamiento tiene lugar dentro de redes
migratorias sólidamente estructuradas–, pero esos nuevos mecanismos
corresponden, precisamente, a una nueva lectura de la posición de las creencias
“propias” y a una diferente percepción de la diversidad religiosa en ese
contexto de marcada pluralidad.
1.3. La
vulnerabilidad asociada con la condición migratoria
Al llegar a los
Estados Unidos, el nuevo migrante tendrá que adquirir los elementos materiales
y la información necesaria para adaptarse a su nuevo contexto de vida. Es por
ello que en los primeros días, semanas e incluso meses posteriores a su
desplazamiento, quienes migran son extremadamente dependientes de terceras
personas para sobrevivir. A partir de las entrevistas realizadas a quienes se
encontraban en esa situación, pudimos comprobar que los recién llegados
experimentan una profunda sensación de soledad y vulnerabilidad, que resulta
particularmente angustiosa para quienes no tienen la fortuna de desplazarse con
la ayuda de redes de familiares, paisanos o amigos. En esos casos –más aún
cuando se trata de migrantes indocumentados–, las instancias a las que los
migrantes pueden recurrir en la búsqueda de soluciones a sus necesidades más
apremiantes son extremadamente escasas. Dentro de ese estrecho universo, las
asociaciones religiosas de diversas denominaciones ocupan un importante lugar.
Así pues, la vulnerabilidad derivada de la condición migratoria es en ocasiones
la causa y el contexto en el que los migrantes entran en contacto por primera
vez con otras opciones religiosas. Y ello no necesariamente redundará en
procesos de conversión, pero sí contribuirá a modelar una nueva representación
de la alteridad religiosa, y a construir una nueva relación con el “otro”.[13]
1.4. La redefinición
de referentes identitarios y la búsqueda de nuevos
sentidos
Si consideramos
que los sistemas religiosos están conformados por las “construcciones
imaginarias mediante las que la sociedad, los grupos en esta sociedad y los
individuos en estos grupos tratan de conferir un sentido a su experiencia
cotidiana y representarse su origen y su porvenir” (Hervieu-Léger,
1996), resulta evidente que una transformación profunda en las condiciones de
esa misma experiencia cotidiana exigirá una transformación de las propias
construcciones imaginarias que conforman los sistemas religiosos. Ese fenómeno
ha sido ampliamente estudiado desde la perspectiva de la “larga duración”, al
analizarse las implicaciones que “la afirmación del individuo, el progreso de
la racionalización y la diferenciación de las instituciones” (Hervieu-Léger, 1996) han tenido sobre los sistemas religiosos
en las sociedades modernas. Pero también puede observarse en la escala del
individuo, para el cual la transformación profunda y acelerada en las
condiciones concretas de la experiencia cotidiana exige la readecuación de los
sistemas de creencias a partir de los cuales ha dado sentido a su existencia.
El viaje al norte constituye entonces la ocasión para entrar en contacto con
otras opciones religiosas, pero además, ese acercamiento se produce
precisamente en un momento en la vida de los individuos en el que se encuentran
inmersos en la búsqueda de nuevas explicaciones, de nuevos sentidos para su,
también nueva, experiencia de vida.
El
extraordinario contraste entre las condiciones de vida concretas en las que se
encuentra el recién llegado, que son con frecuencia aún más precarias que las
que dejó al partir –especialmente para quienes no disponen de documentos
migratorios y viven bajo el estigma de la clandestinidad–, y el nuevo horizonte
de expectativas –con frecuencia ilusorias– que se abre ante él, configura un
contexto de tensión para el que los individuos deberán encontrar –o construir–
nuevas justificaciones. Se trata, sin duda, de un caso extremo de lo que Hervieu-Léger describe para el conjunto de las sociedades
modernas:
La oposición
entre las contradicciones del presente y el horizonte de una realización futura
crea, en el corazón de la modernidad, un espacio de expectativas en el que se
desarrollan [...] nuevas formas de religiosidad que permitan superar esta
tensión: representaciones nuevas de lo sagrado o apropiaciones renovadas de
tradiciones religiosas históricas (Hervieu-Léger,
1999).
Por lo anterior
no es sorprendente el hecho de que, en los discursos sobre la propia identidad
y la relación con la alteridad, los migrantes mexicanos a quienes entrevistamos
en Chula Vista, California, hicieran referencia constantemente a las
afiliaciones religiosas, ya sea que éstas fueran invocadas en su aspecto moral
(como sistema de normas y valores), cultural (en referencia a las prácticas
religiosas específicas), o explícitamente como afiliación a un “linaje
creyente”[14] determinado, como en el
caso de quienes se identifican entre paisanos por ser hijos de “Nuestra madre
la Virgen de Guadalupe”.
Así pues, la
experiencia migratoria en sí misma, por las profundas implicaciones que
conlleva en la experiencia de vida cotidiana de quienes se desplazan, configura
también un contexto favorable al cambio religioso –aunque no necesariamente a
la conversión– debido a que los sistemas de creencias son fuertemente movilizados
y reinterpretados en la búsqueda de nuevos sentidos para la existencia propia,
para la representación del origen, y para la construcción de esperanzas para el
porvenir.
En suma,
consideramos que la exposición a la diversidad religiosa, el distanciamiento de
mecanismos tradicionales de control social, la vulnerabilidad del migrante y el
proceso de redefinición de referentes identitarios,
sin ser los únicos elementos que permiten identificar a la migración como un
factor de cambio religioso, constituyen pistas de análisis del impacto que, en
contextos específicos, imprime la movilidad geográfica a la esfera de las
creencias y las prácticas religiosas.
A continuación
presentamos lo que hemos identificado como algunas de las transformaciones que
la migración hacia los Estados Unidos ha impreso en las afiliaciones y las
prácticas religiosas, así como el sentido que los migrantes mexicanos atribuyen
a ellas.
2. Migración y
conversión
Cuando las hijas
de la señora Fabiola –originarias de Chinantla–
emigraron a los Estados Unidos, entraron en contacto con mexicanos Testigos de
Jehová, y después de algún tiempo ellas también “se bautizaron”. Al conocer la
decisión de sus hijas, la señora Fabiola –quien permanecía en el pueblo–
comenzó a recibir en su casa a los Testigos de Jehová del pueblo vecino,
quienes desde hacía décadas llamaban sin éxito a su puerta. Finalmente ella
también se integró a la congregación (entrevista realizada en Chinantla, Puebla, enero de 2003).
La historia de
la conversión de la señora Fabiola y sus hijas es semejante a tantas otras que
pueden encontrarse en las regiones expulsoras de migrantes. Al igual que otros
casos que han sido analizados en diversos trabajos,[15]
el caso de la señora Fabiola muestra con claridad que la experiencia de la
migración puede ser un elemento fundamental para comprender los procesos de
conversión de los mexicanos que migran al norte e incluso el de algunos de sus
familiares que nunca cruzaron la frontera. En relatos como el de la señora
Fabiola y sus hijas, los procesos de conversión pueden ser leídos como la
búsqueda de nuevos sistemas portadores de sentido que respondan a experiencias
de vida también inéditas para los individuos.
Desde una
perspectiva muy diferente, la relación entre migración internacional y cambio
religioso también se ve reflejada en la preocupación que el contacto con la
sociedad estadounidense ha suscitado en diversos sectores de la jerarquía
católica. Así, por ejemplo, Víctor Espinoza señala que ya desde la segunda
década del siglo xx,
[...] a la
jerarquía de la Iglesia católica de la zona [Los Altos de Jalisco] le
preocuparon tres problemas que consideraba ligados a la migración: la
desintegración familiar causada por la falta del varón en la casa, la pérdida
de los valores morales y el peligro de que abandonaran la religión católica y
cayeran en las garras de alguna iglesia protestante (Espinoza, 1999).
Esos “peligros”
motivaron a algunos sacerdotes a acompañar a los migrantes hacia el norte[16]
para protegerlos de “las trampas de otros grupos religiosos que vendían a Jesús
‘por treinta monedas’” (Espinoza, 1999). La preocupación se magnificaba en la
medida en que la migración adquiría patrones cada vez más “circulares”, pues la
migración entonces no solamente amenazaba a quienes partían, sino muy
especialmente a quienes permanecían en el terruño creando y recreando la
emblemática figura del migrante exitoso. Los hijos pródigos, tan queridos y
esperados por familiares y amigos, que regresaban cargados de dólares, nuevas
costumbres e ideas extrañas, constituían la verdadera amenaza de ingreso de
nuevas creencias a las propias comunidades.
Ahora bien,
aunque la experiencia de quienes eligen otra opción religiosa a partir de la
migración siempre ha estado presente en la historia de la migración mexicana
hacia los Estados Unidos,[17]
en ocasiones se le ha magnificado, sobredimensionándose el impacto –real– que
pudiera tener en las comunidades de origen en el sentido de la exportación y el
desarrollo de otras opciones religiosas. Esto probablemente se debe a que los
casos de conversión, además de ser muy significativos, son también fenómenos
que adquieren una gran visibilidad por la confrontación que conlleva el
cuestionamiento de la universalidad de prácticas, normas y valores de las
comunidades de origen. De tal suerte, en no pocas ocasiones esos procesos de
conversión han sido detonadores de tensiones y conflictos al interior de las
comunidades.[18]
Así pues, es
necesario relativizar el impacto de la migración en los procesos de conversión
en al menos dos sentidos. Por una parte, aunque en definitiva la exposición a
la diversidad religiosa, el distanciamiento de mecanismos de control
tradicionales y la vulnerabilidad de los migrantes contribuyen a construir un
contexto favorable para el cambio religioso, ello de ninguna manera significa
que tales elementos sean suficientes para que esos procesos tengan lugar. Y,
por otra parte, es también necesario identificar hasta qué punto este factor de
cambio religioso resulta significativo para comprender la diversificación de
las opciones religiosas en el ámbito nacional.
Aunque es
imposible saber con precisión qué proporción de quienes migran “abandonan la fe
de sus abuelos”, trabajos recientes permiten tener una imagen aproximada de
esos procesos.[19] Así, por ejemplo, Gastón
Espinosa y Virgilio Elizondo (2003) encontraron que al menos 70% de los
“latinos”[20] que viven en los Estados
Unidos se consideran católicos. Estos datos, sin embargo, varían de una
generación a otra: en la generación que emigró, el catolicismo asciende al
menos a 74%, pero en la generación de sus hijos desciende a 72%, llegando a
aproximadamente 62% para la tercera generación. Simultáneamente, la adscripción
al protestantismo pasa de poco menos de 15% en la generación migrante, a 20% en
la segunda generación, y a casi 29% en la tercera.[21] A
pesar de ese proceso de cambio, el porcentaje de latinos católicos parece
mantenerse relativamente estable, en 70%, debido a que nuevos migrantes
católicos ingresan constantemente a ese contingente.
En lo que respecta
a la magnitud del impacto de tales procesos de conversión en las comunidades de
origen, se pueden encontrar también algunas aproximaciones a partir de las
fuentes estadísticas disponibles. Podemos observar en primera instancia que los
estados mexicanos donde la adscripción al catolicismo ha caído de manera más
acelerada, no han tenido una participación significativa en los flujos
migratorios. De igual manera, aquellos estados con mayor participación
migratoria hacia los Estados Unidos son los que presentan una adscripción al
catolicismo cercana a 100%.
La
representación cartográfica de esos mismos indicadores, como se muestra en los
mapas i y ii, permite identificar con claridad que el cambio religioso
se relaciona antes con procesos regionales que con la intensidad de la
migración hacia los Estados Unidos.[22]
Así, comparando la distribución espacial de los índices de intensidad
migratoria, y la distribución espacial del crecimiento de opciones religiosas
distintas al catolicismo, podemos observar que es precisamente la región que
tradicionalmente ha enviado los mayores contingentes de migrantes hacia los
Estados Unidos, la que hasta la fecha es el “bastión” del catolicismo en
México. Simultáneamente, el sureste del país, que concentra los procesos de cambio
más marcados –con un decrecimiento de la adscripción al catolicismo de hasta 33
puntos porcentuales en cinco décadas–, ha estado prácticamente ausente del
éxodo hacia el norte.
Mapa i
Población no
católica por entidad federativa (2000)
Fuente: xii
Censo General de Población y Vivienda 2000. Elaboración de Manuel Tapia.
Mapa ii
Participación en
la migración internacional
(Índice de Intensidad Migratoria,
2000)
Fuente: Tuirán
et al. (2002). Elaboración de Manuel Tapia.
Hay, por
supuesto, algunas excepciones interesantes, como los estados de Oaxaca o
Morelos, que a pesar de no contar con una “historia migratoria” de tan larga
data como los estados del centro-occidente, en las últimas décadas se han
incorporado masivamente al contingente de trabajadores transnacionales. Los
indicadores de “intensidad migratoria” (Tuirán
et al.,
2002) los ubican en la actualidad entre los estados con una alta participación
en los flujos migratorios, y presentan también porcentajes de adscripción al
catolicismo (84.8 y 83.6, respectivamente) notablemente inferiores a la media
nacional (88%).
Para tratar de
identificar de manera más precisa aquellos lugares en donde pudiera coincidir
una importante participación en la migración internacional y el cambio
religioso, representamos gráficamente la relación entre porcentaje de población
no católica e índice de intensidad migratoria para cada municipio mexicano
(gráfica iv).
Gráfica 4
Diversidad
religiosa e intensidad migratoria (municipios, 2000)
Fuente:
Elaboración propia con base en los censos y el índice de intensidad migratoria
del Conapo.
Como se puede
observar, con excepción de una decena de casos –los más sobresalientes se
ubican en el estado de Oaxaca–,[23]
los municipios que presentan índices de migración elevados corresponden con
aquellos que presentan también un alto porcentaje de adscripción al
catolicismo, mientras que aquellos con una diversidad religiosa más acentuada
tienen los índices de intensidad migratoria más bajos.
¿Significa esto
que la migración no constituye un factor de cambio religioso importante?
Seguramente no. La evidencia empírica muestra que la experiencia migratoria es
fundamental para comprender la trayectoria de los migrantes conversos; sin
embargo, la transformación del campo religioso mexicano presenta
características regionales diferenciadas, que no pueden reducirse a los cambios
de adscripción religiosa y que no se circunscriben a las regiones con más alta
intensidad migratoria.[24] A
pesar de ello, existen algunas regiones en donde la migración, en combinación
con otras variables históricas y sociodemográficas, sigue siendo una pista de
investigación relevante en la comprensión de los procesos de diversificación
religiosa.
3. La
transnacionalización de las prácticas religiosas
La religión, entendida
como un sistema de creencias que permiten a los individuos conferir un sentido
a su experiencia cotidiana, a su pasado y a su porvenir, debe forzosamente
adaptarse a las nuevas condiciones de existencia de quien la profesa, a la
reconstrucción de sus orígenes y a sus nuevas expectativas para el porvenir.[25]
La religión, como sistema de creencias, pero también en su dimensión ritual, de
ética normativa y como referente de identidad colectiva, debe ser
reinterpretada también para conferir un sentido a las nuevas carencias e
incertidumbres y así poder constituir un recurso de orientación práctica.
En particular,
para que los sistemas religiosos movilizados por los migrantes sigan
respondiendo a las necesidades individuales y sociales de producción de sentido,
deben adecuarse a una experiencia de vida que se desarrolla en un campo social
transnacional (cf. Levitt y Glick-Schiller, 2004).
Y si bien es
cierto que las instituciones religiosas, como la Iglesia católica, han operado
siempre como instituciones supranacionales, los sistemas religiosos
pretendidamente universales se han adecuado en cada ocasión a los contextos
locales, en donde deben cristalizar en ritos y normas específicos (Kurtz, 1995). Así pues, a pesar de la visión supranacional
de la organización católica, podemos identificar un “catolicismo a la mexicana”
–en donde destacaría por ejemplo la devoción a la Virgen de Guadalupe– que se
declinaría a su vez en diversas formas de “ser católico” en lo regional, lo
local y lo individual.
Por consiguiente,
la adecuación del catolicismo a la experiencia de vida en espacios
transnacionales[26] no significa la
sustitución de una forma “local” de ser católico por otra supranacional. Los
sistemas religiosos con los que viajan los migrantes, para perdurar, deben ser
susceptibles de cristalizar en orientaciones prácticas que respondan a las
incertidumbres que la vida cotidiana impone a los individuos. Así, el
catolicismo de las comunidades de origen de los migrantes debe readecuarse de
forma tal que siga siendo “portador de sentido” para quienes viven su
cotidianidad en espacios transnacionales.
Con esta
perspectiva podemos entender mejor la relevancia que algunas prácticas
religiosas específicas han adquirido entre algunas “comunidades
transnacionales”, que han logrado recrear nuevas formas de definición del
“nosotros” prescindiendo de los referentes de adscripción a un Estado nacional
–o relativizándolos– y confiriendo el núcleo de la identidad comunitaria a la
adscripción a un referente religioso. El caso más evidente, aunque sin duda no
el único, es la relevancia que han adquirido las devociones a los santos
patronos de las comunidades de origen. La devoción –íntima– al santo permite al
individuo revitalizar los lazos de identidad con sus paisanos en donde quiera
que se encuentre, y revitalizar también los nexos con sus antepasados. Las
celebraciones religiosas realizadas en las comunidades de destino posibilitan
la construcción de nuevos vínculos con los paisanos en el terruño. La
participación de los migrantes en las celebraciones que se realizan en los
lugares de origen –ya sea una participación “virtual” por el envío de dólares y
“promesas”, o por medio de la celebración simultánea del festejo en el lugar de
destino– permite crear nuevos puentes y revitalizar identidades con quienes
quedaron atrás, identificándose como “hijos de un mismo Padre” (Varguez Pasos, 2001).[27]
La transmisión de la devoción a los hijos nacidos en los Estados Unidos hace
también posible la incorporación de las siguientes generaciones a esa forma
particular de redefinir las identidades colectivas.
De esta manera,
lejos de tratarse de una simple “exportación” de prácticas religiosas locales,
esas formas específicas de devoción reflejan la construcción de prácticas
religiosas transnacionales capaces de estructurar una nueva identidad
colectiva, aportando así nuevos sentidos a una existencia cotidiana
transnacional. Ese tipo de celebraciones muestra, también, la forma como los
referentes religiosos resignificados en el espacio social transnacional pueden
aportar orientaciones prácticas que señalan a los individuos lo que la
comunidad –en sus múltiples localizaciones– espera de ellos, así como elementos
para redefinirse en el contexto multiétnico y multirreligioso
de la sociedad de destino.
Existe ya una
abundante literatura en donde se detalla el proceso de construcción de esas
prácticas religiosas transnacionales asociadas con la devoción a santos
patronos locales.[28]
Hay, sin embargo, dos ejemplos que nos parecen particularmente ilustrativos de
la readecuación de las prácticas religiosas a las nuevas necesidades
espirituales –o de aportación de sentido– de las comunidades transnacionales.
La primera es la resignificación de los santos
patronos como “santos migrantes”. La segunda, que puede ser paralela a la
anterior, es la especialización de los mismos como santos protectores de
migrantes.
El primer caso
puede verse nítidamente representado en el Padre Jesús, santo patrono de Chinantla, Puebla. Juan Gómez, chinantleco
que reside en Nueva York desde 1989, narró lo que sucedió en su pueblo hace
algún tiempo: durante una peregrinación tradicional, un santo de la región, el
Padre Jesús, fue recibido en Chinantla por los
mejores músicos del lugar, quienes cantaron con tanto sentimiento que
conmovieron al mismísimo santo. Al llegar la hora de partir, cuando los fieles
quisieron llevar de regreso a casa a la estatua del santo, ésta pesaba tanto
que nadie logró moverla. Después de muchos esfuerzos, la gente comprendió que
el santo había decidido emigrar, como durante décadas lo han hecho tantos
hombres y mujeres del lugar (Juan Gómez, entrevistado en Nueva York en 1999).[29]
Desde ese día, las personas que han salido de la región para probar su suerte
al norte de la frontera regresan cada año, en enero, para recordar el milagro y
para adorar al santo migrante. Aseguran que quienes se encomiendan al Padre
Jesús, cruzan con bien la frontera “aunque no traigan papeles”, y únicamente
tienen contratiempos quienes hicieron una promesa al santo y no la cumplieron. Así,
el milagro del Padre Jesús contribuyó a transformar la representación social de
la migración entre la gente del pueblo, otorgando un aura de legitimidad a los
desplazamientos de todas aquellas personas que parten hacia el norte. En
definitiva, la nueva práctica religiosa se convirtió en un rito anual de
justificación de la migración hacia el norte.
El segundo caso,
que nos parece igualmente significativo, es el surgimiento de santos
protectores de migrantes en lugares estratégicos del recorrido hacia el norte.
Este caso queda bien ejemplificado con Juan Soldado, santo fronterizo no
reconocido oficialmente por la Iglesia católica, pero objeto de veneración por
varias generaciones de migrantes. Según la historia popular (Ungerleider, 1999), a principios del siglo pasado el
soldado Juan fue asesinado, en la ciudad de Tijuana, acusado de un crimen que
no cometió. Al descubrirse más tarde que se había castigado a un inocente, los
residentes del lugar comenzaron a encender veladoras para el “ánima sola” del
soldado Juan, quien encontró una muerte violenta, lejos de su tierra y de sus
seres queridos, a pesar de haber sido inocente.
La devoción a
Juan Soldado, sin embargo, no adquirió importancia sino hasta las ultimas décadas del siglo xx,
cuando Tijuana se constituyó como el principal punto de cruce fronterizo de un
vasto flujo migratorio indocumentado. La tumba de Juan Soldado, que se ubica a
sólo unos metros de la frontera México-Estados Unidos, se convirtió entonces en
la visita obligada de cientos de migrantes que se encomendaban al soldado para
lograr llegar con bien hasta “el otro lado”. El santo se convirtió así en un
protector de migrantes, y en su capilla podían verse infinidad de mensajes de
agradecimiento, por haber logrado “obtener un permiso de trabajo”, “cruzar sin
ser visto por la Patrulla Fronteriza”, “haber logrado llevar a la esposa y los
hijos ‘al otro lado’”, etc. Recientemente, debido al recrudecimiento de los
controles fronterizos en esa región, el flujo migratorio ha debido trasladarse
hacia el este, de manera que no son ya tan numerosos los nuevos migrantes que
se encomiendan al soldado. Sin embargo, Juan Soldado sigue siendo una figura
central de veneración para varias generaciones de migrantes y sus hijos nacidos
en los Estados Unidos, quienes siguen realizando peregrinaciones –ahora
cruzando la frontera hacia el sur– para encomendarse y agradecer nuevos
milagros. Independientemente de la veracidad de los “milagros” atribuidos, es
incuestionable que Juan Soldado logró confortar a cientos de personas en un
momento de gran angustia –liminal en más de un sentido–, constituyendo un
recurso emocional para quienes debieron arriesgar la vida en el cruce.
Tanto el caso
del Padre Jesús como el de Juan Soldado constituyen ejemplos de la forma como,
aun dentro del catolicismo, la migración ejerce un impacto profundo en los
sistemas religiosos, y que lejos de limitarse a la exportación más o menos
visible de las prácticas religiosas tradicionales, debe readecuarse a nuevas
condiciones de vida cotidiana, y por consiguiente a nuevas demandas de sentido
y de orientaciones prácticas.
Dentro de este
proceso, la relevancia de las religiones en la conformación de nuevos
referentes de identidad constituye un punto que nos parece de la mayor
importancia. Este aspecto lo trataremos en el siguiente apartado.
4. La etnicización de las identidades religiosas: migración e
(in)tolerancia religiosa
Como se mencionó
anteriormente, la experiencia de la migración hacia los Estados Unidos, y más
específicamente, la experiencia de vida en un espacio social transnacional,
exige al individuo que se desplaza –y con frecuencia también a quienes
permanecen– la reelaboración de referentes identitarios.
Ese proceso exige tanto la reconfiguración de la representación del “nosotros”,
como la redefinición de la alteridad.
En este sentido,
uno de los impactos que se pueden observar en el ámbito de las religiones es,
precisamente, la transformación de la percepción de la diversidad religiosa.
Según Charles Hirschman (2004), una de las características más comunes en
el proceso de “americanización” de las comunidades de inmigrantes es,
precisamente, la fundación de una iglesia o templo. En el caso de los mexicanos
inmigrantes, ese proceso resulta paradójicamente más difícil debido a que, a pesar
de que hay parroquias católicas en sus lugares de destino, encuentran que en
ese contexto no existe el espacio necesario para la reproducción de algunas de
las prácticas del catolicismo popular que resultan significativas para ellos.
Es probablemente por ello que, más que la fundación de una nueva iglesia, en el
caso de los migrantes mexicanos con frecuencia se establecen tensiones al
interior de las propias iglesias católicas, que en ocasiones van siendo
“reconquistadas” por medio de la instauración de algunos servicios en español,
la aparición de nuevas imágenes de devoción, etc. (cf. Morán, 2005).
Ello produce en
ocasiones una cierta segregación al interior mismo de la comunidad católica, y
el sentimiento de formar parte de una minoría dentro del propio catolicismo.[30]
La etnicización de la adscripción religiosa es
entonces un elemento adicional que los migrantes católicos deberán enfrentar.
El festejo al
santo patrono o las fiestas de xv
años pueden tener un sinnúmero de semejanzas externas con esas mismas
celebraciones realizadas en el lugar de origen. Su significado, no obstante,
suele presentar diferencias sutiles pero importantes: si en el lugar de origen
esas celebraciones ubican a quienes las practican dentro de una tradición
mayoritaria y hegemónica, en los lugares de destino las mismas celebraciones
significan la visibilización de los practicantes como
un grupo minoritario y, en ocasiones, estigmatizado. Si antes de migrar esas
tradiciones eran esperadas por el resto de la comunidad, en los nuevos
contextos implican la decisión de identificarse con un subgrupo dentro de la
propia tradición católica, y significa también tejer o consolidar puentes con
las comunidades de destino. Esas prácticas significan a la vez un esfuerzo de
reivindicación identitaria frente a lo “otro”, y un
esfuerzo de acercamiento hacia lo propio.
Así, el proceso
de etnicización de las expresiones religiosas va
cristalizando en diversos espacios, como las propias iglesias católicas, en
donde algunas políticas adoptadas a nombre de la tolerancia a la diferencia
–como la celebración de misas en varios idiomas– tienen como una de sus
consecuencias inmediatas la reproducción de sistemas de segregación –al
constituirse grupos diferenciados a partir de los horarios establecidos para
las misas en cada idioma.
No es de
sorprender, entonces, que dentro de ese contexto de etnicización
de las creencias y las prácticas religiosas, los propios migrantes mexicanos
perciban la diversidad religiosa de los Estados Unidos como una consecuencia “natural”
de la migración. Resulta “natural” –y por consiguiente es respetado– el hecho
de que cada grupo étnico profese su religión de origen. Muchos de los migrantes
católicos que entrevistamos tenían amistades que profesaban otras religiones,
algunos habían asistido en alguna ocasión a ceremonias religiosas de otros
grupos étnicos/religiosos, e incluso se expresaban positivamente de algunas de
esas tradiciones. Así, por ejemplo, la señora Gilda explica:
Siempre quiere
uno estar con los suyos [...] porque siempre recuerda con melancolía de dónde
viniste y quiere uno rehacer su colonia en el país extraño [...] pero al mismo
tiempo me he dado cuenta que entre más diversidad hay y entre más cosas
diferentes, más aprende uno y es más bonito porque ellos transmiten y te
enseñan algo de lo que traen (entrevista realizada en Chula Vista, 2003).
No obstante, esa
aparente apertura hacia las religiones de los “otros” contrastaba con la
acentuada intolerancia hacia aquellos mexicanos que habían decidido cambiar de religión.
En estos casos, además de considerarse que la conversión obedece a intereses
materiales, implícitamente lo que se les reprocha más fehacientemente es el
haber traicionado la lealtad al grupo étnico y el haber roto los lazos a partir
de los cuales se construye la solidaridad grupal.[31]
Es precisamente la experiencia de la diversidad religiosa el factor que
impulsa una mayor intolerancia hacia los propios mexicanos no católicos en los
lugares de destino. En ocasiones, ese fenómeno resulta aún más evidente cuando
los migrantes regresan a las comunidades de origen; encontramos también
respuestas distintas e incluso opuestas.
En el caso de
los migrantes originarios de Chinantla, encontramos
que en algunos casos, como era de esperarse, la representación de la diversidad
religiosa como producto de la diversidad étnica era aplicada también a su
regreso a casa. Esa reproducción de una visión etnicizada
de las identidades religiosas redundaba en un incremento de la intolerancia
hacia quienes profesaban religiones diferentes a la católica. En el caso
específico de Chinantla, esa situación adquiría
dimensiones mayores debido al notorio incremento en el poder político y
económico que habían adquirido los migrantes. Así, por ejemplo, la señora
Trinidad –Testigo de Jehová– menciona que la organización de la fiesta al santo
patrono es una fuente creciente de conflictos entre los comités organizadores
–radicados en gran medida en Nueva York– y quienes radican en el pueblo pero no
profesan la religión católica. Los comités detentan una capacidad de influencia
notable debido a que una parte importante de los ingresos del pueblo proviene
de las remesas. Incluso una parte significativa de los recursos administrados
por el Ayuntamiento para el mejoramiento de la infraestructura de la cabecera
municipal proviene de las remesas colectivas. Por ello, las actitudes más
tolerantes de la propia jerarquía católica y de las autoridades civiles
resultaban frecuentemente rebasadas por las posturas más inflexibles de los
comités.[32]
Algunos de los
migrantes que viajan a Chinantla para la fiesta
patronal dicen con orgullo a sus hijos –nacidos en los Estados Unidos– que a
diferencia de lo que sucede en los Estados Unidos, en el pueblo no hay lugar
para otras religiones. Al parecer, ante sus ojos el pueblo perdería su pureza
original si otras religiones comenzaran a expandirse. Así, por ejemplo, el
señor Javier, quien vive en Nueva York desde 1960 y regresa regularmente –ahora
con sus hijos y nietos– a la fiesta del Padre Jesús, comenta: “Allá en Nueva
York sí llegan [a tocar la puerta] y dicen: ‘mire, somos Adventistas’ y así,
[...pero] aquí no, [...] aquí nos les ponemos al brinco, no porque no; y es que
si tienes algo tú en tu mente, es lo que te enseñaron tus padres, y eso no se
te quita, nadie te lo puede quitar... voluntariamente no” (entrevista realizada
en Chinantla, enero de 2003). Esa postura es
compartida incluso por quienes aseguran tener amigos –de otras nacionalidades–
que profesan religiones diferentes al catolicismo: nuevamente la diversidad
religiosa es tolerada, e incluso valorada, siempre y cuando se manifieste en
“los otros” y lejos de casa.
En suma, aunque
la respuesta de los migrantes mexicanos a la confrontación con una mayor
diversidad religiosa es muy variable, es posible distinguir algunos rasgos
relevantes. Probablemente una de las transformaciones más significativas que se
derivan de la experiencia de la migración hacia un contexto en donde prevalece
una marcada diversidad religiosa –diversidad que adquiere una gran visibilidad
en el espacio público–, es la construcción y exportación de una representación
de la diversidad religiosa como un reflejo de la diversidad étnica.
Las prácticas
religiosas asociadas con una identidad nacional/local se convierten en
instrumentos privilegiados para reestructurar relaciones de paisanaje en los
lugares de destino, construir o reforzar redes de solidaridad, y crear espacios
favorables a la redefinición de referentes de identidad. Asimismo, esas
prácticas religiosas etnicizadas y resignificadas
constituyen valiosísimas herramientas para redefinir nexos con las comunidades
de origen.
De esta forma,
la etnicización de los referentes religiosos permite
a un segmento de la población mexicana migrante la construcción de una trinchera
identitaria
(Odgers Ortiz, 2002) que puede resultar de gran
utilidad ante un contexto de discriminación. Paradójicamente, esa nueva
herramienta, construida para reivindicar la diferencia cultural, se convierte
en un vector de intolerancia hacia el interior de la propia comunidad de
referencia.
Más aún, la
nueva percepción de la diversidad en ocasiones es exportada a las comunidades
de origen, magnificada por la relación de poder asimétrica que se establece
entre quienes migran y quienes permanecen. La intolerancia “importada” a las
comunidades de origen parece ser mayor, precisamente, entre quienes sufren la
discriminación de manera más directa, y no necesariamente corresponde a quienes
antes de migrar participan de manera más activa en las iglesias católicas locales.
Para concluir: hacia
nuevos estudios sobre la relación migración-cambio religioso
La experiencia de
los mexicanos que migran hacia los Estados Unidos –y de regreso– permite
observar con claridad que existe una importante relación entre la experiencia
del desplazamiento y algunas transformaciones en las prácticas y creencias
religiosas. Esta relación, no obstante, es extraordinariamente heterogénea, por
lo que es difícil identificar patrones o tendencias generales: el mismo factor
–la experiencia migratoria– puede producir efectos diferentes e incluso
diametralmente opuestos –conversión religiosa o revitalización de prácticas
tradicionales, por ejemplo– en regiones distintas.
El contacto con
otras opciones religiosas, el distanciamiento de mecanismos de control social
y, sobre todo, la flexibilidad y capacidad de adaptación que la condición de
migrante exige, resultan factores determinantes en el proceso de reelaboración
de la relación que el individuo establecerá con las iglesias y “las creencias
de sus abuelos”. Sin embargo, los caminos que ese proceso puede seguir son
extremadamente variados y de ninguna manera pueden circunscribirse a los
procesos de conversión religiosa. Por ello, el análisis del impacto de la
migración en el cambio religioso deja abiertos diversos posibles itinerarios de
investigación.
Así, por
ejemplo, convendría explorar en que forma particular –y con qué consecuencias–
se manifiestan los procesos de individualización de las creencias, que han sido
considerados como una característica fundamental de la modernidad religiosa.
Asimismo, convendría reflexionar sobre las implicaciones de la vitalidad de las
prácticas religiosas de comunidades transnacionales, que parecen ir justamente
a contracorriente de los procesos de individualización.
Seguramente en
la medida en que se continúe el análisis del impacto de la migración en las
formas de creer, a partir de sus expresiones concretas, podremos aproximarnos a
una mejor comprensión de las tendencias globales del cambio religioso, y a un
mejor entendimiento de las condiciones y necesidades –emocionales o
“espirituales”– de quienes viven en contextos sociales transnacionales, así
como de las respuestas que han ido construyendo a lo largo de los años.
Esperamos que este trabajo contribuya en esa dirección.
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Recibido:
25 de noviembre de 2005.
Aceptado:
30 de enero de 2006.
Olga Odgers Ortiz. Doctora en Sociología por la Escuela
de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París, Francia) en el Centro de
Análisis y de Intervención Sociológica. Actualmente se encuentra adscrita al
Departamento de Estudios Sociales de El Colegio de la Frontera Norte. Sus
líneas de investigación son la migración y cambio religioso. Entre sus
publicaciones destacan: “Migración e (In)tolerancia religiosa: aportes al
estudio del impacto de la migración internacional en la percepción de la
diversidad religiosa” Estudios Fronterizos núm. 12 (2006); “Cambios religiosos en
la frontera norte: aportes al estudio de la migración y las relaciones
transfronterizas como factores de cambio”
Frontera Norte núm. 31, vol. 18
(2006).
[1] Este
trabajo fue elaborado en el marco del proyecto colectivo “Perfiles y tendencias
del cambio religioso en México (1950-2000)”, financiado por el Conacyt (C02-42863).
[2] Como
se verá mas adelante, por cambio religioso entendemos,
además de los eventuales procesos de conversión, la transformación de prácticas
religiosas tradicionales y del sentido asociado con las mismas.
[3] En Chinantla, Puebla, se realizaron dos estancias de trabajo
de campo en enero de 2002 y enero de 2003. En Alto Lucero, Veracruz, se realizó
una primera visita en la Semana Santa de 2002, y una segunda estancia en enero
de 2003. En Chula Vista se realizó una primera estancia en el verano de 1996;
se realizaron entrevistas complementarias en 1999, 2002, 2003 y 2005.
[4] Consideramos
principalmente los resultados disponibles del proyecto “American Religious Data Archive” (que pueden ser consultados en
www.thearda.com) y del proyecto “Hispanic Churches in American Public Life”, presentados en Interim Reports,
vol. 2003, 2a ed. marzo 2003 (disponible en:
www.nd.edu/research/publications.htm).
[5] Debido
a que la bibliografía sobre el tema es cada vez más abundante, a lo largo de
este texto citamos únicamente algunos de los trabajos que consideramos
especialmente relevantes.
[6] Salvo
indicación contraria, todas las cifras de adscripción religiosa en México
provienen de los censos nacionales de población.
[7] Retomamos
la clasificación empleada en el xii Censo General de Población y
Vivienda 2000, según la cual la categoría “protestantes
y evangélicas” incluye las subcategorías siguientes: protestantismo histórico,
pentecostales y neopentecostales, Iglesia del Dios
Vivo, Columna y Apoyo de la Verdad, Luz del Mundo, y otras evangélicas. La
categoría “bíblicas no evangélicas” está constituida por Testigos de Jehová,
Adventistas del Séptimo Día, e Iglesia de los Santos de los Últimos Días
(mormones). Finalmente, para la elaboración de la gráfica ii integramos la categoría “judaica” al
rubro “otras religiones” debido a que su presencia numérica es marginal
(0.053%); asimismo, se omitió el 0.864% correspondiente al rubro “no
especificado”.
[8] Según
estimaciones del Consejo Nacional de Población, en el año 2000 la población
nacida en México que vivía en los Estados Unidos era de aproximadamente 8.8
millones. Asimismo, se estima que más de 18% de los hogares mexicanos tenían
“familiares directos con algún tipo de experiencia migratoria en Estados
Unidos” (Tuirán et al.,
2002).
[9] En
este trabajo retomamos el “índice de intensidad migratoria” propuesto por el
Consejo Nacional de Población y elaborado a partir de la información censal del
año 2000. Ese índice tiene la virtud de considerar, además de los
desplazamientos como tales, el impacto que dichos desplazamientos tienen en los
hogares de las comunidades de origen, al integrar variables tales como la
recepción de remesas o la proporción de hogares con emigrantes. La metodología
empleada para construir ese índice puede ser consultada en Tuirán
et. al
(2002).
[10] Los porcentajes presentados corresponden a la información
disponible en www.thearda.com (consultado el 2 de mayo de 2005). Otra encuesta
que proporciona información relativa a la adscripción religiosa en los Estados
Unidos es la American Religious
Identification Survey, misma que puede ser consultada en
http://www.gc.cuny.edu/studies/key-findings.htm. Como es natural, las cifras
presentadas por una y otra fuentes no son idénticas).
Conviene aclarar que, debido a que el Censo
de los Estados Unidos no integra ninguna pregunta relativa a la adscripción
religiosa, los datos disponibles provienen de encuestas nacionales. La
información no es estrictamente comparable con la que proveen los censos
mexicanos, pero puede servir de manera indicativa.
[11] De
las 46 personas entrevistadas en Chula Vista en 1996, 44 declararon haber
asistido a celebraciones religiosas no católicas.
[12] Con
la finalidad de respetar la confidencialidad de los datos provenientes de las
entrevistas, todos los nombres asentados aquí son ficticios, no así la fecha y
lugar de la entrevista.
[13] A
manera de ejemplo podemos citar el caso de Horacio, padre de familia de 42 años
que decidió emigrar a los Estados Unidos cuando cerró el laboratorio clínico en
donde trabajaba en la Ciudad de México. Horacio llegó a Chula Vista a residir
en la casa de una prima de su esposa que pertenecía a una iglesia “cristiana”.
Además de brindarle alojamiento, los miembros de la iglesia lo ayudaron a
obtener los documentos necesarios para regularizar su situación migratoria. Él
acompañaba a los familiares de su esposa cada domingo al templo porque de
cualquier forma él no tenía nada mejor que hacer: se sentía solo, y como no
tenía documentos migratorios, no se atrevía a salir solo a la calle.
Posteriormente, los miembros de esa comunidad religiosa lo ayudaron a obtener
empleo en una tienda departamental. “Afortunadamente –narra Horacio– yo tenía
que trabajar los domingos, y por consiguiente no necesitaba inventar pretextos
para dejar de acompañarlos a la iglesia”. Comenzó a hacer amigos entre sus compañeros
de trabajo y pudo ir alejándose del grupo. De la gente de la iglesia nunca
recibió ningún reproche, aunque sí le solicitaron un tiempo más tarde que le
ayudara a un nuevo miembro de la comunidad a conseguir empleo en la tienda en
donde trabajaba. “Yo me sentí obligado a hacerlo. Realmente no tenía opción,
pero lo hice con gusto porque pensé que así les pagaba el favor que les debía,
y en el futuro no tendrían nada que echarme en cara” (entrevista realizada en
Chula Vista, 1999).
[14] Retomo
el término de Danièle Hervieu-Léger
(1993).
[15] Véase,
por ejemplo, el excelente trabajo de Miguel Hernández Madrid (2000).
[16] Entrevista
realizada por Ariel Mojica, en Tijuana (2005), a migrantes que participaron en
el Programa Bracero en la primera mitad del siglo xx.
[17] Ya en
1930, Manuel Gamio sostenía, en su trabajo pionero sobre la migración mexicana
hacia los Estados Unidos, que una vez que el migrante cruza la frontera, en
donde “the Protestant
propaganda brings to him attention the weak
points of the Catholic church [...] one of three things
happens: he becomes a
normal, non-fanatic Catholic;
indifferent or an unbeliever; or a Protestant” (Gamio, 1971).
[18] Este
aspecto será retomado más adelante.
[19] Conviene
insistir en que, debido a que el Censo de los Estados Unidos no proporciona
información relativa a la adscripción religiosa, los datos existentes para ese
país provienen de encuestas telefónicas diversas. La metodología empleada por
Espinosa y Elizondo puede ser consultada en la página electrónica del Institute for Latino Studies de la Universidad de Notre
Dame (www.nd.edu/%7Elatino/research/publications.htm).
[20] Esta
categoría incluye a todas las personas nacidas en América Latina o de origen
latinoamericano, y no solamente a los mexicanos. Aunque estos últimos constituyen
un porcentaje muy importante de los “latinos” o “hispanos”, las cifras
aportadas deben tomarse con prudencia, pues otros contingentes migratorios, en
particular los provenientes de América Central, presentan una mucho más elevada
participación en opciones religiosas no católicas.
[21] Resulta
interesante la observación de Espinosa y Elizondo, quienes resaltan que debido
a la magnitud de la población “latina” de los Estados Unidos, “there are now more Latino Protestants in the United States, than Jews or
Muslims or Episcopalians and Presbyterians combined” (Espinosa y Elizondo, 2003).
[22] José
Luis Molina presenta una regionalización similar a la que aquí exponemos,
basada en las transformaciones del campo religioso, en donde distingue tres
regiones principales: el centro-occidente, que presenta la adscripción al
catolicismo más elevada; la región sur-sureste, que corresponde a la mayor
presencia de religiones diferentes del catolicismo, y la frontera norte, que se
ubicaría entre las dos anteriores (Molina Hernández, 2003). La región
centro-occidente coincide con la de mayor intensidad migratoria, seguida por la
frontera norte. La región sur-sureste es precisamente aquella en donde la
intensidad migratoria es más baja o nula.
[23] Las
tres excepciones más notables las constituyen los municipios oaxaqueños de San
Juan Ñumí, San Mateo Cajonos
y Nuevo Zoquiapam, que presentan altos índices de
intensidad migratoria, además de acelerados procesos de cambio religioso. Estos
tres casos, sin duda, ameritarían un estudio aparte.
[24] Diversos
estudios han analizado las transformaciones en el panorama religioso del
sureste mexicano –en donde la migración no constituye un factor de cambio
significativo. Véanse, entre otros, Garma (2002) y Rivera (1998).
[25] El problema de la definición de lo que
es –o no es– “religión” ha estado presente a lo largo de la historia de la
sociología de las religiones. No obstante, tanto en los enfoques “sustancialistas” como en los basados en las “funciones” de
los sistemas religiosos, existe el acuerdo en la relevancia de esos sistemas de
creencias como portadores de “sentido”. En este trabajo, asumiendo que la
definición es un asunto problemático, de manera operativa consideramos que como
“‘representaciones religiosas’ se engloba al conjunto de las construcciones
imaginarias mediante las que la sociedad, los grupos en esta sociedad, y los
individuos en estos grupos tratan de conferir un sentido a su experiencia
cotidiana y representarse su origen y su porvenir” (Hervieu-Léger,
1996). Desde esta posición, entendemos al creyente como sujeto social que
interpreta y transforma el sistema de creencias y la normatividad que de éste
se deriva.
Esta definición preliminar es complementada
con las aportaciones de otros autores, entre ellos: Campiche
(2003), Cipriani (2004), Hervieu-Léger
(1993), Hirschman (2004), Kurtz
(1995), Randaxhe (2003), Varguez
Pasos (2001), y Warner (1993), que son citados en cada caso.
[26] Tomamos
este término, y el desafío teórico-metodológico implícito, del trabajo de Levitt y Glick-Schiller (2004:
11).
[27] En el
trabajo citado, Varguez propone que “a diferencia de
las identidades de origen, de género, étnicas o laborales, las metaidentidades religiosas son construidas a partir de las
relaciones que el creyente establece con la divinidad y sus representaciones, y
del sentimiento de pertenencia a una comunidad cuyos integrantes se reconocen
como hermanos por ser hijos de un mismo Padre y una misma Madre” (Varguez Pasos, 2001).
[28] Como
es natural, esos procesos no están libres de conflictos y tensiones. Algunos de
ellos serán señalados más adelante.
[29] Obviamente,
la veracidad de la anécdota narrada por el señor Gómez es irrelevante –de
hecho, después de una investigación específica en la región, sabemos que la
llegada del santo al pueblo no coincide con esta narración. Lo que es
verdaderamente significativo es que la resignificación
del Padre Jesús como santo migrante responde a las necesidades de sentido de
los oriundos de ese lugar.
[30] Diversos
autores han mostrado que, en ocasiones, la creación de una iglesia “mexicana”
se deriva de la progresiva “colonización” de la iglesia católica local, que se
realiza de manera simultánea a la etnicización del
barrio en cuestión (cf.
Morán, 2005).
[31] “[los
mexicanos cambian de religión] muchas veces por conveniencia; yo he conocido a
personas de mi comunidad que han cambiado y dicen que allá dan canastas de
navidad [...] sí cambian muchas personas pero más que nada porque no traen sus
convicciones firmes, sus creencias, porque no traen la fuerza, o por debilidad,
o muchas veces por soledad” (señora Gilda, entrevistada en Chula Vista en
2003).
[32] La señora Trinidad narra que cuando su cuñado se “bautizó” (Testigo de Jehová), los organizadores de la fiesta le dijeron que tenía que ir con el grupo de hombres que iban a pintar la iglesia. El cuñado de la señora Trinidad se negó argumentando que su religión no se lo permitía, y propuso dar una contribución económica a cambio; sin embargo, los miembros del comité organizador no aceptaron y solicitaron al presidente municipal que encarcelara al “revoltoso”. La señora Trinidad asegura que las autoridades cedieron a la presión y su cuñado fue encarcelado momentáneamente (entrevista realizada en Chinantla en enero de 2003).