Transformación social y territorial del sistema agrario
ejidal en la región del Alto Lerma
María Estela
Orozco Hernández*
María Teresa
Sánchez Salazar**
Abstract
This
paper presents empirical evidence that configure the process of social and
territorial transformation in the agrarian common land (ejido)
system in the region of Alto Lerma. The change trends are analysed
in the farming systems, the land usage and the occupation and social organisation of the population. The sensibility to change
is the collective response built from the various individual strategies, which
are developed by each ejidatario (common land owner) to face the deterioration in
their way of life. We have analysed the results
obtained from four hundred and thirty-nine questionnaires from selected plots
in the 2001-2002 agricultural year.
Keywords:
regional transformation, agrarian system, Alto Lerma region.
Resumen
En este trabajo
se exponen evidencias empíricas que configuran el proceso de transformación
social y territorial del sistema agrario ejidal en la región del Alto Lerma.
Las tendencias de cambio se analizan en los sistemas de cultivo, en el uso de
la tierra, en la ocupación y en la organización social de la población. La
sensibilidad al cambio es la respuesta colectiva construida a partir de
estrategias individuales variadas, las cuales son desarrolladas por cada
ejidatario para enfrentar el deterioro de su forma de vida. Se analizan los
resultados obtenidos a partir de 439 cuestionarios aplicados en parcelas
seleccionadas en el año agrícola 2001-2002.
Palabras clave: transformación regional, sistema agrario, región del Alto
Lerma.
*
Facultad de Planeación Urbana y Regional de la Universidad Autónoma del Estado
de México. Correo-e: eorozcoh6@hotmail.com y maresor@uaemex.mx.
** Instituto de Geografía de
la Universidad Nacional Autónoma de México. Correo-e:
mtss@igiris.igeograf.unam.mx.
Introducción
Las escasas
reflexiones sobre el papel que juegan las transformaciones de las sociedades
rurales locales en la evolución del conjunto (Ruellan
y Godard, 1994: 251) llevan a ubicar los estudios de
caso en el campo de sus relaciones con el resto de la estructura económica,
social y territorial que constituye su entorno (Pradilla,
2002: 7). En ese contexto, el sistema agrario ejidal de la región del Alto
Lerma se comprende como un conjunto de elementos físico-naturales,
histórico-sociales, culturales, económicos y políticos cuya interacción y
organización regula las formas de explotación de la tierra en el escenario más
reciente del capitalismo mundial (Orozco, 2003: 13, 84).
Las evidencias
sobre la transformación social y territorial del sistema agrario en cuestión se
sustentan en cuatro planteamientos: el primero se refiere a la consideración de
que la organización ejidal se encuentra profundamente deteriorada en el país
debido, entre otros argumentos: a la modificación de su función como
instrumento de organización política y unidad productiva (Hernández, 1994:
202); al surgimiento de nuevos actores y al envejecimiento de los ejidatarios,
lo que tiende a diversificar y erosionar la realidad ejidal (Pérez, 1994: 225);
al escaso incremento de la inversión en las actividades productivas ejidales, y
a las restricciones motivadas por la reducción de los subsidios al campo, que
limitan la posibilidad de hacer negocios a partir de la libre asociación y la
compra-venta de tierras (ocde,
1997: 19). El segundo expone que la permanencia del ejido en la coyuntura
política actual, no lo define como un fenómeno global, pero sí como un hecho
histórico inscrito en el contexto global (Bueno, 2000: 7-9). En este escenario,
las economías ejidales responden de manera general a dos tipos de objetivos:
por un lado, producir y acumular y, por el otro, proveerse de alimentos y
garantizar la reproducción de la familia. En la relación económica de
estrategia campesina-mercado, se perfilan los objetivos y la distribución de
los beneficios, ello significa posibilidad de vida y permanencia para las nuevas
sociedades agrarias ejidales
(Orozco, 2003: 282). El tercero cuestiona la importancia que se da a la
influencia de los factores externos sobre los cambios que experimentan las
sociedades y economías rurales, lo cual minimiza el papel de los sujetos
sociales como partícipes conscientes o inconscientes de la transformación de su
forma de vida (Orozco, 2005: 8). Y, finalmente, el cuarto planteamiento
sostiene que los procesos regionales y locales pueden no sólo darle una
connotación particular a los procesos regionales, sino también pueden
contrarrestar, acelerar o retardar aquellos procesos (De la Garza, 1994: 52).
La articulación global-local se manifiesta a través de los canales que la
posibilitan –variables internas sensibles a
los comportamientos externos–;
por lo tanto, los cambios no se transmiten de manera lineal a todo
espacio-tiempo nacional, regional o local, sino que las características de los
procesos de transformación pueden darle un carácter particular a los procesos
generales (Hiernaux, 1994: 35). Ello significa que el
ritmo y la velocidad del cambio dependen no sólo de la sensibilidad de los lugares, sino también, y en
forma determinante, de las acciones y decisiones de los agentes locales y
regionales.
Desde la
perspectiva del actor social, los procesos agrarios de cambio se manifiestan
como formas emergentes y socialmente construidas cuyos significados son
negociados por los diferentes actores involucrados en su construcción,
reproducción y transformación. En esos procesos destaca la heterogeneidad y su
significado social, las situaciones de interfase donde los mundos de los actores se
entrelazan, se acomodan o chocan entre sí, y las prácticas organizativas
particulares encaminadas a efectuar el cambio (Long, 1998: 50, 54).
El objetivo de
este trabajo es caracterizar, con base en una serie de evidencias empíricas,
las rupturas y continuidades que configuran el proceso de transformación social
y territorial del sistema agrario ejidal en la región del Alto Lerma.
1. Metododología
El presente
trabajo se inscribe en el proyecto denominado “Sistema agrario ejidal en el
contexto de la globalización: el caso de la cuenca alta del río Lerma, México”,
el cual fue financiado a lo largo de cuatro años (2000-2004) por el Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
Para explorar
las evidencias de cambio en el sistema agrario ejidal en la región del Alto
Lerma se realizaron 439 entrevistas en 160 ejidos seleccionados en el año
agrícola 2001-2002. En la estimación de la muestra se utilizaron la fórmula y
los parámetros sugeridos en poblaciones finitas (Sierra, 1995; cuadro 1). El
universo de la muestra se compuso de 413 ejidos, distribuidos en tres unidades
territoriales: el sector sur con 22 municipios, el sector centro con siete, y
el sector norte con tres (gem,
2000; figura i).
Cuadro
1
Fórmula
utilizada para calcular las unidades de muestreo
Figura i
Ubicación de la
región del Alto Lerma, México
El nivel de
confianza fue de 95.5%, el error asignado fue de 10%, y el índice de variación
en el nivel de confianza fue de dos sigmas o intervalos. Con base en el listado
de ejidos y comunidades agrarias (inegi,
1991) –con el listado de ejidos y comunidades se planearon el vii Censo Agrícola, Ganadero y
Ejidal y el Programa
de Certificación de Derechos Ejidales y Solares Urbanos (Procede) en el Estado
de México– se procedió a seleccionar los ejidos legalmente reconocidos,
excluyendo otras formas de organización agraria; cada ejido elegible debía
desarrollar actividad agrícola (cuadro 2). En la estimación de la muestra de
cuestionarios, el universo se compuso de las unidades de producción ejidal que
usan tecnología (inegi, 1994);[1] el
nivel de confianza, el índice de variación y el error de la muestra se
registran en el cuadro 1. Finalmente se aplicaron dos cuestionarios en cada
ejido seleccionado y uno más en 73% de los mismos, hasta cubrir el tamaño de la
muestra.
Cuadro 2
Resumen de la
muestra total analizada en la región del Alto Lerma
Curso |
Unidades de producción que usan tecnología |
Error muestral % |
Total cuestionarios |
Fracción universo |
Universo de ejidos |
Error muestral |
Total ejidos |
Fracción del universo |
Alto |
31 713 |
8.0 |
155 |
0.40 |
139 |
10 |
58 |
41.7 |
Medio |
35 974 |
8.0 |
156 |
0.43 |
223 |
10 |
69 |
30.9 |
Bajo |
10 003 |
10 |
99 |
0.9 |
51 |
10 |
34 |
66.6 |
Total |
77 690 |
|
410 |
0.52 |
413 |
|
161 |
38.9 |
Fuente: Elaboración propia.
2. Organización del sistema
agrario ejidal
La región del
Alto Lerma constituye el escenario de complejos procesos de expansión y
concentración poblacional, urbana e industrial, y de una significativa
actividad agrícola sostenida en el cultivo de maíz. Comprende una superficie de
5,916 km2 distribuida en 32 municipios, y sus componentes
físico-geográficos principales son el valle de Toluca y el valle de
Atlacomulco-Ixtla-huaca. La población asciende a
2’396,677 habitantes, 68% de los cuales se concentran en municipios metropolitanos
como Zinacantepec, Toluca, Metepec, Lerma, San Mateo Atenco, Xonacatlán y Ocoyoacac (inegi, 2000).
La agricultura
ocupa 678,654 hectáreas; de dicha superficie, 41% es de temporal, 9% de riego y
50% de riego-temporal, y el maíz ocupa 93% de la superficie sembrada (Sagar, 2001). La región concentra 37% de los ejidos y las
comunidades agrarias del Estado de México, 68% de su superficie total es de
propiedad social, y aglutina a 157,226 ejidatarios y comuneros (inegi, 2003; figura ii).
Figura ii
Región del Alto
Lerma, México.
Distribución de
la propiedad social, 2001
La distribución
de las propiedades sociales permite identificar, por una parte, a los ejidos
localizados en las tierras agrestes de la porción serrana de la región del Alto
Lerma, y, por la otra, a los ejidos ubicados en la zona de los valles. En esa
área se presenta la mayor conflictividad urbana, industrial y agraria; su
potencial agropecuario y forestal se ve cada vez más disminuido por la
competencia permanente con los usos del suelo industrial y habitacional, los
cuales tienen un valor estratégico para la economía regional, en tanto que el
valor de uso de la tierra agrícola pierde importancia ante las necesidades de
una población urbana en expansión.
2.1. Derechos
agrarios y tamaños de las parcelas
Por su
antigüedad, de entre los entrevistados destacan los que se reconocen con más de
cuarenta y cinco años como ejidatarios; un segundo grupo está conformado por
aquellos que tienen menos de diez años de serlo (figura iii).
Figura iii
Región del Alto
Lerma, México. Antigüedad de los ejidatarios
Fuente:
Elaboración propia, 2001-2002.
De los
ejidatarios, 87% cuenta con certificado de derechos agrarios y 58% con
certificado parcelario. La reconstrucción del proceso de certificación muestra
que el inicio de ese proceso de regularización de la tierra ocurrió durante el
periodo 1920-1929, y se intensificó paulatinamente en las décadas siguientes,
hasta alcanzar las más altas tasas de certificación entre 1970 y 1989 (29.6%) y
entre 1990 y 2000 (32.42%). En esa última década, el detonante de la
regularización de la tierra ejidal fue el Procede, cuya cobertura de medición
en las parcelas muestreadas fue de 65% (figura iv).
Figura iv
Región del Alto
Lerma, México. Certificación de la tenencia de la tierra ejidal
Fuente:
Elaboración propia, 2001-2002.
Aun cuando no se
conocen en su totalidad las implicaciones del Procede, de acuerdo con la
información obtenida en campo, la certificación de la tierra es importante para
dar seguridad a la familia. Sin embargo, la medición y la certificación no han
mejorado la situación económica de la población ejidal ni las condiciones en
las que se cultiva la tierra; por el contrario, han promovido el
fraccionamiento de la tierra en favor de los hijos de ejidatarios[2] o
bien la venta de fracciones de terreno debido al deterioro de la economía
ejidal.
En cuanto al
tamaño de las parcelas ejidales, tanto la información censal (inegi, 2003) como la información de
campo confirman que más de 90% de éstas tienen una superficie no mayor a cinco
hectáreas. El carácter minifundista de las parcelas ejidales constituye el
rasgo característico de las economías campesinas, en donde el criterio de
optimización es el equilibrio entre la satisfacción de las necesidades
familiares y la intensidad del trabajo (Chayanov,
1974; figura v).
Figura v
Región del Alto
Lerma, México.
Importancia
relativa de los rangos de tamaño de las parcelas ejidales (%)
Fuente: Elaboración propia, 2001-2002.
Los poseedores
de parcelas de mayor tamaño son ejidatarios-arrendatarios que rentan las
tierras a vecinos colindantes para aumentar el área de la superficie de
cultivo. Cuando se trata de cultivar maíz, el tamaño de los predios sigue
siendo una garantía para asegurar un volumen mínimo de producción.
2.2. Apoyo
financiero
En 1991, la
estructura de apoyo al campo estaba encabezada por el Banco de Crédito Rural
(Banrural) y otras instituciones financieras; en ese año solamente 6% de los
ejidatarios de la región recibieron crédito y seguro. La nueva estructura
financiera se delineó en 1994 en torno al Programa de Apoyo al Campo (Procampo). En la muestra, más de 95% de los ejidatarios no
recibieron apoyo financiero (crédito y seguro), y solamente 65% de los
entrevistados recibió apoyo del Procampo (figura vi).
Figura vi
Región del Alto
Lerma, México.
Montos de apoyo
del Procampo en los ejidos (pesos)
Fuente: Elaboración propia, 2001-2002.
El abatimiento
del financiamiento productivo y la limitada cobertura del Procampo
en la región del Alto Lerma han traído como consecuencia una profunda
descapitalización, agudizada por el requisito de tener que dar en prenda las
propiedades como aval físico del préstamo, lo cual ha provocado desaliento
entre los ejidatarios para solicitar el apoyo, y temor ante la posibilidad de
perder su patrimonio.[3]
3. Sistema de
producción de maíz
3.1. Superficie de
labor y rendimientos
En el ámbito
local, como resultado del muestreo de campo se registraron 1,130 terrenos con
una superficie de 990.25 hectáreas, de las cuales 26.12% cuenta con riego, y
poco más de 70% de la superficie es de temporal. Es común la alternancia de
ciclos agrícolas en los que se tienen prolongadas sequías, así como la
anticipación del periodo de lluvias, en ocasiones torrenciales. Esos fenómenos
meteorológicos conducen a la pérdida total o parcial de la cosecha.
Un sector de
ejidatarios siembra el maíz, sin más cuidado que las labores previas a la
temporada de lluvia (abril-mayo), mientras que otro sector realiza los cuidados
y la inversión necesarios para garantizar la producción. Los costos aumentan
por la incorporación de mano de obra remunerada y por la compra de insumos
agrícolas, así como por la cantidad y calidad de las labores culturales
realizadas antes y después de la siembra y en la cosecha. Las variaciones
técnicas y productivas en el manejo de la tierra se encuentran fuertemente
determinadas por los ingresos no agrícolas.
En el ciclo
agrícola 2002-2003 (inegi, 2004),
la región del Alto Lerma aportó a la entidad 50% de la superficie sembrada de
maíz, 52% del volumen de la producción, y 46% del valor de la producción. Ello
confirma la importancia maicera de la región, sostenida fundamentalmente en la
producción de temporal (figura vii).
El rendimiento medio del maíz en riego fue de cuatro toneladas por hectárea, y
el del maíz de temporal, de 3.2 toneladas por hectárea, mientras que la
productividad económica, tanto en riego como en temporal, corresponde a un
monto ligeramente superior a los 1,300 pesos por tonelada.
Figura vii
Región del Alto
Lerma, México.
Ciclo económico
del maíz, 2002-2003
Fuente: Elaboración propia con base en inegi (2004).
En la muestra de
campo se identificó que en parcelas adecuadamente atendidas, se obtuvieron
rendimientos de más de tres toneladas por hectárea; es decir, que aquellos
ejidatarios que tienen más de seis hectáreas y hasta 10, obtienen una
producción de 18 y hasta 30 toneladas en un ciclo productivo. Aun cuando varían
los rendimientos de un predio a otro, el problema central de la producción de
maíz no es la productividad, sino los bajos precios en el mercado, los cuales
colocan al Alto Lerma como una de las regiones perdedoras como resultado de los
cambios y reestructuraciones operadas en el sector agropecuario nacional.
3.2 Mecanización,
semillas y fertilizantes químicos
Cuarenta y uno
por ciento de los ejidatarios entrevistados utiliza tractor, 26% usa sólo
yunta, y 28% emplea ambos tipos de fuerza. La elección de uno u otro tipo de
equipo depende de las condiciones del terreno. En los valles, donde los
terrenos son planos, se utiliza el tractor, y en las áreas donde los terrenos
presentan cierta pendiente se emplea la yunta. Solamente 20% de los ejidatarios
emplean desgranadoras y hacen uso de instalaciones como empacadoras y bodegas.
Respecto a la propiedad
de la tecnología utilizada, en 60% de los casos muestreados el equipo es
rentado, y en 23% se trata de equipo propio. Los ejidatarios que poseen tractor
o yunta comúnmente los rentan a otros ejidatarios para agilizar los trabajos
inherentes a la siembra. Esa situación identifica la presencia en la región en
estudio del fenómeno de la maquila agrícola, la cual se
ha convertido en una
actividad subsidiaria que ha adquirido una importancia estratégica (Palacios et
al., 2005: 1). Para
los ejidatarios representa la posibilidad de ocuparse en otras actividades
económicas que les proporcionan mayores ingresos que la propia actividad
agrícola.
En relación con
el empleo de nuevas semillas, es común que el ejidatario combine la tecnología
tradicional con la moderna de forma empírica, y que no se cuente con asistencia
técnica formal. La información del ciclo agrícola 2001-2002 muestra que ese
insumo agrícola se utilizó en 1.3% de la superficie sembrada en la región del
Alto Lerma (inegi, 2004). En la
muestra encuestada, en el mismo ciclo agrícola se registró que 87.91% de los
ejidatarios empleó semilla criolla, 8.87% usó semilla mejorada, y solamente
1.35% de ellos utilizó semilla híbrida (figura viii).
Figura viii
Región del Alto
Lerma, México.
Importacia relativa de los periodos de adopción
de semillas
mejoradas e
híbridas en las parcelas muestreadas (% del total)
Fuente: Elaboración propia, 2001-2002.
La adopción de
las nuevas semillas ha sido un proceso lento; el periodo de 1991 a 2000 destaca
como el más relevante y coincide, en primer término, con la política de
reconversión tecnológica, cuyo instrumento principal ha sido el Programa de
Transferencia de Tecnología operado por medio de la fundación Produce[4] y
que se ejecuta en los Distritos de Desarrollo Rural (ddr)[5]
con apoyo federal y estatal (Sagar, 2001); y, en
segundo término, con la presencia de las comercializadoras de semilla
transnacionales como ASGROW y Monsanto. Se estima que el impacto de esas
empresas en la región ha sido mínimo, ya que la estrategia de colocar parcelas
experimentales no ha funcionado, pues tanto en la porción sur como en la
porción media del Alto Lerma, las lluvias son torrenciales y con frecuencia la
semilla se pudre.[6]
Las semillas
híbridas más utilizadas por los ejidatarios al momento de la encuesta fueron la
H-50 y la H-30, ambas proporcionadas por la Secretaría de Desarrollo
Agropecuario de la entidad (Sedagro) por medio del
programa “Kilo por Kilo”. De acuerdo con la opinión de los entrevistados, ese
tipo de semillas limita la posibilidad de seleccionar nueva semilla para el
siguiente ciclo agrícola, y aunque el grano es grande, su sabor no se compara
con el del maíz criollo (negro, rosado y blanco).[7]
En el Ejido
Portes Gil, ubicado en el valle de Toluca, la decisión de los productores
maiceros para mantener el cultivo de maíz está ligada al valor que las familias
campesinas le atribuyen a la seguridad de disfrutar de ese bien. En ese
sentido, la certeza se traduce tanto en el hecho de contar con la cantidad
suficiente de maíz, como en el de producir un alimento de calidad que satisfaga
sus preferencias; por ello se invierte dinero, trabajo y tiempo para mantener
el cultivo (Cortés y Díaz, 2005: 179).
En cuanto a los
fertilizantes químicos y orgánicos, la información del ciclo agrícola 2001-2002
precisa el uso de esos insumos en 12% de la superficie sembrada de la región
del Alto Lerma (inegi, 2004). En
más de 50% de las parcelas seleccionadas se ha incorporado el uso de
mejoradores del suelo, con las más altas tasas de adopción entre 1961 y 1990[8]
(figura ix).
Figura ix
Región del Alto
Lerma, México.
Periodos de adopción
de fertilizantes químicos
en las parcelas
muestreadas (% del total)
Fuente: Elaboración propia, 2001-2002.
La Sedagro del Estado de México desempeña un papel fundamental
en el proceso de transferencia de la tecnología agrícola, pues se constituye en
el ente mediador entre los programas federales, las comercializadoras
transnacionales y los productores maiceros; su papel está reforzando
selectivamente la expansión del empleo de las nuevas semillas y los
fertilizantes.[9]
3.3. Empleo de mano
de obra
En la región del
Alto Lerma predomina la mano de obra no remunerada en más de 85% de las
unidades de producción ejidal, la cual es fundamentalmente de tipo familiar;
por su parte, la mano de obra remunerada participa solamente en 10% de las
unidades ejidales muestreadas, destacando la mano de obra eventual.
El tiempo de
ocupación de mano de obra en la parcela se estima en un mínimo de 60 días y un
máximo 250 días. El cultivo del maíz absorbe trabajo en la preparación de la
tierra y en las labores de siembra y primera escarda, así como en la cosecha;
pero en el periodo intermedio de varios meses, el consumo de trabajo es escaso.
En el caso de
las parcelas muestreadas, más de 60% de los entrevistados contrató peones y
pagó jornales; 35.5% de los informantes pagó menos de un salario mínimo a cada
peón contratado (figura x). Lo
anterior caracteriza un movimiento de mano de obra eventual en parcelas
pequeñas y de temporal, en las que se paga sólo la tercera parte del costo de
un jornal.[10] En esos casos, el
ejidatario trabaja fuera de la parcela al servicio de otros ejidatarios o
propietarios, en actividades artesanales, en el comercio, en la industria y en
servicios diversos.
Figura x
Región del Alto
Lerma, México.
Montos de
remuneración diaria a los peones contratados
en las parcelas
muestreadas (%)
Fuente: Elaboración propia, 2001-2002.
La organización
individual y familiar de la producción agrícola plantea, por una parte, una
economía agrícola de subsistencia, y, por la otra, significa la conservación de
la práctica agrícola como un patrimonio familiar necesario y fundamental. En
esa relación siempre estará presente el riesgo de la agudización del deterioro
y de la pérdida de la relación directa con la tierra.
3.4. Destino de la
producción y precios
Los resultados
del muestreo de campo confirman que el destino principal de la producción es el
autoconsumo (55% de las parcelas), seguido por la relación venta-consumo (39%)
y la escasa participación de la venta del maíz como destino final (3% de las
parcelas).
Poco más de 60%
de los ejidatarios entrevistados tiene satisfechas sus necesidades de consumo
de maíz. No obstante, el sector ejidal que compra maíz, así como el que lo
comercializa por necesidad, reflejan una economía familiar deficitaria. La
deficiencia se aprecia al considerar el consumo diario y el costo del maíz. Por
ejemplo, la familia ejidal promedio está compuesta por siete personas, las
cuales tienen un consumo diario de cinco kilogramos de maíz; es decir que
consumen poco menos de dos toneladas de maíz anualmente. Tomando como base el
precio del kilogramo de maíz en el ciclo agrícola 2001-2002 (3.0-3.50 pesos),
una familia invirtió $17.50 al día o $6,300 pesos al año para la compra del
maíz que consume, por lo que al no contar con ingresos suficientes por la venta
de la cosecha, es frecuente que la fuerza laboral campesina busque otras
alternativas para incrementar sus ingresos.
Los ejidatarios
que venden maíz, lo comercializan directamente en el mercado local o lo venden
a los intermediarios. La participación de la venta del maíz en el mercado
regional es marginal, y muy pocos campesinos (0.44%) venden su producción a los
mayoristas. Algunos ejidatarios de la región de estudio han logrado colocar
importantes volúmenes de maíz cacahuazintle en el
mercado nacional. Los obstáculos fundamentales a que se enfrenta la producción
de maíz de la región para tener acceso al mercado, son la importación del
producto y los bajos precios de venta.
4. Sistema de
producción de otros cultivos
Una parte
importante (36.9%) de los ejidatarios entrevistados en las parcelas muestreadas
de la región del Alto Lerma diversifica su producción hacia otros cultivos.
Destacan los de haba, trigo, cebada y papa (figura xi). La superficie sembrada de esos cultivos representó
24.81% de la superficie sembrada de maíz (863.09 ha), y sólo 17.92% de dicha
superficie contaba con riego.
Figura xi
Región del Alto
Lerma, México.
Otros cultivos
(%)
Fuente: Elaboración propia, 2001-2002.
A pesar de que
la producción de esos cultivos es costosa, coyunturalmente ha activado algunas
economías locales; sin embargo, los bajos precios en el mercado, y en algunos
casos la importación del producto, han derivado en el mediano plazo en el
estancamiento de esas economías, tal como ocurre en los ejidos de Las Mesas y
San Juan de las Huertas.
En los ejidos,
por medio del apoyo de la Sedagro se ha difundido el
establecimiento de invernaderos o huertos familiares en los que se cultiva
cilantro, lechuga, betabel y acelga, pero su impacto comercial ha sido muy
escaso y se destinan básicamente al consumo familiar. La producción de flores,
champiñones y hongos seta se está convirtiendo en una alternativa de producción
económicamente viable en la región, aunque los insumos agrícolas necesarios
para esos cultivos son importados y comercializados por concesionarios locales
y regionales.
En relación con
el destino de la producción de los cultivos distintos al maíz, se identifica un
sector ejidal comercial y semicomercial en productos
como el trigo, las hortalizas, la papa, las flores y la avena forrajera, en
tanto que los cultivos asociados con
éstos se utilizan para el autoconsumo: 13.58% de los entrevistados en las
parcelas muestreadas comercializa su producción en los mercados local y
regional, y 63.58% destina una parte al comercio y otra al autoconsumo. La
venta se realiza en dos modalidades: productor-intermediario y
productor-mayorista, tanto en la Central de Abasto de Toluca como en la Central
de Abasto de la Ciudad de México. Cuando el ejidatario lleva su producción a la
Central de Abasto de Toluca, el trato es directo con los minoristas del área
general y con los responsables de las bodegas, mientras que en la Central de
Abasto de la Ciudad de México se enfrenta a los intermediarios. Los ejidatarios
que cuentan con transporte propio tienen un mayor control sobre el proceso de
comercialización de sus productos agrícolas y el precio de venta de los mismos,
mientras que los ejidatarios que no poseen transporte lo rentan, y ello
incrementa el costo final de sus productos.
5. Sistema de
producción pecuaria
Más de la mitad
(61.48%) de los informantes cuenta con cabezas de ganado. En el hato de
especies mayores destacan las mulas y los burros, que son utilizados para el
transporte y el trabajo agrícola. En el conjunto ganadero regional predominan
las aves (37.17% del total de la población ganadera); en esa línea de
producción, la Sedagro promueve pequeños proyectos de
inversión para la crianza de aves para carne o postura; el apoyo es de cinco
mil pesos y no es recuperable, ya que su finalidad es apoyar la alimentación
familiar.
Solamente 6.66%
de los ejidatarios tienen su ganado estabulado. Éste se asocia con sistemas
intensivos de producción y con el cultivo de alfalfa, y su destino es la
producción de carne y leche.
La ganadería
permite el ahorro económico de las familias y es una actividad complementaria a
la agricultura; en su carácter comercial, es promotora de la diversificación de
cultivos, pues demanda la producción de forrajes y el fortalecimiento de la
relación entre la agricultura y la engorda de ganado bovino para carne.
6. Evidencias de la
transformación social y territorial
El significado
que adquieren las evidencias de transformación en el sistema agrario ejidal de
la región del Alto Lerma expresa la reivindicación y la readecuación de
procesos que no son nuevos y que poseen una continuidad a lo largo de varias
décadas. Sin embargo, las formas y ritmos de los cambios se relacionan
directamente con el contacto físico y funcional del medio rural con el ámbito
urbano; así, las continuidades son concomitantes al cambio de ocupación de la
mano de obra ejidal, a la compra-venta de tierras y al cambio de uso del suelo.
Las rupturas se identifican en el plano de la organización social y las formas
de vida, así como en los sistemas de cultivo.
6.1. Diversificación
ocupacional de la mano de obra
En la estructura
demográfica destaca que 80% de los ejidatarios son hombres y 20% mujeres (inegi, 2003). Los resultados de la
encuesta esbozan una tendencia hacia el envejecimiento de la población ejidal
en general y de los ejidatarios en particular, con una incipiente renovación.
En la estructura por edad destacan el grupo de ejidatarios de 60 a 65 años y de
más de 65 años (38.25%), y el grupo de 50 a 59 años (25.73%). Es decir que poco
más de 60% de los ejidatarios entrevistados presentó una edad superior a los 50
años, mientras que 80% de las mujeres ejidatarias tiene una edad superior a los
40 años (cuadro 3).
Cuadro 3
Estructura de
edad y sexo de los ejidatarios
Rangos de edad |
Hombres |
Mujeres |
Total |
% |
20-24 |
4 |
4 |
8 |
2 |
25-29 |
13 |
4 |
17 |
4 |
30-34 |
19 |
1 |
20 |
5 |
35-39 |
25 |
7 |
32 |
7 |
40-44 |
38 |
9 |
47 |
11 |
45-49 |
28 |
6 |
34 |
8 |
50-54 |
63 |
7 |
70 |
16 |
55-59 |
37 |
6 |
43 |
10 |
60-64 |
61 |
7 |
68 |
15 |
65 + |
80 |
20 |
100 |
23 |
Total |
375 |
64 |
439 |
100 |
Fuente: Elaboración propia, 2001-2002.
Alejandra
Valenzuela (Valenzuela y Robles, 1996: 36 y 49) plantea que las mujeres
ejidatarias, al superar, en la mayoría de los casos, la edad promedio de 50
años, se encuentran en la fase final de su actividad productiva, y por ello no
trabajan directamente su parcela. Aunque las mujeres acceden a la tierra como
viudas de los ejidatarios, lo que ocurre normalmente en una edad avanzada, se
perfilan como sujetos de derechos agrarios y organizadoras de las actividades
productivas y tienen un importante papel en la conservación de la transmisión
de la tierra entre padres e hijos.
En cuanto al
comportamiento demográfico de la población ejidal en general, la preponderancia
del segmento de población de entre 15 y 29 años indica el incremento de la
demanda no sólo de educación, sino también de empleo. Al respecto, poco menos
de 50% de la población ejidal entrevistada cuenta con secundaria, preparatoria,
educación técnica, normal o profesional; y en la medida en que la parcela no
absorbe la mano de obra, los jóvenes optan por buscar el futuro en trabajos no
agrícolas, al mismo tiempo que se producen cambios en la composición social y
laboral del sistema social ejidal.
La estructura de
la ocupación en la población ejidal muestreada refleja la importancia que tiene
en la región del Alto Lerma el trabajo agropecuario como la actividad principal
(49% de los informantes) o bien como actividad complementaria (21%); destacan
como actividades específicas el comercio, la construcción (albañilería) y el
servicio doméstico.
En el ámbito
regional se presenta lo que pudiese llamarse una especialización
laboral. Por ejemplo,
en el municipio de Almoloya de Juárez las entrevistas reportan el predominio de
la mano de obra femenina dedicada al servicio doméstico, y en el municipio de
San Felipe del Progreso, la mano de obra masculina dedicada a la albañilería.
Los jefes de la
familia ejidal, conscientes de que el maíz que se produce no proporciona
beneficios económicos a la familia ni tampoco es suficiente para su
subsistencia, permiten la salida de los hijos (en particular de las mujeres)[11]
para que trabajen en otras actividades ajenas al campo y apoyen con ello el
sostenimiento familiar. En la incorporación de las mujeres al trabajo urbano,
se diluye la diferencia de género. Al mismo tiempo, esa incorporación se
constituye, por una parte, en una estrategia que se asume en las familias ejidales,
y por la otra, en un retraso de la vida en pareja de esas mujeres, aspecto que
repercute en los ciclos de reproducción y en el mediano plazo afecta el tamaño
de familia rural.[12]
El mercado de trabajo urbano es uno de los mecanismos principales de la
articulación de la población ejidal al ámbito citadino, y los destinos
principales son las zonas metropolitanas de Toluca y la Ciudad de México. Los
movimientos de mano de obra a otras entidades y hacia el extranjero son
escasos.
En el proceso de
incorporación al mercado de trabajo urbano, predomina la frecuencia de regreso
diario y semanal. Aun cuando la población que se desplaza invierte como
promedio más de dos horas en su recorrido, éste es asumido como parte de su
vida cotidiana, ya que el ingreso económico producto del trabajo urbano, por
mínimo que sea, representa una entrada importante desde el punto de vista de su
destino, en el que destaca su inversión en alimentos y en apoyar la actividad
agrícola.
6.2. Rupturas
culturales
Las rupturas
culturales experimentadas en la región del Alto Lerma se evidencian en
distintos aspectos. Uno de los más frecuentes es la negación de la lengua
originaria como resultado del proceso de asimilación del sector indígena ejidal
a la población en su conjunto, como lo refleja el hecho de que 14% de la
población ejidal contabilizada en la muestra habla las lenguas mazahua y otomí.
Por otra parte,
aun cuando predomina la religión católica en el 96% de las unidades
muestreadas, se puede afirmar que la religión[13]
evangélica toma cada vez más fuerza en el ámbito local, sobre todo en el plano
organizativo y cooperativo. La adopción de “religiones nuevas”[14]
está provocando la ruptura en las formas de organización social y familiar
fundadas en las costumbres tradicionales.[15]
En cuanto a las
formas de organización social, destacan la mayordomía y la cooperativa. La
mayordomía se puede considerar como un relicto del sistema de cargos implantado
en el valle de Toluca –caciquismo de carácter social y político.
En el ejido de
San Miguel Almoloyan presenciamos el cambio del
sistema de cargos en la fiesta de San Isidro (octubre a agosto). Los mayordomos
salientes invitaban directamente a los jóvenes a participar, y éstos mostraban
resistencia por los gastos que ello implicaba.
Actualmente, la
mayordomía es la forma de organización social más cercana a la tradición; sin
embargo, se acerca cada vez más a una cooperativa en la que participan varias
personas.[16] El número de mayordomos
varía de un ejido a otro; por ejemplo, en Tlalchichipan,
Almoloya de Juárez, son 10 mayordomos, y en San Cristóbal Huchochitlán,
Toluca, son 80. En los ejidos de Temoaya, Zolotepec y Mimiapan se puede
apreciar la variación de esa costumbre: en el primer ejido ya no se organizan
fiestas patronales; en el segundo se conserva el sistema de cargos y la
mayordomía, y en el tercero existe el sistema de fiestas, pero ya no se
practica la mayordomía.
Con relación al
compadrazgo y su papel en el desarrollo del trabajo agrícola y las actividades
familiares,[17] 91% de los entrevistados
confirmó tener compadres, 6% no los tenía y 3% no lo especificó.
La mayoría de
los entrevistados sotuvo que los “compadritos” no les
apoyaban en nada, y 9 y 15% de ellos mencionó que les ayudaban en el trabajo de
la parcela y en el cuidado de los ahijados, respectivamente. La mayoría de los
ejidatarios no vio ninguna ventaja en esa relación social, lo cual muestra la
transformación de una costumbre que por tradición era socialmente integradora.[18]
Las festividades
religiosas[19] son un componente
importante de las relaciones sociales y productivas entre los ejidatarios; las
fechas de su realización se relacionan con los ciclos del cultivo de maíz, en
particular el ciclo primavera-verano. Las fiestas se inician desde el mes de
marzo con la siembra, y duran hasta noviembre con la cosecha.
Por otra parte,
la pérdida de las costumbres relacionadas con el cultivo de la tierra evidencia
la ruptura de la cadena económica-religiosa basada en las fiestas, en el
compadrazgo, en la reciprocidad y en la producción del maíz, así como en las
maneras de pensar de los ejidatarios de la región.
No obstante que
una buena parte de los entrevistados señala que siembra el maíz por costumbre,
se entiende que el conocimiento y la práctica agrícola adquirida de generación
en generación trascienden racionalmente la necesidad de alimentación y
reproducción social de la población ejidal.
En cuanto a las
costumbres asociadas con el cultivo del maíz, se identifica el uso de semilla
criolla, la práctica de la segunda escarda, el empleo de la yunta para las
labores, y el uso del abono. Ello reafirma la concepción del ejidatario en
cuanto al carácter tradicional e individual del trabajo agrícola.
Entre las
costumbres que tienden a desaparecer, y en algún caso están extintas, destacan
la ayuda como práctica de trabajo colectivo, la siembra de avena, trigo o
cebada; la siembra tapa-pie, la bendición de la semilla y la cosecha, el apoyo
de los hijos en las labores del campo, la palma de lluvia y la bendición de los
animales.
Por otra parte,
la transformación del espacio habitado no sólo involucra las características
arquitectónicas de la vivienda,[20]
sino también los cambios que se inducen por la interacción social de sus
habitantes mediante la incorporación de bienes producto del ingreso aportado
por el trabajo migratorio urbano.
En el caso
estudiado destacan principalmente los materiales industrializados en la
edificación de la vivienda: el tabique en las paredes, la loza en los techos y
el cemento en los pisos, mientras que los materiales tradicionales como el
adobe y la teja se utilizan cada vez menos. El aspecto suburbano de la vivienda
ejidal identifica una intencionalidad que tiene que ver no sólo con el cambio
del espacio habitado, sino también con la aspiración a una forma de vida
diferente a la rural.
La posesión de
ciertos bienes, reflejo de la vida urbana, expresa otra de las maneras como los
ejidatarios se articulan cada vez más al mundo de la modernidad. La presencia
del televisor en 78% de las unidades muestreadas y las preferencias en cuanto a
tipo de programas[21]
indican que la información verídica o deformada recibida a través de ese medio
es procesada y adoptada de manera consciente e inconsciente, lo cual induce
cambios en el comportamiento social y familiar ejidal[22]
(figura xii).
Figura xii
Región del Alto
Lerma, México.
Preferencias en
la programación televisiva (%)
Fuente: Elaboración propia, 2001-2002.
La existencia de
la estufa de gas en 74% de las casas es el resultado de un proceso reciente de
incorporación; la adquisición de ese bien presenta su mayor auge en el quinquenio
de 1986 a 1990 (15.26%) y de 1991 a 1995 (14.35%), de forma global desde 1981
al 2001 (55.56%). La sustitución del fogón de leña típico de la vivienda rural
de la zona, así como la incorporación de otros bienes, expresan cambios en los
procesos de intercambio, convivencia y preferencias de las personas que la
habitan; esos aspectos están repercutiendo en la organización familiar.
6.3. Mercado de
tierras
No obstante que
los ejidatarios de la región del Alto Lerma reconocen diferentes calidades de
tierra, poco más de 90% de los entrevistados considera que es muy importante
conservarla[23] (figuras xiii y xiv).
En poco más de 90% de los casos muestreados la tierra es propia, en 3% es
rentada y tomada a medias, y en 5 y 1% es comprada y no se especifica, respectivamente.
Figura xiii
Región del Alto
Lerma, México.
Opiniones de los
informantes sobre
compra-venta de
terrenos
Fuente: Elaboración propia, 2001-2002.
Figura xiv
Región del Alto
Lerma, México.
Opiniones de los
informantes sobre
la renta de
terrenos
Fuente: Elaboración propia, 2001-2002.
Las modalidades
de compra-venta, renta y aparcería representan el circuito comercial de la
tierra, en cuyo caso se recibe dinero. Las formas de intercambio cuya base son
las relaciones sociales comunitarias son la mediería y el préstamo.
En los terrenos
comprados predominan los usos agrícola y habitacional. Trátese de transacciones
mercantiles o no, los actores sociales que participan en los intercambios son
principalmente ejidatarios-ejidatarios, ejidatarios-particulares, y
ejidatarios-posesionarios. Actualmente ya se percibe en las transacciones
comerciales de tierras la participación de intermediarios y extranjeros.
La
mercantilización de la tierra es aguda en los ejidos cercanos a los centros de
población importantes y a las vías de comunicación, y en menor medida en las
tierras más agrestes de la porción norte de la región.
La inmigración
es otro factor que contribuye al proceso de trasformación de los ejidos. La
magnitud del fenómeno es variable; los ejidatarios que habitan en el sur y
centro de la región coinciden en afirmar que los terrenos ocupados por los
inmigrantes eran originalmente de cultivo.
En cuanto al
origen geográfico de los inmigrantes, destacan varios municipios de la propia
región, en particular el municipio de Toluca, y como otros orígenes, el
Distrito Federal y los estados de Michoacán y Oaxaca. Con base en esto se puede
decir que el proceso de repoblamiento de las zonas ejidales se debe a la
inmigración intra e intermunicipal vinculada con la
expansión de la Zona Metropolitana de Toluca, mientras que la inmigración extrarregional es incipiente pero se presenta como una
forma de articulación específica.
El efecto
disolvente más palpable es la incorporación de la superficie ejidal al proceso de
urbanización. Uno de los mecanismos para incorporar tierra ejidal a la
urbanización han sido las expropiaciones. Es el caso de los ejidos de San
Felipe Tlalmimilolpan y el de Santa María de las
Rosas Yancuitlalpan, que se han convertido en
colonias de la Zona Metropolitana de la Ciudad de Toluca.
Cabe decir que
los programas de certificación y regularización de la propiedad de la tierra no
han tenido el éxito deseado, pues los propios ejidatarios fraccionan sus
terrenos para venderlos como lotes urbanos, en virtud de que cuando esos
terrenos les son expropiados no les conviene recibir un pago por hectárea.
6.4. Incorporación
de tecnología en los sistemas de cultivo
Antonio Arellano
(1999: 246) documenta que en 1988, sólo 1.76% de la superficie cultivada en el
Estado de México fue sembrada con variedades de maíz mejorado e híbrido, y que
la mayor parte de los agricultores de los valles altos rechazaban formar parte
de la red sociotécnica del maíz. Los resultados
obtenidos en esta investigación exponen que poco más de 85% de los ejidatarios
entrevistados utilizan la semilla criolla y muy pocos la mejorada y la híbrida.
Se documenta que en el poblado de San Pedro de la Concepción, ubicado en el
valle Toluca, la gran mayoría de los agricultores continúan sembrando semillas
autóctonas; los híbridos y las variedades mejoradas no son opciones técnicas
reales, en tanto que no crecen adecuadamente dadas las condiciones geográficas
de la zona (Arellano y Jordán, 2001: 255).
El empleo de las
nuevas semillas es la concreción incipiente de la inducción de un nuevo cambio
tecnológico en el cultivo de maíz que ha sido ampliamente promovido por los
gobiernos federal y estatal, así como por la Unión de Productores de Maíz del
Estado de México y la Federación de Propietarios Rurales del Estado de México.
En cuanto el uso
de fertilizantes químicos en el cultivo de maíz, la reconstrucción del proceso
de adopción identifica que en un lapso de 20 años (1940-1960), los ejidatarios
del Alto Lerma se asimilaron a una primera etapa de cambio tecnológico basada
en ese tipo de insumos agrícolas. Al momento de la encuesta, más de 50% de los
ejidatarios entrevistados de la región utilizaban fertilizantes químicos en la
producción del maíz.
La producción de
otros cultivos es imperceptible en la escala regional; sin embargo, en el
ámbito local, 37% de los informantes cultiva productos diferentes al maíz. Es
precisamente en ese sector de la agricultura en el que se aprecia la
instrumentación de una segunda etapa de cambio tecnológico, sobre todo en el
cultivo de hortalizas, papa y flores. Esos cultivos requieren de tecnología
especial en la que el uso de fertilizantes y semillas mejoradas e híbridas es
frecuente.
Consideraciones
finales
Los ejidatarios
de la región del Alto Lerma son sujetos conscientes del deterioro de su forma
de vida, lo cual les conduce a tomar decisiones que se concretan mediante
diversas estrategias para asegurar su pervivencia (ocupación en actividades
urbanas, empleo femenino, diversificación de cultivos y cambio tecnológico,
venta de tierras, cambio de costumbres, defensa de los precios del maíz, uso
del material genético criollo, etcétera). Esas estrategias son producto de
racionalidades individuales, que desde el interior están promoviendo las
tendencias de adaptación y de transformación del sistema agrario y de su
entorno regional con el fin de evitar su desaparición.
La
transformación de la forma de vida y de la organización social ejidal es
resultado de los contactos físicos y funcionales con el ámbito urbano, y los
principales vehículos de esa transformación son el mercado de trabajo urbano,
el mercado de productos agrícolas, el transporte, la radio y la televisión.
En virtud de los
procesos de urbanización e industrialización y del aumento irreversible de la
población, el sistema agrario ejidal y las variadas economías agrarias del Alto
Lerma presentan diferentes sensibilidades al cambio; se puede decir que las
formas y ritmos de la transformación variarán en función de la cercanía,
contigüidad y articulación funcional con las zonas urbanas e industriales.
En los ejidos
cercanos a centros de población de importancia existe una mayor tendencia a las
formas mercantiles de intercambio de tierras y, por ende, una elevada
susceptibilidad a la conversión del uso del suelo agrícola por otros usos,
mientras que en los ejidos eminentemente rurales se practica la renta de la
tierra y la aparcería como formas de intercambio mercantil limitado, y el
préstamo y la mediería como intercambio no mercantil, cuya base siguen siendo
las relaciones solidarias entre los ejidatarios.
Los cambios
espaciales de los ejidos periféricos a las zonas urbanas concuerdan también con
las transformaciones operadas tanto en el volumen de población ejidal como en
su estructura social y económica, los cuales se han visto envueltos en la
dinámica funcional rural-urbana, y en el tránsito continuo y cada vez más
intenso entre la vida agrícola del ejido y la vida urbana de las actividades
secundarias y terciarias.
Los ejidatarios
han sido sensibles a las innovaciones tecnológicas del modelo productivo
inducido por el uso de fertilizantes químicos; no obstante, asumir el nuevo
modelo agrícola con base en el empleo de semillas mejoradas e híbridas es un
proceso lento, con sensibles limitaciones biofísicas, sociales y económicas.
Las diferentes
respuestas de las economías ejidales locales identificadas definen una
tendencia hacia la transformación social, económica y territorial de la región
del Alto Lerma, con ritmos diferenciados en función de las limitaciones o
potencialidades internas y externas, por lo que el momento del cambio
definitivo no es perceptible en el corto plazo.
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Zuloaga
Albarrán, Alberto y Roberto Pérez Cerón (1996), “Generación y transferencia de
tecnología agropecuaria: perspectivas y propuestas”, en Posibilidades
para el desarrollo tecnológico en el campo mexicano, tomo ii,
Instituto de Investigaciones Económicas-Programa Universitario de
Alimentos-Centro para la Innovación Tecnológica, unam-Cambio xxi, Colección La estructura económica y
social de México, México, pp. 33-60.
Recibido:
20 de septiembre de 2005.
Reenviado:
14 de marzo de 2006.
Aceptado:
4 de abril de 2006.
María Estela Orozco Hernández. Doctora en geografía por la
Universidad Nacional Autónoma de México. Investigadora de la Facultad de
Planeación Urbana y Regional y miembro del Sistema Nacional de Investigadores
por la Universidad Autónoma del Estado de México. Sus líneas de investigación
son los estudios urbanos y regionales. Entre sus publicaciones están:
“Organización socioeconómica y territorial en la región del Alto Lerma”, Investigaciones
Geográficas, Boletín
del Instituto de Geografía, unam,
núm. 1, vol. 53, 2004; Atlas agrario ejidal del estado
de México, uaem, 2004;
“Evaluación diagnóstica para el ordenamiento territorial de la Cuenca Alta del
Río Lerma, México”, Actas Latinoamericanas de
Varsovia; Universidad
de Varsovia, vol. 27, 2004; “Articulación de economías domésticas al desarrollo
regional del Alto Lerma”, Papeles de Población, uaem, núm. 46, 2005; “Escenarios
interpretativos, tendencias en la transformación de espacios rurales y
periféricos de la zona metropolitana de la ciudad de Toluca”, Investigaciones
Geográficas, Boletín
del Instituto de Geografía, unam,
vol. 60, 2006. Profesora de la maestría en Estudios Urbanos y Regionales y maestría
y licenciatura en Ciencias Ambientales, uaem.
María Teresa Sánchez Salazar. Doctora en geografía, investigadora
del Instituto de Geografía, y miembro del Sistema Nacional de Investigadores
por la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus líneas de investigación
son: geografía de los energéticos, cambios territoriales, y ordenamiento
territorial. Entre sus publicaciones están: “Istmo de Tehuantepec: un espacio
geoestratégico bajo la influencia de intereses nacionales y extranjeros. Éxitos
y fracasos en la aplicación de políticas de desarrollo industrial (1820-2002)”,
Investigaciones Geográficas, Boletín del Instituto de Geografía, unam, 2002; “La inversión privada
en el sector eléctrico en México: su marco institucional y estructura
territorial”, Investigaciones Geográficas, Boletín del Instituto de Geografía, unam, núm. 54,
2004; “La experiencia mexicana en la elaboración de los Programas Estatales de
Ordenamiento Territorial. Diagnóstico, problemática y perspectivas desde el
punto de vista de la participación del Instituto de Geografía de la unam”, Investigaciones
Geográficas, Boletín
del Instituto de Geografía, unam,
núm. 53, 2004. Proyectos: “Temas selectos de geografía de México”, de 1998 a
2005; “Industria petrolera y cambios territoriales en el marco de la
globalización económica”, 1998 a 2003; “Procesos territoriales asociados a la
industria minero-metalúrgica en México”, 1996 a la fecha; “Metodología para la
elaboración de Programas Estatales y Mesorregionales
de Ordenamiento Territorial”, de 2001 a 2004; “Programa de Ordenación del
Territorio del Estado de Jalisco”, de 2004 a 2005. Profesora de la maestría y
licenciatura en Geografía, unam.
[1] El
trabajo toma como referente regional el vii Censo Agrícola, Ganadero y
Ejidal (inegi, 1994). La temporalidad de los datos se ubica
en el contexto de la estrategia neoliberal del cambio estructural –puesto en
marcha en el periodo 1983-1987–, el cual comprendió un programa de
liberalización del sector agropecuario: 1) la reducción del intervencionismo gubernamental
en el desarrollo sectorial; 2) la apertura comercial externa que remató en la
inclusión del sector agropecuario en el Tratado de Libre Comercio de América
del Norte, y 3) la reforma al Artículo 27 Constitucional y de su ley
reglamentaria (Calva, 1996: 17, 39). Los datos se actualizan en lo posible con
el Censo
Ejidal 2001 (inegi, 2003).
[2] Previo
a la instrumentación del nuevo marco jurídico agrario y del Procede, la cesión
no formal del derecho de usufructo de la tierra a los hijos se realizaba a la
muerte del ejidatario; ello permitía preservar las dinámicas productivas donde
la toma de decisiones se daba al interior de la unidad doméstica. Las reformas
posteriores propician que los productores con mayor poder adquisitivo adquieran
más tierra mediante la venta o la renta directa de parcelas de su misma
comunidad (ya sea para mantener un cultivo básico o para aventurarse en otro
tipo de cultivos). Ello puede resultar en economías de escala para aquellos que
pueden acaparar la tierra, pero representa una pérdida del bien para los que la
rentan o la venden (Cortés y Díaz, 2005: 12).
[3] En
general, las políticas macroeconómicas de ajuste estructural han tendido a
eliminar los subsidios del crédito agrícola (De Grandi,
1996: 38). En México, el nuevo esquema financiero está concebido para atender
la demanda crediticia de la agricultura desarrollada y con posibilidades de
desarrollo; no hay mecanismos para encarar los requerimientos diversos de los
campesinos de escala pequeña, los cuales se incorporan cada vez más al trabajo
no agrícola para obtener recursos económicos.
[4] Las
fundaciones Produce, a.c.
se instituyen como el eje de la reconversión tecnológica del Programa de la
Alianza para el Campo en 1995. A diferencia de otras entidades, en el Estado de
México esa fundación no opera de manera autónoma. Los proyectos de
investigación y transferencia de tecnología son definidos por el Instituto de
Investigación y Capacitación Agropecuaria, Acuícola y Forestal del Estado de
México (Icamex), creado por mandato constitucional en
julio de 1987. La fuerte componente estatal del programa de transferencia e
investigación tecnológica en la entidad se define a partir del presidente de la
fundación para el Estado de México; ese papel lo desempeña oficialmente el director
del Icamex, cuya función se centra en discutir y
acordar la viabilidad de los proyectos estatales en el seno de las reuniones de
la Coordinadora Nacional de las Fundaciones Produce, a.c. (Cofupro,
2005: 1).
[5] El
antecedente de los ddr
se encuentra en la adecuación de los distritos de riego y temporal de la otrora
Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (sarh). En 1995, esa secretaría cambió su nombre a Secretaría de
Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural (Sagar), y
su regionalización, para fines de coordinación de las zonas de riego y
temporal, se estableció sobre la base de los ddr. En el año 2000, la Sagar incorporó al sector de la pesca (Orozco et al.,
2004: 34). La Ley de Desarrollo Sustentable 2002, con base en los ddr instituyó
como parte de la estructura ejecutiva del Desarrollo Rural Sustentable a los
Consejos Distritales de Desarrollo Rural (CEDRSSA/DG/IR/008/05).
[6] Las
semillas o razas mejoradas son específicas por estrato ambiental, lo que limita
en cierta medida su transferencia, pues requieren de una adecuación biofísica y
social local (cfr.
Jarret, 1982, en Zuloaga y Pérez, 1996: 35).
[7] Los
factores que limitan la adaptación geográfica de los maíces híbridos son los
cambios de temperatura y humedad, y una serie de patógenos. La segunda
generación de un híbrido tiene rendimientos inferiores; por ello, al agricultor
no le conviene guardar la semilla, sino que debe comprar nueva semilla híbrida
en cada ciclo agrícola (Pérez y Benítez, 1996: 123).
[8] En
los años cuarenta se creó la infraestructura para la transferencia de los
adelantos tecnológicos de fuerte componente estatal. Ese modelo de innovación
introducido por el Instituto de Investigaciones Agrícolas se consolidó en los
años sesenta; en ese entonces, la tecnología generada por el sector público se
consideró un bien público, de libre acceso y no apropiable. Al inicio de los
años ochenta, se puso en práctica la política de cambio estructural para
insertar la economía en los mercados internacionales. El plan de ajuste dejó
sin financiamiento a las actividades para el desarrollo agrícola nacional y
aparecieron nuevos actores en la industria semillera,
entre ellos las empresas transnacionales como las únicas capaces de generar
nuevas variedades mejoradas; en contraste, en el otro extremo se ubicó el
sector marginal de tecnología tradicional, el cual ha conservado, mejorado y
protegido el germoplasma nativo en por lo menos 30,000 nichos ecológicos en
todo el país (Pérez y Benítez, 1996: 122).
[9] En
esa interacción es pertinente mencionar la noción de redes sociotécnicas
propuesta por Antonio Arellano (Arellano y Ortega, 2003: 263), entendida como
un complejo que reúne aspectos tan disímbolos como los materiales naturales,
simbólicos y sociales en un solo haz en el que destacan no sólo las instituciones
generadoras y mediadoras del proceso de transferencia de tecnología, sino que
también desempeñan un papel preponderante los espacios sociales de
reconocimiento y consumo, así como la interacción entre los actores sociales
durante el proceso de aprendizaje.
[10] Las
explotaciones típicamente familiares presentan situaciones muy variadas
respecto al nivel de ingresos, lo cual depende del mayor o del menor grado de
articulación con los mercados de productos y de trabajo. Considerando que la
productividad del sector agropecuario en su conjunto es de tres a cuatro veces
inferior a la de los sectores terciario y secundario, se deduce que los
ingresos campesinos se situarían entre seis y siete veces por debajo de
aquellos correspondientes a los sectores urbanos (De Grandi,
1996: 26).
[11] La
diversificación ocupacional ha supuesto la modificación de la división sexual y
generacional del trabajo dentro de las unidades domésticas. Así, además de la
incorporación del trabajo infantil, destaca la participación creciente de las
mujeres rurales en actividades remuneradas, tanto en el sector agroindustrial y
la maquila como en el sector de los servicios. De este modo, las necesidades
internas de la familia se combinan con una creciente demanda de fuerza de
trabajo femenina en algunos sectores económicos en expansión, como la
agroindustria de exportación y la agricultura comercial, los parques
industriales ubicados en el medio rural o la industria maquiladora a domicilio
y en talleres (Bonfil, 1996: 73).
[12] A
partir de la conceptuación de Alexander Chayanov
(1974) de la unidad doméstica campesina, diversos autores se dedicaron a
analizar las estrategias de reproducción de grupos domésticos en contextos
urbanos y rurales. El concepto de estrategias de supervivencia explica cómo se
determina la estructura de la familia en el contexto de la reproducción social;
se refiere a aquellas estrategias que hacen posible la reproducción de la
fuerza de trabajo en el seno de la familia, y en ellas se incluyen tanto la
adopción de patrones migratorios y de una división del trabajo por edad y sexo,
como la adecuación del comportamiento asociado con la nupcialidad y con la
constitución de la descendencia. Ello significa que el comportamiento demografico de los individuos sólo es inteligible a la luz
de la estrategia de supervivencia de la familia a la que pertenecen (cfr.
Torrado, 1978: 345, en Acosta, 2003: 20).
[13] La
religión, al igual que el Estado, mediante sus directrices, normas y
procedimientos configura nuestras identidades y acciones de manera profunda e
irrevocable (Roseberry, 1998: 96).
[14] Las
religiones protestantes, por medio de sus discursos y acciones, construyen
valores y realidades sociales de transformación. El individuo que acepta un
cambio de religión determinada es un sujeto social que busca formas alternas
para desarrollar un estilo de vida; así, la conversión religiosa se entiende
como un proceso de cambio de identidad personal, es desear construir un
proyecto de vida distinto, por lo que es equiparable a una construcción social
(Fabré, 2001: 278, 286 y 307).
[15] La
secta denominada “La Luz del Mundo”, cuya presencia se ha identificado en la
región en estudio, induce a los feligreses a cooperar con 50 pesos mensuales
para ayudar económicamente a los nuevos integrantes (cadenas de apoyo). En el
caso de los ejidatarios, su conversión a ese culto les ha conducido a separarse
del conjunto social del que forman parte, pues ya no participan en las fiestas
religiosas ni cívicas, aunque han mejorado su situación económica.
[16] Las
fiestas y otros rituales públicos resaltan aspectos de los procesos de
afirmación, confrontación y reconfiguración de valores. Esto es especialmente
cierto durante los periodos de mayor cambio social, cuando los valores y las
actitudes se polarizan o se hacen más ambiguos (Long, 1998: 63).
[17] Los
otomíes y mazahuas designaban con el nombre de “compadres” a los jefes de
familia que están ligados por la reciprocidad obligatoria de los regalos en las
fiestas. Ningún lazo de parentesco tiene, a los ojos de los indios, una
significación tan profunda como las relaciones de ayuda en las fiestas
familiares. Esas cadenas de servicios recíprocos y obligatorios ligan la vida
de un hombre durante toda su existencia, y son ellas, en gran parte, las que
aseguran la cohesión de las pequeñas comunidades (Soustelle,
1993: 608).
[18] Tradicionalmente,
en la región en estudio las funciones del compadrazgo cubrían la gama completa
de la organización social, religiosa, económica y política, además de
desempeñar ciertas funciones símbólicas en algunos
ritos de acción de gracias. El compadrazgo se constituía en un modelo de
alianza comunitaria que permitía extender los lazos de cooperación, intercambio
y ayuda más allá del parentesco, al mismo tiempo que desempeñaba el papel de
estructurante del control social, pues tradicionalmente un compadre de alta
estima cubría las expectativas económicas y sociales de una familia (Sugiura et
al., 1997: 46).
[19] Las
fiestas religiosas son una herencia del cristianismo colonial y un rasgo carácterístico de la cultura mesoamericana; su realización
se relaciona con el ciclo de cultivo del maíz de temporal y se vincula con el
calendario. El día 2 de febrero se bendice la semilla de maíz y otras plantas
que habrán de sembrarse en el ciclo agrícola, el cual se considera desde su
siembra (marzo-mayo) hasta su cosecha (octubre-noviembre) (Albores, 2004: 5 y
6).
[20] La
comunidad es una unidad territorial con espacios delimitados –barrios, parajes,
la casa, el patio o solar, el corral o jardín–, todos ellos componentes de la
vivienda rural y jerarquizados según su función económica y social (Ávila,
1996: 70).
[21] Los
procesos educativos no formales que se producen por la intervención de los
medios de comunicación de masas, radio y televisión, en el núcleo familiar,
moldean las actitudes y el consumo de los sujetos sociales (De Ibarrola, 1988:
45).
[22] Las
imágenes que se transmiten por la televisión ocupan un lugar central en las
transformaciones de los repertorios culturales en todo el mundo. Las formas
como se perciben y procesan los mensajes varían considerablemente, puesto que
las interpretaciones y el conocimiento local tienen un efecto de filtro sobre
la comunicación generada externamente (Long, 1998: 69).
[23] Los
argumentos del mercado en favor de la privatización de la tierra ejidal en
México han encontrado resistencia debido, en gran parte, a la existencia de
solidaridades campesinas, las cuales buscan promover un sentido de comunidad e
igualdad. Es relativamente fácil decretar la privatización de los recursos
comunitarios, pero otra cosa es convencer a los campesinos de hacer a un lado
sus intereses y valores comunitarios o ejidales en favor de actitudes acordes
al neoliberalismo (Long, 1998: 60).