Crisis y refuncionalización
de las redes de reciprocidad familiares: el caso de sectores medios en la Ciudad de México
José Guadalupe Rivera González*
Abstract
Some of the strategies with which families have been able to adapt to
contexts characterised by work scarcity and an unfavourable economical environment came up as a result of
their successful participation on a nucleus of intra -and extra- family
networks of solidarity. This provided them with an important exchange of
resources and favours that helped them to face their
needs. However, given that the last few years have been characterised
by work uncertainty, the loss of purchasing power of the income, and in
general, the lack of dynamism in some variables of the national economy, it is
important to analyse if families are still able to
participate in a networks that allow for social exchange, reciprocity and
mutual help. The analysis of the latter is the aim of this work.
Keywords: family network, economical crisis, middle
sector, unemployment, reciprocity.
Resumen
Algunas
de las estrategias con las cuales las familias han conseguido adaptarse a
contextos caracterizados por la precariedad laboral y a un entorno económico
poco favorable surgieron a partir de que esas familias lograron asegurar su
participación en un núcleo de redes de solidaridad intra
y extrafamiliares que les brindó un importante
intercambio de recursos y favores con los que hicieron frente a sus
necesidades. Sin embargo, después de que los últimos años se han caracterizado
por la incertidumbre laboral, la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos
y, en términos generales, la falta de dinamismo de algunas variables de la
economía nacional, se vuelve apremiante analizar si las familias estarán en
condiciones de seguir participando en un conjunto de redes que les permita el
intercambio social, la reciprocidad y la ayuda mutua. El análisis de estos
últimos planteamientos es el objetivo de este trabajo.
Palabras
clave: redes familiares, crisis económica, sectores
medios, desempleo, reciprocidad.
*Universidad
Autónoma de San Luis Potosí. Correo-e: joserivera@uaslp.mx.
Preámbulo
A
partir de un amplio y nutrido conjunto de etnografías que se han realizado en
México y en otros países en torno a diversos fenómenos relacionados con el
mundo de la familia en los ámbitos rural y urbano, se han evidenciado la
complejidad y las diversas variaciones que operan en la organización interna
del núcleo familiar para amortiguar los efectos de los acelerados procesos de
cambio sociocultural que experimenta la sociedad en su conjunto. En ese mismo
sentido se han destacado la flexibilidad y la enorme capacidad de adaptación y
respuesta de la familia en distintos momentos de crisis y ajuste de la
actividad económica. Por ejemplo, algunas de las estrategias empleadas por las
familias para adaptarse a contextos caracterizados por la precariedad laboral y
a un entorno económico poco favorable, o incluso para enfrentar las
obligaciones y los requisitos de la participación en la vida ritual en comunidades
campesinas e indígenas, fueron posibles a partir de que se logró asegurar la
participación en un importante núcleo de redes de solidaridad intra y extrafamiliares (Arizpe,
1973 y 1978; Alonso y Aguilar, 1980; Bazán, 1996; Benería y Roldán, 1987; Carrasco, 1998; Estrada, 1996 y
1999; Foster, 1972; González de la Rocha, 1986; Kemper,
1976; Adler Lomnitz, 1987; Adler Lomnitz
y Pérez Lizaur, 1993; Lewis, 1993; Nutini, 1968; Robichaux, 2002;
Selby et al., 1994; Taggart,
1975).
En
este mismo sentido, los resultados de las anteriores investigaciones muestran
que para las familias tener una participación en dichas redes de solidaridad
fue determinante, entre otras cosas, para tener acceso a información acerca de
posibles empleos y obtener apoyo en el cuidado y manutención de algunos
miembros de la familia (principalmente de menores de edad y personas adultas
mayores). Sin embargo, los beneficios de las redes sociales no estuvieron
reducidos exclusivamente a las familias de los sectores más pobres. Por ejemplo,
el hecho de que algunos cónyuges contaran con empleos seguros y bien
remunerados en el sector público o privado sirvió como un aliciente para que
las familias pudieran tener asegurada una activa participación en esas formas
de intercambio. Por lo tanto, entre las familias más pobres lo que se
intercambia y comparte son los gastos y las funciones domésticas de diversa
índole, mientras que entre las familias de los sectores medios y altos se
intercambia información valiosa para posibles inversiones, apoyo entre
profesionales, consultas sobre negocios, respaldo político, etcétera; es decir,
se puede hablar de que en esas redes familiares se comparte, entre otras cosas,
información para conformar grupos y alianzas de poder.
Una
de las modalidades de participación en esas redes de intercambio era la
asistencia a reuniones de carácter ritual-festivo, las cuales contribuían a
afianzar la participación de la familia en circunstancias particulares y a que
ésta formara parte de grupos donde se circulaba información y además se
redistribuían servicios y favores. Esas estrategias se habían consolidado como
el principal recurso con el cual las familias habían enfrentado situaciones de
escasez de empleo y de salarios y demás efectos de las cada vez más frecuentes
crisis económicas. En muchos sentidos, esas estrategias de ayuda aparecían como
el último y, en el caso de las familias más pobres, tal vez como el único medio
por el cual podían satisfacerse las necesidades básicas de las familias, así
como también las de otros integrantes.
Sin
embargo, después de que los últimos años se han caracterizado por la
incertidumbre laboral, la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos y, en
términos generales, la falta de dinamismo por parte de algunas variables de la
economía nacional,[1] las cuales han traído como
consecuencia un importante deterioro en las condiciones de vida de la mayoría
de las familias en México, planteo las siguientes preguntas: ¿seguirán siendo
funcionales las redes familiares y las estrategias de solidaridad y reciprocidad
después de dos décadas de crisis y de la aplicación de políticas y programas de
ajuste? ¿Hasta qué punto puede esa situación estar contribuyendo a generar un
proceso de recomposición de las relaciones sociales que se construyen tanto
dentro como fuera de las familias? ¿Qué prácticas relacionadas con la
participación en las redes familiares y extrafamiliares
se han tenido que transformar parcialmente o se han tenido que ver sustituidas
de manera momentánea o definitiva? ¿Estarán generándose nuevas modalidades de
intercambio y de reciprocidad dentro y fuera de las familias? ¿Cuál fue la
experiencia de aquellas familias donde los efectos de la crisis y los programas
de ajuste no se materializaron en una situación de desempleo de uno o más de
sus miembros o en la reducción significativa de sus ingresos salariales, sino
que más bien experimentaron todo lo contrario: los miembros que laboraban se
consolidaron en el empleo y se obtuvieron mayores ingresos?
En
la primera parte del trabajo se examina el grado de participación que mantenían
las familias encuestadas y entrevistadas dentro de un conjunto de estrategias
de ayuda mutua, solidaridad y reciprocidad en momentos previos a la crisis
económica de 1994 y en los años posteriores a esa experiencia; después se
centra el análisis en la descripción de las transformaciones que sufrieron esas
mismas familias con el impacto de los llamados errores de diciembre[2] y de los programas de ajuste implantados
por el gobierno federal para hacer frente a esa situación.
1.
Características de la población estudiada
El
grueso de la información que sirve de base para el presente artículo se obtuvo
en dos periodos de trabajo de campo.[3] El
primero se desarrolló durante los meses de mayo a octubre de 1997, mientras que
un segundo periodo abarcó de enero a mayo de 1998. Durante ese tiempo se aplicó
una encuesta a un total de 110 familias. Además, las familias objeto del
análisis fueron identificadas como pertenecientes a los sectores medios[4]
con el siguiente criterio: se privilegió el hecho de que los jefes de familia,
o aquellos otros miembros que laboraran, lo hicieran en actividades no manuales
en el sector público o privado; también se estableció que los cónyuges tuvieran
una educación de nivel medio o superior, e incluso encontramos casos de
cónyuges con estudios de nivel de posgrado (véase información del cuadro 2).
Por lo tanto, trabajamos con personas que obtenían una remuneración más alta
que la de los trabajadores de los sectores populares.
Cuadro 1
Distribución
de las familias encuestadas según las
etapas del ciclo doméstico
Formación |
33 familias |
30% |
Consolidación |
65 familias |
59% |
Reemplazo |
12 familias |
11% |
Total |
110 familias |
100% |
Fuente: Encuesta aplicada a las familias durante el
trabajo de campo.
Cuadro 2
Distribución
de los miembros de las familias encuestadas según el grado de escolaridad alcanzado
Preescolar |
8 |
2% |
Primaria |
80 |
18% |
Secundaria |
57 |
13% |
Preparatoria |
68 |
15% |
Universidad |
171 |
39% |
Carrera técnica |
41 |
9% |
Posgrado |
13 |
3% |
Total |
438 |
100% |
Fuente: Encuesta aplicada a las familias durante el
trabajo de campo.
Se
trabajó principalmente con maestros, oficinistas, servidores públicos o
privados y profesionistas independientes (véase información del cuadro 3). Un
primer conjunto de encuestas se aplicó a un total de 30 familias en las cuales
alguno de sus miembros enfrentaba una situación de cartera vencida con alguna
institución bancaria o con algún particular. Este grupo de familias, al momento
de aplicársele la encuesta, formaba parte de dos organizaciones de deudores: El
Barzón Metropolitano y la Asamblea Ciudadana de
Deudores de la Banca (acdb).[5] Un
segundo conjunto de encuestas se aplicó a dos grupos de estudiantes de nivel
superior: el primero formaba parte de una institución de enseñanza pública (34
encuestas) y el segundo realizaba estudios en una universidad privada (15
encuestas). El tercer grupo de encuestas se aplicó a un grupo de familias que
se encontraban viviendo en una unidad habitacional, Villa Panamericana, ubicada
en el sur de la Ciudad de México (31 encuestas). Una vez que se practicó la
encuesta, y con los datos de ella resultantes, se procedió a seleccionar a 40
familias con las cuales se realizó una fase de trabajo de campo; de allí se
obtuvo información con más detalle y profundidad en lo relacionado con las
experiencias de vida cotidianas.
Cuadro 3
Situación
de la población encuestada que realizaba alguna actividad laboral
Patrón |
19 |
10% |
Trabajador por su cuenta |
32 |
17% |
Empleado |
138 |
70% |
Trabajo sin pago |
6 |
3% |
Total |
195 |
100% |
Fuente: Encuesta aplicada a las familias durante el
trabajo de campo.
2.
La funcionalidad de las redes familiares y de las estrategias de ayuda mutua y
reciprocidad
La
clásica etnografía de Larissa Adler Lomnitz (1987), Cerrada del Cóndor, ofreció una muestra contundente de la
flexibilidad y de los recursos con que contaban las familias pobres para
asegurar su sobrevivencia ante un contexto económico desfavorable. La autora
planteó que una de las condiciones básicas o fundamentales para el
establecimiento de las redes de reciprocidad entre los vecinos de esa barriada,
era que esas redes se establecieron a partir de la existencia de una relación
de parentesco directa entre sus miembros. Sin embargo, el parentesco directo o
de sangre no era el único requisito para ser parte activa de una de las redes.
Las relaciones basadas en valores como la amistad, la confianza, el cuatismo, el compadrazgo y la vecindad también contribuían
al establecimiento de redes, las cuales aportaban al mejoramiento de las
precarias condiciones de vida de la mayoría de los habitantes de la barriada.
Otro
de los elementos fundamentales señalados por Adler Lomnitz
fue que la mayoría de las relaciones que se llegaban a establecer entre los
miembros de las redes familiares se constituían a partir de un vínculo de
reciprocidad entre pares. Esa reciprocidad se entendía a partir de una
situación de igualdad, en términos económicos y culturales. La igualdad
económica de las partes evitaba que se generaran relaciones de dependencia o de
patrón-cliente entre las partes involucradas en el intercambio de favores.
A
medida que numerosas familias empezaron a enfrentar, de manera cada vez más
frecuente, contextos de marginación y pobreza debido a las sucesivas crisis
económicas, las redes de intercambio y solidaridad no desaparecieron, sino todo
lo contrario: se intensificaron y surgieron como uno de los recursos
estratégicos para asegurar la sobrevivencia de un número cada vez mayor de
familias. Así, las redes familiares y amicales se presentaban como uno de los
amortiguadores más eficaces para paliar las adversidades económicas y sus
efectos negativos sobre las familias. Dicha participación estuvo mediatizada
por el manejo y/o control de ciertos recursos. El acceso a determinados
recursos significativos, particularmente el ingreso salarial, se convirtió en
determinante a la hora de facilitar la participación y conservación de dichas
redes, siendo éstas un recurso indispensable para el bienestar que lograban o
no alcanzar las familias (González de la Rocha, 1986; Estrada, 1996 y 1997;
Selby et al., 1994).
Incluso
algunos investigadores (Adler Lomnitz, 1987; Adler Lomnitz y Pérez Lizaur, 1993; Chiarello, 1994) aseguran que ese tipo de respuestas
tradicionales puestas en marcha por importantes sectores de la sociedad habían
adquirido un carácter inmutable, permanente, inagotable y sin posibilidad de
experimentar cambio alguno. De esa forma quedaban demostradas la superioridad y
funcionalidad que habían adquirido las respuestas colectivas sobre aquellas que
buscaban privilegiar las acciones de carácter individual.
Respecto
a esas mismas bondades de las redes familiares, F. Chiarello
escribió lo siguiente:
Después
de todo, la familia y las redes sociales han representado siempre el
amortiguador más eficaz de las adversidades económicas, por el simple hecho de
que demuestran ser superiores al individuo aislado para resolver las
situaciones más complicadas y en hacer virtud de la necesidad. Es bastante
claro, de hecho que la familia y las redes sociales –representadas por los
análisis convencionales como estructuras típicas de la sociedad “tradicional”–
están muy lejos de ser eliminadas o incluso simplemente debilitadas por el
desarrollo de la moderna economía de mercado (Chiarello,
1994: 183).
En
una investigación posterior realizada por Larissa Adler Lomnitz
y Marisol Pérez Lizaur (1993) entre un grupo de
familias de la burguesía mexicana, se encontró la presencia de un modelo
similar al que la misma Adler Lomnitz, años atrás,
había descrito para los habitantes de la barriada de la Cerrada del Cóndor.
Sobre las características del modelo familiar trigeneracional
detectado entre las familias de la burguesía, estas investigadoras apuntaron
que:
Nuestra
tesis central es la preeminencia de la gran familia (es decir, la familia
extensa de tres generaciones) en cuanto unidad significativa básica de la
solidaridad en México. Esta estructura se mantiene de manera activa con el
tiempo. Además la familia –entendida culturalmente como unidad básica de
solidaridad de la sociedad– es la gran familia trigeneracional.
Esto significa que un individuo dado considera como su grupo básico, su unidad
ritual, social y económica, no solamente a sus padres, hermanos, hijos (como en
el caso de la familia elemental), sino a sus abuelos, tíos y primos. Esto, de
partida, hace que cada individuo pertenezca a un grupo mayor de individuos
entre quienes existe un sistema de expectativas, de derechos y de obligaciones
de ayuda mutua (Adler Lomnitz y Pérez Lizaur, 1993: 28).
Otras
investigaciones mostraron que, en situaciones de crisis, el modelo de las
familias extensas era retomado como una de las estrategias para hacer frente a
situaciones cada vez más frecuentes de desempleo y de falta de recursos
económicos, y todo eso como resultado de los efectos de un modelo económico con
el cual se imponía la escasez de empleo remunerado y el estancamiento de la
economía, como algunos de sus elementos distintivos. Sin embargo, no hay que
obviar que esa estrategia tenía un elevado costo entre las familias que terminaron
por recurrir a dicha práctica. Esto debido a que posibilitaba, en lo inmediato,
hacer frente a las situaciones de adversidad. Por ejemplo, se repartían los
gastos de alimentación, se preparaban ollas comunes,
se distribuía el trabajo doméstico, se delegaban funciones, y el control de los
recursos normalmente terminaba por ser concentrado en un determinado miembro de
la familia. Sin embargo, todo eso traía como consecuencia la generación de una
infinidad de situaciones conflictivas entre los miembros de las familias que
terminaban involucrándose en ese tipo de estrategias. No obstante, las
familias, con todo y esos conflictos, lograron restablecerse y tener cierto
control sobre sus niveles de vida (Estrada, 1995).
Al
igual que en los trabajos anteriores de Adler Lomnitz,
Margarita Estrada señaló que uno de los aspectos que facilitaban la
organización de las familias en núcleos extensos se encontraba en la existencia
de la reciprocidad entre los miembros de las familias. Esa reciprocidad se basa
fundamentalmente en la capacidad de las familias involucradas en un proyecto de
este tipo para llevar a cabo la redistribución de bienes, servicios y favores,
lo que desembocaba principalmente en la conformación de un gasto múltiple o de
un ingreso colectivo que se destinaba principalmente a solventar los gastos de
la alimentación de la familia extensa. Lo anterior no quiere decir que no
hubiera otra esfera de actividades en la cual se contribuyera de manera
colectiva, sino que el éxito de esa organización doméstica se reflejaba
principalmente en los arreglos económicos alcanzados para resolver aspectos
relacionados con el ámbito de la alimentación y el cuidado de los hijos. Así
pues, parecía que la flexibilidad de los proyectos y recursos familiares
terminaría por mantenerse intacta por siempre, y al margen del impacto de una
economía familiar, frecuentemente golpeada por la crisis, con efectos cada vez
más perjudiciales para la organización familiar.
3.
Funcionamiento de las redes familiares en los años previos a la crisis de
1994-1995 entre las familias de sectores medios
A
partir de los datos que dejó la encuesta, en un primer momento, y de las
entrevistas en profundidad, se pudo constatar el valor y la importancia que
había llegado a adquirir para muchos individuos la participación en las redes
conformadas entre los parientes, así como con personas ajenas al grupo
familiar. La ayuda o el apoyo que de ellas habían obtenido en determinados
momentos fue muy significativa, ya que permitió la resolución de una diversidad
de situaciones. Por ejemplo, la obtención de la vivienda se logró, en algunos
casos, por medio del préstamo de una cantidad para dar el enganche de la
propiedad. En algunos casos se observó que otras familias habían logrado
obtener una casa o un departamento en forma de regalo por parte de algún
pariente cercano de la familia nuclear de uno de los cónyuges. Otras familias
reportaron que fue la recomendación de algún pariente o amigo lo que permitió
que en momentos difíciles algún miembro desempleado lograra obtener un nuevo
trabajo remunerado.
Por
ejemplo, el patrón predominante de residencia de las familias encuestadas y
entrevistadas fue, y continuó siendo, aun después de la crisis, de tipo
nuclear. Sin embargo, ese patrón de organización residencial no significó que
las familias estuvieran haciendo referencia o que enfrentaran una condición de
aislamiento social, o que por esa condición de residencia pudiera hablarse de
plena autonomía de la familia.[6]
Podemos
señalar que la activa participación de las familias dentro de las redes
parentales y amicales estuvo determinada por el panorama de solvencia económica
que caracterizó al entorno de las familias. La situación económica previa
permitió el acceso a la educación en escuelas privadas, vacaciones, etc. Aunado
a esos beneficios, la estabilidad en los ingresos económicos también hizo
posible mantener relaciones de ayuda económica con determinados parientes.
Dicha estabilidad permitió que se pudieran destinar semanal, quincenal o
mensualmente, importantes cantidades de dinero a parientes cercanos (padres,
hermanos y ocasionalmente tíos y primos). Esos recursos eran utilizados para
cubrir gastos de alimentación, educación y vestido, o servían simplemente como
un mecanismo de ahorro económico para sus destinatarios. En otros casos, la
ayuda económica era destinada al pago de las colegiaturas de algún familiar
cercano.
También
hubo casos en que algún familiar se trasladó a la ciudad de México para vivir
en la casa de algún familiar cercano, siendo este último quien se hacía cargo
de absorber gran parte de los gastos del o de los parientes adoptados. En otros
casos, la familia que adoptaba a algún familiar le ayudaba otorgándole
únicamente un espacio dentro de la vivienda, mientras que el resto de los
gastos los seguían cubriendo los padres de éste, sus hermanos o algún otro
pariente cercano. También la mayoría de las familias siguió teniendo una activa
participación en festividades de carácter ritual y festivo como bodas, xv años, bautizos y confirmaciones tanto
dentro como y fuera del ámbito familiar. Recordemos que tanto la promoción como
la participación en dichas festividades se asumen como una oportunidad para
poner en marcha la ostentación, el poder, la solidaridad, pero también como una
oportunidad de discriminar a los que no son parte del núcleo o que no tienen la
condición de ser recíprocos.
Reitero:
un aspecto fundamental fue que la participación de las familias en esos
procesos de intercambio y redistribución de bienes resultó funcional en la
medida en que, como lo señaló Enzo Mingione (1994),
las familias eran capaces de contar con ingresos económicos suficientes que las
respaldaran en su involucramiento en dichas redes de intercambio. Por ejemplo,
en una de las entrevistas un informante describió de la siguiente manera el uso
y el destino de una parte de sus ingresos en años previos a la crisis:
Pues
yo los destinaba pues a cambiar el auto, a seguir viajando. Yo tengo una
hermana que vive en Guanajuato y económicamente la podía ayudar, ¿verdad? En
eso lo destinaba yo, y en el poder ahorrar algo. Mi hermano tuvo problemas con
su negocio en León, un negocio de tornos y su niña se tuvo que venir a vivir
conmigo. Entonces prácticamente yo tuve que apoyarlos a ellos (testimonio de un
miembro de una familia deudora).
En
otros testimonios, los argumentos presentados por los informantes secundan lo
señalado por el anterior, cuando indicaban que, por ejemplo, una parte de su
ingreso salarial era destinado para: “…ayudar a mis padres en sus gastos. En
ocasiones también le echaba la mano a alguno de mis hermanos, y más
frecuentemente a los hijos” (testimonio de familia deudora).
Un
informante comentó que, mientras el jefe de familia contó con un empleo y no
enfrentaron el problema de la cartera vencida, él contribuyó durante muchos
años a solventar los gastos de sus padres, quienes además recibían una pensión,
la cual era insuficiente para cubrir el monto de sus necesidades.
4.
Después de la crisis: efectos de la crisis en la participación en las redes de
solidaridad y reciprocidad
La
crisis económica de 1994 se tradujo en la experiencia del desempleo entre
alguno de los miembros de la familia (véase cuadro 4) y, en consecuencia, en el
deterioro de sus ingresos. Esa situación derivó en que en algunas de las
familias deudoras, y también en algunas no deudoras, pero principalmente en las
primeras, se tuviera que recortar de manera temporal la ayuda económica que se
destinaba a la manutención de otros familiares.
Cuadro 4
Distribución
de las familias en las cuales al menos uno de sus miembros perdió el empleo
Familias encuestadas |
Cantidad de familias |
Porcentajes |
|
donde al menos un |
|
|
miembro perdió el
empleo |
|
Deudoras (30) |
17 |
57% |
Villa Panamericana (31) |
7 |
22% |
Universidad pública (34) |
7 |
20% |
Universidad privada (15) |
3 |
20% |
Total: 110 (100%) |
34 |
Total 31% |
Fuente: Encuesta aplicada a las familias durante el
trabajo de campo.
La
falta o la escasez del salario de uno o más miembros de la familia se manifestó
también en la disminución de las frecuentes visitas que se hacían a otros
parientes y amigos. En otros casos se dieron situaciones en las que se tuvo que
dejar de dar hospedaje a algunos parientes. El siguiente caso ejemplifica esa
experiencia:
Actualmente
que ya no hay empleo seguro, tampoco hay aguinaldo, no hay comisiones, no hay
ya nada de lo que tenía antes. Ya lo que sale del trabajo apenas sirve para
irla pasando. Apenas, la semana pasada, tuvimos que regresar a una sobrina a su
casa con su mamá, es hija de la hermana de mi esposa que vivía con nosotros, ya
que ya no alcanzaba para seguirla teniendo en la casa. Aquí se le vestía,
calzaba y se le daba escuela, pero llegó el momento en que ya no se le pudo
solventar nada, y tuvimos que regresársela a su mamá (testimonio de familia
deudora).
Al
momento en que la crisis irrumpió en el panorama de las familias, éstas
empezaron a destinar la mayor parte de sus ingresos para satisfacer solamente
las necesidades inmediatas y más apremiantes de los miembros de la propia
familia nuclear, principalmente en rubros como la educación, la alimentación y
el pago de algunos servicios de la casa como agua, electricidad, gas y
teléfono.
Varias
familias pasaron de ser de distribuidoras de recursos económicos y favores a
otras redes familiares, a ser únicamente receptoras de importantes beneficios
económicos y diversos apoyos morales por parte de sus redes familiares. No
obstante, es importante señalar que esas familias no terminaron por enfrentarse
a una situación de aislamiento total, puesto que siguieron formando parte de las
redes familiares. Simplemente sucedió que algunas ya no tenían la capacidad de
mantener relaciones de intercambio económico con el resto de los grupos con los
cuales anteriormente interactuaban. Eso se debió fundamentalmente a que los
ingresos que les habían permitido durante años el mantenimiento de relaciones
entre iguales, se habían reducido de manera significativa. En esos casos, su
papel en la red familiar y fuera de ella se limitó únicamente a recibir ayuda
económica y otro tipo de favores. Pero ellas dejaron de hacer aportaciones
económicas. El principal aporte que ahora ofrecían esas familias era, por
ejemplo, el cuidado de los enfermos, la atención a niños y ancianos, el cuidado
de madres embarazadas; es decir, situaciones en donde no se ponían en circulación
recursos económicos.
Cabe
destacar que el establecimiento de ese tipo de arreglos no estuvo exento de
situaciones de crisis y conflictos en la red de parientes. Una informante
reconoció el valor y la importancia de los apoyos de toda índole, que ella y su
familia habían recibido de sus hermanas y su madre. Uno de ellos consistió en
que ella y su familia pudieron ocupar dos cuartos en la casa de su mamá. Sin
embargo, la misma informante señaló que el costo de esa ayuda se había
traducido en un mayor involucramiento de sus hermanas y su madre en muchos
ámbitos de su vida privada: “Ahora están al pendiente de que si el esposo no
llevaba dinero, que si el esposo llegaba borracho, que si la engañaba”.
No
obstante, algunas familias deudoras lograron conservar la capacidad de ahorro
económico. Pero se consideró que tales recursos económicos, lejos de solventar
o resolver problemas de otros miembros de las familias de los cónyuges,
tendrían primero que destinarse a la resolución de los problemas que se habían
generado por el problema de la cartera vencida, y que en algunos casos llegó a
poner en peligro la posesión del principal patrimonio familiar: la vivienda.
Ello provocó que se experimentaran situaciones como la siguiente:
Con
mis hermanos tengo una muy buena relación aunque sí siento que me he dejado de
involucrar en su problemática porque ando tan metida en la mía, que sí me ha
aislado. Mira, por ejemplo, si mi hermana o alguien tiene algún problema
económico, ya no le entro ¿no? A lo mejor sí, y creo que en algún momento
difícil de alguno de ellos le entraría de corazón, pero mientras no vea así una
situación crítica no lo hago […] mientras no se presente alguna situación
crítica, no me meto, porque eso implicaría sacar el bienestar económico del banco,
y yo se que ese dinero del banco lo estoy esperando para la búsqueda de una
solución a mi problema de la deuda (testimonio de familia deudora).
Un
informante de una familia deudora resumió, en los siguientes términos, el tipo
de relación que mantenía su familia con algunos parientes y amigos:
Debe
de ser vergonzoso [refiriéndose a la situación de su esposa] el que sus
amistades y sus conocidos sepan que tiene que vender, vender esto y lo otro, lo
cual a ella, en el fondo, puede afectarle desde una cierta pena. Pues no creo
que a nadie le guste mostrar que está en la vil mendicidad, y sin embargo digo
mendicidad porque se ha dado el caso de algunas amigas que le llevan y le
regalan despensas y le regalan cosas de ese tipo, no le dan dinero pero le dan arroz,
fríjol, latas, etc. En el sentido de tener para ella eso sí es penoso pedirle a
su mamá cada mes que la apoye económicamente para ir sorteando los gastos de la
casa o a sus hermanos. Porque sí siente en el fondo que ellos sí se lo dan y sí
la apoyan, aun cuando no tienen mucha capacidad económica ciertamente. Pero en
el fondo, siempre se queda la cosa de que esto le correspondería a su marido,
no a nosotros (testimonio de familia deudora).
Las
experiencias de las familias deudoras mostraron que las redes se han
consolidado como uno de los principales recursos para el sostenimiento y
satisfacción de muchas necesidades de los miembros del hogar. Un ejemplo de esa
situación es el de una familia que actualmente vive en un pequeño departamento
que forma parte de la casa de la madre de la esposa, lo cual implica un ahorro
significativo por el hecho de no tener que pagar renta. También reciben ayuda
de la red familiar principalmente para los hijos, lo que se ha traducido en la
compra de ropa, calzado y útiles escolares por parte de tíos o de la abuela
materna. En otras ocasiones les han prestado dinero para resolver alguna
situación imprevista:
Ya
no podíamos hacer gastos en ropa, que afortunadamente por parte de mi esposo,
sus hermanas compran para mis hijos. Yo te voy a decir que en este tiempo que
llevamos, ellas les han comprado su ropa, ellas los calzan, los visten. O sea,
yo les doy también a ellas las gracias (testimonio de familia deudora).
También
hay que señalar que encontramos la situación contraria, en donde una familia no
deudora había experimentado situaciones de aislamiento. Fue una experiencia
propiciada por las condiciones actuales de la familia, en donde el ingreso del
jefe de familia se vio muy reducido debido a situaciones particulares de su
trabajo. Por ello, la familia no pudo en adelante continuar sosteniendo
relaciones de reciprocidad entre el grupo de amigos más cercanos. Incluso
terminarían por no volver a solicitar ayuda entre los amigos, y mucho menos
entre los parientes; según el informante, para no mostrar ante el resto de los
amigos y la familia, la situación de escasez de recursos y todas las
privaciones a las que estaban sometidos. El informante señaló lo siguiente:
Yo
siento como que el grupo de nosotros de amistades es muy bueno, y que sí
pudiéramos pedir prestado. Pero mi marido no quiere, como que prefiere hacerse
bolas él solo y ver cómo le hace. Y bueno, yo estoy de acuerdo porque ahora sí,
hablando de prestigio, es ¿cómo decirlo? como que te desdoras (testimonio de
familia de universidad pública).
En
esa misma familia se aceptó que una de las repercusiones inmediatas fue haber
dejado de participar con el grupo de amigos y de organizar reuniones en casa:
Anteriormente
todos los fines de semana había 10 o 15 amistades en casa. Ahora ya no lo
podemos hacer, y sí, como que te sientes aislado. Tenemos otras amistades, que
bueno son con los que nos vemos y que nos invitan a sus casas, y la verdad que
son espléndidos, y el asunto de la reciprocidad pues sí pesa. Cómo les voy a decir:
“Pasen”, y les voy a dar unos pinches cacahuates, cuando ellos te sacan de lo
mejor: vinos importados y demás (testimonio de familia de universidad pública).
La
situación de insolvencia e incapacidad económica que enfrentaría la mayoría de
las familias de deudores, y también algunas de las no deudoras, provocó que la
participación en redes de intercambio y de ayuda tuviera que verse relajada o
temporalmente suspendida. Así pues, la incapacidad de las propias familias de
asegurarse los suficientes recursos que les permitieran seguir participando en
esos mecanismos de redistribución de recursos que son las redes, terminó por
conducir a un fenómeno de aislamiento o privatización de la vida. En ese mismo
contexto, el uso y destino que empezaron a tener los ingresos de la familia se
enfocaron en satisfacer principalmente las necesidades de los miembros de la
familia nuclear. Eso en perjuicio del resto de los miembros que anteriormente
se veían beneficiados de la distribución de recursos.
Por
ejemplo, para las familias deudoras, no disponer de suficientes recursos
económicos no fue el único impedimento para seguir siendo parte de los sistemas
de intercambio. El problema de la deuda no sólo representó un deterioro en las
relaciones familiares, sino que también repercutió en la pérdida del
reconocimiento familiar, la confianza y la honorabilidad, y en otros casos se
tuvieron que enfrentar actitudes de rechazo, incluso por parte de parientes,
amigos cercanos, vecinos o compañeros de trabajo. Así, para algunos deudores,
la deuda con el banco contribuyó a que se les empezara a rechazar; significó
que se les acusara de ser ellos los causantes de los problemas financieros que
experimentaba el país. Muchos empezaron a vivir con un estigma: “los malos
gobernantes y los malos banqueros nos han señalado como irresponsables, como
personas insolventes, tanto moral como económicamente. Eso no lo aceptamos
porque eso no es cierto y revertimos las acusaciones” (testimonio de familia
deudora).
Otro
informante relató, en los siguientes términos, el impacto que había causado
entre sus anteriores socios inversionistas el hecho de que él formara parte de
la cartera vencida:
Para
todos ellos, yo estaba considerado como una persona digna de apoyo y confianza
y como sujeto de crédito. Ahora ya no soy sujeto de crédito, ni digno de
confianza. Ahora estoy en cartera vencida, en la lista negra, considerado como
ladrón y estafador; enfrentando, junto con mi familia, presiones, amenazas,
demandas y embargos provenientes de bancos, gobierno, agiotistas y proveedores
(testimonio de familia deudora).
Muchas
fueron las familias que tuvieron que enfrentar la agresión y la persecución por
parte de los banqueros. En muchos casos se empezó a vivir con miedo y con la
vergüenza de tener que deberle dinero al banco. Algunos, incluso, no buscaron
apoyo y solidaridad dentro de los propios círculos familiares más cercanos.
Hubo casos en los que se trataba, por todos los medios, de que los problemas no
trascendieran del ámbito de la familia nuclear. Mientras tanto, para otros el
apoyo y el respaldo que encontraron, vinieron fundamentalmente de fuera de sus
familias: “ahora tengo que vivir en una situación de anonimato. El banco nos ha
hecho creer que somos de lo peor, porque no podemos pagar lo que ellos nos cobran.
Y bueno, yo siento mucha vergüenza por no poder pagar. Mi nombre no se lo doy a
nadie” (testimonio de familia deudora).
Así
como las familias deudoras de nuestra muestra evidenciaron ser las más
vulnerables a los efectos de la crisis, en comparación con el resto de las
familias estudiadas, hay que destacar en este grupo de familias el surgimiento
de una serie de nuevas experiencias que se vinieron a integrar al conjunto de
las maltrechas relaciones familiares en su vida cotidiana. Esas experiencias se
dieron en el momento en el que esas familias decidieron ingresar a una
organización que agrupaba a personas que compartían la misma problemática: es
decir, la cartera vencida. Tener que enfrentarse a los bancos provocó que
tuvieran que sufrir con las demandas de los servicios jurídicos de éstos. Así,
las familias deudoras se vieron en la necesidad de aprender a defender su
patrimonio desde una posición jurídica, de asistir a tribunales y de manejar el
discurso y el lenguaje de las leyes. Como ellos decían: “no alcanza para el abogado y hay que ir
personalmente a levantar demandas o realizar cualquier trámite legal”. La
compañía y la solidaridad que se prestaban entre ellos se manifestaron al
momento de compartir, ayudar y ofrecer asesoría jurídica a aquellos que, de un
momento a otro, no tuvieron la posibilidad de seguir cubriendo los depósitos
mensuales, además de los honorarios de un abogado.
El
análisis y el seguimiento constante de la vida política y el conocimiento de la
evolución de los principales indicadores de la vida económica del país fueron
temas y situaciones que se integraron de golpe a la vida y al discurso
cotidiano de las familias. Era precisamente esa información la que se
transmitía en las reuniones semanales a las que acudían los deudores. En las
reuniones se discutía y analizaba el rumbo del país, y los deudores se ponían
al tanto de las negociaciones con los banqueros, y las declaraciones y acciones
de funcionarios públicos. Se socializaban también las experiencias que las
familias habían tenido con los bancos, los agiotistas y los abogados de éstos.
De igual manera, tanto los logros como los fracasos se convirtieron en ejemplo
para el resto del grupo, y éstas eran experiencias de las que todos los
involucrados intentaban sacar algún beneficio. La solidaridad entre las
familias deudoras se manifestaba cuando acudían a los tribunales, a las casas o
negocios para impedir embargos o desalojos de la vivienda, así como los remates
de las propiedades de los demás deudores.
También
entre los integrantes de las asociaciones de deudores a las que tuve
oportunidad de asistir resultó común ver que se ofrecían productos y servicios
que eran elaborados y desarrollados por ellos mismos. Igualmente, si algún
miembro se encontraba en una situación económicamente difícil, se realizaban
colectas, rifas o donaciones con tal de manifestarle el apoyo y la solidaridad
del grupo. La solidaridad se manifestaba inicialmente con el simple hecho de
aceptar a los demás, aquellos que se encontraban en la misma situación, de
perder la vergüenza y compartir su experiencia con otras personas, y que en un
primer momento resultaban ser totalmente desconocidas. Para los deudores y sus
familias fue importante darse cuenta de que sus problemas de cartera vencida no
eran algo que enfrentaran únicamente ellos o unos cuantos, sino que era un
problema generalizado en la mayor parte de las familias del país. Así se hizo
patente la solidaridad entre los deudores.
Esas
nuevas redes de ayuda y solidaridad que se construyeron al interior de los
grupos y de las organizaciones de deudores vinieron a ser de gran importancia
para las familias, ya que terminaron por convertirse, para la gran mayoría, en
uno de los últimos recursos a los cuales recurrieron cuando sus redes
familiares y amicales empezaron a mostrar, como en algunos de los casos que
aquí se han presentado, sus límites.
5.
Funcionamiento de las redes de solidaridad y reciprocidad entre las familias
con escasa afectación por la crisis
Sin
embargo, la vulnerabilidad mostrada por algunas de las familias en relación con
su participación dentro de las redes de intercambio familiar, no se presentó en
todas las familias consideradas en nuestra investigación. Por tanto, las
experiencias de relajamiento en la participación dentro de las redes fue un
proceso que no se pudo generalizar para la totalidad de los casos aquí
estudiados. Es decir, a pesar de los vaivenes experimentados por la economía
nacional, un reducido grupo de familias logró mejorar su situación laboral y
salarial. Así, en pleno contexto de crisis y de reacomodos de los sectores
productivos ante una nueva estrategia de acumulación, también fue posible
encontrar familias en las que algunos de sus miembros, como profesionales,
lograron conservar su empleo e incluso mejorar sus condiciones salariales en
las empresas en donde trabajaban. Aquí se trata de un grupo de familias en las
que uno o ambos cónyuges se encontraban laborando en alguna de las empresas que
habían recibido los beneficios de la apertura comercial e incluso se habían
visto beneficiadas a partir de la devaluación del peso frente al dólar
norteamericano, debido a que se dedicaban fundamentalmente a la exportación de
gran parte de su producción. La calidad de vida de los miembros de esas
familias a raíz de la crisis de 1994-1995 no se vio realmente afectada. Los
hijos siguieron estudiando en escuelas privadas y siguieron saliendo de
vacaciones dentro y fuera del país. Es decir, la vida cotidiana siguió siendo
la misma antes y después de la crisis. Reitero: incluso en algunos casos los
ingresos de los cónyuges se vieron incrementados notablemente.
Esa
situación sirvió como impulso para que dichas familias siguieran manteniendo
una participación activa dentro de las redes familiares y amicales. Para esas
familias, las redes tuvieron y continuaron teniendo un valor estratégico. Sobre
este hecho, un informante señaló lo siguiente:
Bueno,
el futuro para mis hijas lo veo muy bien. Para esto pues se combinan dos
aspectos: el que ellas tengan un buen currículum, y otro aspecto importante
para lograr colocarte lo tienen por el lado de las amistades y por el lado de
las relaciones. Y bueno, nosotros contamos con amistades y relaciones, y a
ellas recurrimos para determinados asuntos. Pero no estamos esperanzados
únicamente a ellos. Es decir, podemos recurrir a ellos para un asunto, pero es
en un sentido de reciprocidad, de iguales: yo te ayudo, pero estamos en un
mismo plano. Mi hija trabaja actualmente en Hacienda, en el área de recaudación
internacional. Y bueno, se logró colocar ahí porque tiene una buena
preparación, y porque un conocido de la familia la ayudó (testimonio de familia
de universidad pública).
Las
redes para esa familia se valoraban como un recurso altamente significativo, y
se consideraban como una opción real que permitiría la consecución de proyectos
a mediano y largo plazos para sus miembros. Incluso podemos señalar que el
bienestar del cual hoy en día gozan esas familias estuvo sustentado en una
importante integración a redes que se construyeron, en un primer momento, en un
plano familiar, y que posteriormente se extendieron hasta el ámbito de grupos
de profesionistas. Lo significativo de muchos de esos profesionistas es que
eran miembros de gremios en donde se compartía y transmitía información que se
generaba dentro esos grupos y en los niveles más altos del poder económico y
político. Dicha información resultaba ser fundamental para la planeación y
consecución de proyectos profesionales, y terminó por ejercer una innegable
influencia en importantes decisiones, en el momento de iniciarse o cerrarse una
transacción o un negocio. Además de la información laboral que se intercambia
entre ellos, la información de carácter económico resultó ser de gran
importancia. Un caso reseñado nos ayuda a entender el valor que puede llegar a
adquirir el hecho de colocarse dentro de esas redes de intercambio:
En
el grupo de amigos en el que se mueve mi marido, sí se apuntalan unos a otros.
Eso sí lo he visto porque sí se da, porque ahorita me ayudó tal; o llegan con
mi marido y le dicen: “¿Tienes posibilidades? Ayúdame ahorita y yo te recupero
en esto”. Se están haciendo muchos grupos de ayuda. Han resurgido también
grupos de préstamo por grupo de profesionistas que están agremiados. Ahorita
hay muchos profesionistas que están colegiados, y en eso se ayudan mucho porque
se consiguen cuotas, se consiguen préstamos especiales, con otro tipo de
intereses, a otros plazos y se ayudan mucho. Se consiguen muchas cosas entre
ellos, por lo agremiados que están (testimonio de familia de universidad
pública).
De
igual forma, el hecho de haberse mantenido la participación de esas familias en
redes familiares, amicales y de trabajo, permitió perpetuar la participación en
numerosas ceremonias de carácter estrictamente familiar, y en otras que trascienden
los límites estrictos de la parentela. Eso se observó en la tradición que
mantienen muchas familias de reunirse de manera constante. Dichas reuniones
resultan ser un espacio privilegiado, pues allí se comparte y transmite
información relevante para todos los presentes. Algunos miembros de las
familias aparecen como los concentradores de la información, y en torno a esas
personas se reúnen las demás, contribuyendo así a la conformación de liderazgos
y lealtades internas. Además, dichas reuniones sirven como una oportunidad para
continuar reforzando el ideal de la continuidad de la gran familia solidaria.
En ellas se transmite información sobre la situación y las problemáticas que
enfrentan los parientes. Y, lo más importante, allí mismo se construyen, se
planean y se toman decisiones con las que se busca resolver la situación de
aquellos miembros de la parentela que enfrentan alguna necesidad o algún
problema en particular. Además, sirven para que entre los miembros se
transmitan valores y, lo más significativo: información valiosa para el
bienestar de las familias.
El
relato de un informante muestra la importancia y la manera en que se
desarrollan esas prácticas sociales y rituales:
Todos
llegamos a casa de mi mamá. Llegamos: “Oye, ¿cómo están los hermanos?”, y ya
platica de todo. Entonces, como que nos enteramos de lo que sucede. Nosotros sí
vivimos muy en familia, y todo lo que pasa entre hermanos, lo sacamos, y si
alguno está con problemas económicos o de otra índole, entre todos sacamos
adelante la carreta del que esté en problemas. Nos vemos muchísimo, mis
hermanos y yo sí nos vemos muchísimo. Andamos mucho juntos y nos hablamos mucho
y varios no viven en el Distrito Federal, pero a través de mi mamá estamos
siempre en contacto (testimonio de familia de universidad pública).
Lo
significativo del testimonio anterior no es sólo si se participa o no, o si se
sigue conservando la tradición de la reunión; el significado más profundo de
dichas prácticas está en el hecho de que en esas familias, la solidaridad se
continuará haciendo presente en ese tipo de rituales. Las reuniones se conciben
como un espacio de verdadera solidaridad entre los miembros del grupo. Así, la
permanencia de esos rituales entre las familias estudiadas contribuyó a que se
asegurara la permanencia del grupo y a la vez a que se reafirmaran los vínculos
de parentesco. Parte del testimonio anterior presenta una situación muy
semejante a lo reseñado por Adler Lomnitz y Pérez Lizaur (1993) cuando hacen referencia a la importancia que
tuvo la participación en ese tipo de rituales familiares para familias de la
clase empresarial de la ciudad.
Las
autoras destacan los siguientes puntos, en torno a la importancia y a la
permanencia de esos acontecimientos rituales, comentando que:
Ser
Gómez significa entre otras cosas participar en un complejo sistema eslabonado
de acciones simbólicas que equivalen a una forma de vida […] cada forma
transmite un mensaje que se relaciona con el estatus, la cercanía personal, la
competencia y el conflicto […] es un espacio de ostentación y poder, aspiración
al liderazgo, lealtad y rencor, solidaridad y discriminación […] la
participación en estos rituales redunda en mucha información (Adler Lomnitz y Pérez Lizaur, 1993:
177).
Para
esas familias, contar con esos grupos de ayuda y de respaldo resultó ser
fundamental. Ello, independientemente de la etapa del ciclo doméstico en la
cual se encontraban, ya que esas redes adquieren un peso decisivo incluso desde
el momento mismo en que los jóvenes inician su vida matrimonial. Muchos de
ellos se casan, y cuando lo hacen resulta que ya tienen la casa ‘levantada’ y
con todos los muebles necesarios. En algunos casos tienen también la
posibilidad de contar con casa propia gracias a la acción de las redes
familiares.
De
esta forma, contar con una estabilidad económica a partir de la participación
en empresas y sectores laborales exitosos, aun en los mismos contextos de
crisis económica, fue un factor fundamental para participar activamente en un
conjunto de actividades que le permitió a ese reducido sector de familias
mantener y reproducir patrones de conducta. Ello, a su vez, les permitió seguir
diferenciándose de aquellos grupos familiares que, debido a circunstancias
principalmente de orden económico, fueron excluidos de los procesos de
intercambio y, como resultado, fueron también excluidos de las redes familiares
y sociales.
También
parte de las redes familiares permitió, entre otros beneficios, que los jóvenes
lograran insertarse en diversas redes de tipo económico, laboral, educativo y
simbólico, constituyéndose dichas redes en importantes medios para la
construcción de patrones de diferenciación social y de identidad, en torno a
los miembros de sus grupos de pertenencia. Para dos amas de casa, el futuro
profesional de sus hijos se consideraba en los siguientes términos:
Cuenta
mucho el currículum ante todos los profesores y ante el trabajo, y que son las
fuentes y los hacen manejarse en estas universidades como líderes más que
técnicos. Y no van a ser empleados. No, van con otra mentalidad: ustedes van a
ser los líderes que van a aprender a dirigir, y así con esa mentalidad
funcionan, así nos está tocando. No sé si es buena o sea mala, pero esa es una
realidad muy palpable del país. No, a ellos ni se les ocurre ser empleados: van
a dirigir. Si ellos quieren llegar y dónde me voy a instalar y tienen la
capacidad, tienen, porque así les dio la vida, otro tipo de oportunidades. Hay
quien las aprovecha y hay quien no (testimonio de familia de universidad
pública).
Es
decir, en la medida que siguieron formando parte de las estrategias de ayuda e
intercambio, esas familias pudieron mantenerse en una situación de iguales con
su contraparte. De tal forma que están en disposición de solicitar ayuda o el
favor de algún tercero, pero a su vez ellas también están en posibilidad de
convertirse en apoyo de otras familias. Para esas familias, las redes siguieron
operando de forma completa. Es decir, se siguen redistribuyendo favores y
recursos. Por tanto, es posible concluir que en los últimos casos descritos
siguió teniendo fuerza y funcionalidad el modelo de la gran familia trigeneracional prefigurado por Adler Lomnitz
y Pérez Lizaur (1993), en la medida en que esas
familias pudieron seguir manteniendo asegurada la entrada de un ingreso
económico lo suficientemente alto como para seguir solventando los altos costos
económicos que implica la participación en los rituales de intercambio y de
reciprocidad.
Conclusiones
Asegurar
la participación dentro de las redes familiares implica estar en condiciones de
colaborar con fuertes inversiones económicas (Mingione,
1994). Sin embargo, ante el panorama económico desfavorable de estos últimos
años se volvió sumamente difícil para la mayoría de las familias incluidas en
nuestro estudio mantener su participación en amplias redes de intercambio, en
festividades de carácter ritual y en otros mecanismos de reciprocidad. Es
decir, en contextos que se han caracterizado por una incapacidad para proveer a
las familias con empleos asalariados, se vuelve cada vez más difícil seguir
desarrollando una actitud de solidaridad para compartir bienes cada vez más
escasos en nuestra sociedad como lo son el empleo y el ingreso salarial.
En
investigaciones realizadas entre los sectores populares (González de la Rocha,
1986) se habían mostrado como casos aislados a los hogares en los que no
existía la participación en las redes de intercambio. Esas familias resultaban
ser las más pobres. Sin embargo, lo significativo de rescatar esa experiencia
para el contexto actual es destacar cómo en la década de los ochenta esos casos
eran presentados como excepcionales entre las familias pobres, mientras una
década más tarde empezaron a dejar de ser casos aislados para convertirse en
uno de los efectos de mayor impacto en la vida cotidiana de las familias de los
sectores medios. Escenarios que parecían aislados y poco frecuentes, en la
actualidad se han vuelto una experiencia cotidiana para un grupo de familias
cada vez más amplio de la sociedad mexicana. Esto último queda reflejado en el
hecho de que las experiencias de aislamiento y deterioro del tejido social que
aquí hemos presentado, coinciden con otras experiencias que han sido detectadas
por otros investigadores entre familias de distintos sectores económicos en
diversas entidades del país (González de la Rocha, 1999; González de la Rocha y
Villagómez, 2004). La situación de inestabilidad económica y laboral que
enfrentaron una parte significativa de las familias aquí estudiadas permitió
comprender que algunos de los gastos más imprescindibles eran destinados a
satisfacer las necesidades del grupo familiar inmediato. Es decir, los escasos
ingresos económicos se destinaban a satisfacer las demandas de los miembros de
la familia nuclear y, por lo tanto, esas formas de solidaridad intrafamiliar
que durante muchos años se habían mostrado como inagotables, empezaron a dar
muestra de límites reales para poder seguir funcionando. Tal situación generó
que muchas familias entrevistadas manejaran sus ingresos únicamente para hacer
frente a las demandas y necesidades del ámbito familiar nuclear. Lo
significativo de ese fenómeno es que se extendió a un número mayor de familias.
Además, todo esto hace preocupante el panorama, pues implica que cada vez se
hace más difícil asegurar la permanencia de uno de los recursos (las redes de
intercambio y reciprocidad familiar) que ha estado presente durante muchos años
para mejorar las condiciones de vida de las familias. Lo anterior llevó a que
las familias replegaran sus proyectos a un ámbito exclusivamente nuclear. No
obstante, es importante destacar que para las familias aquí estudiadas no se
puede plantear una total desarticulación de la solidaridad que existe, o que
culturalmente se había venido construyendo, al interior de las organizaciones
familiares. Lo que sí hay que subrayar es la posibilidad para muchas familias
de enfrentar una ruptura temporal, o tal vez definitiva, de la capacidad de
seguir sosteniendo las relaciones de reciprocidad.
Marcel
Mauss (1979), en su clásico ensayo del don, señaló que quedar fuera de esos procesos
redistributivos equivalía a sufrir, por parte de los afectados, una pérdida de status. Es decir, participar en el intercambio implica un
dominio de estratificación y jerarquías. En los procesos de intercambio se
reúnen como iguales sólo los que están en condiciones de solventar los gastos
que implica el formar parte de la red. De igual manera, se termina por excluir
a todos aquellos que no son lo suficientemente solventes para mantener el nivel
del intercambio.
Para
muchas familias, el apoyo moral logró mantenerse, y es posible que en
situaciones como las actuales se incremente; pero las relaciones que tienen que
ver con movilización de recursos económicos se vieron transformadas
radicalmente. No estar en condiciones económicas de establecer relaciones de
intercambio recíproco no quiere decir que esas familias experimenten una
situación de completo aislamiento social, pero aumentó lo que podría definirse
como la ‘nuclearización’ de la vida familiar. En algunas familias, ese proceso
tendió a adquirir mayor importancia para la producción y concentración de
recursos que en aquellas familias que pueden mantener la participación con el
resto de las redes familiares y amicales. Ese hecho mostró que las experiencias
de la polarización en el ámbito económico a partir de la reestructuración del
modelo de acumulación económica han conducido también a una polaridad en las
relaciones sociales. Es decir, así como hubo experiencias en las que se hizo
evidente el límite de las redes de participación solidaria, hay otras en las
que siguió conservándose intacta la participación en las redes de intercambio.
Por lo tanto, en la medida que algunas familias logren mantener el acceso a la
posesión y control de los recursos económicos, estarán en condiciones de seguir
participando en relaciones cotidianas de la familia y en rituales, que tienen
la ventaja de transformarse y ser utilizados como un importante recurso
familiar en situaciones de deterioro de las condiciones de vida. Es decir, los
datos y casos aquí expuestos muestran cómo en determinadas circunstancias las
redes familiares pueden seguir siendo igual de eficientes e igual o más
extensas.
Al
inicio del presente capítulo señalé la flexibilidad y la importante capacidad
de respuesta que se gestaron dentro de las familias al momento de enfrentarse
situaciones adversas. Quiero terminar este trabajo haciendo referencia a ese
potencial de respuesta desarrollado entre las familias de la muestra, pero
principalmente entre el grupo de las familias deudoras. Aquí vale la pena
detenernos un poco y destacar cómo algunas modalidades-estrategias para
desarrollar mecanismos de solidaridad y reciprocidad se debilitaron, y cómo a
la par de ese proceso terminaron por gestarse otras redes más. El hecho de que
muchas familias se involucraran en movimientos de deudores, no sólo les brindó
la oportunidad de defender su patrimonio mediante la vía jurídica, sino que
también posibilitó y dio la oportunidad de que se accediera a la conformación
de importantes redes de apoyo y de solidaridad entre la mayoría de los
participantes. En un sentido, se accedió a esa nueva oportunidad de construir
otras formas de socialización, de generar nuevos vínculos sociales, de acceder
a nuevas formas de intercambio que vinieron a suplir la carencia de vínculos y
apoyos que muchas familias habían perdido al interior de las propias redes
familiares. Por lo tanto, el potencial de las familias para generar nuevas
redes de apoyo trascendió los límites establecidos por las relaciones propias del
ámbito del parentesco o del ámbito residencial. Esas nuevas redes, que se
construyeron desde el interior de los movimientos sociales, brindaron a la
mayoría de sus miembros la posibilidad de obtener beneficios directos para las
familias. Desde el simple hecho de conocer las reglas o los pasos para llevar a
cabo un trámite jurídico, hasta acciones concretas que permitieron conservar el
patrimonio familiar.
Finalmente
señalo que no hay que rastrear los efectos de las crisis exclusivamente en el
deterioro que pudieron haber experimentado o no los indicadores económicos o
las transformaciones en la calidad de vida. También hay que pensar en el
impacto de las crisis económicas, y cómo muchas de sus secuelas vinieron a
socavar y a alterar también de forma significativa el mundo de las relaciones intra y extrafamiliares, las
cuales, como aquí se ha reiterado, son un recurso sumamente valioso en las
expectativas de las familias para lograr, o no, a mediano y a largo plazos, una
mejoría en la calidad de vida.
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Recibido:
22 de julio de 2005.
Reenviado:
29 de septiembre de 2005.
Aceptado:
4 de octubre de 2005.
José
Guadalupe Rivera González
labora como profesor-investigador de tiempo completo de la Coordinación de
Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí,
en la Licenciatura en Antropología. Ha impartido clases también en la
Licenciatura de Antropología Social y Etnohistoria, Escuela Nacional de
Antropología e Historia, así como en la Maestría en Antropología Social de la
Facultad de Antropología de la Universidad Autónoma del Estado de México. Es
doctor en ciencias antropológicas por el Departamento de Antropología Social de
la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa.
Su línea de investigación: antropología, globalización y reestructuración
sociocultural de la región Centro-Norte de México, en particular el caso de San
Luis Potosí. Se cuentan entre sus publicaciones: con Rosa Brambila
Paz, “La muerte del Xhita”, Expresión Antropológica, revista del Instituto Mexiquense de
Cultura, 2000; “Representación y significados actuales en el carnaval de los xhitas en Jilotepec, Estado de
México”, Antropoformas,
revista de la Facultad de Antropología de la uaeméx, 2001; “Palenque:
conservación integral a través del proceso de planificación”, Informados, cuaderno de trabajo de la Dirección de
Operación de Sitios del inah, núm. 2, noviembre de 2001. Están también sus
ponencias en el Congreso Nacional de Investigadores sobre Familia (2000), en la
Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural
(2002), el Encuentro Regional de la Asociación Mexicana de Estudios del Trabajo
(2005), y en el curso Turismo, Patrimonio, Medio Ambiente y Desarrollo
Sustentable, celebrado en la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades
(2005).
[1] Cabe señalar que la crisis de 1994 y
sus devastadores efectos entre la mayoría de la población tenían como
antecedente la aplicación sistemática de políticas y programas de ajuste que se
pusieron en marcha inmediatamente después de la crisis de 1982 y que estaban
encaminados a contrarrestar los efectos de la creciente apertura de la economía
nacional a la influencia e injerencia de los mercados internacionales. Desde
1982, la mayoría de los trabajadores del país tuvieron que enfrentar la pérdida
del poder adquisitivo de los salarios, haciéndose la experiencia del desempleo
cada vez más frecuente ante un mercado laboral en franca crisis, de tal manera
que las actividades informales o por cuenta propia se hicieron también cada vez
más constantes y comunes entre diversos sectores de la población, incluidos los
sectores medios (para esto último, véase Esteinou,
1996).
[2] Una de las manifestaciones inmediatas
de la crisis económica de 1994, entre las fa-milias estudiadas,
fue el desempleo. Los resultados de las 110 (100%) familias a las cuales se les
aplicó la encuesta mostraron que en 34 de ellas (31%), al menos uno de sus miem-bros perdió temporalmente el empleo. Además, la
distribución de las personas que perdieron su trabajo se dio de la siguiente
manera: en 17 familias fue el esposo el desempleado, en otras cuatro fue la
esposa, y en las 13 familias restantes fue alguno de los hijos. Estas acciones
tuvieron en su mayoría una relación directa con la situación del deterioro que
experimentó la economía a partir de cierres temporales o definitivos de
empresas, e incluso de talleres o empresas y negocios familiares. Otro de los
efectos inmediatos de la crisis y de los programas de ajuste instrumentados por
parte de las autoridades económicas fueron los incrementos en los costos de los
servicios proporcionados por el gobierno, lo cual desencadenaría una avalancha
en el precio de diversos productos de la canasta básica. Esta situación también
terminaría impactando de forma negativa entre aquellos miembros de la familia
que no habían perdido el empleo, pero cuyos ingresos se vieron mermados como
resultado de la inflación, que para el año de 1995 fue de 52%. Para muchos más,
la crisis se materializó en el problema de cartera vencida, lo cual representó
una carga muy pesada, ya que los pagos mensuales de los intereses se
incrementaron de manera significativa en un lapso relativamente corto, quedando
miles de familias sin posibilidades de seguir realizando sus depósitos de manera
puntual, lo cual terminó poniendo en peligro, en algunos casos, la posesión del
patrimonio familiar. Es decir, el panorama para muchas de las familias aquí
estudiadas resultó ser bastante problemático; la constante para ellas, a pesar
de las diferencias naturales, fue la escasez de los ingresos para hacer frente
a necesidades como el pago de servicios (salud, educación, teléfono, impuestos,
etc.) y otros compromisos adquiridos con anterioridad (como fueron las deudas
con los bancos).
[3] Parte de la información que aquí se
analiza fue presentada como resultado de una investigación más amplia que se
presentó para obtener el grado de doctor en ciencias antropológicas en junio de
2004, en el Departamento de Antropología Social de la uam-i. La investigación de campo se realizó con el apoyo
económico de una beca-crédito otorgada por el Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología. La dirección del proyecto estuvo a cargo de la Dra. Margarita
Estrada, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social, d.f.
[4] Parto de la diferenciación conceptual
elaborada por Ralph Dahrendorf (1979), quien plantea
que un sector social es una categoría de personas que, en atención a una serie
de características de posición, se asumen a partir de considerar la importancia
de variables como: ingresos obtenidos, prestigio, tipo de vida etc. En este
sentido, sector es
un concepto descriptivo de ordenación. Clase social es, por el contrario, una categoría
analítica que sólo adquiere su pleno sentido en relación con una teoría de
clases. Las clases son agrupaciones de intereses que surgen de ciertas
contradicciones estructurales y, como tales, intervienen en conflictos sociales
y contribuyen a las transformaciones de las estructuras.
A estos planteamientos
agregaremos algunos señalamientos elaborados por Max Weber (1979).
Este autor había
reconocido también una gama variada de sectores sociales, los cuales se
distinguen principalmente a partir de dos aspectos importantes que no se
reducen única y exclusivamente a factores de índole económica. Las variables
señaladas por Weber son:
· La propiedad-inversión.
· Los servicios que son ofrecidos en el
mercado.
Estos dos puntos
permiten hablar de la presencia de varios sectores
sociales, debido al
uso y significado distintivo que harán los consumidores de diversos productos y
servicios. Este hecho motivará, entre otras cosas, la conformación de los
sectores medios. Otras de las características importantes que señaló Weber en
relación con la existencia de los sectores medios son:
No son dueños de
los medios de producción, pero a la vez poseen ciertas habilidades que son el
producto de una alta escolaridad. Conocimientos y habilidades que jugarán un
papel importante en la determinación y la posición que ocupan esos sectores en
la estructura social.
El mismo Max Weber
planteó que la posición de los individuos dentro de la estructura social no
será construida únicamente como resultado de su inserción o posición en torno a
las relaciones económicas de producción. Aspectos como el estilo de vida y los
patrones de consumo, que anteriormente aparecían como secundarios en la
determinación social, servirán y determinarán la posición de los individuos
dentro una estructura social más amplia.
Así pues, la
utilización del concepto de sector social implica el reconocimiento, en su
determinación, de una amplia gama de variables, no sólo de la económica. Es
decir, la utilización del concepto de sector social nos llevará a reconocer la importancia
que tienen variables como la educación, el consumo, los hábitos y los estilos
de vida, los cuales se pueden considerar como verdaderos confirmadores y
determinantes en la estructura social, y particularmente el reconocimiento de
lo que aquí consideraremos como los sectores medios (Weber, 1979; Bourdieu, 1988 y 1990; Douglas e Isherwood,
1990).
[5] Cabe señalar que estudiosos de los
movimientos de deudores de la banca han destacado el carácter policlasista de los mismos (Mestries,
1995; Grammont, 2001). Por ejemplo, el movimiento de
El Barzón, de ser en sus inicios un movimiento de productores rurales, se
amplió para convertirse, con la agudización de la crisis, en un movimiento que
integraba en su seno tanto a empresarios como a profesionistas y comerciantes.
De igual forma, otros análisis realizados acerca de El Barzón señalan que la
presencia de esa organización en ámbitos netamente urbanos se había dado como
un espacio que aglutinaba dentro de sus filas fundamentalmente a pequeños y
medianos empresarios, profesionistas, empleados públicos y privados, así como a
una parte importante de comerciantes. Es decir, una de las características
distintivas y particulares de la población urbana afiliada a los movimientos de
deudores es que son familias pertenecientes a los sectores medios (Ángeles, 1997).
Esta situación se confirmó al momento de aplicarse la encuesta a esas 30
familias pertenecientes tanto a El Barzón como a la acdb en sedes de los mismos movimientos en el Distrito Federal.
[6] Por ejemplo, Sussman y Burchinal (1980), quienes llevaron a cabo investigaciones entre familias de los sectores medios estadounidenses durante los años sesenta, cuestionaron y refutaron la idea del aparente aislamiento social de esas familias. Para sustentar su argumento, mostraron la importancia y el grado de participación de esas familias nucleares en numerosas redes de solidaridad y ayuda mutua, en especial de los padres, aun mucho después de que éstas se habían formado.