Reestructuración, explotaciones unifamiliares y el
cultivo del olivar en Andalucía
M. David García Brenes*
Abstract
In this
research, we analyse the most important
transformations of family work based on the results obtained through
semi-structured interviews with farmers of four villages representative of
olive growing in Andalucia. This work shows how the
processes of economical restructuring experienced by this crop have made the
work of the family head to become of great importance in the contribution of
the exploitation of the family work, and thus members of the family are pushed
to look for working alternatives. We also study the way in which many small
farmers survive with the income obtained from other activities and the help of
the rest of the members of the family. We also add a few notes about how these
processes have also affected Latin America and particularly Mexico.
Keywords:
restructuring,
family agriculture, olive oil, Andalucia, rural
sociology.
Resumen
En esta
investigación se analizan las transformaciones más destacadas del trabajo
familiar con base en los resultados obtenidos con entrevistas semiestructuradas a los agricultores de cuatro pueblos
representativos del cultivo del olivar en Andalucía. El trabajo muestra cómo
los procesos de reestructuración económica que ha seguido este cultivo han
provocado que el trabajo del cabeza de familia resulte fundamental en la
aportación del trabajo familiar a la explotación, y que los restantes miembros
de la familia busquen otras ocupaciones fuera de la explotación. Además, se
estudia cómo muchos pequeños agricultores sobreviven con los ingresos obtenidos
en otras actividades y con la ayuda de los demás miembros de la familia. A todo
ello se añaden algunas notas de cómo estos procesos también han afectado a
América Latina, y en especial, a México.
Palabras clave:
reestructuración, agricultura familiar, aceite de oliva, Andalucía, sociología
rural.
*Universidad
de Sevilla. Correo-e: mdgarcia@us.es.
Introducción
El presente
análisis está centrado en un territorio concreto: Andalucía; por ello, el
trabajo tiene un importante componente regional. Además, es un estudio
sectorial, pues comprende el aceite de oliva, que es uno de los cultivos más
importantes del proceso de especialización productiva que ha seguido la
agricultura andaluza en los últimos años. En la actualidad, la producción local
de aceite de oliva representa 80% de la producción española, 46% de la generada
en la Unión Europea, y más de 36% de la mundial.
El objetivo
general en este trabajo es analizar las repercusiones más importantes de los
procesos de reestructuración productiva del aceite de oliva en Andalucía sobre
la aportación del trabajo familiar a la explotación. Además, se persigue
estudiar este tipo de procesos en América Latina, y en particular en México. Se
intenta encontrar analogías de cómo los procesos de reestructuración productiva
han afectado a estos territorios.
Además de ese
objetivo general existen una serie de objetivos específicos que lo
complementan. Uno de ellos es el estudio de la distribución del trabajo
familiar en la explotación, analizándose la importancia que tiene el trabajo
del cabeza de familia, de los hijos y el de la mujer. Esto nos permitirá
conocer la implicación de cada uno de los miembros de la familia en la
explotación, la importancia del relevo generacional y el papel que tiene la
mujer en este cultivo. También se estudia la reproducción social de estas
explotaciones y su permanencia en el futuro.
Para llevar a
cabo los objetivos anteriores, en esta investigación se cuenta con una serie de
aportaciones teóricas. Entre ellas destaca la recogida en la obra “Ecosociología: algunos elementos teóricos para el análisis
de la coevolución social y ecológica en la
agricultura”, de Eduardo Sevilla y Manuel González (1990), que estudian las
estrategias que mantienen las unidades domésticas como respuestas de
resistencia o adaptación, de acuerdo con su lógica reproductiva. Para el caso
de México se cuenta, entre otros, con el trabajo “América Latina:
descomposición y persistencia de lo campesino”, de Víctor Manuel Figueroa
(2005).
También hay que
destacar algunos trabajos que toman como base la economía ecológica, pero que
se refieren de un modo particular al cultivo del olivar; entre ellos, “La crisis
del olivar como cultivo biológico tradicional”, de José Manuel Naredo (1983), que ha apoyado el estudio de los procesos de
reestructuración y el tránsito del olivar tradicional a un cultivo moderno.
Por último cabe
señalar que este trabajo también recibe las aportaciones de la sociología
cualitativa; destaca en esta área el artículo “Perspectivas de la investigación
social: el diseño en las tres perspectivas”, de Jesús Ibáñez (2002). De este
modo, se apoya el trabajo en los resultados obtenidos con una serie de
entrevistas semiestructuradas a los propios
agricultores, quienes son los principales actores y informantes privilegiados
para explicar la realidad.
1. Características
básicas del olivar andaluz
El olivar es un
cultivo esencialmente mediterráneo. Prueba de ello es que en esa zona se
encuentra 98% de la superficie mundial cultivada.[1] De
un modo particular, es un cultivo especialmente importante en la rivera norte,
en los países considerados como “mediterráneos” integrados en la Unión Europea
(España, Grecia, Italia y Portugal), donde en 2001 se concentró 75.5% de la
producción mundial (Consejo Oleícola Internacional, 2002).
El olivar
andaluz ha tenido a lo largo de la historia un destacado papel en el contexto
español, por su participación tanto en la superficie como en la producción
total. Este importante papel se ha acentuado con el paso del tiempo. Así, la
participación andaluza en cuanto a superficie cultivada en el conjunto del
Estado Español en el periodo de 1943 a 2001 ha pasado del 49.7 a 60.1% (véase
cuadro 1). Respecto a la producción, en el periodo de 1962 a 2001 la
participación andaluza pasó de 69.5 a 80.7% (véase cuadro 2).
Dentro de
España, a Andalucía le siguen a gran distancia Castilla-La Mancha y
Extremadura. Así, en 2001 estas regiones suponían 15.5 y 10% de la superficie y
6.4 y 4.4% de la producción total, respectivamente. Esta creciente importancia
del olivar andaluz se relaciona con la evolución de su productividad. Así, si a
principios de la década de los sesenta la productividad en Andalucía de la
hectárea cultivada era por término medio de 196.3 kg de aceite/ha, en 2001 fue
de 560.5 kg/ha. Mientras tanto, el olivar de la región que ocupa el segundo
lugar en el ranking
español de las regiones productoras, Castilla-La Mancha, ha pasado de los 91.7
a los 172.4 kg de aceite/ha. Por tanto, si a principios de los sesenta la
productividad andaluza era 114.1% superior a la castellano-manchega, en 2001
fue superior en 225.1%. Es decir, en el periodo 1962-2001 el olivar andaluz
acentuó su superioridad en términos de productividad en relación con el olivar
castellano-manchego en particular, y con el español en general.
Cuadro 1
Superficie
de olivar (% sobre la total)
C. Autónoma |
1943 |
1963 |
1983 |
2001 |
Andalucía |
49.7 |
52.3 |
57.8 |
60.1 |
Castilla-La
Mancha |
14.7 |
14.8 |
13.8 |
15.5 |
Extremadura |
9.2 |
9.7 |
12.0 |
10.0 |
Cataluña |
10.0 |
9.3 |
6.1 |
5.2 |
Resto* |
16.4 |
13.9 |
10.3 |
9.2 |
Total |
100 |
100 |
100 |
100 |
* Incluye Valencia, Aragón, Murcia, Madrid, Baleares,
Castilla y León, Navarra, La Rioja y el País Vasco.
Fuente: Civantos (1997) para 1943, 1963 y 1983, y mapa (2001) para 2001.
Cuadro 2
Producción
media de aceite (% sobre el total de toneladas)
C. Autónoma |
1962/66 |
1982/86 |
2001 |
Andalucía |
69.5 |
78.1 |
80.7 |
Castilla-La Mancha |
9.2 |
8.7 |
6.4 |
Extremadura |
5.4 |
4.9 |
4.4 |
Cataluña |
6.9 |
3.5 |
3.7 |
Resto* |
9.0 |
4.8 |
4.8 |
Total |
100 |
100 |
100 |
*Incluye Valencia, Aragón, Murcia, Madrid, Baleares,
Castilla y León, Navarra, La Rioja y el País Vasco.
Fuente: Civantos (1997) para 1943, 1963 y 1983, y mapa (2001) para 2001.
Todo ello se
asocia con el proceso de especialización productiva que ha seguido la economía
andaluza desde 1970. La agricultura andaluza, con una orientación cada vez más
marcada hacia los mercados exteriores, se ha especializado en aquellas
producciones que tienen mayor aceptación y capacidad competitiva. Así, en 1977
los sectores del olivar y de frutas y hortalizas acaparaban 51.8% de la
producción final agraria, mientras que en 1999 esos mismos sectores suponían
80%, donde al aceite de oliva le corresponde 30% (Delgado y Vázquez, 2002).
Junto a la
fuerte especialización productiva de la economía andaluza, otro elemento muy
importante es la dualidad pequeña-gran explotación. En Andalucía existe, para
un conjunto de actividades agrarias en general, y para el olivar en especial,
una acusada polarización de la distribución de la propiedad de la tierra que
tiene orígenes ancestrales. Esto constituye un rasgo diferenciador de la
economía andaluza respecto a la gran mayoría de las regiones españolas. Eduard Malefakis (2001) divide,
de hecho, con base en el régimen de la propiedad agraria, el territorio español
en dos grandes zonas: la parte occidental en Andalucía y Extremadura, donde
predominan las grandes propiedades y los grandes propietarios, y el resto del
país, donde la actividad agrícola descansa principalmente en los pequeños
propietarios que cultivan fincas de reducida extensión.
La estructura
agraria de un cultivo tan emblemático para la región como es el olivar refleja,
como no podía ser de otro modo, esa desigual distribución de la tierra. Sin
embargo, en los últimos años se asiste a un fortalecimiento de las estructuras
de la pequeña explotación frente a la gran explotación. Por ejemplo, en 1972
las explotaciones con menos de cinco hectáreas representaban 60.4% del total de
explotaciones, y en 1998 esa participación había aumentado a 79.3%. Igualmente,
a esas explotaciones les correspondía 14% de la superficie en 1972, y 26.5% en
1998.[2]
Las explotaciones que tenían más de 100 hectáreas, por el contrario, han pasado
de representar 2.7% en 1972 a 0.4% en 1998, y de ocupar 31.8% de la superficie
en 1972 a 13.3% en 1998. De este modo, las explotaciones más pequeñas aumentan
en 18.9% su participación en el número total de explotaciones, y 12.5% en la
superficie total, mientras que la participación de las explotaciones de mayor
tamaño descienden 2.3 y 18.5%, respectivamente (véase cuadro 3).
Cuadro 3
Estructura
de las explotaciones de olivar en Andalucía
(%
sobre el total )
Tamaño
(ha) |
1972 |
1998 |
1998-1972 |
|||
|
Núm. |
Superficie |
Núm. |
Superficie |
Núm. |
Superficie |
0-5 |
60.4 |
14.0 |
79.3 |
26.5 |
+18.9 |
+12.5 |
5-20 |
26.5 |
22.4 |
16.5 |
30.7 |
-10.0 |
+8.3 |
20-50 |
7.5 |
17.8 |
2.9 |
17.8 |
-4.6 |
0.0 |
50-100 |
2.9 |
14.0 |
0.9 |
11.7 |
-2.0 |
-2.3 |
Más de 100 |
2.7 |
31.8 |
0.4 |
13.3 |
-2.3 |
-18.5 |
Total |
100 |
100 |
100 |
100 |
|
|
Fuente: ine
(1972) y Consejería de Agricultura y Pesca (2000).
Así, en el
periodo comprendido entre 1972 y 1998 se ha incorporado al cultivo del olivar
en Andalucía un numeroso grupo de explotaciones, que en la mayoría de los casos
son de pequeño tamaño y que en buena medida son el producto de la reconversión
de explotaciones dedicadas anteriormente a otros cultivos como los cereales y
el girasol. Todo ello ha supuesto que el cultivo del olivar haya aumentado su
importancia económica y social, pues existen más de 257 mil explotaciones, y
más de 240 mil son de pequeño tamaño.
2. La
reestructuración del olivar andaluz
El olivar
tradicional constituía un sistema autónomo y equilibrado. La agricultura y la
ganadería eran actividades complementarias que permitían la reposición natural
del suelo por las pérdidas de energía ocasionadas con el proceso productivo,
sin necesidad de ninguna aportación exterior (Naredo,
1996).
Además, el
olivar tradicional compartía el uso del suelo con el cultivo de leguminosas,
que servían para enriquecer la tierra con nitrógeno. También se dedicaban
algunas tierras a pastos o incluso a otros cultivos como la vid. Es decir, se
utilizaba la rotación de cultivos como forma de generación de abonos y
fertilizantes orgánicos, de modo que la actividad agraria no precisase de
fuentes energéticas externas. La explotación agraria se fundamentaba así en la
gestión de un flujo cerrado de energía y materiales en el que estaban
integrados los distintos espacios y usos agrarios del suelo.
Las numerosas
especies de animales que vivían en el entorno de este cultivo controlaban la
aparición de plagas y enfermedades. Un agricultor mantenía: “Antes en el olivar
no se conocían enfermedades, las hormigas, los jilgueros, los zorzales acababan
con las enfermedades, no faltaban ni hormigueros, ni pájaros en cualquier olivo
al que te acercaras”. A ello se le unían una serie de prácticas muy habituales
en este cultivo, como la eliminación de la leña muerta y el encalado durante el
verano, que impedían la proliferación de hongos y otros parásitos en el mismo
(Parra, 1988).
La reproducción
del olivar tradicional estaba controlada por los propios agricultores. La
difusión del cultivo se realizaba a partir de los restos obtenidos con la poda
del olivo,[3] y
con injertos.[4] Y las variedades se
elegían con base en la adaptación al suelo, resistencia a las enfermedades,
agentes atmosféricos existentes en un determinado territorio, etc. Las
variedades, por tanto, no se elegían sobre la base de un simple criterio de
aumento de la productividad. Esto hizo que existiera una amplia gama de
variedades. Por ejemplo, en la provincia de Sevilla había 32 variedades
distintas (Fernández, 1927). Además, el olivar tradicional andaluz era un
cultivo que se mostraba poco exigente con el uso del suelo. En la mayoría de
las ocasiones existían 50 o 60 olivos por hectárea, con una distancia de 11 o
12 metros entre ellos, y con un rendimiento medio de 1,500 kg de aceituna por
hectárea (García, 2004).
Una vez
analizadas las principales características del olivar tradicional andaluz, que
lo convertían en un cultivo sostenible y ecológico, pasaremos a estudiar su
carácter social. La organización del trabajo del olivar tradicional se dividía
en una serie de tareas entre las que destacaba la recolección de la aceituna,
porque empleaba un importante número de trabajadores. Un agricultor describía
el reparto del trabajo en ésta del siguiente modo: “Los hombres se dedicaban a
emparejar los suelos, colocar los telones y derribar las aceitunas con los apuraores (varas de madera), y las mujeres y los niños a
recoger y limpiar las aceitunas del suelo y las derribadas”. Esto hacía que
fuese un trabajo completamente manual y, por tanto, con una baja productividad
(García, 2004).
Además, los
sistemas agrarios tradicionales andaluces, en general, se basaban en la
contratación de abundante mano de obra con niveles salariales muy bajos, lo que
constituía la base de la rentabilidad monetaria de esas explotaciones. Así, no
se trataba de sistemas productivos orientados a la acumulación de capital
mediante, por ejemplo, la compra de maquinaria para conseguir el aumento de la
productividad del trabajo. No sería sino hasta la década de los cincuenta
cuando se produciría la mecanización del proceso productivo (Bernal, 1979).
El olivar tradicional
andaluz era entonces un cultivo sostenible ecológicamente, creador de empleo y
rentable, pero que comprendía unas condiciones de trabajo muy duras.
Sin embargo, a
finales de la década de los cincuenta los pilares sobre los que se apoyaban los
sistemas agrarios tradicionales andaluces experimentaron importantes
transformaciones. Se asistió a un fuerte encarecimiento del coste por unidad de
trabajo empleada. Manuel Delgado y Andrés Vázquez (2002) calculan que entre
1956-1960 el volumen total de salarios tuvo, para el caso de la agricultura
andaluza, una tasa de crecimiento anual de 6.7%. Además, se produjeron
importantes transformaciones en el marco institucional que regulaba el mercado
de trabajo que supusieron una reducción de la jornada laboral y el
establecimiento de otras medidas con la finalidad de mejorar sustancialmente
las condiciones de trabajo, como fue el caso del salario mínimo
interprofesional. Hubo, por tanto, un fuerte encarecimiento del coste por
unidad de trabajo empleada. Como consecuencia de ello se pondría en marcha un
importante proceso de mecanización de aquellas tareas agrícolas que mayor
número de trabajadores empleaban para abaratar sus costes.
En el caso del
olivar, se produjo el aumento de los salarios de la recolección de la aceituna,
cuyo coste representaba más de 70% de los costes totales de ese cultivo. En
esas condiciones, lo lógico era esperar un proceso de sustitución del trabajo
por capital. Sin embargo, distintos problemas técnicos y la propia dinámica de
la actividad, en la que no se habían dado en el pasado procesos de acumulación
de capital intensos, hicieron que ese proceso de mecanización finalmente no
ocurriera. En efecto, el olivar tradicional era un olivar de troncos muy
gruesos, con variedades como la hojiblanca (ocupaba 22.8% de la superficie) y
la picuda (7.8%), en las que la aceituna no se desprendía. Esto hacía que el
empleo de los vibradores no resultara eficiente. Además, el olivar tradicional
era un cultivo con una densidad muy reducida y muy longevo. Así, 80% de las
explotaciones tenían menos de 100 olivos/ha, 41.2% de los olivos censados
tenían más de 100 años, y más de 75% de la superficie cultivada tenía
rendimientos inferiores a los 1,500 kilogramos/ha (Ortega,1975). La baja
densidad y la existencia de olivos viejos (por tanto más gruesos) dificultaban
también la utilización de vibradores, de modo que la mecanización de la tarea
de la recolección (la más importante en términos relativos) resultaba muy
difícil. Por tanto, los rasgos distintivos del olivar tradicional y el nivel
tecnológico que existía en aquellos momentos no permitieron la mecanización de
la recolección de la aceituna.
Además, al
cultivo del olivar se incorporarían los nuevos inputs para intensificar de un modo
importante los niveles de producción.
El cultivo
intensivo moderno busca maximizar su producción supliendo las limitaciones del
entorno físico con la inyección externa de nutrientes, agua o productos
fitosanitarios, haciendo de él un sistema inestable, altamente dependiente de
la aplicación de medios químicos derivados de los combustibles fósiles o de
otras materias renovables. Es decir, que el cultivo intensivo moderno rompe por
completo esa imagen tradicional de olivar de árbol de secano, característico
por su rusticidad, menos exigente en suelo y humedad que los cultivos anuales
más corrientes, para convertirlo en un cultivo distinto, mucho más exigente en
agua y medios químicos (Naredo, 1983: 241).
De este modo, en
el cultivo del olivar andaluz se aplicarán todos los componentes de la
“revolución verde”; esto es, utilización de abonos químicos, mecanización,
selección de nuevas razas y variedades más productivas, etcétera.
Todos esos
cambios contaron con el apoyo del Estado, que trataba de aumentar los niveles
de producción de un alimento como el aceite de oliva, que tiene una enorme
importancia en el presupuesto familiar español, para bajar su nivel de precios
y liberalizar una parte de la renta familiar que se destinaría a la demanda de
otros productos fundamentalmente industriales. Además, se produjo la aparición
en el mercado español de los aceites de semillas (soja, girasol, etc.),
comparativamente mucho más baratos.[5]
Simultáneamente, las autoridades ejercieron un control que no permitía un
aumento ‘libre’ de los precios. La prioridad de la intervención pública en esos
momentos fue el control de los precios y la garantía de los abastecimientos
(López, 1980; Abad y Naredo, 1997).
En el olivar, la
subida de los salarios y la incorporación de los nuevos nutrientes químicos
significarían un importante aumento de los costes que no sería compensado por
los incrementos de la productividad. De este modo, el proceso de modernización
que seguiría el olivar andaluz en la década de los sesenta erosionaría
seriamente sus niveles de rentabilidad económica.
Esa crisis
originó que el Estado español pusiera en marcha, en la década de los setenta y
posteriormente, en la primera mitad de los años ochenta, un proceso de
reestructuración del olivar para recuperar los niveles de rentabilidad. Se
favorecería la mecanización de las explotaciones y el aumento de la
productividad, así como la reconversión de las explotaciones menos productivas
y la desaparición de las menos competitivas. En el periodo 1972-1986 se
arrancaron 340,000 hectáreas de la superficie de olivar en España[6] (mapa, 1988).
Además, con las
nuevas plantaciones ocurrió un hecho muy singular desde una perspectiva
territorial. La participación de las provincias occidentales, en términos de
superficie, pasó de 38.4 a 27.3%, y la de las provincias orientales, de 61.6 a
72.7%. El olivar más productivo se localizaba ahora en las provincias
orientales, fortaleciendo el perfil de especialización agraria de las mismas (Angles, 1999). Asimismo, entre 1972 y 1986 la producción de
aceite de la provincia occidental más importante (Sevilla) descendió de 36,000
a 29,000 toneladas, mientras que la de la provincia oriental más importante
(Jaén) pasó de 140,000 a 206,000 toneladas (Civantos,
1997). Se asistió así a un proceso de especialización del olivar en aquellos
suelos con mejores cualidades para el desarrollo de ese cultivo,
experimentándose una fuerte reducción en aquellas zonas en las que era menos
competitivo.
La aplicación al
olivar de la Política Agraria Comunitaria (pac),
tras la incorporación de la agricultura andaluza a la Comunidad Europea en
1986, provocaría la segunda reestructuración del cultivo del olivar. De nuevo,
la intervención pública fomentaría la productividad a partir del sistema de
precios públicos de intervención, y de un sistema de ayudas directas a la
producción que diferenciaba entre pequeños productores de aceite de oliva
(aquellos con una producción anual menor de 500 kilogramos de aceite) y el
resto de productores. Este sistema de ayudas generó mayores niveles de producción,
para obtener más ayudas y vender más aceite, en el peor de los casos, a los
precios públicos de intervención. Además, las autoridades comunitarias,
conscientes de que el aumento de la productividad no garantizaba niveles de
rentas aceptables para los pequeños productores, establecieron para ellos un
régimen de ayudas para mejorar su situación.
Este sistema,
vigente hasta bien entrados los noventa, era, por lo tanto, muy similar al que
había aplicado la Administración española con anterioridad. Se fomentaba la
productividad a partir del sistema de precios de intervención y de un régimen
de ayudas directas a la producción. La diferencia esencial estribaba en que no
se impulsaba ahora el abandono de las tierras menos productivas. Además, con la
aplicación de esta política se pretendía solucionar los problemas de
abastecimiento de productos agrícolas que habían aparecido tras la finalización
de la Segunda Guerra Mundial; aumentar la producción agrícola y bajar los
precios, indispensables para la implantación del modelo de consumo de alimentos
a bajo precio.
Los problemas
presupuestarios ocasionados por los excedentes agrarios y las presiones de la
Ronda de Uruguay, favorables a facilitar el acceso de producciones foráneas a
los mercados locales, fueron argumentos suficientes para forzar una reforma de
la pac. Las reformas en la pac sucedieron poco a poco a lo largo de
la década de los noventa. La principal reforma de la política comunitaria del
aceite de oliva, la más completa y la que cambia definitivamente el sentido de
la intervención pública en el olivar, es la de 1998. El nuevo sistema de ayudas
a la producción establece que todos los agricultores recibirán las ayudas en
función exclusivamente de su producción sin diferenciar entre pequeños y
grandes productores. Además, se elimina el Mecanismo de Intervención, y con
ello los precios de garantía, porque cuando los precios de mercado del aceite
de oliva son muy bajos, no tienen los productores la posibilidad de vender su
aceite al Estado y están obligados a venderlo en las condiciones que establece
el mercado.
Lo anterior
significó la implantación de una política asistencial que favorece al olivar
más productivo y delega al mercado la dirección y gestión de la dinámica de
acumulación de ese cultivo. Así, se responde a las exigencias del nuevo modelo
de acumulación que se apoya en un creciente proceso de mundialización de los
mercados agrarios y en una fuerte desregulación tendente a aumentar la
competencia (Cano, 2000).
Como resultado
de la aplicación de la política comunitaria han aumentado tanto la superficie
como la producción de un modo muy significativo. En 1986-1992 existían en
Andalucía, como media, 1’225,100 hectáreas, y en 1999-2001 se contabilizaron
1’421,300 hectáreas. Se ha producido, por tanto, un aumento de 196,200
hectáreas, lo que ha roto la tendencia a la caída de la superficie cultivada de
olivar observable desde principios de los setenta (cuadro 4).
Cuadro 4
Olivar
en Andalucía
Periodo |
Superficie (103
de ha) |
Producción (103
tm de aceite) |
1986-1992 |
1,225.1 |
462.0 |
1993-1998 |
1,304.6 |
564.0 |
1999-2001 |
1,421.3 |
615.9 |
Fuente: mapa (2001)
y Civantos (1997).
Pero donde se
advierte un aumento más importante es en los niveles de productividad. En
1986-1992, la productividad media por hectárea era de 377.1 tm/ha,
y en el periodo 1999-2001 aumentó hasta 433.3, lo que supone un incremento de
más de 14%.
Sin embargo, al
aumento de la productividad del olivar lo acompaña el crecimiento de los costes
ecológicos y sociales, pues su modo de producción utiliza un número reducido de
variedades, por lo que se disminuye la biodiversidad que tenía el olivar
tradicional. Así, en el periodo comprendido entre 1981 y 1998 la superficie de
la variedad picual (por su fácil mecanización y elevados rendimientos en aceite)
pasó de representar 45.1 a 58.2% en la superficie total de olivar en Andalucía,
y en el caso de la manzanilla sevillana (por el sistema de ayudas que tiene en
la Unión Europea) el crecimiento ha sido más moderado: de 4.3 a 5.0%. El resto
de las variedades, por el contrario, ha descendido enormemente, y de manera muy
especial la “nevadillo blanco” y la “lechín”, con una caída de 80.0 y 67.5%,
respectivamente. Esto ha supuesto que más de 40% la producción total de aceite
de oliva en Andalucía sea generada con la variedad de aceituna picual (García,
2004).
El agua es otro
de los inputs,
junto con los agroquímicos, que los agricultores andaluces utilizan para
aumentar la producción del olivar. Así, la superficie de olivar en regadío en
Andalucía se ha multiplicado por cuatro desde 1980, pasando de 80,000 a más de
323,000 hectáreas (Donaire, 2005). Sin embargo, este sistema productivo que se
apoya en el agua y el uso de nutrientes químicos daña el patrimonio natural. En
este mismo se sentido se expresaban algunos estudios para el caso de América
Latina. Así, en El Saúz, en el occidente de México,
el uso de agroquímicos, la intensificación del cultivo en la misma parcela y la
desaparición del policultivo están disminuyendo las precipitaciones y la
fertilidad del suelo, y haciendo desaparecer los conocimientos empíricos (Gerritsen et al., 2003).
Por último cabe
señalar que en los últimos años ha adquirido un papel destacado el olivar
ecológico. Representa 36% de la superficie en régimen de agricultura ecológica
en Andalucía. La provincia de Córdoba tiene un destacado protagonismo en el
desarrollo de ese sistema productivo. Así, en 2002 representó más de 50% de la
superficie del olivar ecológico en Andalucía (Consejería de Agricultura y
Pesca, 2005).
Se trata de una iniciativa
que está en consonancia con el cambio de filosofía de la política agraria
comunitaria en 1992, en favor de la protección y conservación del ambiente
sobre la base de la no utilización de productos contaminantes. La Unión Europea
ha establecido un sistema de ayuda por hectárea para los agricultores que
mantengan un sistema agrícola ecológico. En la mayoría de los casos se trata de
pequeñas y medianas explotaciones que encuentran en la producción del aceite
ecológico una alternativa viable para mantener su forma de vida y como defensa
frente a las estrategias comerciales de los grandes grupos alimentarios.
Además, la
combinación de un producto de extraordinaria calidad como es el aceite
ecológico con otros elementos como el turismo rural, se convierte en una
apuesta muy importante para el aprovechamiento de los recursos locales y la
dinamización de la zona en la que se desarrolla esta actividad agraria. Así, se
conjuga la realización de una serie prácticas agrícolas que en buena medida
protegen el ambiente, con la puesta en valor de un territorio como atractivo
turístico, para favorecer el desarrollo rural de una zona que ha sido
gravemente perjudicada por los procesos de globalización económica y de
liberalización de los mercados.
3. Elementos metodológicos
de la investigación
El olivar
constituye un sistema productivo muy diverso. Para estudiar el trabajo familiar
en el proceso de producción de ese cultivo se ha elaborado una tipología de
explotaciones con base en la consulta a expertos y en la realización de
entrevistas en profundidad a los propios agricultores. De esta forma, se han
considerado básicamente dos criterios: el tamaño de las explotaciones y el
rendimiento del olivar.
De acuerdo con
el tamaño, se distinguen tres tipos de explotaciones de diferente dimensión:
· Minifundios.
Son
aquellas
explotaciones con un tamaño menor a 15 hectáreas. En ellas, el trabajo
familiar, en la mayoría de los casos, tiene un papel muy importante en la
realización de las tareas que requiere el cultivo.
· Explotaciones
intermedias. Son explotaciones con un tamaño
comprendido entre las 15 y las 100 hectáreas. En ellas, la producción se
organiza sobre la base de la participación tanto del trabajo familiar como del
asalariado.
·
Latifundios.
Son aquellas
explotaciones con un tamaño superior a las 100 hectáreas. Son explotaciones
gestionadas, esencialmente, sobre la base de personal asalariado.
El estudio del
cultivo del olivar se complementa incorporando sus rendimientos. En este rubro
se distinguen cuatro sistemas productivos muy diferentes:
·
Olivar de secano de rendimientos
bajos. Es un cultivo que suele darse en
suelos poco favorables para cualquier otro cultivo agrícola en general, y para
el olivar en particular. En una campaña, su rendimiento medio suele ser inferior
a los 1,000 kilogramos de aceitunas por hectárea.
·
Olivar de secano de rendimientos
medios. Constituye un sistema productivo que
se encuentra en suelos que tradicionalmente venían siendo ocupados por el
olivar, pero que no ofrecen rendimientos especialmente elevados. Tiene
rendimientos medios de entre 1,000 a 2,500 kilogramos de aceituna/hectárea
anuales.
·
Olivar de secano de rendimientos
altos.
Es una modalidad de cultivo establecida en suelos especialmente adaptados al
cultivo olivarero, con rendimientos de entre 2,500 a 4,000 kilogramos de
aceituna/hectárea anuales.
·
Olivar de regadío. Es un cultivo que se localiza en
suelos con características que en buena medida favorecen el desarrollo del
olivar y disponen de un sistema de riego que supone que por término medio
supere los 4,000 kilogramos de aceitunas/hectárea anuales.
El cruce de
ambos criterios supone la diferenciación de 12 categorías, tal y como se expone
en el cuadro 5.[7] Así, por ejemplo, en el
caso del olivar de secano de bajos rendimientos se distinguen minifundios,
explotaciones intermedias y latifundios. Además, se cuantifica la importancia
de cada una de las 12 categorías de acuerdo con tres variables: la
participación en el número total de explotaciones, en la superficie total
cultivada y en la producción total.
Cada una de
ellas tiene un sentido distinto. La participación en el número de explotaciones
indica la importancia social de cada una de las modalidades. Del mismo modo, la
participación en la superficie puede considerarse un indicador de la
importancia ecológica de cada modalidad de cultivo. Por último, la
participación en la producción puede considerase un indicador de la importancia
económica de cada tipo de explotación.
Del análisis del
cuadro 5 se desprenden una serie de conclusiones. Por ejemplo, que los
minifundios suponen más de 94% de las explotaciones. Esta importancia, como
puede observarse, se distribuye casi por igual entre los cuatro tipos de
minifundios. Sin embargo, en términos económicos existen fuertes diferencias
entre los distintos tipos de minifundios. Así, mientras los minifundios de
secano de bajos rendimientos representan tan sólo 3.6% de la producción, los
minifundios de regadío suponen 30.0%. El resto se reparte entre las dos
modalidades restantes (minifundios de secano de rendimientos altos y medios),
que representan, respectivamente, 10.9 y 11.9% de la producción total.
Por tanto, el
resultado de la lógica productivista que ha dominado la evolución del olivar en
los últimos decenios ha sido la concentración de la producción en explotaciones
muy específicas con un rendimiento muy superior al resto. Entre ellas destaca
el minifundio de regadío, que supone casi una tercera parte de la producción
andaluza.
Además, se
observa la misma diferencia en las explotaciones intermedias, aunque de una
forma no tan acusada. La participación en la producción total de las
explotaciones intermedias de regadío, de rendimientos altos y de rendimientos
medios es parecida: 13.6, 8.3 y 8.4%, respectivamente. A las del olivar de secano
de rendimientos bajos les corresponde, por el contrario, 2.7%.
Cuadro 5
Participación
en el número total de explotaciones, superficie y producción total (%). C.
1997-1998
|
Explotaciones (%) |
Superficie (%) |
Producción (%) |
Minifundio de secano de rendimientos bajos |
20.65 |
11.1 |
3.6 |
Explotaciones intermedias de rendimientos
bajos |
1.32 |
8.5 |
2.7 |
Latifundios de rendimientos bajos |
0.10 |
3.6 |
1.2 |
Minifundio de secano de rendimientos medios |
27.39 |
14.9 |
10.9 |
Explotaciones intermedias de rendimientos
medios |
1.80 |
11.5 |
8.4 |
Latifundios de rendimientos medios |
0.13 |
4.7 |
3.4 |
Minifundio de secano de rendimientos altos |
20.26 |
11.1 |
11.9 |
Explotaciones intermedias de rendimientos
altos |
1.36 |
8.6 |
8.3 |
Latifundios de rendimientos altos |
0.09 |
3.2 |
2.8 |
Minifundio de regadío |
25.7 |
14.0 |
30.0 |
Explotaciones intermedias de regadío |
1.10 |
7.0 |
13.6 |
Latifundios de
regadíos |
0.04 |
1.8 |
3.2 |
Total |
100 |
100 |
100 |
Fuente: Explotaciones y superficie: Consejería de
Agricultura y Pesca (2000); producción: García (2004).
La situación en
los latifundios es distinta, porque sólo uno de cada 10 latifundios funciona
bajo regadío. Esto explica por qué la participación en la producción total de
los latifundios de regadío es relativamente reducida (3.2%).
Con la finalidad
de estudiar la importancia del trabajo familiar y su relación con el tamaño de
las explotaciones y los rendimientos del cultivo, se realizaron varias
entrevistas semiestructuradas. La selección final de
los propietarios de las explotaciones a los que se les realizaría la entrevista
tenía cierto grado de dificultad. El olivar es un cultivo que presenta
múltiples peculiaridades sobre la base de criterios tan dispares como el tamaño
de las explotaciones, la productividad o las variedades de los olivos
empleadas. Además, no se dispone de una base nominativa que permita acceder a
las distintas explotaciones de olivar existentes en Andalucía. No obstante, era
importante para el análisis captar la heterogeneidad que presenta el olivar
andaluz.
Para ello se
seleccionaron cuatro municipios que reflejan en buena medida la diversidad
existente en el olivar andaluz. En concreto, éstos fueron: Pozoblanco
(Córdoba), El Saucejo (Sevilla), La Puebla de Cazalla
(Sevilla) y Úbeda (Jaén). Pozoblanco es un área de
olivares de secano de rendimientos bajos; El Saucejo,
de olivares de secano de rendimientos medios; en La Puebla de Cazalla
predominan los olivares de secano de rendimientos altos, y en Úbeda, los
olivares de regadío.[8]
Fueron técnicos y gerentes de las cooperativas existentes en los municipios
quienes proporcionaron los contactos con los propietarios a los que se les
realizarían las entrevistas. En el cuadro 6 se muestra la distribución de las
83 entrevistas que se han realizado (véase el cuadro 6).
Cuadro 6
Entrevistas
realizadas. Campaña 1997-1998
|
Minifundios |
Explotaciones |
Latifundios |
Total |
|
|
intermedias |
|
|
Olivar
de secano de rendimientos bajos |
10 |
7 |
3 |
20 |
Olivar
de secano de rendimientos medios |
10 |
7 |
4 |
21 |
Olivar
de secano de rendimientos altos |
10 |
7 |
4 |
21 |
Olivar
de regadío |
10 |
7 |
4 |
21 |
Total |
40 |
28 |
15 |
83 |
Fuente: García (2004).
A cada uno de
los entrevistados se le preguntaba personalmente por el número de jornales
(días de trabajo) que correspondían al trabajo asalariado y al familiar.
Además, se requería que distinguiera dentro del trabajo familiar, las
aportaciones del agricultor, la esposa y los restantes miembros de la familia.
Por último, se preguntó sobre la importancia de los ingresos obtenidos por los
propietarios en actividades ajenas al olivar, y el tiempo de dedicación a
ellas.
4. La participación
del trabajo familiar en las explotaciones del olivar
La participación
del trabajo familiar en el olivar andaluz no es, en ningún caso, despreciable.
En el cuadro 7 se advierte que el trabajo familiar representa casi 46% del
trabajo total necesario en este cultivo. Es decir, básicamente la mitad del
trabajo que genera el cultivo del olivar es atendido con la participación de
los propios miembros de la explotación.
Cuadro 7
Participación
del trabajo familiar (%). C. 1997-1998
Tipo |
Trabajo
familiar |
Trabajo
familiar |
Trabajo
familiar |
de
explotación |
en el
trabajo total |
del
segmento |
del
segmento |
|
del
segmento |
sobre el
trabajo |
sobre el
trabajo |
|
|
familiar total |
total |
Minifundio |
52.8 |
88.4 |
40.1 |
Explot. interm. |
24.4 |
10.9 |
4.9 |
Latifundios |
9.6 |
0.7 |
0.4 |
Fuente: García (2004).
Además, se
aprecia que la participación del trabajo familiar en el trabajo total es muy
distinta de acuerdo con el tamaño de la explotación. Así, es mayoritaria en el
caso del minifundio, donde el trabajo familiar representa más de la mitad del
trabajo que requiere la explotación (52.8%). Los latifundios se encuentran en
el extremo contrario, pues allí el trabajo familiar es poco representativo
(9.6%). Entre ambos casos se encuentran las explotaciones intermedias, donde el
trabajo familiar representa una cuarta parte del trabajo que necesita la
explotación.
Si se
contabiliza exclusivamente el trabajo familiar, puede verse que es generado
casi exclusivamente por los minifundios. Éstos absorben 88.4% del trabajo
familiar total, mientras que los latifundios, por el contrario, sólo generan
0.7%. Así, los minifundios, que representan 94% de las explotaciones y 56.4% de
la producción, participan con casi 90% del trabajo familiar. Es decir, los
minifundios no sólo son relevantes por el importante número de pequeños
propietarios y por su alta participación en la producción total, sino también
porque fundamentalmente constituyen una destacada fuente de trabajo familiar.
4.1. La distribución
del trabajo familiar en el olivar andaluz. El papel del trabajo de la mujer
El análisis de la
relación entre el trabajo familiar y el tipo de explotación se completa con el
estudio de la distribución del trabajo entre los distintos miembros de la
familia. Lo primero que debe afirmarse es que el trabajo del cabeza familia
supone casi 60% del trabajo familiar total, y se completa con las
aportaciones del resto de los miembros de la familia (fundamentalmente la mujer
y los hijos). Así, la importancia del trabajo familiar en las explotaciones se
debe en buena medida a la participación del cabeza de familia en las tareas que
necesita el cultivo del olivar.
Existe, por
tanto, un importante y creciente desarraigo de los restantes miembros de la
explotación. Esto supone un debilitamiento de las estructuras patriarcales, en
la medida que los intereses de la familia ya no se subordinan a los de la
explotación, sino que se vinculan a actividades ajenas.
Este fenómeno es
calificado en algunos trabajos que toman como base la agricultura española,
como desfamiliarización de la explotación.
Es decir, que
la explotación agraria familiar es cada vez menos familiar, en la medida que la
familia, como conjunto, progresivamente participa menos en las decisiones que
afectan a la explotación y también participa menos en el trabajo de la misma, a
la vez que sus miembros orientan sus estrategias educativas, laborales o
matrimoniales al margen de aquélla y de la agricultura (González y Gómez, 2002:
429).
El hecho de que
el trabajo familiar represente en los minifundios casi 53% del trabajo total,
hace necesario que analicemos la participación del cabeza de familia y de los
restantes miembros de la familia en este tipo de explotaciones. En el cuadro 8
se advierte que el trabajo del cabeza de familia tiene un papel muy destacado
en el trabajo familiar de todos los tipos de minifundios, y principalmente en
el caso del olivar de secano de rendimientos altos, en el que alcanza 84% del
trabajo familiar total. El trabajo de los restantes miembros de la familia, por
el contrario, tiene un papel secundario y complementa la aportación del cabeza
de familia. Tan sólo en el caso del olivar de secano de rendimientos medios es
la base fundamental al representar 57% del trabajo familiar total.
Así, en la
actualidad se advierte una importante desfamiliarización
de las explotaciones del olivar en Andalucía, pues la mayoría de las veces la
aportación de los miembros de la familia distintos del cabeza de familia no es
la base del trabajo familiar de este cultivo. Es decir, existe por parte de los
hijos y la esposa del agricultor una escasa implicación en las tareas que
requiere la explotación.
Cuadro 8
Distribución
del trabajo familiar. C. 1997-1998
Segmento |
% de
trabajo |
% de
trabajo |
|
del
cabeza de familia |
de otros
miembros |
|
en el trabajo familiar |
de la
familia en |
|
del segmento |
el
trabajo familiar |
|
|
del segmento |
Minifundio de secano |
|
|
de rend. bajos |
58.6 |
41.4 |
Minifundio de secano |
|
|
de rend. medios |
43.0 |
57.0 |
Minifundio de secano |
|
|
de rend.
altos |
84.0 |
16.0 |
Minifundio de regadío |
59.5 |
40.5 |
Fuente: García (2004).
Esta ruptura
entre la explotación y la familia tiene sus orígenes en la reestructuración que
siguió el cultivo en la década de los setenta, y los procesos de globalización
económica lo han acentuado. Así lo anticipaba Agustín López (1980: 34): “Hoy la
familia está reducida al mínimo, prácticamente queda marido y mujer. No sólo
han emigrado obreros sino muchos hijos de pequeños y medianos agricultores. Uno
a la Telefónica, el otro a la Renfe (Red Oficial de Ferrocarriles Españoles),
otro a la Guardia Civil y, acaso llegó para que uno se hiciese maestro”.
Una de las
posibles explicaciones de gran parte de la pérdida del carácter familiar de las
explotaciones del olivar en Andalucía se encuentra en la escasa rentabilidad
económica que presenta este cultivo. Así, la renta media anual que obtiene una
explotación es de 5,579.4 euros (García, 2004). Esta reducida renta no
garantiza los ingresos suficientes para que las explotaciones puedan satisfacer
todas necesidades, ni alcanzar una estabilidad económica que sirva como
atractivo para que los hijos de los propietarios agrarios permanezcan en la
actividad. En este mismo sentido, en un trabajo sobre el caso particular de
México se sostiene que como consecuencia de la dinámica capitalista, los
pequeños agricultores deben completar sus ingresos con los provenientes en
otras actividades. La parcela ya no es el domicilio de la familia; sus
integrantes emigran buscando alternativas de subsistencia, y a menudo deben
aportar al sostenimiento de quienes se quedan, normalmente trabajadores en el
ocaso de la vida (Figueroa, 2005).
Además, el
proceso de modernización que ha seguido el olivar en los últimos años ha
supuesto la incorporación de nuevas maquinarias (vibradores) que reducen las
necesidades de mamo de obra. La mecanización de la recolección de la aceituna,
que es la tarea del olivar que más mano de obra necesita, ha supuesto pérdidas
anuales de más de cuatro millones de jornales (García, 2004), lo que ha
aumentado la temporalidad del mercado de trabajo en el cultivo del olivar y
perjudicado seriamente la estabilidad laboral de todos los miembros de la
explotación.
A ello se unen
las estrategias de los propios agricultores en favor de la formación de sus
hijos, en perjuicio del patrimonio familiar. Se invierte la mayor parte del
excedente familiar en “dar una carrera” a los hijos (González y Gómez, 1997).
Esto supone un distanciamiento de la explotación por parte de los hijos y pone
en peligro el relevo generacional, pues participan en muy poca medida en la
dinámica de acumulación de la explotación.
Un aspecto muy
interesante en la participación del trabajo familiar en la explotación lo
constituye la aportación de la mujer. En general, esa aportación en el cultivo
del olivar representa 13.1% del trabajo familiar total.
De nuevo se
estudia el caso del minifundio, pues es el que absorbe la mayor parte del
trabajo de las mujeres, con una participación de 12.9%
del trabajo familiar
total. En el cuadro 9 se advierte que el trabajo de la mujer, en la mayoría de
las ocasiones, complementa la aportación del cabeza de familia y no constituye,
en ningún caso, una fuente principal de rentas. Únicamente en el caso de los
minifundios menos productivos, la participación femenina en el trabajo familiar
es relativamente importante. En los restantes casos, es muy reducida.
Esta escasa
participación de la esposa del agricultor en las tareas que requiere el cultivo
del olivar puede explicarse por la estructura patriarcal de la organización
familiar de la explotación, en la que al hombre se le asigna el trabajo
agrícola y a la mujer el trabajo doméstico. De este modo, el hombre realiza
básicamente las tareas que requiere el olivar, y la mujer sólo participa en
determinados periodos en los que se requiere una abundante mano de obra, como
es el caso de la recolección de la aceituna. Esta situación supone que la mujer
se encuentra en una posición muy subordinada a los intereses de la explotación
y en la que su trabajo es invisible y con escaso reconocimiento social. El
trabajo de la mujer en buena medida complementa al del agricultor y carece de
autonomía.
Cuadro 9
Trabajo de la mujer. C. 1997-1998
Segmento |
% de trabajo |
% de trabajo |
|
de la mujer en |
de la mujer en |
|
el trabajo familiar |
el trabajo total |
|
del segmento |
del segmento |
Minifundio
de secano |
|
|
de rend. bajos |
28.8 |
14.2 |
Minifundio
de secano |
|
|
de rend. medios |
6.1 |
4.5 |
Minifundio
de secano |
|
|
de rend. altos |
12.9 |
4.6 |
Minifundio de regadío |
15.6 |
8.9 |
Fuente: García (2004).
No obstante, en
los últimos años las mujeres están desarrollando actividades fuera de la
explotación, con lo que logran mayor independencia al salir de la unidad
familiar y trabajar en otras áreas. Así lo señaló la mujer de un agricultor:
Mi situación es
muy distinta de la que vivieron mis padres. Mi padre hacía y deshacía lo que
quería en la explotación, y mi madre siempre estaba trabajando en la casa y
tenía poca participación en las decisiones que se tomaban. Sin embargo, hoy,
aunque mi marido trabaja en la explotación y yo como profesora en un colegio,
él me consulta todo y asisto como propietaria a las reuniones que se celebran
en la cooperativa que afectan a nuestra explotación.
Esta importante
transformación en el papel de la mujer en la explotación puede explicarse por
la masiva incorporación de las mujeres a los estudios superiores y, en
concreto, a los universitarios. En el caso de México se advierte que a partir
de los años setenta se ha incrementado de un modo muy importante la
participación de la población femenina en los estudios superiores, que incluso
supera a la de los hombres. Esto ha generado una también mayor participación de
la mujer en la actividad económica, lo que a su vez les permite una mayor
autonomía y una posición más favorable para negociar tanto en el ámbito
familiar como en el laboral (Luna, 2005).
4.2. La reproducción
de las explotaciones familiares
En la sección
anterior se ha puesto de manifiesto que la principal aportación del trabajo
familiar se debe al cabeza de familia. Un elemento de especial importancia
asociado con el trabajo familiar lo constituyen las actividades ajenas al
olivar. Podemos conocer la incidencia económica que tienen los ingresos
obtenidos en actividades diferentes de la propia explotación y prever con ello
el futuro de las explotaciones familiares.
La pluriactividad es un rasgo frecuente en el sector agrario.
En Andalucía cerca de 20% de los titulares de las explotaciones y sus cónyuges,
y entre 20 y 25% en Asturias y Cataluña, la practican (Etxezarreta
et al.,
1995). En un trabajo sobre las explotaciones familiares en Andalucía, Josefina
Cruz y otros autores (1980: 48) expresaban: “Todos los tipos de componentes de
la fuerza de trabajo familiar se emplean fuera de la explotación propia; casi
el 50% de los empresarios o titulares de las explotaciones, el 80% de los hijos
y prácticamente la totalidad del resto de los activos familiares (esposas e
hijas principalmente)”.
En el olivar
andaluz, la situación no es distinta. Prueba de ello es que en 1989 sólo 1.2%
de los titulares trabajaban a tiempo completo y 46.2% tenían otra actividad
lucrativa, que en 84% de los casos era su actividad principal (ine, 1989). El transcurso del tiempo ha
acentuado el trabajo de los propietarios en otras actividades distintas de las
del olivar. No obstante, se advierte que la pluriactividad
no tiene la misma importancia en todos los tipos de olivar.[9] En
el cuadro 10[10] se aprecia cómo en todos
los minifundios, a excepción del olivar de regadío, el trabajo en actividades
ajenas a la propia explotación tiene un peso importante tanto en tiempo de
trabajo como en ingresos. Para las explotaciones intermedias, únicamente en el
caso del olivar de secano de rendimientos bajos la pluriactividad
alcanza una cierta importancia. Otro tanto ocurre en el caso de los latifundios.
Esta situación
convierte al cultivo del olivar más que en la actividad principal, en una
actividad complementaria para las explotaciones. Cabe destacar el hecho de que
son los minifundios de regadío los únicos minifundios en los que las actividades
diferentes al olivar tienen una importancia reducida. Así, todo parece indicar
que la intensificación de la producción ha impedido a los pequeños propietarios
(minifundios de regadío) su exclusión del mercado, de forma que todavía es
posible el mantenimiento de una familia a partir de la renta derivada de los
minifundios.
Sobre la base de
la importancia del tiempo dedicado a las actividades ajenas al olivar y los
ingresos de allí derivados, así como de la participación de cada una de las
categorías en el número total de explotaciones y producción total, podemos
distinguir los siguientes tipos de explotaciones:
·
Un
olivar que tiende al abandono, y sin relevo generacional. El olivar de secano
de rendimientos bajos, los minifundios del olivar de rendimientos medios, e
incluso los minifundios del olivar de rendimientos altos están muy posiblemente
condenados al abandono. Ello afecta a más de 69.7% de las explotaciones, a
49.2% de la superficie y a más de 30% de la producción. Dadas las condiciones
actuales, la renovación generacional en este tipo de explotaciones resulta muy
difícil y, por tanto, su supervivencia a medio plazo se ve amenazada.
·
Un
olivar que sobrevive de la autoexplotación de sus
propietarios y los demás miembros de la familia. En este grupo se incluirían
los minifundios del olivar de regadío, que representan 25.7% de las
explotaciones y 30% de la producción; las explotaciones intermedias del olivar
de secano de rendimientos medios, y las de secano de rendimientos altos. En los
tres casos se generan rentas suficientes como para mantener una unidad
familiar, aunque ello sea sobre la base de la utilización intensiva del trabajo
familiar.
·
Un
olivar que acumula importantes niveles de rentas de capital. Las explotaciones
intermedias de regadío y todos los tipos de latifundios, con excepción del
secano de rendimientos bajos, tienen todavía la suficiente capacidad de
generación de rentas como para permitir la existencia de procesos de
acumulación de capital en su interior.
En cuanto al
tipo de actividades que se compaginan con el olivar, se advierte que los
propietarios de minifundios comparten mayoritariamente el trabajo en su
explotación con ocupaciones en otras explotaciones de olivar como mecanismo de
subsistencia. De este modo, ser propietario de una pequeña explotación se
convierte en un medio que facilita relaciones de trabajo en explotaciones
intermedias y latifundios. Esto, además, hace que el minifundio sea considerado
como un refugio al que se puede volver cuando finalizan las tareas en otras
explotaciones.
Cuadro 10
Importancia de
las actividades ajenas al olivar. C. 1997-1998
|
Explotación
(%) |
Producción
(%) |
Tiempo
(%) |
Ingresos
(%) |
Minifundio de secano de rend. bajos |
20.65 |
3.6 |
75.6 |
72.5 |
Explot. interm.
de rend. bajos |
1.32 |
2.7 |
85.0 |
90.0 |
Latifundios de rend.
bajos |
0.10 |
1.2 |
100.0 |
90.0 |
Minifundio de secano de rend. medios |
27.39 |
10.9 |
73.8 |
67.5 |
Explot. interm.
de rend. medios |
1.80 |
8.4 |
15.0 |
20.3 |
Latifundios de rend.
medios |
0.13 |
3.4 |
20.0 |
80.0 |
Minifundio de secano de rend. altos |
20.26 |
11.9 |
60.4 |
50.1 |
Explotaciones interm.
de rend. altos |
1.36 |
8.3 |
5.3 |
6.6 |
Latifundios de rend.
altos |
0.09 |
2.8 |
0.0 |
0.0 |
Minifundio de regadío |
25.70 |
30.0 |
22.6 |
23.4 |
Explotaciones interm.
de regadío |
1.10 |
13.6 |
0.0 |
0.0 |
Latifundios de regadíos |
0.04 |
3.2 |
10.0 |
30.0 |
Total |
100 |
100 |
|
|
Fuente: García (2004).
Los grandes
propietarios agrícolas, por el contrario, trabajan en actividades distintas del
cultivo del olivar, en sectores como la industria agroalimentaria, la
enseñanza, la construcción, la sanidad, la ganadería y otros cultivos
agrícolas. Esto se asocia con la existencia en este cultivo de propietarios
absentistas, que reciben una renta por el mero hecho de ser dueños de la
tierra, sin participar activamente en las tareas que requiere este cultivo.
Conclusiones
A lo largo de la
historia, el cultivo del olivar ha tenido un destacado papel en la estructura
económica y social de Andalucía. En los años sesenta y setenta, las
instituciones públicas españolas impulsaron que los propietarios agrícolas
españoles, y en particular los andaluces, aplicaran los principios de la
revolución verde (agroquímicos, maquinarias, plaguicidas, regadío, selección de
variedades, etc.). Este proceso de reestructuración económica aumentó los
niveles de producción y propició la desaparición del olivar tradicional y el
carácter ecológico que presentaba este sistema productivo.
Además, originó
la ruptura entre la explotación y la familia, pues la mayoría de los miembros
de la familia abandonaron la explotación y comenzaron a desarrollar otras actividades
distintas. Esto supuso que la participación del trabajo familiar en la
explotación sufriera una importante reducción.
En este trabajo
se muestra cómo la aplicación de la Política Agraria Comunitaria al cultivo del
olivar andaluz en las décadas de los ochenta y los noventa ha aumentado de
nuevo la producción del olivar, los costes ambientales y el desarraigo de los
miembros de la familia distintos al cabeza de familia, pues los hijos buscan su
modo de vida en actividades distintas a la del cultivo del olivar.
En el caso de la
mujer se advierte que se ha producido una incorporación a actividades ajenas a
este cultivo y una participación más activa en la gestión de la explotación, lo
que ha favorecido su autonomía, su reconocimiento social y su posición en la
explotación.
A todo ello se
une el hecho de que buena parte de las explotaciones pequeñas y medianas
presentan condiciones económicas que dificultan su reproducción y permanencia.
En ellas, el relevo generacional resulta gravemente difícil. Es decir, no
existen condiciones económicas favorables para que los hijos de los
propietarios se dediquen al cultivo del olivar, a tiempo completo y como
actividad principal. Además, se advierte que esta situación se repite en
México, donde la explotación ha dejado de ser el sustento de la familia y se
tiene que completar los ingresos con los obtenidos en otras actividades, además
de que los hijos buscan nuevos modos de vida.
Así, es
necesario que se produzcan cambios en el sistema de subvenciones de la Política
Agraria Comunitaria en relación con el olivar, que favorezcan el olivar
ecológico y el relevo generacional, en particular en aquellos espacios con
mayores problemas de desarrollo económico. Además, los productores agrarios
tienen que desarrollar fórmulas de economía social (cooperativas) para
garantizar su permanencia en un entorno cada vez más competitivo.
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Recibido: 24 de agosto de 2005
Reenviado: 3 de noviembre de 2005.
Aceptado: 9 de diciembre de 2005.
Manuel
David García Brenes
es doctor en ciencias económicas y empresariales por la Universidad de Sevilla
(2004), profesor ayudante del Departamento de Economía Aplicada ii en la Escuela Universitaria Ingenieros
Técnicos Agrícolas, y miembro del grupo de investigación area (Análisis Regional de
Economía Andaluza) y de la red internacional syal (Systémes
agroalimentaires localisés).
Es autor de varios artículos en revistas de divulgación científica y coautor de
libros en temas de agricultura, industria agroalimentaria, cooperativismo,
etc., desde las perspectivas social, ecológica y económica; por ejemplo: “Los
grandes grupos alimentarios y las cooperativas en el sector del aceite de oliva
en Andalucía”, Cooperativismo agrario y
desarrollo rural,
Universidad Politécnica de Valencia, pp. 527-544, 2005; “Producción y
comercialización del aceite de oliva en Andalucía”, Boletín
Económico de Andalucía,
31-32: 197-207, Secretaría de Economía y Hacienda, Junta de Andalucía, 2002, y
“Una aproximación a las externalidades de la agricultura andaluza”, El
desarrollo rural en la agenda 2000, 142: 520-537, Ministerio de Agricultura, Pesca y
Alimentación, 1999.
[1] De ello, 90% corresponde al olivar
destinado a la producción de aceite de oliva, y el 10% restante, a la
producción de aceituna de mesa como alimento. En el primer caso, de cada cien
kilogramos de aceitunas se obtienen como media veinte kilogramos de aceite.
[2] Estos valores se han calculado a
partir de una definición muy estricta de minifundio, considerándose como tales
únicamente las explotaciones con menos de cinco hectáreas. En el resto del
texto se ha utilizado otra definición más amplia que considera como minifundio
cualquier explotación con menos de 15 hectáreas.
[3] Con esta tarea, el agricultor
consigue alcanzar el equilibrio de las funciones vegetativas y reproductivas
del olivo, haciendo compatibles la máxima producción y la vitalidad del olivo
(García et al.,
1997).
[4] Esta técnica de multiplicación
indirecta consiste en adherir entre la parte leñosa y la corteza de una rama
cortada horizontalmente de un olivo, una yema del olivo que se pretende
propagar. Los injertos se realizaban, la mayoría de las veces, sobre olivos
silvestres (acebuches), pues son árboles muy vigorosos y resistentes al frío
(Guerrero, 1997).
[5] En 1953 se firmaría un acuerdo con
Estados Unidos, por el que se permitía la entrada en el mercado español de una
importante cantidad de aceite de soja a bajo precio (Humanes, 1996).
[6] La falta de información nos obliga a
referir nuestro análisis al olivar español. Sin embargo, éste refleja en gran
medida las transformaciones que haya sufrido el olivar andaluz, pues ocupa este
último 60% de la superficie total.
[7] Para calcular la importancia en la
producción de cada tipo de olivar, se ha consultado a agricultores y expertos,
y se concluyó que todas las explotaciones del olivar de secano de bajos
rendimientos tienen los mismos rendimientos medios (kilogramos de
aceituna/hectárea) con independencia de su tamaño. En una situación similar se
encuentran las explotaciones del olivar de secano de rendimientos medios. Por
el contrario, los rendimientos medios de los minifundios del olivar de secano
de rendimientos altos superan en 10% a los de las explotaciones intermedias, y
los de éstas a su vez, a los de los latifundios. Esta situación se repite en el
caso del olivar de regadío.
[8] La selección se realizó a partir de
una base de datos municipal de Andalucía en la que figuran los rendimientos
medios para la campaña 1997-1998 (Consejería de Agricultura y Pesca, 2000). El
hecho de que este trabajo de investigación comprenda un periodo de dos años
(1997 y 1998) se debe a que el ciclo productivo del olivar se extiende desde el
1 de noviembre de 1997 hasta el 31 de octubre de 1998.
[9] El Censo Agrario de 1999 elaborado
por el ine
no comprende la información referente a la participación de las explotaciones
de olivar en otras actividades diferentes. Esto no nos permite comparar la
situación de 1989 y 1999.
[10] En ese cuadro excluyo a los agricultores que están jubilados, pues además de haber terminado su vida laboral, en ningún caso realizan trabajos en actividades distintas a la de su propia explotación. Se han considerado todos los ingresos y la dedicación a las actividades ajenas al olivar, los procedentes de otros cultivos propios de la explotación, y las prestaciones sociales recibidas.