Vías de acceso a la subjetividad cotidiana en torno a los
procesos de salud-enfermedad
González González, Norma y Alicia Tinoco García (coords.) (2005), Salud y sociedad. Sus métodos cualitativos de
investigación, vol. ii, Universidad Autónoma del Estado de México,
Toluca, México, 109 pp., isbn 968 835 888 6
No resulta
sencillo reseñar un libro que uno mismo coordinó; sin embargo, esperamos que el
presente documento logre captar la atención en torno a un problema que poco a
poco se ha convertido en motivo de nuestro interés académico y profesional, y
que también nos ha permitido encontrar una vía de acceso a la subjetividad como
objeto de estudio, en un campo de excepcional riqueza como es la salud; un
lugar de convergencias en el que en algún momento de la vida todos hemos estado
situados.
Se presenta una
referencia general en cuanto a la importancia de la publicación del libro como
tal, y asimismo se hace un recuento de los diferentes trabajos que en él se
compilan. Esperamos motivar el interés y la polémica por el tema y, aunque sin
duda hay carencias y fallas que nos comprometen a superar trabajos futuros,
agradeceremos los comentarios derivados de una lectura crítica del documento.
El libro Salud
y sociedad. Sus métodos cualitativos de investigación, vol. ii,
publicado por la Universidad Autónoma del Estado de México a principios de
2005, es parte de un proyecto relativamente nuevo en la universidad. Se trata
de un esfuerzo marcado por el interés que despierta la salud como fenómeno
social y objeto de estudio de las ciencias sociales, más allá del trabajo y la
preocupación asumida como ‘natural’ y ‘propia’ del área de conocimiento de la
medicina, y asimismo del ejercicio profesional en este campo del saber
científico. Desde hace aproximadamente una década, en esta institución de
educación superior han venido publicándose trabajos de corte antropológico,
psicológico y sociológico, como el que ahora se presenta; en ellos se propone
una discusión que retoma el carácter social, histórico y cultural de la salud
en tanto un acontecimiento y fenómeno social.
Sin duda, ha
marcado a nuestra sociedad esa noción de salud en que de manera automática se
identifica al médico, al consultorio, a la clínica, al hospital, entre otras
construcciones arraigadas en el imaginario colectivo con el tema de la salud;[1] no
obstante, es indispensable que como una de sus responsabilidades intelectuales
y de actuación frente a la realidad, el colectivo académico retome y cuestione
un campo de conocimiento que desborda las fronteras marcadas por la medicina, y
se ve enriquecido por una idea que permea a la sociedad: la salud en tanto una
preocupación que en su cotidianidad hace que los individuos desarrollen
prácticas y actividades tendentes a procurarla y que, en otros casos, llegan
también a afectarla, desde luego, en el contexto de lo que cada espacio social
entiende por salud, con determinados criterios de normalidad, y en esa medida
integrándola a su vivencia individual y colectiva.
El libro
representa un aporte en el esfuerzo por saber, tanto en círculos académicos
como entre tomadores de decisiones, que la salud no puede ni debe reducirse a
la atención de la enfermedad, sino que existen dinámicas y unidades sociales de
análisis indispensables de tener en cuenta al momento de trazar y definir
estrategias para la atención de la salud, y en general para dar respuesta al
bienestar social. Mientras en otros países la aproximación teórica e
institucional a la salud es ya una realidad interdisciplinaria, en México el
panorama sigue siendo desalentador, ya que no existe un proyecto institucional
que valore y opere programas de salud próximos a las necesidades diferenciadas
de la población; se mantiene el dominio de un esquema de atención en salud para
el que el individuo (enfermo o no) es concebido como una maquinaria biológica
y, en consecuencia, queda anulado como sujeto con la capacidad de saber y
actuar de manera protagónica en la recuperación o el mantenimiento de su salud.[2]
En el caso de
nuestro país, y del mismo Estado de México, subsisten campos de conocimiento
inexplorados cuya riqueza representa un enorme capital para la mejor
comprensión del fenómeno de la salud y, en consecuencia, de una apropiada
definición de estrategias que la atiendan y la procuren. Una de las áreas más
descuidadas es la que tiene que ver con el carácter subjetivo de la salud, que
recupera la manera en que en este campo las experiencias representan un
acontecimiento de vida para los individuos en su interacción cotidiana y
comunitaria. Se ha documentado que muchos de los fracasos en políticas de salud
tienen que ver con la imposición etnocéntrica de un
concepto de salud (y las medidas y acciones que de ahí se derivan) que ha
desoído los contextos y las referencias culturales de los espacios a los que
van dirigidas las medidas sanitarias, lo que provoca un enorme rechazo por
parte de la población de destino.
Así, en el caso
del libro que se reseña, el trabajo titulado “Programas de apoyo a la nutrición
infantil y calidad de vida en una comunidad indígena de México” muestra de
manera clara las repercusiones que en una comunidad determinada tienen las
medidas de corte institucional, cuyos propósitos han sido planteados al margen
de la dinámica y la convivencia que se genera dentro de las comunidades, que si
bien puede asumirse como un capital, un recurso para mejorar las condiciones y
la calidad de vida, también puede convertirse en un obstáculo, al hacer de los
programas sociales de gobierno mecanismos de desintegración de importantes
redes de apoyo comunitario que sostienen la vida y la reproducción de estos
espacios sociales. Se trata de una certera referencia a la importancia de
situar la provisión de satisfactores como alimentos,
vivienda y, desde luego, salud, entre otros, en los escenarios de sus
definiciones y representaciones simbólicas; de esta manera se encamina el éxito
de las acciones gubernamentales. También llama la atención que los autores del
trabajo destaquen la necesidad de una colaboración interinstitucional que
favorezca el desarrollo integral de las comunidades, y que abandone ese esquema
atomizado en el que se ha basado la política social del país.
El documento
ofrece un breve repaso por la reflexión que han motivado las llamadas
“necesidades humanas”. Teóricos de la talla de Agnes Heller y Herbert Marcuse, entre otros, son convocados para
establecer criterios y bases teóricas de referencia que permitan abstraer el
sentido más genérico de la categoría “necesidad”, pero que al mismo tiempo den
cuenta de la temporalidad histórica de nuestra sociedad que demanda la
operatividad de medidas y acciones sociales, y del gobierno para atender esas
necesidades que son presentadas como básicas o esenciales a la existencia
humana; aunque por otro lado queda claro que la definición de necesidades no se
halla acompañada necesariamente de aquellos objetos o bienes que las
satisfacen, de ahí el carácter histórico y político de esta discusión. El
apartado finaliza con el reconocimiento de que las necesidades humanas no se
limitan al ámbito puramente biológico, que es un componente central de la vida
en el ser humano, pero no el único, ya que a él se integran cuestiones de
naturaleza emocional y cultural; esto da paso a una ampliación de un criterio
de necesidad que durante mucho tiempo centró su atención en los bienes y satisfactores de tipo material.
En el capítulo
“Salud y tecnología médica. Una aproximación a la importancia sociocultural de
la investigación en la salud”, su autora centra la atención en el análisis de
las expectativas sociales que se albergaron paulatinamente ante los adelantos
de la tecnología médica para la atención a la salud, sobre todo a partir de la
Segunda Guerra Mundial, cuando se descubrieron antibióticos, vacunas y sueros
como los avances más destacados de la modernidad, y es que “la maravilla de la
medicina moderna […] no tiene parangón en la historia de la medicina” (Jaspers,
1988: 57).
Paralelamente,
la autora aporta algunos planteamientos acerca del fracaso de la llamada
modernidad, pues si bien ésta va de la mano con los avances de la ciencia y de
la tecnología, también convive con estructuras de poder que generan e imponen
diferencias de acceso a la salud como instrumento de control social y dominio
cultural. Por ello en el texto que se reseña, se evidencia que junto con el
progreso, se habla de la crisis de la medicina, de reformas, de superar la
medicina oficial y de innovaciones del concepto global de la enfermedad
(Jaspers, 1988: 60).
Otra idea
central que la autora plantea es que la medicina moderna fue proclamándose como
la cúspide del conocimiento de los procesos de salud-enfermedad, por lo que se
generó la idea de que “el dominio total sobre los padecimientos que azotaban a
la humanidad estaba por concretarse”. Y a pesar de que desde las ciencias
sociales había voces que pugnaban por realizar trabajos sobre cuestiones de
salud, éstas fueron marginadas y acusadas de pretensiones políticas o
desviaciones ideológicas, por considerarse ajenas al conocimiento científico
del campo de la medicina.
Pero ¿qué fue lo
que permitió la paulatina incursión de las ciencias sociales en la
investigación sobre procesos de salud-enfermedad? Como lo expone la autora,
“ante el derrumbe de las grandes certidumbres con que el siglo había definido y
enfilado su rumbo hasta proyectar el fin de la historia, se produce una
redefinición de esquemas de trabajo teórico y metodológico, abriendo las
posibilidades de explicación y conocimiento de la polémica idea de la realidad
social y, en particular, de aquello relacionado con la salud”. Lo anterior
también abrió paulatinamente la posibilidad del reconocimiento y discusión
multifacéticos de los límites de la medicina científica y de su impacto social.
En síntesis, la autora convoca a reflexionar sobre el hecho de que los
problemas de salud no tienen solución por decreto, y que los avances de la
tecnología médica y los procesos administrativos, por sí mismos, no garantizan
su aplicación social, y cuando se aplican van acompañados de contradicciones y
diferencias sociales que obligan a la investigación crítica a recuperar cuestiones
de índole social y cultural que hagan posible, por ejemplo, el estudio de la
enfermedad y la muerte más allá de las tasas de morbilidad y de mortalidad,
como se estudiaron por mucho tiempo.
En un apartado
específico del libro reseñado, las reflexiones anteriores se particularizan
para el caso mexicano, en el subtítulo “México. La perspectiva social y
cultural en torno a la salud”. Dicho recuento y análisis resulta de suma
importancia por contribuir a los avances de la investigación social en cuestiones
de salud en este país.
Por su parte, en
el texto “Reforma del sector salud y las condiciones de acceso, utilización y
calidad de la atención en México: la percepción de los proveedores de servicios
de salud”, las autoras llaman la atención sobre la importancia de examinar el
tema de la reforma del sector salud y su establecimiento desde la percepción de
algunos de los proveedores de servicios de salud –y no desde el punto de vista
de los pacientes, como sucede en otros trabajos–, aunque el análisis tiene como
punto de partida los datos estadísticos, por lo que resulta un ejemplo
interesante de la complementariedad de los métodos cuantitativos y
cualitativos.
El marco del
análisis cualitativo que se reseña es un panorama general del contexto de la
reforma del sector salud en México, cuyas dos etapas se llevaron a cabo en
1983-1994 y 1995-2000, periodos de paulatino avance de las políticas del modelo
económico del neoliberalismo en el país, entre las que destaca
significativamente el recorte al gasto social, que entre 1980 y 1989 bajó casi
seis puntos porcentuales: de 10.1% pasó a 4.3% del producto interno bruto. Como
apuntan las autoras, los sectores más afectados con el recorte al gasto social
fueron educación y salud. Ello, de entrada, explica el porqué de la reforma en
cuestión, que en realidad fue orillando a que paulatinamente amplios sectores
de la población, sobre todo los no derechohabientes, pagaran por el servicio de
salud, lo que abrió un amplio campo de participación del mercado en los servicios
mencionados.
Entre ambas
etapas de la reforma al sector salud, según se expone en el capítulo reseñado,
se descentralizó la operación de los programas nacionales a las secretarías de
salud de las diversas entidades, pero siguieron definiéndose esos programas
desde la federación: el imss-Solidaridad
pasó a la Secretaria de Salud y cambió su nombre a Progresa; se
descentralizaron los recursos financieros, materiales y humanos hacia las
secretarías estatales; se dio lugar a la participación municipal; se amplió la
cobertura de los servicios de salud por medio de un paquete de servicios
básicos, y se introdujeron mecanismos para incrementar la calidad y la
eficiencia de los servicios de atención a la salud.
Todo lo anterior
ocurrió al menos en teoría, ya que, como lo señalan las autoras, todas las
acciones mencionadas estaban encaminadas a lograr una mayor equidad conforme a
las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud y la Organización
Panamericana de la Salud, y de acuerdo con el objetivo de Alma Ata de lograr la
salud para todos en el año 2000, por lo que es conveniente apuntar los
supuestos logros como parte de la agenda de la investigación en ciencias
sociales.
Por otra parte,
en el texto se aportan hallazgos para responder a la pregunta: ¿los proveedores
de los servicios de salud conocen la reforma del sector salud?, pues se
considera que de ello dependería en parte el éxito de la reforma. Para aclarar
la interrogante anterior se plantea la siguiente hipótesis: 1. “El desconocimiento de la reforma no
permite la adecuada participación de la mayoría de los proveedores de servicios
de salud en su implementación”. Por otra parte, recuperándose el punto de vista
de los proveedores de los servicios de salud, se cuestiona si ha habido una
mejora en la equidad para la provisión de estos servicios, de donde se deriva
la otra hipótesis que orientó la investigación que aquí reseñamos: 2. “La equidad no ha mejorado, debido a
que la focalización crea un mayor número de estratos que acceden de forma
diferenciada y cada vez más fragmentada a atención también diferencial en
cantidad y calidad de servicios”. Más que comentar en este espacio los
hallazgos sobre las hipótesis, se convoca a los lectores interesados a que se
acerquen al texto en extenso.
Es importante ahora
resaltar la naturaleza de las hipótesis de carácter cualitativo, que no
trabajan con variables sino con categorías de análisis. En el apartado
metodológico se especifica el sustento teórico: la economía política, la teoría
de los actores sociales y el enfoque igualitarista basado en la justicia social
de la filosofía comunitaria, en contraste con el enfoque neoliberal de justicia
social; se aclara también que la selección de la muestra, que incluye los
estados de Sonora, Guanajuato y Oaxaca, permite considerar entidades con
condiciones socioeconómicas contrastantes. Asimismo se detallan las técnicas de
campo utilizadas en el proceso de investigación: resaltan las entrevistas a
proveedores de servicios de salud, tanto públicos como privados, y a integrantes
de la comunidad usuaria de los abastecedores.
Finalmente, en
el trabajo “Redes sociales de apoyo en procesos de dolor, enfermedad y muerte:
una aproximación teórica y una mirada a experiencias en torno a una mujer
paciente de oncología”, se presenta una argumentación teórica y una referencia
que, ‘tomada’ de la vida cotidiana, sitúa al lector en el redescubrimiento de
escenarios próximos de los que se ha participado, sin que en ese momento se
haya tenido la claridad de ser parte de una red de apoyo en salud. La propuesta
de la autora invita a redimensionar el carácter subjetivo del padecimiento de
una enfermedad crónica como el cáncer, y algo de lo más destacable de este
esfuerzo radica en la exposición teórica de los elementos de análisis propios y
necesarios para hacer de la experiencia subjetiva en torno a la enfermedad un
objeto de estudio científico en el campo de las ciencias sociales. Alfred Schutz y su apuesta fenomenológica representan así el
sustento para hacer visible a la mirada científica el tipo de experiencias a
que se refiere el documento, y que hablan sobre una parte de la vida que es, en
realidad, el espacio donde ‘el mundo’ adquiere sentido y se vuelve
significativo para la existencia humana, particularmente en un campo donde el
ser humano se descubre vulnerable y frágil, de tal forma que requiere no sólo
tecnologías de avanzada y complejos medicamentos, sino también comunicación, la
verbalización de su experiencia ante la enfermedad (como enfermo, familiar,
amigo, integrante de la comunidad y la sociedad), convertida en dolor y en
sufrimiento.
Se recuperan
asimismo planteamientos centrales en torno a las “redes sociales” en tanto
procesos dinámicos en permanente construcción, y que para el caso de la salud,
en particular para las enfermedades terminales, significan la posibilidad de
producir lenguajes con capacidad de dar cuenta de ámbitos de la vida ligados a
la vivencia personal, familiar o de amistad, como en el caso de María, al que
se refiere el documento. La redes sociales constituyen un punto de apoyo
teórico-conceptual básico para entender el tejido de relaciones que se generan
ante la presencia de la enfermedad y de la muerte, lo que propicia dinámicas de
apoyo que además de la carga cultural, llegan a trascender hacia otras esferas
en las que los grupos de apoyo, con estrategias de trabajo definidas y acordes
a determinados fines y campos de acción, logran convertirse en importantes e
interesantes actores políticos.
La autora
finaliza su trabajo poniendo énfasis en que el estudio de la sociedad, para
conocerla y comprenderla, va más allá de las “relaciones racionales o mecánicas
que, generalmente, sirven para definir las relaciones sociales desde las macroestructuras o macroinstituciones
sociales”, argumento que sin duda ha formado parte central de una polémica que
se mantiene viva, y que ha modificado no sólo la manera de aprender el mundo y
los diferentes intentos por explicarlo, sino también los mismos esfuerzos por
hacer que las decisiones de gobierno recuperen esos mundos de vida que le han
sido ajenos, y que a fin de cuentas representan su origen y el sentido que
debiera fundamentar su existencia.
Bibliografía
Jaspers, Kart
(1988), “El médico en la era técnica”, La práctica médica en la era
tecnológica, Gedisa, Barcelona, pp. 57-86.
Norma González
González y Alicia M. Tinoco García
Universidad Autónoma del Estado de
México
Correos-e: gogn@uaemex.mx,
atg@politicas.uaemex.mx y aliciatinocogarcia@yahoo.com.mx.
Norma González González es profesora investigadora de la
Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad
Autónoma del Estado de México (uaeméx). Obtuvo el Doctorado en Ciencias Políticas y
Sociología, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad
Complutense de Madrid. Es investigadora nacional nivel i del Sistema Nacional de Investigadores, miembro del Comité
de Evaluación en Ciencias Sociales (becas externas) del Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología (Conacyt), además de haber
participado, dentro de la misma institución, en el Comité de Evaluación para
proyectos de investigación. Algunas publicaciones: “Política social y
sanitaria. México y lo local en el inicio del siglo xxi”, Argumentos núm. 45, uam-x, pp. 23-38; “La salud en la agenda de la transición
democrática”, Espacios Públicos, año 5, núm. 14, agosto de 2004, pp.
119-127, uaeméx,
México; “Médicos del primer nivel de atención. Reforma y recursos humanos en
México”, Revista Cubana de Salud Pública, vol. 32, núm. 2, 2006; y “El estudio
de la muerte como fenómeno social”, Estudios Sociológicos, El Colegio de México, núm. 54,
septiembre-diciembre.
Alicia Margarita Tinoco García se desempeña como profesora de tiempo
completo en la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la
Universidad Autónoma del Estado de México. Es candidata a doctora en ciencias
sociales también por la uaeméx.
En los últimos cuatro años ha centrado sus intereses de investigación en
problemas sobre procesos de salud-enfermedad, de lo que ha surgido: “Redes
sociales de apoyo en procesos de dolor-enfermedad y muerte: una aproximación
teórica y una mirada a experiencias en torno de una mujer paciente de
oncología”, en Norma González González y Alicia
Tinoco García (coords.), Salud
y sociedad: sus métodos cualitativos de investigación, vol. ii, Universidad Autónoma del
Estado de México, Toluca, México, 2005, y la reseña “Una mirada alternativa a
las experiencias de vida en torno a los procesos de salud-enfermedad”, Economía,
Sociedad y Territorio,
vol. iii,
núm. 12, julio-diciembre de 2002.
[1] El sector privado, orientado a la
atención privada de la demanda de servicios de salud, es el más beneficiado por
un modelo hegemónico de salud que en la lectura biológica del cuerpo humano
aísla la presencia de la enfermedad, y la vacía de su temporalidad histórica y
cultural. La medicina clínica biológica se ha convertido en un prolífico
negocio que no en la salud sino en la enfermedad encuentra la razón de su éxito
comercial, al desarrollar medicamentos e instrumentos que fortalecen la idea de
que a mayor tecnología mayor salud.
[2] El nivel tecnológico alcanzado por la medicina nos lleva hoy en día a ‘registrar las bondades’, no ya de las especialidades médicas, sino de las subespecialidades que fragmentan al ser humano en la operación muy específica de determinadas funciones orgánicas que, en el proceso de su recuperación, dependen del instrumental y las técnicas médicas de avanzada: aparatos médicos, instrumental quirúrgico, metodologías diagnósticas, medicamentos de tercera o cuarta generación, para los que se tiene un acceso limitado a las capacidades económicas, y que invariablemente desencadenan efectos secundarios. Es necesario destacar que no se trata de negar el valor de este tipo de atención, lo que ocurre es que antes de que el enfermo llegue al hospital requiriendo alguna intervención quirúrgica (para la que no se sabe si hay capacidad de atención ante el incremento de este tipo de demanda), existe un largo y vasto camino en el cual actuar para impedir el desarrollo de la enfermedad. Se trata entonces de fomentar la salud y el bienestar humano.