Multirreligiosidad en la Ciudad de México
Daniel Gutiérrez Martínez*
Abstract
This
research studies systematically, within the viewpoint of religion sociology,
the sphere of contemporary urban multireligiosity
based on the results of a survey carried out in Mexico City. The survey
collected data about the manner in which followers of institutional religions,
that historically have dominated the panorama in Mexico (Catholicism and the
different variants of Christianity, Judaism, etc), exercise practices and
beliefs that belong to other religions or religious traditions that, here, we
will call marginal religiosities. In other words, we are referring to beliefs and
practices that have generally been spread by spiritual traditions, that are
commonly known as esoteric, oriental, ethnical-indigenous and
rationalist-secular, and which are at the margin of the beliefs that
historically have been considered as central in the religiosity among Mexican
people.
Keywords:
multireligiosity, secularisation theories, urban religiosity.
Resumen
Esta
investigación indaga sistemáticamente, dentro del enfoque de la sociología de
las religiones, la esfera de la multirreligiosidad
urbana contemporánea a partir de los resultados de una encuesta realizada en la
Ciudad de México con datos de primera mano acerca de la manera en que los
creyentes de religiones institucionales históricamente dominantes en México
(catolicismo y las diferentes variantes del cristianismo, judaísmo, etc.)
ejercen prácticas y creencias pertenecientes a otras religiones o tradiciones
religiosas que aquí llamaremos religiosidades marginales; es decir, creencias y
prácticas generalmente difundidas por tradiciones espirituales llamadas
comúnmente esotéricas, orientalistas, étnico-indigenistas y racionalistas-seculares,
y que se encuentran al margen de las creencias consideradas históricamente
centrales en la religiosidad de los mexicanos.
Palabras clave: multirreligiosidad, teorías de la secularización,
religiosidad urbana.
*
El Colegio Mexiquense a.c.
y Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam. Correo-e: dgutierrez@.cmq.edu.mx.
1. La multirreligiosidad como fenómeno histórico de larga
duración
La multirreligiosidad es un concepto que ha tomando
importancia en los análisis actuales sobre la relación de lo sagrado y lo
trascendental de los grupos humanos contemporáneos.[1]
Esta noción dibuja ciertamente la tendencia de comportamientos que han venido
manifestándose en las distintas sociedades ‘modernizadas’ en las últimas
décadas respecto a los valores culturales y las creencias. Da cuenta también de
la expresión cultural que ha acompañado al ser humano desde su relación grupal
más simple hasta la colectiva existente en las sociedades complejas. Por tanto,
la multirreligiosidad expresa la característica
esencial del Hommo
credos[2] de relacionar e intercambiar diversos
valores espirituales de orden sagrado con su entorno y sin la cual no podría
interpretar y subsistir en el mundo que lo rodea.
En la
actualidad, con los cambios que han surgido y lo que implican (auge de la
tecnología digital, promoción de políticas de tolerancia y plurales,
resquebrajamiento de los metadiscursos y verdades
absolutas inscritas en el desarrollo de la modernidad cartesiana), la multirreligiosidad se convierte en una esfera aceptable e
incluso seductora, tanto en el ámbito académico como en la vida cotidiana. Esto
permite postular que, antes de ser una nueva dinámica espiritual, la multirreligiosidad se ha visto impulsada por la coyuntura
actual y el contexto temporal al salir de su anterior clandestinidad o de su
aparente inexistencia, lo que refresca su histórica presencia.
Las ciencias
sociales, por consiguiente, tienen hoy un amplio campo de investigación por
analizar y dar cuenta a partir de una historiografía socioantropológica
de la multirreligiosidad desde tiempos inmemorables
hasta la época contemporánea. Ahora bien, durante la primera mitad del siglo xx, los estudios científicos clásicos
acerca de la cultura mexicana tendían a caracterizar su religiosidad a partir de
la contraposición de dos esferas religiosas.[3]
Por un lado se presentaban las religiones históricas y dominantes del ‘mundo
blanco’, donde el guadalupanismo de la región de
Extremadura y heredado de la conquista española parecía constituir la mayor
parte de la idiosincrasia cultural del país y conformaba así el núcleo duro del
catolicismo mexicano. Cabe señalar que en este mismo polo religioso debe
incluirse la influencia del cristianismo en general[4] y
de las diferentes religiones históricas de salvación como el judaísmo. Todas
ellas han participado en la constitución del enorme azulejo de creencias
institucionales mexicanas. Por otro lado, encontrábamos la descripción de
grupos étnicos con los que el intento de evangelización resultó fallido al
permitir la conservación de su religión ancestral; es el caso de los huicholes
y tantas otras etnias, con sus variantes y transfiguraciones a lo largo del
tiempo, pero que parecían permanecer intactos a la influencia española y
católica, y que con el paso del tiempo terminarían por desaparecer (González
Torres, 2000).
Entre estos dos
polos religiosos, ampliamente estudiados por los especialistas, las ciencias
sociales mexicanas, principalmente la antropología, reiterarían más adelante la
existencia no nada más de la contraposición de dichas lógicas religiosas, sino
de igual manera de su conjunción, es decir, la existencia de diferentes
mosaicos religiosos que han participado en el vasto crisol de creencias
religiosas combinándose entre sí. En efecto, junto con estas dos lógicas
religiosas empezó a tener cabida la existencia de prácticas y creencias que se
encontraban en constantes vaivenes entre las llamadas populares autóctonas y
las de la centralidad institucional de las religiones históricas de salvación.
Dicha lógica ha sido definida, la mayoría de las veces, como el sincretismo
religioso mexicano, donde se han agrupado asimismo los estudios sobre la
religiosidad popular. Este tipo de religiosidad ha estado vinculada
principalmente con aspectos simbólicos vertientes de la conquista espiritual de
México (catolicismo) y su transformación y reapropiación por parte de los
grupos étnicos populares con rasgos religiosos autóctonos.
Este matiz
religioso, que empezó a conceptuarse en las ciencias sociales mexicanas, da
cuenta efectivamente de prácticas que traen consigo diferentes y alternativas
maneras de relacionarse con el más allá, símbolos provenientes de otras
instancias que alimentan y enriquecen la cotidianidad religiosa del mexicano,
principalmente relacionado con el proceso de la conquista espiritual católica.
En suma, se trata de tres enfoques que sin duda destacan dos aspectos
coyunturales que han convivido en el territorio desde la época de la conquista
y que poco a poco han conformado los diferentes matices de creencias y valores
de los mexicanos. Así, generalmente en los estudios sobre la religiosidad
mexicana se encuentran tres esferas analíticas ampliamente dominantes: las
creencias autóctonas, la religiosidad popular y la religión católica mexicana.[5]
Ahora bien, poco
se ha hecho por estudiar otra esfera y utilizar otro enfoque que desde nuestro
punto de vista constituye también un ámbito importante para la comprensión de
la religiosidad mexicana, a saber, las prácticas y las creencias que los
creyentes urbanos de religiones instituidas de salvación (principalmente el
cristianismo con sus variantes y el judaísmo) llevan a cabo en su cotidianidad
en conjunción con elementos religiosos exógenos a esas tradiciones. Llamamos a
esta dinámica multirreligiosidad urbana.[6]
Precisamente en estos vaivenes van constituyéndose cotidianamente otras formas
de expresión espiritual y sociabilidad religiosa; donde se combinan, se
mezclan, se interrelacionan y se conectan otras maneras de aprehender la
realidad íntima de cada grupo o individuo; donde se esbozan manifestaciones
religiosas quizá antes ignoradas o desdeñadas, pero que con el paso del tiempo,
en momentos de gran efervescencia, pueden ser percibidas como fenómenos
reemergentes, momentáneos pero con constantes y frecuentes apariciones.
Todas las
lógicas religiosas aquí mencionadas han dando cuenta y están acompañadas, a
través de su propia historia, de los diferentes procesos migratorios, de las
diversas querellas entre instituciones religiosas dominantes por la apropiación
legítima de la producción de símbolos, y de las diferentes alianzas entre
credos y manifestaciones espirituales.
Ahora, por multirreligiosidad podemos entender, metafóricamente
hablando y como ya se mencionó, aquella característica esencial del Hommo credos que relaciona e intercambia diversos
valores espirituales y de orden religioso con su entorno, teniendo como
referente central una creencia o práctica establecida, sin dejar de enriquecer
su mundo religioso con elementos exógenos a su creencia principal. Se habla por
tanto de multirreligiosidad cuando varias prácticas
se combinan simultáneamente en lo cotidiano en el seno de un grupo o un
individuo. Así, la multirreligiosidad es una noción
que pretende describir toda la red de relaciones (prácticas y creencias) entre
diversas creencias o en su interior teniendo como parámetro un sistema o
elemento central religioso.
Podemos así
establecer algunas diferencias entre multirreligiosidad,
sincretismo, hibridación y pluralidad religiosos.
Hablamos de
pluralidad religiosa cuando se trata de una convivencia de diversos elementos
espirituales y sagrados en un espacio y tiempo específicos, donde no existe una
verdadera combinación sino una cohabitación y, según el contexto geohistórico, pueden existir diversos grados de dominación[7] de
un sistema de creencias sobre los otros, de prácticas y creencias específicas
sobre las demás. Se trata de una interrelación de diferentes elementos, pero
que no llegan a mezclarse o a intrarrelacionarse,
sino que cada elemento religioso se encasilla en el espacio designado. De esta
manera puede haber varios elementos, donde ninguno domine realmente
(politeísmo), o donde uno tienda a dominar sobre los demás (henoteísmo), o que
de plano llegue a centralizarse en una sola entidad todo el aparato de
creencias en torno a lo sagrado en una sociedad (monoteísmo), pero donde no
llegan a mezclarse unas con otras.[8]
Cuando este pluralismo religioso se ve superado y trastocado en sus límites por
la combinación de diversos elementos religiosos opuestos o similares, nos
encontramos con un proceso llamado sincretismo religioso.
Por lo general
se habla de sincretismo cuando se hace referencia a la complejidad de elementos
en parte autóctonos –aún vivos o resucitados– en combinación con elementos
extranjeros (con frecuencia se citan los de los cristianos en el mundo
moderno), donde estos últimos parecen no ser lo suficientemente asimilados o
son adaptados a las estructuras míticas de la tradición autóctona, con lo que
se conforma una religiosidad específica con tintes originarios. Por tanto, toda
religión es sincrética cuando toma prestados, en la conformación de su
religiosidad, elementos doctrinales, rituales y organizacionales de otras
esferas religiosas. Como veremos, uno de los aspectos problemáticos del
sincretismo religioso para analizar los fenómenos de la multirreligiosidad
es que la mayor parte del tiempo existe una fuerte referencia a lo autóctono y
se deja de lado el proceso inverso, es decir, aquella dinámica que se refiere
al hecho de que la religión dominante o vertiente de la Conquista va
fortaleciéndose o consolidándose con la combinación de elementos de
religiosidad exógenos.[9]
Así, se trata de un producto generado por medio de la intrarrelación
de elementos simbólicos, en algún momento opuestos entre sí y que van
transformándose o reinterpretándose para formar un producto simbólico
perenne e
histórico.
Se ha llegado
también a hablar de procesos de hibridación, principalmente en el aspecto que
concierne a la identidad. La hibridación religiosa, por lo general, es aquel
espacio o entidad conformada por una concatenación o colección de varios
productos espirituales que no se combinan ni se mezclan entre sí, más bien se
‘rejuntan’ como herramientas espirituales utilizadas separadamente o específicamente
según el momento en que se requiera. Para no hacer referencia más que a uno de
tantos casos, las prácticas de los movimientos de la Nueva Era (New
Age)
o los Nuevos Movimientos Religiosos podrían ser un ejemplo parcial de esta
dinámica híbrida.[10]
De esta manera,
la diferencia entre estas definiciones y la noción de multirreligiosidad
es que esta última refleja ciertamente una combinación de diversos elementos
espirituales y sagrados (como sería el caso del sincretismo), pero tal
combinación permanece en el ámbito de lo efímero, de lo maleable, de lo
momentáneo, de lo presenteísta y de lo cambiable; es
decir que sus combinaciones pueden variar siempre y constantemente. Como su
nombre lo indica, la multirreligiosidad alude a lo múltiple, a la existencia de un elemento con
una diversidad de correlaciones. Así pues, al hablar de múltiplos del tres, del
cuatro etc., podríamos extrapolar la imagen y hablar de múltiplos religiosos
del catolicismo o del protestantismo o del judaísmo… Ahora bien, como el pluralismo,
la multirreligiosidad contiene una interrelación de
diferentes elementos religiosos, pero no se trata solamente de una cohabitación
sino de una combinación y retroalimentación partiendo de la existencia de un
sistema religioso central.
Asimismo, tal como
sucede con el sincretismo, la multirreligiosidad hace
referencia al préstamo simbólico de otras doctrinas, modos organizacionales de
lo sagrado y elementos espirituales para enriquecer y conformar el sistema de
creencias dominante o al que los creyentes se adhieren. La diferencia consiste
en que la multirreligiosidad no se trata de la
reinterpretación, el rechazo o la reapropiación por parte de creencias
autóctonas de elementos extranjeros, sino de la apropiación de elementos
religiosos exógenos por parte de los creyentes de una religión dominante o
central, lo que conforma ya no un producto histórico y perenne, sino uno
espontáneo, movible y sin un objetivo preciso hacia el porvenir. Así pues, la multirreligiosidad no niega la centralidad de una creencia
dominante, sino que la enriquece y toma prestados elementos exógenos para
contenerla y mantenerla.
Así como sucede
con la hibridación, la multirreligiosidad puede
reflejar el rejuntamiento de varios elementos de religiosidad
en un espacio específico, utilizables según las necesidades pragmáticas del
momento y la entidad. La diferencia consiste en que este rejuntamiento no está alejado del fortalecimiento mayor de un elemento
religioso central. En otras palabras, se trata de un rejuntamiento que tiene un ‘centro’ fortalecido por
dicho proceso.
La multirreligiosidad se define por tanto a partir de una
combinación de varios elementos conceptuales constituidos en el pluralismo,
sincretismo e hibridación religiosos. Sin embargo, su principal distinción es
que siempre sigue colaborando en la preservación de una creencia central. Se
trata de una multiplicidad de productos contenidos en uno que predomina.[11]
Como ya se ha mencionado, esta tendencia siempre ha existido, pero en la
actualidad es más perceptible a raíz del desgaste que ha tenido el discurso
legítimo de la modernidad (fundamentado por el universalismo agustino de la Ciudad
de Dios. Véase Badiou [1999]), o bien por el fortalecimiento del discurso
laico que promueve una intención de neutralidad respecto a las diferentes
prácticas y creencias que se rechazan en la sociedad. Esta tendencia sin duda
irá acrecentándose aún más con el proceso de la globalización y la
mundialización cultural.
Si bien la multirreligiosidad puede presentarse en diversos contextos socioespaciales y coyunturales, en esta ocasión sólo nos
enfocaremos en la multirreligiosidad urbana
contemporánea. Lo que es importante destacar aquí es que, pues se trata de un
fenómeno poco estudiado en el ámbito del análisis sociológico de la
religiosidad, las herramientas teórico-metodológicas derivadas de los estudios
sobre el sincretismo, la pluralidad y la hibridación religiosos no resultan en
su totalidad apropiadas para el estudio mismo de dicho campo multirreligioso, y en este caso del urbano contemporáneo.
Por tanto, quizá a partir de una retroalimentación y síntesis de las diversas
herramientas propuestas podrá conformarse una metodología específica para el
estudio en cuestión. En esta propuesta sólo se presentan algunos avances
exploratorios, tanto en el ámbito teórico y metodológico como en el comprensivo
e interpretativo.
Para el análisis
de la religiosidad mexicana es importante la manera en que los agentes sociales
pueden combinar perfectamente diferentes prácticas sin por ello cuestionar su
adhesión institucional a alguna religión oficial o considerada como tal, pues
eso complementa los anteriores estudios y planteamientos, y nos hace ver que la
combinación de creencias y las diversas apropiaciones no solamente están
presentes en el ámbito popular rural cristiano (religiones populares), sino
también en la esfera del catolicismo mismo,[12]
no como forma de transformación sino como modo de complementariedad y
actualización.
Así, el objetivo
de esta investigación es indagar más sistemáticamente esta esfera poco
estudiada en la sociología de las religiones que es el área de la multirreligiosidad urbana contemporánea. Para ello se parte
de un trabajo descriptivo de observación que comportó la recolección de datos y
una primera descripción empírica (etnografía) acerca de cómo los creyentes de
religiones históricamente dominantes en México (llámeseles institucionales,
oficiales o históricas, como el catolicismo barroco español y las diferentes
variantes del cristianismo, etc.) ejercen prácticas y creencias pertenecientes
a lo que aquí llamaremos religiones marginales; es decir, creencias y prácticas
que generalmente se encuentran absorbidas por religiosidades llamadas
esotéricas, orientalistas, étnico-indigenistas y racionalistas-seculares,[13] y
que no constituyen históricamente las creencias centrales de los mexicanos.
Todas ellas constituyen prácticas y creencias que se encuentran al margen de las prácticas y creencias
dominantes, pero que no son menos importantes en la constitución de parámetros
interpretativos y satisfacciones espirituales. Esto dará pie a una primera
descripción empírica en forma de registros de hechos y clasificación de
elementos estadísticos que se estimaron pertinentes para la comprensión de la multirreligiosidad en un contexto urbano (monografía
etnográfica).[14] La metodología utilizada
para esta investigación fue el análisis de encuestas de tipo cuantitativo,
tanto académicas como de opinión, acerca de los valores, creencias y prácticas
llevadas a cabo por los habitantes de la Ciudad de México desde el año 2001.
Los resultados
analizados e interpretados a partir de esta etnografía cuantitativa se vinculan
principalmente con problemas teóricos que permean la sociología de las
religiones desde hace un par de décadas.
Una de ellas es
la escasa importancia prestada al enfoque sistémico de las creencias, que
permite analizar no nada más los fenómenos de la religiosidad urbana sino los
de la religiosidad en general. Se trata por tanto del estudio de lo que las
ciencias humanas en general han definido como magia, mito y religión, pero esta
vez a partir de la interdependencia y fuerte relación (directa o indirecta,
tangible o simbólica) que existe entre estas entidades en la constitución,
consolidación, mantenimiento y transformación de las creencias en las
sociedades humanas. Dicho estudio permitirá poner a prueba el modelo que
plantea la existencia e interdependencia de creencias religiosas, mágicas,
míticas y racionalistas (institucionales, pragmáticas, imaginarias y
funcionalistas) en la cotidianidad social, donde es difícil entender el sentido
de las acciones de los actores sociales sin la consideración de estas esferas
en una dinámica de complementariedad y donde, según el contexto temporal y
espacial, puede predominar una sobre el resto, pero sin que por ello
desaparezca la relación con las demás esferas.
Con esto
queremos decir que no se trata –como fue el caso con los estudios clásicos
acerca de los procesos de religiosidad– de explicar los procesos favoreciendo
de manera separada el análisis de alguna de las cuatro esferas y cargándole
toda la causalidad del hecho social a una de ellas. Este enfoque limita la
comprensión de la consolidación y enriquecimiento no nada más de las
religiosidades populares (rurales o urbanas), sino de igual manera de las
religiones instituidas de salvación, como el caso que aquí nos compete con el
catolicismo. Así, por ejemplo, sobre el mantenimiento, propagación y
vigorización de la religión católica en México, difícilmente se encontrarían
sus elementos causales e interpretativos si no se tomara en cuenta su estrecha
relación y retroalimentación (sistémica) con la magia pagana y esotérica o con
los mitos originarios, independientemente de si éstos son aceptados o no por el
discurso religioso oficial.[15]
Otro de los problemas
presentes en los debates contemporáneos de la sociología de las religiones, que
puede vislumbrarse con la presentación de los datos constituidos, es la
explicación que las teorías de la secularización han dado para comprender o
interpretar los fenómenos de la religiosidad en tiempos de la modernidad.[16]
En ellas encontramos sin duda toda una gama de elucidaciones que han aportado
su granito de arena para explicar este fenómeno, a tal punto que incluso se ha
discutido entre diversos sociólogos la pertinencia de hablar en términos de
paradigma (Kuhn) de la secularización.[17]
La principal crítica que puede surgir una vez hecha la presentación etnográfica
de la multirreligiosidad en México (y que
enfatizaremos más adelante) es que, desde nuestro punto de vista, no se trata
de procesos nuevos o posmodernos que a partir del proceso de secularización o
modernización han tendido a reemerger, sino de fenómenos siempre existentes que
hoy, con el desgaste o renovación del discurso de la secularización, han dejado
de estar en la esfera clandestina, informal, subterránea o al margen de las
explicaciones científicas de los procesos sociales.[18]
En suma, se trata de un fenómeno que siempre ha existido, y que los discursos
sobre la pluralidad y la tolerancia de credo han legitimado, tanto en lo
académico como en lo societal. De esta manera, puede
observarse en la actualidad que la existencia de adhesiones, prácticas,
creencias o enriquecimientos de otras entidades sagradas (magia, mito,
racionalidad) en la adhesión espiritual colectiva o individual (religión) es
aceptada sin menoscabo o intimidaciones por parte de la población y los
discursos cientistas, más allá de la creencia
dominantemente institucional, y sin que esto genere una desaprobación social en
el ámbito público o científico.
Así, en esta
investigación no pretende erradicarse lo que ya ha sido logrado en el área de
las teorías de las creencias y de la secularización para la interpretación de
los fenómenos de la religiosidad, sino abrir otros espacios de discusión y de
análisis para integrar los avances ya realizados y generar alternativas en la
constitución del conocimiento sobre aspectos de la religiosidad que habían sido
un poco desdeñados por la sociología de las religiones. De esta manera entramos
de lleno en el debate sociológico de cómo definir en la actualidad la religión
en las ciencias sociales.[19]
1.1. Las urbes como
centros de mestizajes espirituales
En todo esto, las
fronteras históricamente establecidas por la gran urbe van marcando tendencias
espirituales, participando en la constitución de diferentes regiones en materia
de creencias y prácticas de índole religiosa; regiones con características
privativas que hacen el llamado a estudios más puntuales y precisos que tomen
en cuenta otras religiosidades cotidianas, otras maneras de aprehender lo
simbólico y lo trascendente en la vida de todos los días. La Ciudad de México
constituye, sin duda, una vasta región en materia de espiritualidad y fusiones
étnicas y religiosas. Es un espacio urbano donde acontecen tantas
manifestaciones espirituales y religiosas como diversidad hay en el territorio
de la Republica Mexicana. Ahí encontramos cuantiosas combinaciones religiosas,
de costumbres y ritualidades, de prácticas y creencias. Se halla no sólo toda
la diversidad étnico-indígena establecida a lo largo del territorio nacional,
sino que puede percibirse igualmente toda la gama de corrientes cristianas y
otras vertientes religiosas institucionales. En una sociedad centralizada como
la mexicana, el Distrito Federal se erige en una especie de síntesis religiosa
de lo que acontece en todo el país.[20]
En tiempos de
posmodernidad o modernidad tardía, ciertamente la multirreligiosidad
urbana puede encontrarse en ciudades medias y pequeñas, pues conceptualmente
hablando se trata, como ya se mencionó, de una combinación de prácticas y
creencias sobre la base de una religiosidad centralizada y dominante. Incluso
habría que indagar en otra investigación lo que sucedería con la religiosidad
en el contexto rural (multirreligiosidad rural
contemporánea).
Ahora bien, en
lo que aquí concierne, es claro que el carácter a veces impersonal de las
relaciones sociales que se manifiestan en el espacio urbano de las grandes
ciudades permite mayormente dar cuenta de esta diversidad de prácticas y
creencias, a veces anónimas, a veces colectivas, pero siempre presentes y en
constante mutación. La ciudad capital, por su misma complejidad urbanística,
relata nuevas formas de habitar el espacio urbano con dinámicas propias que
traspasan los contextos jurídicos y propios del territorio. En ella se
desarrolla un conjunto de lógicas sociorreligiosas
cuyas dinámicas responden a elementos de tipo étnico, oriental, esotérico, neorracionalista, conjugados con los aspectos
tradicionalmente establecidos por las iglesias históricas a lo largo del
contexto histórico mexicano.
En este sentido,
frente a los procesos de fragmentación económica y social, por las prácticas
sociales y religiosas que llevan a los habitantes a conformar referencias de
identidad, maneras de utilizar lo público en lo local y lo privado en lo
regional, yacen otros que integran el espacio urbano. Para F. Vázquez Palacios
hay una concomitancia entre los intercambios sociales que se producen en la
conformación de estos asentamientos y la reciprocidad de tipo religioso que ahí
se viven. Precisamente un asentamiento emergente, que surge generalmente en la
periferia de la ciudad, genera un sistema de interacciones sociales donde los
actores dan respuestas (populares, espontáneas y creativas) poniendo en juego
un conjunto de intercambios y mediaciones de bienes no sólo materiales, sino
también espirituales y culturales (Vázquez Palacios, 2002: 11-17). De esta
manera vemos transitar libremente de la periferia al centro de la ciudad a los
creyentes de las diversas agrupaciones religiosas, de una religión a otra,
interactuando de manera frecuente en todos los niveles de la sociedad; trayendo
y llevando elementos de un lugar a otro. Tal diversidad de intereses rebasa en
mucho sus contextos locales.
Todo esto se
relaciona igualmente con los cambios tanto urbanísticos como demográficos que
ha presenciado la Ciudad de México. Sin duda alguna, como lo menciona María Ana
Portal (2001), el Distrito Federal ha sufrido en los últimos 50 años el
desbordamiento de sus fronteras originales, la inclusión de otros espacios
urbanos o suburbanos, la concentración de industrias, comercios, servicios y
población, y la transformación del uso de sus espacios públicos y privados,
formas complejas de inclusión y exclusión y la aparición de múltiples fenómenos
sociales y políticos que parecen sumirlo en un aparente sinsentido; aspectos
que no están alejados de las nuevas prácticas y creencias perceptibles en la
actualidad en la capital mexicana.
La ciudad puede
así ejercer, mediante la constitución de sus redes, una influencia sobre su
entorno, pero verse al mismo tiempo trastocada por diversas prácticas
provenientes de sus fronteras y márgenes, de manera que cada peculiaridad
cultural condiciona los procesos locales conformando referencias identitarias, sólo perceptibles por medio de descripciones
monográficas (etnografía), como es el caso que nos ocupa.
En efecto, estos
fenómenos de combinación de prácticas y creencias espirituales que observamos
en los espacios urbanos como el Distrito Federal presentan en efecto algunas
características particulares que difícilmente podrían mostrarse de manera tan
clara en otros contextos geográficos. La Ciudad de México es, por tanto, un
espacio extrapolado de representación simbólica en tanto que se presenta como
un indicador de tendencias del espíritu del tiempo.
Asimismo, la
ciudad siempre está estrechamente conectada con las tendencias mentales y
corrientes ideológicas mundiales. Las ciudades son, para el tiempo actual, una
especie de bolsillos de la globalización cultural económica y social que marcan
la tendencia planetaria, y que en este caso ilustran los fenómenos religiosos
que parecen volver a emerger en las dinámicas urbanas. Lo que queremos destacar
en este estudio es que en la actualidad, formas subrepticias de religiosidad y
espiritualidad se conjugan en los grandes centros urbanos. Son formas de
religiosidad que combinan aspectos pragmáticos de la espiritualidad mágica,
elementos del imaginario mítico y rasgos institucionales de las religiones; no
desestabilizan precisamente el orden religioso dominante, y a veces hibernan
por cierto tiempo en el espacio social, pero sin duda son necesarias para
compensar el diario ajetreo espiritual urbano. Son estos procesos los que
precisamente describiremos en los siguientes párrafos, en particular las
prácticas y creencias de los capitalinos a partir de una encuesta que se
realizó durante el último trimestre de 2002 y primero de 2003, y con base en
otros datos recolectados por encuestas de opinión elaboradas por diversos
organismos públicos y privados.[21]
2. Aproximación
etnográfica a la multirreligiosidad en la Ciudad de
México
En la encuesta
realizada se preguntó a los capitalinos acerca de sus prácticas litúrgicas
(asistir al culto, servicio eclesial o misa, rezar u orar, recibir algunos
sacramentos), así como sobre sus creencias religiosas (fe en un dios único y
verdadero, en espíritus santos, mesías, vírgenes, libros sagrados, cielo,
infierno, resurrección) vinculadas con las instituciones históricas reveladas
de salvación más reconocidas en México, como son la católica, la protestante,
la judía y las evangélicas.[22]
La encuesta también incluyó a aquellos individuos que se consideraban ateos.
Es importante
mencionar que las prácticas de religiosidad se entienden por el hecho de llevar
a cabo ciertas actividades espirituales de manera consciente, sin forzosamente
tomarlas como un acto de fe, sino como una simple actividad que puede
repercutir en sentimientos de pertenencia, agrupamientos de tiempo libre o
aliciente del ajetreo cotidiano. Por su lado, las creencias son consideradas
como la adscripción a valores, éticas, formas de vida que constituyen un
elemento importante en el grupo o individuo para tener parámetros de
interpretación de los fenómenos que ocurren en su entorno social; es un
resarcimiento espiritual.[23]
Se buscó de esta manera conocer las prácticas y creencias institucionales de
las religiones reveladas de los capitalinos vinculadas con otras prácticas
espirituales no relacionadas históricamente con iglesias reconocidas en México,
a saber, las de tipo oriental (tai
chi,
yoga, acupuntura, feng shui, meditación, etc.), mágico
(horóscopo; lectura de cartas, manos, café y tarot; numerología, brujería,
chamanismo, santería) y mítico (limpias, herbolaria, bailes rituales étnicos,
vampirismo, satanismo…), o bien las que llamamos de tipo neorracionalista
(vegetarianismo, New Age, cultura bioecológica
u orgánica, diabética o cientología, etc.). Se trata
de creencias o prácticas que denominamos marginales por el hecho de encontrarse
al margen, en la periferia de las creencias y prácticas tradicionalmente
institucionalizadas en México. Todas ellas, ciertamente, están adscritas a una
tradición o cultura religiosa, mágica o mítica, pero no siempre han sido
consideradas, dentro de la historia cultural religiosa mexicana, como prácticas
y creencias concretas a la par de las de religiones dominantes en la cultura
mexicana (católicos, protestantes, judíos, evangélicos, etcétera).
Asimismo, se
buscó conocer el índice de creencias y elementos espirituales relacionados con
ovnis, viajes astrales, astrología, espiritismo, amuletos, telepatía, energías,
apariciones, fantasmas, hadas, duendes, vampirismo, gnosis, ángeles, automeditación, culto al diablo, reencarnación, etcétera.
Finalmente, se preguntó en la encuesta la opinión respecto al hecho de combinar
prácticas religiosas oficiales y marginadas y su disposición de efectuar esa
combinación en su cotidianidad.
2.1. Resultados y
perspectivas
Como resultado
general de la encuesta realizada para esta investigación, encontramos que 98%
de los capitalinos católicos, que corresponden a 83% de los encuestados, llevan
a cabo al menos alguna de las prácticas religiosas institucionales consideradas
(rezar, asistir a culto o misa, sacramentos, etc.). De estos católicos
practicantes, 62% realiza prácticas espirituales consideradas marginales, y
ocho de cada 10 de ellos creen al menos en alguno de los elementos
pertenecientes a estas religiosidades periféricas, ya sea que hablemos de
elementos de tipo orientalista, mágico, mítico o neoracionalista.
Ahora bien, al
igual que los católicos, la mayoría de los protestantes cumple con sus
prácticas religiosas encomendadas; sin embargo, al contrario de los católicos,
sólo la tercera parte tiene prácticas espirituales marginales, y seis de cada
10 creen en algunos de los elementos espirituales marginales tomados en cuenta
para la investigación.[24]
Esta distancia
entre católicos y reformados respecto a las prácticas religiosas marginales
tiene mucho que ver con dos aspectos contradictorios pero centrales para su
comprensión. Para el caso de los reformados, la distancia establecida entre
creyentes y entidad divina (más estrecha y directa) llevaría a pensar que su
religiosidad (su relación con lo sagrado) es más flexible, pues dependen menos
de una institucionalidad; sin embargo, parece que no es así, pues su adhesión
institucional es en realidad más rígida y estricta, por lo que el control entre
funcionarios religiosos y creyentes está más fortalecido. Así, el hecho de
sentirse más directamente vinculados con la entidad divina deja menos espacio a
la búsqueda de prácticas y creencias marginales complementarias. La
‘horizontalidad en la religiosidad’ puede generar más soberanía espiritual y menos
seducción por parte de prácticas y creencias alternas.
En el cuadro 1
podemos observar estas tendencias de prácticas y creencias marginales, de
manera más específica en aquellos grupos o individuos que practican al menos un
deber religioso de las creencias históricas reveladas a las que se adhieren.
Estas prácticas marginales están clasificadas según su adscripción
institucional religiosa. Así, encontramos que casi 62% de los capitalinos
católicos practicantes también llevan a cabo algunos rituales de religiosidades
marginales. Entre los capitalinos protestantes practicantes, menos de 33% tiene
prácticas y creencias de esta índole, mientras que los ateos lo llevan a cabo
en poco menos de 78%.
Cuadro 1
Prácticas y creencias marginales de los creyentes de
religiones históricas dominantes en el Distrito Federal según adscripción
religiosa
Adscripción institucional a una |
Porcentaje de personas que sí practican |
religión oficial dominante |
al menos un deber religioso histórico |
|
oficial y que también
practican al |
|
menos un elemento religioso espiritual |
|
marginal |
Católica |
61.6% |
Protestante |
32.7% |
Ateo |
77.6% |
Otras |
60.9% |
Fuente: Elaboración propia a partir de la
encuesta realizada por el autor y los alumnos del taller de investigación
Etnicidad, Desarrollo y Religión, de la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, durante el último
trimestre del 2002 y primero del 2004.
En cuanto a los
ateos (en el sentido estricto del término: negación de cualquier entidad divina),
pudiera parecer contradictorio que practiquen o crean en alguna entidad
sagrada; sin embargo, lo curioso es que la mayoría de ellos no se define por la
negación completa a cualquier creencia sagrada, sino por la negación al dios
judeocristiano, o a la creencia en la Iglesia católica. Los ateos se definen
más bien por negar cualquier dependencia institucional en términos de creencia,
y por una libertad mayor en creer y practicar otro tipo de religiosidades. En
este sentido habría que decir que, más que ateos, la mayoría de los mexicanos
que se ubican en este rubro corresponden a la categoría de agnósticos.
Como estableció
Max Weber, el protestantismo es una de las religiones más monoteístas que han
existido en la historia, y esto hace referencia a la estrecha relación que sus
feligreses tienen con Dios. El espacio de libertad que cada creyente asume con
la divinidad podría llevarnos a pensar que los protestantes son más ‘libres’
para practicar y creer en otros elementos marginales; no obstante, se trata de
un tipo de religiosidad que tiende a ejercer un mayor control con la libertad
de sus feligreses que el ejercido dentro del propio catolicismo.[25]
Con el fin de
conocer más sobre las prácticas religiosas marginales de los capitalinos, a
continuación se analiza el caso particular de los católicos, dado que ellos
constituyen la mayoría de la población entrevistada.[26]
Así, puede observarse que las prácticas neorracionalistas
(35.5%) y mágicas (29.6%) son las que más se realizan entre los capitalinos
católicos (véase Cuadro 2).[27]
Según grado de escolaridad, encontramos que los capitalinos católicos con
posgrado (maestría y doctorado) son quienes realizan con mayor frecuencia las
prácticas neorracionalistas (23%), contra 14% en
educación básica, 10% en media y 15% en educación superior (licenciatura). Por
el contrario, 42% de los católicos con educación básica realiza prácticas de
tipo mágico, contra 41% de los capitalinos con estudios de posgrado.
Estos resultados
(en particular el primer rubro) conducen a reiterar, primeramente, que la
estructura educacional republicana forma parte de un sistema de creencias ‘cientistas’,[28]
que como tal fomenta intrínsicamente la práctica de
elementos de religiosidad que pertenecen a la esfera misma del sistema en
cuestión. Uno de los argumentos principales en las teorías de la secularización
es que con ella las religiones tenderían a decaer (declinación) al menos en su práctica. Esto es
cierto si se acepta que tal proceso se llevaría a cabo en beneficio de las
prácticas y creencias de tipo racionalista, y si no se desdeña que con la
secularización otros sistemas (por medio de sus creencias) tomarían el lugar de
los anteriores sistemas de creencias dominantes, pero esta vez transfigurados.
Asimismo, se reitera que a menor grado de educación de un creyente religioso
(católico capitalino), mayor es su apego a la práctica de la religiosidad
institucional, pero mayor su relación con elementos complementarios, que en
este caso son de tipo mágico-esotérico.
El aspecto
principal en este punto tiene que ver con el hecho de que mientras los
católicos más educados no asumen las prácticas racionalistas-seculares como
formas concretas de religiosidad (principio de la moral secular del discurso de
la modernidad), sino como parte del mundo moderno, los católicos con menor
grado de educación, al no sentirse parte de esa estructura educacional, son más
sensibles a tipos de prácticas denominadas mágicas, que son concomitantes con
su calificación de prácticas religiosas populares, y que en su sentido histórico
tienen que ver con lo pagano y lo esotérico (es decir, los subalternos). En
otras palabras, los católicos con menor educación republicana se sienten más
cercanos a formas de religiosidad calificadas de populares o paganas (ctónicas) que a aquellas vinculadas con la exacerbación
espiritual de su racionalidad y calculabilidad (apolineas), es decir, creencias seudosicoanalíticas,
racionalmente corporeistas, relacionadas con la
tecnología o la ciencia. No hay más que observar a los grupos de creyentes que
se conforman alrededor de series televisivas como Star
Treck,
Star
Wars,
etcétera, para ejemplificar este tipo de religiosidad.
Ahora bien, si
quiere dilucidarse el vínculo entre niveles de educación y consideraciones de
clase, podría encontrarse una estrecha relación con el sentimiento de
pertenencia que cada actor social resiente, y que en ciertos momentos tiene que
ver con los niveles económicos socioprofesionales y
la desigualdad económica. Cabe mencionar que desde la consideración teórica,
tanto una como otra esfera (neorracionalista, mágica)
responden a procesos de religiosidad de tipo esotérico que no dejan de
enriquecer y complementar (la mayor parte del tiempo efímeramente) el sistema
de creencias dominante al cual cada individuo se adhiere.[29]
Como muestra el
cuadro 2, la mayor parte de los capitalinos tiende a creer más en aquello
relacionado con las energías, la astrología y los ángeles en detrimento de las
demás creencias como ovnis, telepatía, apariciones, etc. Cabe aquí hacer una
aclaración en lo que atañe a esta fe en los ángeles, pues si bien se trata de
una creencia ampliamente vinculada con el catolicismo mexicano, es decir, con
la profesión religiosa mayoritaria en el país, también se adscribe al campo
esotérico pues, como lo dice Ganon (en Lara Klahr, 2000: 315), algunos grupos alejados de la Iglesia
católica utilizan la canalización: “un tipo de espiritismo” para comunicarse
con los seres
de la luz, que son
los ángeles. Ahora bien, desde el año 2001 ha habido una exacerbada moda por
los ángeles, a quienes se les atribuye toda suerte de misiones. Los angelólogos más pragmáticos son los de la llamada New
Age. También
aparecen los ángeles de manera más agresiva en los videojuegos. A decir de Marco Lara Klahr (2000) –quien asevera que angelomanía
y mercadotecnia van de la mano en el mundo actual–, existen más de 60 homepages en la red a disposición de los seguidores de la angelomanía, y en la Ciudad de México hay una inmensa
diversidad de elecciones para el fomento de estas creencias.
Cuadro 2
Porcentaje de católicos que tienen prácticas o
creencias espirituales marginales*
Prácticas o creencias
religiosas marginales |
Porcentaje |
Tipo
de práctica |
|
Orientalista |
16.3 |
Mágica |
29.6 |
Mítica |
18.6 |
Neorracionalistas |
35.5 |
Total |
100% |
Cátolicos que
declararon tener creencias espirituales marginales |
|
Tipo
de creencia |
|
Ovnis |
26 de cada 100 |
Astrología |
30 de cada 100 |
Telepatía |
22 de cada 100 |
Energía |
43 de cada 100 |
Apariciones |
25 de cada 100 |
Ángeles |
52 de cada 100 |
* Sólo se tomaron en cuenta aquellos que respondieron
afirmativamente.
Fuente:
Elaboración propia a partir de la encuesta realizada por el autor y los alumnos
del taller de investigación Etnicidad, Desarrollo y Religión, de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México,
durante el último trimestre del 2002 y primero del 2004.
En la encuesta
realizada para esta investigación, se preguntó a los entrevistados: ¿Aparte de
las creencias que profesa en su religión, cree usted en los ángeles? Cabe
mencionar que estos seres también tienen que ver con la llamada teosofía
(doctrina general que se presenta como un conocimiento esotérico de Dios y de
lo divino), que comenzó desde los siglos xvi y xvii y que tiene que ver
principalmente (para este caso) con la existencia de protectores invisibles,
sean de Oriente o del mundo occidental.[30]
Si observamos
las mismas creencias según la escolaridad, encontramos que los capitalinos
católicos con educación media y superior creen mucho más en la energía (40 y
47% respectivamente). Si nos referimos a los grupos de edad, observamos que son
los capitalinos católicos de 21 a 35 años quienes más creen en la energía, en
42%, contra 38% en el grupo de edad de 36 a 50 años, y 22% entre los que tienen
más de 50 años. En suma: un capitalino católico con menor edad y mayor
educación tiende a creer más en las energías. Por el contrario, en lo que se
refiere a los capitalinos católicos sin educación y con educación básica,
observamos que 63 y 65%, respectivamente, creen en los ángeles; es decir, 10%
más que los capitalinos católicos con educación superior y posgrado. Y son los
capitalinos mayores de 50 años quienes más fe tienen en los ángeles, con un
77%, contra 52% para el grupo de edad de 36 a 50 años, y 63% para el grupo de
21 a 35 años. Así, a mayor edad y menor educación, mayor la creencia en los
ángeles. No hay que irnos muy lejos para interpretar estos resultados. Por un
lado, es conocido que un incremento de educación va acompañado siempre de un
mayor agnosticismo y escepticismo en cuanto a formas demasiado
institucionalizadas de religiosidad. Así, para los capitalinos católicos las
energías representan efectivamente esa entidad fluida, nebulosa, que puede ser
más factible de existir, o al menos más difícil de negar. Asimismo, la creencia
en las energías está muy vinculada a un efecto de moda característico de la
posmodernidad que ejerce su mayor influencia en las generaciones más jóvenes.[31]
En contraste,
los ángeles, al tener un vínculo histórico con las instituciones cristianas, al
estar cargados de principios morales y valores relacionados con las nociones de
bondad, complicidad y pertenencia individual (ángeles de la guarda), seducen
más a los estratos con menor capital educativo republicano. Es importante
insistir en esta unión entre nivel educativo básico y creencia en una entidad no
anónima y
jerarquizada, pues es claro que conforme se eleva la escala educativa, los
principios de libertad, autonomía, autosuficiencia e incertidumbre van también
acrecentándose.[32] Asimismo, no puede
desdeñarse que la creencia tanto en las energías como en los ángeles responde a
una dinámica similar (los ángeles son seres de la Luz, es decir, energías de
algún modo), pero se ve trastocada por el efecto de generación (coyuntura) y su
vínculo simbólico con lo institucional. Este efecto de generación no nada más
tiene que ver con el momento que se vive y los valores que se promueven; en
suma, con el llamado espíritu del tiempo que está presente, sino también con el
efecto material del aumento de escolaridad en la población, cuyos mayores
beneficiarios son las nuevas generaciones. A este fenómeno puede denominársele
la laicización de la población (en términos educativos) o la secularización
de la sociedad (en
términos culturales), que significa una consolidación
de los valores de
neutralidad y tolerancia, pero también de racionalidad y cientificidad,
difundidos por el Estado laico.[33]
No hay que
rechazar efectivamente la propuesta de Peter L. Berger según la cual en las
sociedades modernas la mayoría de las personas desea algunas certezas, algunos
valores y creencias que puedan darse por sentadas.[34]
En suma, este último rubro se relaciona con un efecto de generación (espíritu
del tiempo y progresos educativos en las jóvenes generaciones) y consolidación
de valores laicos y creencias seculares.
Como puede
observarse en el cuadro 3, también se preguntó a los capitalinos en general su
opinión acerca de combinar las religiones históricas oficiales y las
marginales. La mayor parte de ellos discrepa (53%) en combinar varias prácticas
religiosas, a pesar de que la mayoría lo hace. Ahora bien, si diferenciamos
entre los capitalinos católicos practicantes y los que no lo son, observamos
que aquellos que no ejercen ninguna práctica establecida por la Iglesia
católica (pero que se dicen católicos) son quienes menos aceptan (60%) la
combinación de prácticas religiosas de todo tipo. En cuanto a los capitalinos
protestantes practicantes, 84% no está de acuerdo en combinar las prácticas
religiosas institucionales con las marginales.[35]
Los ateos, por su parte, declararon en 31.7% su desacuerdo con la combinación
de diferentes religiosidades; a 18% no le interesa, y la mitad de ellos (50%)
accede a combinar diferentes prácticas religiosas históricas y marginales. En
cuanto al género se refiere, 36% de los hombres manifestó su conformidad con la
combinación de religiosidades, contra 26% de las mujeres. En relación con los
grupos de edad, 33% de los capitalinos de 36 a 50 años mostró mayor propensión
a aceptar la combinación. Finalmente, los capitalinos con posgrado reiteraron
su acuerdo en una proporción de 15% más que los que contaban con otros grados
de escolaridad.
Cuadro 3
Opinión sobre combinar religiones históricas con
religiosidades marginales
|
No
están de |
Sí están
de |
|
acuerdo |
acuerdo |
Total de entrevistados |
53% |
47% |
Católicos
no practicantes que se asumen |
|
|
católicos |
60% |
40% |
Protestantes practicantes |
84% |
16% |
Ateos* |
31.7% |
50% |
Hombres entrevistados todas categorías |
64% |
36% |
Mujeres entrevistadas todas categorías |
74% |
26% |
Grupos
de 36 a 50 años de edad todas |
|
|
categorías |
67% |
33% |
* 18% respondió que le daba igual o no le interesaba.
Fuente:
Elaboración propia a partir de la encuesta realizada por el autor y los alumnos
del taller de investigación Etnicidad, Desarrollo y Religión, de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México,
durante el último trimestre del 2002 y primero del 2004.
Como se muestra
en el cuadro 4, cuando se preguntó a los entrevistados si estarían dispuestos a
combinar prácticas y creencias religiosas, pues es sabido que hay una
diferencia entre estar de acuerdo en alguna cuestión y estar dispuesto a
experimentarla, encontramos que poco menos de la tercera parte de los católicos
estaría dispuesta a combinar religiosidades diferentes, históricas oficiales y
marginales. Entre los protestantes, sólo 8% lo haría, y entre los ateos, 43%
estaría dispuesto a combinar ambas prácticas religiosas. Estas respuestas
varían un poco con los católicos no practicantes, ya que la mitad de ellos
consentiría combinar diferentes prácticas religiosas, incluyendo las
recomendadas por la Iglesia católica. Si comparamos estos datos con los
comentarios realizados en publicaciones anteriores, reparamos en que la
tendencia aquí calificada de multirreligiosa ya había
sido anunciada en cierta medida. A decir de Martínez Assad (1997), la
diversidad religiosa es un hecho irreversible en México y un fenómeno social
que no puede dejarse de lado en el análisis de la sociedad. Los mexicanos se
reconocen en símbolos nuevos que han dejado atrás la pertenencia a un solo
partido y la asistencia a una sola iglesia. Ya no se trata solamente de la
creencia en dogmas sobre la divinidad, sino de la búsqueda de formas más
arraigadas de solidaridad.[36]
Cuadro 4
Opinión sobre estar
dispuesto a combinar
religiones históricas con religosidades marginales
|
No están |
Sí están |
|
dispuestos |
dispuestos |
Católicos practicantes |
70% |
30% |
Protestantes practicantes |
92% |
8% |
Ateos |
57% |
43% |
Católicos no practicantes |
50% |
50% |
Fuente: Elaboración propia a partir de la
encuesta realizada por el autor y los alumnos del taller de investigación
Etnicidad, Desarrollo y Religión, de la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, durante el último
trimestre del 2002 y primero del 2004.
3. Epistemología,
comprensión y análisis prospectivos
Como ha podido
apreciarse, los resultados aquí esbozados, junto con los agregados de otras
encuestas, muestran que la religiosidad mexicana, en este caso la urbana y la
del Distrito Federal, se compone de la mezcla e interdependencia de una
multiplicidad de actividades espirituales que constituyen un paisaje complejo y
diverso que no puede confinarse únicamente al análisis clásico de los tres
polos religiosos mencionados anteriormente (autóctono, popular e histórico). La
multirreligiosidad indica que los capitalinos pueden
perfectamente combinar diferentes prácticas sin por ello cuestionar su adhesión
institucional a alguna religión histórica. Se trata, pues, de formas de
religiosidades difusas, sincréticas, donde se combinan diferentes prácticas
pertenecientes a otras entidades o sistemas de creencia. No se trata entonces
solamente de una fuerte pluralidad de religiosidades y prácticas espirituales
que cohabitan en el espacio urbano, sino de una constante combinación entre
ellas –unas más perennes que otras–, siempre necesaria para armonizar la
complejidad y la heterogeneidad existentes en los espacios urbanos como la
Ciudad de México.
Es evidente que
presenciamos una tendencia a la diversificación de la pertenencia religiosa en
la población urbana de la capital, que funciona como complementariedad
normativa para el individuo en las áreas donde la suscripción a la rigidez de
una institución religiosa no ha podido brindar suficientes respuestas
satisfactorias a los problemas e incertidumbres de los tiempos, así como a la
necesidad de nuevas alternancias religiosas que alimenten el sentido de
pertenencia y construcción de significado en la vida cotidiana.
Pudo también
observarse que esta dinámica conlleva a una combinación de lógicas religiosas,
mágicas, míticas y cientistas, con especificidades
locales y regionales que permean la coyuntura actual. Hoy estas mismas lógicas
son más aceptadas y tomadas en cuenta, sobre todo en cuanto al papel que tienen
para compensar el desencanto y efusividad social que a veces la socialidad urbana engendra. Así, la multirreligiosidad
es una metáfora que traduce la aceptación de una realidad arcaica, en el
sentido de lo primero y fundamental. Se trata de la expresión contundente ya
mencionada por Max Weber del politeísmo de valores, que es un consenso
asociado a un ajuste afectivo
que existe cotidianamente.
3.1. Prospecciones
El caso aquí
enunciado lleva en una primera instancia a reconsiderar la manera en que
definimos y analizamos diferentes conceptos y nociones en torno a lo sagrado y
trascendental.
Primeramente
consideramos dentro de nuestro planteamiento que para entender los fenómenos
vinculados con lo sagrado hay que hablar en términos de religiosidad. Puede
definirse como el conjunto de prácticas y creencias vinculadas con lo
sobrenatural y lo trascendente que ofrecen parámetros interpretativos y
elementos de comprensión para aprehender el mundo invisible y simbólico que se
presenta en la realidad visible y concreta. La religiosidad involucra
principalmente un sentido de pertenencia, un ‘estar-juntos antropológico’
imaginario o real, y es donde se conjunta de manera estrecha la relación
sagrado-profano existente en el entorno social y natural, sea en lo privado o
en lo público, en las instituciones o en los comportamientos individuales, o
bien en el mismo ser humano. En una palabra, la religiosidad involucra un
proceso de sociabilidad-socializadora-socializante. Por tanto, puede decirse que está
inscrita en todos los niveles de la vida societal (Hommo credos).
Esta
religiosidad está conformada por lo que llamamos un sistema de creencias que
tienen que ver con el conjunto de relaciones asociadas a la comunicación con lo
trascendental y que se producen en la socialidad.
Este sistema incluye en su lógica un alto grado emocional, un vivencial subjetivo, pero al mismo tiempo con
un conjunto de prescripciones (normas, reglas, límites, indicaciones) que
permiten coordinar y moldear las creencias grupales e individuales y su
relación con el entorno.
Este sistema de
creencias teóricamente está conformado por esferas interdependientes y en
constante retroalimentación; ellas son: la mágica, la mítica y la religiosa (y
más recientemente la cientista, que sería en cierta
forma una síntesis contemporánea de las tres anteriores).[37]
La esfera mágica
llama principalmente al aspecto provisorio, clientelar, inmediato, privado e
individual de las creencias. En una palabra, es el aspecto informal y pragmático
del sistema de creencias. La esfera religiosa, o la religión, se refiere a la
institucionalidad de la creencia, a su periodicidad e historicidad, a su
aspecto público y dogmático. Es la parte funcional-estructural del sistema.
Finalmente, la esfera mítica tiene que ver más bien con la imaginería de la
creencia, con su sentido y significación. Es la parte que vincula y legitima la
creencia permitiendo la conexión, intercambio y comunicación entre la esfera
mágica y la de la religión en los procesos trascendentales y simbólicos del ser
humano. Estas tres esferas tendían a separarse y a ser estudiadas aisladamente
en los estudios clásicos sobre la religiosidad.[38]
Ahora bien, el
sistema de creencias encuentra su interconectividad con todas las esferas a
partir de la ritualidad o el rito: se encuentra en todos los aspectos de la
vida cotidiana y social de los pueblos, grupos e individuos. Se trata netamente
de prácticas, tanto en el sentido estricto (formas de alimentarse, transmitir
conocimientos, cuidarse, curarse, etc.) como en el extenso (histórico y
simbólico). Esta ritualidad, por tanto, implica en su haber un consenso
colectivo (ética) que comunica lo sagrado y lo profano; contiene formas
explicativas del entorno social y, sobre todo, una legitimidad aceptada por
quienes la practican, sea institucional, carismática o imaginaria.[39]
Por tanto, para
entender de manera sociológica los fenómenos como la multirreligiosidad,
o simple y sencillamente la religiosidad en general, hay que estudiar
principalmente la interconectividad de las cuatro esferas mencionadas, tanto en
la vida cotidiana como en el proceso histórico, y no empecinarse en encontrar
la esencia particular de cada una de ellas y su relación genéticamente causal
con los hechos sociales. Así, no se trata exclusivamente de un problema de
definición de la religión, como lo planteó Hervieu-Léger
(1987) en su connotado artículo, sino de un replanteamiento en el enfoque
puesto en marcha para entender el fenómeno. A este respecto propondría hablar
más bien de sociología de la religiosidad, y referirnos a la sociología de las
religiones cuando se trate precisamente de estudios que relacionan grados,
impactos de la creencia institucional en la dinámica societal.
En términos más técnicos, diríamos que la sociología de la religiosidad sería
una metasociología de la sociología de las
religiones. En todo caso, consideramos que las definiciones deben funcionar
como tipos ideales (Weber), y no para designar un deber-ser o un statuo quo per se (Hervieu-Léger,
1987).
Esta propuesta
epistemológica no está separada del conocimiento que se ha generado desde los
clásicos hasta la actualidad en torno a los fenómenos que vinculan lo sagrado y
lo profano con el comportamiento societal. El punto
nodal en todo esto es que en la actualidad, en el mundo llamado contemporáneo o
posmoderno, los enfoques sobre este tema no pueden permanecer en el mismo
terreno. Ciertamente, las teorías de la secularización han tratado de brindar
herramientas consecuentes para su comprensión.[40]
No obstante, como se mencionó al principio del artículo, a la luz de dichas
teorías se necesita continuar en la reflexión para estar a la par con los
fenómenos de religiosidad que se presentan en nuestra dinámica contemporánea y
construir elementos epistemológicos complementarios para entender integralmente
el funcionamiento sistémico de las creencias en la actualidad. Antes de repasar
de manera crítica y muy breve estas teorías, habría que mencionar que su
inconsistencia tiene que ver principalmente con dos razones.
a)
El planteamiento analítico de las teorías de la secularización, al conservar
implícitamente la herencia universalista del cristianismo sanagustino,
esto es, el hecho de partir de un análisis unitario y monocausal
buscando respuestas a los fenómenos a partir del estudio de una esfera, las
limita a tomar más en cuenta la combinación reflexiva de todas ellas. Con esto
queremos decir que las teorías de la secularización generalmente no analizan la
religiosidad en cuanto a su lógica interna como un sistema de creencias (magia,
mito y religión), sino más bien en términos de confrontación, reemplazo,
oposición de diferentes umbrales de reli-giosidad que
ha habido en la historia de las civilizaciones, sin tomar en cuenta la
combinación de las esferas entre sí. En otras palabras, analizan la
religiosidad como si la secularización no formara parte de un sistema de
creencias activo en la sociedad. Así, se examinan las creencias con criterios
evolutivos: primero magia, después mito, le sigue la religión, por último la
ciencia; y se plantean dinámicas de transposición, reemplazo o separación de
las esferas que componen el sistema de creencias, sin verse su
complementariedad. Por lo mismo, no consideran la existencia implícita y
subterránea de las otras esferas que puedan existir en los asuntos de la
religiosidad (lógica politeísta). En lugar de analizar la religiosidad como un
sistema de creencias en conexión con diversas esferas (mágica, mítica,
religiosa, cientista), es decir, tomando en cuenta el
aspecto antropológico de la creencia, se ha querido explicar el fenómeno a
partir de consecuencias (privatización, declive de lo religioso,
diferenciación, pluralización, etcétera).
Para decirlo de
manera abrupta, el hecho de que la secularización moderna, en tanto sistema de creencias,
domine en el campo de la religiosidad ha dado como resultado el establecimiento
de una dinámica de la religiosidad que oscila entre una universalista
monoteísta y un relativismo politeísta. De esta manera, la secularización como
creencia rompió con monopolios y abrió paso a la pluralización, que si bien
mina algunas certezas, no necesariamente hace que la religiosidad desaparezca,
sino que por el contrario, como fue en nuestro caso, ha llevado a que procesos
subterráneos tengan mayor legitimidad e incluso fortalezcan religiosidades
vertientes de esferas institucionales legítimas (religión). Como vimos, el
impacto de la secularización como creencia dominante en la actualidad ha
llevado a que incluso las religiones se fortalezcan con una mayor diversidad de
creencias y prácticas que son ahora tolerables y vistas con buenos ojos.
b)
Las teorías de la secularización han querido explicar los fenómenos de la
religiosidad (particularmente moderna y contemporánea) desde un distanciamiento
pretendidamente objetivo, sin tomar en cuenta que el sesgo eurocéntrico
(sociocentrismo) de la modernidad posee su correlato
en las mismas teorías de la secularización. A este respecto, Berger (1967)
habla de eurosecularidad. En otras palabras, pocas
son las teorías de la secularización que la consideran también un sistema de
creencias cuyo primer albor se ubica en la superación de las religiones
arcaicas por las religiones mundiales (es decir, en este paso mental y cultural
que va de los dioses inmanentes a la naturaleza superados por un dios único de
la materialidad), y esto será el fundamento de todos los ulteriores procesos de
secularización en el mundo moderno.
Partir de estos
enfoques tiene dos repercusiones: primero, pensar ingenuamente que la
secularización es un tipo de ideología separada de la religiosidad y que por
tanto se trata de un proceso neutral frente a las religiosidades. Así, se
analiza el impacto de la secularización sobre las religiones y no la dinámica
de la religiosidad en el marco de la secularización. De esta manera se favorece
el enfoque público-privado, y no el de un movimiento histórico que posee raíces
religiosas ocurridas antes de la era moderna, que ha tendido a reemplazar a
otros sistemas de creencia y a dominar principalmente en la era de la modernización.
En suma, la secularización no es analizada como un proceso de religiosidad en
combinación con otras religiosidades, sino como una dinámica histórica que
impacta en los fenómenos sociales, pero que no forma parte de los fenómenos
vinculados con lo sagrado y lo simbólico.
En segundo
lugar, esto conlleva a que los planteamientos de las teorías de la
secularización tiendan a explicar las religiosidades emergentes y establecidas
como procesos históricos, y no como entidades simbólicas que contienen una
lógica interna siempre existente en los sistemas de creencias, en la cual la
secularización también ha participado según las épocas en mayor o en menor
medida. Por el contrario, analizan esos procesos tomando las mismas teorías
como herramientas objetivas que dan cuenta de un proceso histórico, y no en
términos de una transfiguración religiosa llamada secular. No han advertido que
el enfoque contiene un punto de vista específico que está adherido a los
principios y visiones de la secularización. En otras palabras, no han separado
de sus enfoques la visión que ha impuesto poco a poco la secularización en el
mundo moderno.
Para entender
esto es necesario considerar que la secularización de la sociedad se llevó a
cabo desde que los primeros profetas cristianos abogaron por la separación de
los poderes religiosos, políticos y económicos (Jesús y los mercaderes del
templo).[41] Así, tras su
legitimación, la cultura se seculariza dentro del propio cristianismo
(agustino-platónico y aquino-aristótelico), así como,
tras el debilitamiento eclesial posterior a la Reforma, la razón logra
independencia de la teología para dar pie a la filosofía moderna y a la
ciencia, es decir, a formas transfiguradas de creencias y prácticas
provenientes del cristianismo predecesor.[42] Resulta
por tanto difícil observar una correlación temporal entre modernización y
secularización, pues los efectos secularizadores siempre son tardíos. La
modernización no constituye el motor de la secularización, o de otras
influencias, o de eventuales subproductos de la modernización no presentes en
sus etapas iniciales. Así, en numerosas ocasiones las teorías planteadas se
vuelven tautológicas en relación con el fenómeno mismo de la secularización.
3.2. Epistemología
en construcción
Como pudimos ver
en el caso de la multirreligiosidad urbana
contemporánea de la Ciudad de México, es difícil observar una disminución de lo
religioso con la incursión de las creencias seculares. Es decir que la racionalización
(Weber), a pesar de
que ha habido un crecimiento del pensamiento racional como fin y como valor, y
que se han ‘intelectualizado’ numerosas esferas de la vida, no ha minado la
religiosidad, y menos aún la multirreligiosidad. En
cierta medida, la religiosidad se ha fortalecido, tanto como la religión misma.
En efecto habrá creyentes que prefieran la religión de la era secular que la de
los ‘oscuros’ periodos previos. La religiosidad de la religión dominante en
México ha perdido influencia sobre esferas sociales y culturales, pero no por
ello han desaparecido otras formas transfiguradas de religiosidad.
Cabe mencionar
que en ocasiones el decrecimiento de la filiación institucional no tiene que
ver con un proceso de modernización o incluso de secularización, pues como ha
podido observarse a lo largo de la historia –desde la venta de un lugar en el
paraíso impuesta por el Papa de los Médicis, hasta
los recientes casos de pedofilia en el clero, pasando por el Ancien regime y
la Iglesia católica en la España de Franco–, las iglesias se han encargado de
alejar a sus propios feligreses. Además, no puede afirmarse que la ciencia y la
tecnología hayan ayudado al desplazamiento de la religiosidad a espacios más
marginales, puesto que, como se ha mencionado en otros textos, la multirreligiosidad está íntimamente relacionada con
técnicas alternativas de existencia material (creencias y prácticas neotecnologizadas); ni tampoco que la tecnología haya
tenido un fuerte impacto en el decrecimiento de la religión. Esto nos lleva a
decir que con la ‘mundialización’ de la secularización no se han desvanecido
forzosamente las preocupaciones espirituales para concentrarse en aspectos
materiales. Evidentemente se ha individualizado, y la creencia se ha psicologizado para agradar al consumidor, pues, como pudo
verse con la creencia en los ángeles y los amuletos, la religiosidad puede
estar asociada a la mercantilización de lo sagrado y trascendental, pero eso no
significa que haya desaparecido o sea la causa de un desvanecimiento.
Tampoco se
corrobora una diferenciación social en la cual las instituciones (religiones)
funcionen de manera autónoma, separada y especializada del aspecto envolvente
de la religiosidad (magia, mito), perdiéndose en la realidad societal, tal como lo planteaba la teoría clásica de la
secularización de Wilson y otros especialistas de los años sesenta. Más bien
pudo notarse una complementariedad y un reforzamiento de la primera a través de
lo segundo.
Ahora bien, si
hablamos en términos de la individualización de la creencia (Luckmann), si bien es un fenómeno no desdeñable, esto no
quiere decir que la religiosidad se individualice, sino que, por lo contrario,
como se vio, la elección de complementariedad de otras creencias y prácticas
sigue estando estrechamente vinculada con el sentimiento mismo de pertenencia a
una colectividad y con sus corolarios, que son la formación de nuevas tribus,
sectas, etc., sean de poca o larga duración. Todas ellas hacen un llamado a
este sentido de pertenencia característico de la religiosidad. Pueden
encontrarse dinámicas de autorrealización a partir de terapias modernas
(sincretismo oriental, New Age, etc.), pero no puede decirse que eso
conduzca a la pérdida del sentido de colectividad trascendental.
Asimismo, pudo
notarse que el proceso de secularización ha llevado a la emergencia legítima en
el espacio público de prácticas y creencias marginales (como aquí se
definieron), lo que permite sostener que las prácticas de religiosidad no se
constriñen automáticamente a la esfera privada y desaparecen de la pública,
sino que están de manera más intrínseca en la realidad religiosa de la
sociedad, en un movimiento de péndulo. Así, las explicaciones de la
‘privatización’ de la religión, replegándose a la esfera privada, son socavadas
con la práctica de religiosidades marginales, muchas de las cuales, sin
embargo, son llevadas a cabo en el espacio público.
Como dice
Berger, la secularización ha afectado evidentemente el plano de las
subjetividades o las conciencias (como ha sucedido con otros procesos
históricos), pero no garantiza, como lo muestra el caso aquí estudiado, que los
individuos sean sustraídos de la dominación de las instituciones y de los
símbolos religiosos centrales. No cabe duda que con la incursión de la
secularización como parte de un sistema de creencias se ha llegado a la sustracción
de los monopolios religiosos. Pero no puede afirmarse, al menos para este caso,
que la religiosidad contemporánea se defina como un menú, o como religiosidades
a la carta (como el modelo de “economía de mercado religioso” de Rodney Stark [Stark
y Bainbridge, 1985 y Stark, 1987 y 1996],[43]
propuesto por y sustentado en la rational
choice)
que están a la disposición de los actores. En efecto, la ‘pluralización’ del
mercado religioso en situación de libre competencia sobre un mercado
desregulado no es completamente pertinente para nuestro caso. Más bien
podríamos hablar (retomando la metáfora del menú) de la elección por parte de
los grupos e individuos de un aperitivo, de una entrada, de una guarnición y un
postre, en referencia al plato central y al capital social y económico con que
se cuenta (clase social).
Cabe mencionar
también que es cuestionable la propuesta de David Martin (1978) acerca del
“monopolio católico” como modo de unir o dividir sociedades y grupos (si bien
es una constante en todo discurso centralizado vinculado con las creencias),
pues los creyentes no requieren un rompimiento del monopolio para dar pie al
pluralismo religioso. Como se vio aquí, el hecho de que las religiones
históricas monopolicen el sistema de creencias no impide que mediante el
proceso de secularización los actores sociales se sientan forzados a abandonar
sus creencias y prácticas institucionales de las religiones monopólicas para
creer o practicar religiosidades de tipo marginal.
Kare Dobbelaere
(1994), al proponer una definición multidimensional de la secularización,
plantea un acercamiento a los fenómenos de la religiosidad de nuestro tiempo
más prometedor, pero no por ello incompleto. Para este autor, el fenómeno de la
secularización tiene que ver con la subjetivación de lo religioso, la
desinstitucionalización de la creencia, la transformación de los grupos
religiosos, la emergencia de una diversidad de opciones religiosas que
debilitan al ex monopolio de los religiosos y la relocalización de lo sagrado
en la sociedad. Todo ello es cierto en parte, sólo que su perspectiva sigue
teniendo rasgos demasiado unitarios, pues si bien hay una subjetivación de lo
religioso, también hay una objetivación clara por parte de los actores
sociales; es decir, existe una clara conciencia de exteriorizar la interioridad
de la religiosidad a través de grupos y colectividades. Puede hablarse de
desinstitucionalización de la creencia, siempre y cuando no se tome en cuenta
esta dinámica de interrelación e interdependencia que existe entre las esferas
religiosa, mágica y mítica (y en la actualidad cientista-secular).
Más bien habría que hablar de reinstitucionalizaciones nuevas y constantes de
la religiosidad. Existe ciertamente una diversidad de opciones religiosas, pero
pensaría más en una multilocalización de lo sagrado o
de la religiosidad por medio de la relocalización, como siempre, de lo
religioso.
De esta manera
queda abierto el problema de dónde situar la tensión entre lo profano y lo
sagrado, ya no planteado como una separación tajante, sino desde la perspectiva
de dos entidades que se complementan en una dinámica pendular. Asimismo, este
caso de la multirreligiosidad lleva a reconsiderar la
idea del descenso de adhesión de los individuos a partir de las normas
institucionales (proceso de laicización o separación de las instituciones entre
Iglesia y Estado) y del cambio religioso que corresponde a las transformaciones
de las organizaciones, y por tanto la emergencia de nuevos grupos y la
declinación de otros. Habría que pensar quizá en una dinámica histórica donde
la religiosidad es perenne e innata a los grupos humanos (socialidad-socilizadora-socializante), la cual se constituye según el
contexto geotemporal por un sistema específico de
creencias cuya dinámica interna siempre estará conformada por las esferas de la
religión, de la magia y del mito.
Este artículo
quiso proponer algunos esbozos tanto reflexivos como empíricos de formas de
religiosidad poco estudiadas en el ámbito de la sociología, pero que no son
menos importantes. A partir del estudio de caso se hicieron algunos comentarios
críticos sobre las virtudes e inconsistencias de las teorías de la
secularización para explicar dichos fenómenos. El objetivo fue destacar que las
discusiones en torno a este tema llegan a ostentar un carácter cuasi sacro, como si se tratara de una
especie de secularización de la teoría de la secularización, donde esta última
se transforma en una suerte de credo que es campo de enfrentamiento de
creyentes de diferentes iglesias seculares para legitimar la apropiación de la
producción de símbolos y la interpretación en lo trascendental; se limitan, por
tanto, los estudios, como el de la multirreligiosidad
urbana contemporánea en México, a análisis de tipo evolucionista, en vez de
plantearlos en términos de esferas interdependientes. Se tiende a ver la
religiosidad como agregación y no como combinación, complementariedad y
mestizaje. Queda por tanto una larga tarea por realizar para constituir
elementos heurísticos alternativos a los planteados en las teorías de la
secularización, y tener otra mirada sobre los fenómenos de la religiosidad.
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Recibido: 21 de julio de 2004.
Reenviado: 28 de marzo de 2005.
Aceptado: 8 de agosto de 2005.
Daniel
Gutiérrez Martínez
es candidato a doctor en ciencias sociales con especialidad en sociología por el
Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México, a.c., maestro en antropología del
desarrollo por el Instituto de Estudios del Desarrollo Económico y Social (iedes), Paris i Panthéon-Sorbonne,
y licenciado en sociología económica por la Universidad de París i Panthéon-Sorbonne.
Es profesor-investigador asociado en la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México y profesor-investigador
en El Colegio Mexiquense, a.c.
e investigador asociado en el Programa Interdisciplinario de Estudios sobre las
Religiones (pier)
en la misma institución. Ha colaborado en diversos suplementos culturales de
periódicos mexicanos como La Crónica, unomásuno, y en revistas
especializadas como Estudios Sociológicos de El
Colegio de México.
[1]
En el ix
Congreso Latinoamericano sobre Religión y Etnicidad, llevado a cabo en Lima,
Perú, y auspiciado por la Asociación Latinoamericana para el Estudio de las
Religiones (aler),
el simposio núm. 18, coordinado por Francisco Diez de Velasco, tuvo como
temática la multirreligiosidad en Iberoamérica; ahí se expresaron los nuevos y viejos
aportes sobre el tema. Se le consideró como una de las posibles definiciones de
la pluralidad religiosa que actuaría como un correlato en lo relativo al mundo de
las religiones, tanto como la multiculturalidad lo es
en el ámbito de las culturas. No se habló tanto de la diversidad religiosa en
general (el carácter diverso de las religiones del mundo, aunque no existan
importantes interrelaciones), sino la combinación de esa diversidad en un ámbito
específico. El análisis de la multirreligiosidad
requiere, pues, una reflexión sobre los datos estadísticos (y en general de sociogeografía de las religiones) en la zona que se estudie
de manera que pueda calibrarse la importancia del fenómeno y su dinámica. Las
claves del enorme desarrollo de la multirreligiosidad
en la actualidad son la inmigración, la conversión y la tradición.
[2] Para san Agustín, lo característico
de la creencia y de la fe es que se trata de un acto de confianza respecto de
la veracidad divina; se trata de creer sin necesidad de comprender. Lo que uno
comprende no contribuye al mérito de la fe. Comprender no es creer, es ver, y
la fe sólo existe donde no hay visión. Por tanto la creencia hace posible visible
lo invisible. Cf. el evangelio según san Juan viii: xxxvii (Nácar y Colunga, 1985).
[3] A este respecto basta con referirnos
a los comentarios de Samuel Ramos (1989) en su clásico libro El
perfil del hombre y la cultura en México, donde definía la cultura mexicana como dos mundos
diversos que apenas se tocan entre sí. Uno es primitivo y pertenece al indio,
el otro civilizado y es el dominio del hombre blanco.
[4] Lo que se denomina como cristianismo
son todas aquellas creencias religiosas institucionales (Iglesia católica,
anglicana, ortodoxa u oriental, y las diferentes comuniones evangélicas,
protestantes y reformados –luteranismo, calvinismo, presbiterianos, etc.– así
como los cristianismos carismáticos –pentecostales y neopentescostales–)
que se sustentan en la fe introducida por Jesucristo y fundada en él. En fin,
son tan grandes los contrastes en el cristianismo, que se ha llegado a decir
que no es una religión única, sino el conjunto de numerosas comuniones
diferentes, ligadas por haber nacido en un medio cristiano común.
[5] Los estudios de Alfredo Lopéz Austin, Miguel León Portilla, Jacques Soustelle y Fernando Benítez, entre otros, son emblemáticos
en lo que concierne a la religiosidad autóctona, originaria o mesoamericana.
Respecto a la religiosidad popular, destacan los trabajos de Félix Báez-Jorge,
Saúl Millán y Johanna Broda,
entre muchos otros, así como la colección de textos del ini, Fiestas
de los pueblos indígenas de México.
Finalmente, en lo correspondiente al catolicismo mexicano, puede señalarse el
libro de Roberto Blancarte, Historia de la religión católica
en México (1992).
[6] Sin duda también podría hablarse de multirreligiosidad rural, que se asemejaría en algunos
aspectos a lo que se conoce como religiosidad popular en los términos de Gramsci. Más adelante profundizamos al respecto, aunque en
este trabajo nos restringimos a la multirreligiosidad
urbana.
[7] Por dominación entendemos
precisamente la existencia legítima de una entidad (en este caso sagrada) que
domina a las demás en un mismo espacio. Este dominio puede presentarse de
diversas maneras (imposición, tolerancia, indiferencia, etcétera).
[8] Para otros autores, en realidad el
pluralismo se define solamente respecto a la primera calidad mencionada
(politeísmo), al decir que el pluralismo contribuye a la relativización de todo
valor y moral que previamente se concebían como establecidos e inamovibles. Se
trata sin duda de algunas divergencias de tipo definitorio que a nuestro
parecer están vinculadas con la consideración de las relaciones de poder que
existen en toda interacción societal. Cfr. Loret de
Mola (1999: 25).
[9] Véase para una síntesis de lo
sincrético Claude Rivière (1997: 123, 166 y 171).
[10] Una de las principales observaciones
que se le han hecho a Néstor García Canclini (1990),
en su obra Culturas híbridas, estrategias para entrar y salir de
la modernidad, es
precisamente la escasa reflexión sistemática para definir hibridación, y meter
en una misma concepción todas las interrelaciones culturales que se generan en
un mundo globalizado. En la nueva edición (2001: iii), reconoce que este aspecto
fue insuficientemente tratado en la versión original, por lo que brinda una
definición más sistématica de hibridación, la cual
entiende como “los procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas
discretas, que existían en forma separada, se combinan para generar nuevas
estructuras, objetos y prácticas”. Sin embargo, para el caso que nos compete,
la definición sigue careciendo de algunos elementos para analizar el fenómeno
de la multirreligiosidad.
[11] De esta manera, se dirá que la
combinación multirreligiosa (tomar elementos de
religiosidad exógena) en un creyente protestante fortalecería su credo, más que
cuestionarlo. Lo mismo con el católico, el judío, el ateo, etcétera.
[12] Como se verá más adelante, debido a
los escasos datos obtenidos entre la población de las diferentes adhesiones
religiosas existentes en la capital, sólo se utilizarán los datos obtenidos de
los católicos capitalinos, puesto que son ellos quienes se prestan, por su
cantidad, a un mejor análisis de tipo cuantitativo.
[13] Para este último caso, cabe mencionar
que desde hace mucho tiempo diversos investigadores han estudiado lo que se
denomina religiones civiles, que constituyen las creencias y prácticas
relacionadas con las nuevas religiosidades que surgieron principalmente con la
Revolución Francesa y el establecimiento del Estado laico, donde a la par de un
anticlericalismo se erigió el culto a la diosa Razón, al Progreso, etc. Véanse
al respecto: Baubérot (2005), Gauchet
(1998) y Mardones (1994: 31 y ss).
[14]
La predominancia de una antropología anglosajona ha llevado a asociar
directamente la etnografía con la investigación cualitativa, al considerarla
como la que llama a todas aquellas herramientas vinculadas con la observación
participante, las entrevistas a profundidad, los diarios de campo relatando
usos y costumbres de manera cualitativa, encajonando todas las herramientas
cuantitativas de modos de observación diferenciados y supuestamente alegados de
la disciplina etnográfica. Al respecto véase Rivière
(1995).
[15] Un vivo ejemplo de este enfoque, que
sin duda ha hecho ya su camino en el ámbito académico, es el clásico estudio de
Danièle Hervieu-Léger con
la colaboración de Françoise Champion, Vers un nouveau Christianisme? (1986), donde desmitifica la idea de
la homogeneización de la religión católica en Europa en detrimento de los
cultos paganos durante la Edad Media. Por lo contrario, pone énfasis en la
participación (la mayor parte del tiempo de manera intrínseca) de dichos cultos
en la solidificación del catolicismo, lo que da como resultado en la actualidad
toda una gama de matices que se encuentran en la liturgia institucional del
catolicismo francés. Asimismo, los autores hablan en términos de un cristianismo
transfigurado y no acabado o en desmoronamiento. Véase principalmente el
capítulo iii.
También podemos mencionar el fenómeno de la misma eucaristía en la liturgia
católica: ¿acaso este ejercicio sacramental (milagro) no fue puesto en
cuestionamiento por los calvinistas, precisamente por contener aspectos
demasiados magizados, como el hecho de transformar
espontáneamente el pan y el vino sagrados en el cuerpo y la sangre de Cristo?
[16] Nos referimos principalmente a las
teorías de la secularización que hacen referencia a la racionalización
(Weber, Bryan y
Wilson), a la mundialización, a la diferenciación (funcionalismo), pluralización (Berger), privatización (Luckmann),
generalización (corriente durkhemiana: Parsons, Bellah), declinación
(Wilson), utilitarismo
(Rodney
Stark). Véase Hunt (2002) y
Casanova (1994).
[17] Por supuesto que frente a tantas
interpretaciones y explicaciones teóricas en torno a la secularización, es por
el momento prematuro hablar en términos de paradigma. Lo que sí es cierto es
que muchos análisis, laboratorios en ciencia social, teorías sociológicas, etc.
giran en torno a este tema haciendo recurso de la secularización para tratar de
explicar fenómenos societales modernos y
contemporáneos, incluidos los de la religiosidad. Véase Hunt
(2002) y Casanova (1994).
[18] Al respecto vale la pena mencionar el
libro de Claude Rivière, Socio-anthropologie des religions (1997), donde se advierte la necesidad
de observar los fenómenos religiosos desde otra lupa que la de las teorías de
la secularización, y más bien a partir del desciframiento de las creencias por
medio de los relatos míticos, las reinterpretaciones de la magia y el
chamanismo reactivado, así como las teorías sobre el rito.
[19] Danièle Hervieu-Léger (1987: 19) discute este aspecto arguyendo que
en “el mundo moderno está del lado del arte, de la política, del gozo del
cuerpo o de la ciencia misma (todos ellos campos que el proceso de
racionalización arrancó progresivamente al imperio de las religiones históricas
–y a los cuales podría agregarse el de las tecnologías de punta y los sistemas
de comunicación altamente complejos e incluso la misma esfera
técnico-económica–, más allá de la cotidianidad productiva), donde se envuelven
esos apetitos de significación. Éstos suscitan, tanto como la creencia
tradicional, esfuerzos ascéticos, comportamientos rituales, impulsos de
devoción, incluso experiencias de éxtasis […] el desencantamiento del mundo no
significa el fin de la religión, ni menos el de las instituciones religiosas
tradicionales, sino que en el espacio mismo de estas últimas se producen nuevas
formas de ‘religiosidad’ invirtiendo los espacios sociales así liberados por la
tutela de las religiones históricas”.
[20] Es importante mencionar que las
diversas migraciones rurales hacia la Ciudad de México, así como el proceso de
centralización, poco reducido en el df por las políticas de descentralización, han sido
acompañadas por un efecto de difusión y propagación cultural diversificada,
pues siendo el df
un lugar de correspondencia y escala importante, ha ido asentándose y
constituyéndose toda una gama de grupos étnicos, religiosos, culturales,
provenientes de toda la Republica Mexicana y del extranjero. Así, la Ciudad de
México es representativa de las tantas ciudades contemporáneas en el mundo que
pueden ser calificadas de cosmopolitas. Cfr. Cristian Parker (2003). Esto no es
más que el resultado del llamado “proceso civilizatorio” o de modernización,
que ha sido más pronunciado en las urbes y capitales que en las pequeñas
ciudades y en el contexto rural.
[21] La encuesta fue llevada a cabo por el
autor y los alumnos del taller de investigación Etnicidad, Desarrollo y
Religión, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad
Nacional Autónoma de México, 2001-2003, a partir de preguntas cerradas (sí/no).
Se hicieron 1,013 cuestionarios de forma aleatoria durante tres semanas al mes
de noviembre del 2002, y en el mes de febrero del 2003 se aplicaron en centros
comerciales, mercados, universidades, estaciones del metro, plazas públicas de
las 16 delegaciones de la Ciudad de México, a personas mayores de 20 años; se
cuidó que la distribución por sexo fuera equivalente. El análisis estadístico
se realizó con el paquete informático spss, con análisis de regresiones
multinomiales. En cuanto a los demás datos
comparativos integrados en la investigación, fueron extraídos de: Loret de Mola (1999), Beltrán (1996), Eslabones (1997), Inglehart
et al.
(2000) y León (2003).
[22] Si bien en México y en el Distrito
Federal los católicos son la mayoría de los creyentes en el país (83% de los
encuestados), cabe señalar que desde la década de los noventa las agrupaciones
evangélicas ya superan en número de registro a las católicas. Según la
Subsecretaría de Asuntos Religiosos, las iglesias evangélicas tienen un
registro de 3,130 agrupaciones, y las católicas alcanzan las 2,799. Según datos
de la misma fuente, los evangélicos cuentan con 36,776 ministros; los católicos
suman 19,195, y las iglesias denominadas no cristianas apenas alcanzan los 137
ministros. En esa capital se registran 12,228 inmuebles de uso religioso. De
ellos, cerca de siete mil son utilizados por la Iglesia católica, pero unos
cinco mil están destinados a las agrupaciones evangélicas. En este sentido, en
los últimos cinco años los evangélicos han abierto cerca de dos mil nuevos
templos. Con esto no se pretende decir que nos encontramos en una ‘zona de
peligro’, o con un fenómeno de desaparición de la religión católica (que sigue
siendo por mucho la mayoría) debido a la proliferación protestante y
evangélica, sino que ha habido un incremento sustancial de dichas prácticas y
creencias en ciertas zonas en el país, y la Ciudad de México es parte de uno de
estos espacios. Ahora bien, según la Encuesta Mundial de Valores (Inglehart et al., 2000), la sociedad de este país ha
dirigido su mirada en años recientes hacia una búsqueda de lo divino, de lo
espiritual. Después de la familia y el trabajo, la religión es el aspecto más
importante en México. La creencia en Dios es casi unánime, y hoy 98% de los
mexicanos adultos asegura que cree en Dios, que los conceptos de alma, cielo,
infierno, e incluso la vida después de la muerte, son comunes en sus creencias,
y más que debilitarse las creencias religiosas institucionales en el sistema de
creencias mexicano, en años recientes se ha fortalecido su presencia de manera
importante.
[23] En este sentido coincidimos con la
propuesta de Loret de Mola (1999: 21) acerca de que
la subjetivización de la creencia consiste en que los
mismos individuos transforman el dogma objetivo e institucionalizado en algo
emocional o experimental, así como los contenidos religiosos se relativizan.
[24] Con el fin de sustentar parcialmente
los datos obtenidos, vale la pena compararlos con la información proporcionada
por bisma
(publicada junto con León, 2003),
donde se observa que 67% de los católicos dice que se toma algunos momentos
para rezar; 66.1% dice que sólo existe una sola religión verdadera, y 10%
considera que no la hay. Asimismo, 84% de las mujeres y 70% de los hombres
afirman que la religión es importante o muy importante en su vida, pero
reconocen que realizan otras prácticas religiosas de tipo terapéutico, lúdico,
catártico o socializador. Ahora bien, 52% dice que acudió a la religión para
desahogarse, y 73% de los mexicanos tiende a pensar que la solución de sus
problemas depende de la ayuda de Dios, por lo que 60% dice que hay que mantener
las tradiciones y las reglas que la Iglesia indica; sin embargo, 56% considera
que la Iglesia (particularmente la católica) está muy alejada de sus problemas.
Cabe señalar, igualmente, que 91% de los entrevistados considera que su dios es
el mismo que el de los judíos, y 79.2%, que es el mismo que el de los
musulmanes. Finalmente, en la misma encuesta se encontró que 5% de los
individuos pertenecía a otras creencias cristianas, de los cuales, nueve de
cada 10 se dicen practicantes. Por su parte, en la encuesta patrocinada por el
periódico Reforma
(León, 2003), 76% de los capitalinos encuentra en la religión fortaleza y
consuelo, al tiempo que insiste en que México sobresale en el mundo por ser una
sociedad que se apoya en sus creencias espirituales y considera a Dios como
algo muy importante. Independientemente de si van o no a la iglesia, 86% de los
mexicanos y 73% de los capitalinos consideran a Dios muy importante en sus
vidas. Por su parte, de acuerdo con la Encuesta Mundial de Valores (Ingelhart et al., 2000), la religión, en tanto
conjunto de creencias y de fe del espacio personal dedicado a algo
trascendental, está presente en casi la totalidad de la población, pero no
todos los mexicanos recuren a las formas institucionalizadas para practicar su
espiritualidad. Así, un poco más de la mitad (55%) dice que asiste a servicios
religiosos al menos una vez por semana, y el resto asiste con menor frecuencia
o de plano ya no asiste. Una menor proporción, 43%, dice que constantemente
piensa en el significado y el propósito de la vida. Cabe agregar (siguiendo la
comparación) que, según la encuesta realizada por Ulises Beltrán (1996: 113),
nueve de cada 10 mexicanos dice que tiene momentos de oración, rezo,
meditación, contemplación o algo similar. Esta no parece ser una práctica
exclusiva de los templos o iglesias, ya que 49% de los mexicanos afirma que
reza u ora a Dios todos los días fuera de los servicios religiosos, y 17% no lo
hace diario, pero sí varias veces por semana. Así, puede concluirse que la
sociedad mexicana se encomienda y confía en su divinidad, y no tiene ningún
empacho en hacerlo incluso en público (piénsese en los futbolistas –sin duda
son los deportistas más vistos por los mexicanos a través de los medios de
comunicación masiva–, persignándose en televisión nacional en momentos críticos
del partido). Para la sociedad mexicana, la religión es algo que tiene que ver
con lo espiritual más que con cualquier otra cosa. Sólo 50% considera que la
religión –o, en su caso, las iglesias– tiene la solución a los problemas
sociales que el país enfrenta en la actualidad. El 41%, por ejemplo, está de
acuerdo con que sería algo bueno para el país que “hubiera más gente con
fuertes creencias religiosas ejerciendo cargos públicos”, frente a 34% que está
en desacuerdo con esta postura. Los mexicanos, pues, conciben al gobierno y la
política como un mundo secular, pero no por ello exento de integridad e incluso
de cierta moralidad basada en las creencias religiosas.
[25] Esto refuerza una vez más la
capacidad intrínseca del cristianismo católico enunciada en los tratados sobre
conquistas espirituales respecto al hecho de que si bien la institución católica
se caracterizaría por rígida y estática, los creyentes tienen un alto grado de
flexibilidad en tiempo y espacio para ejercer prácticas y creencias alternas
–así sea de manera informal–, aunque en el discurso oficial esto sea negado y
condenado. Es interesante observar, a este respecto, que los católicos y los
reformados representan una forma de tipo ideal en relación con la capacidad que
tiene la globalización para influir en el comportamiento de los sujetos: aquel
que dirige en forma libre y autónoma su forma de creer, y aquel cuya libertad y
autonomía se encuentran condicionadas por una institución, aunque se supone que
es el mismo individuo quien elige integrarse o no a la institución. Cfr. Loret de
Mola (1999: 25).
[26]
Como ya se mencionó, el tamaño de la muestra permite este nivel de
desglose de la información.
[27] Los informes que se exponen a
continuación podrían completarse con los datos generales encontrados en la
Encuesta Mundial de Valores (Inglehart et
al., 2000) y en el
trabajo de Beltrán (1996). En la actualidad, 90% de los mexicanos cree que la
gente tiene un alma; 85% cree en el cielo; 70%, en el infierno; 67% cree que
hay vida después de la muerte; 55% no cree en la existencia del infierno, pero
87% pediría favores a la Virgen; 76% se dice una persona religiosa; 54% de los
encuestados en general cree en la suerte, aunque sólo 26% practica las llamadas
“limpias”; 83% piensa que la Iglesia resuelve las necesidades espirituales de
la gente, y 54% que resuelve los problemas sociales que enfrenta nuestro país
hoy en día. Así, podría decirse que el sentimiento de religiosidad se
intensifica entre la mayoría de los mexicanos, pero su compromiso con las
instituciones religiosas disminuye. La importancia que la religión tiene en las
personas ha aumentado de manera significativa, pues mientras que en 1990, 34%
de los entrevistados mexicanos dijo que la religión era “muy importante” en sus
vidas, en 1997 esa proporción aumentó a 46%, lo que mostró que a mayor edad,
más importante es la religión y más se asiste a la iglesia. Algo que vale la
pena destacar de todo esto es que los mexicanos pasan por un proceso de
secularización respecto a hábitos y costumbres, pero no en cuanto a creencias,
pues sin importar la denominación o el grado de compromiso religioso, expresan
la necesidad de creer. Así, parecería que la religiosidad mexicana es más
íntima y menos comprometida con las instituciones.
[28] A este respecto habría que citar la
consideración de Pierre Thuiller (1988: 13-13), según
la cual la ciencia en Occidente parece constituir una institución de tipo
‘religiosa’: suscita una fe cientista, una ética cientista, esperanzas cientistas,
una escatología cientista, mitos cientistas.
[29] Véanse a este respecto las
reflexiones de Morin (1996) relativas al ámbito del
consumo de masas, o bien los planteamientos de Gilbert Rist
y Marie Perrot Dominique (1992). Todo ello sin duda
confirma la característica principal del agente social en tanto Hommo credos.
[30] Véase Leadbeater
(2001). Si bien esto podría llevarnos a afirmar que creer en los ángeles no
aparta a los devotos de manera tajante con las creencias hegemónicas e
institucionales de su profesión (sobre todo si se toma en cuenta que los
ángeles tienen que ver con prácticamente la mayoría de las religiones
históricas –cristianismo, islamismo, Oriente–), cabe insistir en que esta
creencia efectivamente sí los lleva a integrar a su
religiosidad católica elementos externos o considerados como tales
(esoterismo). En todo caso, no se desdeña que este solo aspecto podría ser
materia de una encuesta para observar en qué medida los ángeles constituyen en
el imaginario urbano de los católicos mexicanos un elemento externo de la
religiosidad institucional. Ahora bien, cabe insistir en el lado esotérico de
la creencia en los ángeles, pues como bien se ha observado, los fans
angélicos utilizan
cristales y gemas que se proveen en el Pasaje Esotérico
de Plaza Galerías o
en la Nueva Anzures, en la Ciudad de México. Asimismo
esta práctica se ha asociado con las zonas arqueológicas de Teotihuacan,
Tepoztlán, Uxmal, entre otras.
[31] A este respecto es interesante
observar la cantidad de proyecciones cinematográficas, series televisivas,
programas esotéricos, canales de televisión por cable dedicados al esoterismo,
publicaciones y negocios orientados a la existencia de las energías en la vida
cotidiana. La creencia en las energías está estrechamente relacionada con un
simbolismo anónimo, no identificable, más universal, menos jerárquico y
centralizado, hecho que seduce sin duda a los potentados de un capital
educativo republicano más elevado, y a un promedio de edad específico (en
términos de generación) que sea concomitante con la revolución cultural
contemporánea del sigo xx;
es decir, los hijos de la generación del 68, con sus avatares culturales y sus
misticismos contemporáneos (el fenómeno Regina).
[32] No es aquí el espacio indicado para
reflexionar respecto a la asociación implícita entre ethos cristianos reformados y conformación
ética de los programas educativos republicanos, pero sí puede insistirse en el
hecho de que un católico con educación media y superior será más renuente a
creer en los ángeles que en las energías, por paradójico que parezca, pues las
energías están más apegadas a una lógica de tipo cientista
que mágica-mítica, por lo que es más factible apegarse a este tipo de creencias
que a las de los ángeles o cualquiera de este género.
[33] Cabe señalar que este término no
tiene que ver con el de proceso de laicización, propuesto por K. Dobbelaere
(1994) para definir la secularización.
[34] El caso de los ángeles tiene, pues,
que ver en cierta medida con esta distinción entre los ‘creyentes difusos’ y
los creyentes más normativos, y que refuerza la hipótesis del efecto generación. Sin embargo, como veremos más
adelante, no se trata de creencias que tengan que ver con percepciones
meramente reaccionarias que van en contra de los procesos de secularización y
globalización. Cfr. Una gloria
lejana de Berger,
citado por Loret de Mola (1999: 25).
[35] Este dato, por supuesto, coincide con
el del cuadro 1, acerca de la menor práctica y creencia por parte de los
reformados a religiosidades marginales. A este respecto podemos citar a
Martínez Assad (1997: 9): “El proceso de modernización que desliga a la
sociedad de las pautas y valores difundidos por la iglesia católica para
adoptar formas de vida secular, tiene cuando menos dos aspectos. Por un lado el
catolicismo pierde influencia en las orientaciones espirituales de la sociedad,
y por el otro, su presencia aumenta en el debate sobre los asuntos temporales.
Pero, además, se ponen de manifiesto nuevas formas de religiosidad vinculadas a
organizaciones que, aunque por lo general tienen pretensiones colectivas,
remiten a experiencias individuales que algo influyen en las nuevas expresiones
del catolicismo”. Véase también Morin (1966).
[36] Por ejemplo, en una encuesta (Alducín y Asociados, 1996) se comenta que 16.8% de los
entrevistados en los municipios metropolitanos y el Distrito Federal
participaban en lo que se conoce como nuevas religiones. Véase también Martínez
Assad (1997). En la encuesta realizada por el equipo de Loret
de Mola (1999: 21) se mostró cómo la ciudad de Guadalajara
de fines del siglo xx
había experimentado importantes cambios en el campo religioso: de una ciudad
con un catolicismo de resistencia e inamovible, pasó a una con un catolicismo poliforme en el que la creencia se mueve incesantemente de
la ortodoxia a la heterodoxia.
[37] Hay que señalar la diferencia entre
racionalidad, racionalismo, racionalista y cientista.
Los dos últimos, como ya se mencionó, constituyen un tipo específico de
creencia.
[38] Más aún, tendían a conglomerarse
todas las esferas de la creencia en la noción de religión, lo que a nuestro
parecer propició confusiones para analizar los procesos simbólicos de las
sociedades, particularmente en la actualidad.
[39] Este planteamiento heurístico se
acerca a la discusión contenida en la definición propuesta por Loret de Mola (1999: 18) respecto a lo religioso, según la
cual lo religioso no es solamente aquel “sistema de creencias y prácticas que
se encuentran incorporadas a una institución, sino también las creencias
religiosas existentes en la esfera privada (familia y/o pequeños grupos) que
quedan fuera de las instituciones tradicionales, o incluso aquellas
prácticas individualizadas y subjetivas permeadas con elementos mágicos y
místicos que no tienen su origen en una matriz religiosa” (cursivas mías). Consideramos que si
bien hay aspectos considerables en esta cita con el fin de trabajar los
fenómenos vinculados a la religiosidad, esta definición es todavía poco
precisa, pues, como aquí hemos propuesto, pensamos que deben plantearse los
fenómenos de las creencias y de los actos de fe en términos de religiosidad,
con una distinción precisa con el concepto de religión o de lo religioso. Así,
podría decirse en torno a esta definición que mientras la religiosidad
efectivamente puede encontrarse tanto en lo institucional como en lo no
institucional, lo religioso (conjunto de prácticas institucionales –liturgia–)
y la religión (conjunto de creencias institucionales –dogma–) tienen que ver
prácticamente con el aspecto institucional de la creencia, el cual ya se ha
comentado.
[40] Cabe dejar en claro que, por un lado,
la secularización podría ser considerada como un proceso inscrito en un sistema
de creencias propio de la modernidad occidental cientista
o racionalista, que se ha desarrollado a la par con los otros sistemas
mencionados (tal como aquí se definieron). Por el otro, las teorías de la
secularización representan el discurso analítico (‘científico’) de la sociedad
en dicho sistema. Por supuesto que los problemas se generan cuando se afirma
que dichas teorías están absueltas de cualquier esquema de religiosidad o
vinculando creencias religiosas (institucionales). De aquí en adelante llevaremos
una discusión en torno a este tema de acuerdo con las ideas de los siguientes
autores: Hervieu-Léger
(1986: 187-227),
Berger (1967), Dobbelaere (1994), Hunt
(2002: 14-32) y Manson (2002).
[41] Si bien el catolicismo representó un
ulterior retroceso a este respecto, la Reforma retomó (con ciertas excepciones)
el impulso originario asumiendo, además, la falibilidad de la Iglesia en tanto
producto humano, que no es más que el principio protestante de la soberanía de
Dios (y no de la Iglesia), lo que superó la idolatría institucional
eclesiástica. Esto trajo como consecuencias el debilitamiento del status político de la Iglesia y la
separación de las esferas religiosas y económicas (comercio), y de prestación
de servicios que ahora pasarían mayoritariamente a manos del Estado (salud,
educación y bienestar social).
[42] Esto, por tanto, permite decir que
los mayores movimientos de secularización en la historia humana poseen raíces
religiosas y ocurrieron antes de la era moderna occidental (descrita por
Weber). La secularización no tiene una relación intrínseca con la
modernización, sino con un sistema de creencias específico, con un proceso
histórico. Sin embargo, el caso inverso no es válido. La modernización, al
menos en algunas versiones, tiene una tendencia intrínseca a generar procesos
de secularización.
[43] Para una síntesis de los trabajos de Stark, véase Cipriani (2005).