El encierro foucaultiano y sus perspectivas actuales

 

 

Boullant, François (2004), Michel Foucault y las prisiones, Nueva Visión, colecc. Claves, Buenos Aires, 111 pp.,

isbn: 950-602-471-5

 

En la obra Michel Foucault y las prisiones, su autor, François Boullant, retoma algunos de los planteamientos expresados por los participantes en un coloquio celebrado en 1995 y en un seminario organizado cuatro años más tarde, ambos actos acerca de la relación entre Michel Foucault y el Grupo de Intervención sobre las Prisiones (gip). En su trabajo, publicado originalmente por la famosa casa editorial Presses Universitaires de France, Boullant intenta, con cierto éxito, hacer una síntesis del pensamiento del filósofo sobre los diferentes aspectos relacionados con el universo carcelario. Podemos arriesgarnos en afirmar que este estimulante estudio hubiera podido titularse Michel Foucault. Reflexiones sobre las técnicas carcelarias de sometimiento de los cuerpos, ya que las cárceles interesaron al autor de Vigilar y castigar únicamente porque materializaban, quizá más que cualquier otro tipo de institución, relaciones de poder y prácticas disciplinarias de los cuerpos. De hecho, al trabajar sobre las prisiones, Foucault se vio obligado a revisar su concepción inicial de un poder negativo, ejercido principalmente en el ámbito jurídico, para elaborar una perspectiva nueva de un “poder que se construye y funciona a partir de otros poderes, de una multitud de cuestiones y efectos de poder” (Foucault, 1994). Asimismo, debemos situar el trabajo sobre el nacimiento de las prisiones en el marco más general del surgimiento y transformación de otras instituciones encargadas de controlar los cuerpos: los hospitales, las escuelas, los cuarteles militares, los panteones, etc. La identificación, clasificación, regulación, examen y corrección de los cuerpos, en una palabra, la gestión de los cuerpos, aglutina, en cada institución, grandes principios, y sobre todo, pequeños aparatos e invenciones que conformaron, en el transcurso de la historia, relaciones específicas de poder. En el libro aquí reseñado, son las cárceles, y anecdóticamente los asilos, los objetos extraídos y analizados de la vasta obra de Michel Foucault.

El filósofo francés buscó rescatar las técnicas de sometimiento de los cuerpos y el proceso que permitió que se institucionalizaran y expandieran. Michel Foucault investigó el proceso histórico de construcción de la cárcel como modelo disciplinario, pero –y François Boullant lo rescata muy bien– el autor de Vigilar y castigar no disoció la reflexión intelectual de la lucha social. La constitución del informal y efímero gip a principios de los años setenta permitió visualizar lo oculto atrás de los muros de la censura. También hizo escuchar la voz de los presos, de sus familiares y de quienes intervienen en el proceso judicial de determinación y aplicación de las penas. El gip publicó estudios sobre las realidades de las prisiones francesas con un enfoque original e innovador.

Michel Foucault tuvo a bien disociar su metodología de la “observación participante”, de la “intervención sociológica” y de toda clase de acompañamientos-tratamientos terapéuticos. Denominó su metodología “investigaciones intolerantes”. Es preciso señalar que quien fue profesor del Colegio de Francia empleó el plural para resaltar la necesaria multiplicidad, complementariedad y lo inacabado de estos estudios sobre las prisiones. Estas “investigaciones intolerantes”, publicadas de manera dispersa, recurren al testimonio anónimo y a información secundaria para alimentar una reflexión filosófica sobre la economía del encierro. El empleo del adjetivo intolerante no se debe, a nuestro juicio, a un mimetismo reductor de lo que son las instituciones públicas, sino que las “investigaciones intolerantes”, como lo afirma François Boullant, “tienen una doble función: revelar y hacer surgir las razones del descontento carcelario mientras que, al mismo tiempo, organizan, avivan y otorgan conciencia de sí misma a dicha intolerancia”. Debe agregarse que las “investigaciones intolerantes” de Foucault se enmarcan dentro de lo que él llamó la arqueología, es decir, “cierto tipo de saber, distinto de la opinión, y de los conocimientos científicos y teorías filosóficas”.

François Boullant, con gran acierto, insiste en el carácter práctico que Foucault da a sus obras, ya que antes de ser textos son instrumentos al servicio de los individuos involucrados casi físicamente en relaciones de poder. De hecho, el profesor de la cátedra de Historia de los Pensamientos hacía hincapié en rescatar preferentemente lo pequeño, lo plebeyo, lo marginado por la historia oficial y la academia. Escribir la historia de las sanciones era, para Foucault, rescatar un haz de acciones y decisiones, a menudo tópicas, que tuvieron como objeto el tratamiento de la locura y de la delincuencia. Boullant reconoce que “un análisis ligado a la contextualidad de una época no podría, pues, tener valor intemporal y universal”. Como historiador, Foucault no estudiaba un periodo tal como lo hace la historia clásica, ni tampoco analizaba un objeto a través del tiempo –como el mar Mediterráneo de Fernand Braudel, por ejemplo–, sino que se esmeraba en analizar un problema específico: el nacimiento de las cárceles en la Francia del siglo xviii.

Ahora bien, Michel Foucault no se interesó en las personas como individuos psíquicos dotados de volición y por ende con capacidad de sometimiento y de resistencia –el estudio de caso del multihomicida Pierre Rivière sirvió para mostrar, de manera ejemplar, cómo un campesino lúcido e inteligente podía poner en jaque la razón de las instituciones y de sus más importantes representantes (Foucault, 1976)–. Hijo de destacados médicos, Foucault estaba verdaderamente fascinado por las vivencias cotidianas de personas anónimas, vivencias que podían convertirse repentinamente en tragedias. Al inventar la peligrosidad, las instituciones carcelarias propiciaron los delincuentes y los “ilegalismos”. Para Foucault, la cárcel fabrica delincuentes porque ese es su objetivo, pero más profundamente la cárcel produce ilegalismos que son “prácticas heterogéneas y plurales que se desarrollan al margen de la ley o en franca oposición a ella”. Precisamente, la policía fue instaurada para controlar los pequeños y grandes ilegalismos, ya que los burgueses temían las nuevas formas de resistencia que desarrollaba la plebe proletarizada, pero aún más los ilegalismos cometidos por la plebe no proletarizada o hampa. La policía y la prisión permitieron a las desigualdades sociales reproducirse y legitimarse mediante trampas y artificios diversos. Por su parte, Jacques Donzelot (1998) muestra que un origen de la policía se encuentra en el control de las familias primero por el patriarca como sujeto del soberano, y luego por la madre sometida al esposo. Para Foucault, la prisión, desde su origen mismo, es la intersección de destinos desafortunados y de la ley, el lugar de encuentro del sujeto y de la verdad.

El cuerpo es objeto y objetivo de los castigos. En el universo carcelario y fuera de él existe una verdadera “codificación instrumental de los cuerpos” que permite a las instituciones controlar a los beneficiarios de los programas públicos, y al Estado someter al conjunto de los ciudadanos. El cuerpo es esta materia viva, a la vez única y genérica, cuya inscriptibilidad casi inagotable permite transformar y preservar como instrumento de poder. Actualmente, los israelíes tatúan un número en la muñeca de los presos palestinos, como los nazis hacían con los antepasados de aquéllos. A la vez palimpsesto y epígrafe, el cuerpo es víctima de mentes obsesionadas por la disciplina y el control. El uso de los cuerpos, es decir, su tratamiento y destino, responde a lógicas de poder que forzosamente implican ordenar, diferenciar y separar. Así, los cuerpos de los soldados estadounidenses muertos en Irak son repatriados con un código de barras, mientras los presos iraquíes torturados a muerte son enterrados anónimamente en fosas comunes. Numerado vivo, muerto catalogado como mercancía de lujo o cadáver mutilado secretamente inhumado, el cuerpo es procesado según lógicas cuantitativas y administrativas que tienen en común el orden y la razón policiales. En las cárceles, y en las de alta seguridad en particular, todo está diseñado para monitorear permanentemente el cuerpo de los presos: desde su uniforme hasta el color de su celda pasando por las cámaras y los detectores, el programa cotidiano de actividades y las visitas vigiladas de los familiares. Si bien “las disciplinas individualizan mientras despersonalizan”, como lo menciona con justa razón Boullant, también uniformizan. En realidad, estas técnicas de biopoder tienden, al mismo tiempo, a homogeneizar las masas (leyes y reglamentos de las prisiones) y a separar los individuos (según el delito, sexo, antecedentes, etc.): se trata de una bioeconomía.

La gestión general de los castigos es apenas un elemento de la genealogía de la moral de una sociedad. En efecto, la economía de las sanciones es la manifestación del grado de puritanismo y el índice del nivel de economización de las transacciones entre las personas. Es que castigar significa, desde el nacimiento de las prisiones, rentabilizar. Ahorrar por una parte, ganar por la otra. Ciudadano sin derechos cívicos, el preso es a menudo obligado a convertirse en agente económico marginal, ya que se le invita u obliga a producir mientras es limitado en su consumo. Debe sufragar una parte de sus gastos, o pagarlos enteramente como en las cárceles privadas estadounidenses, para tener el derecho de purgar su pena. Se presenta entonces la rehabilitación por el trabajo como una alternativa supuestamente viable para esos hombres y mujeres que viven aislados y encerrados. Pero es un engaño. Esta simulación de las prisiones como centros de readaptación social que encontramos hasta en los acrónimos[1] es una disimulación de los verdaderos propósitos de las cárceles, y participa directamente en la eufemización del encierro como técnica de control de los cuerpos dentro de la economía de las sanciones.

Ahora bien, es posible afirmar que François Boullant hubiera podido acordar más importancia al tiempo en el control carcelario de los presos. En efecto, las relaciones de poder que se tejen a partir y junto con los microsaberes incluyen necesariamente una dimensión histórica: no hay dominación sin control del tiempo. El historial de los individuos es una reconstrucción, desde las instituciones, de la historia personal de quienes son juzgados como delincuentes o locos, o quienes son sospechosos de serlo. Se buscan, en el rompecabezas de una vida, fragmentos que expliquen racionalmente la anormalidad de un acto sancionado por la ley. La reconstrucción de un pasado sirve para la construcción del edificio de la verdad, verdad oficial y por lo tanto inteligible, plausible, decible y repetible. El casier judiciaire en Francia y los antecedentes penales o no penales en el México contemporáneo son dos técnicas archivísticas similares que tienen un triple objetivo: 1) guardar datos generales y conservar detalles físicos de los individuos (fotografía, datos antropomórficos, huellas dactilares, etc.) para anticipar toda conducta transgresora;[2] 2) clasificar a los individuos registrados en función de su virtual peligrosidad y, eventualmente, vigilarlos, aislarlos o neutralizarlos, y 3) permitir autentificar una identidad y sospechar legítimamente de un pasado. Para que pueda desplegar su máxima potencia, esta memoria archivística de las personas debe ser oculta. Memoria y secreto son dos vertientes imprescindibles del control de las poblaciones, ya que permiten garantizar la silenciosa perennidad de lo cometido y de lo sospechado. La figura jurídica del testigo protegido en Estados Unidos y México es un buen ejemplo de esta reconversión simulada de delincuentes que, a cambio de sus delaciones, se benefician de ciertos privilegios. Al secreto de su localización física (están protegidos) se opone la divulgación de secretos criminales, y al pasado delictivo de estos testigos –en realidad son peligrosos delincuentes– se opone una anamnesia condicionada y neutralizadora.

François Boullant, en su estimulante ensayo sobre Michel Foucault y las prisiones, rescata la dimensión espacial en el pensamiento del filósofo, quien acostumbraba visitar lugares de encierro (zoológicos, prisiones, hospitales, etc.) cuando viajaba. El encierro está directamente relacionado con el espacio, sus fronteras y áreas, su localización y codificación. En el ámbito de la gestión de las penas, el castigo que consiste en obligar al uso de espacios restringidos y cerrados: la prisión, la celda y el calabozo, se combina eficazmente con el castigo, que consiste en impedir el uso de ciertos espacios, como no poder recibir visitas o no poder salir al patio dentro de las cárceles, o bien, verse prohibida la entrada o salida de un país. De manera general, la gestión institucional de los espacios permite operar a los principios de diferenciación materializando distinciones y jerarquizando deficiencias. Sin caer en una paranoia fácil, debe admitirse no obstante que lo que está en juego es el control de los individuos. La idea de una vigilancia generalizada, magníficamente descrita en la novela de George Orwell 1984, no es un proyecto desechado ni por los regímenes autoritarios ni mucho menos por los regímenes democráticos. “Panoptismo –escribe Boullant– designará un conjunto de disposiciones disciplinarias que tienen lugar al interior de una arquitectura de vigilancia y correspondiente a criterios precisos: enceldamiento individual, visibilidad integral, vigilancia constante, todas esas disposiciones apuntaban a la enmienda del culpable”. Esta vigilancia panóptica se expresa cuando, hoy en día, en Francia, se debate sobre dotar de una pulsera electromagnética a los delincuentes reincidentes y a las personas de la tercera edad que sufren de la enfermedad de Alzheimer, con el objetivo de vigilar mejor a ambas poblaciones.

El último capítulo de la obra Michel Foucault y las prisiones, titulado “Castigar hoy”, es una reflexión sobre las formas deseables de castigo. Boullant muestra que Michel Foucault nunca pidió la clausura de los lugares de encierro. El autor de más de 56 artículos sobre el tema de la prisión no ha aconsejado nunca la aplicación de cierto tipo de castigo, aunque se mostró más favorable a la imposición de una multa y se ha manifestado en contra de la cadena perpetua y de la pena de muerte. Más que ofrecer soluciones concretas, Foucault invitó a reflexionar sobre el sistema de gestión de las sanciones sin perder de vista la posible diseminación de la vigilancia de los cuerpos mediante la conmutación del encarcelamiento por trabajos de interés general. Sobre este tema, desafortunadamente, Boullant no va más allá del análisis filológico de los textos de Michel Foucault, cuando hubiera podido tal vez indicarnos pistas de reflexión sobre las formas de reparación, sus condiciones y contextos de aplicación. La antropología jurídica es susceptible de ayudarnos a entender cómo los pueblos indígenas y las comunidades autóctonas ejercen la justicia; mediante ella constataríamos que casi todo gira alrededor del prestigio/desprestigio del acusado: la vergüenza es un sentimiento que tiene graves consecuencias sociales, por lo que la reparación del daño suele ser inmediata con el pago de una multa o trabajando para los demandantes.[3] Tal vez el manejo del sentimiento de culpa en las sociedades modernas no tendría la misma eficacia social que en los pueblos indígenas; sin embargo, valdría la pena buscar en los principios de la reparación de algunas sociedades tradicionales ejemplos para reformar nuestro código penal e instituciones carcelarias.

 

Bibliografía

 

Donzelot, Jacques (1998), La policía de las familias, Pre-Textos, Valencia.

 

Foucault, Michel (1976), Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano…, Tusquets, Barcelona.

 

_____ (1994), “Les Rapports de pouvoir passent à l’intérieur des corps”, Dits et écrits, t. iii, Gallimard, Bibliothéque des Sciences Humaines, París, pp. 228-236.

 

Bruno Lutz Bachère

Centro de Investigaciones en Ciencias Agropecuarias de la uaeméx

Correo-e: brunolutz01@yahoo.com.mx

 

Bruno Lutz es sociólogo y antropólogo, doctor en ciencias sociales, miembro del sni nivel 1, segundo lugar en el Concurso de la Mejor Tesis sobre Estudios Rurales de la amer 2003. Es autor de dos decenas de artículos en revistas nacionales e internacionales. Trabaja actualmente sobre las relaciones de poder en el campo.

 



[1] Cereso: Centro de Readaptación Social.

[2] En la ex República Democrática de Alemania, la policía secreta, la Stasi, llegó al extremo de conformar enormes bancos de datos con los olores de las personas sospechosas de estar en contra del gobierno.

[3]  Es interesante recordar que en enero de 1994, el general Absalón Castellanos, ex gobernador de Chiapas y presunto autor intelectual de homicidios y despojos de tierras indígenas, fue capturado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y condenado simbólicamente a trabajar el resto de sus días en una comunidad indígena. Pero poco después fue liberado y entregado a la Cruz Roja.

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