Modernización ecológica, cambio tecnológico y
globalización
Guillermo Foladori*
Abstract
This
article discusses the trends of the environmental technological policies and
their relationship to the process of globalisation.
The history of the last thirty years and the trends of economical globalisation seem to show that the policies of control of
emissions, i.e. “end of pipe technologies”, are the main priority. At the same
time, the transnational enterprises, supported by the growing commercial liberalisation, have a role with ever more importance in
the national and international environmental policies. They exert pressure to
include only those environmental problems of interest to developed countries in
commercial treaties.
Keywords:
sustainability, globalisation,
nanotechnology.
Resumen
Este artículo
muestra las tendencias de las políticas tecnológicas en materia ambiental y su
relación con el proceso de globalización. La historia de los últimos 30 años y
las tendencias de globalización de la economía parecen mostrar que las
políticas de control de emisiones, end
of pipe technologies, son las prioritarias. Al mismo
tiempo, las corporaciones transnacionales apoyadas en la creciente
liberalización del comercio tienen un papel cada vez más significativo en las
políticas ambientales nacionales e internacionales, y presionan para que sean
incorporados a los tratados de comercio sólo aquellos problemas del ambiente
que interesan a los países desarrollados.
Palabras clave: sostenibilidad, globalización, nanotecnología.
*
Universidad Autónoma de Zacatecas. Correo-e: fola@estudiosdeldesarrollo.net.
Introducción
Las políticas de
desarrollo sostenible se han orientado, en gran medida, hacia las
modificaciones tecnológicas. Dentro de las alternativas tecnológicas pueden
distinguirse dos procedimientos no necesariamente contrapuestos. Por un lado,
el control de emisiones, que tiene como propósito corregir las emisiones
contaminantes. Por otro, el control de fuentes, que intenta cambiar las tecnologías
contaminantes por otras que no lo sean, lo que obliga, en muchos casos, a un
cambio en el patrón energético. Cuando ambas políticas pasan de simples
correcciones, al estilo de bomberos que apagan fuegos ocasionales, a formar
parte de una programación global de la economía de un país, se habla de un
proceso de modernización ecológica.[1]
Este artículo
muestra las orientaciones de las políticas tecnológicas en materia ambiental y
su relación con el proceso de globalización. La historia de los últimos 30 años
y las tendencias de globalización de la economía parecen mostrar que las
políticas de control de emisiones, llamadas comúnmente end of pipe technologies, son las prioritarias. Al mismo
tiempo, las corporaciones transnacionales apoyadas en la creciente
liberalización del comercio tienen un papel cada vez más significativo en las
políticas nacionales e internacionales, y presionan para que sean incorporados
a los tratados de comercio sólo aquellos problemas ambientales de interés para
los países desarrollados. Así, eventualmente, forman parte de los acuerdos
comerciales las restricciones de actividades que agravan el calentamiento
global, perjudican la biodiversidad o propagan la deforestación; mientras,
sistemáticamente se dejan fuera de los acuerdos comerciales aquellas
actividades que tienen efectos locales y no globales, como la contaminación de
cursos de agua locales, el aire contaminado de las ciudades, la basura tóxica,
los componentes químicos de alimentos nocivos para la salud o los asentamientos
en zonas de riesgo. Con ello se obliga a los países del Tercer Mundo a asumir
como problemas ambientales mundiales muchos que sólo son de interés para los
países desarrollados, mientras se dejan de lado otros, de gravedad confirmada,
en el ámbito regional o local.
1. Los enfoques de
las emisiones y las fuentes de los problemas ambientales
Hasta mediados de
la década de los sesenta del siglo xx,
el crecimiento
económico era considerado la vía para el bienestar de la sociedad. En algunos
casos surgían críticas, mostraban que tal crecimiento no conducía a una equidad
o justicia social y que debía, por lo tanto, distinguirse el simple crecimiento
económico del que mejora la distribución del producto social y que tiende hacia
la equidad. A este último se le llamó desarrollo. Pero a partir de mediados de los
sesenta, en los países desarrollados surge la preocupación de que el
crecimiento, además de no solucionar los problemas de equidad y justicia
social, podía provocar daños irreparables en el medio. Con ello el concepto de
desarrollo también resultó afectado y dejaba de ser un buen sustituto del
término crecimiento. La solución conceptual, luego de más de diez años de
utilizar diversas palabras, fue desarrollo sostenible.[2]
Este concepto debía garantizar una mejoría de las condiciones sociales y
también del ecosistema, que en definitiva es la fuente de cualquier economía.
Si se lograban ambos objetivos, se estaría en la dirección adecuada para el
logro de una mejor distribución de la riqueza, tanto de las presentes
generaciones como de las futuras, que recibirían un ambiente igual o mejor que
el actual.
Las políticas
para encaminar el desarrollo hacia la sostenibilidad que afectaron la
tecnología tuvieron, desde un comienzo, dos modalidades diferentes: las end of pipe (técnicas de control de emisiones)
que trataron de solucionar las emisiones perjudiciales y las dirigidas a las
fuentes u orígenes
tecnológicos de los problemas ambientales, lo que en muchos casos implica el
cambio completo de tecnología o del tipo de energía utilizado, o de ambos.
Estos dos tipos de política no son contradictorios y pueden, en muchos casos,
ser complementarios. Pero cualquiera de estos enfoques considera a la
tecnología como causa principal de los problemas ambientales, de allí que un
cambio tecnológico podría conducir a la sostenibilidad esperada. Con bases
débiles se plantea la posibilidad de que las relaciones de producción
capitalista o su ‘estilo de vida’ de creciente consumo suntuario puedan ser
causa de los problemas ambientales, en cuyo caso la solución tecnológica,
aunque parcial, no sería definitiva. Según algunos críticos, serían las propias
relaciones sociales de producción capitalista las que conducen al deterioro del
ambiente (Burkett, 1999 y Foster, 2000). Se afirma
que el propósito de la producción capitalista es el lucro, y en la producción
de mercancías es normal el daño ambiental porque el abaratamiento de los costos
de producción, que significa mayor ganancia, es parte de la lógica capitalista;
y dentro de la disminución de costos está la sobreexplotación de la naturaleza
o la utilización de los espacios públicos como basurero privado. También se
incrementa la ganancia si se aumenta la rotación del capital, y para que esto
suceda es necesario que los productos tengan una vida útil corta, de manera que
otros nuevos ocupen su lugar. Así, se impulsa la producción de más y más
objetos cada vez menos útiles en términos de durabilidad, aunque puedan serlo
en función inmediata; con ello se incrementa el consumo de recursos naturales y
la basura. Por último, la propia tecnología también se produce con el fin de
obtener ganancias, con lo cual sus efectos, que pueden ser externos, la
abaratan y sólo benefician al empresario. De esta forma, los mecanismos
rigurosos de seguridad contra elementos tóxicos no serán utilizados donde el
costo de la vida humana sea barato, tampoco se solucionarán los efectos tóxicos
de los residuos de agroquímicos. La tecnología capitalista es, por su origen
como vehículo de lucro, un elemento diseñado independientemente del contexto (Burkett, 1999 y Foster, 2000). Esto podría explicar, aunque
sólo en parte, que la aplicación de tecnología idéntica, de origen capitalista,
en la ex Unión Soviética y en Cuba ocasionó efectos devastadores en el ambiente
similares a los de países capitalistas (Commoner,
1992; Díaz Briquets y Pérez López, 2000). Según otros
críticos, el estilo de vida capitalista tiende al consumo ilimitado y fomenta
la producción infinita, que se contrapone directamente a un planeta con
recursos finitos, asunto tampoco resuelto por las medidas tecnológicas (Daly, 1989).
Las políticas
dirigidas para controlar las emisiones pueden ser vistas como contradictorias
en relación con las dirigidas a las fuentes. A principios de los años setenta,
Barry Commoner, conocido biólogo estadounidense y
militante pacifista y ecologista, mostraba que las políticas dirigidas al
control de las emisiones –end
of pipe technologies– no lograban su objetivo al menos por
tres razones: a) ningún dispositivo de control es
perfecto, pueden ocurrir fallas, como lo ha constatado la historia de los
accidentes, tanto en los países capitalistas como en los socialistas; b) los dispositivos de control nunca
alcanzan efectividad total, de manera que si alcanzan 90%, el 10% restante
contamina la atmósfera, y el volumen absoluto puede crecer si aumenta la
actividad de las industrias que cuenten con dichos dispositivos, y c) los dispositivos de control pierden
eficacia con el uso. Es sabido que un auto nuevo, que rinde 15 km por litro de
gasolina en el primer año, sólo recorre 12 km con un litro 10 años después. Por
estas razones, Commoner se pronunciaba por cambiar
radicalmente las tecnologías contaminantes: estaba en contra de las políticas
de end
of pipe y a favor de
las que cambian la tecnología por otra no contaminante.
Una alternativa
o complemento de las políticas dirigidas al control de las emisiones es la
orientada a las fuentes. Suponen cambiar la tecnología, incluso el tipo de
producto generado y la fuente energética. Pero estas políticas son mucho más
difíciles de implantar, tanto por la resistencia de las industrias, que ya
trabajan con determinadas tecnologías, como porque modificar las fuentes afecta
los sistemas de energía y se provocaría una transformación muy importante en
las bases técnicas y de infraestructura del país en cuestión. Esta modalidad
conduce a una política de programación de la economía como un todo, que
simultáneamente considere: a) el control de las emisiones, b) el control de los volúmenes de
producción (dependiendo de los materiales y condiciones de producción), y c) la modificación de las fuentes
energéticas y los procesos de producción y consumo. A esta alternativa se le
llama “modernización ecológica” (Brey, 1999). El análisis ambiental estratégico
(aae) es un método participativo
desarrollado con el fin de incorporar los problemas ambientales a los planes de
desarrollo. En términos generales, el aae
tiene tres fases bien definidas.[3] En
la primera se realiza el diagnóstico de la situación de las funciones
ambientales y el beneficio o perjuicio que los grupos de interés obtienen de
ellas y en qué forma. La segunda fase implica la identificación de cómo esas
funciones son impactadas, o bien, cuáles son las potencialidades que ofrecen.
La tercera fase constituye la elaboración del plan ajustado al tamiz ambiental
y los mecanismos de monitoreo (Kessler, 2003).
No obstante,
según los ecologistas radicales, ninguna alternativa exclusivamente tecnológica
ayudará en la sostenibilidad, sea de end
of pipe o de cambio
tecnológico. Primero, porque los cambios tecnológicos generalmente implican
costos mayores que las empresas no están dispuestas a asumir, así no llegan a
implantarse. Segundo, porque la tecnología no solucionará los problemas de
injusticia y pobreza social. Tercero, porque la tecnología siempre acarrea
resultados imprevistos; y cuarto, porque no se frena el crecimiento ilimitado
que entraría en contradicción con los supuestos recursos limitados del planeta
(Brey, 1999).
Aunque la
modernización ecológica considere la corrección de las fuentes y las emisiones,
las diferencias en las políticas entre unas y otras son significativas; en el
caso de las emisiones, son de corto plazo; en el de las fuentes, están
dirigidas a los cambios tecnológicos estructurales y de largo plazo. Desde el
punto de vista político-institucional, la diferencia es radical. Para
establecer políticas dirigidas a las emisiones basta un ministerio del medio
ambiente que regule y fiscalice. Para poner en marcha políticas dirigidas a las
fuentes, el ministerio del ambiente tendrá que convertirse en el eje del
ministerio de planificación, ya que la forma de producir debe prever el
contexto global de la economía. Además existe una diferencia económica de peso.
Los mecanismos dirigidos a las emisiones pueden, en muchos casos, orientarse y
regularse mediante lo conocido como “instrumentos de mercado” (cuotas
negociables de contaminación, impuestos a las emisiones contaminantes, sistemas
de reembolso de envases, etc.), lo cual significa costos bajos de regulación
para el Estado, y un mecanismo que permite la competencia y favorece a los
sectores de vanguardia tecnológica. Por otra parte, una programación general de
la economía hacia el desarrollo sostenible que ponga énfasis en las fuentes
requiere un Estado mucho más fuerte que enfrente directamente a los sectores
nacionales e internacionales. Además, para los gobiernos, desarrollo y ambiente
se presentan muchas veces como competidores por los escasos recursos del
presupuesto público, y en los países del Tercer Mundo, donde los problemas
sociales son más acuciantes, la situación se agudiza y se menosprecia el
ambiente en favor del supuesto desarrollo. No es casual, por tanto, que en los
ámbitos nacional e internacional la mayoría de los esfuerzos hacia la sostenibilidad
provenga de políticas end
of pipe o dirigidas a
las emisiones.
La tendencia
hacia las políticas de control de emisiones presenta contratendencias.
No todo proceso económico-social es mecánico ni unilateral. Cuando ocurren
accidentes o desastres que afectan la vida humana, la población se rebela
contra las empresas que lo ocasionaron, contra las ramas de la producción y las
corporaciones transnacionales. Los movimientos ambientalistas y ecologistas
retoman esta indignación social para fortalecer sus organizaciones y se colocan
al frente de las reivindicaciones. La mayoría de las veces hay cierta distancia
entre las causas objetivas de los problemas y los temores que despiertan en la
población. De allí que los accidentes que ocurren en países del Tercer Mundo
sean vistos en Estados Unidos como modelo de lo que podría acaecer en su propio
territorio, aunque los mecanismos de seguridad y la tecnología sean más
eficientes y, por lo tanto, los riesgos sean mucho menores. Frente a esta
situación, la presión de la sociedad mediante organizaciones ambientalistas y
ecologistas obligó a los gobiernos a cambiar la orientación de las
reglamentaciones, se pasó de las políticas de control de emisiones a las que
controlan las fuentes. En Estados Unidos, por ejemplo, la United
States Environmental Protection Agency (epa), que surgió en 1972,
introdujo la prevención de la contaminación en 1989. Esto significaba reducir
las emisiones en lugar de filtrarlas; también suponía limitar o minimizar los
desperdicios, sustituir fuentes de energía y materiales, modificar procesos y
garantizar el recicle. El Pollution Prevention Act que comenzó a
regir en esa nación forzó en 1990 a las empresas a entregar información sobre
los esfuerzos para reducir los desperdicios (García Johnson, 2000: 67). El
cambio del control de las emisiones por el de las fuentes, que en primera
instancia puede incrementar aún más los costos de producción tiene, una vez
logrado el cambio tecnológico necesario, un efecto inverso y abarata los
costos. La clave está en la utilización de los materiales eficientemente y en
la reducción del desperdicio, lo que disminuirá los costos de producción.
Mientras que en el pasado el concepto de productividad del trabajo era la llave
para el progreso, hoy se habla cada vez más de productividad
de los recursos, lo
cual no significa producir menos ni con menor eficiencia, por el contrario, se
producirá más y mejor utilizando los recursos eficientemente y generando, por
lo tanto, menos desperdicio (Von Weizsäcker et
al., 1997).
2. El papel de la
globalización y el comercio internacional en el ambiente de los países del
Tercer Mundo
El movimiento de
capitales en el ámbito internacional tiene efectos contradictorios en la
situación ambiental de los países del Tercer Mundo. Veamos las principales
tendencias.
2.1. El capital
internacional busca entre los países bajos costos
Entre los costos
bajos están los salarios mínimos, recursos naturales de fácil acceso y
reglamentaciones muy flexibles para la emisión de desechos. En cualquier caso,
siempre se perjudica al ambiente en esta migración de empresas. En un
comunicado interno del Banco Mundial, el entonces vicepresidente de esa
organización, Larry Summers, argumentaba las ventajas
económicas de trasladar industrias contaminantes del Primer al Tercer Mundo.
Anotaba que: a) los salarios eran menores en los
países del Tercer Mundo, por lo tanto los seguros de vida, que se calculan de
acuerdo con el monto de los salarios, también lo son. De allí que las
indemnizaciones por muerte, enfermedad y lesiones sean más baratas; b) los países ricos valoran más su
ambiente y, por lo tanto, tienen mayores restricciones y costos para
inversiones contaminantes; c) los países pobres están menos
contaminados, por lo cual la capacidad del ecosistema para absorber la
contaminación es mayor. Ejemplos hay muchos. Uno de los más célebres fue la
explosión de la planta de la Union Carbide en Bhopal, India, en
diciembre de 1984, que mató entre 2,000 y 5,000 personas, dejó con afecciones
pulmonares permanentes a otras 86,000 y los reclamos fueron 600,000. La planta
de Bhopal tenía condiciones menores de seguridad que
su hermana de West Virginia, Estados Unidos. Los equipos de detección de
vapores eran de calidad inferior y los sistemas de emergencia no eran adecuados
para el tamaño de las instalaciones ni operaban automáticamente (Sem, 1995 y Karliner, 1997). Pero
para la lógica económica, es más rentable pagar seguros de vida de 100,000
dólares, que es la media en los países del Tercer Mundo, que 1’000,000 de dólares
como en los países del Primer Mundo. Por lo demás, la ideología capitalista
convalida el desastre químico de Bhopal como
resultado de la libertad de vivir y trabajar. La revista Time, de ese mismo mes, publicó en su
página 20:
Los ciudadanos
de Bhopal vivían cerca de la planta de Union Carbide porque querían
vivir allí. La planta proporcionaba puestos de trabajo, el plaguicida más
alimentos. Bhopal fue una parábola moderna de los
riesgos y recompensas originalmente engendrados por la Revolución Industrial
[…] No hay forma de evitar este riesgo, e intentarlo no sirve de nada; sólo
confiamos en que los dioses de las máquinas nos den mucho más de lo que nos
quitan (en Commoner, 1992: 63).
Pero esta
migración de las industrias contaminantes a los países del Tercer Mundo tiende
a homogeneizar las reglamentaciones una vez que los accidentes, como el de Bhopal, aumentan el grado de conciencia de la población y
el número de movimientos ambientalistas y ecologistas que terminan por
presionar a los gobiernos.
Ahora bien, es
interesante notar que los estudios realizados por el Centro de Corporaciones
Transnacionales de las Naciones Unidas durante los años setenta y ochenta
mostraron que sólo unas pocas empresas emigraron de Estados Unidos hacia el
Tercer Mundo debido a las ventajas económicas derivadas de una legislación
menos exigente en materia ambiental. La causa principal fueron los salarios más
baratos (García Johnson, 2000: 87). Esto muestra una vez más la falsedad de
dividir los problemas ambientales de los sociales. Cuando las industrias son de
riesgo, uno de los costos principales son los seguros humanos. El caso de Bhopal es elocuente, es suficiente con que los salarios
sean más baratos para que estemos frente a una ventaja ambiental disfrazada de
social. Mediante una encuesta realizada en 1991 por Rappaport
y Flaherty entre casi 100 corporaciones
transnacionales, se encontró que no se aplicaban los mismos controles fuera de
los países sede (García Johnson, 2000: 89), lo que muestra que las ventajas
económicas ambientales existen, aunque no sean explícitas.
2.2. La
liberalización comercial es utilizada como regulador de los intereses
ambientales
La globalización
ha redimensionado el papel del mercado mundial y subsume el de los Estados
nacionales. La Organización Mundial del Comercio (omc) tiene como propósito
establecer reglas para el comercio mundial, eliminar tarifas y otras barreras
con el objetivo de liberar el acceso a los mercados. Se trata de evaluar el
comercio de los países para permitirles la entrada a la organización o
establecer sanciones. Este es un argumento comercial para que los Estados
miembros no reconozcan acuerdos bi o multilaterales
sobre el ambiente. Así se favorece a las grandes corporaciones transnacionales
y se debilita el poder de los Estados nacionales en la decisión sobre su
ambiente. La omc
se ha convertido en ‘foro’ para la discusión de problemas ambientales. Por
ejemplo, Estados Unidos utilizó criterios ambientales en
contra de la
importación de carne y productos de ganado criado con hormonas en la Comunidad
Europea durante 1989; al mismo tiempo presiona por la apertura de los mercados
de transgénicos. En suma, utiliza criterios ‘ecológicos’, según los intereses
comerciales, en favor o en contra del ambiente. Estos y muchos otros casos
documentados muestran que la desregulación de la economía lleva a que las
corporaciones transnacionales tengan mayor poder sobre los gobiernos nacionales
y coloca los intereses comerciales sobre las reglamentaciones ambientales (Hines, 2000).
2.3. Las
preocupaciones ambientales de los países desarrollados son diferentes de las de
los países del Tercer Mundo
Existe diferencia
entre la contaminación que ocurre en los países del Primer Mundo y en los del
Tercer Mundo. Debido a restricciones ambientales mayores impuestas desde los
setenta, los países desarrollados viven en ambientes menos contaminados y están
preocupados por los problemas o efectos globales de largo alcance, como el
calentamiento global, la perforación en la capa de ozono o la pérdida de la
biodiversidad. Esto hace que no presten atención a los problemas ambientales
locales generados por las corporaciones transnacionales en los países
subdesarrollados, que afectan de manera inmediata a sus habitantes. Los
problemas por basura tóxica, los efectos de los químicos utilizados en la
agricultura y la contaminación de los cursos de agua y del aire de las ciudades
son menospreciados por el Primer Mundo. Esto puede constatarse en los acuerdos
de comercio internacional, donde con dificultad se incluyen cláusulas que
defienden el ambiente y sólo se refieren al calentamiento global o a la
biodiversidad, como fue el caso del Tratado de Libre Comercio de América del
Norte entre Canadá, Estados Unidos y México. Esta presión de los países
desarrollados por centrar las discusiones y acuerdos en los problemas
ambientales ‘globales’, una vez que han superado relativamente los locales o
regionales, ha propiciado una atmósfera de intereses comunes entre los
habitantes del mundo. Lo que no se dice es que las incertidumbres científicas
sobre los problemas del calentamiento global o del agujero en la capa de ozono
son mayores que las certezas; al mismo tiempo, gran parte del complejo militar
que hasta los años ochenta tenía su mira puesta en la investigación sobre el
átomo derivó hacia las investigaciones meteorológicas y del cambio climático
(Le Bras, 1997; Lenoir,
1995; Tommasino y Foladori,
2001). Mientras, no resulta claro para quiénes tendrá efectos negativos o
positivos el calentamiento global o el adelgazamiento de la capa de ozono.
Están totalmente demostradas las consecuencias de los productos orgánicos
clorados fabricados por la industria química para la salud de los seres humanos
y otros seres vivos, así como los riesgos de la energía nuclear, también de la
contaminación atmosférica con detritos humanos resultado de la falta de
saneamiento en la mayoría de las ciudades del Tercer Mundo. Asimismo, los
países ricos sufren el exceso de dióxido de carbono en la atmósfera, que tiene
efectos dudosos y a largo plazo; los del Tercer Mundo soportan la contaminación
por sulfatos, nitratos, plomo y mercurio, que tienen efectos inmediatos y
ampliamente confirmados. Por otra parte, la pobreza y el crecimiento de la
población sólo son vistos como problemas ambientales por el Primer Mundo en la
medida que ambos factores presionan sobre los recursos o cuando las prácticas
agrícolas tradicionales de roza y quema perjudican los ecosistemas y aumentan
el calentamiento global; esto es, los países del Tercer Mundo son vistos sólo como
puente para los
problemas ambientales considerados centrales por el Primer Mundo (Foladori y Tommasino, 2000).
2.4. Existen contratendencias favorables al ambiente derivadas de la
liberalización del comercio mundial
Aunque en
términos generales puede decirse que las corporaciones transnacionales sólo
invierten en tecnologías limpias cuando les son exigidas, una vez que lo logran
y superan a sus competidores, pagan con la misma moneda. Presionan para que se
establezcan acuerdos internacionales de niveles de contaminación, promueven
normas de calidad ambiental, como la isso 14 000, y cabildean en otros países para
que los gobiernos locales obliguen a las empresas a adaptarse a los patrones de
calidad ambiental de las corporaciones transnacionales. Así compiten
ventajosamente, y lo que en un momento fue un gran costo se convierte en
ganancia extraordinaria y en un mayor monopolio. En la industria química, por
ejemplo, ha habido un cambio significativo a partir de los años noventa como
resultado de los graves accidentes de los ochenta. La política denominada Responsible
Care,
promovida por la Asociación de Industrias Químicas de Canadá y Estados Unidos
luego del desastre de Bohpal, mejoró la seguridad de
los trabajadores, la salud y el ambiente. Esta política se aplica desde
principios de los años noventa en todos los países sede de las corporaciones
transnacionales de la industria química. Con ello, están exportando
‘ambientalismo’ a los países del Tercer Mundo, además presionan para que los
criterios de seguridad ambiental y su legislación se eleven. Un estudio
publicado recientemente sobre las corporaciones transnacionales de la industria
química en México y Brasil muestra que se introdujeron las medidas de control
de contaminación Responsable Care antes que las reclamasen los
movimientos ambientalistas (García Johnson, 2000).
2.5. La
globalización obliga a los Estados nacionales a buscar recursos en el
fluctuante capital financiero transnacional
Para atraer
inversiones extranjeras, los gobiernos nacionales y regionales compiten por
facilitar condiciones de inversión. Esto supone, la mayoría de las veces,
condiciones blandas para el pago de impuestos, otorgamiento de áreas
geográficas subvaluadas o gratis, liberar restricciones ambientales para
permitir asentamientos industriales e infraestructura en zonas prohibidas o de
riesgo ambiental. Con ello, los gobiernos nacionales y regionales se vuelven
cada vez más débiles frente a las inversiones de las corporaciones
transnacionales y los resultados, entre otros, son la construcción de hoteles
de cinco estrellas en las playas, o de edificios elevadísimos en zonas
residenciales y consecuente pérdida de calidad ambiental, y en la instalación
de industrias en zonas de inundación o riesgo ambiental (Sowers
et al.,
2000; Torres y Costa, 2000).
3. La revolución de
la nanotecnología y posibles perspectivas
En los años
recientes ha cristalizado una nueva revolución tecnológica que tendrá impactos
significativos en el ambiente y el comercio mundial. Se trata de la nanotecnología.
Consiste en la manipulación de los átomos para formar productos. Desde el punto
de vista tecnológico es una revolución por dos razones básicas. Primera: se
trata de construir de lo más pequeño a lo más grande (bottom-up) en lugar de comenzar por la materia
prima en gran escala, extraída tal cual existe en la naturaleza y reducirla al
tamaño de los objetos de uso, como se hace hasta la fecha. Segunda: porque en
el nivel atómico no hay diferencia entre materia biótica y abiótica, de manera
que pueden aplicarse procedimientos de reproducción biológicos a los procesos
materiales.
Según los
apologistas de la nanotecnología, sus aplicaciones serán ampliamente benéficas
para el medio. El proceso de producción bottom-up eliminará el desperdicio del proceso
productivo; la producción a partir de los elementos químicos básicos volverá
superflua la dependencia de los recursos naturales, que ya no serán demandados.
La aplicación en el área de la energía permitirá utilizar energías limpias en
gran escala. En la agricultura, los nanosensores
podrán reducir sustancialmente el riego, el desperdicio de nutrientes y
prácticamente de todos los herbicidas, funguicidas y pesticidas. También podrá
potabilizarse agua a costos muy bajos y los catalizadores descontaminarán el
aire. En el área de la salud los efectos serán impresionantes: permitirán que
los fármacos lleguen directamente a las células que los requieran. Estos serían
algunos de los resultados positivos.[4]
Aunque se trata
de una revolución tecnológica en ciernes y resulta difícil predecir a qué ramas
de la producción se expandirá, el hecho es que ya está rediseñando la discusión
ambientalista. En primer lugar, la diferencia en las tecnologías de control de
las fuentes o de las emisiones, end
of pipe, se vuelve trivial
a la luz de la nanotecnología. Ésta controlaría las fuentes y, prácticamente,
no habría emisiones. En segundo, la discusión acerca de si son más graves los
problemas de contaminación o los de depredación también se vuelve superflua, ya
que la nanotecnología está demostrando su capacidad para intervenir en la
sustitución de materiales y en la elaboración de catalizadores y sensores que
permiten revertir drásticamente la contaminación de la atmósfera, los cursos de
agua y el suelo mediante nanopartículas compuestas
por hongos y bacterias ‘limpiadoras’.
Esta visión
resulta demasiado optimista para algunos. Debido a la presión de algunas
organizaciones no gubernamentales (ong),
entre las que destaca el grupo Erosión, Tecnología y Concentración (etc), y diarios
internacionales,[5] desde el año 2000
instituciones oficiales de algunos gobiernos, como los de Estados Unidos y de
Reino Unido, comenzaron a promover investigaciones sobre los posibles impactos
de la nanotecnología en el medio y la salud. Una vez más en la historia de la
tecnología, las soluciones no vienen solas, y los efectos secundarios, en el
comienzo imprevisibles, deben ser evaluados.
Aún son pocos
los estudios sobre el tema, pero los indicios no son del todo halagüeños.
Nanotubos de carbono instalados en la traquea o
pulmones de ratas tienden a formar nódulos, posiblemente como consecuencia de
la reacción del organismo a cuerpos extraños (Lam et
al., 2004; Warheit et al., 2004). También se ha descubierto que
las nanopartículas producen daño cerebral en peces (Christiansen y Andersen, 2004). Resulta impredecible qué
pueda suceder en el ambiente con las partículas autorreplicables.
El grupo etc
habla de la “plaga verde” para referirse a la posibilidad de un proceso
incontrolable de reproducción de nanopartículas (etc, 2003),
por lo cual llamó a una moratoria en su investigación y producción.
Se habla poco de
los alcances de la nanotecnología en las relaciones sociales, no se analiza más
allá de las consecuencias para la salud o el ambiente. Es posible que los
productos de la industria tradicional no puedan competir con aquellas que
tengan incorporados nanosensores, nanodistribuidores
o nanocatalizadores, etc. Esto provocaría la ruina de
economías masivas, sobre todo en los países más atrasados, cuyas secuelas
serían los aumentos del desempleo y la violencia. También está el problema de
las regulaciones para nanoproductos; actualmente no
las hay en ningún país; incluso las corporaciones multinacionales que
incorporan nanopartículas a sus productos argumentan
que no tienen nada nuevo y, por lo tanto, no deben someterse a criterios de
toxicidad. Pero, al mismo tiempo, esas empresas luchan por patentar sus
productos y afirman que la combinación a escala atómica que realizan no se
encuentra en la naturaleza. De manera que, como ocurre con muchos productos
tóxicos, los países más pobres se convertirán en los consumidores de productos
de riesgo desconocido.
Ya existe
competencia por el posicionamiento internacional en nanotecnología. Estados
Unidos, Reino Unido, China, Japón, Corea del Sur, Taiwán e Israel son algunos
de los más entusiastas, pero prácticamente todas las grandes corporaciones
multinacionales apuestan fuerte por esta tecnología.
Conclusiones
Para facilitar la
sistematización del análisis presentado se enumeran las conclusiones
principales.
1. El origen de
los cambios en el desarrollo sostenible efectuados desde fines de los años
sesenta es resultado de los movimientos de la población organizada en grupos
ambientalistas, ecologistas, pacifistas, etc. Los cambios en el desarrollo
sostenible realizados desde principios de los años setenta fueron básicamente
técnicos y no tocaron las relaciones sociales de producción capitalistas ni el
estilo de vida consumista. Esto supone la desvinculación de las relaciones
sociales con la tecnología. La revolución nanotecnológica no escapa de esta
disyuntiva, ya que las corporaciones transnacionales son las principales
productoras e interesadas en la divulgación de estos productos, aun con los
posibles efectos de incremento de la desigualdad en el mundo.
2. En la vía
técnica hacia la sostenibilidad pueden distinguirse dos caminos. Por un lado,
el que enfatiza el control de las emisiones colocando filtros o mejorando el
destino de los desperdicios. Por otro lado, el de las fuentes, que requiere
modificaciones más profundas en la tecnología y en muchos casos la sustitución
de las fuentes energéticas y de materias primas. Este último camino es
notoriamente más radical que el primero. Cuando un país pone en marcha un programa
de desarrollo sostenible que pretende encauzar todos los movimientos
económicos, se habla de un proceso de modernización ecológica. Tal vez el
ejemplo más claro de dicha estrategia sea el Plan Nacional para una Política
Ambiental del gobierno holandés (Nationaal Milieubeleids Plan, nmp) de 1989. El análisis
ambiental estratégico y la participación son los mecanismos para conseguirlo.
Pero esta disyuntiva entre regular la fuente o las emisiones, entre controlar
‘desde arriba’ o establecer procesos participativos, puede tener un cambio
radical mediante procesos nanotecnológicos de producción de energía, de
sustitución de materias primas y de limpieza del ambiente. Estamos frente a una
salida técnica que podría colocar a ciertas corporaciones transnacionales a la
vanguardia del ambientalismo.
3. La
globalización y el peso cada vez mayor de las corporaciones transnacionales
tiene efectos contradictorios sobre el medio. Por un lado, hay una tendencia a
reubicar las industrias contaminantes y de riesgo en los países del Tercer
Mundo, donde hay reglamentaciones ambientales menos rígidas y salarios más
bajos. Eso supone el abaratamiento de costos y la creciente diferencia entre
los países ambientalmente limpios (Primer Mundo) y los cada vez más
contaminados y degradados (Tercer Mundo). Por otro lado, como resultado de los
movimientos ecologistas y ambientalistas, se tiende a la homogeneización de las
reglamentaciones ambientales. Para las empresas con tecnología de punta, la
mejora en los patrones de calidad y seguridad ambiental y salud se convierte en
un arma poderosa para desplazar del mercado a empresas más atrasadas y así
aumentar su monopolio. Por eso, en algunos casos, las corporaciones
transnacionales juegan el papel de exportadoras de ambientalismo y obligan a
otros países a que adopten medidas de reglamentación ambiental y control que no
tenían antes (García Johnson, 2000).
4. Lo que el
capitalismo no logra resolver aun con las formas más avanzadas de modernización
ecológica ni con la aplicación de la nanotecnología al deterioro ambiental son
dos problemas centrales de la sostenibilidad. Por un lado, el
desempleo.
Las ventas de las 200 principales corporaciones transnacionales del mundo
exceden las de todos los países del mundo con exclusión de los nueve más
grandes, pero emplean sólo a 19 millones de trabajadores, lo que significa
menos de 0.75% de los trabajadores del mundo. Aún más, entre 1993 y 1995 las
principales 100 corporaciones transnacionales incrementaron sus inversiones 25%
pero, durante el mismo periodo, recortaron 4% de su fuerza de trabajo (Hines, 2000: 72). La dinámica capitalista no puede evitar
el aumento la pobreza y la diferenciación social y, con ello, incrementar el
acceso desigual al ambiente, por lo cual las mejoras ambientales derivadas de
tecnologías verdes o limpias se convierten en ventajas para menos personas y
países, y para las futuras generaciones. Por otro lado, los resultados
imprevistos del uso
de tecnologías cada vez más complejas generan el principio de precaución que
cada vez más se impone como criterio de seguridad; proclama que la tecnología
se aplique hasta que demuestre ser inofensiva para el ambiente y está basado en
información científica controlada por las mismas corporaciones transnacionales
que dirigen a institutos y laboratorios de investigación directa o
indirectamente a través de los subsidios a las universidades. Lo que hoy en día
es una certeza mañana puede presentar grandes incertidumbres. La “plaga verde”,
que eventualmente podría surgir con la nanotecnología, no debe descartarse.
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Enviado:
30 de abril de 2004.
Aceptado: 7 de febrero de 2005.
Guillermo Foladori es doctor en economía por la
Universidad Nacional Autónoma de México. Fue profesor visitante en el Doctorado
en Medio Ambiente y Desarrollo en la Universidad Federal de Paraná (Brasil), en
la Universidad de Columbia (Estados Unidos) y actualmente se desempeña como
profesor en el Doctorado en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma
de Zacatecas. Especialista en temas de ambiente, salud y en nanotecnología.
Autor de Controversias sobre sustentabilidad. La coevolución sociedad-naturaleza (Miguel Ángel Porrúa Editores,
México, 2001), coeditor con Naina Pierri de ¿Sustentabilidad?
Desacuerdos sobre el desarrollo sustentable (Miguel Ángel Porrúa Editores, México, 2005, en prensa),
y decenas de artículos en diversas revistas.
[1] El
término “modernización ecológica” debe atribuirse al sociólogo alemán Joseph
Huber, quien comenzó a utilizarlo en 1982 (Brey, 1999).
[2] El
concepto de desarrollo sostenible se internacionalizó a partir del “Informe Brundtland”, Nuestro Futuro Común, un documento sobre la
situación ambiental del mundo encomendado por la Organización de las Naciones
Unidas a un grupo ad
hoc y publicado en 1986.
[3] El aae es, en
palabras de Dalal-Clayton y Sadler
(1999: 1), “un proceso sistemático de evaluación de las consecuencias
ambientales de políticas propuestas, planes o iniciativas de programas, con el
propósito de asegurar que están plenamente incluidas y apropiadamente
contempladas en las primeras etapas de las decisiones en igualdad de
condiciones que las consideraciones económicas y sociales”.
[4] El
área militar es la que mayor financiamiento público recibe en Estados Unidos
(más de un tercio) para la investigación en nanotecnología y será,
probablemente, la mayor beneficiaria de sus productos.
[5] El New York Times,
por ejemplo, publicó varios artículos del periodista B. J. Feder
sobre el tema (New
York Times, 03/02/2003, 14/04/2003, 19/05/2003,
07/07/2003, 03/11/2003), The Guardian
hizo otro tanto (28/04/2003, 30/07/2003, 09/01/2004).