Globalización, nuevas dinámicas urbanas y estrategias de integración de migrantes andinos indocumentados en Suiza

 

Angela Stienen*

 

 

Abstract

 

In countries like Switzerland, where society is highly regulated by a sophisticated system of State control, the social and economic integration of illegal migrants relies on networks of strong social ties between migrants and members of the host society. During the last two decades, the urban restructuring as well as the new emerging social groups and the processes of deregulation and privatisation in Switzerland strongly shaped the integration strategies of illegal migrants. In this study on illegal migrants from Andean countries, the different patterns of their social and economic integration in Switzerland are discussed in relation to the appearance of contested urban territories during the eighties and the emergence of a new urban middle class during the nineties.

 

Keywords: illegal migration, public space, contested urban territories, deregulation, emancipation.

 

Resumen

 

En países como Suiza, cuya sociedad es altamente regulada por un complejo sistema de control estatal, la integración social y económica de migrantes indocumentados depende de las redes sociales establecidas entre migrantes y miembros de la sociedad receptora. Durante las décadas 80 y 90, las restructuraciones territoriales en las ciudades, la aparición de nuevos grupos sociales y los procesos de desregulación y privatización en Suiza marcaron determinantemente las estrategias de integración de migrantes indocumentados. En este estudio de caso sobre migrantes indocumentados de países andinos, se discuten los diferentes patrones de su integración social y económica en Suiza, relacionándolos con la aparición de territorios urbanos contestatarios durante los años 80 y el auge de una nueva clase media urbana durante los 90.

 

Palabras clave: migrantes indocumentados, espacio público, territorios urbanos contestatarios, desregulación, emancipación.

 

 

* Instituto de Etnología, Universidad de Berna, Suiza. Correo-e: stienen@ethno. unibe.ch

 

 

Introducción[1]

 

Durante la segunda mitad del año 2001, varios grupos de personas indocumentadas, residentes y trabajadoras en Suiza desde hace ya varios años, ocuparon pacíficamente algunas iglesias en las principales ciudades del país. Bajo el lema: ‘Ningún ser humano es ilegal’, los indocumentados, fortalecidos por un cada vez más amplio movimiento de apoyo, decidieron salir del anonimato y romper el silencio sobre el hecho de que cada vez más migrantes viven y trabajan en Suiza sin ser reconocidos jurídicamente. Algunos dieron a conocer sus historias de vida a periodistas y políticos y exigieron el reconocimiento de sus derechos humanos, es decir, los derechos fundamentales asignados por la constitución federal y el derecho internacional a toda persona que vive en Suiza, aun sin permiso de estadía. También reclamaron la regularización colectiva de la situación de todas las personas indocumentadas residentes en el país.

Con sus protestas, los indocumentados y el movimiento de apoyo lograron gran publicidad, ya que el sólo hecho de haber exigido el reconocimiento oficial de su presencia en el país desafió la credibilidad del Estado de derecho y de su política de migración, y puso de manifiesto otra cara de la cada vez mayor desregulación económica, resultado de los nuevos procesos de globalización. De manera que las reacciones del establishment político y económico suizo ocurrieron de inmediato, aunque fueron altamente ambiguas. Algunos políticos argumentaron que la tradición humanista de Suiza exigía que se considerasen los denominados ‘casos de fuerza mayor’ entre la población indocumentada, y animaron a los migrantes a entregar sus historias de vida en forma anónima para que fueran examinadas. Otros, en cambio, exigieron de manera categórica la deportación de las personas sin estatus legal y su penalización, así como también la de toda persona nativa que contrata o apoya a indocumentados. Esta última posición se sustenta en las nuevas leyes federales de extranjeros y contra el trabajo ilícito, próximas a entrar en vigencia en el país. Con ambas leyes se busca adaptar la legislación suiza a las nuevas realidades económicas mundiales, y proteger tanto el mercado laboral doméstico como abrirlo a la mano de obra de la Unión Europea y a profesionales altamente calificados de los otros países del mundo, requeridos por las reestructuraciones económicas en el país. Igualmente, dichas leyes preveen sanciones penales severas para los indocumentados como también para empresas y personas que contratan a extranjeros sin posibilidad de obtener un permiso de trabajo y de estadía en Suiza, por ser considerados ‘migrantes no deseados’.

El sector sindical suizo acogió con satisfacción la propuesta de la nueva ley contra el trabajo ilícito, a pesar de haber aplaudido las acciones de protesta de los indocumentados y de haberlos apoyado, reivindicando la solidaridad internacional y el derecho a la migración. Los sindicatos consideran, sin embargo, que dicha ley fortalece sus reivindicaciones frente a los patronos puesto que la competencia con una mano de obra extranjera desprotegida por la ley, y por consiguiente más barata y flexible, contribuye a acelerar el desmonte de sus propios derechos laborales.

El debate político provocado por las acciones de protesta de la población indocumentada tiene una interesante particularidad: a pesar de sus diferentes matices, se enmarca exclusivamente en la lógica del Estado nacional como ente regulador. Ello significa que todas las partes están convencidas de que el Estado nacional aún logra controlar y regular las migraciones; bien sea con represión y medidas severas de sanción, o con amnistías y trámites de legalización. Por esta razón, el mencionado debate político está estructurado por las categorías dicotómicas: culpable/criminal versus víctima/héroe. Los indocumentados son percibidos a partir de esta dicotomía, sea como infractores de la ley, sea como víctimas de abusos debido a la falta de protección jurídica.

Los pocos estudios sobre migrantes indocumentados en Suiza están en su mayoría influenciados por el mencionado debate político y la mirada dicotómica.[2] El presente artículo pretende superar esta bipolaridad y esclarecer por qué los indocumentados no son ni víctimas/héroes, ni culpables/criminales, y por qué es ilusorio pensar que el Estado nacional puede controlar y regular las migraciones en el actual contexto de globalización.

En su estudio comparativo sobre migrantes indocumentados brasileños en Londres y Berlín, Jordan, Vogel y Estrella (1997) llegan a una interesante conclusión: para las personas indocumentadas es mucho más difícil insertarse en la sociedad alemana que en la británica, no obstante, si logran establecerse en algún nicho, su integración social en Alemania es mejor y más estable. Según los autores, ello se debe al alto grado de institucionalización de la sociedad alemana, y a su extenso sistema de regulación y control estatales. En la sociedad británica, en cambio, las políticas de liberalización y desregulación son muy avanzadas. Por esta razón, para vivir en Alemania, los migrantes indocumentados necesitan establecer relaciones de confianza y dependencia mutua con personas nativas y tejer amplias redes sociales de apoyo con la población local. En Gran Bretaña, en cambio, las personas indocumentadas tienen fácil acceso a los diferentes subsistemas de la sociedad, sin embargo, la competencia y desconfianza son muy fuertes, de manera que sus relaciones sociales se limitan a familiares más cercanos, y su integración social es más precaria (véase también Jordan y Vogel 1997).

Se puede sin duda afirmar que el caso de Alemania se asemeja al suizo. También en Suiza, los migrantes indocumentados necesitan acumular un amplio capital social, es decir, relaciones de confianza, reciprocidad y dependencia mutua con la población nativa para poder permanecer en el país. Es, por tanto, interesante ampliar el enfoque de la investigación de Jordan, Vogel y Estrella, y articular la inquietud de por qué los migrantes indocumentados establecen tales relaciones con la población nativa, con otra serie de preguntas como las siguientes: ¿Entre qué sectores de la sociedad receptora y con qué tipo de migrantes se establecen dichas relaciones? ¿Cómo y por qué se establecen, y de qué manera se transforman en determinados momentos históricos? Para el caso suizo, dichas preguntas remiten a los cambios sociales acaecidos en el país durante las últimas dos décadas, y a la transformación de las expectativas de la población nativa hacia los migrantes. Por otro lado, revelan cómo ambas partes se adaptan mutuamente y articulan de manera estratégica sus respectivos intereses personales dentro y fuera del marco establecido por la ley.

A continuación expondré el caso de migrantes indocumentados originarios de Bolivia, Ecuador y Perú. Describiré dos patrones distintos de migración de estos países hacia Suiza durante las últimas dos décadas, e ilustraré que la articulación entre población migrante y nativa es en cada caso diferente. Ello me permitirá desarrollar la siguiente hipótesis: debido a los cambios sociales en Suiza, es cada vez más aceptado socialmente infringir la ley, y también se refuerza la tradición de la desobediencia civil en el país, de manera que se generan condiciones de informalidad propicias para que aumente la población indocumentada.[3]

 

1. La población migrante en Suiza

 

Suiza es el país europeo con la más alta tasa de población inmigrante. Según el último censo nacional del año 2000, 20.5% de sus siete millones y medio de habitantes no tiene la nacionalidad suiza. Una tercera parte de la población extranjera registrada proviene de los estados de la ex Yugoslavia y aproximadamente 15% es originaria de países no europeos. Estas cifras, sin embargo, son ambiguas porque también incluyen a las personas nacidas en Suiza –segunda, tercera, e incluso cuarta generación– y a las que residen en el país desde hace más de diez años. Esta población aún es ‘extranjera’ porque los trámites de nacionalización en Suiza son altamente restrictivos, complicados y costosos en comparación con otros países de Europa y del mundo.

Según el argumento de Saskia Sassen (1996: 160), respecto a que las antiguas migraciones regulares son el puente de las nuevas irregulares, se puede suponer que la estructura demográfica de la población extranjera con estatus legal en un país se asemeja a aquella de su población indocumentada. Se estima que en Suiza viven entre 150,000 y 300,000 personas indocumentadas,[4] es muy probable por consiguiente que una gran parte de esta población sea originaria de la ex Yugoslavia. Sin embargo, hasta principios de los años 90, cuando estalló la guerra de los Balcanes, los ciudadanos de los países de la ex Yugoslavia –residentes y trabajadores en Suiza– tenían en su mayoría un estatus legal, pues la ex Yugoslavia fue un importante país de ‘reclutamiento’ de mano de obra para la hotelería, construcción e industria suiza durante las décadas de los años 60, 70 y 80. No obstante, muchos trabajadores yugoslavos tenían un permiso de trabajo temporal en Suiza, lo que implicaba que sólo podían permanecer en el país durante nueve meses consecutivos cada año y que no tenían derecho a la reunificación familiar.

Cuando en 1991 entró en vigencia un nuevo decreto sobre la estadía de extranjeros en Suiza, los ciudadanos de la ex Yugoslavia conformaron la ya mencionada categoría de ‘migrantes no deseados’, igual que los ciudadanos de la mayoría de los países no europeos, y sus permisos de trabajo no fueron renovados. Muchos patronos, sin embargo, toleraron la permanencia de sus antiguos empleados en el lugar de trabajo, y aquellas personas que hasta el momento aún no habían traído clandestinamente a sus familiares más cercanos de la ex Yugoslavia, lo hicieron en este momento debido a la guerra. Para el caso de la población indocumentada de la ex Yugoslavia, se puede entonces concluir: La categoría jurídica del migrante temporal, categoría central de la política de migración suiza durante las décadas de los años 60, 70 y 80, fue creada para reaccionar de manera flexible frente a las coyunturas económicas y regular las fluctuaciones del mercado laboral doméstico.[5] La arbitrariedad de esta categoría provocó la irregularidad de centenares de personas.

 

1.1 La población migrante latinoamericana en Suiza

 

El caso de la población indocumentada latinoamericana en Suiza es distinto por tratarse de una migración relativamente nueva. Nunca existieron facilidades para que las personas originarias de países latinoamericanos consiguieran un permiso de trabajo en Suiza. En el año 2000, la población latinoamericana registrada en Suiza fue de 2.1% del total de la población extranjera del país (de 1.5 millones de personas). Ello significa que la diáspora latinoamericana registrada en Suiza se ha duplicado durante la década de los 90, de 15,300 a 31,000 personas. No obstante, y como muestra el cuadro 1, el número de personas registradas procedentes de los países con mayor representación en Suiza ha aumentado cuatro (Brasil y Ecuador), siete (Cuba) y hasta nueve veces (República Dominicana). Además, es interesante constatar que durante los años 90 la proporción entre mujeres y hombres latinoamericanos se ha transformado significativamente. Según los censos nacionales, en 1990 52% de la población latinoamericana registrada en Suiza eran hombres y 48% mujeres; en el 2000, en cambio, sólo 36% eran hombres y 64% mujeres. Estas cifras confirman la hipótesis sobre la feminización de la migración a nivel mundial durante la última década (véase por ejemplo, Le Breton Baumgartner, 1998). El cuadro 1 muestra esta tendencia para las nacionalidades con mayor representación en Suiza:

 

Cuadro 1

Latinoamericanos registrados en Suiza: nacionalidad,

género y edad, 1990 y 2000

Fuente: Oficina Federal de Estadísticas, censos nacionales de 1990 y de 2000.

*Los 8,840 migrantes latinoamericanos que no se mencionan para el año 2000 se reparten entre los otros 25 países de Latinoamérica, incluídas las islas caribeñas. Entre ellos se destacan 1,278 Argentinos y 3,856 Chilenos residentes en Suiza que no se mencionan porque se trata de una migración particular, la mayoría son exiliados políticos de la década de los setenta y sus descendientes. La población migrante de ambos países ha disminuido entre 1990 y el 2000 en Suiza.

 

La población femenina de casi todas las nacionalidades mencionadas se duplicó en comparación con la masculina durante la década de los años 90, y el número de ciudadanas brasileñas y cubanas incluso se triplicó, de manera que en el 2000, 50% de la población latinoamericana registrada en Suiza eran mujeres de estas ocho nacionalidades y 22%, hombres. Sólo el caso de las ciudadanas bolivianas parece una excepción, pues si bien el número de las que residen en Suiza casi se duplicó, aún no supera a la población masculina.[6]

Según el censo nacional de 2000 sobre las edades de la población latinoamericana y de su permanencia en Suiza, la población boliviana es comparativamente la más vieja y la que más años vive en el país, pues 34% es mayor de 40 años y dos terceras partes residen desde hace más de cinco años en el país. En cambio, sólo 8% de la población dominicana es mayor de 40 años y 50% lleva menos de cinco años en Suiza. También la población brasileña y la ecuatoriana es más joven, pues aproximadamente 15% es mayor de 40 años, mientras que la colombiana y peruana lo son en 20% y en 25%, respectivamente. Sin embargo, sólo una tercera parte de la población brasileña y ecuatoriana reside desde hace más de cuatro años en Suiza, en comparación con el 50% de la población colombiana y peruana.

Para la década de los 90, la comparación entre los censos nacionales de 1990 y del 2000 también muestran una tendencia hacia la concentración de la población latinoamericana (y en general extranjera) en los dos importantes centros urbanos del país: Zurich y Ginebra. Ello sustenta la hipótesis de que en el actual contexto de globalización, los centros urbanos con funciones globales atraen nuevas migraciones, debido a su expandido y variado sector de servicios (investigación y consultoría, diversión, gastronomía, servicios personales, etcétera) (Sassen, 1991 y 1994). Zurich como centro financiero con importancia global y Ginebra como sede de importantes organizaciones internacionales cumplen tales funciones (Hitz et al., 1995a).

Si se retoma la hipótesis formulada con anterioridad, de que la estructura demográfica de la población extranjera con estatus regular se asemeja a aquella de su población indocumentada, surge entonces la pregunta: ¿Qué significan estas cifras para el caso de los migrantes latinoamericanos indocumentados en Suiza?

Es importante destacar que las embajadas de Bolivia, Perú y Ecuador en Suiza estimaron que para el año 2001 aproximadamente 60% de sus ciudadanos, residentes en el país, serían indocumentados,[7] de manera que las cifras oficiales expuestas sobre la población de estos países representarían apenas 40%. Se puede deducir que la población indocumentada latinoamericana en Suiza está principalmente compuesta de ciudadanos y ciudadanas de las nacionalidades mencionadas en el caudro 1, que es mayoritariamente femenina, que se ha triplicado o hasta cuadruplicado durante los últimos diez años, y que reside sobre todo en Zurich y Ginebra. Sin embargo, ¿por qué de algunos países (caso del Brasil y de la República Dominicana) se encuentra sobre todo un determinado grupo social, es decir, mujeres muy jóvenes con pocos años de estadía en el país, mientras que la población migrante de países como Perú, Ecuador y Bolivia parece ser más heterogénea? ¿De qué manera, tales diferencias entre las distintas nacionalidades están determinadas por los nichos que la población indocumentada encuentra en la sociedad receptora para insertarse económica y socialmente?

Estudios recientes realizados por el Centro de Información para Mujeres Latinoamericanas, Asiáticas y de Europa del Este, con sede en Zurich, a lo mejor podrían dar alguna explicación al respecto (por ejemplo, Le Breton y Fiechter, 2000; Le Breton, 1998). Dichos estudios muestran que Brasil y República Dominicana (y cada vez más Colombia y Cuba) son los primeros países latinoamericanos en remitir mujeres para traficar con ellas, por ejemplo a través de matrimonios organizados y de la prostitución. Por lo general, las mujeres que llegan de esta manera a Suiza no encuentran una estabilidad legal ni como trabajadoras sexuales contratadas, ni en el matrimonio; éste raras veces es duradero y no les garantiza un permiso de estadía independiente del esposo. Por esta razón, muchas mujeres de las mencionadas nacionalidades se encuentran tarde o temprano en la situación de indocumentadas. Las y los migrantes indocumentados procedentes de Ecuador, Perú y Bolivia, sin embargo, parecen llegar de otra manera a Suiza, y por lo general ocupan otros nichos de la sociedad receptora que les permiten permanecer en el país. Estos casos nos interesan y a continuación los reseñamos.

 

2. Hombres andinos indocumentados y los nuevos movimientos sociales urbanos en Suiza

 

Las personas entrevistadas procedentes de Ecuador, Perú y Bolivia, llegaron mayoritariamente a Suiza a mediados de los años 90. Sin embargo, el ‘puente’ que ha posibilitado su migración y permanencia en el país se construyó a partir de los años 80. Se observan dos tipos de migración desde dichos países andinos hacia Suiza durante las últimas dos décadas, y ambos están dirigidos hacia la permanencia irregular en el país. El primero, a finales de los años 80, es predominantemente masculino; el segundo, a partir de mediados de los años 90, es sobre todo femenino. Hasta 1997, los ciudadanos de los países andinos, a excepción del Perú, no necesitaban visa para Suiza. De manera que durante la década de los 80 y hasta mediados de los 90 era más fácil entrar al país. En esta época, un buen número de ciudadanos bolivianos, ecuatorianos y peruanos (algunos con pasaporte boliviano), en su mayoría hombres, lograron establecer un nuevo nicho económico en Suiza: la música callejera. Este nicho les posibilitó durante varios años la permanencia como indocumentados en el país.

La llegada de músicos de países andinos a Europa empezó ya en la década de los años 70, cuando se promovieron los primeros grupos folklóricos contratados por compatriotas radicados en Europa, o por europeos, con el interés de divulgar la música andina. Un entrevistado boliviano relata al respecto que en la década de los 80:

La salida mía y la de muchos grupos fue por los turistas que se interesaban por la música nuestra. [En Bolivia] había muchas agencias de turismo, una promoción cultural muy fuerte, y muchos turistas europeos. Francia era un país fundamental para llevar grupos, allá empezó el inicio de muchos músicos, en especial bolivianos. Después viajaron por otros países […] La iglesia influyó mucho en la promoción de nuestra cultura en Europa, generalmente con los grupos se recogía plata para proyectos de ayuda al desarrollo. Pero siempre había también quien ganaba con los grupos.

 

Cuando el citado entrevistado llegó por primera vez a Suiza en 1987, la música andina estaba en pleno auge en toda Europa. En esta época, la salida a Europa para muchos músicos significaba un ascenso social en su país de origen, porque regresaban con dinero y con recortes de prensa que daban constancia de la promoción que se les había hecho en Europa. El mismo entrevistado destaca:

Si tu salías afuera, te tenían ya más respeto en tu región, en tu departamento. Nosotros éramos uno de los primeros grupos que salió a Europa. Entonces ya te daban un trato más alto. Y los otros grupos se esforzaban al máximo para sacar un nuevo disco muy bueno para tener la oportunidad de salir.

 

Durante la década de los años 80, la salida de músicos de países andinos a Europa se convirtió en un nuevo patrón de migración estacional. Año tras año, cada verano llegaban músicos con el objetivo de quedarse siete, ocho meses en Europa, y regresar a sus países de origen para pasar las fiestas de fin de año con la esposa y los hijos. Este ir y venir se desarrollaba de diferentes formas: muchos llegaban las primeras veces de manera organizada a determinado país europeo, tenían un permiso para interpretar su música durante varios meses en iglesias, restaurantes y recintos culturales oficiales, y sólo cuando ya habían establecido suficientes puntos de referencia, se arriesgaban de manera independiente. Otros, en cambio, desde el inicio se aventuraron por su propia cuenta, y empezaron a interpretar su música directamente en la calle.

Volvimos a Europa el siguiente año, de junio a diciembre del 89. Esta vez nos invitó una señora de Alemania […] Había una persona que nos guiaba, un boliviano que había sido dirigente minero, un refugiado político. Él ya había tenido experiencia con otros grupos que había guiado por toda Europa. Tenía permiso para trabajar de esta manera. Con él ya empezamos a tocar en la calle, en las plazas, en los mercados, él nos señalaba los lugares adecuados. Era mucho más duro, porque viajábamos en el auto, dormíamos donde nos cogía la noche, y a despertar temprano porque teníamos que tocar al día siguiente, era muy estresante.

           Yo vine con un grupo de muchachos bolivianos. Ellos ya habían tocado en Suiza en la calle entre 1988 y 1989, principalmente en la parte francesa. Necesitaban gente para tocar como grupo, porque algunos casados ya no querían regresar a Suiza, entonces los solteros éramos los que reemplazábamos a los casados. Me contacté con estos muchachos, me hicieron una prueba y ya.

 

Llegamos en Aeroflot a Luxemburgo en el 91. Con el mismo vuelo llegaban muchos peruanos que no sabían a dónde ir, no tenían nada, nada. Tenían primero que ir a tocar y ganar un poco. Esto sí es muy duro.

 

Tanto en Suiza como en los demás países de Europa a finales de los años 80, la calle se había convertido en el principal escenario de trabajo para los migrantes andinos. No obstante, la calle era un espacio de mucha ambigüedad.

 

2.1 La calle: territorio de los mendigos

 

La mayoría de los entrevistados que han trabajado como músicos ‘callejeros’ relatan que al principio tenían miedo de tocar en la calle y que era vergonzoso para ellos ver que la gente les tiraba monedas, se sentían como limosneros. Algunos destacan que fue muy duro para ellos cuando sus hijos se enteraron de que tocaban en la calle. Para estos músicos, la calle representaba el territorio de los mendigos y pobres.

En mi país el folklore tenía otro modo de verse, era un arte, y esto de hacerlo en la calle era un choque […] Allá está mal visto tocar en la calle, te discriminan.

 

Tú tienes que tener una ética musical y si has grabado unos quince cds, no puedes ir a la calle a tocar. Aquí, cuando uno tiene que tocar en la calle, todo su orgullo de persona se va.

 

Todos saben que en Europa se toca en la calle. Aquí buenos músicos están en la calle. Pero allá [en su país de origen] muestran su dinero y dicen que han trabajado muy bien aquí, y no es verdad, han tenido que tocar en la calle, van a las Migros [cadena popular de supermercados en Suiza], a los parqueaderos, tocan solitos. A veces ni son buenos músicos, pero allá van a mostrarse, y los que sí son buenos músicos se impresionan y dicen: ‘Lo invitamos’. Y el otro sólo va a mostrarse, pero no dice cómo ha ganado este dinero.

 

A partir de la experiencia latinoamericana, los migrantes que vivieron de la música callejera en las ciudades europeas asociaban la calle y el espacio público con la informalidad y, por consiguiente, con pobreza, inferioridad social y dependencia. El espacio público en sus ojos era un espacio irregular e inseguro, y someterse a su inseguridad significaba rebajarse y exponerse a las humillaciones de aquellos que sólo lo usan como territorio de tránsito. De manera que, en el imaginario de los músicos, apropiarse de este territorio, permanecer en él y convertirlo en lugar de trabajo, significaba obstaculizar el tránsito, y estorbar el ritmo del mundo formal del que estaban cada vez más excluidos. Para muchos de ellos, procedentes en su mayoría de los sectores medios en su país de origen, la calle representaba un descenso social que chocaba con su afán de ascender socialmente, razón de su migración.

 

2.2 La calle: territorio de la lúdica y el encuentro

 

El imaginario de los músicos contrastaba de manera significativa con el imaginario del espacio público hegemónico en muchas ciudades europeas durante la década de los 80, época del gran auge de los nuevos movimientos sociales a nivel mundial: movimientos indígenas, ecológicos, juveniles, y los nuevos movimientos sociales urbanos; estos últimos surgieron como expresiones contestatarias a la profunda crisis urbana de la época. En muchas ciudades del mundo, las manifestaciones contestatarias pretendían acabar con el urbanismo dominante porque reflejaba casi exclusivamente la lógica del capital (Castells, 1983).

En las ciudades europeas, y muy especialmente en las suizas, las manifestaciones  contestatarias se canalizaron en un amplio movimiento contracultural que comenzó a incidir en el desarrollo urbano a partir de los 80. Dicho movimiento buscaba impedir los nuevos proyectos urbanísticos especulativos, dirigidos a reordenar la ciudad para adecuarla al nuevo contexto de globalización. Pretendía confrontar las nuevas dinámicas urbanas de exclusión social y espacial que estos proyectos generaban, y contrarrestarlas con ocupaciones ilegales de viejos edificios abandonados, objetos de especulación, especialmente en los barrios céntricos de las ciudades y con la creación de una amplia infraestructura urbana autodeterminada. De manera que durante los años 80, en muchas ciudades suizas y europeas se estableció una amplia red de proyectos cívicos cooperativos y autogestionados: vivienda gratuita en casas ocupadas, restaurantes y cafeterías, tiendas, librerías e imprentas, cines y recintos culturales, colectivos de abogados, médicos y periodistas, guarderías infantiles, etcétera. A partir de dichas expresiones de rebelión urbana, surgió también una nueva ‘estética de la resistencia’, pues el movimiento se apropió del espacio público urbano, lo llenó de graffitis y de todo tipo de performances con el objetivo de recuperar –desde lo irracional, la espontaneidad y la lúdica–, el viejo ideal de lo urbano: la multifuncionalidad, hibricidad y emocionalidad del espacio urbano, su estética y la simultaneidad de las diferencias (Haldemann, 1983; Ronneberger, 1990; Hitz et al., 1995b; inura, 1998; Hansdampf, 1998; Nigg 2001). En este contexto, durante la década de los 80 empieza la paulatina resignificación de lo urbano en Suiza (véase la fotografía 1).

 

Fotografía 1

Graffitis en el centro de la ciudad de Berna

(Foto: Stienen, 1999).

 

2.3 La calle: una mina de oro

 

Los nuevos territorios urbanos construidos por el movimiento contracultural al margen de la ley y del control estatal,[8] propiciaron los procesos de informalización en las ciudades suizas y europeas en general (Martínez, 2002). De manera que dichos territorios irregulares, en conjunto con la resignificación de lo urbano desde la apropiación del espacio público, fueron el escenario que posibilitó a los migrantes andinos ganarse la vida como indocumentados en la calle. Un entrevistado que llegó en 1989 a Suiza con un grupo de músicos que ya había estado en el país en 1987 y 1988 relata al respecto (véase la fotografía 2):

Cuando llegamos acá, ellos ya tenían un círculo de amigos que les habían brindado alojamiento, conocían el sistema de las casas prohibidas [casas ocupadas ilegalmente], ya sabían moverse […] Yo, personalmente, me quedé varios meses en los Sleepers [dormitorios autogestionados creados por el movimiento contestatario para homeless] en diferentes ciudades.”

 

Fotografía 2

Sleeper, dormitorios para homeless en la ciudad de Berna, hoy subvencionados por el municipio

(Foto: Stienen, 2001).

 

Sin embargo, los entrevistados afirman que nunca se cuestionaron por qué había toda esta infraestructura, por qué existían casas donde podían ir a dormir y comer casi sin pagar nada. Predominaba la idea de que Suiza era un país rico y que había dinero hasta para darse el lujo de tener casas para gente que no tenía recursos. Tampoco los migrantes se identificaron con las manifestaciones contraculturales. El mismo entrevistado destaca:

No nos rompimos mucho la cabeza para preguntarnos por qué todo esto, estábamos más ocupados con otra idea: ahorrar dinero y volver a hacer lo que cada uno tenía que hacer en su país.

 

El nuevo escenario urbano, sin embargo, ayudó a los migrantes andinos a reducir sus gastos, asunto vital en un país tan costoso como Suiza. De manera que en una temporada de seis o siete meses, los músicos ahorraban hasta más de 4,000 dólares para sus familias en su país de origen.

Con sólo tocar en la calle, se podía ganar esto. Pero esto significaba romperse, tocar casi las veinticuatro horas, moviéndose por todas partes. Como era nuestra principal actividad económica, nos buscábamos los espacios, días de fiesta, feriados, los días que la gente está con otro ánimo: de acuerdo a esto uno se va confeccionando toda una hermenéutica de trabajo.

 

Esta ‘hermeneútica de trabajo’ llevó a los músicos a apropiarse de nuevos territorios y a diversificar sus negocios, pero el afán de explotar al máximo el espacio público –su ‘mina de oro’ como dicen los entrevistados–, condujó también a la paulatina individualización.

Luego vimos que se podía tocar en las terrazas de los restaurantes: todo esto fue un proceso. En el 91 era impensable que alguien fuera a tocar solo en una terraza, porque la música de nosotros está hecha para tocarla en grupo, entonces era hacer otra cosa. Antes cada grupo era casi como una empresa, alguien que se enojaba con el grupo, casi que era un desocupado.

           Después ya la gente se dio cuenta de que se podían vender artesanías, casetes, esto depende mucho de la persona. Ha habido muchachos que se les ha encendido la lamparita y han visto que con esto se podía hacer dinero, hacían producciones de la música y las vendían.

           En esta época en Europa había mucha identificación con los movimientos indígenas. Yo no me siento cien por ciento indígena, soy una mezcla, y hago un folklore mezclado. Pero muchos de mis compatriotas han visto la situación de que se podía sacar provecho de ello y lo han hecho, no de una forma negativa, más de la manera de ver cómo se podría sacar algún beneficio de la situación.

 

En la época a la que hacen referencia los entrevistados, en el espacio público urbano suizo confluían lógicas diferentes y hasta antagónicas que se articulaban y entrelazaban y dejaban sus huellas, deformándose mutuamente. La lógica contestataria de los nuevos movimientos sociales urbanos se reflejaba en el surgimiento de nuevos territorios urbanos del caos y la provocación. Su objetivo era subvertir el orden vigente, también las pintadas y graffitis, la destrucción violenta de símbolos del status quo y de los monumentos del establishment obedecieron a este fin, igual que los nuevos espectáculos callejeros que saboteaban el ritmo del consumo desenfrenado, y paralizaban el tránsito de las denominadas ‘masas cronometradas.’ A partir del performance, la lógica contestataria se articulaba con la lógica de la lúdica, cuyas múltiples expresiones incitaban al disfrute colectivo con ‘el otro’ desconocido en el espacio público, cada vez más fraccionado por las múltiples formas de su apropiación. Pero la lógica de la lúdica también se entrelazaba con la lógica comercial, y el espacio público se instrumentalizaba para fines lucrativos. La expansión acelerada del consumo, a partir de finales de los años 80, volvió paulatinamente a privatizar los territorios urbanos, y finalmente la lógica comercial adquirió una nueva expresión: un sofisticado sistema electrónico de vigilancia del espacio público.[9]

Por su parte, la lógica de la supervivencia, reflejada en la actitud de muchos músicos callejeros de sacarle provecho a todo, desafiaba a la lógica contestataria y de la lúdica. Los migrantes andinos poco compartían los códigos y valores subculturales de los denominados sectores alternativos, mientras que los últimos idealizaban la aparente vida de bohemios de los músicos callejeros. Desde su punto de vista, ellos contribuían a la tan anhelada hibricidad y emocionalidad del espacio urbano en Suiza, y muchos ignoraban que detrás de una buena parte de ellos había una familia por sostener, y no comprendían por qué la lógica de la supervivencia llevaba a los músicos incluso a explotar la amistad. Los migrantes, por su parte, no percibieron que la informalidad de la que hacían parte, era subversiva en una sociedad con un extenso y sofisticado sistema de control estatal. Ellos no querían subvertir el orden, al contrario, aspiraban a la participación plena en la sociedad de consumo, y para lograr este fin, todos los medios eran buenos. Sin embargo, su condición de migrantes indocumentados los obligaba a actuar en la informalidad (véase la fotografía 3).

 

Foto 3

Centro juvenil autónomo y autogestionado en el centro de la ciudad de Berna, ocupado violentamente en 1987 y legalizado por el municipio en 1999

(Foto: Stienen, 1999).

 

2.4 La calle se cierra

 

Durante la primera mitad de los años 90 se quintuplicó el número de personas que tocaban en la calle, y la competencia entre los músicos era cada vez más dura. En el espacio público predominaba la ley del más fuerte, tal y como lo describe un entrevistado:

Ya había una pelea de quién llegaba primero a un lugar, la gente tenía que levantarse temprano para estar ahí, si no llegaba, otro le iba a ocupar la plaza.

 

Como consecuencia de esta situación, surgieron entre los músicos nuevas jerarquías: primero, entre los latinoamericanos ‘establecidos’ y los ‘nuevos,’ es decir, los migrantes que ‘saben hacer música’ y ‘respetan las reglas del entorno’, y aquellos que no son ‘verdaderos músicos’ e ignoran ‘los códigos de la ética musical’. Segundo, entre los migrantes latinoamericanos y los de Europa del este porque, según los entrevistados, con los últimos “no hay forma de hacerse entender”. En la primera mitad de la década de los años 90, estas jerarquías estructuraban el uso que hacían los migrantes andinos del espacio público. Otro entrevistado comenta al respecto:

También nosotros vinimos por necesidades económicas, pero éramos gente que cultivaba el arte. Después empezó a llegar la otra ola de gente latinoamericana, los que no habían sido músicos. De repente llegaba gente que había aprendido a tocar aquí porque veían a otros latinoamericanos que tocaban música y les daban dinero, y ¡eureka! esto es magnífico. Los que llegaron sin ser músicos fueron la competencia más dura, fueron más duros en su forma de trabajo, no les importaba nada. Lo más importante era ganar porque la mayoría llegaba con un billete de avión a crédito, yo también vine con este sistema, uno se endeudaba, y tenía que pagar en un determinado tiempo.

 

Sin embargo, desde la óptica de los entrevistados, los músicos andinos fueron desplazados por los migrantes de Europa oriental. Consideran que donde ellos tocaban, se cerraba la calle:

La gente que venía de Europa oriental, no sé qué tipo de vida han tenido por allá, pero era gente que no tenía miedo a nada. Gente que realmente no tenía nada que perder. […] Ellos llegaban y se ponían a tocar donde querían tocar. Porque llegaba una temporada en verano, que nos poníamos a tocar en las terrazas [de los restaurantes] y […] esperábamos que no fuera exactamente la hora de la comida, porque los mozos están caminando y los puedes perjudicar. El momento en que la gente toma su café es cuando está más suelta, la vida te enseña a ver esto. De pronto estábamos en una terraza y ya habíamos hablado con el dueño y nos había dicho: ‘Esperen un momento’. Y nosotros: ‘Está bien, esperamos.’ Y venía esta gente del Este y empezaba a tocar, pa pa pa pa, pidiendo dinero, pero casi a la fuerza a la gente. Ahí me di cuenta de que tenían otra forma de ver las cosas. Era la competencia aún más dura para nosotros, mucho más dura.

           Ellos quieren ganar mucho, y están desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde en el mismo lugar tocando. Y sólo saben dos canciones que siempre tocan. Ya no es música, su instrumento está desafinado, no tocan bien, están destrozando el oído, están destrozando todo. Cuando veo un buen músico, yo mismo le doy, porque así tiene que ser: música es música, y limosna es limosna, y un verdadero músico nunca va a hacer esto.

 

En las ciudades suizas, la calle se cerró por tres razones: 1) La saturación del mercado, resultado en parte de la migración en cadena, pues un músico hacía venir a otros miembros de su familia o era imitado por vecinos, amigos, etcétera. También porque la caída de la denominada ‘cortina de hierro’ puso en movimiento a la población de Europa oriental, de manera que esta migración hacia Europa occidental creció rápidamente. 2) La privatización del espacio público, reflejada en nuevas restricciones legales, vigilancia electrónica y frecuentes controles policiales a transeúntes. 3) La crisis económica global y la creciente polarización social, manifiesta en la cada vez menor disponibilidad de la población local de dar dinero a los artistas de la calle.

Los migrantes andinos reaccionaron de distintas maneras frente a esta situación: algunos regresaron definitivamente a su país de origen con el objetivo de viajar desde ahí a Estados Unidos o Japón.[10] Otros buscaron diferentes nichos económicos en Suiza que pudieran ofrecer una alternativa para ellos o para sus familiares. Los más atrevidos, sin embargo, optaron por explorar nuevos territorios para la música callejera y diversificar su mercado ya que, según ellos, se les había abierto un inmenso territorio que aún era virgen: Europa del este.

 

2.5 Conquistar nuevos territorios y nuevos mercados

 

La puerta de entrada al mercado de Europa del este fue Praga. Algunos entrevistados habían llegado a Praga poco después de la caída de la denominada ‘cortina de hierro’, pero aún en el marco de la migración organizada, mencionada con anterioridad:

En el 92 llegamos nosotros a Praga, era un espectáculo muy bueno, había mucho turista, mucha gente, nos fue muy bien. Teníamos la referencia de que por Praga se podía porque era algo nuevo para los checos, un espectáculo distinto. Compramos pequeños equipos, y entonces había una calidad de la música muy distinta. La gente te escuchaba, los turistas que venían, era nuevo hasta para la policía, porque apenas en esta época estaban entrando los espectáculos, entonces era distinto, también para ellos, el espacio público era libre. Después se pasaron la voz los músicos, y ya en el 93 había tres, cuatro, cinco grupos en Praga, por todas partes había músicos. La gente ya se cansaba, un viejito por ejemplo, nos denunció donde la policía, se fue a decir que ya no podía más. Había restricción de horas también, dos horas en la mañana y dos horas en la tarde. Ya no se podía tocar libremente.

 

Desde Praga, los migrantes andinos pasaron a Eslovenia y luego a Bosnia, poco después de terminar la guerra de los Balcanes. Es conocido que en épocas de postguerra, la población es muy receptiva a todo tipo de espectáculos y manifestaciones culturales, porque se encuentra en un estado de liminaridad y tránsito y recomienza una nueva vida.[11] De manera que a los primeros migrantes andinos que exploraron este mercado les fue muy bien, y su música tuvo un gran impacto.

Sin embargo, a principios de los años 90 en Europa oriental no era muy lucrativo tocar en la calle, y el mejor negocio fue la venta de casetes. Vender casetes y cds, grabados a un precio muy bajo en estudios clandestinos en Europa, ha sido una importante estrategia de los músicos callejeros andinos para enfrentar la saturación de la calle. En muchas ciudades europeas, durante los primeros años de la década de los años 90, aparecieron las productoras clandestinas de casetes y cds. Algunos de estos negocios están en manos de latinoamericanos radicados en Europa, otros llevados por europeos. Los productores registran los casetes con grupos que se dedican exclusivamente a la grabación y no tocan en público. Los músicos de la calle, por su parte, se dedican a la venta de los casetes y reciben un porcentaje de la ganancia.

En Bosnia, sólo se venden en tres, cuatro dólares y se tiene un porcentaje, pero como allá se venden en cantidades, es un buen sistema de negocios. La mayoría de los músicos ya no vive de la música que ellos mismos hacen, sino de los casetes fabricados clandestinamente y que se venden en gran cantidad.

 

Al principio, en los mencionados estudios clandestinos se registraba casi exclusivamente música andina, pero debido a la saturación de este mercado, a los cambios de los gustos musicales en Europa y al paulatino retiro de los músicos andinos de la calle, la música andina fue reemplazada poco a poco por música tropical –cumbias, salsa, merengue–, la gran favorita de finales de los años 90 en Europa y en casi todo el mundo.

A manera de conclusión, se puede afirmar que para el caso de Suiza muchos nichos económicos y sociales que habían posibilitado a los migrantes andinos permanecer en el país como indocumentados durante los años 80 se transformaron en los 90 (Hansdampf, 1998; Nigg, 2001). Por esta razón, muchos migrantes ya no encontraban formas para sostenerse. Muchos recintos autogestionados surgidos al margen de la ley en los años 80 se regularizaron e incorporaron al marco legal. Ello significaba, entre otras cosas: cooptación de los sectores contestatarios[12] y formalización de sus relaciones con el Estado (impuestos, tarifas, alquileres), profesionalización del trabajo de los sectores contraculturales y estetización de los lugares creados por ellos (trabajo asalariado en vez de voluntario, incremento de los costos de los servicios y productos ofrecidos), mayor competencia con recintos nuevos que ofrecen servicios y productos similares, pero en ambientes ya no influenciados por las expresiones contraculturales (bares, restaurantes, discotecas, clubes, todo tipo de espectáculos culturales, etc.) (véase la fotografía 4). Ya que ante la cada vez mayor diversificación posmoderna de mercados, gustos y estilos de vida, el público se ha vuelto también más exigente.[13]

 

Foto 4

El centro juvenil en la ciudad de Berna, después de su remodelación con dinero municipal, ahora declarado patrimonio histórico de la ciudad y símbolo de la paulatina cooptación e integración de la contracultura durante los años 90

(Foto: Stienen, 1999).

 

Dichas tendencias, sin embargo, no implican que la informalidad en Suiza haya sido un fenómeno transitorio. Igual que en otras partes del mundo, en la sociedad suiza las relaciones informales se extienden debido al contexto global de flexibilización y desregularización, no obstante, la informalidad ha perdido, en gran parte, la mencionada dimensión contracultural.[14]

La reorganización del espacio público también obedece al objetivo de regular e incorporar las expresiones de la creciente informalidad: homeless, mendigos, drogadictos, desempleados, artistas de la calle. Sin embargo, no se prohíbe la música ni los espectáculos callejeros, pero se reglamentan –con horarios y permisos especiales– para someterlos a un mayor control. No obstante, el espacio público se conserva como territorio de la lúdica y el encuentro, pero no en el sentido de los movimientos contestatarios de antaño, sino de los sectores sociales nuevos, económicamente más fuertes y con gustos culturales más exclusivos, me refiero a la emergente nueva clase media urbana. Justamente dicho sector social ofrece un nuevo nicho económico para otro segmento de la población migrante sin estatus legal.

 

3. Mujeres andinas indocumentadas y la nueva clase media urbana en Suiza

 

El análisis de las redes de contacto de las personas entrevistadas muestra que dos terceras partes de ellas han traído familiares a Suiza en el transcurso de su estadía en el país. Llama la atención que las personas que llegaron a Suiza en el contexto de la migración en cadena, en su mayoría eran mujeres: esposas, hermanas, cuñadas, sobrinas, primas...

La feminización de la migración de los países andinos hacia Suiza, a partir de mediados de los años noventa, se debe al expandido sector de los servicios personales (sobre todo la limpieza en casas particulares) que se convirtió en un importante nicho económico para mujeres migrantes de todas las edades, y que posibilitó su permanencia en Suiza sin estatus legal (véase también Effionayi-Mäder y Cattacin, 2001). Al igual que los hombres, las mujeres entrevistadas pertenecen a sectores medios de su sociedad de origen, todas tienen educación (mínimo estudios medios terminados) y tres son universitarias. En Suiza, todas se dedican a la limpieza en casas particulares.

Es muy significativo que el tema central en las entrevistas con las mujeres sea la emancipación. A pesar de su estatus de indocumentadas, la mayoría percibe su integración social en Suiza como un proceso de independización. No obstante, sus relatos revelan que dicho proceso tiene dos dimensiones aparentemente contradictorias: por una parte, lleva al empoderamiento (empowerment) de la mujer como individuo, a la modificación de los roles de género dentro de la familia y a la capacidad de tomar la vida en las propias manos. Por otra parte, sin embargo, conduce a una cada vez mayor individualización de las migrantes, a actitudes de desconfianza y egoísmo, a la instrumentalización de personas y situaciones para el propio beneficio, a la competencia entre compatriotas y por último a la atomización de la población migrante y el total aislamiento. Sin embargo, estas dos dimensiones son características de todo proceso de emancipación, puesto que son las dos caras de una misma moneda que se complementan y condicionan y que expresan la lógica sistémica de la modernización (Berman, 1982).

Las siguientes afirmaciones de las migrantes entrevistadas muestran algunas de estas facetas. Una mujer que llegó a Suiza en 1996 con su esposo músico y una hija, y que se quedó en el país porque a diferencia de su esposo encontró trabajo, destaca después del regreso de su esposo e hija a Bolivia lo siguiente:

Aquí he tenido un poquito de libertad sin hijos y sin el marido. Estando sola yo me he probado a mí misma que puedo cumplir con mis obligaciones: el alquiler, los gastos, todo lo que implica vivir en un cuarto. Me he dado cuenta que puedo hacerlo para mí […] estando sola, puedo ser independiente plenamente. Me ha gustado, pero esto no le puedo decir a mi marido, porque si no me dice que me parezco ya a una suiza. Me ha gustado porque he pensado mucho en las cosas que hacía antes y lo que puedo hacer ahora […] Yo allá estoy más que todo en la casa, aquí puedo ir a donde yo quiero.

 

Otra mujer que vino a Suiza por unas amigas, esposas de músicos que le informaron de las posibilidades de trabajo en Suiza, comenta después de dos años de haber trabajado en el país:

Me vine porque mi pareja no me respetaba, si me hubiera quedado en mi país, hubiera sido cada vez más una mujer sumisa y conformista, acá pude realizarme como mujer y como persona.

 

Y otra mujer soltera que vino a Suiza por su hermana, esposa de un músico, relata:

En Bolivia no podía salir a ninguna parte, siempre tenía un hermano que venía conmigo, tenía que llegar como una niña buena a las doce ya a casa […] Mayor de edad, esta palabra no existe para mi madre, aquí me siento libre.

 

Distinto es el caso de una mujer que vino a Suiza en 1995 con su esposo y sus dos hijos. Su esposo intentó un tiempo tocar en la calle a pesar de no ser músico. Al no tener éxito, empezó a trabajar en limpieza, en conjunto con su mujer. Ella cuenta:

Aquí mi esposo tiene que hacer las cosas cuando debe hacerlas. Antes [en Bolivia] no era tan casero, estudiaba y no tenía tiempo para compartir las obligaciones. En cambio yo tenía que estar en el correteo del trabajo, el hogar y el estudio y trataba de organizarme mucho para no tocarle, en cambio aquí nos hemos tenido que organizar de tal manera, que él incluso ha tenido que meterse en la cocina, entonces creo que la experiencia ha sido de emancipación para él […] Nuestros roles son así que los dos trabajamos para nuestra familia, y yo exijo que el trabajo sea equitativo.

 

El impacto de lo que las mujeres perciben como proceso de independización y empoderamiento personal es sin embargo ambiguo para ellas, porque siempre está presente la duda con respecto al regreso, típica para toda persona migrante, pero agudizada por el estatus de indocumentada y por la transnacionalización de la familia. Regresar significa para ellas volver a un medio que a su manera de ver se ha quedado atrás, porque no ha cambiado como lo han hecho ellas. La primera citada confiesa al respecto:

Mi cambio me da miedo, porque de pronto ya no me van a aceptar en mi país. Más que todo en mi casa, con mi esposo va a ser la primera lucha que voy a tener. Él tiene otra manera de pensar, él no ha cambiado, entonces yo soy la que ha cambiado, y tratar de imponerme va a ser muy difícil: que él acepte como soy ahora, más independiente y más segura de mí misma. Porque el hombre siempre piensa que la mujer es dependiente de él, pero yo soy dependiente de mí misma, ésta es la diferencia. Tengo miedo de que la relación pueda decaer.”

 

No todas las entrevistadas han permitido que se invierta la división de trabajo entre hombre y mujer y los roles en la familia. Algunas se han negado a convertirse en la principal responsable del sustento familiar, ya sea por los conflictos con el esposo que permanece en Suiza en una situación inestable y de permanente ‘rebusque’, o por la presión de los parientes desde el país de origen. Debido a esta actitud, las familias han tenido que regresar a su país, porque sin el trabajo de la mujer no podían sostenerse en Suiza. La siguiente afirmación de una mujer que regresó en 1999 después de cuatro años de estadía en Suiza muestra el discurso legitimatorio con el que algunas han justificado su actitud:

La mujer latina aquí trabaja y es más dejada en su familia. Se igualan a pensar y hacer como las suizas, las imitan, de ser más liberal. Aquí he visto que los hombres asumen la responsabilidad con los niños y la mujer trabaja, he visto que las mujeres dejan a los hijos, tienen más pensamiento como las suizas, más piensan en su trabajo que en su familia, cuando no deberíamos olvidar lo que somos, y no perder las costumbres que nuestros padres nos han enseñado: el amor sobre todo a la familia, y antes a Dios.

 

La dicotomía que establece la entrevistada entre ‘nosotras’ y ‘las suizas’ resume las principales ambigüedades del proceso de emancipación: tradicional (es decir, “las costumbres de nuestros padres”) versus liberal, familia/comunidad versus individuo/sujeto, hogar versus trabajo asalariado, dependencia versus independencia. La cita anterior revela un argumento legitimatorio de una mujer presionada por su esposo para que no trabaje y no se integre en la sociedad receptora, porque teme perder el control sobre ella. Pero su argumento: “más piensan en su trabajo que en su familia”, también podría interpretarse como crítica implícita a la individualización y enajenación de los migrantes, porque la lógica monetaria se ha convertido en motor de todo accionar. He aquí la ambigüedad y las contradicciones del proceso emancipatorio y por ende de la modernización.

 

3.1 Emancipación y dependencia mutua

 

Todas las mujeres entrevistadas concuerdan en que la base de su proceso emancipatorio es la seguridad de disponer de dinero, de tener ingresos relativamente estables y, por consiguiente, una independencia económica. Algunas mujeres ganan más de lo que se considera el salario mínimo en Suiza, y como no pagan impuestos y sus gastos personales son relativamente bajos,[15] su capacidad de ahorro es bastante amplia.

El hecho de que las mujeres migrantes entrevistadas experimenten su integración en Suiza como proceso emancipatorio, tiene que ver sobre todo con el nicho económico que ocupan. La mayor parte de sus patronas pertenecen a la nueva clase media urbana que se ha consolidado en Suiza durante las últimas dos décadas (Suter, 2000). Son mujeres suizas (o extranjeras casadas con suizos), profesionales con una situación económica confortable. Por lo general, viven un modelo familiar que aún no es hegemónico en Suiza: ambos esposos trabajan fuera de la casa, y se reparten la educación de los hijos y las tareas del hogar. Sin embargo, dado el poco apoyo por parte de la empresa privada y el Estado,[16] este modelo generalmente sólo funciona con la mano de obra adicional de una asistenta de hogar que se ocupa de la limpieza.

Algunas de las patronas suizas, antaño en su juventud, se habían identificado con las manifestaciones contestatarias mencionadas con anterioridad; con el tiempo, sin embargo, han desarrollado su carrera profesional, han tenido familia y se han acomodado al sistema vigente. No obstante, muchas están dispuestas a infringir la ley, siempre y cuando la consideren discriminatoria. De manera que, para ellas, contratar y apoyar a una indocumentada es legítimo aun siendo ilegal, porque creen que corresponde tanto a sus propias aspiraciones de emancipación, como a las de la mujer indocumentada y su necesidad de trabajar, aunque no tenga estatus legal. Por todas estas razones, las patronas suelen pagar bien a la mujer indocumentada, de acuerdo con las normas oficiales, y algunas incluso pagan el aguinaldo y extras para vacaciones y feriados. Otras ayudan a la mujer indocumentada a conseguir el seguro obligatorio de salud,[17] y la informan sobre la ya amplia red de oficinas de asesoría jurídica, médica y social para migrantes con y sin estatus legal, surgida a partir de los movimientos sociales urbanos de los 80, y orientada a ‘humanizar’ la política oficial de migración.

Llama la atención que la mayoría de las patronas suizas (y también algunas extranjeras) tenga una relación paternalista con la mujer indocumentada; para muchas de ellas, contratar y ayudar a una indocumentada es una forma de calmar la conciencia. Las mujeres indocumentadas, por su parte, con frecuencia se identifican con la situación material y el estilo de vida de sus patronas, pues ellas personifican lo que la mujer migrante anhela para su propio futuro. De manera que entre la mujer indocumentada y su patrona se establece una relación jerárquica de dependencia mutua, psicológica y económica. La patrona recurre al imaginario de ‘víctima’ para sentirse útil, y justifica la relación de trabajo informal que establece con su empleada al margen de la ley, con querer apoyarla y no explotarla. La mujer indocumentada, por su parte, asume el papel de ‘víctima’ y lo juega estratégicamente, porque la vida en Suiza le ha enseñado que sólo así se la tiene en cuenta. Una entrevistada afirma al respecto:

Lo único que los latinoamericanos siempre buscan es un apoyo, una ayuda; y hasta se muestran miserables, ¡qué pobrecitos!, para encontrar esta ayuda.”

 

3.2 Emancipación e individualización

 

El imaginario de víctima, no obstante, no es el único reflejado en las interpretaciones y comportamientos de las mujeres indocumentadas. Coexiste con otras actitudes contrarias a este imaginario, como la iniciativa propia, el individualismo, la ética de trabajo, el conocimiento de sus derechos y deberes y de lo que ellas valen. Se observa que una misma mujer actúa estratégicamente de acuerdo con los diferentes imaginarios, y se adapta de manera flexible a las distintas situaciones, sin descuidar sus propias aspiraciones.

Al igual que los hombres, las mujeres muestran su éxito personal recurriendo a marcadores de distinción para diferenciarse de sus compatriotas, y otros latinoamericanos. Mientras que los hombres destacan su ética musical para distinguirse de los demás migrantes, las mujeres hacen resaltar su iniciativa propia y su ética de trabajo. De esta manera, se representan como sujetos de su propio accionar, tal y como lo manifiestan los siguientes relatos.

 

a) Iniciativa propia

 

Las entrevistadas destacan que han sido exitosas porque comprendieron que ellas mismas eran las actoras de su destino y que no podían quedarse a la deriva de las condiciones externas y usarlas como excusa (sin embargo, y como ya se expuso, muchas veces usan esta excusa y se presentan como ‘víctimas’ para lograr una meta):

Si tienes aspiraciones, tienes que moverte, tienes que hacer relaciones acá, no puedes quedarte con los brazos cruzados, te quedas. Yo aprendí el francés para ser independiente, ponía avisos en el periódico para encontrar trabajo, y me llamaron a mi celular.

 

La gente viene con una proyección de que Suiza es un paraíso, económicamente está súper, no digo lo contrario, en comparación con mi país es obviamente un paraíso, pero también tienes que prepararte, no quedarte estancada, si de pronto tú vienes con un proyecto y no pones de tu parte para el proyecto, ¿como lo vas a realizar?

           Hay gente que fracasa, o le ha costado dos años para encarrilarse, entonces esto te lo transmiten negativamente cuando tú eres nueva […] Si alguna vez preguntaba algo, me decían no, que por ilegal no me van a aceptar. ¡Mentira! Entonces siempre anda la gente latina aquí con este temor, con este miedo de no tener acceso porque son ilegales. Yo prefiero no tocarlos y no incomodarles, y me fui organizando mis cosas por mi propia cuenta.

 

Llama la atención que el éxito personal se percibe ligado al distanciamento de compatriotas y los antiguos amigos latinoamericanos, de manera que aparece como proceso de atomización de la población migrante:

Para saber algo, una tiene que buscar, porque entre los mismos paisanos es tanta la rabia y la envidia. Para que una compatriota le ayude, ¡muy poco! Entre nosotros hay un racismo, eso es comprobado, cuando una sube, quiere subir más, y mucho más. Una que está bien, no le ayuda a la otra que está mal.

           Una misma le tiene miedo a los amigos, por esto no recibo a mucha gente, porque entre nosotros mismos nos traicionamos, ya no tienes la confianza de decir donde vives, o de dar tu teléfono. Hay que cuidarse mucho aquí.

 

Algunas entrevistadas relatan, incluso, casos de personas denunciadas por sus propios familiares después de una querella, y que luego han sido deportadas. No obstante, en sus narraciones, las entrevistadas contrastan la distancia que toman con sus compatriotas y antiguos amigos con un mayor acercamiento a la sociedad receptora.

 

b) Ética de trabajo y conciencia del valor propio

 

Para ellas, el cumplimiento con el trabajo y la sistematización de la vida significan un mejoramiento de sus condiciones de vida, siempre y cuando logren hacer cumplir sus derechos, pero también significa enajenación. De manera que la integración a la sociedad receptora se presenta como proceso de ponderación continua entre costos y beneficios personales.

Me integré a todo lo que una se puede integrar, pero mi manera de actuar ahora es más mecánica, el lado humano lo dejo para mis hijos, me he integrado a este sistema, actúo en función del trabajo.

           Me dan la llave, entro, trabajo, y me dejan el sueldo encima de la mesa, lleno una libretita y me voy. No tengo alguien que me supervisa, y nunca tengo quejas, que digan que esto está mal, o por qué no lo has hecho. Siempre veo detalles y soy muy cumplida, si tengo cuatro horas, pongo las cuatro horas, aun si veo un detalle, y todas están satisfechas conmigo.

 

Según las entrevistadas, lo que determina el proceso de ponderación es un criterio muy personal. De manera que cumplir con las obligaciones y hacer cumplir los derechos depende de la ética personal, igual que la actitud que se asume en general frente al trabajo, como muestra la crítica de una entrevistada a las permanentes quejas que le llegan de otras indocumentadas:

A veces me llegan trabajos y no los puedo tomar porque ya tengo muchos. Entonces de inmediato llamo a otra mujer indocumentada y le digo: ‘No importa’, te van a aceptar sin permiso y sin idioma, pero anda […] Una vez le pasé un trabajo a una compatriota, trabajó como tres semanas, pero no era eficaz en el trabajo, quería, como se dice vulgarmente, matar el tiempo sin hacer nada. Y esto no está bien. Entonces, ¿qué puedes hacer? ¿Seguir mandando gente para que te dé rabia? A mi me daba coraje, hoy yo ya prefiero decir no, no conozco a nadie, listo.

           […] me llamaron para ofrecerme horas de trabajo. No las quería porque ya tengo suficientes horas, pero llamé a una compatriota, sin preguntar cuánto pagaban. Acompañé a la mujer y le ofrecieron la mitad de lo que se paga normalmente […] No podía decir que esto es muy poco y me dolía mantener la boca cerrada, miré a mi compatriota, y ella dijo: ‘Bueno, está bien.’ Entonces ahí fue que tomé conciencia de que somos nosotras [con énfasis] las que aceptamos ganar poco, y damos lugar a que nos exploten.

           ¡Malas codiciones para trabajar, cuando tengo una aspiradora para aspirar, cuando tengo una lavadora para hacer la lessive [ropa] cuando tengo planchas a vapor! Malas condiciones tengo cuando hago este trabajo en mi país, esto son malas condiciones. Aquí estamos mimadas, claro es trabajar, matarse trabajando, pero igualito nos matamos trabajando por allá con menos salario.

 

En el marco de las afirmaciones expuestas en este subcapítulo, la categoría de la ‘víctima’, ya no aparece como categoría estructural y objetiva, sino subjetiva y estratégica. Las mujeres presentan su integración a la sociedad receptora como proceso de individualización y por tanto emancipación en el sentido destacado con anterioridad. En su imaginario, ellas mismas determinan el éxito de su integración a la sociedad receptora y no las condiciones estructurales.

 

4. Conclusiones

 

El debate científico sobre migrantes indocumentados está sin duda influenciado por las discusiones políticas sobre el tema en un determinado país. Éstas determinan la perspectiva teórica y metodológica dominante. En Suiza, la bipolaridad que estructura la mirada sobre el tema, ha encubierto la gran variedad de las condiciones de vida y estrategias de inserción económica y social de los indocumentados, y también las ambigüedades que reflejan las relaciones entre indocumentados y sociedad receptora. En este artículo, que se enmarca en las perspectivas praxeológicas (Bourdieu, 1979), quise acercarme a dicha complejidad, y enfocar a los actores, tanto migrantes como personas nativas, sus intereses y pretensiones, sus interacciones y las configuraciones sociales que de ellas resultan. De modo que para este estudio de caso se pueden extraer las siguientes conclusiones:

Los dos patrones migratorios de países andinos hacia Suiza durante las dos últimas décadas han generado dos configuraciones sociales distintas, a partir de dos nichos económicos diferentes. La comparación entre la inserción social de los hombres en los años 80, y de las mujeres en los 90, muestra las siguientes particularidades: Debido a su actividad económica inestable y muchas veces transnacional, los hombres han tenido un fácil acceso a sectores contraculturales en Suiza, y su inserción económica y social pudo darse principalmente a través de las relaciones con integrantes de dichos sectores. Mientras que la inserción de las mujeres se debe a su acceso a la nueva clase media urbana, de manera que ellas, por lo general, han encontrado una actividad económica bastante estable, que les permitió asentarse en un lugar geográfico fijo.

Las relaciones entre los migrantes andinos indocumentados y dichos sectores de la sociedad suiza se deben a las transformaciones sociales y económicas acaecidas en el país durante las últimas dos décadas, y se establecen a partir de la dependencia mutua basada en intereses y proyecciones complementarios de unos hacia otros y viceversa. Para los migrantes andinos estos sectores se han convertido en principal punto de referencia de la sociedad suiza. De manera que también su percepción de los roles de género en Suiza está determinado por dicho referente, tal y como lo revela el imaginario dominante de ‘las suizas’ entre los entrevistados. Sin embargo, justamente este imaginario y el papel que juega en la definición de los roles entre los indocumentados, revela a su vez que no existe mucha compatibilidad de estilos de vida y aspiraciones sociales entre ellos y los mencionados sectores. La mayoría de los migrantes andinos en Suiza se identifica más con el modelo de vida y las aspiraciones materiales de otros sectores de esta sociedad: con el suizo común y corriente de sectores medios y bajos que vive un modelo familiar tradicional y que rechaza las reivindicaciones contraculturales; en su mayoría, los integrantes de estos sectores tampoco comparten los valores de la nueva clase media urbana porque se sienten en desventaja respecto de ella. No obstante, pocos migrantes tienen acceso a dichos sectores de la sociedad suiza, porque entre ellas suelen encontrarse actitudes nacionalistas, racistas y sobre todo ‘legalistas’ (en el sentido de que no se toleran infracciones de la ley como las descritas), ya que ser correcto y cumplir con la ley se percibe como elemento principal de la ‘verdadera’ identidad suiza.[18] Aquellos entrevistados que han logrado establecer relaciones con estos sectores, expresan su gran sorpresa por encontrar entre ellos a familias suizas “que son como nosotros”, es decir, ‘tradicionales’, y manifiestan su mayor identificación.

El hecho de que muchas mujeres indocumentadas se representen como sujetos de su propio accionar, y perciban su integración social en Suiza como proceso de independencia y emancipación, tiene que entenderse a partir de las particularidades de los sectores sociales con los que se relacionan los migrantes andinos indocumentados y la autodinámica que produce dicha relación. Tanto las mujeres como los hombres indocumentados se han visto cuestionados en sus valores y formas de percibir la vida, sobre todo con respecto a los roles de género. Pero mientras que la posición de los hombres se ha debilitado y desestabilizado –sin duda también porque perdieron su base material–, la de las mujeres se ha reafirmado y fortalecido, de manera que las mujeres tienden a idealizar su proceso de emancipación, mientras que los hombres suelen condenarlo y rechazarlo.

La inserción económica y social a la sociedad suiza, vislumbrada por las mujeres como emancipación, conduce también a su individualización reflejada en la visión de muchas mujeres de que el individuo es quien decide sobre el éxito o fracaso de la migración. No obstante, su posición estructural, como indocumentada y miembro de una familia transnacional, con frecuencia ha potenciado la otra dimensión del proceso de emancipación y por tanto de la lógica sistémica de la modernización: la enajenación y el aislamiento reflejado en la descomposición de las familias migrantes, muchas veces a nivel transnacional. Quizá sea este el precio que tienen que pagar.

A modo de cierre quisiera plantear un interrogante final sobre cómo la migración latinoamericana está influida por el denominado boom latino, es decir, la amplia divulgación del español, de la literatura, las telenovelas, la música y el baile latinoamericano, que pareciera obedecer a una moda en Europa y en muchas otras partes del mundo. ¿Será que la ambigua relación entre la población suiza y los indocumentados andinos también se debe a que los migrantes latinoamericanos son considerados distintos, pero atractivos por su swing, y ya no tan distantes como los migrantes de otros países más estigmatizados en el contexto político actual? Esta inquietud quedará emplazada para futuros trabajos.

 

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Enviado: 7 de diciembre de 2002.

Reenviado: 10 de marzo de 2003.

Aceptado: 18 de marzo de 2003.



[1]  El presente artículo es la adaptación de una ponencia sobre migrantes indocumentados en Suiza, presentada en el simposio “Emigración latinoamericana: comparación interregional entre América del Norte, Europa y Japón”, del Japan Centre for Area Studies, National Museum of Ethnology, Osaka, en diciembre del 2001. Agradezco de manera especial a Marina Gartzia sus valiosos comentarios y la revisión del texto en español.

[2] Por ejemplo, Effionayi-Mäder y Cattacin (2001), Tsantsa (2001), así como los estudios realizados en el Centro de Información para Mujeres Latinoamericanas, Asiáticas y de Europa del Este, con sede en Zurich sobre tráfico de mujeres (por ejemplo, Le Breton 1998ayb y Le Breton y Fiechter 2000): estas investigadoras, sin embargo, superan la mencionada mirada dicotómica.

[3] El estudio se basa en las historias de vida y redes sociales personales (personal networks) de diez personas indocumentadas de Bolivia y Perú en Suiza, en entrevistas semiestructuradas y observación participativa con personas originarias de Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, seleccionadas de las redes sociales personales de los informantes principales; también en conversaciones sistemáticas con personas que emplean a indocumentados y con integrantes de grupos e instancias de apoyo. Las historias de vida se elaboraron a partir de varias entrevistas a profundidad, y las redes sociales personales con entrevistas estandarizadas. Realicé este estudio entre 1998 y 2000, como complemento al proyecto de investigación sobre migraciones y relaciones interculturales en tres ciudades suizas del Fondo Nacional Suizo para la Ciencia (Wimmer et al., 2000 y Stienen, en prensa; también Stienen, 2001).

[4]  Estas cifras varían según las fuentes. Las cifras de los sectores de apoyo a indocumentados se sobreestiman, mientras que las cifras oficiales subestiman el volumen de esta población (véase por ejemplo, Schmeiser et al. 1999: 176;  Effionayi-Mäder y Cattacin, 2001: 6).

[5] Durante la crisis económica a inicios de la década de los 70, Suiza exportó su desempleo al no renovar el permiso de trabajo a un número significativo de migrantes temporales y también a otros sin permiso de residencia permanente.

[6] La población migrante boliviana en Suiza tiene varias particularidades: primero, desde los años 60 la ciudad de Ginebra es sede de una fundación boliviana privada que otorga becas a ciudadanos bolivianos que quieren estudiar en Suiza. Segundo, Suiza fue un país receptor de refugiados políticos bolivianos durante los años 70 e inicios de los 80. Tercero, durante la misma época se promovió el ‘reclutamiento’ de enfermeras profesionales de Bolivia y su contratación en hospitales suizos, pues éste es uno de los países prioritarios de la cooperación suiza al desarrollo. De manera que, contrario al caso de los demás países latinoamericanos mencionados, la migración boliviana hacia Suiza ha sido una migración históricamente regulada. Se puede suponer que hay un mayor número de matrimonios binacionales que condujeron a la nacionalización de la pareja boliviana, y que la migración de retorno ha sido más significativa.

[7] Comunicación personal.

[8] Los habitantes de las casas ocupadas y colectivos que administraron los recintos autogestionados culturales, restaurantes, etcétera, no pagaban alquileres, ni impuestos, y muchas veces tampoco tarifas para los servicios públicos; además, se impedía que representantes del Estado entraran en estos lugares (Hansdampf, 1998; Nigg, 2001).

[9] Por ejemplo, entre finales de 1999 y de 2001, en Berna se instalaron videocámaras en los espacios públicos con la justificación de controlar abusos de los ciudadanos –como basureros ilegales, robos y atracos, venta y consumo de alucinógenos– y de reeducarlos. Sin embargo, en las ciudades suizas la legislación aún prohíbe la vigilancia electrónica integral y permanente (periódico Der Bund, núm. 73 del 28 de marzo de 2001, Berna, Suiza).

[10]  Conozco sólo un caso de un músico boliviano que después de haber regresado de Suiza a Bolivia, logró conseguir una visa para Japón.

[11] Marina Gartzia retoma este tema en su análisis del auge de la Nueva Era en la ciudad de Medellín, Colombia, a finales de los 80 y principios de los 90, durante y después de la guerra entre el Estado colombiano y el cartel de Medellín, cuyo principal escenario fue dicha ciudad (Gartzia, 1997).

[12] Por ‘cooptación’ entiendo el hecho de hacer partícipe en la política oficial (por ejemplo, municipal) a un actor social antes excluido, pero sin que la repartición de los recursos y la correlación de poderes se hayan transformado de tal manera que este actor social –en este caso, los jóvenes rebeldes– incida de verdad en las decisiones políticas de mayor peso (por ejemplo, en la repartición de los recursos municipales, la política de vivienda, de migración, etcétera).

[13] Para un análisis general de la gestión urbana y de lo que denomino aquí políticas de cooptación véase Borja y Castells (1997). Con respecto a la mencionada diversificación cultural en el contexto de las políticas urbanas, véase por ejemplo García Canclini (1995) y Stienen (1998).

[14]  Como muestran las investigaciones realizadas en el marco del programa nacional de investigación sobre criminalidad organizada del Fondo Nacional Suizo para la Ciencia (nfp40), también en Suiza la criminalidad organizada es una expresión importante de la informalidad y penetra hasta las altas esferas del establishment económico y político (Giannakopoulos, 2001; Queloz, 1996).

[15] Algunas entrevistadas han tenido la suerte de encontrar un lugar donde vivir gratis; ciudadanos suizos, en su mayoría ancianos, les han brindado acogida con la justificación de una larga tradición humanitaria de sus familias.

[16]  En Suiza, los horarios escolares aún están determinados por la idea de que la madre se ocupe del hogar durante el día; el número de guarderías todavía es bajo. Adicionalmente, es mucho más frecuente que las mujeres –más que los hombres– encuentren un empleo de tiempo parcial que les permita combinar obligaciones familiares y del hogar con el trabajo asalariado.

[17] Si bien el seguro de salud y accidente es obligatorio para toda persona residente en Suiza, con o sin permiso de estadía, la mayoría de los seguros exigen que los asegurados extranjeros tengan un estatus legal.

[18] Una discusión más amplia sobre este punto se encuentra en Wimmer et al. (2000) y Stienen (en prensa).

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