El Sindicato de Maestros al Servicio del Estado de México
Reseña de: López Ponce, Norberto
(2001), Ya es tiempo de actuar. El proceso de organización de
los profesores del Estado de México 1921-1959, El Colegio Mexiquense, A.C., Zinacantepec, México, 401 pp., isbn 970-669-035-2.
En el año 2001,
el Sindicato de Maestros al Servicio del Estado de México (smsem) cumplió su quincuagésimo
aniversario. Este lapso del proceso de organización de los profesores de la
entidad federativa más poblada del país no ha sido fácil, entre avatares
altibajos. Su historia, como la de muchos sindicatos mexicanos, es un fiel
reflejo de la política por la que hemos transitado.
Estos hechos
están claramente expuestos en el libro de Norberto López Ponce publicado por El
Colegio Mexiquense, a.c.
en 2001. Como su autor lo indica, es claro el interés que el tema tiene para
él, primero por ser normalista y luego por su eterna militancia en la
disidencia, que en forma implícita lo hace notar en el primer párrafo del
prólogo al asegurar que al intentar conocer el origen de esta organización, y
así poder entender el estado actual del sindicato, se encontró con una historia
en la que los protagonistas eran la cúpula y los verdaderos forjadores de ella
eran únicamente una abstracción. Ante este razonamiento, sus preguntas van más
allá del por qué y el cómo, y el resultado es esta obra que cuenta con cuatro
capítulos y una conclusión que el autor denomina consideraciones finales.
El objetivo
del autor se logra claramente en su obra: explica el proceso de organización
gremial de los maestros del estado de México durante los años de 1921 a 1959:
“Un periodo en el cual los profesores transitaron de la acción individual a la
mutualidad, de ésta a la sociedad de resistencia y luego al sindicato gremial”
(p. 21). Asociación que llega a consolidarse como institución sindical en la
medida en que responde a la lógica del Estado.
Ahora bien,
conseguir ese objetivo implicó una acción dual, que el autor esclarece: por un
lado, satisfacer demandas fundamentales de la base magisterial, como fueron las
relativas al pago regular de los salarios, el aumento salarial, los servicios
médicos y de farmacia, la jubilación, el escalafón magisterial transparente y
el mejoramiento profesional. Por el otro lado, ofrecer ciertas concesiones a la
burocracia sindical, como fueron: dirigir la educación en la entidad,
intervenir en los procesos de asignación de plazas, cambios de adscripción,
ascensos magisteriales y orientación de la educación. Todo combinado con
acciones de represión hacia los potenciales opositores o ‘compra’ de agitadores
que hacían peligrar la estabilidad sindical, con el objeto de que se lograra
apoyar los proyectos gubernamentales y matizar las demandas sindicales.
Es una
historia de toma y daca para legitimar un sindicato en el que las acciones de
acercamiento con el Estado tenían que darse, pero sin renunciar a la
independencia, a la democracia sindical y a la naturaleza de un movimiento
social.
La
investigación llevó varios años y podríamos asegurar que el aparato crítico
está basado en fuentes primarias, en su mayoría archivos del estado de México
como son: el Archivo Histórico, el de la Escuela Normal núm. 2 de Toluca, el de
la Escuela Secundaría núm. 1 “Miguel Hidalgo”, de esa misma ciudad, el de la Notaría
del Estado de México, de la Biblioteca Pública del Estado de México, el de la
H. Legislatura local, el de la biblioteca “José María Luis Mora” y el archivo
particular del profesor Rodolfo Sánchez García. Hay mucho trabajo en fuentes hemerográficas de periódicos locales y nacionales. Incluso,
logró entrevistar a dos personajes clave del proceso de la organización: los
profesores Adolfo Ramírez Fragoso y Agripín García
Estrada. Asimismo, conoció el punto de vista de otro actor importante, como lo
fue el profesor Domingo Monroy Medrano, y el resultado es precisamente este
rescate histórico de uno de los sindicatos más poderosos de la entidad, que
cuenta hoy con aproximadamente 80 mil agremiados y ciertamente representa una
fuerza de poder muy grande.
El texto
contiene enseñanzas claras, en donde el ‘quehacer de Clío’ se pone en práctica
como es de esperar de parte de un buen profesor de escuela. Por ejemplo, en el
capítulo 1, la política corporativa sindical la vincula al movimiento sindical
del país y se pregunta “si la relación corporativa conlleva obligaciones y
derechos entre las partes que suscriben la alianza, ¿cuál es la debilidad del
corporativismo en su relación con el Estado? Básicamente, reside en el hecho de
que el pacto institucional, escrito o no, se suscribe entre partes con poder
asimétrico.
“En ese
orden, el Estado en situaciones de apremio o crisis acaba por imponer el peso
de sus intereses económicos, sociales y políticos sobre los particulares de la
organización social, distorsionando o pervirtiendo la alianza” (p. 32).
Incluso
rescata expresiones muy duras de la Cámara de Diputados del Congreso de 1921,
al ser elegido el general Abundio Gómez como gobernador del Estado, en contra
de Ángel Barrios, viejo revolucionario zapatista, donde se aseguró que fue uno
de los actos electorales “...más asquerosos y más hediondos que se registran en
la historia de la Revolución de 1910 a la fecha” (p. 43). Gobernador que funda
en 1925 el Partido Socialista del Trabajo del Estado de México (pstem), con el que intenta consolidar su
poder político regional. Y desde esta organización aliada al Partido Radical
Independiente impulsan la candidatura oficial de Carlos Riva Palacios, un
político profesional muy cercano a la cúpula burocrática de la Confederación
Regional Obrera Mexicana (crom),
quien apoyó a los profesores de su entidad federativa, para que asistieran al
Congreso Nacional de Maestros de Escuelas Primarias Oficiales de donde surgiría
la Federación Nacional de Maestros (fnm)
y posteriormente el Frente Único Nacional de Trabajadores de la Enseñanza (funte), adherido a la Internacional de
Trabajadores de la Enseñanza.
A principios
de 1936 dio otro salto hacia la unidad con la creación de la Confederación
Nacional de Trabajadores de la Enseñanza (cnte),
organización que tuvo sus diferencias con la recién creada Confederación de
Trabajadores de México (ctm) y va
a ser hasta el año de 1943 cuando se dé la unificación nacional del magisterio
mediante la fundación del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (snte). Junto a estas transformaciones,
el magisterio mexiquense[1] va
a la par, y en ese mismo año los profesores realizan su congreso de unidad,
dando origen a la Unidad Magisterial del Estado de México, acción impulsada de
nuevo por el entonces gobernador del estado, Isidro Fabela, organización
gremial que se adelantaba a la creación del snte.
El segundo
capítulo abarca los años de 1921 a 1940, titulado “Organización y unificación
gremial independiente”. En él se analiza el proceso de unidad magisterial al
margen de la intervención del Estado. Cabe resaltar que en estas primeras
organizaciones se prohíbe a sus socios las discusiones de temas religiosos y
políticos, por considerarlas materias disolventes de la unidad. La tónica
manejada era una argumentación que tuvo como ejes explicativos el trabajo
sacrificado, patriótico y de calidad desarrollada con sus alumnos; la necesidad
de una vida familiar que permitiera la dedicación total a la docencia y la
presentación impecable del maestro. “Las pretensiones no eran exageradas, lo
único que esperaban de la autoridad era una respuesta justa en reconocimiento a
su calidad moral, intelectual y profesional” (p. 95).
Las demandas
se debían a que los maestros no recibían su sueldo por la falta de liquidez del
Estado, y el gobierno federal tenía que intervenir para el pago. Para enfrentar
estos problemas, un grupo de veinte profesoras y cinco profesores urbanos y
normalistas de la ciudad de Toluca fundaron, en 1926, la Sociedad Mutualista de
Maestros “Ánfora”, bajo el lema “Amor, Luz y Progreso” (p. 100).
Así, por
ejemplo, las profesoras pedían a los legisladores la unificación de sueldos
respecto de los maestros, en virtud de que por diferencia de sexos el sueldo
que el Estado les daba era diferente: “[...] habiendo trabajado durante el
presente año con abnegación, asiduidad y patriotismo, por un sueldo que no
llena ni las necesidades más imperiosas de la vida y considerando que sus
energías se debilitan a medida que sus esfuerzos son mayores, sin tener los recursos
pecuniarios suficientes para atender debidamente su salud, por no estar a su
alcance ni las medicinas ni los alimentos apropiados [...] a usted recurren
señor Gobernador [...] para que se sirva ordenar se les igualen los sueldos”
(p. 95). Estas peticiones de homologación de salarios eran difíciles y no se
podían satisfacer; peticiones van y vienen, pero siempre con un respeto y
educación fuera de serie.
Es hasta el
año de 1930 cuando los profesores, al ver que nada se resolvía, se organizaron
en una Liga de Maestros del Estado de México, bajo el lema “Por la Unión y Por
el Bien”, y nombraron como presidente al profesor más combativo: Noé Pérez Pioquinto. Esta liga era en realidad una sociedad de
resistencia, en la que una mesa directiva representaba los intereses de los
profesores frente al patrón.
Esta
organización, al ver que no tenían respuestas sus demandas, se lanzó a huelga
en 1932, huelga que marca un camino en la lucha magisterial de la entidad y que
se une con las demandas federales y, por primera vez, ven el peso que tienen
unidos. Logran quitar al secretario de Educación Pública, Narciso Bassols, y se oponen a los proyectos de escritorio de la
Secretaría de Educación Pública. Esta liga sirve de ejemplo para que dos
asociaciones surjan con pujanza, originadas por diferencias ideológicas entre
miembros de grupos comunistas y socialistas, con profesores calificados como
oficialistas. Una de ellas, la denominada Unión Fraterna de Maestros del Estado
de México, cuyo objetivo era “dignificar moral, profesional, social y
económicamente a todo el profesorado” (p. 126). Para ello pedían que los
maestros fueran trabajadores, empeñosos y conscientes, obedientes de las
autoridades escolares y administrativas de los lugares donde prestaban sus
servicios, teniendo como norma de conducta la exacta observancia de las leyes y
reglamentos en vigor. La segunda organización fue la Sociedad “Oriente”.
Encabezaron la primera los profesores Gregorio Cruz y Cirio Torres, y la
segunda Manuel Hinojosa Diles. Esta última se transformó posteriormente en el
Bloque de Trabajadores de la Enseñanza del Estado de México al luchar por sus
demandas salariales, organización en la que jugó un papel importante el
profesor Adolfo Ramírez Fragoso. Esta asociación pronto tuvo un eco muy grande
y fue tomada en cuenta para que se uniera a la Federación Mexicana de
Trabajadores de la Enseñanza, cuya orientación política fue la del Partido
Comunista de México y la del grupo lombardita.
Es la primera
vez que un grupo de profesores estatales se une a una asociación federal y
logran prestaciones en bloque para todos sus agremiados. El Estado vio con
temor esta unión, sobre todo al ver la consigna soviética de “Unidad a toda
costa” y logran que se unan los profesores a la ctm,
y se dividan por entidades. Esto ayudó mucho al gobernador Wenceslao Labra para
llevar un control en el magisterio y en la huelga de 1940 lograr imponer su
criterio junto con el director de Educación Pública, Adrián Ortega.
En suma,
desde la demanda individual a la acción colectiva que lleva a tres huelgas, la
de 1932, 1935 y 1940 son un reflejo de las movilizaciones callejeras para
presionar al patrón, léase Estado, en la solución de los problemas laborales,
acciones que servirían de enseñanza en los movimientos sindicales.
El capítulo
tercero se enmarca en los años 1940 a l952 y se titula: “La unificación
sindical desde el poder”. El Poder Ejecutivo de la entidad juega un papel
preponderante en este lapso, tratando de estimular la unificación magisterial,
y por supuesto, manejar todos los hilos de la organización a cambio de
prestaciones y llegando, incluso, a la entrega de la Dirección de Educación
Pública (dep) del estado de México
a un profesor que representara los intereses del sindicato denominado Unidad
Magisterial del Estado de México (emem).
El gobernador
Isidro Fabela se obligó a mejorar los sueldos, a garantizar el buen manejo de
la Caja de Ahorros del Magisterio, a establecer una Escuela Normal para
Maestros no Titulados, a entregar diez casas para beneficio del magisterio, a
dar sueldos suplementarios, y sobre todo, a no usar a la corporación en asuntos
electorales (p. 182). El pacto duró poco, pues a la llegada de Alfredo del Mazo
Vélez como gobernador del estado, designó al secretario general de la umem y desde la dep controló al sindicato.
Con todo este
apoyo gubernamental, el 1o de octubre de 1952 se fundó el Sindicato
de Maestros al Servicio del Estado de México (smsem).
Con Salvador Sánchez Colín, gobernador del estado, se da un nuevo pacto de
derechos y obligaciones, en el que el sindicato se obliga a cooperar con las
políticas públicas y especialmente con la educativa; el estado, por su parte,
se encargará de los beneficios económicos de salud, prestaciones sociales,
vivienda y profesionales. El encargado de lograr esto es el nuevo director de
Educación Pública, el profesor Domingo Monroy Medrano, personaje ligado a la
histórica resistencia sindical de Toluca. Se nota que su tarea fue llevada a
cabo en dos líneas esenciales: la primera, impulsar un consistente programa
educativo y, la segunda, reestructurar la asociación de profesores para poder
dialogar con ellos.
Este proceso
corporativo no fue terso: basta con ver las declaraciones que habían antecedido
a este momento. Por ejemplo, Isidro Fabela, dentro de su concepto de ética
política había asegurado: “El hombre de Estado que utiliza o pretende utilizar
al magisterio para sus fines políticos, personalistas o partidistas, también
prostituye sus funciones gubernamentales hiriendo la dignidad magisterial que debe
ser respetada en su única, en su patriótica, en su cristiana obra de enseñar al
que no sabe” (p. 203). Esto era un golpe a los grupos de profesores que
participaban en política partidista electoral al lado de Labra y para los
docentes comunistas o lombardistas cercanos a la
izquierda mexicana. En sí, el gobierno quería decidir lo que convendría al
magisterio, las prestaciones se ganaban no como conquista sindical, sino más
bien como concesiones gubernamentales.
Otro ejemplo
de combatividad de los profesores es cuando en 1945 se nombra un nuevo
secretario general de la delegación de Toluca, y compiten Elisa Estrada
Hernández y Agripín García Estrada. Sus puntos de
vista de la organización eran diferentes: así lo aseguró el profesor Agripín en la entrevista que Norberto López le hizo: “Era
una osadía de mi parte presentarme como candidato cuando ella era un prospecto
respetable. Pero nosotros conocíamos ya otra cosa que ella nunca había
aprendido. Todos ellos fueron sindicalistas, siempre de buena fe; pero eran
gente que estaba ligada a la iglesia, nosotros veníamos con otra preparación
[…] La maestra Elisa Estrada no creía la derrota. ¿Quién es ese Agripín?, preguntó. Yo me levanté y conteste, ¡ese soy yo!”
(p. 218). El cambio no sólo era generacional, sino de principios e intereses.
El gobernador Del Mazo lo expresaba en corto al oponerse a que el profesor
García Estrada estuviera al frente del Sindicato porque lo consideraba “rojillo
y ligado con el snte”, no
permitiendo que llegara a la secretaria general del umem, pero conservando su liderazgo en el Comité Ejecutivo
de la Delegación Toluca Urbana.
Ese severo
control de la dep sobre la
organización magisterial firmó su acta de defunción entre los años 1949 a 1952.
“La organización sindical no funcionaba. Los arrogantes secretarios integrantes
del Comité Ejecutivo se habían ido uno tras otro dejando sólo al profesor…” (p.
234). Así, al llegar el profesor Monroy fue relativamente fácil cumplir su
tarea. No tuvo ninguna duda sobre quién debía sostener y desplegar su programa
educativo. Combinó la tradición con la innovación y al renovarse el Comité
Ejecutivo quedó el Profesor Agripín García Estrada
como secretario general, y la profesora Elisa Estrada y el profesor Antonio
León Cisneros en puestos claves. También con la fundación del Sindicato del
Estado, logró separar al snte de
la entidad.
El último
capítulo, titulado “El sindicato en el partido oficial” hace un recuento de los
años de 1953 a 1959. Resalta la actividad política de la incipiente burocracia
sindical en la elección de candidatos a puestos políticos. “El caso más
sobresaliente era el del profesor Carlos Hank González en la presidencia
municipal de Toluca, para quien el magisterio de la municipalidad brindó apoyo
y entusiasta colaboración” (p. 273). Por supuesto los beneficios a los
agremiados de esta organización se vieron incrementados, y baste ver la
evolución del salario magisterial en pesos corrientes en el sexenio de
1951-1957, la inauguración de la Policlínica Toluca en 1954, el aumento a los jubilados
en sus emolumentos, la construcción de casas para maestros por parte de la
Dirección de Pensiones, la participación por primera vez del sindicato en la
designación de los cambios y movimientos de las plazas magisteriales, y otros
beneficios más. En suma, en lo sindical, como lo asegura el autor: “el grupo
formado alrededor de la dupla Monroy Medrano-García Estrada se convertía en la
mejor garantía para conquistar metas que beneficiaban claramente a los
maestros; pero al mismo tiempo se reforzaba una práctica sindical
colaboracionista con el gobierno” (p. 281). Sánchez Colín cumplió con su
sexenio y los profesores lo calificaron como un gobernante que supo valorar la
valía del magisterio, por lo que lo respetó y estimuló en sus derechos.
Ante estos hechos,
en marzo de 1957 y frente a las elecciones de gobernador de la entidad, en una
reunión de líderes del Comité Ejecutivo estatal y los comités delegacionales
del smsem, acordaron que “ya
era tiempo de actuar”
y se pronunciaron por la candidatura del doctor Gustavo Baz, para el sexenio
1957-1962.
Estas
actitudes dejaron atrás la idea expresada por Isidro Fabela, quien reprobaba
que los hombres de Estado utilizaran a los maestros con fines partidistas,
prostituyendo al sindicato. Como consecuencia, la burocracia sindical adquirió
legitimidad, se consolidó como grupo hegemónico y pudo exigir una cuota de
poder dentro del aparato estatal.
El último
apartado del libro, titulado: “Consideraciones finales”, es un recuento, a
manera de síntesis, en torno a siete puntos importantes: en el primero resalta
cómo una organización hermanada por ideas sociales y cristinas cambia a una
unidad sindical abierta y unida a los trabajadores de la enseñanza de la
República Mexicana. En segundo punto, se observa el rompimiento de los
profesores estatales con los federales y la incursión del Poder Ejecutivo del
estado por refundar al sindicato. En el tercero, remarca el cambio de la idea
de ser una organización apolítica a una sociedad que busca la Dirección de
Educación Pública con el objeto de controlar al magisterio en dos esferas: la
sindical y la gubernamental. En el cuarto, remarca la movilización de los
maestros como estrategia de lucha para demandar prestaciones y beneficios,
surgiendo un grupo de líderes que hablarían y decidirían por todo el gremio. En
el quinto, ve el factor económico como motivador en la movilización de los
maestros. En el sexto, asegura que al convertirse la asociación en Sindicato de
Maestros al Servicio del Estado de México, se culmina con la unificación de los
profesores dependientes del gobierno estatal, iniciada desde 1926 a 1952,
formando un sindicato independiente del centro que deja de coquetear con el snte en el momento de tener la
nivelación salarial de 1957. Prefieren ser ‘cabeza de ratón que cola de león’,
y en este último punto señala cómo el Estado argumenta en forma real la
insuficiencia de recursos económicos destinados a la Educación.
La obra la
cierra con dos anexos: en el primero muestra los comités ejecutivos estatales
desde 1926 a 1961, y en el segundo presenta una lista interesante de todos los
dirigentes magisteriales del Estado de México, con los cargos que cada uno
ocupó dentro y fuera del magisterio. Interesante resulta ver cuántos de estos
líderes sindicales ocupan cargos directivos dentro de la administración pública
de la Dirección de Educación Pública del Estado de México, y posteriormente
cargos de elección popular.
El recorrido
histórico es una enseñanza de la formación de un sindicato en el siglo xx, y de sus líderes junto con los
asociados, al mostrar cómo un líder sindical debe ser amigo del gobierno, pero
no servidor del gobierno. En esta historia, los profesores tienen su lugar: se
ven los claros y obscuros de la asociación, se desmitifica lo imaginario de su
formación, y sobre todo, muestra la realidad para entender un movimiento de tan
largo alcance. Esta historia se vuelve prolija y enlazada a su antigua función
de ‘maestra de la vida’.
La conclusión
a la que llega es pesimista o quizá realista, pues no debe perderse de vista el
hecho de que el autor de esta obra pionera ha vivido en las filas de la
disidencia, como un intelectual que usa profesionalmente su inteligencia, que
concibió ideas generales y particulares sobre su sociedad y el movimiento
sindical de profesores del estado de México, y sobre todo que las expresa en
público en esta obra con un permanente sentido crítico.
Para
finalizar, sólo me queda recordar un planteamiento que Daniel Cosío Villegas se
hacía sobre los intelectuales de izquierda y que se adapta perfectamente a los
líderes sindicales de México: “casi todos los intelectuales de izquierda en
México han vivido del gobierno y a cambio de esa seguridad personal ceden, así
lo admitan o no, buena dosis de independencia” (Krauze,
2001: 206). ¿Pasará siempre esto en el caso del sindicalismo en México?, ¿y
específicamente en este Sindicato de Maestros al Servicio del Estado de México?
Bibliografía
Krauze, Enrique (2001), Daniel
Cosío Villegas. Una biografía intelectual, TusQuets, (Colección Andanzas 207 # 8),
México.
María Teresa Jarquín
Ortega
Profesora-investigadora de El Colegio
Mexiquense, a.c.