Luchas por el control territorial en Colombia
Darío I. Restrepo*
Abstract
The main
thesis of the paper is that concurrence of globalization impacts,
decentralization processes and political crisis seriously weaken the role of
the National State, particularly as they break the basis of political,
administrative and economical centralism. On the other hand, local struggles
for material resources and institutional control are exacerbated. Therefore,
the local political negotiation power increases compared to the central
government one, same about the decentralized functions than about the ones that
are state-centered and centralized. Neoliberals, political reformers, political
territorial classes, new social movements, drug traffickers, guerrillas and paramilitars openly dispute local power. All of them have a
strategy, or at least a set of interests and practices about the decetralization process, which can be understood only as a
result of the complexity of forces that acts on it.
Keywords: local power, neoliberalism, political reformists,
new social movements, guerrilla, paramilitars, drug
traffickers.
Resumen
La tesis
central del artículo es que la concurrencia entre los impactos de la
globalización, el proceso de descentralización y la crisis política debilitan
gravemente el Estado-Nación, y particularmente tienden a romperse las bases
mismas del centralismo político, administrativo y económico. Por otra parte, se
exacerban las luchas locales por la apropiación de las riquezas materiales y el
control de las instituciones. De esta manera, se acrecienta el poder de
negociación política de las fuerzas locales frente al gobierno central, tanto
respecto de las funciones descentralizadas como de aquellas que mantiene el
Estado de manera centralizada. Neoliberales, reformadores políticos, clases
políticas territoriales, nuevos movimientos sociales, narcotraficantes,
guerrilleros y paramilitares se disputan abiertamente el poder local. Todos
tienen una estrategia, o al menos un conjunto de intereses y prácticas respecto
del proceso de descentralización, el cual en última instancia no puede ser
entendido sino como el resultado de la complejidad de fuerzas que intervienen
en él.
Palabras clave:
Poder local, neoliberalismo, reformadores políticos, nuevos movimientos
sociales, guerrilla, paramilitares, narcotraficantes.
*
Universidad Nacional de Colombia. Correo-e: direstre@colomsat.net.co
1. Introducción[1]
Uno de los
aspectos más importantes de la reforma del Estado en Colombia es sin duda el
proceso de descentralización con sus tres componentes: el político, con la
elección de gobernadores departamentales y alcaldes municipales; el
administrativo, con la delegación de las políticas sociales básicas a los
gobiernos locales, y el fiscal, con la transferencia de 46% de los ingresos
corrientes de la nación a las entidades territoriales.
El proceso de descentralización
ocurre de manera concomitante a la apertura e internacionalización de la
economía. La descentralización tiene, junto con la apertura, una consecuencia
común: el debilitamiento del Estado-Nación, al tiempo que se fortalecen las
esferas internacional y local en los procesos económicos y políticos. Ambos
procesos ocurren en un escenario de crisis del régimen político y de graves
enfrentamientos armados en el país y ponen a prueba la supervivencia del
Estado-Nación colombiano.
Situar el proceso de
descentralización en perspectiva implica relacionarlo con el cambio en
el modelo de desarrollo y la crisis política. Respecto de estas
transformaciones generales, el conjunto de actores políticos, económicos,
burocráticos, gremiales, sindicales, populares e insurgentes adapta sus
estrategias de promoción de intereses. Ello hace imperativo estudiar el proceso
de descentralización en tanto negociación entre actores, intereses y
racionalidades contradictorias.
La tesis central que desarrolla el
trabajo es que la concurrencia entre los impactos de la globalización, el
proceso de descentralización y la crisis política debilitan gravemente el
Estado-Nación, y particularmente se tiende a romper las bases del centralismo
político, administrativo y económico. Por otra parte, se exacerban las luchas
locales por la apropiación de las riquezas materiales y el control de las
instituciones. De esta manera, se acrecenta el poder
de negociación política de las fuerzas locales frente al gobierno central,
tanto respecto de las funciones descentralizadas como de aquellas que mantiene
el Estado de manera centralizada.
Este es el escenario en que se
desenvuelve la guerra política y respecto del cual una eventual salida
negociada al conflicto armado pasará necesariamente por una redistribución del
poder regional y nacional en el país; particularmente, requerirá una nueva
organización espacial del régimen político y electoral, de las políticas y del
gasto público y, finalmente, de las competencias y soberanías de los diferentes
niveles territoriales del Estado (Castañeda, González y Mares, 2000).
2. La estrategia neoliberal y la imposición del mercado
por la vía de la descentralización
La tecnocracia
neoliberal tiene una preocupación básica acerca de la eficiencia del Estado.
Sostiene que es ineficiente porque a mayor cantidad de gasto, funcionarios,
instituciones y programas públicos no le corresponde un crecimiento de
territorios y población cubierta por los servicios, ni un incremento en la
cantidad o calidad de éstos.
Según ese enfoque se deben impulsar
reformas a partir de tres principios: (1) que el Estado se comporte exactamente
como el sector privado, el cual se supone eficiente; (2) privatizar el máximo
de funciones y empresas estatales, y (3) aquellas funciones y recursos que
quedan a cargo del Estado deben ser lo más permeable posible a las leyes del
mercado (Bird, 1981; Wiesner,
1992).
Es por ello que los neoliberales
tienen interés en la descentralización, pues suponen que facilita los procesos
de privatización e induce los procesos regidos por el mercado en el manejo del
Estado, de las siguientes maneras:
La descentralización debe estimular
la competencia de los
gobiernos locales por los recursos transferidos. Lo anterior se refleja en el
hecho de que 16% de las participaciones de los municipios en los ingresos
corrientes de Colombia está condicionado a la obtención de desempeños fiscales,
administrativos y de reducción de la pobreza.[2]
También se expresa en la cultura de proyectos, la técnica de focalización de
beneficiarios de la inversión pública y los subsidios a la demanda.[3] En
todos los casos, se someten bolsas de recursos a la competencia entre entidades
territoriales. De esta manera, se combate la lógica de repartición de los
recursos a los territorios por relaciones políticas al interior de los partidos
políticos o del Congreso de la República, por presiones sociales o derechos
adquiridos. A cambio, se estimula la distribución de recursos por la
competencia, el mérito y el desempeño de unas entidades territoriales sobre
otras[4]
(Restrepo, 2001).
En segundo lugar, se usa el proceso
de descentralización para promover
la privatización de
las funciones y empresas del Estado. Es así como las leyes de descentralización
de servicios públicos domiciliarios, de la salud, la educación y las vías, son
todas leyes de privatización.[5]
Además, se transfiere a los gobiernos locales unas competencias y unos
recursos, pero estos últimos son menores que los costos reales de asumir las
competencias. De esta manera, los gobiernos locales se ven obligados a aumentar
el cobro de las tarifas de los servicios públicos y la tributación local, así
como emprender la privatización de las empresas. En los últimos seis años buena
parte de los gobiernos locales de Colombia han convocado subastas públicas para
vender las empresas descentralizadas, muchas de ellas compradas por capitales
transnacionales (Cuervo y González, 1998; Maldonado, 1998; Restrepo, 2000).
La
participación de los gobiernos locales en los costos financieros y políticos de la
administración de los servicios es un objetivo estratégico. El imperativo
neoliberal, formulado desde la década de los 50 en Europa y en los Estados
Unidos de Norteamérica, y apropiado por la élite criolla en la década de los
70, es el siguiente: es necesario superar definitivamente una situación que
conduce a un aumento creciente de las demandas sociales sobre el presupuesto
nacional en un escenario de incapacidad financiera y administrativa de los
Estados para proveer esas demandas. Se trata de superar la lógica que conduce a
que toda reivindicación social, falencia o carencia en el bienestar, en las
necesidades básicas insatisfechas y en el desarrollo se convierta en una
demanda al Estado central y por tanto al presupuesto nacional. Para lograr el
objetivo, se transfieren la responsabilidad y la financiación de las políticas
sociales básicas a los gobiernos locales, con lo cual se pretende “localizar”
el malestar social y “blindar” el presupuesto central contra las tendencias
deficitarias (Velázquez, 1986).
Del objetivo anterior se desprende
el siguiente: forzar al consumidor a pagar el
precio real de los
bienes públicos, es decir, desmontar el sistema de subsidios.[6]
Para los neoliberales, el Estado es ineficiente porque subsidia los precios
finales; en cambio, el sector privado es eficiente porque cobra el costo real
más un porcentaje correspondiente a las ganancias promedio de la actividad
económica en cada rama productiva o comercial específica. Para que el Estado
sea eficiente debe cobrar también los precios reales y ello se logra mediante
la descentralización de la responsabilidad a los gobiernos locales. Estos
últimos están abocados –por la vía de la privatización, o cuando la función
sigue de responsabilidad estatal– a cobrar los precios reales de los bienes y
servicios producidos (González, 1994). Los grandes consumidores de las
políticas públicas descentralizadas, básicamente la salud y la educación, son
las clases medias y los sectores populares. De esta manera, el neoliberalismo
está logrando que las clases populares paguen más impuestos, mayores tarifas y
participen en la ejecución de las obras, generando un ahorro al Estado y
transfiriendo el costo de los bienes básicos a los consumidores (Beck, 1998;
Restrepo, 2000).
La descentralización dentro de la
estrategia privatizadora promueve la competencia entre las
empresas públicas y privadas,
es decir, rompe los monopolios estatales sobre la prestación de bienes y
servicios. A cambio, promueve la competencia entre empresas del Estado y del
sector privado bajo el supuesto de que sólo la igualdad en la competencia
traerá mayores niveles de eficiencia (Banco Mundial, 1993; Jaramillo, 1994).
Según la ideología neoliberal, el
consumidor es el soberano en el mercado privado. La mayor inquietud es lograr
que también lo sea respecto de los bienes que ofrece el mercado estatal. La solución
encontrada reside en el pago de los precios reales y en el aumento
de la capacidad de sanción del consumidor sobre los mandatarios, los funcionarios, los
presupuestos y las políticas públicas (Wiesner, 1992; Rosas, 1997).
La
exacta correspondencia entre el desarrollo de las instituciones y los mercados es la respuesta adecuada a la pregunta
sobre el óptimo del tamaño del Estado y del gasto público deseable. Según su
diagnóstico, el Estado creció en gasto, instituciones, burocracia y programas,
a un punto que no corresponde a la realidad de los mercados, es decir, por
encima de lo que la sociedad en su conjunto está generando como ingresos para
sostenerlo. Se generalizó así la subvención de las políticas sociales mediante
el déficit fiscal que presiona un alza en la tributación al sector privado y
reduce sus márgenes de ganancia. En consecuencia, los neoliberales tratan de
adecuar las instituciones a la capacidad de los mercados, para lo cual impulsan
la privatización y la descentralización con el fin de que la dimensión de las
instituciones corresponda exactamente a lo que los mercados locales puedan
financiar a través del cobro de los servicios y de la política tributaria local
(Wiesner, 1992).
Como conclusión, el neoliberalismo
tiene como estrategia aumentar el peso del mercado, los agentes privados y los
consumidores en las políticas públicas. También presiona una conversión de los
políticos en gerentes y administradores, es decir, inducen la desideologización
de la política para lograr el cese del enfrentamiento ideológico sobre opciones
éticas, morales, sociales o de clases sociales. A cambio, promueven una
competencia entre administradores de recursos y servicios públicos. Por lo
tanto, para la estrategia neoliberal, la descentralización es un componente
fundamental de su política.
3. Los
reformadores políticos incluyentes: “descentralizar para pacificar”[7]
El neoliberalismo
no es la única fuerza que explica el acontecer del proceso de descentralización
en Colombia, ni en ningún otro país de América Latina. Consideramos bajo el
calificativo de reformadores políticos a una fracción importante de la clase
política, líderes empresariales y sociales que buscan una solución socialmente
‘incluyente’ a la crisis política y económica por la que atraviesan nuestros
países (Santamaría y Silva, 1984).
En Colombia, dicha inclusión abarca
al movimiento insurgente que tiene presencia en más de 40% del territorio
nacional. Jaime Castro reconoce que el mapa de la insubordinación civil y de la
insurgencia armada corresponde al mapa de la ausencia y la precariedad del
Estado en el territorio nacional. Donde el Estado no está, es decir, donde sus
instituciones, las políticas sociales, el crédito y el gasto en infraestructura
son precarios y donde el control de los partidos políticos es frágil se
presenta en mayor medida la insubordinación social a través de paros, marchas y
tomas, y prevalece la insurgencia armada. Desde esta perspectiva se planteó la
construcción de unas instituciones capaces de integrar y abrir compuertas
dentro del sistema representativo y de las políticas públicas a esos sectores
‘excluidos’ y llevar recursos, infraestructura y programas estatales a los
territorios de gran precariedad estatal (Castro, 1984).
Los reformadores políticos buscaron abrir
la carta política y electoral del
país mediante el proceso de descentralización. En términos del ex presidente
Belisario Betancur (1982-1986) existían “causas objetivas y subjetivas” para la
violencia en Colombia. La causa objetiva se refiere a la pobreza, el abandono y
la marginalidad de millones de personas; la causa subjetiva, al régimen
político llamado Frente Nacional, a través del cual dos partidos, el liberal y
el conservador, se repartieron mediante amparo constitucional los cargos
representativos y administrativos del Estado.[8]
Desde el tiempo del presidente Betancur se inauguró una tendencia a
descentralizar recursos para llevar los servicios sociales básicos a todos los
municipios del país, y también se promulgó la elección popular de alcaldes para
insertar todas las fuerzas sociales y políticas existentes dentro del régimen
político representativo (Ochoa y Restrepo, 1997).
En particular se pensó en las
fuerzas políticas y sociales locales que no tenían una fuerza nacional
suficiente para estar representadas en el Congreso de la República y que
tampoco participaban en la definición, por las vías legales, de los procesos
políticos locales. La descentralización buscó, entonces, abrir el mapa
electoral colombiano mediante la integración de aquellos que estaban afuera del
régimen político del Frente Nacional y de las mayorías bipartidistas en el
ámbito nacional.[9]
El objetivo político fue también
social y económico, puesto que estos reformadores buscaban descentralizar
el modelo de desarrollo,
haciendo llegar recursos ahí donde no llegaban con anterioridad, con lo cual se
estimularía el desarrollo de los mercados locales y regionales y la integración
nacional.
La descentralización permitió,
además, la reconducción de las políticas sociales estatales
hacia grupos de pobladores vulnerables.
La anterior política social en salud, educación, vivienda y seguridad social
estaba dirigida de manera predominante al asalariado. El sector informal y
rural eran ‘atendidos’ mediante programas aleatorios de carácter nacional –como
hasta ahora– y mediante la extensión de las redes de servicios clientelistas que llevan las políticas sociales a
los sectores pobres como mecanismo fundamental de reproducción de los partidos
tradicionales.
Los reformadores políticos incluyentes
buscaban descentralizar recursos hacia la población no asalariada y más
vulnerable: los pobres, las mujeres cabeza de hogar, las etnias, los indígenas,
las negritudes, los poblados sin apoyo estatal y precario desarrollo del
mercado y las poblaciones en zonas de desastre natural o víctimas de la
violencia: es decir, la población que no se define por sus relaciones
salariales o que en buena medida no es asalariada. La nueva política social
especializa su intervención por sectores sociales, que a su vez están
localizados en territorios y situaciones específicas. Asimismo, acude de manera
creciente a la responsabilidad de los gobiernos locales en la implantación de
las campañas de lucha contra la pobreza y en favor de grupos vulnerables
específicos (Restrepo, 1996).
La descentralización de la política
social y el interés por la población pobre y vulnerable viene aparejado con el
crecimiento de los mecanismos de participación
social y política dentro
de las instituciones, las administraciones públicas locales y los programas
estatales. Abrir los espacios institucionales a los movimientos sociales para
que participen de las políticas descentralizadas es el objetivo político
manifestado por la estrategia incluyente (Restrepo, 2002).
La
inserción institucional del movimiento guerrillero es el mayor reto del nuevo diseño
institucional. La insubordinación social y la insurgencia guerrillera tienen un
asentamiento en realidades territoriales específicas. Por lo tanto, un
componente de la estrategia de paz es la apertura de espacios para que puedan
insertarse, en el lugar donde están, en la administración de las políticas,
bienes y servicios por ellos reclamados.
La inclusión social debería conducir
a la legitimidad política del Estado[10] y
del régimen electoral (Calderón, 1987). Reducir la
abstención electoral
es la esperanza depositada en la descentralización política en un país con
tasas crónicas de abstención superiores a 50% del censo electoral. Se presume
que los ciudadanos en las localidades tendrían mayor estímulo en acudir a las
urnas para decidir las mayorías de gobierno y sancionar o refrendar grupos y
candidatos políticos (Gaitán y Moreno, 1992).
Desde los reformadores políticos,
por lo tanto, la descentralización es una estrategia de legitimación de las
instituciones y del régimen político y parte estratégica de los cambios
políticos necesarios para consolidar la paz.
4. Las clases políticas locales y su reproducción a
través de la descentralización
La arremetida
neoliberal y el proceso de globalización achican el espacio de los políticos
profesionales. Mediante las privatizaciones, pierden el manejo de empresas,
presupuestos, contratos, empleos y políticas estatales. La desregulación de las
relaciones laborales y el debilitamiento de los sindicatos disuelve las
relaciones entre la burocracia sindical y la burocracia política, disminuyendo
el espacio político a los unos y los otros. Mediante la apertura financiera,
comercial y productiva, la lógica privada de las transnacionales se impone de
manera creciente sobre las regulaciones nacionales, el derecho estatal y los
pactos sociales y políticos internos son socavados (Restrepo, 1994a; Ahumada,
1996).
La política social es uno de los
pocos terrenos en los que se mantiene la ‘soberanía’ de los Estados y por ende,
las competencias de las clases políticas.[11]
La pugna por la descentralización de las finanzas públicas y de las
competencias en materia social caracteriza las relaciones entre los poderes
políticos territoriales y nacionales. Del manejo de los gobiernos locales está
dependiendo cada vez más la conformación, ampliación y reproducción no sólo de
las clases políticas, sino de las agremiaciones partidistas. Es decir, en la
medida en que la crisis política del Frente Nacional conduce a la disolución de
los partidos nacionales, se fortalecen las agremiaciones partidistas
territoriales (Borja, 1999).
La Federación Colombiana de
Municipios y la Conferencia de Gobernadores son las organizaciones gremiales de
los municipios y departamentos, las cuales conducen las negociaciones políticas
con el nivel central de gobierno, a partir de una lógica que supera las
alineaciones partidistas nacionales. Alcaldes y gobernadores de movimientos y
partidos diferentes a los nacionales manejan un tercio de los municipios y
departamentos del país. Seis gobernadores de los departamentos del sur del país
plantean la construcción de una región administrativa y de planeación como paso
previo antes de la conformación de una región política, con autoridades y
rentas propias.[12]
Estos ejemplos demuestran la
importancia que la vida local posee en la construcción del poder político
ejercido sobre las localidades, las regiones y la nación misma. El proceso de la
descentralización es el resultado de la insurgencia de los poderes locales (Leal y Dávila, 1990)
y a la vez aumenta la
recomposición política con base en intereses territoriales.
Las clases políticas territoriales
ganadoras son aquellas que están conectadas al mercado mundial, consolidan
alianzas estratégicas con el sector privado local y conducen las negociaciones
para atraer capitales públicos y privados, nacionales y extranjeros a sus
regiones. Las clases políticas perdedoras se encuentran en regiones deprimidas
por el desmonte del Estado, la quiebra de sus empresas y las desinversiones de
capital.
En los procesos de apertura y
globalización, las regiones ganadoras y las perdedoras están pujando por
mayores grados de autonomía frente a la clase política nacional. Buscan
consolidar poder local, articular políticas de crecimiento y legitimidad con
características propias e imprimir un sello ‘regional’ al ejercicio de
gobierno.[13]
En este sentido, para las clases
políticas locales la descentralización es un refugio ante el debilitamiento del
Estado-Nación, una oportunidad de inserción en los asuntos privatizados y en la
búsqueda de nuevas inversiones en el ámbito regional, y un bastión a partir del
cual negocian espacios de poder con el nivel central del régimen político y el
Estado.
5. Los movimientos sociales y la apropiación territorial
de la democracia
Los nuevos
movimientos sociales tienen características que los diferencian de las
organizaciones de asalariados. Su organización surge de identidades
territoriales y no de la unidad del trabajo –llámese ésta fabrica u oficina–, sino
a partir del barrio, la vereda, el municipio o la región (Restrepo, 1994b).
También se caracterizan por reclamar
fundamentalmente servicios y políticas sociales de salud, educación, vías,
saneamiento básico, acueducto y alcantarillado (Santana, 1978). A su vez, las
reivindicaciones fundamentales del sindicalismo versan sobre la seguridad del
empleo, los salarios y las condiciones laborales y se relegan las otras
demandas a lugares marginales de los pliegos de petición y los pactos
colectivos. De tal manera, mientras el sindicalismo se mueve en el campo de la
producción, los nuevos movimientos sociales lo hacen en el de la circulación.
Las nuevas demandas populares no se
limitan a pedir más política social, a menores precios y de mejor calidad:
exigen la participación de los usuarios en las instituciones, políticas y
proyectos, así como en la administración territorial que presta los bienes y
servicios. Se trata de un rasgo bastante diferente al movimiento sindical, el
cual reivindica al Estado y al mercado la mejoría de sus condiciones salariales
y de trabajo. Las organizaciones gremiales de los asalariados mantienen una
externalidad y una no-responsabilidad con el Estado en cuanto a las políticas
públicas y con el mercado respecto al manejo de las empresas. En cambio, los
nuevos movimientos sociales son esencialmente participativos (Restrepo, 2002).
De esta manera, los nuevos
movimientos sociales transforman la práctica política del campo popular. No se
trata únicamente de exigir la mejoría en las condiciones de vida ante el
mercado y el Estado, sino de la apropiación territorial del
poder, tanto referido
a la administración pública y sus políticas, como a las posibilidades de
competir en el mercado, público y privado, por el manejo de los recursos (Fals, 2000; Restrepo, 2002).
Los movimientos sociales han sido un
actor fundamental dentro del proceso de descentralización, aun cuando no hayan
participado directamente en la redacción de ninguna de las definiciones
normativas fundamentales. Sin embargo, debe observarse que los nuevos
movimientos sociales tuvieron un auge creciente y ascendente en todas las
décadas de los 70 y 80: más personas movilizadas, más municipios cubiertos,
mayor fuerza de reivindicación alrededor de la política social y la participación
territorial en las políticas públicas.
La descentralización de la política
social corresponde a lo reivindicado por los movimientos sociales. El tercer
encuentro nacional de movimientos cívicos, reunidos en Bogotá en octubre de
1983, afirmó que para solucionar la crisis política del país se requería de la
elección popular de alcaldes y gobernadores, planes de desarrollo locales,
cabildos abiertos y participación de los usuarios en la administración de las
empresas públicas. Estas cinco propuestas se convirtieron en leyes de la
República a partir de 1986. Por lo tanto, aun cuando los movimientos sociales
no participen en la hechura de la política y de las normas, la
descentralización es una respuesta a la reconstitución de la expresión del
campo popular (Restrepo,
1992).
La descentralización es una
respuesta del régimen político en crisis, mediante la cual construye una nueva
institucionalidad que potencia mecanismos de incorporación de los nuevos
movimientos sociales dentro de los espacios y prácticas burocráticas. También
pretende la localización del descontento social (Moncayo,
Restrepo y Rojas, 1989).
6. La guerrilla y la consolidación de hegemonías
militares en los territorios
Históricamente,
el movimiento guerrillero levantó una plataforma de conquista del poder a
escala nacional, de destrucción del Estado capitalista y el régimen político
bipartidista. A cambio, propuso una alternativa más o menos socialista,
comunista, maoísta o nacionalista, pero siempre de carácter nacional, estatal y
centralizado.
Esta postura cambió desde finales de
la década de los ochenta, a partir del proceso de descentralización. Antes, el
movimiento guerrillero rechazó de manera unánime la participación en las
contiendas electorales porque, según su análisis, confundían al pueblo sobre
los verdaderos mecanismos a partir de los cuales se definía la lucha de clases
y la dominación capitalista. Sin embargo, los movimientos insurgentes que han
dejado las armas desde comienzos de la década de los noventa se
han volcado sobre la vida política municipal y departamental.[14] Más de cuatrocientos guerrilleros
reinsertados han sido elegidos en los concejos municipales, según las
estadísticas del Programa para la Reinserción; también se han integrado a la
lucha por las alcaldías y los planes de desarrollo local, o sea a la
participación política en el escenario local.[15]
Este cambio de política se explica
porque la guerrilla tiene un poder militar estructurado sobre el eje de la
conquista del poder nacional, pero se convirtió en un poder territorial, que de
una u otra manera, presiona, chantajea o incide sobre las actividades de la
economía pública y privada, la política y las instituciones locales. Los
movimientos guerrilleros activos: Fuerzas Armadas de Colombia (farc) y Ejército de Liberación Nacional
(eln), principalmente, se están
convirtiendo en una fuerza cuasi-hegemónica en
ciertos territorios,
a tal punto que se comportan como proto-Estados. Las
ciernes de un Estado en los territorios guerrilleros se basan en el dominio
militar permanente, la garantía de la seguridad a las personas, la
implementación de códigos híbridos de justicia y la presión tributaria sobre la
población, los negocios privados y la administración pública.
En esta perspectiva, el proceso de
descentralización –al transferir recursos y funciones y legitimar el poder
electoral de los mandatarios–, convierte la conquista del poder local en un
asunto importante y estratégico para el movimiento guerrillero. Mediante la
conquista de los poderes locales, usufructúa las funciones y los recursos
descentralizados y se legitima a través del manejo, presión y apropiación sobre
tales recursos y funciones.
En los últimos diez años, el
movimiento guerrillero ha multiplicado en más de dos veces los frentes de
guerra, la cantidad de hombres en armas, el control de los territorios y su
capacidad económica. Se ha transitado de un movimiento guerrillero de carácter
‘foquista’, que tenía actividades de defensa y
reacción contra el ejército y la policía, a un movimiento guerrillero de carácter
ofensivo; que de posiciones móviles ha pasado, en muchas partes, a un poder
armado de control territorial sobre las poblaciones que viven en esos
territorios, las actividades sociales y económicas, las instituciones y las
políticas estatales. En Colombia, se está transitando de un movimiento
guerrillero hacia batallones armados que en buena medida empiezan a comportarse
como ejércitos alternos, sobre todo las farc.
Por otra parte, el movimiento
guerrillero ha pasado de zonas rurales relativamente marginales hacia otras de
mayor importancia estratégica y geopolítica, zonas urbanas de mayor poblamiento
y actividad económica, alrededor de la malla de comunicaciones, carreteras,
puentes, circuitos de tránsito del agua, ecosistemas estratégicos e infraestructura
energética.
El
desarrollo de la guerrilla tiende a quebrantar el control que el poder central
y el bipartidismo tenían sobre los procesos locales; disputa a escalas local y regional
el control del electorado y de los procesos económicos, políticos, sociales e
institucionales. El auge del movimiento guerrillero es otro factor que debilita
el presidencialismo, el centralismo y el Estado-Nación; exacerba las luchas
locales por el poder y acrecienta la apropiación de los procesos locales en un
escenario de negociación o disputa de alternativas al poder nacional.
7. Los
narcotraficantes y la subordinación de los poderes locales
A partir del
tráfico de drogas surge de manera vertiginosa una nueva élite económica que
llega a enfrentarse al Estado mediante la violencia, compite con las jerarquías
nacionales y locales del bipartidismo por el control sobre el electorado,
disputa a tradicionales ramas de la actividad económica[16] y
pugna por el control de los aparatos del Estado, la justicia, la opinión pública
y las instituciones.
De esta manera, el
tráfico ilegal de drogas también tiende a quebrantar la unidad del proyecto
político del Frente Nacional,
de las élites políticas y de los sectores económicos que lo fundaron. El
narcotráfico se coloca en el centro de la disputa del poder económico, político
e institucional que se organizó a través del centralismo y el bipartidismo.
Exacerba también la lucha por el control de los territorios, tanto a escala
regional como nacional.
El control de los territorios es
fundamental para el tráfico de estupefacientes porque el lugar de la siembra,
los corredores de seguridad y las vías de comunicación son sitios para el
‘blanqueo’ y el ‘lavado’ de los recursos ilícitos y porque les permite
convertir grandes cantidades de liquidez monetaria ilegal en apropiación de
activos legales.
El control territorial ejercido se
extiende al control político, de la policía, el ejército, las comunicaciones y
las personas. Es por ello que el gobierno nacional, en su lucha contra el
narcotráfico, creó brigadas móviles especializadas que operan sin informar a
las Fuerzas Armadas o a la policía acantonada en los municipios, ni tampoco a
las autoridades políticas locales. Las fuerzas represivas extraterritoriales
han producido resultados mucho más efectivos, lo cual refleja la lucha de un
sector del Estado contra la apropiación del poder territorial por el
narcotráfico.
8. De la guerra sucia a los ejércitos paramilitares
El movimiento
armado paramilitar resulta de la confluencia de seis causas. Es una
prolongación de la criminalización institucional de la protesta y de los
sectores populares;[17]
concreta, en este sentido, el paso de la guerra sucia a la guerra contra la
insubordinación social. Por otra parte, es la respuesta violenta de los terratenientes
ante la presión campesina y de la guerrilla que resulta de la ausencia de
políticas de reforma agraria y de las falencias del ejército nacional. También,
provienen de un clamor de la población, fundamentalmente de pueblos pequeños y
medianos, ante la presión y los desmanes de la guerrilla, porque brindan la
seguridad que las fuerzas regulares del Estado no garantizan. Son también el
mecanismo que reemplaza el dominio que sobre la sociedad ejercía el orden
bipartidista del Frente Nacional y garantizan el reino de hegemonías políticas
totales. Además, el movimiento paramilitar es el brazo armado de la pugna por
el control de áreas económicas estratégicas actuales y potenciales. Por último,
desde sus inicios los paramilitares ejercen funciones de ejército privado de
los narcotraficantes.
Con el auge del movimiento
insurgente y contrainsurgente, los paramilitares tienden hacia la conformación
de una fuerza político-militar nacional. Se convierten, de tal manera, en un
actor específico con estructura, financiación y agenda programática propias.
Hasta ahora no han requerido la conformación de un partido político nuevo, sino
que han colonizado las estructuras de los partidos tradicionales al punto de
reclamar 35% de la representación en el Congreso de la República surgido de las
elecciones de marzo de 2002.
El
auge de los ejércitos privados paramilitares y el movimiento guerrillero son la
demostración más clara de la disolución del Estado colombiano. Los sectores económicos y políticos
locales, que promueven, financian y encubren a los paramilitares, no confían
más en el uso exclusivo de las fuerzas y mecanismos regulares del Estado para
la defensa y promoción de sus intereses. Acuden a la financiación privada de su
seguridad e intereses y con ello disuelven el Estado de derecho.
Al igual que la guerrilla y el
narcotráfico, los paramilitares tienen una estrategia basada fundamentalmente
en la apropiación militar de territorios, pugnan por la subordinación del
conjunto de la economía pública y privada y de los movimientos, líderes y
organizaciones sociales a la lógica de la guerra, la disciplina y la jerarquía
militar (Pedraza et al., 2000). La
actividad paramilitar es una estrategia de apropiación para-estatal de los
territorios por los ejércitos contrainsurgentes.
De tal manera, los paramilitares
también contribuyen a debilitar el control central del Estado sobre los
procesos políticos y militares locales, exacerban la confrontación armada como
medio fundamental de resolución de las disputas por el control político local,
y constituyen una fuerza político-militar regional con capacidad de incidencia
sobre las perspectivas nacionales y territoriales de la guerra o la paz.
La guerra en Colombia nunca ha sido
nacional: siempre ha sido territorial. La guerra se despliega en territorios en
disputa entre varias fuerzas con pretensiones hegemónicas. En el periodo
conocido bajo el calificativo de La Violencia (1948-1953), los muertos, las
masacres, los desaparecidos y las torturas ocurrían en los municipios donde se
enfrentaban liberales y conservadores para sumar mayorías nacionales (Palacios,
1995). De la misma manera, la guerra actual está en los municipios donde no hay
hegemonía de uno u otro bando, o en las fronteras de las hegemonías entre unos
y otros. La guerra es por el control de territorios específicos, en tanto
bastiones para negociar el equilibrio de fuerzas en el ámbito nacional.
Esto explica las contradicciones
militares actuales entre las farc
y el eln.
Las farc
tienen un mapa de expansión colonizadora de territorios que obedece a una
estrategia de ocupación militar nacional. En los departamentos de Santander,
Sucre, Urabá, Antioquia o Sur de Bolívar, la
coexistencia con el eln
conduce a inevitables enfrentamientos armados entre ellos. La guerra en Colombia
ya no es sencillamente una guerra de guerrillas combinada con una guerra sucia,
sino una guerra de múltiples actores que intentan controlar militarmente los
territorios, sus territorios.
9. Conclusión
De la somera
revisión de las estrategias de diferentes actores ante el proceso de
descentralización y el poder local, se concluye que neoliberales, reformadores
políticos, nuevos movimientos sociales, narcotráfico, guerrilla y paramilitares
tienen hoy en el centro de su estrategia la apropiación de los poderes
regionales y territoriales. En Colombia existe una incapacidad de hegemonía
nacional por parte de cualquiera de las fuerzas y racionalidades anteriormente
mencionadas y una lucha entre hegemonías parciales que pugnan por el control de
territorios, instituciones, políticas y funciones estatales específicas. Las
instituciones se están resquebrajando porque los poderes políticos, sociales y
militares subordinan la lógica de las instituciones, la economía pública y
privada en los territorios. Los actores armados tienden a comportarse como
cuasi-estados y la guerra se concentra en la apropiación territorial del poder.
Por lo tanto, entre más avance y se prolongue la guerra, más tenderá el país a
estar compartido por fuerzas militares hegemónicas en cada una de las regiones,
con capacidad de controlar, o por lo menos de incidir, sobre la actividad
social, política y económica, institucional y privada.
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Enviado:
7 de marzo de 2002
Aceptado: 24 de abril de 2002
[1] Versión parcial y corregida de un
trabajo más extenso presentado en el vi
Seminario de la Red Iberoamericana de Investigadores sobre Globalización y
Territorio, bajo el título: Descentralización o
desintegración del Estado, 1970–2000.
Agradezco la asistencia de investigación de Néstor Castañeda.
[2] Ley 60 de 1993 que reguló, hasta la
Ley 715 de diciembre de 2001, la repartición de recursos y funciones entre
niveles territoriales.
[3] Estas técnicas de asignación del
gasto público caracterizan el conjunto de las inversiones realizadas por la
nación en los territorios, mediante fuentes financieras paralelas a los
recursos transferidos mediante las leyes de descentralización.
[4] Para los neoliberales, la competencia
debería ser similar a la que ocurre entre empresas privadas en el mercado. En
la práctica se genera una combinación con la competencia que los políticos
emprenden por hacerse al mercado de los bienes públicos.
[5] Dichas leyes fueron promulgadas
durante el gobierno del presidente César Gaviria (1990-1994), reconocido por el
‘revolcón’ neoliberal que introdujo en el país.
[6] No sobra señalar que la presión
tributaria en las últimas décadas recae sobre los impuestos indirectos al
consumo y sobre los salarios. Esta práctica impositiva tiene un efecto
regresivo en cuanto al logro de la equidad entre estratos sociales por nivel de
ingresos, a diferencia del efecto sobre la equidad que acarrea cobrar mayores
impuestos directos proporcionales a las ganancias, el capital y la renta.
[7] Descentralizar
para pacificar es el
título de un libro de Jaime Castro (1998), ex alcalde de la ciudad de Bogotá,
ex ministro de gobierno y ex constituyente que impulsó el primer paquete
legislativo integral del proceso de descentralización en 1986. Castro también
participó en los acuerdos de tregua firmados con las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (farc)
en 1984 y 1985.
[8] El régimen político del Frente
Nacional ha atravesado varias etapas. La primera, entre 1958 y 1974, implantó
la plena dictadura bipartidista sobre el Estado mediante la repartición
paritaria de los cargos y presupuestos, la rotación de la función presidencial
entre los dos partidos, liberal y conservador, y el carácter ‘nacional’, es
decir bipartidista, del gobierno. En la segunda etapa, de 1974 a 1986, amainó
el acuerdo y se introdujo la competencia electoral en la rama legislativa en
los ámbitos municipal, departamental y nacional, así como la libre contienda
para la elección del presidente. El gobierno nacional siguió representando el
Frente Nacional mediante una repartición ‘adecuada y equitativa’ entre los dos
partidos en la rama ejecutiva, así como el Estado mantuvo la impronta ‘frentenacionalista’ mediante la designación de los altos
dignatarios de las ramas públicas a todo nivel de la administración, dentro de los
partidos tradicionales. La tercera etapa comenzó con la elección de alcaldes en
1986 y todavía no concluye. A pesar de la existencia de la competencia
electoral a todo nivel y para todos los cargos ejecutivos y legislativos, el
bipartidismo decadente mantiene control sobre los altos cargos públicos.
[9] Los acuerdos de cese al fuego en
1984-1985 entre el gobierno nacional y las farc apoyaron un proceso de
descentralización como marco institucional conveniente para la expresión
política de la insurgencia dentro de las instituciones.
[10] Dentro de la estrategia de
legitimidad se destaca el programa de reconciliación entre el Estado y las
comunidades, conocido como Plan Nacional de Rehabilitación (pnr), el cual se extendió durante
tres periodos presidenciales: Belisario Betancur (1982-1986), Virgilio Barco
(1986-1990) y César Gaviria (1990-1994). La Red de Solidaridad Social del
presidente Ernesto Samper (1994-1998) integró programas, estructuras y parte de
la burocracia del pnr
en el nuevo programa de lucha contra la pobreza.
[11] Soberanía relativa, porque los
efectos sociales de la apertura, las privatizaciones y la desregulación de las
relaciones laborales conducen al aumento de la pobreza y la marginalidad,
disminuye los ingresos de los trabajadores, acrecienta la concentración del
ingreso y hacen de la política social un negocio para los intermediarios
financieros. Las políticas y sus efectos son globales, así como las políticas
sociales focalizadas y de remiendo, cuya operación por los Estados nacionales y
locales son el margen de soberanía delegada.
[12] Los gobernadores del departamento del
Tolima, Huila, Nariño, Cauca, Caquetá y Putumayo plantean la región del sur
dentro de una segunda fundación de la república de carácter federal. Importa
señalar que ejercen una diplomacia internacional alterna a la del gobierno
nacional, en particular respecto al tratamiento de los cultivos con usos
ilícitos: el denominado Plan Colombia del gobierno de los Estados Unidos.
[13] Los sucesivos alcaldes de la capital
de la República, Bogotá, han luchado por mayores grados de autonomía frente a
la nación, a la vez que reclaman una disminución de las transferencias que la
ciudad aporta a las regiones más deprimidas del país por la vía de los
impuestos nacionales. Los gobernadores de departamentos de gran desarrollo
capitalista como Antioquia y Valle solicitan mayor autonomía para la política
económica y tributaria, y empiezan también a ejercer una diplomacia patronal
propia en el ámbito internacional. Los gobernadores del sur, azotados por el
narcotráfico, los paramilitares, la guerrilla y la depresión económica, pugnan
por una solución política negociada de carácter regional y un modelo de
desarrollo alternativo, es decir, con base en la economía campesina y los
pequeños y medianos propietarios regionales.
[14] El Movimiento 19 de abril (m19), el Partido Revolucionario de los
Trabajadores (prt),
el Quintín Lame, el Ejército Popular de Liberación (epl) y una fracción del Ejército
de Liberación Nacional (eln).
[15] Antonio Navarro, el segundo de la
jerarquía militar del m19, ha sido
el más prestigioso de los reinsertados. Ministro de Salud en 1990, co presidente de la Asamblea Nacional Constituyente en
1991, posteriormente alcalde de su ciudad natal, Pasto, congresista por Bogotá
y actualmente el senador de la República con mayor votación en el país.
[16] Los narcotraficantes intentaron, con
Carlos Lehder, conformar un partido político propio,
pero desistieron. Su expresión
partidista se ha volcado sobre las estructuras de los partidos tradicionales.
Las relaciones económicas con los sectores de negocios tradicionales ha
combinado la fusión de intereses con la competencia, hasta la substitución de
unos por otros por la vía de la compra o la amenaza.
[17] En Colombia, la tendencia a criminalizar la protesta social es una práctica regular y no circunscrita a casos críticos o marginales.