Instituciones y gestión del desarrollo rural en Argentina
Mabel Manzanal*
Abstract
The aim
of the paper is to contextualize and analyze the rural development in
Argentina, particularly the capacities of the different existing programmes on rural development to promote the sector
transformation within a context of scarce resources and institutional,
national, provincial and local weaknesses. In the first part our perspective on
the conditions of current rural development feasibility is presented. The second
part is a diagnosis on the current characteristics of rural development in a
national context and its institutional situation. And finally, the third part
analyses the actions of rural development non governmental
organizations, which are considered in this paper as one of the pillars of an
alternative rural development proposal.
Keywords: rural development, local development, institutions,
participation, rural poverty.
Resumen
El objetivo de
este artículo es contextuar y analizar la situación del desarrollo rural en la
Argentina. De manera particular, interesa indagar las capacidades de los
distintos programas existentes de desarrollo rural para promover una
transformación del sector, en un contexto de carencia de recursos y debilidades
institucionales, nacionales, provinciales y locales. En el primer apartado se
adelanta nuestra perspectiva sobre las condiciones de viabilidad para el
desarrollo rural en el presente. A continuación se elabora un diagnóstico sobre
las actuales características del desarrollo rural en el ámbito nacional y su
situación institucional. Finalmente, en el tercer apartado se analizan las
acciones de las organizaciones no gubernamentales de desarrollo rural,
consideradas en este artículo como otro de los pilares de una propuesta de
desarrollo rural alternativo.
Palabras clave: desarrollo rural, desarrollo local, instituciones,
participación, pobreza rural.
*
Universidad de Buenos Aires. Correo-e: postmaster@manzan.ba.ar
1. La transformación institucional y el desarrollo local
como condiciones del desarrollo rural[1]
1.1 Reestructuración del Estado y de las
instituciones
La crisis
terminal por la que está pasando Argentina obliga a repensar el funcionamiento
de la democracia, y como señala Rosanvallon, avanzar
hacia una nueva era de lo social, pero también de lo político (Rosanvallon, 1995: 11 y ss., 27 y ss.). Esto nos lleva a
renovar la visión y el rol del Estado, e indagar especialmente su interacción
con la sociedad civil y con el sector empresario y productor.
En el actual estadio del proceso de
acumulación, la crisis de la filosofía del Estado Benefactor desarticuló la
lógica social y espacial previa, comenzando a delinearse un Estado con
particularidades diferentes al Estado de Bienestar. Desde la perspectiva
neoliberal aparecen propuestas y acciones dirigidas a promover un Estado más
pequeño y supuestamente más eficiente (dependiendo para quién y para qué), con
delegación de funciones hacia provincias y municipios y, especialmente, con una
mayor participación de la sociedad civil a través de sus diferentes
organizaciones. Muchas acciones, antes responsabilidad del Estado nacional, han
sido transferidas en el presente a los estados provinciales, municipales y aun
a organizaciones no gubernamentales (ong).
Se trata de un proceso descentralizador, a veces de funciones pero no de
recursos. Y por ello y por la ausencia de programación y capacitación (que
hubiera requerido esta transformación del sector público) ha resultado
generalmente limitado (e incluso negativo) en sus efectos para el desarrollo
socioeconómico nacional, regional y local. Este nuevo tipo de Estado, en el que
asumen un rol importante no sólo la nación, sino también las provincias, los
municipios y la sociedad civil, Oszlak (2001) lo
denomina “Estado transversal”.
Desde esta nueva realidad observamos
potencialidades que pueden aprovecharse desde otra perspectiva política:
aquella que atienda a los sectores populares más desprotegidos y desfavorecidos
por la acción de la política neoliberal. Es entonces posible transformar al
Estado, haciéndolo más participativo y solidario con los sectores de menores
recursos, desocupados, productores, pequeñas y medianas empresas. Vemos fuerzas
que abren ámbitos de acción tanto en lo político como en lo económico. Entre
ellas la posibilidad de:
i.
Gestar un nuevo polo de poder en condiciones de enfrentar al verdadero
beneficiario de la globalización y la integración regional: la élite del
capital más concentrado resultante de los nuevos procesos de acumulación. La
participación y gestión de los beneficiarios puede conformar una valla de
contención para los procesos negociados entre el sector público y privado y, en
general, para todas las acciones burocráticas, fraudulentas o corruptas.
ii.
Refundar la solidaridad social y política a través de las formas
asociativas y las redes. A partir de ellas se podrán reconstruir los derechos
ciudadanos, identificar las nuevas reglas de convivencia, de justicia, y de
gestión social y económica.
iii. Fomentar políticas de crecimiento
del producto y de la productividad y de redistribución de ingresos como opción
a las políticas de ajuste, equilibrio fiscal y concentración económica. Para
avanzar hacia una reducción de la polarización social, de la enorme brecha
entre los sectores de mayores y menores ingresos, el camino es el aumento de la
producción, de la productividad y la redistribución del producto resultante, en
favor de los sectores postergados por el modelo de ajuste. Lo anterior obliga a
mantener el control del crecimiento de tal manera que no conlleve mayor
concentración económica y, para ello, es necesario dirigirlo a través de
instrumentos de política fiscal y de control social.[2] Un
modelo más equitativo y de mejor distribución no sólo permitirá la inserción
plena de los sectores marginados, desocupados y excluidos en el aparato
productivo nacional, sino también facilitará la gestación de un proceso de
crecimiento acumulativo.
Entonces, la
actual viabilidad de un desarrollo nacional y regional ya hace tiempo que no
queda en las manos de un ‘Estado de Bienestar’ que opera desde la expansión del
gasto fiscal. Aquél fue sustituido por el Estado ‘mínimo’, a través de la
reducción del sector público, el avance del sector más concentrado del capital
y de los organismos internacionales en la gestión de la política pública,
además de las limitaciones operadas sobre la soberanía nacional (y más aún en
países del tercer mundo). Ahora se sostiene, desde la misma visión neoliberal,
que el ‘desarrollo’ depende cada vez más de la interacción continua y
permanente entre la acción del Estado (en sus diferentes ámbitos: nacional,
provincial y municipal, y desde sus organismos de gestión, investigación,
salud, educación) con el sector empresario (grandes, medianas y pequeñas
empresas, productores independientes –en ambos casos, ya sea en el ámbito de la
producción o de los servicios–) y las organizaciones cooperativas y solidarias
(ong, asociaciones religiosas,
cooperativas, cooperadoras, gremios, sindicatos).
Sin embargo, desde una visión
alternativa en favor de las mayorías marginadas del modelo neoliberal, también
creemos que esta ‘interacción’ vertical y horizontal entre sector público,
empresas y sociedad civil puede posibilitar el ‘desarrollo’. Se trata también
de redefinir lo público y al Estado mismo. Pero para ello la transformación
institucional o las nuevas o renovadas instituciones en todos los ámbitos
(públicos y privados) es una condición sine qua non. Instituciones que promuevan una
acción transparente, solidaria y participativa es el punto de partida para
promover un mejor desempeño económico nacional que permita salir de la crisis y
avanzar hacia el crecimiento productivo de largo plazo (véase North, 1995: 25 y
ss.). Esto significa demoler la estructura institucional que fue funcional a las
privatizaciones, la mayor fuente de los recursos que sostuvieron la corrupción,
las prebendas y el clientelismo políticos.
Un nuevo modelo institucional exige
la aplicación regular, generalizada y democrática de normas y leyes, de gestión
y ejecución transparentes y resultantes de la participación de las mayorías,
hoy excluidas de la discusión política y pública (North, 1995: 21 y ss.). Y
esto promueve el logro de eficiencia y efectividad en el desempeño económico,
hoy inexistente, que se traduce en beneficios e ingresos provenientes de
incrementos productivos y de mejoras tecnológicas y no del amiguismo, del apoyo partidario, o de las
prácticas corruptas o mafiosas.
Un nuevo modelo institucional exige
tomar conciencia sobre las limitaciones del anterior. Porque sólo una vez que
se ha reconocido la ilegitimidad institucional del presente, es posible avanzar
en la construcción de un sendero de transformación fundado en la experiencia,
el conocimiento idóneo, el aprendizaje, las prácticas burocráticas basadas en
la ética, la austeridad y la transparencia. Pero este objetivo no puede
lograrse si no es en un contexto de búsqueda de consenso y acuerdo
entre las grandes mayorías
para compatibilizar intereses y dirimir conflictos ante la opinión de la
mayoría, o ante el dictamen del conocimiento experto en numerosas decisiones
(aunque sean perjudiciales para algunos –véase Brett,
1999a: 27–).
1.2 El desarrollo rural como elemento del
desarrollo local
Un nuevo modelo
institucional, una redefinición de lo público comienza por este ámbito en sus
diferentes expresiones: nacional, provincial y municipal. Y la interacción con
la sociedad civil y con las empresas se dará en todos estos niveles. Sin
embargo, es en el ámbito de lo local donde existe más viabilidad para que la
población se involucre en la gestión y transformación de su propia realidad.
Precisamente en el ámbito local se resumen varias de las claves para hacer
posible un desarrollo alternativo como el que aquí se está postulando; en
palabras de Boscherini y Poma (2000: 34) en el ámbito
de lo local:
...el Estado
puede recuperar su rol activo y positivo a través del diseño y de la
implementación de políticas ‘desde abajo’ (bottom
up) que involucren a
los agentes económicos y sociales territoriales, directa e indirectamente
interesados en los procesos de desarrollo local y que son los reales
destinatarios de las políticas. Estas acciones se caracterizan por una profunda
interrelación entre los planes estatales y privados nacionales y locales, requieren importantes procesos de
cambio de los agentes y de las instituciones involucradas, y apuntan a
regenerar las relaciones en la sociedad civil, estimulando
la participación de los agentes y de las instituciones políticas, económicas y
sociales (cursiva
nuestra).
Pero, además, en
el ámbito de lo local los gobiernos tienen un rol reconocido en el actual
contexto de globalización. En palabras de Borja y Castells
(1998: 17):
los gobiernos
locales adquieren un papel político revitalizado en consonancia con la crisis
estructural de competencias y poder con que se encuentran los estados
nacionales en el nuevo sistema global.
Aquí es,
entonces, donde aparece más claramente conectado el desarrollo rural con el
desarrollo local, y con el ámbito espacial, político y administrativo de
pertenencia. Pero esta conexión aparece también con relación a la gestión del
desarrollo económico. Promover políticas y acciones de desarrollo rural demanda
una mirada que incorpore a la región y al ámbito local de referencia, que
visualice interacciones, posibilidades y debilidades con dicha región y con la
comunidad y/o municipio respectivo. Si la comunidad local pasa por procesos de
auge o declinación económica, la actividad en el ámbito rural no puede menos
que ser impactada. Del mismo modo, ambas son afectadas y dependen del tipo de
políticas, acciones y medidas micro o macroeconómicas determinadas, sea desde
la nación, las provincias e incluso desde los municipios (Manzanal, 1998: 74).
Pero además, sólo desde su inserción
en lo local-regional, lo rural podrá posicionarse frente al proceso de
globalización. Se trata de una articulación necesaria que en términos de Borja
y Castells (1998: 329) se denomina “glocalización” (articulación de lo global y lo local).
Estos autores sostienen que sólo desde lo local, desde el ‘lugar’, es posible
hacer énfasis en:
el papel
gestor-coordinador-promotor de los gobiernos locales para la implementación de
políticas que tienen en cuenta unos referentes globales y se posicionan
respecto a ellos. En síntesis globalización más proximidad (cursiva nuestra).
La articulación
(y al mismo tiempo el enfrentamiento) entre el espacio de ‘los lugares’, ‘de la
organización de la cotidianeidad’ y el espacio de ‘lo global’, de la dominación
del gran capital, de las redes de flujos, de las estructuras supraestatales es
una exigencia del mundo globalizado del presente. Y ello conlleva a que el
desarrollo rural sea parte integrante del desarrollo local o microrregional respectivo. Sin embargo, todas estas son
razones que tienen que ver con la inserción en el modelo neoliberal,
concentrador y excluyente.
Sin embargo, adoptando la postura de
Coraggio (1997: 73) quien sostiene que es necesario
cabalgar sobre estas fuerzas globalizadoras “para redirigirlas y cambiar
cualitativa y cuantitativamente sus resultados”, consideramos que más allá de
la articulación local-global, la inserción de lo rural en lo local es una
acción transformadora por:
i) Sus impactos
políticos: el ámbito
de lo local es el territorio de referencia inmediato de la población, donde
trabaja y consume, donde ejerce sus derechos y obligaciones, donde participa,
se organiza y se capacita en la praxis cotidiana, donde, en definitiva, puede
avanzar con acciones que transformen su propia realidad, incluso dirigiéndose a
alcanzar la autogestión política y administrativa de su comunidad.
ii) Sus impactos productivos: es indiscutible que la realidad de
las familias pequeño-productoras rurales es la interacción cotidiana o
frecuente (para consumir servicios o para trabajar) con su comunidad, con la
población del centro de servicios inmediato, o con la realidad del ámbito
local, donde hay capacidades, recursos y ofertas (laborales, de insumos y de
productos) que no son únicamente agropecuarias. No se trata de trabajar sólo con
la familia rural pobre, ni para el área rural, sino sumar otros actores locales
y regionales. Por ello, proponemos una visión que relaciona la problemática
macro y micro, para la cual las mejoras ciertas y autosostenidas
del nivel de vida de la familia pequeño-productora agropecuaria dependen tanto
de las propuestas surgidas participativamente desde cada familia y cada grupo,
como de las posibilidades productivas y laborales existentes en el medio local
(que es algo más que el ámbito espacial inmediato de referencia).
iii)
Sus impactos territoriales: el ámbito local es el
territorio donde se
conjugan y pueden potenciar la mayor parte de las interacciones cotidianas o
frecuentes (de carácter productivo, económico, social o político) entre las
familias pequeño-productoras beneficiarias de programas de desarrollo rural con
otros productores, empresarios y comerciantes, técnicos, funcionarios públicos
y privados (de bancos, comercializadoras, etcétera), docentes e investigadores.
Desde el
territorio, desde lo local, es posible promover la conformación de una malla de
redes de contacto frecuente con relación a la actividad productiva (y no sólo
productiva). Y esto se da a través de la relación cara a cara, o a través de
sistemas de comunicación; es lo que Gilly y Torre
(2000: 259 y ss.) denominan “proximidad geográfica” y “proximidad
organizacional”, respectivamente.
Cuando estas interacciones se
vuelven más frecuentes y regulares, se están dando las condiciones para
producir un vuelco transformador en el proceso de desarrollo local, más aún
cuando involucran al sector pequeño-productor. Se trata de favorecer la
creación de fuertes interacciones locales, o una ‘atmósfera territorial’, o
ámbitos espaciales con dinámica y crecimiento productivo y económico, motorizados
por el aprendizaje, la capacitación, la innovación necesaria para ampliar la
producción y el mercado local y regional, e incluso alcanzar el mercado global
(Poma: 2000: 392 y ss.). Esto ocurre a partir de la conformación de redes de
vinculación entre el sector público, la sociedad civil y las empresas (Brett, 1999a: 32 y ss.), y en las cuales la
participación de la población organizada controla y resguarda los intereses de la mayoría de la
población y de las pequeñas y medianas empresas, ya que siempre está el riesgo
latente de que estos procesos sean absorbidos y dominados por las grandes
empresas nacionales y transnacionales.
1.3 El rol de la participación de la población
organizada desde sus bases
Es a partir de la
participación de la población organizada como se asegura que el proceso de
interacción entre instituciones locales favorezca a la mayoría de la población
y a las pequeñas y medianas empresas, y no derive en formas de polarización o
concentración del capital.
De todos modos, hoy en día el tema
de la participación suena deslucido, en tanto que también es usado para
justificar la propuesta neoliberal de achicar al Estado, disminuir el gasto
fiscal y descentralizar sus obligaciones en materia de política social.[3]
Por participación
entendemos no una mera forma declamativa, sino un
proceso paulatino de avance en la toma de decisiones de los sectores populares
organizados (en organizaciones representativas de base) y en las materias que
le competen (relacionadas con su trabajo, sus condiciones de vida, su
comunidad).
Por otra parte, el paso siguiente es
alcanzar la institucionalización de la participación para garantizar la presencia de las
mayorías en las decisiones de gestión local, o en otras palabras: en la
autogestión del desarrollo local.
Desde esta perspectiva, la
participación es un proceso dialéctico en continua transformación, a partir del
cual la población organizada avanza permanentemente (con las respectivas
contradicciones de todo proceso social) hacia la conquista de espacios institucionales
de decisión y, de este modo modifica el curso de las decisiones de otros
sectores, siendo su objetivo hacer viable otro tipo de desarrollo local,
redistributivo y con mejoras en las condiciones de vida. Del mismo modo,
postulamos la institucionalización de la
capacitación y de la organización de
los sectores populares.
La participación, la capacitación y
la organización son variables interrelacionadas y que se retroalimentan; son
partes de una misma unidad que construye los procesos de democratización de la
gestión pública.
Esta interdependencia se expresa en
el dicho de que no hay participación sin organización. Nos referimos a una organización
social representativa
del conjunto de intereses particulares de un mismo sector social, que exprese
demandas generales y no particulares, que preocupen al conjunto y, asimismo,
aumente su poder social de negociación. Por ejemplo, en el caso de los pequeños
productores agropecuarios, sus organizaciones de base representan los intereses
del conjunto de pequeños productores y que se pueden ir ampliando en la medida
en que se agregan territorialmente (empezando por un grupo asociado por su
cercanía física, ámbito o localidad, para luego sumarse a sus pares de un
departamento, o una provincia determinada). No se trata de diferenciar por
sectores productivos, que sería una forma de dividir sus fuerzas e intereses.
Precisamente, las organizaciones por sector productivo o tipo de actividad son
las que han sido utilizadas por muchos gobiernos provinciales para atomizar la
demanda de los pequeños productores como grupo con demandas propias.
Al mismo tiempo, es a partir de las
organizaciones como es posible profundizar la participación ciudadana, dejando
de lado problemas particulares que dividen en vez de sumar fuerzas. Y en el
mismo sentido, esta población organizada tiene que avanzar en su capacitación en diversas áreas y temáticas, en
forma permanente, para que efectivamente sea posible dirigirse hacia la
autogestión local y el control social. Para asumir un rol y un compromiso de
acción política, inédito hasta el presente, la capacitación es crucial en temas
y áreas que se irán configurando a partir de las demandas que la propia praxis
de organización y participación reclame y determine.
Si bien la estabilidad democrática
es una condición, es sabido que ella se fortalece y consolida con la plena
participación de la mayorías como protagonistas de su propio desarrollo (Coraggio, 1997: 83). Se trata de “impulsar sin
ambigüedades la
participación extendida de la población en la discusión y resolución de los
problemas nacionales, sectoriales y regionales [...] encarar el desafío
cotidiano de dirigentes dispuestos a dar la ‘cara al pueblo’” (Coraggio, 1997: 25, cursiva nuestra). Es necesario
internalizar y comprender que este es el único modo de vencer los movimientos
de tipo reivindicativo y la mercantilización de la política y dirigirse hacia
una revalorización de lo político y lo cultural.
1.4 Hacia la redefinición de la política y la
autogestión del desarrollo local
Todo lo anterior
está dirigido a potenciar la economía local y la producción. Pero hay otra
faceta, aún más decisiva: la política, o dicho de otro modo, el
accionar participativo de la población con el objetivo de alcanzar en algún
momento la autogestión del desarrollo local. Los aumentos en la producción no se expresarán en
mejoras en la distribución del ingreso local, a menos que los sectores locales
ejerzan su derecho a la participación política y a la descentralización
democrática de las organizaciones locales. Sólo una renovación institucional
general (comenzando por los ámbitos públicos) puede generar las condiciones
para avanzar hacia mejores condiciones de vida, locales, regionales y
nacionales.
La tarea de readecuación (o
reingeniería) tanto de los programas de desarrollo rural como de las distintas
instituciones locales y provinciales (públicas y privadas) es un proceso que se
hace a partir de la participación, la concientización y la capacitación de la
población. Conjuntamente, se irá construyendo otro modelo de desarrollo local y
regional: un modelo participativo, transparente, e integrador de las mayorías
marginadas. En otras palabras, que supere el contexto territorial,
institucional, político y socioeconómico del presente, inviable para el desarrollo
local o regional. La transición no es, de ningún modo, automática; tampoco es
sencilla. Conjuntamente, nuevos instrumentos de gestión (públicos y privados)
deberán irse introduciendo, con un estricto control social, para producir dicha
transformación.
Es en esta transición cuando se
torna estratégica la función de la política, a partir de un nuevo modo de
ejercerla. Se trata de redefinir la política a partir de la participación de la
población y a través de sus organizaciones representativas. Esto se da en un
proceso continuo y creciente de adquisición de habilidades (capacitación) para
transitar el camino desde el control de la gestión local hasta alcanzar la
autogestión.
Entonces, resignificar
la política es
generar un modelo centrado en la democracia participativa, que premie la ética
y la transparencia, y controle, sancione y excluya a quienes se apartan de la
misma y desconozcan sus promesas eleccionarias. Y para ello se necesita
intensificar la acción política (y no disminuirla o limitarla) para que la
mayoría pueda conquistar mayores niveles de educación, que le permitan
intervenir en la autogestión y el desenvolvimiento de sus propios ámbitos de
acción (locales, territoriales e institucionales).
Todo esto significa, además, asumir
que se trata de un proceso donde la población en su conjunto está comprometida,
donde no hay soluciones individuales sino del conjunto, donde el objetivo está
puesto en la transformación estructural. Implica, asimismo, adoptar una
perspectiva regional, histórica y de mediano plazo (y aun de largo plazo), ya
que ningún desarrollo es posible en el marco limitado de un grupo de familias,
un territorio o de una coyuntura particular.
De todos modos, tampoco pueden
desconocerse las urgencias, la necesidad de afrontar situaciones de corto
plazo, las demandas de asistencia para los más carenciados, o las soluciones de
problemas impostergables. Dentro del modelo que postulamos, afrontar la
solución a necesidades inmediatas es parte del mismo proceso participativo de
transformación institucional: es parte de la praxis cotidiana. El accionar
conjunto, solidario y a través de las respectivas organizaciones irá
solucionando, afrontando y, en definitiva, construyendo otra realidad más
compartida y menos individual.
2. El Estado nacional y su acción ante el desarrollo
rural
En Argentina, los
programas dirigidos a los pobres rurales se gestaron en el contexto del
ortodoxo ajuste neoliberal, con una polarización social creciente y con un
Estado prescindente y carente de instrumentos para la implantación de una
política de desarrollo nacional. Una parte importante de estos programas se
basaron en la transformación productiva y en el mejoramiento de los ingresos o
del nivel de vida de los pobres rurales, en general, pequeños productores
agropecuarios (pp). Ya avanzados
los años 90 se dirigieron, también, a trabajadores transitorios agropecuarios (tta). Sin embargo, estas propuestas
resultan contradictorias con la política macroeconómica, generadora de
crecientes procesos de marginación o exclusión social, y en particular del
sector pequeño-productor agropecuario (Manzanal, 2000: 80).
En realidad, no ha existido un
diagnóstico general en el ámbito nacional sobre la población rural pobre;
tampoco una ‘estrategia de desarrollo rural’ definida. Lo que existe es un
conjunto de programas, cada uno con sus diagnósticos en distinto grado de
realización, sus objetivos e instrumentos, a través de los cuales se puede
deducir, por la presencia de ciertas regularidades, una estrategia general
común.
De esta suma de acciones para pobres
rurales, las más importantes en alcance y monto y en su carácter integral
surgieron desde el Estado nacional. También algunas provincias tienen
propuestas propias, aunque mucho más acotadas. Lo mismo sucede con las ong (Manzanal, 2000: 88-93). Hay pocas ong con una
larga experiencia de intervención con el sector pobre de pequeños productores
rurales.
Los principales programas
nacionales, vigentes en el presente y con una estrategia dirigida a mejorar las
condiciones de vida a partir de la asistencia técnica, subsidios y créditos, se
gestaron en la órbita de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y
Alimentación de la Nación (sagpya).
Dichos programas son:
a) prodernea: Programa de Desarrollo Rural del Noreste
Argentino, iniciado en enero de 1999 (es continuación del ppnea –Programa de Pequeños
Productores del Noreste Argentino–, finalizado en 1997). La población meta[4] es
de 42 mil familias con explotaciones menores a las 25 ha en Misiones,
Corrientes, Formosa y Chaco, y 10,500 familias aborígenes en Misiones, Chaco y
Formosa. Es un proyecto por cinco años, por un monto de 36 millones de dólares.[5]
b) psa: Programa Social Agropecuario, iniciado en 1993,
con un universo o población objetivo cercano a las 160 mil familias
minifundistas localizadas en todas las provincias, con excepción de Tierra del
Fuego y Santa Cruz (no tiene población meta). Su financiamiento ha estado
sujeto a partidas presupuestarias del orden de 9 millones de dólares anuales,
en promedio.
c) proinder: Proyecto de Desarrollo de Pequeños
Productores Agropecuarios (ampliación del psa), iniciado en agosto de 1998,
con un universo o población objetivo cercano a las 130 mil familias con
necesidades básicas insatisfechas, vinculadas a la producción agropecuaria y
localizadas en todo el país, menos Tierra del Fuego y Santa Cruz (la población
meta es de 40 mil pp
y tta).
Su duración es de cinco años y el monto total de financiamiento es de 100
millones de dólares.
d) prodernoa: Programa de Desarrollo Rural del Noroeste
Argentino, aún en gestión. Aportará asistencia técnica y financiera a 6 mil
familias de pequeños productores de las provincias de Salta, Catamarca y Jujuy.
Es un proyecto para cinco años, por 25 millones de dólares, con aportes del
International Fund for Agricultural Development (fida, en
español).
Otros programas
con acciones más particularizadas, pero que también operan desde la sagpya son:
Cambio Rural, Unidad de Minifundio, Pro-Huerta, Proyecto de Reordenamiento de
Áreas Tabacaleras (prat),
Proyecto Forestal de Desarrollo (cappca), Régimen de Promoción de Plantaciones
Forestales (rppf),
Programa de Asistencia Subsidiada a Productores Ganaderos Minifundistas de la
Patagonia (prosub).
Éstos se diferencian de los antes mencionados porque, en general, carecen de
una estrategia integral para la transformación de los pequeños productores, o
su componente principal es la asistencia técnica, más que el crédito o el
subsidio, o tienen una definición más general de la población objetivo, o sólo
participan con algún componente específico para pequeños productores en el
marco de acciones más amplias (Manzanal, 2000: 88). También la sagpya trabaja
con programas de emergencia que atienden, entre otros, a pequeños productores.
Es el caso del Programa de Apoyo a la Producción Agropecuaria Patagónica en
Emergencia, creado en 1996 para revertir los efectos de fenómenos climáticos
adversos sucedidos en la Patagonia en 1995.[6]
Hay además otras áreas del sector público nacional con programas que llegan con
sus beneficios y acciones hasta los pequeños productores. Es el caso de la
Secretaría de Desarrollo Social de la Presidencia, con el Fondo Participativo
de Inversión Social (fopar)
y el de Capitalización (foncap);
del Ministerio de Trabajo con el Proyecto Joven, el Plan Trabajar y el Forestar
y el de Microemprendimientos del Consejo Federal de
Inversiones (cfi).
Todos son relevantes, precisamente,
por las potencialidades que tratados en conjunto y coordinadamente tendrían
para transformar al pequeño sector productor agropecuario. Pero esto no sucede.
Precisamente, esta enunciación da cuenta, por sí sola, de la ausencia de una
política, de una estrategia coordinada que fortalecería la acción institucional
con el sector pobre del agro.
Esta falta de coordinación entre los
programas se observa también en el ámbito del modelo institucional de cada uno
de ellos en el siguiente cuadro (véase el cuadro 1).
Cuadro 1
Programas
nacionales de desarrollo rural: beneficiarios,
instituciones públicas participantes y montos de asistencia
financiera, año 2000
Fuentes: sagpya (2000) y proinder (1999).
Notas: (1)
Los beneficiarios de este programa son familias nbi urbanas y rurales. Del total
de beneficiarios que aquí figuran, en el año 1998 se calcularon que 40 mil eran
pp. (2) El psa tuvo en años anteriores
mayores partidas de apoyo financiero que en el 2000: la asistencia financiera
acumulada desde abril de 1993 al 31 de diciembre de 1999 fue de us$
$30’317,075. (3) El cappca
del Proyecto Forestal comenzó en 1998. El monto total para el componente cappca es
$5’484,000 en cinco años. Se trata de asistencia técnica y financiera no
reintegrable para proyectos forestales en Neuquén, Salta, Chaco, Formosa y
Misiones. (4) El rppf
no tiene población objetivo, ni meta; el monto total está sujeto a partidas
presupuestarias y los proyectos individuales comenzaron en 1992, los grupales
en 1993 y los agrupados en 1997. La prestación a los beneficiarios es apoyo
financiero no reintegrable para forestación, y tiene cobertura nacional en
áreas edafoclimáticas apropiadas. (5) Corresponde al
año 1999, y se dirige al conjunto de productores tabacaleros no exclusivamente
a pp. Se da asistencia técnica, en
infraestructura y financiera no reintegrable para reconversión.
En los casos expuestos en el cuadro
1, la institución nacional responsable es el Instituto Nacional de Tecnología
Agropecuaria (inta)
o la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación (sagpya). Las
mayores diferencias aparecen con la unidad ejecutora, mostrando distintos grados
de centralización-descentralización. Los más centralizados son aquellos en los
cuales la unidad responsable y la ejecutora coinciden (Cambio Rural, Unidad de
Minifundio, Pro-Huerta, psa,
proinder,
cappca, rppf[7]).
Y en los más descentralizados, la unidad ejecutora son las provincias (como el prodernea y prat). De este
conjunto de nueve programas, hay sólo tres cuyo financiamiento proviene de
fuentes internacionales (proinder,
prodernea y cappca).
Como se aprecia, el desarrollo rural
aparece como una suma de programas y no como una estrategia nacional. Además,
por las instituciones involucradas, se observa que está claramente circunscrito
a la cuestión rural; el desarrollo local y el rol de los municipios es una
materia ausente.
Esta diversidad de programas
condujo, en marzo de 1999, a la creación de la Comisión de Desarrollo Rural de
la sagpya,
integrada por un representante de cada programa mencionado. Sin embargo, dicha
Comisión no tiene capacidad de decidir sobre la ejecución individual de cada
programa. Por ello surge la pregunta: ¿cuánta voluntad de coordinación hay
cuando la organización institucional de cada programa es distinta? Así en el prodernea cada provincia tiene un rol muy
importante en la fijación de la estrategia, mientras que en el psa y Cambio
Rural lo tiene la nación, mientras que para el inta lo relevante son los
consejos regionales.
Este contexto alimenta las
siguientes dudas: ¿es posible que los técnicos provinciales logren en terreno
lo que no se logra en el ámbito central de decisión?, ¿si no hay acuerdos en el
ámbito gerencial, pueden los técnicos organizar su trabajo de campo y coordinar
la acción de los distintos programas? (aquí nuevamente resalta la ausencia del
rol del ámbito local o municipal).
Es indudable que no puede coordinarse
en terreno si desde la sagpya
no se opera un acuerdo general de diagnóstico, programación, ejecución y
funcionamiento, conjunto y coordinado, de modo que garantice la ausencia de
superposición y competencia entre programas y la solidaridad y complementariedad
entre ellos. Y esto significa una organización institucional con capacidad y
autoridad para definir el rumbo, es decir, para definir la estrategia de
desarrollo rural y ejecutarla. Único modo para que desaparezcan duplicaciones
por zonas, o por población beneficiaria, y para lograr la articulación, la
cooperación, la eficiencia y la eficacia en el uso de los recursos humanos y
físicos, técnicas e instrumentos disponibles y por crearse. Es indudable que
tal estrategia no existe.
No existe porque no hay una política
de desarrollo rural, porque no ha sido una prioridad para el Estado nacional.
El desarrollo rural ha sido sólo una cuestión subsidiaria de la política
neoliberal, que ha asumido la necesidad de afrontar algunos problemas sociales
desde la óptica de la beneficencia paradisciplinar a
los sectores más desposeídos.
Precisamente, en documentos de los
propios programas se acepta la carencia de una estrategia para el sector pobre
rural. En un documento de proinder
(1998: 12) se precisa que la estrategia nacional o de la sagpya no
fue elaborada a
priori, ni resultó de un único diagnóstico. Por el contrario, es una
consecuencia del conjunto de decisiones “que se fueron tomando en cada
programa”. Por lo cual tampoco sus objetivos finales están expresamente
señalados.
Al analizar en detalle el material
de la sagpya sobre desarrollo rural, se observan las
siguientes limitaciones:
i. No constituyen una estrategia explícita de la
nación, sino que es resultado de estrategias particulares de diferentes
programas no coordinados efectivamente entre sí (además no siempre
explicitadas);
ii. Se
trata de objetivos que son una expresión de metas, pero que no reciben un
tratamiento conjunto e integral de articulación y complementación;
iii. Son
objetivos intermedios e instrumentos de acción, cuya concreción difiere
notablemente según programas, provincias y ámbitos locales y rurales.
La realidad es
que el Estado nacional es –y ha sido– indiferente a la política de desarrollo
rural. Acepta ciertas acciones en la medida en que su compromiso con las mismas
es menor y las toma como esfuerzos circunscriptos, como paliativos que, de
algún modo, sirven además para mostrar que algo se hace en la materia de los pp pobres. Y esta falta de interés también
implica que tampoco se preocupe por organizar adecuadamente un modelo de
coordinación entre todos ellos. Menos aún de la participación y organización de
los productores.
De aquí que si bien algunos de estos
programas (psa,
proinder,
proderna)
prevén la participación de los productores en las unidades de decisión
provinciales, siguiendo la nueva óptica comentada antes en la función del
Estado, los métodos y resultados son disímiles según provincias y tipo de
programas. En algunas provincias, por ejemplo Corrientes, se ha dado un proceso
dinámico de organización en diferentes niveles de los productores, mientras que
en otras esta participación es meramente formal. Incluso, en una misma
provincia las situaciones también son diferentes dependiendo de qué programa se
esté analizando (caso de la región noreste, donde coinciden varios de ellos).
Es decir, el proceso de integrar a los productores en los niveles de decisión,
muchas veces impulsado desde los propios organismos internacionales, ha sido
muy disparejo en sus resultados (lo cual se reconocerá mejor en el siguiente
apartado). Y ello es una muestra más de la poca atención y subsidiariedad con
que ha sido tratada la estrategia de desarrollo rural desde el poder político,
más bien dirigida a que opere como paliativo en vez de constituir una práctica
transformadora.
También nos preguntamos: ¿por qué se
implantan programas que atienden de modo diferente a los pequeños productores
pobres? En primer lugar, porque la mayor parte de estas acciones sociales son
promovidas desde organismos de financiamiento internacional, en parte para
apaciguar la conflictividad social resultante del ajuste, y también para
aplicar recursos financieros excedentes (otorgando préstamos a estados
nacionales o provinciales), ya que ha existido una importante oferta de
recursos internacionales dirigida a atender esta cuestión (Manzanal, 2000:
79-80).
Ya avanzada la década de los 70 (una
vez concluida la crisis del petróleo), se desarrolló un mercado financiero con
una abundante oferta de capital (“hipertrofia financiera”, según Beinstein, 1999: 136); origen incluso de la deuda externa y
una de las causas de su continuo y acelerado incremento. Esta oferta financiera
continúa hasta el presente, con los altibajos propios de las sucesivas crisis
(o de las depresiones sigilosas o burbujas que explotan generalmente
acompañadas de devaluaciones: Japón desde 1991, México en 1995, Tailandia en
1997 y el derrumbe asiático, Corea del Sur en 1998, Brasil y Rusia en 1999 y
Argentina en 2001).
En segundo lugar, porque estos
programas son mantenidos internamente por distintos intereses particulares, que
van desde efectivas preocupaciones sociales, pasando por el aseguramiento de la
continuidad de fuentes de trabajo, hasta el oportunismo político, sustentado en
el clientelismo.
En definitiva, los programas funcionan como ‘instituciones’, con un
funcionamiento regular; una vez instalados, tratan de garantizar su permanencia
y continuidad. Y esto es también lo que impide que se produzca una efectiva
articulación entre todos los programas existentes, porque ello significaría
reasignar espacios de acción y de poder para algunos.
A nuestro entender, en un contexto
de democracia participativa con renovación política e institucional, los
distintos programas existentes dirigidos a los pequeños productores rurales y
trabajadores transitorios deberían consolidarse en un único programa. Habría
una única estrategia nacional referida a los objetivos más generales (mejoras
en el nivel de vida, inserción productiva, renovación tecnológica,
reconversión, etc.) y a los principales instrumentos (crédito, subsidio,
asistencia técnica, participación, organización, capacitación, seguimiento y
control social participativo, etc.). Y debería quedar bajo la órbita provincial
la definición de la estrategia operativa, para que se adecue a cada realidad,
mientras que sería el nivel local el responsable de la ejecución. En el nivel
local, el gobierno municipal sería uno de los actores; los otros serían
organizaciones representativas locales (de productores y del ámbito en general
de la producción, de la educación, de las asociaciones religiosas, de la
asistencia social). Sabemos que esta es una propuesta riesgosa para operar en
las actuales condiciones de estructuración del sistema político, dados los altos
grados de corrupción y clientelismo actualmente existentes. Pero también
sabemos que hay que comenzar a desandar el camino para poder alcanzar la
necesaria transformación institucional. Entonces, esta propuesta es factible si
y sólo si se asegura el efectivo control y seguimiento por parte de las organizaciones
representativas de productores y de la población local de la administración y
ejecución del programa en cuestión. Las áreas de control y
seguimiento, de premios y castigos son decisivas para avanzar hacia el cambio deseado.
3. El desarrollo rural en el ámbito provincial: sus
instituciones
Como se ha
señalado, las debilidades institucionales de las provincias deben constituir
una prioridad en atención del desarrollo rural. Por ello es que en este punto
nos ocupamos de identificar si en las provincias existen organizaciones
específicas vinculadas con el desarrollo rural, y si están asociadas con la
acción de los programas nacionales de desarrollo rural.
Para avanzar en este terreno
analítico, utilizaremos como referencia un diagnóstico realizado por la sagpya en el que se afirma lo siguiente: “el
conocimiento que las provincias tienen de la población objetivo de las
políticas de Desarrollo Rural es limitado. Estas limitaciones surgen de la
falta de datos actualizados para cuantificar a los pequeños productores y a los
trabajadores transitorios agropecuarios, de la escasa relevancia otorgada a la
heterogeneidad interna de esa población” (proinder, 1999). Esta afirmación
surge de observar que:
i. De las 23 provincias, sólo cuatro de ellas
(menos de 20%) han realizado un estudio especial que les permite tener
información actualizada sobre el universo de sus pp (Catamarca en 1996-1998,
Formosa en 1996, San Luis en 1991 y Tierra del Fuego en 1997).
ii. La
estimación de la cantidad de pp realizada por cada provincia muestra
situaciones muy disímiles. Sólo hay seis donde ese cálculo es considerado por
la sagpya como razonable, en función de una
comparación con el análisis de otras fuentes. Los casos restantes reflejan
muchas heterogeneidades y en general menor rigurosidad, sea en la forma de
estimación o en la definición del sujeto pp.
iii. La
identificación de tipos agrarios dentro de los pp
es pobre; sólo dos provincias del nordeste (Corrientes y Misiones)
avanzaron en el reconocimiento de tipos productivos dominantes, y esto se logró
como resultado de la acción en ellas de un programa nacional: el ppnea, de estructura descentralizada.
iv. No
hay estimaciones de tta;
en el mejor de los casos sólo se dispone de una estimación de su volumen sin
ninguna caracterización socioeconómica.
v. La estructura institucional provincial para el
desarrollo rural es deficitaria (proinder, 1999: 21). Los recursos materiales y
humanos son limitados y sólo dos provincias cuentan con un área específica y
exclusiva con recursos completos para la atención de los pp. Ellas son: Corrientes (Servicio de
Apoyo a Productores –sap–)
y Misiones (Dirección General de Extensión Rural).[8]
vi. Ninguna de las 23 provincias tiene una
estrategia provincial de desarrollo rural. Tres (Catamarca, Formosa y Tucumán)
dicen tener una estrategia de desarrollo rural, pero en realidad se trata de
programas o proyectos de diferente alcance y centrados en la asistencia
técnica. Catamarca tiene un Plan Estratégico Consensuado, organizado por
programas donde la problemática de los pp
no queda suficientemente diferenciada de la del sector agropecuario
general. Por su parte, en Formosa existe el Programa de Atención Integral de
los Pequeños Productores Agropecuarios (paippa), que llega a todos los pp de la provincia con insumos (semillas),
y a algo menos de un tercio con asistencia técnica. Y finalmente Tucumán, que
cuenta con un conjunto de programas y proyectos orientados específicamente a
los pequeños productores y en un caso a los minifundistas, pero son en general
acciones de asistencia técnica (proinder, 1999: 13-16).
vii. En
todas las provincias existen organizaciones gremiales con una amplia
representación provincial (como es el caso de la Federación Agraria Argentina);
en varias hay organizaciones de pp provinciales, cooperativas de pp, cámaras de productores e
instituciones de apoyo, como ong,
asociaciones religiosas o universidades. Sin embargo, en la encuesta de la sagpya, las
provincias muestran un fuerte desconocimiento de las organizaciones que
funcionan en sus propios ámbitos. Son pocas las que informan con cierto grado
de detalle, entre ellas Catamarca, Corrientes, Misiones, Neuquén, Salta, Santa
Fe, Santiago del Estero, Tucumán.
Como se puede
concluir, esta información resulta por demás relevante de las dificultades de
gestar una estrategia de desarrollo rural nacional con cobertura en las 23
provincias en un contexto de:
i. Notable desactualización de la información
sobre pp
en el ámbito nacional y provincial;
ii. Diversidad
de concepciones sobre el sujeto beneficiario;
iii. Desconocimiento
de las características productivas y socioeconómicas de los pp y los tta;
iv. Ausencia
de una estrategia nacional definida en forma centralizada y coordinada y de
estrategias provinciales de desarrollo rural;
v. Falta de conexión de las organizaciones e
instituciones provinciales que se ocupan del desarrollo rural con las
instituciones de pp
y de apoyo.
Como vemos, el
análisis en el ámbito provincial revela restricciones muy fuertes para
implantar una estrategia de desarrollo rural alternativa centrada en los
recursos de las instituciones públicas provinciales. Y especialmente queremos
destacar que si bien existen organizaciones de productores, éstas no son referentes
en varios casos para los funcionarios provinciales. Nos preguntamos: ¿lo serían
si se impusiera un sistema de control y seguimiento de sus acciones conformado
por una unidad en la que organizaciones representativas tuvieran poder de
decisión? Pasemos, entonces, a observar la tercera instancia: el ámbito de lo
local.
4. El ámbito de la participación: algunas realidades
locales
El ámbito de lo
local es aquel en donde buscamos encontrar esa ‘atmósfera’ particular, que haga
viable un modelo alternativo para el crecimiento y el desarrollo
socioeconómico. Es el ‘territorio o lugar’ donde es factible visualizar la
acción articulada entre el Estado (en sus diferentes instancias: nacional,
provincial y municipal), la sociedad civil y el sector empresario (instituciones
públicas y privadas, organizaciones sociales y gremiales, instituciones
educativas y de investigación). Este accionar permitiría conducir un proceso de
transformación institucional y de desarrollo productivo general y particular.
Precisamente al analizar el caso
particular de los sectores campesinos y pequeños productores, se observa que
ellos, en su ámbito espacial de interrelación, demuestran en general una fuerte
aptitud para el trabajo solidario y para el intercambio de insumos, productos y
mano de obra. Su antigua historia de participación en movimientos cooperativos,
locales o regionales, les ha enseñado que la solidaridad y la cooperación es la
forma que tienen para poder acceder a bienes y recursos que de otro modo le
estarían vedados. Es decir, entre los pp existe una praxis instalada y
una capacidad que potencia las estrategias vinculadas con la promoción de
organización del sector.
Sin embargo, y a tono con las
carencias institucionales del sector público, en Argentina no hay una presencia
significativa de movimientos u organizaciones sociales vinculadas al desarrollo
rural, tanto de carácter reivindicativo –gremial, sindicatos, cámaras, uniones,
cooperativas–, como de asistencia y promoción –ong, fundaciones, asociaciones
civiles o religiosas. Por ahora, Argentina está lejos de reproducir movimientos
sociales rurales con la profundidad y difusión de los que se suceden en otras
partes de América Latina (Brasil, por ejemplo, con el de los campesinos sin
tierra). Aún así, esta realidad tiene marcadas diferencias de una provincia a
otra, incluso entre zonas de una misma provincia, donde juegan un papel
decisivo las respectivas historias productivas, identidades culturales y formas
de lucha de los movimientos sociales.
El análisis del accionar de las
organizaciones rurales del presente debemos enmarcarlo en el contexto de dos
efectos disruptores. Uno, la dictadura militar
(1976-1983) que buscó la destrucción de las organizaciones y la ‘desaparición’
o alejamiento de dirigentes y militantes. La persecución a todo pensamiento
opositor era el modo de legitimar la ideología del ‘proceso’ y garantizar la
aplicación plena del modelo neoliberal de mediados de los años 70. Otro, el
impacto expulsor del empleo y de la actividad productiva del modelo neoliberal,
que afectó a amplios sectores de la población (excluidos, desocupados). Es
sabido que se viene produciendo una significativa disminución del número de
pequeños productores agropecuarios, quienes abandonan o venden sus predios y
que, por lo tanto, tampoco son parte de los movimientos sociales del sector.[9]
4.1 Organizaciones de pequeños productores
Golsberg (1999), en un trabajo en el que
analiza el Movimiento Agrario Misionero (mam) como la única organización
de las antiguas Ligas Agrarias[10]
que logró reconstruirse luego de la dictadura, señala un conjunto de causales
que explicarían los bajos niveles de participación del presente. Podemos
sistematizar dichas causales de la siguiente manera:
i. La represión y su consecuente pérdida de
militantes;
ii. La
crisis económica, porque exige una mayor cantidad de tiempo para abastecerse de
los ingresos mínimos de subsistencia;
iii. La
falta de reconocimiento del rol de las organizaciones como un ámbito de
resolución de los problemas inmediatos de los pobres rurales, y
iv. La
deslegitimación de la participación, producto de la corrupción de los
dirigentes políticos en general. A esto nosotros agregaríamos la caída absoluta
en el número de pequeños productores ocurrida desde mediados de los 80 hasta la
actualidad.
En consecuencia,
con la vuelta de la democracia, la reconstrucción y reinstalación de los
movimientos sociales agrarios ha sido un proceso muy difícil, lento, y dispar
según las realidades locales y regionales. Y al respecto hay situaciones que
resultan paradójicas; por ejemplo, hay organizaciones que se consolidaron, como
tales, por vincularse con el Estado nacional o provincial en acciones de
desarrollo social (como el mam;
véase Golsberg, 1999) mientras que a otras les
sucedió todo lo contrario. El enfrentamiento con esas mismas políticas
consolidó el poder y la representatividad del pequeño sector productor
agropecuario (es el caso de la Unión de Pequeños Productores Agropecuarios del
Chaco –un.pe.pro.ch–; véase Benencia, 1999).
El análisis de la situación y
potencialidad de los movimientos sociales de los pequeños productores muestra
su organización y sus características en número y tipo de participantes,
estructura organizativa y representatividad. Y entre estas organizaciones nos
interesan, fundamentalmente, las que representan a los pp en conjunto, y no las
organizadas según sector o actividad productiva.[11]
Algunas de las organizaciones de
pequeños productores agropecuarios con mayor reconocimiento y presencia
(siguiendo, salvo expresa mención, un relevamiento de proinder, 1999: 36) son por
provincia las siguientes:
·
Corrientes:
Federación de Asociaciones y Cooperativas de Productores, que engloba a 22
organizaciones de base. Asimismo hay una Asociación Provincial de Pequeños
Productores, con mil asociados y 13 asociaciones locales distribuidas en 11
departamentos provinciales (proinder,
1999: 35);
·
Chaco:
Unión de Pequeños Productores del Chaco (un.pe.pro.ch),
Asociación de Pequeños Productores del Chaco (a.pe.p.ch.)
y la Coordinadora de Tacuruzal (Benencia, 1999: 4);
·
Formosa:
Movimiento Campesino de Formosa y Movimiento Agrario Formoseño (maf), que
surgió en 1984 con dirigentes de la Unión de Ligas Campesinas de Formosa (Golsberg, 1999);
·
Misiones:
Movimiento Agrario Misionero (mam). En esta provincia hay también varias
organizaciones de productores por sectores productivos (la de productores de
tabaco: aptm, y la de té: aptém);
·
Santiago
del Estero: Movimiento Campesino de Santiago del Estero (mocase);
·
Salta:
Asociaciones de Pequeños Productores de La Viña, Cachi y Molinos (upassor en San Martín, Orán y Rivadavia) y
organizaciones representativas de intereses aborígenes;
·
San
Juan: Federación de Cooperativas, de alcance provincial y representa a 11
cooperativas y a 15 grupos pre-cooperativos de pp;
·
Chubut
y Neuquén: se distinguen por la presencia de organizaciones representativas de
aborígenes en defensa de sus identidades y producción.
En 1995, algunas
de estas y otras organizaciones decidieron coordinar sus esfuerzos y
constituyeron la Mesa Nacional de Organizaciones de Productores Familiares como
entidad independiente de los partidos políticos, los gobiernos, las
asociaciones religiosas y las ong, con el fin de tener voz en el ámbito nacional.
Representantes de esta mesa han estado participando en distintos foros de
discusión de la política sectorial y en diferentes manifestaciones de protesta.
Por ejemplo en el paro nacional y marcha del 21 de julio de 1999, donde la
clave simbólica era llegar a la Capital Federal, a la Plaza de Mayo, para
mostrarse y sensibilizar a los referentes nacionales de la difícil realidad del
campo argentino y de las economías regionales, siempre ausente de las políticas
nacionales. La presencia de la Mesa en esta manifestación llevó consigo la
representatividad de las organizaciones y de los movimientos sociales más
alejados y con mayores dificultades para acceder a la Capital Federal.
Por otra parte está la Federación
Agraria Argentina (antigua entidad gremial, creada en 1912, de tercer grado y
de alcance nacional) que ha aumentado, en la última década, su vinculación con
los sectores agropecuarios más pequeños y pobres. Y es así como ha dirigido
numerosas acciones de protesta contra el modelo neoliberal (sosteniendo que es
el modelo más concentrador y excluyente que ha existido en la Argentina). A lo
que debe agregarse el movimiento de confluencia y articulación que se está
generando en el presente entre estas organizaciones nacionales con otras con
intereses semejantes, como la Central de Trabajadores Argentinos (cta) y el Movimiento
de Mujeres en Lucha. Sin contar con el hecho de que la recesión y crisis actual
están haciendo confluir en los movimientos de protesta a distintos sectores
(estudiantes, desocupados, piqueteros, movimientos ambientalistas,
profesionales, entidades de la Iglesia católica, ong de promoción y desarrollo).
En lo que sigue veremos, en primer
lugar, ejemplos de la provincia de Misiones. Tomamos esta provincia porque
opinamos que aquí se dan posibilidades de un desarrollo rural alternativo. Es
un ejemplo de algún modo paradigmático, ya que Misiones es donde los
movimientos de productores y la dinámica local ha tenido un desarrollo muy
superior al resto.
Luego expondremos sobre la situación
de las ong
que actúan en el ámbito de desarrollo rural, ya que éstas deberían constituir
otro de los pilares de la estrategia de transformación institucional que
estamos postulando.
4.2 El Movimiento Agrario Misionero y las Ferias
Francas de Misiones[12]
Según Golsberg (1999), las condiciones que posibilitaron en 1987 el
retorno del mam –había surgido en 1971 en la etapa de
las Ligas Agrarias– a la acción gremial tienen que ver con:
i. La vuelta de sus antiguos dirigentes y la
necesidad de reencontrarse con su identidad;
ii. Una
estrategia de construcción del poder a través de la ocupación de los distintos
espacios clave que estuvieran al alcance, la concertación y la negociación;
iii. La
extensión de la red de articulaciones hacia aquellas estrategias que
facilitaban los recursos.
Esto significó,
en este caso particular, un mayor acercamiento a las distintas estructuras de
gobierno para la discusión permanente y la negociación. Golsberg
(1999) afirma que de la concreción de lo anterior se desembocó, finalmente, en
la creación de las Ferias Francas. En 1993 habían iniciado cursos de
capacitación en mercados locales; por otra parte ya estaba divulgada la venta
domiciliaria, sin mayores resultados económicos. Entonces “el mam irrumpe en
la escena con una alternativa concreta: la Feria Franca” (Golsberg,
1999). Un hecho que no es la repetición del modelo reivindicativo de protesta
de los 70, sino, por el contrario, una propuesta técnico-productiva.
Este proyecto contó con el apoyo
político provincial y la participación de numerosas instituciones (psa,
Pro-Huerta, Cambio Rural, Red de Agricultura Orgánica de Misiones,
Municipalidad de Oberá, Agencia de Extensión Rural Oberá). Antes de comenzar se hizo una visita de aprendizaje
a la Feria Regional de hortigranjeros de Santa Rosa
en Río Grande Do Sul, Brasil (en julio de 1995 se recorrió tanto la feria como
las chacras de los productores).
La primera feria se inauguró en la
localidad de Oberá, a los pocos días de regresar del
viaje a Río Grande, el 26 de agosto de 1995, con apenas siete productores (en
la actualidad ya suman 70). Esta primera feria resultó una experiencia muy
positiva en términos de mejora en los ingresos monetarios de los productores,
conformación de redes, capacitación en nuevas técnicas y producciones,
promoción de redes de solidaridad y de organización de los productores y
articulación con la problemática local de los municipios donde la feria se
lleva a cabo.
En un comienzo, los comerciantes
locales se quejaban de la competencia que los feriantes iban a hacerles con sus
productos frescos (más aún cuando habían sido eximidos en 20% del pago de
impuestos). Pero rápidamente notaron los beneficios conexos que el aumento de
los ingresos de la comunidad local implicaba para incrementar sus ventas de
otros productos, los que los feriantes no estaban en condiciones de producir
(como el arroz, o el azúcar).
El resultado fue que las ferias se
fueron expandiendo por toda la provincia y crecen día a día. Según los últimos
datos rebelados, en mayo de 2002 hay 40 ferias en Misiones que agrupan a 2,500
familias. Cada feria tiene su propia asociación y todas las asociaciones
confluyen en la Interferia o Asociación de Ferias
Francas de Misiones.
La feria ha posibilitado la
inserción de los jóvenes en el mercado laboral, la capacitación de los
feriantes a cargo de diferentes organizaciones, la diversificación de la
producción de los pp,
el aumento de sus ingresos monetarios o bien la regularidad en su percepción,
la conformación de asociaciones locales, la expansión de redes de solidaridad,
el estrechamiento de vínculos con la población local y con los consumidores: en
definitiva, la conexión con la problemática de cada lugar.
Puede afirmarse que la potencialidad
de las ferias hacia un desarrollo local alternativo es muy grande. Es una
realidad que, entendemos, debe ser más analizada, para adentrarse en su
complejidad y avanzar en sus claves y limitantes, y poder aprehender y replicar
con éxito esta rica experiencia. Son este tipo de experiencias las que creemos
constituyen ejemplos para ir avanzando hacia la transformación institucional en
los ámbitos locales, en primera instancia, y para, conjuntamente, ir
modificando la praxis y las condiciones de vida de los habitantes locales y de
los pequeños productores rurales.
4.3 Las ong de desarrollo rural
Las ong de
desarrollo rural, contradictoriamente a otras organizaciones, lograron
subsistir durante la dictadura.[13]
Luego, durante la década de los 80, las ong constituyeron, también, una
alternativa a la crisis de los sistemas públicos de prestación social. En esos
años, la problemática que centraba el interés de la mayoría era la pobreza
rural.[14]
Con la vuelta de la democracia (y
especialmente hacia los años 90), algunas organizaciones de financiamiento
internacional comenzaron a retirarse paulatinamente.[15]
Y, efectivamente, comenzó a aparecer el Estado nacional como alternativa
financiera para las ong
con una participación creciente.[16]
Es decir, una nueva política
económica puso en manos de la sociedad civil parte de las tareas sociales que
tradicionalmente habían correspondido al ámbito de lo público. Y esto se fue
dando desde los años 80, y especialmente en los 90, a través de programas de
asistencia y desarrollo social, financiados fundamentalmente con recursos
multinacionales.[17]
Desde entonces, la intervención de
las ong
–específicamente las vinculadas con el desarrollo– en las políticas sociales se
ha caracterizado por un gran dinamismo, tanto por su crecimiento acelerado,
como por la diversificación de sus campos de acción (Palomares et
al., 1996: 87).
En definitiva, el boom
de las acciones de
las ong
de desarrollo aparece con la presión de los organismos multilaterales a los
gobiernos nacionales para que las incorporen en la ejecución de sus políticas.
Los organismos de financiamiento internacional vienen exigiendo que parte de los
fondos de los proyectos financiados por ellos se canalicen a la población a
través de la terciarización de ciertas actividades en
favor de las ong.
De todos modos, corresponde advertir
que el surgimiento de nuevas ong,
como resultado de la fuerte demanda operada, no siempre implicó la solvencia y
capacidad necesaria requerida por la actividad en cuestión. Asimismo, que al
depender del Estado, la acción de las ong se tornó muy vulnerable por
la discontinuidad del financiamiento público, producto de la cambiante e
inestable coyuntura política nacional, y por los cortos plazos para los que se
otorgaron recursos (un año).
En el ámbito rural y especializadas
en desarrollo rural existen pocas ong con historia y experiencia de trabajo. Las de más
antigua trayectoria con el sector son: incupo (Instituto de Cultura Popular), indes (Instituto de Desarrollo
Social y Promoción Humana), fundapaz
(Fundación para el Desarrollo en Justicia y Paz). Un estudio sobre estas
instituciones (Cowan Ros, 2000: 105) ha estimado que
en 1988 había unas veinte ong
de desarrollo rural operando en la Argentina, con un presupuesto anual para
1998 de 10.4 millones de dólares (520 mil dólares anuales por ong), aunque
hay mucha heterogeneidad entre ellas. Unas pocas, las más antiguas (o de
primera generación, las que devienen desde fines de los años 60 hasta 1975)
manejarían anualmente las mayores cifras (cercanas a los 900 mil dólares por
año). Pero la mayoría tendría presupuestos inferiores a los 150 mil dólares
anuales.[18]
Según este mismo estudio (Cowan Ros, 2000: 104) las ong de desarrollo rural habrían
atendido a 23,200 familias rurales, la mayoría de ellas localizadas en las
provincias del norte argentino (44% localizadas en el noroeste, 42% en el
noreste, 13% en la Patagonia, y cifras muy insignificantes en las regiones de
Cuyo y Pampeana). A través del estudio de Cowan, se
observa que ha habido un cambio en el peso regional de las familias atendidas.
Históricamente las acciones de las primeras ong se concentraron casi
exclusivamente en el noreste argentino, y es a partir de la vuelta a la
democracia que aparece el noroeste como un nuevo ámbito de operación, tanto de
las antiguas ong
como de las nuevas. Lo cual sería producto del cambio operado en la década de
los 90 y vinculado con la creciente participación del Estado nacional en el
financiamiento.
Evidentemente, el número de familias
atendidas y el presupuesto destinado en 1998 constituye una cifra no
despreciable de la importancia de la acción conjunta de las ong en el país; más aún, al
pensar que el presupuesto anual de uno de los programas nacionales más
importantes (psa)
es equivalente a la cifra dada por Cowan para el
conjunto de las ong.
Del mismo modo, puede pensarse la población atendida, comparándola con los
beneficiarios de algunos de los programas que figuran en el cuadro 1.
Sin embargo, es cierto que estas
magnitudes tienen estrecha vinculación y dependencia con los programas
nacionales antes mencionados. Hay una alta proporción de estos beneficiarios y
de estos fondos cuyo destino depende de lo que suceda con los programas
nacionales. De aquí la vulnerabilidad de estas acciones ante la precariedad con
que en el Estado se maneja la política de desarrollo rural, la falta de apoyo
político para el diseño de una estrategia de desarrollo rural, y en definitiva
la latente presencia de inestabilidad política y social resultante del
excluyente modelo económico.
Consideramos importante recuperar,
como fuente de aprendizaje y capacitación, las modalidades de intervención de
aquellas ong
que han logrado una estrecha, duradera y transformadora acción con los pequeños
productores, han contribuido a la multiplicación de las organizaciones de pp –como el
caso de un.pe.pro.ch y otras– y
han recuperado organizaciones gremiales diezmadas por la dictadura.
6. Conclusiones
Al observar la
situación institucional y de gestión global del desarrollo rural, en parte
desde la perspectiva nacional, y en parte desde la provincial, y cotejándola
con nuestra perspectiva teórica, queda claro que un modelo de desarrollo rural
alternativo en Argentina demandará un largo proceso de participación social que
construya capacidades y forme dirigentes.
Y esto es consecuencia de varias
cuestiones. En primer lugar, de la falta de interés desde el poder (nacional y
provincial) por estructurar una política y una estrategia de desarrollo rural
que marque el rumbo a seguir con coherencia interna. El desarrollo rural en
Argentina es una sumatoria de acciones, cada cual con su propia dinámica y
sello (según qué programa se observe, qué provincia e incluso qué ámbito local
y qué participantes están involucrados).
Lo anterior lleva, por su parte, a
una conformación institucional nacional y provincial muy precaria y sin
recursos, humanos o materiales en la materia. Y ello sin contar con el juego de
alianzas y luchas internas entre los poderes del Estado y el manejo arbitrario
y clientelar que de estas cuestiones se suele hacer desde el poder político.
De todos modos aquí corresponde
diferenciar entre el accionar poco o nada transparente de buena parte de los
políticos que tienen cargos electivos y pretenden imponer la dirección de las
políticas de Estado y el de los funcionarios y profesionales y técnicos que
llevan adelante los programas de desarrollo rural. Por diferentes
circunstancias, suele suceder que éstos no tengan relación directa o de
subordinación con aquéllos. Y, entonces, es más común que los responsables de
los programas puedan y tengan un comportamiento serio y consecuente con los
objetivos particulares de sus respectivas áreas, aun siendo frecuentemente
asediados por los políticos para que revean sus acciones en su beneficio
particular, o en el del partido que representan. Aún así, no es extraño que se
vean en dificultades para cumplir con la estrategia de sus programas, por los
diferentes obstáculos que los referentes políticos locales y provinciales
diseñan e instrumentan cuando no se alían a sus prácticas prebendarias.
Con lo cual los que en definitiva siempre pierden son los beneficiarios de los
programas, por superposición de acciones, actividades contrapuestas, manejo
inadecuado o contradicciones en sus procesos de aprendizaje y participación,
etcétera.
Incluso así y a pesar de todas estas
debilidades y envilecimientos múltiples, aparecen indicadores que estarían
mostrando que en ciertas zonas se ha dado una confluencia de factores que
estarían contribuyendo a la conformación de un modelo de desarrollo rural con
mayor integración al desarrollo local de la comunidad respectiva, más
interactivo entre los sectores involucrados y con un mayor compromiso de parte
de los mismos. En este trabajo relevamos el caso de la provincia de Misiones,
con su experiencia de las ferias francas, que auguran indicios al respecto.
Pero sabemos que hay otros. Sólo en el caso de las ferias francas ya son ocho
provincias que se han sumado a esta experiencia, habiendo 120 ferias
distribuidas por todo el país.
Se trata de casos donde confluyen,
por un lado, diversos programas e instituciones, nacionales, provinciales y
locales, con objetivos comunes y serios en favor de la promoción de un
desarrollo rural participativo, y por otro, diversos sectores provinciales y
locales (públicos y privados) apoyando estas nuevas experiencias. Pero son,
fundamentalmente, ámbitos donde se ha dado una movilización social importante,
cadenas y redes de solidaridad. En lo cual tiene mucho que ver el accionar de
renovadas organizaciones representativas de los intereses de los productores
pequeños en general –como el mam–
y el de ong
de consolidada y reconocida trayectoria. Y es esta fuerte movilización
representativa lo que ha fortalecido a beneficiarios y técnicos y los ha armado
de recursos para afrontar los embates disruptores
originados en otros sectores (políticos, empresariales y sindicales) que se
sienten amenazados por estas experiencias.
La provincia de Corrientes es otro
caso que merece una mirada especial desde la perspectiva de la acción local en
la búsqueda de alternativas de desarrollo rural. En este caso, cuenta la
existencia de una institución previa a los programas de desarrollo rural (la sapp), que con
objetivos y estrategias definidos facilitó y ayudó al posterior accionar de las
organizaciones de pp.
Creemos que en estos dos casos no es
indiferente el hecho de que en ambos, Misiones y Corrientes, confluyan al
promediar los años 90 dos programas nacionales de desarrollo rural (psa y ppnea), con sus propias
estrategias, en parte complementarias y en parte contradictorias. Pero que, en
definitiva, a través de técnicos y dirigentes consecuentes contribuyeron a una
penetración y comprensión más profunda de la problemática del sector y
permearon con mayor fuerza a la sociedad local en su conjunto. Esto se observa
a través de instituciones locales más consolidadas, con objetivos definidos, en
la presencia de organizaciones reconocidas de pequeños productores, como el mam, la
Asociación Provincial de Pequeños Productores Correntinos o la Federación
Correntina de Asociaciones y Cooperativas de Productores.
En definitiva, casos como estos
confirman la fuerza de transformación que pueden llegar a producir las
instituciones que funcionan de manera regular, promoviendo formas transparentes
y participativas y sostenidas en acciones transversales, en las que participan
tanto el Estado, los productores como la sociedad local en general. Y esto es
posible cuando existe una propuesta de participación y organización para los
actores interesados, con dirección y capacidad de acción y con capacitación
para esos mismos actores.
De todos modos, falta mucho todavía
en el sendero de esta investigación dirigida a reconocer estos y otros casos
similares, buscando parámetros que los expliquen e identifiquen, y que al mismo
tiempo puedan ser utilizados para la promoción de políticas de transformación
institucional y, consecuentemente, de desarrollo socioeconómico alternativo.
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sagpya
(2000), Los programas nacionales de desarrollo rural
ejecutados en el ámbito de la sagpya,
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Enviado:
7 de marzo de 2002
Aceptado: 6 de junio de 2002
[1] Este artículo forma parte de una
investigación dirigida por la autora y referida a los Programas de Desarrollo
Rural en la Argentina, y que ha contado con el apoyo financiero del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (conicet) y de la Universidad de
Buenos Aires, Argentina.
[2] El control social es posible a partir
de mayores grados de participación, organización y capacitación de la
población.
[3] En Brett
(1999b: 5 ss.) aparece un análisis sobre las diferentes formas de
participación, sus posibilidades y límites teóricos y prácticos. Se centra en
las que denomina sus dos expresiones extremas: la “fuerte” (control directo) y
la “débil” (manipulada por las agencias).
[4] En general, los programas distinguen
entre población meta (la que efectivamente atenderán) y población objetivo (el
universo de personas con una situación socioeconómica similar a los
beneficiarios respectivos).
[5] Todas las cifras en dólares o pesos
argentinos que se exponen corresponden al periodo de la convertibilidad (que
terminó en enero de 2002). Durante dicho periodo, que se extendió por más de
diez años, un dólar era igual a un peso argentino. ¿Cuáles son esos recursos
después de la convertibilidad? Es una cuestión que en el presente pasa por
muchas ambigüedades, porque el dólar ha superado los 3 pesos y porque la
incertidumbre es creciente en un país donde, empezando por el Estado, las
empresas y el sector financiero se desconocieron y rompieron los acuerdos y
contratos privados y públicos.
[6] Otro caso fue el proemer (Proyecto de Recuperación
de la Capacidad Productiva de los Pequeños Productores Agropecuarios, afectados
por las inundaciones de 1999 en el noreste argentino).
[7] En este programa los municipios
identifican a los beneficiarios, pero el proyecto y el financiamiento se
aprueba y maneja desde la sagpya.
[8] Nótese aquí que dos de ellas
(Corrientes y Misiones) son provincias que han sido sujetos de un programa
nacional de desarrollo rural (ppnea), que entre 1991 y 1997 fue la base de
financiamiento para el sostenimiento de ambas instituciones. Aunque debe
señalarse que en Corrientes ya existía el Servicio de Asistencia al Pequeño
Productor (sapp),
creado por una ley provincial de 1984 (antes del sap y también del ppnea). El sapp fue,
entre 1991 y 1997, la unidad ejecutora del ppnea (proinder, 1999: 7). También hay
que reflexionar acerca del hecho de que el sapp se convirtió en 1998 en el sap, es decir,
dejó de ser una institución volcada exclusivamente a los pp y desde 1999 atiende también a
medianos productores. Con lo cual parece que se estuviera dando una
transformación institucional en sentido contrario al fortalecimiento
institucional hacia los pp
que venimos postulando.
[9] Diversos indicadores e informantes
clave señalan una fuerte retracción de la cantidad de pequeños productores en
las economías regionales. Vale recordar, además, el escaso interés del sector
público por actualizar los datos que revelarían esta situación: el Censo
Nacional Agropecuario, que debería haberse relevado en 1998, a 10 años del
anterior. Los datos censales disponibles tienen ahora casi 15 años de
antigüedad cronológica. Antigüedad mucho mayor si se observa con relación a la
profundidad de los cambios ocurridos, ya que la década de los 90 coincide,
posiblemente, con la mayor transformación de la economía argentina ocurrida en
el lapso de 10 años.
[10] Las Ligas Agrarias es un movimiento
organizado en la década de los 70, coincidentemente con el auge de la protesta
social en Argentina del periodo 1969-1973. Comenzó en la provincia del Chaco,
para luego extenderse a otras provincias y tomar cada vez mayor relevancia
social. En sus comienzos surgió representado los intereses de la burguesía
agraria nacional enfrentada al capital monopolista en el agro. La dictadura de
1976 persiguió a sus dirigentes y el movimiento fue desarmado.
[11] Como ya fue señalado en la primera
parte, importa impulsar y reconocer especialmente la acción de las
organizaciones de base, y no las organizaciones por sector productivo, o tipo
de actividad, utilizadas para atomizar la demanda de los pp
como grupo con demandas propias. Las provincias donde las organizaciones
de productores funcionan fundamentalmente por sectores productivos son
Catamarca (donde existen cámaras y cooperativas de productores nogaleros, citrícolas, cabriteros, pimentoneros, tamberos,
orgánicos, con distinto grado de representatividad espacial y productiva) y
Tucumán (Liga de Cooperativas Cañeras, Unión de Cañeros Independientes de
Tucumán –ucit–,
fotia,
Unión de Tabacaleros de Tucumán, Asociación de Productores de Frutas y
Hortalizas).
[12] La información de este apartado ha
sido extraída en su mayoría de Golsberg (1999),
aunque se ha actualizado alguna información con datos aportados por informantes
calificados.
[13] Esto fue producto del apoyo
internacional. Algunas organizaciones europeas y americanas, conscientes de la
situación de persecución y violencia que se vivía en la Argentina, dieron
recursos para este sector; con ello se buscaba mantener en algunas áreas la
ayuda social y evitar mayores procesos migratorios de técnicos y profesionales
contrarios al régimen. Estos financiamientos para las ong provinieron de fuentes como Misereor, Pan para el Mundo, Interamerican
Foundation, sarec y otras organizaciones
europeas y americanas.
[14] Esta importancia sectorial relativa
comenzó a cambiar en la década de los 90, en favor de un mayor número de ong dedicadas
a la atención de los sectores urbanos pobres.
[15]
Esto sucedió por no ser Argentina un país prioritario en términos de
índices de pobreza. Y porque instalada la democracia se estimó que existirían
condiciones para que las ong
accedieran a otros recursos alternativos. Y también, porque se consideraba que
las ong
existentes ya se encontraban consolidadas para emprender una tarea más
independiente en la búsqueda de financiamiento. Esto último fue parcialmente
cierto, y válido para algunas. Pues hay que tener presente que en este universo
hay notorias diferencias en materia de objetivos, métodos, historias y tipos de
vinculaciones con el Estado y la política nacional.
[16] En realidad, lo que ocurrió fue la
cada vez menor participación del sector público en la problemática social,
producto del modelo neoliberal y del ajuste. La ausencia del Estado pretende
compensarse con las acciones de las ong en la ejecución de las políticas sociales. La
argumentación es que éstas tendrían beneficios operacionales, con menores
costos operativos, y contribuirían a dar intervención y comprometer a la
sociedad civil en temas públicos.
[17] Banco Interamericano de Desarrollo , birf, Banco
Mundial, Fondo Internacional de Desarrollo Agropecuario.
[18] Nótese que estos datos corresponden al periodo de la convertibilidad, es decir son anteriores a la altísima devaluación producida a partir de enero de 2002. Por lo tanto, seguramente estas cifras deben haberse reducido en la actualidad, también en valores muy significativos, quizá hasta en 50% o aun más.