La gestión del desarrollo regional en Cuba. Un enfoque
desde la endogeneidad
Ramón González Fontes*
Ana de Dios
Martínez**
Rafael Montejo Véliz***
Abstract
This
paper examines the central elements of the endogenous development theory under
the point of view of the current singular conditions of Cuban economy. From
this unique confrontation comes to be what we call endogenous regional
development management. Endogenicness means a
combination of the conditions of development provided by national sources and
the full exploitation of the potentials of territory development. So, in the
case of Cuban economy, a new profile in the management of the territorial
development emerges.
Keywords: development, endogenous development, synergies, Cuba,
local development.
Resumen
Este trabajo
examina los elementos centrales de la teoría del desarrollo endógeno a la luz
de las condiciones actuales de la economía cubana. De esta singular
confrontación emana lo que los autores denominamos gestión del desarrollo
regional desde la endogeneidad. La endogeneidad significa una combinación de las
condicionantes de desarrollo que surgen de las fuentes nacionales y la más
plena utilización del potencial de desarrollo del territorio. Se perfila así un
nuevo enfoque de gestión de desarrollo del territorio para el caso de la
economía cubana.
Palabras clave:
desarrollo, desarrollo endógeno, sinergias, Cuba, desarrollo local.
*
Universidad de Camagüey, Cuba. Correo-e: rglez2002@yahoo.com
**
Universidad de Camagüey, Cuba. Correo-e: ana@reduc.cmw.edu.cu
***
Universidad de Camagüey, Cuba. Correo-e: mveliz@reduc.cmw.edu.cu
1. Introducción
Los problemas del
desarrollo han constituido, en los últimos cincuenta años, el centro de
atención de políticos, estadistas, académicos y científicos de diversas partes
del planeta, debido a que ha ido cobrando fuerza la idea de que en su solución
se define la propia existencia de la humanidad. Esto ha provocado que desde el
punto de vista conceptual se haya acumulado un notable avance teórico del estudio
de esta problemática y que, de forma práctica, se produzca un gran arsenal de
modelos y estrategias con la pretensión de obtener respuestas.
En este sentido, la Cuba de la época
revolucionaria no ha sido una excepción y los cuarenta años transcurridos a
partir de 1959 han sido testigos de un notable esfuerzo en la búsqueda de
soluciones y en el establecimiento y defensa del proyecto político que se
definió desde 1953 en La historia me absolverá,[1] y
que fue rediseñándose a partir de 1961 con la declaración del carácter
socialista de la revolución (Castro, 1971, 2). En todo este periodo se ha
trabajado para lograr lo que se definió como el desarrollo integral del país
(Rodríguez, 1983, 18), y que ha estado orientado a solventar las graves
deformaciones estructurales, heredadas tras varios siglos de dominación
colonial y neocolonial.
El final de la década de los ochenta
y toda la década de los noventa ha sido un periodo caracterizado por un notable
esfuerzo para sobreponerse a una de las crisis económicas mas profundas de su
historia,[2] y
por una búsqueda constante de soluciones a los problemas que se han ido
presentando. Esta crisis tiene sus causas en la transformación del escenario
político, económico y social del mundo, a partir de la desintegración de la urss y la desaparición del campo
socialista; el recrudecimiento del bloqueo y la guerra económica de los Estados
Unidos de Norteamérica, todo lo cual agotó las posibilidades del sistema
centralizado de dirección y planificación de la economía que se venía aplicando
desde 1975, y que se sustentaba en las relaciones de Cuba con el Consejo de
Ayuda Mutua Económica (came).
Es por ello que en la actualidad
constituye un objetivo primordial la búsqueda de soluciones a los problemas que
enfrenta el país, apoyándose en sus propias posibilidades, considerando el
aislamiento económico a que está siendo sometido y por la necesidad de que
dichas soluciones tengan un carácter irreversible y autosostenible.
El objetivo de este trabajo es
mostrar, para el caso de Cuba, una concepción del desarrollo territorial que
hace énfasis en su potencial endógeno, sobre la base de la participación activa
de los gobiernos locales en la solución de los problemas y brechas del
desarrollo del país. La síntesis conceptual de este trabajo toma en
consideración los fundamentos y mecanismos desarrollados en la teoría
contemporánea del desarrollo endógeno, adecuadas a las realidades y exigencias
del sistema institucional y socioeconómico cubano, sobre la base de los
resultados de un conjunto de investigaciones realizadas por los autores. Este
enfoque aporta a la concepción tradicional de la teoría y la práctica del
desarrollo endógeno, en primer lugar, el reconocimiento explícito de la
necesidad de una gestión del desarrollo, y en segundo lugar, que dicha gestión
–sobre todo en atención al carácter subdesarrollado del país– se realice desde
los territorios, sobre la base de estrategias territoriales en combinación
armónica y complementada con las fuentes y factores de desarrollo que emanen de
las estrategias y políticas nacionales.
Es evidente, por supuesto, que la
problemática analizada y las soluciones planteadas se han elaborado para las
condiciones concretas del caso cubano, sin pretender realizar extrapolaciones a
otras realidades, en las que no podrían resultar viables; sin embargo, estos
resultados indican direcciones de futuras investigaciones, que podrían dar paso
a soluciones más generales.
2.
El desarrollo y su gestión desde una perspectiva territorial
La gestión del
desarrollo de los sistemas empresariales ha sido ampliamente estudiada, sobre
la base de su funcionamiento bajo las condiciones de los diferentes sistemas
socioeconómicos, de la economía de mercado o de dirección centralizada, acerca
de lo cual existe una amplia literatura.
A diferencia del campo empresarial,
no existe claridad cuando se trata de la gestión del desarrollo regional; esto
se debe a que su definición y estructura conceptual está cargada de enfoques
normativos que condicionan, a priori, las vías y procedimientos de
gestión, y no permiten poner en claro cuáles son los aspectos clave sobre los
que deberá recaer de forma prioritaria la acción de gestión. Esta problemática
se debe, fundamentalmente, a que el propio concepto de desarrollo ha llevado
implícito siempre una versión sobre lo que es deseable o no para un sistema
nacional o territorial, por estar basado en principios valorativos, éticos y
normativos de lo que conviene o no para el ser humano (Todaro,
1984, 21). No obstante, en los últimos años se han ido despejando cuáles son
los aspectos esenciales de estos procesos, independientemente del marco
institucional[3] en el cual se manifiesten.
Si se analizan algunas de las
concepciones contemporáneas del desarrollo, se puede apreciar que han venido
experimentando cambios sustanciales después de la Segunda Guerra Mundial, con
una marcada tendencia a poner al ser humano en el centro de atención del
problema, en íntima relación con el medio, ya que, en última instancia, es el
hombre quien padece o se beneficia de la situación social.
Desde finales de la década de los
ochenta y toda la década de los noventa continuó desarrollándose esta
concepción humanista del desarrollo, aunque condicionada en sus aspectos
valorativos de políticas y de estrategias para alcanzarlo, en correspondencia
con la envoltura institucional de las sociedades donde se aplican, mientras que
los juicios de valor de los que realizan los análisis toman las decisiones y
elaboran las políticas y estrategias de desarrollo (ciem, 1996: 20-24 ).
De acuerdo con los objetivos que se
pretenden lograr, lo importante de todo este desarrollo conceptual es que
pueden aclararse cuáles son los elementos esenciales para que exista
desarrollo, o sea, se debe centrar la atención en el
bienestar del ser humano en equilibrio con el entorno natural y en la
posibilidad de aumentar constantemente las oportunidades de reforzar esa
condición humana,
aunque su logro y alcance dependan de la posición relativa en que se encuentren
los territorios analizados en relación con sistemas territoriales de
referencia, y de los análisis valorativos que se hagan o se tengan de lo que es
bueno o no, y de cómo debe estar distribuido este bienestar.
2.1 Las fuentes del desarrollo en los territorios
En este nivel de
análisis resulta imprescindible aislar los elementos que pueden constituir las
fuentes de cualquier proceso de desarrollo. Así, el desarrollo es una
combinación del bienestar que proporciona el disfrute de
determinados niveles de consumo actual y el progreso que garantiza los niveles de
acumulación para proporcionar el bienestar futuro, en armonía con el entorno.
El punto de partida de este proceso
para un espacio dado, lo constituye el conjunto de recursos (naturales,
históricos, culturales, humanos, tecnológicos, económicos, institucionales y
materiales) que forman su potencial de desarrollo (Vázquez Barquero, 1999, 23).[4] Al
poseer un carácter histórico concreto, este punto de partida provoca que tanto
cuantitativa como cualitativamente sea diferente para los distintos países o
regiones. Sin embargo, desde el punto de vista conceptual, constituye la
capacidad de generar una determinada cantidad de riqueza (material, humana,[5]
cultural o espiritual), que garantice la elevación del bienestar
actual y del progreso que va a dar respuesta futura al
crecimiento de la población, de las necesidades y a retroalimentar el propio
proceso de cambio de forma continua y sostenible.
En función de cómo sea ese potencial y de la organización del sistema
institucional bajo el cual se ejecute el proceso de obtención de esa riqueza,
así serán los resultados del desarrollo del territorio. Es decir, que puede ser
abundante y bien organizado, o llegar a estar tan deprimido y desorganizado que
exista una ausencia de desarrollo o de sustentabilidad, o cualquier otra
combinación de estas situaciones. Evidentemente, el problema de la gestión del
desarrollo radica en establecer cómo y de dónde puede provenir el logro de
magnitudes excedentes de riqueza que alimenten o complementen, en cualquier caso,
este potencial.
Así, la
primera fuente de desarrollo
es el potencial
que posee el sistema territorial. Esta fuente originaria puede ser alimentada
por otras, desde dos direcciones diferentes, pero que se complementan. Una
tiene un carácter exógeno y viene dada por la corriente de riqueza (histórica,
cultural, humana, tecnológica, económica, institucional y material), que
viniendo desde fuera del sistema nacional o territorial, se integra a éste y es
utilizado para ampliar en el territorio el bienestar, el progreso del ser
humano, o ambos inclusive, gracias a los mecanismos de redistribución que
existan en sistemas de orden superior, o a los que se logren por la atractividad del territorio.[6] La
otra fuente tiene un carácter endógeno, mediante el cual el propio sistema es
capaz de generarlo o incrementarlo desde dentro, gracias a la coherencia de su
organización, que le permite aprovechar toda la sinergia[7]
que es capaz de desplegar y que se encuentra latente en su capacidad interna
(Vázquez Barquero, 2000).
Queda evidenciado, pues, que los
elementos anteriormente analizados no dependen de los juicios de valor con que
sean interrelacionados o utilizados, aunque estos últimos y las formas
organizativas que adopten (Saxenian 199, 20) sí
determinen y condicionen el resultado final y sus interrelaciones, ya que como
resulta comprensible, estos elementos esenciales alcanzan determinadas
magnitudes, toman determinados rumbos y producen efectos e impactos sobre unos
y otros sistemas nacionales y territoriales, en dependencia de la envoltura
institucional que los alberga e interrelaciona y las formas organizativas que
internamente adopten.
No se pretende hacer una
demostración exhaustiva de la eficiencia o deficiencias que los diferentes
sistemas institucionales de la sociedad puedan jugar o hayan jugado en el
actual estado de cosas con relación al desarrollo en los territorios. Nos
limitaremos simplemente a apuntar que existen evidencias empíricas irrefutables
de que la historia de la humanidad ha dibujado un sistema mundial
extraordinariamente desigual y en franco proceso de deterioro,[8]
tanto a escala internacional como hacia los espacios subnacionales.
Esto se ha debido a un condicionamiento histórico concreto de partida, y a que
los sistemas de explotación imperantes, sobre todo el capitalista, han
profundizado esta desigualdad.
Esta situación ha deprimido el
potencial de desarrollo de muchos países y territorios, hasta hacerlo
prácticamente inexistente, y con ello también la posibilidad de materializar y
fomentar su propia capacidad endógena de desarrollo y la capacidad de atracción
de fuentes exógenas, las que, además, se dirigen hacia los lugares más
atractivos, en correspondencia con la dinámica del capital.
Tanto a escala mundial como hacia el
interior de los países existen territorios muy deprimidos, lo que requiere que
existan mecanismos de cooperación, intercambio, distribución y redistribución
que permitan elevar el potencial de desarrollo de los mismos a partir de
procesos exógenos, para con ello poder emplear y desplegar su capacidad
endógena, ya que el desarrollo es producto del potencial de cada territorio y
del efecto conjunto de estas dos fuentes, pues ninguna de ellas debe
considerarse como absoluta.
Por ello, cuando se habla de
utilizar la capacidad endógena de los territorios, no se puede pasar por alto
el punto de partida que tiene cada cual, ya que resulta ilusorio pensar que el
propio proceso de globalización de la economía va a generar de forma espontánea
una respuesta productiva en todos los territorios, que genere de la nada un
sistema productivo organizado y tecnológicamente avanzado capaz de insertarse
competitivamente en los circuitos de acumulación del capital.
En este proceso, de manera
espontánea habrá territorios perdedores que en el sentido endógeno no tendrán
la posibilidad de estructurar sus fuentes de sinergia de tal manera que generen
procesos de desarrollo, lo cual constituye algo muy relevante y la teoría
contemporánea del desarrollo endógeno no le ha otorgado la debida atención.
Por ello un elemento vital de todos
estos procesos lo constituyen los distintos flujos de riquezas que se producen
y circulan a través de los distintos territorios, así como la capacidad que
adquiere cada territorio o nación de reinvertir parte de esas riquezas en
incrementar el bienestar o el nivel de progreso de su población y territorio.
Todo esto quiere decir que, en
ocasiones, la capacidad endógena no se manifiesta y requiere un impulso exógeno
para entrar en acción; pero la influencia exógena requiere de una organización
adecuada del sistema territorial hacia su interior, ya que sólo así podrá
aprovechar al máximo la capacidad de incremento del potencial, que pueda ser
capaz de provocar dicha influencia externa, evitando que las mismas se
conviertan en una vía de extracción de las riquezas existentes en el potencial
de desarrollo del territorio.
La gestión del desarrollo debe
guiarse por la utilización regulada, armónica y combinada de todas las fuentes
de desarrollo, ya que de lo contrario la fuente exógena podría crear una
situación de deformación estructural en el territorio. Por ello debe tenerse
presente que las regiones que asimilen inversiones o flujos de recursos
externos deberán atender aspectos clave, tal como los resume Vázquez Barquero
(1999):
·
Que
las inversiones o empresas puedan convertirse en polos de crecimiento y no se
conviertan en enclaves económicos, con escasos o ningún
vínculo con el sistema productivo territorial;
·
Que
estas inversiones no se conviertan sólo en polos de absorción de los recursos
empresariales locales, privándolo de la capacidad técnica que le permitiría
encausar su desarrollo y con ello el del territorio en su conjunto;
·
Que
estos flujos no ocupen una posición subordinada en cuanto a las inversiones en
investigación y desarrollo y que ésta no se realice solamente en las casas
matrices ubicadas fuera del territorio.
·
A
lo que se debe añadir aquí, que los flujos financieros que se producen en el
territorio puedan ser aprovechados, en alguna medida, por los propios territorios
en el desarrollo de los mismos.
Con ello no se
pretende reducir el papel de las corrientes exógenas en el desarrollo de los
territorios, sino que su proceso de gestión ha de requerir un territorio
protegido y organizado, para que estas corrientes estimulen el cambio y no se
conviertan en un factor de dependencia y deterioro.
Ante estos retos, resulta poco
probable que territorios periféricos, aislados y desprotegidos puedan gestionar
y crear, por sí solos, una capacidad de respuesta ante los retos de la
globalización e insertarse competitivamente en este mundo global, lo que da
lugar a lo que se reconoce como la gestión del desarrollo desde la endogeneidad, como
proceso que surge desde los territorios, pero que es estimulado, condicionado,
regulado y protegido desde el Estado Nacional. Fórmula que pudiera ser aplicada
en el ámbito de las relaciones internacionales, si el sistema de globalización
existente no estuviera condicionado por el esquema neoliberal.
Sólo así podrá lograrse una
tendencia a la nivelación del desarrollo de los sistemas territoriales y será
posible una gestión desde la endogeneidad, que
disminuya paulatinamente las condiciones de dependencia de los territorios
periféricos, condicionada históricamente.
Se puede concluir que cuando existan
procesos de gestión del desarrollo que no creen las condiciones para que todas
estas fuentes
se pongan de manifiesto, se estarán limitando las posibilidades de desarrollo
del territorio y profundizando sus deformaciones estructurales. Vista esta
problemática, se deben estudiar detenidamente los factores condicionantes de la endogeneidad.
2.2 Los factores del desarrollo desde la endogeneidad
Las teorías del
desarrollo endógeno han venido tomando cuerpo a partir de la nueva concepción
del espacio, como un entramado de agentes y elementos económicos, históricos,
sociales, culturales, políticos e institucionales, que poseen modos de
organización y de regulación específicos (Mella Márquez, 1999).
Es por ello que se considera como el
primer factor del desarrollo desde la endogeneidad
al elemento más dinámico de los que intervienen en el proceso, o sea, las
personas que encarnan los diferentes actores del desarrollo. En ellas se
materializa y toma cuerpo el sistema de relaciones socioeconómicas del territorio,
y son las portadoras de toda la dinámica de generación de riquezas,
conocimientos, tecnologías, iniciativas y soluciones para los problemas del
desarrollo.
Por tanto, el primer objetivo de la
gestión del desarrollo desde la endogeneidad ha de ser
la creación de mecanismos para lograr la participación activa de todas las personas[9]
como actores del desarrollo. Sólo así comienzan a crearse condiciones para que
el territorio deje de ser un simple soporte físico o espacial de la actividad
vital de la sociedad, y se convierta en un elemento activo del desarrollo,
elemento éste que constituye la base de la respuesta a la concepción del
desarrollo como un proceso de transformación social, y de despliegue de todo el
potencial humano.
Estos mecanismos pueden ser del tipo
económico, de manera que cada cual perciba que recibe según los resultados que
entrega a la sociedad. Es por ello que en la gestión del desarrollo desde la endogeneidad, se debe propiciar que cada cual reciba el
efecto de los resultados de su trabajo a través de mecanismos de producción,
distribución y redistribución, lo más coincidentes posibles tanto en tiempo
como en espacio. En este sentido motivacional, tienen gran importancia también
los mecanismos del tipo movilizativo o formativo, como
pueden ser los procesos de capacitación, que permiten elevar la identidad
territorial, la unidad nacional, la cultura general y del desarrollo y la
cultura de gestión de los diferentes actores y la población. Para ello, resulta
necesaria la existencia de sistemas de capacitación, superación y aprendizaje,
así como sistemas de divulgación que contribuyan a crear esta cultura de
desarrollo.
Otro factor que condiciona y produce efectos
sinérgicos en los territorios lo constituye la estructuración y funcionamiento
del sistema productivo territorial (Vázquez Barquero, 1999: 38),
pero entendiéndose
como tal, no solamente al conjunto de empresas locales, sino al entramado
productivo y de servicios del territorio, que estructurado en un sistema
reticular formará un sistema flexible que a través de la externalización, la
subcontratación y el vínculo total de sus actividades productivas y de
servicios, genere economías de escala y efectos de aglomeración (Bellandi, 1986) permitiendo que se produzcan procesos de crecimiento
económico y generación de un efecto de difusión en todo el territorio.
Cuando este sistema se interconecta
a través de interfaces con el sistema de innovación tecnológica, la difusión de
la innovación y el conocimiento se enriquecerán las posibilidades de dicho
sistema, con lo que se logrará que las estrategias interactivas de difusión
tecnológica vayan ocupando un espacio más prominente ante las estrategias
lineales que se venían aplicando (Vázquez Barquero, 2000).
Esto implica que el sistema de
gestión deberá contribuir a la estructuración de redes de empresas, que
propicien la circulación de bienes y servicios, de flujos financieros y de
tecnología hacia el interior del territorio, alimentando así su potencialidad.
La gestión del desarrollo desde la endogeneidad se
logrará en la medida en que se propicien los vínculos entre las empresas del
sistema productivo del territorio, ya sean locales o grandes empresas externas
ubicadas en el territorio.
Para que estas sinergias se pongan
de manifiesto, resulta preciso una convergencia entre las estrategias del
territorio, de la red en su conjunto y de las empresas incluidas en ellas, lo
que requiere del sistema gestor del desarrollo una capacidad de gestionar
sistémicamente, para crear las relaciones que sean necesarias para dinamizar
los flujos comerciales, financieros, de información y conocimientos y
establecer los espacios de concertación y así lograr que todo el sistema se
aprecie como una unidad que busque la elevación de la competitividad del territorio
en su conjunto.
La teoría clásica del desarrollo
endógeno concibe que estas redes se forman de manera espontánea como una
respuesta productiva de los territorios ante los retos de la globalización
(Vázquez Barquero, 2000). Y si bien existen evidencias empíricas de que en
determinados casos esta respuesta productiva se encuentra en algunos
territorios, y que sus potenciales de desarrollo e historia productiva lo
propician, existen otros territorios en los cuales la situación es tal que, de
manera independiente, no es posible crear dicha capacidad.
Resulta necesario, pues, que la
generación de redes de empresas en el territorio sea gestionada y estimulada
por políticas inductoras de cooperación y flexibilidad en la estructura del
sistema empresarial, y de manera particular para el caso cubano, que los
gobiernos locales tengan una capacidad de generación de estas redes y de su
adecuada gestión a partir de políticas locales, compatibilizadas con el
gobierno central.
Otro factor lo constituyen los flujos de
innovación, en los cuales la sinergia se produce de manera similar a lo que
ocurre en una tormenta de ideas, cuando un grupo se encuentra trabajando en la
solución de un problema. En ese caso, una idea se fertiliza con otra,
complementándose y creando una solución incremental compartida. Asimismo, la
red de innovación incremental se fertiliza y complementa y va creando
condiciones para elevar la competitividad de ese sistema productivo
territorial. Como resulta lógico, éste constituye uno de los elementos
productores de sinergias que requiere de mayores condiciones del potencial
interno del territorio, o de impulsos exógenos, lo que significa que para
territorios deprimidos de la periferia no será fácil crear estas redes de
innovación, ni mucho menos convertirlas en entornos innovadores (Furio Blasco, 1996 y Maillat,
1995). Esta dependencia de impulsos externos requerirá de instrumentos
organizativos y de protección, que impidan la generación de procesos de
dependencia tecnológica.
Vale destacar que estas
aglomeraciones (redes o entornos innovadores) requerirán una unidad de los
actores, así como una confianza y cooperación que haga viables los flujos
incrementales de innovación. Resulta importante destacar el extraordinario
significado que tiene la asimilación de estrategias interactivas de innovación,
para lo cual resulta indispensable la existencia de interfases
en el territorio que las faciliten y sean portadoras de esta interacción entre
el desarrollo científico y tecnológico y los sistemas productivos de los
territorios.
Por otra parte, como plantea Carlos
de Mattos:
...desde el
punto de vista de los factores privilegiados por las
nuevas teorías del
crecimiento, los lugares que disponen de mejor dotación de capital físico,
capital humano y conocimientos, serían los de mayor potencial endógeno y, por
tanto allí, donde dadas las externalidades positivas de estos factores y su
incidencia mancomunada condicionaría las posibilidades de acumulación y
crecimiento de cada territorio (De Mattos, 1999).
Es por ello que
las ciudades constituyen el espacio más atractivo para el establecimiento de
los sistemas productivos, donde se nutre de los diferentes factores
productivos, relacionándose con la comunidad e interactuando con ella. Cuando
las acciones de gestión provocan una adecuada organización y estructuración de
la comunidad y de los espacios urbanos donde radican –cualquiera que sea su
nivel en la jerarquía en el sistema de ciudades– se logran efectos sinérgicos,
tales como:
·
Las
economías de aglomeración se producen en la medida en que aumenta la jerarquía
de la ciudad;
·
La
posibilidad de acceso directo a proveedores y clientes con reducidos costos de
transporte y de transacción;
·
La
existencia y desarrollo de infraestructuras productivas y de servicios, que permiten
el logro de externalidades en el sistema productivo del territorio y permiten
diversificar el espacio urbano.
Otro elemento
decisivo de la ciudad como factor del desarrollo endógeno radica en el
aprovechamiento, explotación y enriquecimiento del patrimonio cultural del
territorio, de los cuales las ciudades constituyen un sitio ideal de
localización, lo que permite además la manifestación de toda la riqueza
cultural, espiritual y humana del hombre. Lo planteado no significa que los
procesos endógenos sólo sean posibles en los espacios urbanos, sino que la
ciudad es un factor condicionante de desarrollo endógeno
en los territorios.
Todos los factores analizados
anteriormente tendrán diferentes grados de madurez y de posibilidades de
manifestación, en dependencia del potencial de desarrollo existente en los
territorios. No puede concebirse que estos factores se manifiesten de igual
forma en el Valle del Silicón en Estados Unidos o en el municipio de San Miguel
del Guaporé, en el estado de Rondonia,
centro de la Amazonia brasileña, o inclusive en el municipio de La Habana Vieja
o el municipio de Najasa, en la provincia cubana de
Camagüey.
La gestión del desarrollo desde la endogeneidad persigue hacer dinámicas las fuentes internas
de sinergias de los territorios, que son capaces de generar crecimiento
económico, elevación del bienestar material y espiritual y ofrecer
posibilidades de progreso, en armonía con el entorno natural del territorio, y
ha de ser gestionado a través de un sistema de políticas que induzcan la
generación de sinergias portadoras de desarrollo endógeno.
Como se vio, todo este sistema de
gestión dependía de la existencia de los vínculos necesarios entre todos estos
procesos y todo ello dependerá de la diversidad, de la estructura y de las
particularidades económicas y sociales del sistema institucional que condiciona
el sistema socioeconómico vigente en la sociedad.
La envoltura institucional
condiciona la forma en que el progreso y el bienestar se gestionan; distribuye
y llega a los individuos de la sociedad a partir de los diferentes mecanismos y
principios éticos en que se sustentan los distintos sistemas socioeconómicos.
El sistema institucional debe tener una riqueza de mecanismos e interfaces, que
garantice en el ámbito territorial la existencia de los vínculos necesarios
para que se produzcan relaciones horizontales en el ámbito del territorio y
difundan el desarrollo hacia su interior.
Uno de los aspectos más polémicos en
lo referente a las instituciones lo constituye el papel que juega el Estado en
la sociedad, y sobre todo la capacidad que éste tiene para dirigir la gestión
del desarrollo. Por ello, la definición y establecimiento concreto del actor
que va a ejecutar la gestión del desarrollo depende íntegramente de los juicios
de valor con que se encierra el concepto de desarrollo endógeno.
Es necesario destacar que todas las
teorías y los modelos de crecimiento y desarrollo endógeno que se han elaborado
en los últimos años parten de la base de que el Estado y sus políticas tienen
que operar sin introducir distorsiones en el libre juego de las fuerzas del
mercado. Este planteamiento se realiza sobre la base de lograr que:
...la economía
local se autorganice, de forma espontánea, guiada por
la necesidad de las empresas de producir bienes y servicios para un mercado
exigente en el que compiten con los productos de empresas de otras ciudades y
regiones (Vázquez Barquero, 1999: 34).
No obstante, el
desarrollo de estas teorías ha ido reconociendo un papel relativamente más
importante al Estado en el logro de estos propósitos de endogeneidad.
Carlos de Mattos (1999) presenta un análisis referencial de este criterio
cuando resume:
“Así pues, distintos autores
vinculados a esta corriente han esbozado una concepción general sobre el tipo
de Estado que consideran compatibles con sus planteos”, estableciendo que “la
aparición de gobiernos que garanticen los derechos de propiedad físicos e
intelectual, que regulen el sector financiero y exterior y eliminen las
distorsiones, y que mantengan un marco legal garante del orden es deseable”,
siendo éste el contexto en el que se reconoce que el gobierno “...juega un
papel importante en la determinación de la tasa de crecimiento a largo plazo”
(Sala i Martín, 1994).
Este autor destaca criterios que
justifican la intervención pública orientada a asegurar el mejor despliegue de
las fuerzas del mercado: la gestión de las externalidades y la provisión de
ciertos bienes públicos, con el propósito, en última instancia, de generar en
cada lugar un ambiente económicamente atractivo para la inversión privada.
Lo anterior viene a reforzar la idea
de que el Estado debe tener un papel de importancia creciente en cualquier
circunstancia institucional. No obstante, no es objetivo del presente trabajo
ofrecer soluciones universales a esta problemática, sino despejar en qué medida
esta lógica de pensamiento es aplicable para Cuba.
El Estado y el gobierno cubanos han
mantenido y mantienen la capacidad de liderar las transformaciones a que viene
siendo sometido; esto constituye el elemento de mayor vitalidad, capacidad y
poder de convocatoria en el territorio para liderar los procesos de gestión del
desarrollo, lo que además le permitirá mantener el control de las
transformaciones de la economía y la sociedad.
Pero, como se desprende de lo ya
dicho, la participación activa de los órganos locales de gobierno en la gestión
del desarrollo no puede lograrse desde una posición totalmente centralizada,
sino que requiere de procesos descentralizadores que ofrezcan la posibilidad de
activar, desde la base, las fuerzas productoras de sinergia, combinado con la
acción centralizada encargada de la regulación general de las proporciones
sectoriales y territoriales de la economía nacional y de los mecanismos de
inversión, distribución y redistribución que para ello sean necesarios.
Por tal motivo, todo este proceso
debe ser aplicado sobre la base de funcionamiento de la planificación, como
elemento encargado de establecer el vínculo entre los propósitos territoriales
y sus capacidades, armonizándolas con el resto de la economía nacional.
3. La gestión del
desarrollo regional. Un nuevo enfoque para la economía cubana
La gestión del
desarrollo en Cuba fue una de las premisas que guió la acción del Estado a
partir del triunfo de la Revolución, en consonancia con la estructura
organizativa y de carácter unitario que siempre tuvo el Estado cubano. Así, los
procesos de desarrollo fueron organizados y ejecutados con una perspectiva
centralizada, en la búsqueda de un desarrollo integral que permitiera resolver
los enormes problemas que caracterizaban la sociedad cubana hasta 1959. En la
medida en que se fue profundizando en el proceso revolucionario y en la
institucionalización del Estado socialista, los métodos se fueron refinando en correspondencia
con la aplicación de sistemas centralizados de planificación.
La planificación de la economía
nacional, en sus diferentes variantes y métodos de ejecución, permitió a partir
de 1960 estructurar un sistema que sentó las bases para un desarrollo armónico
y proporcional en la distribución de las riquezas para todo el país. Este
proceso, marcado por un enfoque “del centro al territorio”, aprovechó las
ventajas de recursos naturales, humanos, de infraestructura y capacidades
instaladas que brindaban los territorios a las inversiones para el desarrollo.
Sin embargo, y a pesar de los buenos propósitos, la planificación territorial
se enfocaba (y se enfoca) desde una perspectiva nacional, pero con un
incipiente enfoque de planificación territorial desde abajo, manteniéndose las
desigualdades territoriales.
De igual forma, en la primera etapa
de la planificación y aun en las condiciones actuales es limitado el enfoque
sistémico de un territorio y de la planificación, al prevalecer objetivos de
ordenamiento territorial con predominio de la planificación sectorial y planes
que sólo involucran a la subordinación local con un alto grado de
centralización. Existe, además, una perspectiva limitada en cuanto a considerar
al territorio como elemento activo del desarrollo, contenido de potencialidades
y generador de sinergias. En los años iniciales de la planificación en Cuba se
reconocen (Rodríguez, 2000: 5) insuficiencias tales como las siguientes: Las
categorías financieras desempeñaban un papel pasivo, al igual que la medición
de los criterios de eficiencia basados en los mecanismos monetario-mercantiles.
La asignación y control de recursos en términos físicos reducía la posibilidad
de la participación de los trabajadores en el proceso de planificación y control
de la actividad económica, existiendo rigidez en la elaboración y ejecución de
los planes.
Los problemas persistieron hasta los
primeros años de la década de los 80, cuando comenzó el periodo de
rectificación de errores y tendencias negativas, que entre otras medidas se
encaminaba al perfeccionamiento de la planeación.
Este proceso fue interrumpido por el
Periodo Especial[10] y por la incertidumbre
que caracterizaba y caracteriza el nuevo entorno de la economía cubana: estos
nuevos acontecimientos eliminaron las bases sobre las que se sustentaba el plan
de la economía: suministros seguros; precios estabilizados; planes quinquenales
con los países socialistas, que permitían un balance de recursos, distribuirlos
y redistribuirlos y que tenían primacía ante las categorías
monetario-financieras, pero generaban ineficiencia en el uso de los recursos;
subsidios adaptados al aumento de los costos de producción de las empresas
públicas; poco aprovechamiento de los avances tecnológicos, etcétera. Se
interrumpió, además, la planeación territorial a escala central y en las
provincias se mantuvo la atención a la subordinación local (León Bilbao, 2000,
12).
A partir de 1989, esta situación
provocó un efecto resultante de las siguientes situaciones contrapuestas: por una
parte, la infraestructura existente permitió establecer una estrategia de
resistencia, que ofreció posibilidades reales de enfrentar la crisis que se
desarrolló a partir de ese momento y que tuvo su momento más crítico en el año
1993, pero, por otra parte, puso de manifiesto que no se habían desarrollado
todas las capacidades internas que existían en el país, y que era necesario
establecer los mecanismos que permitieran poner en marcha todas esas reservas.
A partir de este momento el país se
enfrentó a una “estrategia de resistencia que diera coherencia lógica a las
medidas adoptadas” (mep, 2001)
encaminada a frenar el descenso de la economía, reordenarla en las nuevas
condiciones y adoptar un grupo de políticas económicas (entre 1992 y 1994 ),
con lo que se dio lugar a un proceso de descentralización de decisiones.
En 1990 comenzó un nuevo periodo
para la economía cubana, marcado por la aplicación de un grupo de importantes
medidas, que han ejercido un impacto en la situación económica y social del
país, encaminadas a transformar la estructura y el funcionamiento de la
economía. Entre las transformaciones efectuadas y sus impactos más importantes
sobre la economía y la sociedad cubanas, se destacan las siguientes:
·
Se
le ofreció un mayor impulso al turismo, permitiendo aprovechar su dinamismo, su
capacidad de generar ingresos en divisas en un breve plazo y sus posibilidades
de influir en la reanimación de otros sectores.
·
Se
crearon las Unidades Básicas de Producción Cooperativa (ubpc), con el propósito de incentivar la producción
agropecuaria, a partir de una modificación de las condiciones de trabajo e
ingreso de los obreros agrícolas, debido a una mayor personalización de los
resultados del trabajo, buscando un vínculo más directo entre la producción y la
distribución de los resultados.
·
La
ampliación del Trabajo por Cuenta Propia, con el objetivo de crear alternativas
de empleo en las difíciles condiciones de contracción de la economía y para
ofrecer cauce legal al trabajo de personas con posibilidades de incrementar la
oferta de bienes y servicios necesarios para la población.
·
La
aplicación de un conjunto de medidas para lograr el saneamiento financiero
interno, a través de la descentralización en la ejecución del presupuesto; la
elevación de los precios de los productos no esenciales, como la bebida y el
tabaco; la eliminación del subsidio a las empresas no rentables y la
introducción de un nuevo sistema tributario, anteriormente casi inexistente.
El impacto de
estas transformaciones ha permitido a Cuba enfrentarse a las enormes presiones
políticas que recibe desde el exterior y crear una capacidad de resistencia por
sí sola. Como resultado de este proceso de transformaciones, la economía cubana
ha sufrido cambios que por su naturaleza son estructurales, funcionales y
organizativos, y llevan implícito un fuerte contenido descentralizador. Esto
permite que puedan ser tomadas medidas organizativas encaminadas a lograr un
acercamiento entre la obtención de la riqueza en los territorios y sus procesos
de distribución y redistribución.
Los cambios estructurales e
institucionales (aún no finalizados) hacen cada vez más complejo
el sistema objeto de
planificación, expresado en: la aparición de nuevos actores económicos
(propiedad cooperativa, empresa mixta, sociedades mercantiles, trabajo privado
no agrícola); adelgazamiento de la administración pública; circulación interna
de un grupo de divisas extranjeras y la dualidad monetaria; reconstrucción del
sector exportador; creación de nuevas entidades de servicios (bancos, agencias
financieras) para el intercambio con los nuevos mercados; ensanchamiento del
mercado interno; sustitución de métodos verticales de dirección administrativa
por métodos de relaciones económicas horizontales entre actores
(descentralización del sistema de gestión empresarial); aparición de mecanismos
indirectos de regulación a través de la política fiscal, monetario-financiera y
comercial; implantación de relaciones contractuales y de instrumentos de cobros
y pagos en el sistema empresarial, entre otros.
Por otra parte, la economía cubana
es una economía abierta al comercio exterior y no es posible ignorar las
rupturas de las tendencias (una vez que de forma abrupta se perdieron las
relaciones comerciales y financieras mantenidas durante décadas con los
antiguos países socialistas) que se están produciendo a escala internacional, y
que hacen el entorno más dinámico y con mayor grado de incertidumbre.
Se introducen relaciones de mercado
(aunque aún no es nítida la división del trabajo entre planificación y
mercado), lo que necesariamente introduce la flexibilidad en la planeación y
plantea de una nueva manera la relación plan-mercado en la economía cubana,
cuestión que requiere de una solución teórica y práctica.
El país está obligado a saltar de un
modo intensivo de crecimiento a otro dominado por los imperativos de la
productividad, competitividad, especialización, tecnología y flexibilidad de
adaptación al cambio (cepal,
2000), lo que requiere del uso de la planeación estratégica.[11]
Esto permitirá la aplicación y
desarrollo de iniciativas locales, en la explotación al máximo de las ventajas
comparativas de los territorios y que se logre la utilización de las economías
externas que se generan en los sistemas productivos y en las ciudades; que se
profundice en la aplicación del conocimiento y la tecnología en los procesos
productivos, lo cual podrá influir en el logro de un crecimiento económico al
crearse una mayor motivación y participación en todos los procesos.
Es por ello que en esta nueva etapa
y en este nuevo escenario, lo territorial debe cobrar una nueva dimensión, no
sólo porque aparecen nuevos objetivos intrarregionales desde el espacio subnacional, vinculados a los cambios producidos, sino
porque desde éste se puede aminorar el impacto económico y social de las
transformaciones antes mencionadas y, sobre todo, contribuir a promover el
desarrollo del país y de los propios territorios, potenciando los factores
endógenos presentes en los mismos, velando además por la integridad de estos procesos.
Este nuevo enfoque debe plantear la
gestión del desarrollo como una combinación de la gestión desde abajo con la
gestión desde arriba, en la que esta última juegue un papel de regulador del
comportamiento global de la economía; de regulación de las corrientes exógenas
de financiamiento que se asienten en el territorio, que propicie y estructure
las condiciones para que las manifestaciones endógenas tengan lugar de la forma
más plena posible, y para establecer los mecanismos de redistribución, que permitan
reducir las disparidades del desarrollo hacia dentro de la economía cubana,
influyendo, de forma sistemática, en el incremento de la atractividad
y el aprovechamiento y reforzamiento del potencial de desarrollo de los
territorios.
4. Premisas para la gestión del desarrollo desde la endogeneidad en el caso de la economía cubana
Para lograr la
gestión desde los territorios, resulta necesario el cumplimiento de un conjunto
de premisas que hagan posible poner en juego mecanismos que permitan la gestión
del desarrollo desde la endogeneidad.
El carácter centralizado del sistema
de dirección de la economía cubana ha generado una tendencia a la autarquía de
los diferentes elementos del sistema, lo que provoca, en los territorios, una
tendencia a la atrofia del sistema de relaciones interempresariales,
que disminuye la eficiencia proveniente de la división social del trabajo y
genera enclaves productivos y de servicios que limitan las posibilidades de
reinversión directa de parte de la riqueza producida en el territorio, elemento
que constituye una condición básica de la elevación de la capacidad de
desarrollo endógeno de los mismos y de una elevación de su grado de
participación de los distintos actores en su gestión.
Una de estas premisas es la
participación más activa de los órganos locales de gobierno en la gestión del
desarrollo, lo cual no puede lograrse desde una posición totalmente
centralizada, sino que requiere dar continuidad a los procesos
descentralizadores que ofrezcan la posibilidad de activar, desde la base, las
fuerzas productoras de sinergias, en combinación con la acción centralizada,
encargada de la regulación general de las proporciones sectoriales y
territoriales de la economía nacional y de los mecanismos de inversión,
distribución y redistribución necesarios.
El sistema de gestión que se diseñe
para aplicar este enfoque a la economía cubana debe partir del análisis de un
conjunto de particularidades de su sistema de dirección, de manera que la
capacidad endógena de desarrollo de los territorios se manifieste a partir de
las condiciones concretas del sistema institucional cubano. Primeramente,
porque la dinámica de acumulación de la economía cubana mantiene la
preeminencia de la propiedad estatal, lo que requiere formas de motivación y estimulación
de la creatividad, ajenos a la dinámica ciega de las fuerzas del mercado,
aunque sin negar la posibilidad de la existencia de relaciones de mercado. En
segundo término, porque el sistema de dirección de la economía cubana se
encuentra sometido a procesos de cambio con un fuerte contenido
descentralizador, que combina diferentes formas de descentralización, incluida
la territorial, las cuales deben alcanzar un nivel de profundidad tal que se
logre un equilibrio entre la descentralización funcional del sistema
empresarial –que supone la aplicación de los programas de Perfeccionamiento
Empresarial–[12]y la territorial que se pueda
manifestar a través de los gobiernos locales. Y tercero, porque el papel de las
estructuras de gobierno en la gestión del proceso de cambio que en estos
momentos se está acometiendo debe incluir la creación de los mecanismos
necesarios que los capacite para realizar la gestión del desarrollo desde la endogeneidad, y además, para que se cree una cultura de
gestión del desarrollo desde la base.
Para Cuba resulta necesario un
esquema de gestión del desarrollo que sea una combinación entre las
potencialidades territoriales, la competitividad regional, los mecanismos de
regulación estatales y de redistribución de las riquezas (para mantener el
propósito de avanzar en la reducción de las disparidades territoriales del
desarrollo) y el logro de la inserción competitiva de los territorios en el
proceso de globalización.
Por ello, una de las premisas está
dada en la estructuración del sistema territorial, de manera que se fomenten
las corrientes financieras desde los territorios, para lo cual, en las
condiciones de Cuba, se requiere de procesos descentralizadores y de
negociación con los niveles centrales, para que los gobiernos locales alcancen
una capacidad de decisión suficiente sobre parte de la riqueza creada en los
mismos, después de haber cumplido con los aportes a los niveles centrales.
Los mecanismos que hacen viable esta
premisa propician la creación, por parte de los gobiernos locales, de una
capacidad financiera local destinada a la ejecución de procesos inversionistas,
asociados al fortalecimiento del sistema productivo del territorio, o la red de
aseguramiento a servicios sociales en el mismo y sus localidades. Esto permitirá
extraer el máximo a la dinámica de acumulación de un sistema económico como el
cubano y contribuirá a la ejecución de la gestión del desarrollo desde la endogeneidad.
Estas interfases
pueden ser, por ejemplo, empresas comercializadoras y de servicio que logren
materializar los vínculos intersectoriales de diferentes entes del sistema
empresarial del territorio. Un ejemplo de ello lo constituyen las empresas
comercializadoras que puedan garantizar los vínculos entre el turismo y la
agricultura en los territorios, y donde las relaciones de intercambio se
produzcan tomando en consideración la situación de los mercados locales de
productos agropecuarios y las exigencias de calidad y precios que plantea el
turismo (Hernández, 1999).[13]
También pueden asumir diversas
formas como Patronatos
(como algunas de las funciones que realizan hoy las Oficinas de los
Historiadores en varias provincias del país y que constituyen una corroboración
palpable de los planteamientos centrales de este trabajo). El funcionamiento y
los resultados de estas oficinas constituyen un ejemplo fehaciente de las tesis
fundamentales de este trabajo, al validar la posibilidad de que en un sistema
institucional como el de Cuba se pueden crear procesos de desarrollo desde la endogeneidad.[14]
Otra modalidad son las agencias
de desarrollo (como
algunas de las funciones que realiza el Ministerio de la Inversión Extranjera y
la Colaboración), que pueden constituir un ejemplo de las vías que tendrá el
gobierno central de regular las relaciones del territorio con el sector
externo. Otras podrían estar alimentando el presupuesto a partir de las
Oficinas de Administración Tributaria y las Direcciones de Finanzas de los
Territorios y los distintos mecanismos de financiación del desarrollo que
puedan provenir de los programas sectoriales de la economía nacional, en
dependencia del objeto de desarrollo que se quiera estimular y las
características del potencial de desarrollo del territorio.
Todas estas entidades, bajo la
dirección de los órganos locales de gobierno, constituyen al mismo tiempo un
mecanismo apropiado para que el gobierno local estructure y apruebe un proceso
inversionista, orientado desde la endogeneidad,
encaminado al logro de la gestión del desarrollo. Resulta muy importante
destacar la necesidad de gestionar el vínculo de estas entidades y el sistema
empresarial con el desarrollo social del territorio y su comunidad, ya que éste
ha de ser uno de los factores más importantes de estímulo a la participación.
Es necesario que los procesos de
distribución y redistribución se acerquen lo más posible en tiempo y espacio a
los productores directos de la riqueza material, de manera que se perciba, con
la mayor nitidez posible, que cada cual aporta según su capacidad y recibe
según su trabajo (Marx, 1878).
Por otra parte, para que exista un
verdadero desarrollo desde la endogeneidad, es
necesario prestar atención a lo que pudiéramos llamar los factores intangibles
del desarrollo y establecer un sistema de información acerca del entorno en
todas sus dimensiones.
Se hace necesario combinar la
asimilación y difusión de la tecnología proveniente desde fuera del territorio
y que pueda tener una carácter radical, con el nuevo paradigma tecnológico
(innovación incremental), que significa la difusión y aplicación de pequeñas,
pero constantes innovaciones y racionalizaciones que surgen de los esfuerzos e
iniciativas de los actores locales, que al constituir soluciones propias, se
convierten en ventajas competitivas de los territorios. El proceso de innovación
tecnológica desde la endogeneidad se imbrica
necesariamente con la utilización de los mecanismos ya existentes (Forum de Ciencia y Técnica) y la creación de
otros nuevos, que permitan potenciar las reservas tecnológicas y productivas
territoriales. Tal es el caso de la formación de oficinas de gestión de
información y conocimientos, que integradas directamente a empresas o redes de
empresas del sistema empresarial puedan ofrecer un nivel de información
adecuado para la gestión de proyectos y financiamientos que redunden en la
elevación de la competitividad del sistema empresarial y del territorio o
localidad en su conjunto.
Un ejemplo de lo anterior es el
papel que las universidades pueden jugar como interfases
entre el desarrollo científico-técnico y tecnológico y los sistemas productivos
de los territorios, y como dinamizadoras de estrategias interactivas del
desarrollo científico, técnico y tecnológico llevado a la práctica.
Se requiere, además, dar continuidad
al sistema de capacitación para los líderes de las estructuras locales y del
sistema empresarial, que debe ser complementada con la creación de una cultura
de gestión del desarrollo en la comunidad regional, con un reforzamiento del
sentido de pertenencia regional y una imagen regional auténtica, para lo cual
cada ciudad y cada localidad debe concebir programas de imagen que eleven el
sentido de pertenencia con el territorio y propicien la participación activa de
las ciudades y de su comunidad en la transformación del territorio.
Un sistema de dirección que pretenda
mantener y desarrollar las conquistas que en el terreno social ha alcanzado,
así como proyectar niveles superiores de eficiencia, debe lograr que la
planificación continúe siendo la esencia del sistema de relaciones de
producción y su sistema institucional, pero sobre la base de un mecanismo
flexible que armonice dos procesos: por una parte, que le proporcione a los
territorios un papel activo en la definición de los objetivos estratégicos, y
por otra, esta planificación se debe realizar sobre la base de una integración
de estas metas territoriales, con las que emanan de las metas sectoriales y
nacionales, previstas y proyectadas desde el centro.
En lo relacionado con la
problemática del equilibrio sectorial-territorial, es necesario que se
establezcan los mecanismos que hagan posible que el desarrollo sectorial que
emana del nivel central, a la vez que se una a las fuentes exógenas del
desarrollo, no sea generador de enclaves productivos de bienes y servicios,
sino que estas grandes empresas y sus estrategias sectoriales se integren
armónicamente al sistema productivo territorial. Este aspecto requiere de una
extrema atención por parte de los gobiernos locales, para que establezcan,
definan y propongan cambios que permitan la creación de diferentes interfases, como las ya descritas, y que garanticen la
potenciación de los vínculos horizontales en el territorios, en lo cual el
sistema de planificación debe jugar un papel primordial.
La problemática medioambiental y de
la protección de los recursos naturales y patrimoniales constituyen elementos
que han sido atendidos exhaustivamente desde el centro y desde el territorio;
no obstante, la acción local debe continuar el establecimiento de vías que
profundicen la incorporación de esos recursos al desarrollo, y articulando la
estrategia ambiental con el resto de los planes del territorio
Todos los procesos
descentralizadores requieren de un riguroso equilibrio y control financiero
(Fernández, 1999),[15]
partiendo de que los presupuestos locales adquirirán una mayor complejidad, al
poseer fuentes de autogestión financiera, que requerirán de un riguroso control
presupuestario y de planificación, de manera que exista equilibrio entre los
objetivos propuestos y las posibilidades financieras del territorio.
Esta última premisa se logra,
básicamente, a partir de la aplicación de una planificación estratégica
territorial que integre en objetivos estratégicos territoriales todas estas
dimensiones y garantice los equilibrios requeridos.
La experiencia de seis años en la
implantación de la planificación estratégica en la provincia de Camagüey pone
de manifiesto que resulta imprescindible armonizar y coordinar la planificación
desde abajo, desde el punto de vista del ordenamiento físico-territorial (planes
de ordenamiento territorial), desde el punto de vista técnico-económico (plan
de la economía) y desde el punto de vista financiero (presupuesto), elaborados
en un sistema de objetivos territoriales, con una visión al mayor horizonte de
planificación posible, como plan estratégico territorial integrado.
Esta metodología de planificación
sobre una base prospectiva ofrece el marco y los mecanismos apropiados para
lograr el nivel de flexibilidad necesario, que permita el balance adecuado
entre los diferentes mecanismos que utilice el sistema de relaciones
económico-organizativas de la sociedad, y canalizar la participación de las
estructuras de base en la gestión del desarrollo regional.
Como se puede apreciar, sobre la
base del cumplimiento de las anteriores premisas deben ser diseñados los
mecanismos que propicien la manifestación de este sistema de gestión desde la endogeneidad. Este proceso, liderado por las estructuras
locales del gobierno, constituye una necesidad objetiva actual, para imprimir
una nueva fuerza al proceso de cambio iniciado en 1986 en la economía cubana.
Para ello, resulta necesaria la creación de mecanismos capaces de poner de
manifiesto esta capacidad endógena de gestionar el desarrollo.
Bibliografía
Bellandi, M. (1986): “El distrito industrial
en Alfred Marshall”, en Estudios Territoriales, núm. 20. La versión italiana de este
trabajo fue publicada en La Industria, núm. 3, 1982.
Castro Ruz, F. (1971), La
historia me absolverá,
Editora Política, La
Habana.
Centro de
Investigaciones de la Economía Mundial (ciem) (1996), Informe
de los resultados de la investigación sobre el Desarrollo Humano en Cuba, La Habana.
cepal
(2000), La economía cubana, reformas estructurales y
desempeño en los 90,
Fondo de Cultura Económica, México.
De Mattos,
Carlos (1999), Nuevas Teorías del crecimiento
económico. Lectura desde la perspectiva de los territorios de la periferia, mimeo,
Instituto de Estudios Urbanos, Pontificia Universidad Católica de Chile,
Santiago de Chile.
Furio Blasco, E. (1996),
Desarrollo territorial y procesos de innovación: Los milieux
innovateurs,
en Ciudad y Territorio, Estudios Territoriales, vol. xxviii, núm. 110, pp. 639-649.
Fernández
Andrés, Ana (1999), Enfoque analítico gubernamental
para medir eficiencia y eficacia de empresas públicas y unidades presupuestadas, tesis de doctorado defendida en
1999. Publicación interna de la Universidad de Camagüey, Camagüey.
Hernández Companioni, José Carlos (1999), La
relación intersectorial turismo-sector agropecuario en el contexto del
desarrollo regional. El caso de la Provincia Ciego de Ávila, tesis de doctorado defendida en
1999. Publicación interna de la Universidad de Camagüey, Camagüey.
León Bilbao, Idalberto (2000), “El perfeccionamiento de la planificación
y el papel del Estado en la Economía. Situación actual y perspectivas” en Seminario
Nacional 40, Aniversario de la Planificación en Cuba, Ministerio de Economía y
Planificación (mep),
La Habana.
Maillat, D. (1995), “Desarrollo Territorial, milieu y política regional” en A. Vázquez Barquero y G. Garofoli (eds.), Desarrollo Económico Local en
Europa, Colegio de
Economistas, Madrid.
Marx, Carlos
(1878), Critica al Programa del Partido Social Demócrata
Alema (Crítica al Programa de Gotha), Obras escogidas de Marx y Engels en tres tomos, Editora Revolucionaria, La Habana,
1970.
Mella Márquez,
J. M. (1999), “Evolución doctrinal de la ciencia regional: una síntesis”, en Economía
y Política Regional en España ante la Europa del siglo xxi, Madrid.
Mep
(Ministerio de Economía y Planificación) (2001), “Selección de materiales sobre
teoría económica”, vi
Reunión del mep, Centro de Estudios de Economía y
Planificación, La Habana.
North, Douglass C.
(1998), Institutions, institutional change and economic
performance, Cambridge University Press.
pnud
(1990), Informe sobre el desarrollo humano, Tercer Mundo Editores, Bogotá.
Rodríguez, C.
R (1983),
Letra con filo,
Editorial Ciencias Sociales, t. 2, La Habana.
Rodríguez, José
Luis (2000), “Entrevista 40 años de planificación en Cuba”, en El
Economista, núm. 10,
enero-febrero, La Habana, p. 5.
Sala i Martín,
X. (1994), Apuntes de crecimiento económico, Antoni Bosch Editor, Barcelona.
Saxenian, A. (1994): Regional advance. Culture and competition in Silicon
Valley and Route 128, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts.
Todaro, Michael (1984), El
desarrollo económico del tercer mundo,
t. 1, New York, pp. 35-44.
Vázquez
Barquero, A. (1997): “Gran empresa y desarrollo endógeno. La convergencia
estratégica de las empresas y territorios ante el desafío de la competencia”,
en Revista eure,
vol. xxiii,
núm. 70, Santiago de Chile, pp. 5-18.
Vázquez
Barquero, A. (1999), Desarrollo, redes e innovación.
Lecciones sobre el desarrollo endógeno,
editorial Pirámide, Madrid.
Vázquez
Barquero, A. (2000), Desarrollo endógeno y
globalización, en
Revista eure,
vol. xxvi,
núm. 79, Santiago de Chile, pp. 45-65.
Enviado:
7 de marzo de 2002
Aceptado: 13 de mayo de 2002
[1]
Alegato de autodefensa presentado por Fidel Castro en el juicio por el
asalto al cuartel Moncada de Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953, y que
constituye el primer programa político de la época revolucionaria, conocido
también como El Programa del Moncada.
[2]
Hasta 1993 el Producto Interno Bruto cubano disminuyó 35% con relación a
1989.
[3] En su obra Institutions,
institutional change and economic performance, Douglas North define y fundamenta cómo las
instituciones constituyen las reglas de juego del
funcionamiento de una sociedad
y demuestra cómo las mismas influyen en el desempeño de la economía (North,
1998). A esto se puede añadir que las instituciones, las relaciones
institucionales o el marco institucional se encuentran determinadas en última
instancia por las relaciones sociales de producción y su esencia, las
relaciones de propiedad, que caracterizan a la organización económica o modo de
producción, pudiendo encontrarlas reflejadas tanto en las relaciones de
producción (relaciones de propiedad, o relaciones de mercado, etcétera), como
en los elementos de la superestructura que a ellas le corresponden.
[4] Sobre el concepto de potencial de
desarrollo véase el trabajo de Vázquez Barquero (1999), donde plantea el
criterio de que dicho potencial es el punto de partida para cualquier proceso
de desarrollo.
[5] Cuando se habla de riqueza humana, se
refiere no sólo a la posibilidad de incrementar cuantitativamente la población
o los recursos laborales, sino también su preparación técnica y cultural como
capital humano.
[6] La atractividad
del territorio es su capacidad de concitar el interés por parte de las empresas
nacionales y extranjeras para invertir en el territorio. Expuesto por De Mattos
(1999, 7).
[7] El término sinergia se utiliza aquí
como el incremento de la acción de dos elementos de un sistema cuando actúan
conjuntamente o cuando por el actuar de elementos del sistema se produce una
exaltación recíproca del efecto que producen dichos elementos y su relación en
el sistema. Un elemento esencial de la materialización de la capacidad de
desarrollo de un territorio endógeno radica básicamente en su capacidad de
desarrollar fuentes de sinergias que se logran en los sistemas territoriales.
[8] Baste señalar que hasta septiembre de
1998 “El 86% del consumo mundial actual corresponde a sólo el 20% de la
población del mundo. Muchos millones de personas, en particular en el mundo en
desarrollo, han sido excluidas por la reducción del consumo. En algunos países
la gente tiene menos bienes y servicios a su disposición que los que tenía hace
20 o 30 años” (Nota introductoria de Ariel François, representante residente
del pnud
en Cuba en el Informe sobre Desarrollo Humano 1998.) (pnud, 1990).
[9] Existen territorios que su principal
limitante lo constituye el factor humano, en los cuales tendrían una relevancia
considerable todos los mecanismos encaminados a favorecer la estabilidad en el
crecimiento demográfico, las migraciones, la formación y capacitación
profesional y una mayor inclusión social.
[10] Etapa que comenzó con el derrumbe del
campo socialista y colocó a Cuba en una situación de crisis.
[11] Primero en el ámbito empresarial y
posteriormente, de forma incipiente, en el ámbito territorial público.
[12] Estrategia de cambio organizacional
que se aplica al sistema empresarial cubano, con un fuerte contenido
descentralizador, desde el punto de vista funcional, y que se aplica como una
extensión de las experiencias obtenidas, en un proceso similar, por el sistema
empresarial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
[13] Este trabajo propone la creación de
una empresa comercializadora de productos agrícolas, que sirva de interfase entre las Cooperativas de Producción
Agropecuarias y las empresas turísticas del territorio, así como para hacer
viable los procesos inversionistas que deban elevar la competitividad de la
producción agropecuaria.
[14] Los autores realizaron un proceso de
investigación en las Oficinas de los Historiadores de la Ciudad de la Habana (ohch) y la de
Camagüey (ohcc),
las que con diferentes grados de desarrollo y complejidad, dadas la madurez de
los proyectos respectivos y el potencial de desarrollo de partida, ofrecen un
panorama alentador en cuanto al desarrollo de formas de captación y uso
financiero generado en el territorio; al desarrollo de las redes empresariales
a ellas asociadas; sus vínculos con los gobiernos de los municipios donde se
desarrollan y el impacto social que van teniendo al convertirse en poleas de
transmisión entre el desarrollo de su red empresarial y el desarrollo social de
la comunidad de su área de demarcación.
[15] Este trabajo propone métodos de análisis financieros con un enfoque microeconómico, que hacen posible la realización de análisis financieros con criterios de eficiencia y eficacia.