Epistemología de las inscripciones urbanas. Cómo
recuperar la vivencialidad entre humanos y no humanos
en las ciudades
Reseña de Latour,
Bruno y Emilie Hermant (1998), Paris ville invisible, La Découverte, Paris, 159 pp.
En Paris
ville invisible, Bruno Latour y Emilie Hermant exponen una teoría de lo social surgida a la par
del seguimiento de los trazos que avanzan en la construcción de modelos que
casi siempre consideramos como ya dados. En un primer paso se reflexiona acerca
de las inscripciones –en el sentido que Jack Goody
(1993) ha utilizado– mostrando su numerosa e indispensable presencia en la
ciudad, en las interrelaciones, ya sea como fijas pancartas o móviles memorias
(bordereaux), para designar fenómenos o
totalidades parciales, así como las propiedades de las imágenes, y las
condiciones necesarias para que puedan tener capacidad de designación. Después
se aborda la construcción de las dimensiones, las escalas y las totalidades. Se
analiza, posteriormente, el papel de formateo del mobiliario urbano, las
nociones de performar, estandarizar y escenarizar. Por último, se apunta hacia el vasto espacio
que la trans-formación permite y en el cual son aún
posibles otras formas de coexistencia.
Latour-Hermant
proponen como método para conocer la ciudad, para hacerla visible, un recorrido
entre los mediadores que proliferan en la urbe y que la hacen posible. Este
libro, como el de Las ciudades
invisibles de Calvino
(1995) se abre y se cierra con las imágenes de partes de la ciudad que cobran
forma y se desvanecen continuamente (Calvino, 1983). Los autores, sin embargo,
no tratan de hacer una monografía inspirada en esas Ciudades; nos proponen una
trama, un itinerario y un desenlace sustentado en la unicidad de la escritura (Latour) y la fotografía (Hermant).
Ambos elementos en tensión simultánea se corresponden y están alineados por una
división explícitamente fílmica del libro: secuencias formadas por figuras a su
vez compuestas por planos. El libro y lo que en él se postula son un único
objeto.
Los autores-fotógrafos luchan contra
la idea de que frente a la dispersión de las imágenes que brindan los estudios
parciales sobre la sociedad, digamos subjetivos, hace falta un salto de
abstracción para “remontar, por un movimiento heroico, hacia una Sociedad ausente
en la cual vendrían a alojarse todas esas perspectivas demasiado parciales
hacia un punto de vista divino que no sería la perspectiva de nadie en
particular” (p. 53), digamos la objetividad. Al contrario, “lo visible no
reside nunca en una imagen aislada ni en algo externo a las imágenes, sino en
un montaje de imágenes, una caminata a través de vistas diferentes, un
recorrido, una puesta en forma, una puesta en relación. Ciertamente, el
fenómeno no aparece nunca sobre la imagen, pero deviene visible; sin embargo,
en lo que se transforma, se transporta, se deforma de una imagen a otra, de un
punto de vista, de una perspectiva a otra. Es necesario que una traza las
ligue, que permita ir y regresar, circular a lo largo de esta vía, de esta
‘escalera de Jacob’, transversal, lateral”. (p. 53).
La ciudad luz es un objeto que
permite acceder a la incesante formación de intermediarios. En ese sentido, el
recorrido que hacen los fotógrafos-autores es uno solo. Fotografiar y escribir
es un acto instrumental único que permite evitar la famosa ruptura
epistemológica y hurgar en los lugares donde se producen los intermediarios que
hacen posible la construcción de las ciudades para vivir en común: nosotros,
los objetos y esto que ordinariamente denominamos medio arquitectónico. Por
esta razón, el libro también es un tratado de epistemología y technelogía.[1]
En la primera secuencia, Caminar (Cheminer), se expone que para dominar una totalidad es
imprescindible ocultarse de ella e inscribirla en algún soporte; sólo entonces
es posible abarcar con la vista un conjunto hasta entonces ‘invisible’ de
relaciones entre entidades diversas. Esto permitiría, como lo enumeran los
autores: ordenar, localizar, juntar, situar, ligar, distinguir, hacer ritmo y
tener cadencia entre dichas entidades.
Pero, como lo indica el condicional
(permitiría), y éste es el primer aporte a la teoría de Goody,
estas posibilidades sólo lo son cuando los involucrados se incorporan a un
movimiento que los lleva por una serie de transformaciones o circulaciones.
Para que sea posible esta circulación es necesario, en primer lugar, el
alineamiento, es decir, la erección y el mantenimiento de los canales por los
que estos pasarán (por ejemplo, las marcas y señalizaciones catastrales que
permiten el paso de una infinidad de documentos).
La segunda condicionante es la
referencia circulante, que permite la correspondencia entre las diferentes
imágenes que coinciden con otras tantas transformaciones. Éstas se oponen a la
existencia de la información; ésta no existe, sostienen los autores del texto,
los signos aislados son absurdos y no tienen correspondencia sin todos los
intermediarios que les dan un sentido. Se pasa de un concreto a otro concreto,
jamás salimos de lo real para ir a lo formal, nunca salimos de lo
contextualizado a lo descontextualizado, sino que pasamos de una institución a
otra. No existe una ruptura epistemológica sino miles de pequeños hiatos que
nos permiten vivir en sociedad (basta pensar en el uso de mapas, de placas de
calles, de números prediales o de otros recursos inscritos, todo ello
simultáneamente, para producir un fenómeno tan simple como la ubicación de un
sitio). En ese sentido, lo visible reside en el montaje de imágenes que nos
permite ligar realidades; para decirlo brutalmente, no hay sociedad ni
información, sino transformación y asociación; nunca hay transferencia de datos
sin transformación.
En torno a esto último, los autores
señalan los dos extremos a los cuales se puede llegar en cuanto a las imágenes
que sostienen las transformaciones. Por un lado, la iconolatría sería creer que
la imagen tiene por sí misma un sentido. Por el otro, la iconoclastía
es rechazarla por no ser la cosa en sí. La imagen simplemente designa la que le
precede y la que le sigue. El fenómeno se vuelve visible cuando se ven las
transformaciones de una imagen a otra.
En la segunda secuencia, Dimensionar
(Dimensionner), se recorre la laboriosa y constante
construcción de las dimensiones, escalas, conjuntos y contextos de los
fenómenos, se trate del cielo de los astrónomos, de los meteorólogos o de los
precios de mercado del durazno. El mecanismo para lograrlo consiste en un
trabajo de referencia y de suma, de transformaciones, pudiendo visualizar en un
oligóptico (cuadro ubicado siempre en un local cerrado
donde se ven muy pocas cosas a la vez: digamos los monitores de control del
suministro de energía eléctrica o la base de datos de la formación de precios
al mayoreo), la cabeza de red provisional, la acción de todos simplificada y
ahora fácilmente trazable gracias a la materialización de la informática. Por
un proceso similar, incluso las interacciones sutiles de la vida cotidiana
pueden llegar a expresarse por medio de otra construcción como lo es el cliché.
Es decir, que no hay ni elementos ni conjuntos sino redes finas.
De estas reflexiones sobre el oligóptico surge una perspectiva crucial para la
epistemología de una geografía urbana. Todos los lugares tienen la misma talla,
los recorridos de los dimensionadores hacen variar su
medida relativa o su capacidad de ser más grandes o pequeños que otros. Sólo el
movimiento incesante del relativismo es suficientemente flexible para producir
las diferencias y registrarlas durablemente. Siguiendo las trazas de los oligópticos, la figura de lo social deviene extraña, ignora
a la sociedad y al individuo, lo local y lo global, cada parte es tan grande
como el todo, el cual es también tan pequeño como cualquier parte. El oligóptico en tanto que mediador permite pasar de escala
sin ruptura de continuidad.
Otra construcción son las
jerarquías, y se ejemplifica en los sistemas electorales que no son sino
instrumentos de medida que requieren un conjunto complicado de aparatos, toda
una serie de intermediarios, de transformaciones y sumas para alcanzar a
definir niveles de importancia. Incluso la sociedad es fabricada, se sostiene
en el libro, por diferentes sociólogos en sus centros de investigación.
La tercera secuencia, Distribuir (Distribuer), se dedica en principio a los objetos o materia y en
este caso al mobiliario urbano. Éstos, se sostiene en el libro, tienen un papel
de formateo, es decir, asignan a quienes se enfrentan a ellos un lugar, ciertas
competencias y un pequeño programa de acción para seguir avanzando. Son
dispositivos que colocarían a los humanos en el papel de oligóptico:
conectado, parcialmente inteligente, ciego y localmente completo. Estos objetos
urbanos despreciados por la sociología nos convierten en humanos ergonómicos
capaces de atravesar los regímenes de acción que sin una relación aparente son
puestos en marcha y con relación al momento de actuar en la ciudad pasando de
dispositivo en dispositivo de manera competente. El mobiliario urbano está
constituido de una multitud de formatos que se dirigen a seres genéricos de
formas, de naturalezas, de conciencias, de intencionalidades diferentes
resumidos todos bajo el término de usuarios (p. 101).
Otra característica de la materia es
que transporta a través del tiempo la acción que se le ha dado. Aquí se
introduce la noción de “performar” (desempeñar): la
materialización irreversible (o transformación a grandes costos) de una
interpretación. El arquitecto o urbanista se encuentra entonces justamente en
proceso de circulación de los planos modificados hacia el territorio
irreversiblemente transformado (aún ahora, los parisinos habitan los sueños
materializados de Haussmann, p. 109). Y es también
por la acción de performar que se distribuye y se da
formato a través del tiempo convirtiendo la acción en disciplina.
Una noción diferente es la de
estandarizar. Es una construcción de constantes que tiene como fin asegurar que
una medida no se transforme y pueda entonces saberse por comparación si hay
alguna transformación. Estandarización
consiste en el trabajo sociotécnicamente necesario
para estabilizar los referentes que permiten poner en equivalencia realidades
distintas para habitar las ciudades. Un ejemplo clásico de esta estandarización
es el desarrollo de la cronometría que es acompañado del avance desde la
relojería mecánica hasta la molecular. Con la estandarización pasamos del
instrumento de medida a la metrología y del lento paso del dimensionamiento al
aún más lento proceso de producción de dimensiones. Pero vale la pena mencionar
que en el mismo movimiento, la forma y el contenido se han invertido
duraderamente (p. 119).
La última parte de la secuencia se
aboca a mostrar la construcción de lo social por medio de la escenarización. Ésta es una voluntad de totalizar la
multiplicidad. Así, se preguntan los autores: “¿por qué lo social no aparece jamás
como un trazado y siempre como una esfera; […] por qué no aparece hecho de
archipiélagos ligados por el hilo continuo de los formateos,
sino siempre como una pirámide gigante cuyas estructuras se pierden en el cielo
o bajo nuestros pies, aplastando las acciones individuales?” (p.125) Se escenariza lo social a través de “lugares de memoria”,
postales, clichés, expresiones comunes que ofrecen al colectivo reunirse bajo
formas diferentes pero siempre parciales. Las totalizaciones parciales son
escenas que, marcándose en el paisaje citadino, sirven para explicar todo su
desarrollo. Como si la toma de conciencia de lo total no pudiese lograrse sino
a condición de proceder a un ejercicio incesante de localización de las
multiplicidades dispersas. “Sí, existe un social total, un panóptico, pero en
plural” (p.132), y en medio de una circulación incesante de mediadores
visuales, lingüísticos y objetuales.
En la secuencia final, Permitir (Permettre), aparece una noción de institución en la que el
movimiento continuo de cuerpos, artesanos, administradores, etcétera, permite
una renovación en el mismo sitio y es lo que proponen los autores para realizar
en el vasto espacio que se obtiene al mirar las pequeñas redes. Los
autores-fotógrafos nos recuerdan que el artista Christo
había propuesto envolver con una tela el Pont-Neuf
sin percibir que la tela que aún hoy día cubre al puente, así como el cemento
que lo mantiene en pie, está constituido también por un cuerpo social complejo
sin el cual el puente y todas las ciudades serían montones de polvo.
Paris ville invisible
es un libro que pretende mostrar la inexistencia de estructuras o de
organizaciones o divisiones ya establecidas de antemano que permitan y den
sentido a la coexistencia. Las diferentes entidades que conforman el mundo
social se interrelacionan transformándose y circulando por trazos que se pueden
hacer visibles y que no están determinados por alguna estructura
predeterminada. Este libro es un objeto indispensable para los interesados en
las aportaciones simultáneas al arte visual, la epistemología, el urbanismo, la
sociología y la misma filosofía.
Bibliografía
Goody, Jack (1993), La
raison graphique: la domestication de la pensée sauvage,
Les éditions de minuit,
París.
Calvino, Italo (1983), “Conferencia pronunciada el 29 de marzo de
1983 en la Graduate Writing
Division of Columbia University”,
Nueva York.
Calvino, Italo (1995), Las ciudades invisibles, Siruela,
Madrid.
Antonio Arellano Hernández
Universidad Autónoma del Estado de México
Correo-e: aah@uaemex.mx
León Arellano Lechuga
Universidad del Valle de Toluca
Correo-e: leonarellano@mac.com
[1] Término empleado para aludir a la
construcción de la tecnicidad. No se emplea la palabra tecnología tomando en
consideración que socialmente ha sido cooptada para referirse a las técnicas
modernas.