La construcción ambiental del bienestar urbano. Caso de
Medellín, Colombia
Peter Charles
Brand *
Abstract
The
approach of this paper, more than being addressed to ‘objective’ environmental
problems –the state of ecosystems and natural resources–, examines the emerging
conditions of the environmental problem and the construction within this issue
of a set of ideas, arguments and intervention objects to handle the cities.
That analytical perspective requires to dialectically relate
the urban environmental proposals with the general urban development dynamics,
as well as with the general contemporary contradictions and conflicts within
cities and regions. The paper takes as a reference the state reforms and the
dismantling of public welfare policies and institutions. Having this as a
starting point, the transference of the welfare idea to environmental issues is
explored, as well as the symbolic construction of this idea in the cities
through the planning discourse and the aesthetic representations of urban space,
both moved by specialized institutions.
Keywords: environment, sustainable city, metaphor, welfare
discourse, urban shape.
Resumen
El enfoque
adoptado en este trabajo no se dirige a los problemas ambientales ‘objetivos’
–el estado de los ecosistemas y los recursos naturales–, sino más bien se
escudriñan las condiciones de surgimiento de la problemática ambiental y la
construcción en ella de un conjunto de ideas, argumentos y objetos de
intervención para manejar las ciudades. Dicha perspectiva analítica exige
intentar relacionar dialécticamente las propuestas ambientales urbanas con la
dinámica general del desarrollo urbano y las contradicciones contemporáneas al
interior de las ciudades y las regiones. El trabajo toma como referencia las
reformas del Estado y el desmonte de las políticas e instituciones públicas de
bienestar. A partir de ahí se explora la transferencia de la idea de bienestar
hacia el medio ambiente y la construcción simbólica de esta idea en las
ciudades, mediante el discurso planificador y la representación estética en el
espacio urbano, movilizados ambos por instituciones especializadas.
Palabras clave:
medio ambiente, ciudad sostenible, metáfora, bienestar, discurso, forma urbana.
*
Universidad Nacional de Colombia, campus Medellín. Correo-e: pbrand@epm.net.co
1. Introducción[1]
El fenómeno de la
globalización ha traído consigo no sólo la integración de la economía a escala
mundial, sino también la diseminación ampliada de los discursos (como este) y
de las ideas urbanísticas y territoriales sin precedentes en la historia (como
las que se expondrán críticamente en este ensayo). No obstante, la
reconfiguración de la relación global-local implícita en este proceso y la resignificación de lo local como plataforma de integración
e identidad, la hegemonía neoliberal tiende a asegurar un cerramiento tenaz de
la comprensión de los desafíos contemporáneos del desarrollo, de manera que el
surgimiento de las localidades esté cuidadosamente condicionado en su contenido
y alcance.
En este trabajo se privilegia el
discurso global del desarrollo sostenible y las propuestas urbanísticas locales
que surgen de éste en términos de la ciudad sostenible. Evidentemente, se trata
de un problema contemporáneo que se distingue por sus dimensiones planetarias,
cuyas manifestaciones y forma de comprensión actual no hubieran sido posibles
sin la globalización de la economía y todo lo que ésta significa en cuanto a
los procesos de producción y distribución, los patrones de consumo, el uso de
tecnologías, etcétera. A su vez, la creciente urbanización de la población en
el ámbito mundial y la concentración de los procesos de producción y consumo en
las ciudades –y con esto el redespliegue espacial de una parte importante de la
fuente de los problemas ecológicos globales– conducía, dentro de este
replanteamiento discursivo de los problemas del desarrollo, a la formulación de
nuevas ideas sobre cómo deben ser las ciudades.
En efecto, bajo la sombra de una
crisis ecológica global, las ciudades se reconceptualizaron
desde una perspectiva ecológica. Hoy en día existe una vasta literatura y
numerosas redes internacionales sobre la ciudad sostenible. El Informe Brundtland, Nuestro Futuro Común (1987) había dirigido por primera vez
la atención ambiental hacia las ciudades, se compiló una agenda ambiental
urbana en la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, y en la Cumbre de Ciudades en
Estambul (1996) se pudo empezar a demostrar ‘prácticas ejemplares’. Al comenzar
el siglo xxi,
la sostenibilidad es un objetivo universal para la orientación del desarrollo
urbano, no sólo una preocupación ‘de lujo’ en los países desarrollados (ver,
por ejemplo, cec,
1990), sino algo que también encarrila las propuestas urbanas en el mundo
entero (ver, por ejemplo, Jenks y Burgess,
2000).
Sin embargo, el enfoque adoptado
aquí no se dirige a los problemas ambientales ‘objetivos’ –el estado de los
ecosistemas y recursos naturales, y la modificación de ellos en el proceso de
urbanización–, sino más bien se pretende escudriñar las condiciones de surgimiento
de la problemática ambiental y la construcción en ella de un conjunto de ideas,
argumentos y objetos de intervención para manejar las ciudades. Se rechaza la
noción idealista de la revelación de valores inherentes en la naturaleza, para
mirar el proceso de asignación social de significados y sentidos al medio
ambiente. Esta perspectiva analítica –de la construcción simbólica de la
naturaleza/medio ambiente– exige intentar relacionar dialécticamente las
propuestas ambientales urbanas con la dinámica general del desarrollo urbano y
las contradicciones contemporáneas al interior de las ciudades y regiones. Los
enfoques ambientalistas ortodoxos tienden a ver estas contradicciones
únicamente en términos de los límites ecológicos al desarrollo; ignoran por
completo las contradicciones al interior de la organización social y, por lo
tanto, la posibilidad de percibir en lo ambiental no solamente un problema ecológico, sino también una respuesta a otros problemas de orden social,
tales como la cohesión, la gobernabilidad, la justicia, la representación
política y estética, etcétera.
En esta dirección, el presente
trabajo tomará como punto de partida o presupuesto las reformas del Estado y el
desmonte de las políticas e instituciones públicas de bienestar. A partir de
ahí se explorará la transferencia de la idea de bienestar hacia el medio
ambiente y la construcción simbólica de esta idea en las ciudades, mediante el
discurso planificador y la representación estética, movilizados ambos por
instituciones especializadas. En la primera parte se esbozan algunas maneras
generales de entender la ambientalización
de la planeación
urbana; en la segunda, se explora la calidad metafórica de las propuestas
ambientales urbanas resumidas en términos como la ‘ciudad sostenible’ o ‘ciudad
compacta’; y en la tercera parte se ilustra la movilización de los nuevos
sentidos en el caso de la ciudad de Medellín, Colombia.
2. Consideraciones
teóricas sobre la problemática ambiental
Esquemáticamente,
podrían plantearse tres maneras de entender la ambientalización de las preocupaciones urbanas y de la
planeación de las ciudades. El primero, y de hecho el sentido principal de los
esfuerzos oficialistas, se basa en la objetivización
del medio ambiente y la medición cuantitativa del estado de los recursos
naturales. Se parte de la proposición de que el medio ambiente consiste en un
complejo conjunto de sistemas ecológicos y recursos naturales, cuyo deterioro
amenaza el soporte natural de la vida humana y la base del sistema de
producción económica. Por lo tanto, cuidar el medio ambiente, administrarlo con
prudencia y criterio ecológico se vuelve un principio (el de la sostenibilidad)
que ha de orientar todas las actividades sociales. Y en un mundo urbanizado,
las ciudades se convierten en centros clave para el desarrollo sostenible (un-Habitat,
1996).
Dicha objetivización
del medio ambiente conduce a lo que Hajer (1996)
describe como la ‘modernización ecológica’. Ésta consiste en la aplicación de
la racionalidad técnico-científica para describir y explicar los problemas
ambientales cuya resolución se adjudica, a su vez, a una alianza entre las
grandes corporaciones científicas, industriales y gubernamentales. Esta alianza
fija la agenda ambiental a escala global y define las pautas generales para
acciones más locales y participativas. La estrategia está dominada por los
centros de poder/conocimiento y la regulación del medio ambiente, que funciona
con base en instrumentos tanto del mercado como de control normativo, y más
recientemente con el involucramiento/cooptación de las organizaciones sociales
(Harvey, 1996). Sin embargo, la tecnología y las técnicas siguen siendo los
ejes. En estas últimas, como la contabilidad y la auditoría ambientales, los
estudios de impacto ambiental, el monitoreo y los indicadores, reside la
función de demostrar la eficacia de la estrategia de modernización ecológica
y/o la necesidad de trabajarla con más determinación. En cuanto a resultados,
las condiciones objetivas del medio ambiente, global, nacional y urbanísticamente,
siguen en declive (ver pnuma,
1999; Low et al., 2000).
Una segunda línea de interpretación,
estrechamente articulada con la primera, postula en la ambientalización
de la planeación la posibilidad de ampliar la participación ciudadana y
fortalecer la democracia local. Comparte con la modernización ecológica la
importancia del medio ambiente en cuanto a la calidad de vida: después de todo,
¿quién puede negar que el deterioro del medio ambiente –la inseguridad de los
hogares producto de la amenaza de desastres naturales, los riesgos para la
salud debido a la contaminación del aire y del agua, el empobrecimiento
espiritual producto de la degradación estética del paisaje, etcétera– son
asuntos de peso? Sin embargo, rechaza la determinación técnico-científica de
las condiciones ambientales y la calidad de vida, y en su lugar reclama la
necesidad de ampliar las perspectivas mediante el diálogo y el debate. En otras
palabras, el asunto se politiza, y esta politización se produce tanto en el
plano discursivo, para dotar a la noción de desarrollo sostenible de un sentido
social concreto (Escobar, 1999; Acselrad, 1999), como
en las prácticas concretas de administración del espacio.
Esta concepción ha sido importante
en los asuntos urbano-regionales, ya que se trata de un acercamiento experiencial al medio ambiente en espacios o territorios
concretos. Esta deja de ser una preocupación distante y abstracta, para
entrometerse en la vida mundana y condicionar la sensibilidad individual y
social hacia el entendimiento de las condiciones de existencia urbanas y
regionales (Brand, 1996c; 1999). En consecuencia, el
medio ambiente adquiere un sentido práctico-político accesible a los ciudadanos
no expertos en el tema, y muchas veces en contradicción con el entendimiento
técnico-científico de las autoridades ambientales y de planificación. De esta
manera, el medio ambiente anima la cuestión de la política urbana, erigiéndose
en un asunto que permite controvertir el devenir de las ciudades y de proyectos
específicos de desarrollo. A partir de esta movilización general alrededor del
medio ambiente, se cifran las esperanzas de nuevas dinámicas progresistas para
‘dignificar’ la existencia de las mayorías en los sectores degradados de las
ciudades. En Colombia, por ejemplo, Viviescas (1993:
76) ha conceptuado:
En este punto
se evidencia la potencia de la dimensión ambiental para darle fundamentación y
coherencia a la configuración de la sociedad civil colombiana [...]: en primer
lugar, porque la dota con marcos de referencia tangibles e inmediatos de
consideración de la calidad de la existencia individual y colectiva que están
más allá de los niveles ‘básicos’ o ‘mínimos’, superando el marco de la mera
supervivencia y elevando con ello el horizonte de la reivindicación social y,
en segundo lugar, porque le da a su accionar una significación que avanza sobre
los aspectos meramente físicos y locales, dotándola de referentes e imaginarios
que tienden a cualificar y ampliar la perspectiva política y cultural.
Más allá de un
medio experiencial y discursivo para redefinir
políticamente el futuro de las ciudades, sobre lo cual hay evidencias
alentadoras, el medio ambiente también se perfila, en su condición de medida de
la calidad de vida urbano-regional, como nueva esfera de acción estatal a favor
del bienestar colectivo. En Colombia, Palacio (1994: 26), por ejemplo, opina
que “... lo ambiental, considerado como política social, bien podría ser el
relevo de las políticas sociales de viejo cuño fundadas en el Estado
Providencia”. Ciertamente, el fuerte redireccionamiento
de las instituciones del Estado hacia el medio ambiente presta cierta
credibilidad a tal apreciación. Sin embargo, los efectos logrados hasta ahora,
vistos a la luz del movimiento general de las condiciones de vida de las
mayorías populares, advierte de la enorme distancia a recorrer todavía.
Una tercera opción de interpretación
desarrolla las sugerencias respecto al significado político del medio ambiente
antes señalado, pero ubica al medio ambiente, y los esfuerzos político-institucionales
sobre éste, dentro del conjunto de las transformaciones sociales. Se trata de
una perspectiva teórica que rechaza la cosificación del medio ambiente como
objeto y lo considera como una construcción social. De ahí surge el desafío de
entenderlo no sólo como una cosa (ecosistema o recurso) para ser administrada,
ni únicamente como algo en disputa política, sino más bien para examinar las
condiciones mismas del surgimiento del medio ambiente como problemática. Esto
conduce a aproximaciones históricas y antropológicas que obligan a acercarse al
medio ambiente en su materialidad y contenido simbólico. Aunque abre
perspectivas de reflexión filosófica, este enfoque lo sitúa sobre todo en la
esfera de la praxis. Como explica Harvey (1996), todo proyecto sobre el medio
ambiente es necesaria y simultáneamente un proyecto de cambio social.
En relación con las ciudades y su
planeación, se plantea la necesidad de ubicar lo que se examinará en este
trabajo –los discursos, las instituciones y las prácticas espaciales del
ambientalismo urbano– en relación dialéctica con las transformaciones de orden
económico y político, junto con las conciencias sociales que de ahí se deriven;
es decir, intentar captar la plena significación del auge ambiental en relación
con el redireccionamiento general de la
administración urbana en las condiciones contemporáneas de modernización.
En términos más concretos, esta
perspectiva permite ahondar en el análisis del significado de la reconstitución
de la idea del bienestar en y a través del medio ambiente, examinando dichas
posibilidades en relación con el desmonte de los propósitos, instituciones y
programas tradicionales del Estado de bienestar (vivienda para todos, pleno
empleo, seguridad social universal), el movimiento general hacia la
privatización de la vida, y el reto de reconstruir un sentido de interés
colectivo en un periodo de fragmentación e intensificación de desigualdades
sociales (Brand, 1996a). Urbanísticamente, se abre el
camino hacia el examen crítico del significado de una nueva idealización de la
forma y la organización urbanas (la ciudad ‘sostenible’). Asimismo, abordar las
contradicciones y conflictos inherentes al medio ambiente abre nuevos debates
relacionados con los derechos y deberes ciudadanos, la justicia social, la
legitimación del Estado, el control social y la formación de un nuevo campo de
relaciones disciplinarias (Dickens, 1996; Macnaughten
y Urry, 1998). En fin, una constelación heterogénea y
contradictoria de connotaciones que ofrece nuevos caminos de reflexión para
entender y orientar el desarrollo urbano.
A continuación se pretende un
acercamiento a esta amplitud de posibilidades mediante la comprensión de la
‘ciudad sostenible’ como metáfora. Se enfocará la ciudad sostenible no como una
agenda técnica, sino como un ideal: una fijación de aspiraciones sociales y
significados espaciales, con la capacidad de reorientar el sentido del
desarrollo urbano y legitimar las acciones estatales en nombre del bien
colectivo. De este modo, la medición de la sostenibilidad no se preocupa por
los índices de consumo de energía, contaminación, riesgo o biodiversidad, y ni
siquiera por la calidad de vida o la justicia urbana, sino por la manera y
grado en que la idea adquiere el reconocimiento y apoyo públicos, para así
contribuir a la cohesión social y la gobernabilidad urbana. Se busca captar la
idea de la ciudad sostenible en su pureza metafórica: una figura para comunicar
sentido y replantear los problemas socioespaciales de
tal manera que sean políticamente manejables. En consecuencia, se deja atrás el
análisis técnico de los sistemas de recursos naturales para concentrarse en el
mundo de los símbolos y la movilización de significados a través del discurso
planificador y la forma urbana.
La exploración de estas ideas en el
caso de Medellín es apropiada en varios sentidos. La ciudad asimiló
enérgicamente las propuestas del desarrollo sostenible a mediados de los años
80, y en plena crisis social. La ciudad estaba sufriendo un agudo conflicto
social asociado con los cárteles del narcotráfico, y luego se agudizaron la
violencia política, los problemas de orden público y los índices de
criminalidad, estos últimos más típicos de la ciudad latinoamericana. La
urgente necesidad de reconstruir el sentido de unidad y orden en Medellín hizo
que se explotara al máximo (y sin premeditación) el potencial ambiental, para
enfrentar y encauzar los problemas socioespaciales.
3. La metáfora de la
‘ciudad sostenible’
No obstante la
reciente aparición de los inicios de una discusión crítica en torno a la noción
de la sostenibilidad urbana (Dragsbeck Schmid, 1998; Parnwell y Turner,
1998; Marcuse, 1998), generalmente se ha dado una interpretación bastante
literal a los términos ‘desarrollo urbano sostenible’ y ‘ciudad compacta’.
Sobre la base de una mirada ‘objetiva’ a las condiciones internas de las
ciudades y su contribución a los problemas ambientales globales, se ha
formulado una agenda ambiental urbana de múltiples dimensiones, pero que puede
organizarse alrededor de los temas de: el consumo de energía, la polución, el
transporte, la naturaleza, los estilos de vida y las formas de administración
de lo urbano (Brand, 1996b). El reto de la ciudad
sostenible se ha entendido con un sentido esencialmente técnico, que consiste en
un esfuerzo sistemático de reducir o eliminar los problemas objetivamente
definidos, cuantificables y medibles. Esto, a su vez, ha influido en la
definición de una agenda socioespacial para la
administración ambiental del desarrollo urbano. El enfoque ha sido pragmático e
incremental: hacer lo posible en cada lugar particular y medir los resultados
mediante un conjunto cada vez más amplio de indicadores de sostenibilidad.
La idea de la ciudad compacta, con
su énfasis en la forma urbana, refleja esta tendencia general. Es menester
observar que el debate no se ha limitado a una escala espacial específica ni se
ha restringido exclusivamente a la ciudad como la unidad espacial definitiva.
El enfoque pragmático e incremental ha permitido que, por un lado se destaque
el edificio y el barrio, al tiempo que el reconocimiento de los sistemas
urbanos lleve la atención a los sistemas regionales de asentamientos. La
preocupación principal parece no ser tanto la compactación geográfica, sino más
bien el impacto ambiental de las formas espaciales y los patrones de
actividades. De esta manera, la idea de la ciudad compacta se revela tanto en
su sentido literal como en el figurativo o como aspiración social. También
podría plantearse, a la manera de Castells (1996),
que la explosión del espacio económico y social ha provocado esta respuesta,
que intenta contrarrestar las consecuencias de la globalización y anclar
localmente la experiencia del espacio mediante la referenciación
ambiental en la producción de lugares.
Vista la sostenibilidad urbana desde
esta perspectiva –el control sobre el espacio y la administración del lugar–
las inconsistencias lógicas del desarrollo sostenible y las persistentes
limitaciones de las prácticas urbanas dejan de ser problemáticas en el sentido
ortodoxo. El desafío de la ciudad sostenible se vuelve menos un fin ambiental
para convertirse en un medio de administración socioespacial.
En otras palabras, la ciudad sostenible se puede entender como un proyecto
expresamente político, cuyos propósitos y efectos consisten en el
replanteamiento de los problemas urbanos y la predefinición de las metas socioespaciales. La ciudad compacta se manifiesta como un
dispositivo metafórico para condensar tales metas, para encapsular un nuevo
conjunto de significados sociales y para cautivar la imaginación intelectual y
social en la administración del lugar.
3.1 La naturaleza de
la metáfora
El empleo de
metáforas en el urbanismo tiene una larga historia. Hacia finales del siglo xix se empezó
a hablar de la ‘ciudad-jardín’, el modernismo introdujo las ‘calles en el aire’
y más tarde ‘aldeas urbanas’, y en el periodo actual del posmodernismo han
proliferado metáforas como la ‘ciudad vivible’, la ‘ciudad educadora’ y la
‘ciudad saludable’. Mientras que el uso de metáforas visuales constituye una
dimensión corriente de la arquitectura (Jencks,
1977), el uso de metáforas literarias en la planeación urbana es tal vez
igualmente común, pero menos estudiado. Incluso, podría pensarse que la
metáfora es aún más pertinente en el urbanismo como mecanismo para comunicar
significado, teniendo en cuenta que en el urbanismo el énfasis pasa del deleite
estético a la intención social.
Por otro lado, la manera en que se
comunica a través de la metáfora es de suma importancia. La disciplina del
urbanismo se fundamenta en las ciencias sociales y, hoy en día, cada vez más en
las ciencias de la tierra. La formación de ideas sobre las ciudades, la
legitimación social de ellas y las prácticas de planeación se erigen sobre la
base del conocimiento experto y la explicación racional de las dinámicas
urbanas. Sin embargo, a pesar de estos cimientos técnico-científicos, el
urbanismo recurre continuamente a las estratagemas retóricas, y las metáforas
constituyen una parte importante de ellas. En contraste con la explicación
racional, la metáfora es directa, atrayente y sugestiva; apela a las emociones
y motiva. La metáfora no es analítica en el sentido de desagregar problemas y
descubrir relaciones causales; más bien condensa significados y simboliza
aspiraciones.
El movimiento general de la noción
de sostenibilidad en la última década, y especialmente desde la Cumbre de las
Ciudades realizada en Estambul en 1996, tiende a prestar credibilidad a este
entendimiento metafórico. Si bien en sus inicios se entendía el desarrollo
urbano sostenible con referencia a las condiciones objetivas de los sistemas de
recursos naturales, ahora está asociado con una amplia gama de facetas de lo
urbano y cierta subjetividad social en cuanto a la calidad de vida, interdependencia,
bienestar, inclusión y cohesión social. En otras palabras, se ha abandonado la
designación racional-objetiva de un campo específico de problemas espaciales
(aquello asociado con el espacio natural) para incorporar la interpretación
amplia y cualitativa de dichos problemas, en la comprensión integral de la
ciudad y la vida urbana.
En este sentido, la ciudad
sostenible puede verse como una metáfora vital para la renovación de las
aspiraciones socio-urbanas en el contexto de la individualización posmoderna y
la privatización de la vida, al mismo tiempo que insistentemente evoca la
necesidad de pensar el futuro en medio de un presente abrumador por la
velocidad y envergadura de los cambios que contiene (Brand,
1999). Por su parte, la metáfora de la ciudad sostenible es aun más potente,
aun más resonante en sus connotaciones con la sociedad de consumo
postindustrial. Después de todo, es contemporánea con el disco compacto y se
alimenta de la asociación de éste en cuanto a lo último en tecnología, estilo
de vida y eficiencia digital. La ciudad compacta se opone, tácitamente, a lo
obsolescente y despreciable del crecimiento descontrolado, sea de ciudades,
tubos catódicos, cuerpos sobrepasados de kilos y estilos de vida mal enfocados.
La metáfora no conlleva ningún
significado preciso; más que denotar, evoca. Su significado no está determinado
por la metáfora en sí misma, sino que se establece en conjugación con el
contexto social y las reverberaciones que se producen en circunstancias
específicas. En consecuencia, en la utilización de una metáfora siempre tiene
que existir una manipulación consciente del significado, y una metáfora social,
como la ciudad sostenible o el desarrollo urbano sostenible, nunca pueden ser una meta objetiva,
sino una gama de posibilidades abiertas cuyas prioridades son determinadas por
las urgencias del presente. En la sección siguiente se esbozan este contexto y
estas prioridades en el caso de la ciudad de Medellín.
3.2 El caso de
Medellín
Medellín es una
ciudad de dos millones de habitantes y el centro de un área metropolitana que
incorpora otros nueve municipios y una población total de tres millones,
aproximadamente. En 1930 no existía sino un pequeño asentamiento de unas cien
mil personas, ubicado cómoda y pasiblemente en un valle fértil de la cordillera
central de los Andes. Ahora es una ciudad bulliciosa e industrial que crece
cada día más por las laderas fuertemente inclinadas, reventándose. Medellín se
enorgullece de una de las mejores tasas de provisión de servicios públicos en
América Latina (99% de los hogares tienen electricidad, 98% acueducto y
alcantarillado, y 82% teléfono doméstico), además tradicionalmente ha tenido un
fuerte liderazgo e identidad regionales (Alcaldía de Medellín, 1998).
Sin embargo, en la década de los 80
las cosas empezaron a deteriorarse. La lenta acumulación de problemas urbanos y
una fuerte recesión industrial se juntaron para producir el estancamiento de la
economía, la pauperización extendida de la población y una aguda segregación socioespacial. (Departamento Administrativo de Planeación
Metropolitana, 1985). Tensiones sociales latentes salieron a la superficie y
luego explotaron con el surgimiento de los cárteles de drogas (Jaramillo,
1996). Se asentaba una cultura de violencia en la ciudad, y el número de
homicidios en el área metropolitana llegó a 6,644 en 1991 (más o menos 1 por
cada 400 personas al año). La violencia urbana alcanzó proporciones epidémicas,
y todavía hoy el homicidio es la causa principal de muerte entre los hombres de
15 a 40 años y la obsesión cotidiana de todos los grupos sociales (Jaramillo,
1995; Veeduría Plan de Desarrollo, 1997).
Frente a esta situación se diseñaron
dos campos de acción para reestablecer el orden
público y el control estatal. El primero, más obvio y reconocido, fue
abiertamente político. Por primera vez en la historia urbana de Colombia se
creó una Comisión Presidencial para enfrentar los problemas sociales críticos
de Medellín, en especial aquellos relacionados con los altos niveles de criminalidad
y violencia generados por los cárteles de narcotraficantes. La estrategia
incluyó una política de negociación con las organizaciones ilegales de la
ciudad (narcotraficantes, movimientos guerrilleros y de delincuencia común), y
el establecimiento de pactos de no violencia entre los actores en conflicto por
el control territorial de los sectores populares de la ciudad (Programa
Presidencial para Medellín y su Área Metropolitana, 1992; Jaramillo et
al., 1998).
El segundo campo de respuesta fue
explícitamente espacial y dirigido hacia el mejoramiento de las condiciones de
vida de las áreas más pobres de la ciudad. En contraste con el enfoque
represivo y de negociación política con los actores armados, esta vez se enfocó
en la vida cotidiana de la gente en el contexto de crecientes niveles de
violencia, desorden y desesperación. Teniendo en cuenta los niveles
excepcionalmente altos de provisión de servicios públicos y la calidad
generalmente aceptable de las condiciones físicas de la vivienda, el mejoramiento
urbano se presentó como un desafío esencialmente (pero no exclusivamente)
cualitativo. A continuación se examinará cómo, en este contexto de aguda crisis
social, el medio ambiente y la idea de sostenibilidad jugaron un papel
protagónico en la reconstrucción simbólica de un sentido de unidad y propósito
común.
Al privilegiar el medio ambiente no
se está sugiriendo que éste en sí constituya un campo eficaz para reestablecer el orden social en la ciudad, ni que tenga
cualidades innatas que determinen el bienestar socioespacial.
Se parte más bien de una postura analítica que entiende la necesidad de la
construcción social de significados ambientales, y que la potencia del medio
ambiente y de la sosteniblilidad únicamente pueden
concretarse y explotarse en relación con el conjunto de problemas urbanos.
4. La metáfora de la
sostenibilidad y la movilización del significado en Medellín
El desafío de
fondo del ambientalismo urbano en Medellín fue movilizar significados alrededor
del valor de la vida, la armonía y la coexistencia pacífica en y a través de la
naturaleza, y utilizar la construcción de estos valores como un marco de
referencia para repensar el futuro de una ciudad nublada por la violencia. El
problema ambiental de Medellín residió no tanto en las condiciones objetivas de
los sistemas de recursos naturales, sino más bien en cómo insertar el medio
ambiente en el despliegue de los recursos formales (económicos, regulatorios y
discursivos) para el desarrollo urbano, de manera que proporcionara coherencia
y sentido a la vida urbana colectiva y legitimara el ejercicio de la autoridad
pública.
Un ejercicio de esta naturaleza
tenía sus raíces también en la realidad física de la ciudad. Los desastres
ambientales causados por inundaciones y desprendimientos de tierra aseguraron
que el medio ambiente ya existía como una preocupación entre la ciudadanía. Sin
embargo, para que la metáfora de la sostenibilidad pudiera adquirir una
aceptación social más amplia, los valores asociados con el medio ambiente
tenían que ser movilizados y materializados en las formas simbólicas mediante
las cuales la gente llevaba a cabo su vida cotidiana. Las siguientes secciones
demostrarán cómo el discurso y la forma espacial proporcionaban este
significado simbólico, y cómo la creación de instituciones especializadas
garantizaban su eficaz transmisión.
4.1 El discurso de
la planeación
La primera vez
que el medio ambiente recibió atención seria fue en el plan de desarrollo de
1986. Aún en esos inicios, el contexto social fue de suma importancia en cuanto
a la manera de presentar el medio ambiente como un problema. En ese periodo, la
recesión económica y la influencia del narcotráfico empezaban a sentirse en la
ciudad, agudizando los problemas sociales, y la construcción del prestigioso
proyecto Metro de transporte masivo, iniciado en 1984, estaba rodeada de
escándalos de corrupción que pronto llevarían a la suspensión de la obra
(Acevedo et al.,
1993). En consecuencia, la credibilidad de la administración local se veía
severamente debilitada, así como la confianza del público en las instituciones
locales, y un sentido de vulnerabilidad invadía a la ciudad. El medio ambiente
emergía como un vector de esta vulnerabilidad, y podía ser explotado para
desviar la impotencia o complicidad del Estado local en relación con el declive
generalizado y crítico de las condiciones urbanas. La siguiente cita
(Departamento Administrativo de Planeación Metropolitana, 1986: 39) ilustra
cómo se logró tal efecto:
Asunto
primordial como el que más es el de la seguridad ciudadana sin cuya presencia
cualquier panorama que se plantee estará nublado por la zozobra y la
intranquilidad; esta seguridad deberá estar afianzada en las medidas que
adopten las entidades de gobierno para la prevención del delito en sus orígenes
y para la represión del mismo en todas sus formas y manifestaciones. Sin
embargo, estériles serán los esfuerzos de las autoridades en este campo
mientras ellos no vayan acompañadas de una clara voluntad ciudadana de
participar decididamente en la lucha contra este flagelo; tal aporte deberá
estar representado en la colaboración para la vigilancia del vasto espacio
público y de la propiedad privada, en la denuncia del delincuente, y
fundamentalmente en la modificación del comportamiento social que se ha visto
degradado por la tolerancia y aún por la complacencia con que se miran algunas
modalidades del delito. Fundamental será también el mejoramiento de las medidas
encaminadas a prevenir las tragedias ocasionadas por deslizamientos e
inundaciones en sectores de alto riesgo ya identificados de la ciudad, la
intensificación de los operativos para acciones de emergencia en caso de
presentarse tales fenómenos, la disminución de la accidentalidad y la
protección de la vida y bienes de los ciudadanos ante el riesgo de incendios.
En la medida en que la comunidad pueda recuperar la tranquilidad y logre
convertirse en coautora de su propia seguridad, podrá a su vez dedicar más
energías al progreso de la ciudad y podrá tener más confianza en su futuro.
Un año después,
un deslizamiento de tierra en el barrio Villa Tina resultó en la pérdida de 300
viviendas y 500 vidas, empujando el medio ambiente, de manera trágica y
contundente, al primer plano de la atención pública. La relación medio
ambiente/vulnerabilidad fue consolidada en la conciencia pública y elaborada en
el discurso planificador, como se ilustra en el espíritu post-Brundtland de la siguiente notificación del líder del
consejo municipal pronunciada en la inauguración de un foro abierto sobre medio
ambiente y desarrollo urbano (Concejo de Medellín, 1989):
Unidos a la
violencia, al hambre y la descomposición social, el ciudadano del siglo xxi asiste al
doloroso espectáculo de la extinción de su medio natural y de su propia vida en
un futuro que si no inmediato, muchos han asimilado como irremediable [...] De
este foro saldrán entonces prioridades de acción. Es necesario reforzar la
acción del Estado mediante la educación y el civismo comunitario. Nos urgen las
soluciones y ello no da espera.
Al llegar a los años
90, la asociación del medio ambiente con la calidad de vida y la habitabilidad
de la ciudad había sido consolidada, junto con una agenda técnica basada en la
prevención y atención de desastres, la contaminación del agua y el manejo del
bosque urbano; sin embargo, los problemas sociales se intensificaban.
Propuestas nacionales para una reforma de la Constitución incluían el tema
extremadamente sensible de la extradición de nacionales involucrados en el
tráfico internacional de drogas, asunto presionado por el gobierno de los
Estados Unidos y rechazado ferozmente por los cárteles de drogas que se
concentraban en Medellín. Los últimos empezaron una campaña de intimidación y
terror, al tiempo que en las calles de la ciudad se llevó a cabo una guerra
entre la policía y los narcotraficantes, en la cual los tiroteos, masacres y
bombas se volvieron sucesos cotidianos (Jaramillo, 1996). Los programas
presidenciales antes mencionados tuvieron algún éxito, y en el plan de
desarrollo de 1993 se argumentó que la ciudad empezaba a salir de lo peor de la
violencia y el derrame de sangre. Un sentido de alivio permeaba a la ciudad,
así como una conciencia urgente de la necesidad de reestablecer
la armonía social, reconstruir las estructuras sociales y restaurar la confianza
de la ciudad en sí misma. En ese momento se introdujo, por primera vez, la idea
del desarrollo sostenible como uno de los ocho principios generales de dicho
plan. El significado atribuido al término (Concejo de Medellín, 1993: 97)
resultó ser una adaptación de la definición de Brundtland
al contexto de violencia propio de Medellín:
En Medellín se
planificará desde el punto de vista humano y con sentido de responsabilidad con
las generaciones futuras, utilizando el criterio de desarrollo sostenible, para
que en la medida en que se atiendan las necesidades presentes, se busque
subsanar las carencias del pasado y se generen condiciones que garanticen la
vida en paz y prosperidad para el futuro de los medellinenses. [...] La ciudad
se regirá por los principios de respeto por la vida humana y de todo otro tipo;
el desarrollo integral de los medellinenses, y por ende de la ciudad, deberá
darse en perfecta armonía con los demás seres humanos y con el ecosistema que
nos rodea.
La Cumbre de Río
de Janeiro en 1992 representó, entre otras cosas, el reconocimiento
internacional del medio ambiente como un asunto integral del desarrollo urbano.
Este hecho proporcionó una autoridad adicional importante al empleo dado al
medio ambiente en Medellín, como un dispositivo para la reconstitución
conceptual de un sentido de unidad y armonía en una sociedad urbana fraccionada
por la confrontación violenta, y como mecanismo para solidificar el optimismo
en el futuro. El medio ambiente se asoció íntimamente con las nociones de equidad,
seguridad, coexistencia pacífica, racionalidad y armonía, o sea, todas esas
calidades tan notoriamente ausentes del mundo de las relaciones sociales en la
ciudad en ese entonces. Esta estrategia no escrita continúa todavía hoy en día.
Más recientemente se ha consolidado la agenda técnica (en especial relacionada
con la contaminación del aire y el manejo de desechos sólidos) y se ha dado un
mayor énfasis a la educación ambiental. Sin embargo, el medio ambiente está
todavía asociado y articulado discursivamente a la cohesión social y la calidad
de vida. El lado duro de la vida urbana se discute en términos de la
competencia con otras ciudades en una economía globalizada y despiadada, al
tiempo que el medio ambiente se presenta como la arena privilegiada de la
razón, la armonía y la vida sana.
4.2 Las
instituciones
En la sección
anterior se describió cómo los planes de desarrollo establecieron el perfil
general del discurso ambiental urbano y señalaron el conjunto de significados
atribuibles al medio ambiente en relación con la problemática general de
Medellín. Sin embargo, este discurso formal sobre el desarrollo urbano tenía
una circulación limitada, circunscrita en buena parte a un pequeño grupo de
expertos técnicos y políticos. Se requerían nuevas instituciones para que este
mensaje se transmitiera al público en general y para que el discurso se
extendiera más allá del ámbito limitado de los ejercicios de participación
pública. Sobre todo, se necesitaban instituciones con responsabilidades
ambientales, capaces de llevar el discurso a la acción práctica y así enraizar
el significado simbólico en la experiencia cotidiana de la realidad urbana.
En el caso de Medellín hay dos
instituciones de especial importancia. La primera se llama el Instituto Mi Río,
creado en 1992 con el propósito expreso de proteger el río Medellín que corre a
lo largo de la ciudad. Esta función se amplió rápidamente para abarcar el
manejo integral de toda la cuenca hídrica, que coincide casi exactamente con la
jurisdicción del área metropolitana. Al ser un organismo tanto coordinador como
ejecutor, la junta directiva estaba conformada por el alcalde de Medellín, el
director ejecutivo y el jefe de planeación del área metropolitana, los
directores general y técnico de las Empresas Públicas de Medellín (acueducto,
alcantarillado, energía eléctrica y telefonía), y el director ejecutivo de la
Cámara de Comercio; más tarde se añadió un representante de la comunidad.
El énfasis inicial del Instituto Mi
Río consistió en el mejoramiento paisajístico del río Medellín en su paso por
la zona central de la ciudad, pero pronto este enfoque se amplió para
incorporar el manejo de las numerosas quebradas afluyentes
que caen por las laderas del valle, dando prioridad a los sectores populares de
la ciudad. En el lapso 1995-1996 el Instituto implementó unos 600 proyectos que
comprendían obras de ingeniería civil, mantenimiento de cauces y planes de
arborización y paisajismo, que en su conjunto implicaron el tratamiento de
1’688,000 m2 y la siembra de 90,000 árboles. (Instituto Mi Río,
1996). Más recientemente el Instituto ha fortalecido su programa de desarrollo
social, y la mitad de su presupuesto de unos us$ 7.5 millones está dedicada a
la educación ambiental y la generación de empleo (Instituto Mi Río, 1999).
Aunque el control del Instituto es
tradicionalmente político y su estructura administrativa vertical, se
desarrolló una estrategia participativa vigorosa. El Instituto alcanzó un
amplio cuerpo de organizaciones comunitarias a través de su trabajo directo en
los barrios de la ciudad, con campañas, concursos, talleres y festivales.
También llevó a cabo una ágil política de relaciones públicas, mediante
publicaciones, materiales educativos y promocionales, videos y campañas
masivas. En fin, el Instituto Mi Río se convirtió rápidamente en una entidad
moderna, eficiente y de alto perfil en la ciudad, gracias a sus estrechas
relaciones con la comunidad y los medios de comunicación. Sus obras han tenido
un fuerte impacto visual y en general disfruta de un amplio reconocimiento en
la ciudad. Sobre todo, fue capaz de demostrar la ‘sostenibilidad’ en acción.
La segunda innovación institucional
no resultó de una iniciativa local, sino que nació de la política ambiental
nacional. En 1993 se creó en Colombia el Ministerio del Medio Ambiente y la
ampliación del sistema de Corporaciones Autónomas Regionales para cubrir toda
la extensión del territorio nacional, con responsabilidades exclusivamente de
protección y gestión ambiental. Como autoridades ambientales regionales, sus
funciones incluyen la autorización ambiental de proyectos y planes municipales
de desarrollo. Las corporaciones se financian principalmente a través de una
sobretasa catastral, y en un tiempo corto han adquirido poder financiero y
capacidad técnica significativos, de manera que ahora constituyen actores
fuertes en el proceso de desarrollo. Una curiosidad del sistema es que las
ciudades grandes como Medellín caen dentro de la jurisdicción de dos
corporaciones ambientales, una para el área rural y otra para el área urbana.
El asunto a destacar en el contexto
del presente trabajo es que las corporaciones regionales ejercen su autoridad a
través de las normas legales y el conocimiento técnico. Mientras que el
Instituto Mi Río moviliza el significado mediante la acción concreta y
proyectos urbanos, las corporaciones actúan como árbitros en el caso de
disputas alrededor de estos significados. A través de sus poderes legales, su
base de conocimiento científico y sus competencias técnicas, las corporaciones
controlan los límites discursivos del ambientalismo urbano y se aseguran que su
contenido social quede dentro del ámbito institucional del Estado. Además,
estas nuevas instituciones ambientales se crearon al mismo tiempo que se iban
desmontando, reformando o privatizando las instituciones estatales relacionadas
con la vivienda, la salud y la seguridad social; de esta manera se logró
consolidar el alejamiento de la idea del bienestar de sus esferas tradicionales
y su traslado al medio ambiente.
4.3 La forma
espacial
El desarrollo
urbano sostenible, entendido como la movilización del significado a través de
la forma simbólica, conlleva a una agenda espacial bastante diferente de
aquella normalmente asociada con la idea de la ciudad sostenible o compacta. La
dimensión funcional de la organización espacial (asuntos como el consumo
energético, la contaminación, la salud pública, la conservación etc.), cede el
campo a una racionalidad alternativa de tipo social. Mientras que el objetivo
general es todavía el mismo –la sostenibilidad– los medios para lograrlo se
transfieren desde la esfera de la tecnología hacia el mundo de la estética. La
movilización sistemática del significado se logra, no a través de la
reorganización, que es objetivo de las actividades espaciales, sino mediante la
articulación sistemática de eventos visualmente significativos en el paisaje
urbano. En otras palabras, no obstante el hecho de que casi inevitablemente
resultan mejoras ecológicas y ambientales en la ciudad, se produce implícitamente
una estetización del ideal de la sostenibilidad
urbana.
La experiencia en la ciudad de
Medellín puede describirse en términos de tres aspectos principales, los
cuales, debe notarse, son también características del ambientalismo urbano en
general: la elevación de los componentes naturales del espacio urbano a un
estatus clave entre el conjunto de problemas urbanos, el enverdecimiento
de la forma urbana, y el redireccionamiento de
eventos socialmente significativos al espacio ‘natural’.
En Medellín, el primer aspecto se
persiguió más claramente en relación con las quebradas afluyentes
que descienden, en ocasiones ferozmente, de las laderas fuertemente inclinadas
del valle principal. Estos accidentes geográficos habían actuado,
tradicionalmente, como barreras entre los barrios o sectores de la ciudad y
como basureros para el depósito de desechos domésticos. Además, los riesgos
asociados con los crecientes de los caudales e inestabilidad de los taludes se
había incrementado con la paulatina invasión y construcción de viviendas. Una
vez que se cumplió el tratamiento paisajístico del río principal, el Instituto
Mi Río dirigió sus esfuerzos hacia estas quebradas afluyentes
y empezó a explotar las posibilidades estéticas del sistema hídrico para el
mejoramiento de los sectores populares de la ciudad.
El segundo aspecto tiene que ver con
el enverdecimiento (greening) urbano o el desplazamiento
generalizado de la naturaleza dentro del espacio urbano. El árbol, en
particular, simboliza y simplifica la idea de la ‘naturaleza’ y sus valores de
paz y armonía. Desde luego esta tendencia de enverdecimiento
puede racionalizarse con base en la función ecológica del bosque urbano con sus
efectos de descontaminación del aire, control micro-climático, estabilización
de suelos y conservación de hábitat para la fauna urbana. Sin embargo, en
Medellín el ‘alcalde verde’ fue especialmente influyente en la promoción de
árboles socialmente productivos (frutales) y el goce estético no utilitario del
ambiente verde. Además, las posibilidades de enverdecimiento
en un clima húmedo tropical fueron enormes, y a través del Instituto Mi Río y
otras organizaciones se han sembrado aproximadamente 650,000 árboles en el
espacio público en los últimos quince años (Departamento Administrativo de Planeación
Metropolitana, 1999). En consecuencia, la apariencia de la ciudad ha cambiado
radicalmente, con la concentración de los árboles en espacios de flujos (vías,
cauces de ríos y quebradas) así como en parques y cualquier espacio no
construido.
El tercer aspecto, tal vez el más
radical e innovador en términos de la reorganización espacial, tiene que ver
con la extensión (y quizás eventual desplazamiento) del espacio simbólico de la
ciudad desde el centro histórico al río principal (Viviescas,
1998; Plan Estratégico, 1997). Este traslado implica una distancia geográfica
de entre uno y cinco kilómetros, pero con unos obstáculos mucho mayores. El
significado cultural del centro histórico es todavía bastante fuerte, no
obstante la reciente reubicación del sector financiero a una localización
intermedia y una preocupación amplia por el deterioro físico y social del
centro tradicional. Más importantes aún son las dificultades físico-espaciales.
Los alrededores del río Medellín presentan un ambiente agreste e inhóspito,
pues el río fue canalizado en los años 50 y se convirtió en un ‘corredor
multimodal de transporte’ donde se acomodaron el eje principal del sistema vial
metropolitano, el ferrocarril y luego el Metro, líneas de transmisión de
energía y ductos para el transporte de petróleo y gas: un verdadero monumento
–por lo demás bastante eficiente– a la ingeniería civil y el modernismo
urbanístico. A pesar de un programa de descontaminación del agua iniciado a
comienzos de los años 80, es un espacio con polución, ruidoso, altamente
restringido por las obras de infraestructura y con muy pocos objetos
arquitectónicos de algún valor. No obstante, desde la realización de trabajos
paisajísticos entre 1993-1994, las autoridades locales han logrado transferir
al corredor del río algunos festivales principales, como las celebraciones
navideñas, han inventado con éxito numerosos eventos culturales y deportivos, y
lo han convertido en ciclovía recreativa los
domingos, cuando se llena de miles de ciclistas y patinadores.
Esta conversión del corredor del río
–un espacio urbano dominado por una autopista– en el lugar principal de la
ciudad, va en contra de toda lógica tradicional de la planeación y diseño
urbanos. Sólo puede encontrase una explicación en la elevación y movilización
de los valores ambientales a través del discurso y las instituciones
ambientales, y la estetización
del medio ambiente
por encima de cualquier consideración de tipo funcional.
5. Conclusiones
Este trabajo se
ha enfocado en el contenido simbólico del ambientalismo urbano, explorando la
movilización de significados en el caso de Medellín. Es menester clarificar que
ese contenido simbólico no está divorciado de la racionalidad técnica del
manejo de los sistemas ambientales o de la modernización ecológica; simplemente
opera en otro nivel. La racionalidad técnica consiste en una explicación de una
realidad externa, mientras que la dimensión simbólica condensa e internaliza
significados. En el proceso, los objetos de la agenda técnica de la ciudad
sostenible sufren una especie de metamorfosis: se vuelven, por decirlo así,
etéreos, representaciones de algo diferente a ellos mismos, objetos del deseo
colectivo.
La ciudad de Medellín se presenta
como una ilustración clara de la explotación sistemática del poder simbólico
del medio ambiente para enfrentar los malestares urbanos. Si bien Medellín es
un ejemplo exagerado del esfuerzo ambiental por contener la descomposición
social, está lejos de constituir un caso único en cuanto a su problemática
urbana general. Algo semejante está ocurriendo en todas las ciudades, como
componente constitutivo de la reorganización socioespacial
local en las condiciones de globalización. El análisis de Medellín demuestra
que el significado tiene que ser permanentemente reconstruido de acuerdo con la
evolución de las condiciones sociales y políticas. Está por verse todavía cómo
esta explotación simbólica y relacional del medio ambiente se concretará en
tiempos y en lugares distintos.
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Enviado: 31 de mayo de 2001
Aceptado: 27 de junio de 2001
[1] El presente trabajo está basado en el
texto: “The sustainable city as metaphor: urban environmentalism in
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