Estudiar la
migración indígena. Itinerarios de vida de trabajadores agrícolas en el
noroeste mexicano
Studying indigenous migration. Life itineraries of
farm workers in northwest Mexico
Laura Velasco-Ortiz*
Abstract
The present
work is a methodological exercise that tries to analyze the multiple logics
that define the mobility and migration of indigenous people whose lives are
connected with the development of agricultural labor exportation markets and
the creation of new regions in the northern border of Mexico. The analysis is
based on biographical interviews considering mobility, which allows us to
observe the multiple logics that organize the movement of laborers as well as
migration that takes us to observe the settlement process in new places.
Keywords: migration, mobility, agricultural work, life
pathways.
Resumen
La presente
investigación es un ejercicio metodológico en el cual se analizan las múltiples lógicas que definen la movilidad y la
migración de poblaciones indígenas, cuyas
vidas se interrelacionan con el desarrollo de los mercados de trabajo
agrícola de exportación y la creación de nuevas regiones en la frontera norte
de México. El análisis de dicha movilidad parte de entrevistas biográficas, lo
cual nos permite observar a partir de qué condiciones se suscita el
desplazamiento de los jornaleros y la migración, así como el proceso de
asentamiento en nuevos lugares.
Palabras clave:
migración indígena, movilidad geográfica, trabajo agrícola, itinerarios de
vida.
*
El Colegio de la Frontera Norte. Correo-e: lvelasco@colef.mx
Introducción
En las últimas
tres décadas la migración indígena[1] parece haber cobrado una mayor
importancia para los estudiosos de la migración interna e internacional en
México.[2] La diversidad disciplinaria de las
investigaciones ha enriquecido el campo de los estudios indígenas con nuevos
temas y retos metodológicos, especialmente en lo que se refiere a las amplias corrientes migratorias de indígenas que tienen
lugar en el interior del país y Estados Unidos. Los estudios realizados
sobre el tema han documentado un comportamiento migratorio específico de las
poblaciones indígenas. Se ha establecido una asociación entre la movilidad
geográfica de estas poblaciones con ciertos mercados de trabajo, particularmente
con el de la agricultura de exportación y el comercio informal en las ciudades;
así como, incipientemente, con la industria maquiladora (Velasco, 2005;
Velasco, 2010; Lara-Flores, 2003).
Esta investigación presenta un ejercicio metodológico que analiza la
movilidad y migración de poblaciones indígenas, cuyas vidas se interrelacionan
con el desarrollo de los mercados de trabajo agrícola de exportación y la
creación de nuevos núcleos de asentamiento en la frontera norte de México.
El esfuerzo
metodológico que subyace a este artículo se relaciona con el supuesto planteado por Lara-Flores (2008) sobre
el nexo entre la movilidad de los
trabajadores y la flexibilidad extrema en los contratos laborales, es
decir, la contratación y los despidos arbitrarios con los que operan los
mercados de trabajo, lo cual provoca a los trabajadores una alta condición de
vulnerabilidad.
Ante la falta de
estructuras institucionales de asistencia y protección ¿cuáles son los
mecanismos con los que los trabajadores resuelven esta situación
cotidianamente?, ¿cómo subsisten día a día en condiciones de movilidad precaria
y explotación laboral? Este artículo plantea algunas respuestas a través del
estudio de sus relatos de vida, poniendo especial atención en sus itinerarios.
1. Aclaraciones
conceptuales y metodológicas
El concepto de
movilidad geográfica da la posibilidad de pensar en una amplia variedad de
traslados humanos que puede incluir a la migración como un fenómeno específico.
En un esfuerzo por dialogar con ambos conceptos es útil su distinción.
La movilidad
geográfica se define como todo desplazamiento humano independientemente de los
motivos, condiciones y consecuencias; en ella se pueden incluir el turista, el
ejecutivo, el jornalero o el refugiado. En tanto, la migración tiene que ver
con cualquier desplazamiento con expectativas de cambio en el plano individual
o familiar −puede ser laboral o no− e impacta las condiciones de residencia y
empleo en primera instancia y de integración social en segundo término.
Así, la movilidad
geográfica incluye distintos tipos de desplazamientos humanos (Heyman, 2012),[3] entre ellos las migraciones
temporales nacionales e internacionales. En los distintos flujos de la amplia
movilidad humana contemporánea confluyen los commuters laborales o estudiantiles, los
compradores, los visitantes de corta estancia y los migrantes laborales y
familiares de ida y de retorno (deportados y no).
La distinción
entre la movilidad humana y la migración es ciertamente compleja debido a que
puede haber mezcla de patrones en la historia de una sola persona como bien lo
ilustra Heyman, tal es el caso de estudiantes commuters en la frontera que combinan sus
estudios con el empleo en el extranjero, así que, ¿hablamos de movilidad
estudiantil o de migración laboral? Esta dificultad lleva a Heyman (2012) a
considerar que el concepto de migración parece un asunto de clase y edad.
Sin embargo, dado
la enorme tradición en los estudios de migración en América Latina y
Norteamérica es difícil presindir de los conceptos y categorías producidos por
ese cuerpo de conocimiento, específicamente de aquellos relacionados con la
búsqueda de estabilidad, como es el de asentamiento residencial que permite
considerar el fenómeno de permanencia en los lugares de destino de un número
cada vez mayor de trabajadores temporales de origen indígena y de otros
estratos sociales.
Un balance entre
la movilidad y el asentamiento ha sido señalado por Cresswell (2012)[4] como una necesidad analítica reciente
que urge a reconocer los estados de espera o sedentarismo sin desconexión con
la movilidad.
En este artículo combinamos ambas perspectivas
analíticas: la de la movilidad, para observar las múltiples lógicas que
organizan el desplazamiento de los jornaleros agrícolas y, la de migración,
para observar la dinámica de asentamiento de dichos trabajadores en nuevos
lugares. La movilidad y el asentamiento son procesos de la dinámica de
reproducción de poblaciones que viven en desplazamiento continuo y a la vez
creando nuevos núcleos de asentamiento.
A partir de la
perspectiva biográfica se analizan las tres dimensiones que surgen
recurrentemente en la caracterización de la movilidad y migración indígena al
noroeste mexicano y el suroeste estadounidense: su temporalidad, espacialidad y
especialización laboral.
La literatura
sobre el tema[5] ha documentado desde los años sesenta
del siglo xx la existencia de una
migración indígena a las regiones agrícolas del noroeste mexicano. Según
Lara-Flores (2008), los principales estados de recepción de los trabajadores
agrícolas en el noroeste mexicano son Sinaloa (35.8%), Baja California (32.7%),
Sonora (6.6%) y Baja California Sur (6.2%).[6] Estos inmigrantes tienen una
movilidad y residencia estacional en circuitos geográficos más o menos bien
definidos por el mercado agrícola y una especialización laboral como jornaleros
en cultivos específicos. Así, este migrante es el jornalero que vive atado a la
lógica de producción del mercado agrícola.
Un reto de
investigación y metodológico es analizar la forma en la que dichos jornaleros
contienden entre las opciones laborales que les ofrecen esos mercados a lo
largo de sus vidas. Con el estudio biográfico se persigue un acercamiento a las
opciones de vida que experimenta el individuo en su trayecto vital y la forma
de enfrentar el funcionamiento de los mercados transnacionales. La lógica con
la que los individuos se mueven en ese mercado representa una perspectiva
indispensable para poder comprender mejor el fenómeno migratorio y sus cambios.
El material de
apoyo para este análisis preeliminar está constituido por una base de datos de
100 entrevistas realizadas entre 2003 y 2007, bajo la perspectiva biográfica en
torno a tres ejes: movilidad geográfica, trabajo y proceso de asentamiento en
el valle de San Quintín.[7] Para este estudio se tomaron sólo 10
casos y entre las características de los entrevistados destacan que la media de
edad es de 40 años, la mitad son hombres y la otra mitad, mujeres; nueve son
bilingües (español y lengua indígena): cinco mixtecos, tres triquis y un
zapoteco; sólo uno habla español. Todos ellos llegaron al valle de San Quintín
entre 1970 y 2000, la mitad arribó a esta región en la década de los ochenta.
En los años que se realizaron las entrevistas el grupo de estudio eran
jornaleros y jornaleras y vivían en alguna de las colonias de las delegaciones
de Vicente Guerrero y San Quintín.[8]
Como se observará
más adelante, estas entrevistas tuvieron como fin estudiar cada una de las dimensiones de la migración: la temporalidad,
la espacialidad y la especialización laboral. El objetivo es dar un
primer paso en la asociación de dichas dimensiones a episodios vitales, ya sea
individuales, familiares y comunitarios, esto con el propósito de comprender los factores que definen el comportamiento
de los migrantes, a partir de esos tres parámetros.
En el análisis
prevalece el interés metodológico por encontrar algunos patrones o
comportamientos típicos que permitieran caracterizar la complejidad de la
migración indígena y que, a su vez, fueron la base para la redacción de un
cuestionario que se aplicó posteriormente en forma de encuesta (Ebimre, 2005) y
del cual se utilizaron algunos datos obtenidos.[9]
Para la exposición de los resultados utilizo el caso de Julián,[10] un hombre
originario de la región mixteca de Oaxaca, hablante del mixteco y español y
dedicado al trabajo agrícola en la mayor parte de su semblanza laboral, con una
trayectoria de movilidad de cerca de 40 años, la cual incluye las rutas que
caracterizan a las corrientes migratorias oaxaqueñas: migración al sur en los
años cuarenta y luego al noroeste, asentamiento en San Quintín y migración
internacional en circuito temporal. En su historia migratoria encontramos las
diferentes lógicas presentes en los demás casos, permitiendo ilustrarlas en un
continuo biográfico (Julián, 2004).
2. Migración,
movilidad, asentamiento y especialización laboral de los indígenas en el valle
de San Quintín
En el 2000 la población del valle de San Quintín ascendía a 74,727. De acuerdo con la
Ebimre (2005), 61.3% de la población había nacido en Oaxaca y 34.6% en el
estado de Guerrero, y en porcentajes menores en Sinaloa (4.2%) y en Baja California
(6.3%). Además de un origen regional hay un origen étnico, ya que 20% de los
habitantes en ese mismo año hablaban alguna lengua indígena, la mayoría el
mixteco y en menor grado el triqui y zapoteco.
El arribo de los
migrantes a esta región puede comprenderse a partir de la historia de la
migración indígena oaxaqueña hacia el noroeste de México en los años sesenta en
un contexto histórico que planteo en otra investigación a partir de seis etapas
(Velasco, 2002). El inicio de la migración oaxaqueña moderna[11] se puede establecer en los años
cuarenta con las migraciones agrícolas para el corte de caña en Veracruz y la
incipiente incursión de los pobladores de la región mixteca en el Programa de
Braceros que estableció México con Estados Unidos.
En la década de
los cincuenta las rutas migratorias incorporan a las ciudades de Oaxaca, Puebla
y Distrito Federal como destinos urbanos, y para los sesenta se establece la
conexión con la migración urbana a las ciudades y con otras zonas agrícolas
como las de Veracruz y Morelos. En la misma década la ruta al noroeste reúne
los flujos de los pueblos originarios y de puntos intermedios, ofreciendo
alternativas de trabajo temporal a una gran cantidad de pobladores de distintas
localidades indígenas en la región y en otros lugares donde habían emigrado.
El destino
particular a la región del valle de San Quintín se ubica en esta ruta noroeste
que desde su inicio se conecta con la migración internacional al estado de
California en Estados Unidos. Esta nueva ruta de la agricultura moderna del
noroeste mexicano se asocia con un mercado de trabajo temporal en dicha
actividad. Sin embargo, en los años ochenta es posible observar un proceso de
asentamiento en colonias periféricas a las ciudades de la frontera noroeste
mexicana, así como en colonias aledañas a los campos agrícolas de la misma región.
En la década de los setenta, el valle de San Quintín siguió los pasos de
otras regiones agrícolas de Sonora y Sinaloa al utilizar el reclutamiento a
distancia de trabajadores temporales para la incipiente agricultura de
exportación. Durante la década de los ochenta y principios de los noventa los
trabajadores, en su mayoría migrantes, se hospedaban en viviendas colectivas,
en campamentos construidos por los rancheros o empresarios dentro de su
propiedad, o bien, rentaban pequeños cuartos en los poblados vecinos.
Esa última década
(los noventa) parece condensar una serie de cambios que confluyen en la
transformación del valle. A mediados de la primera década del siglo xxi era cada vez más común encontrar
campamentos agrícolas vacíos o en proceso de desinstalación, lo que podría
llevar a un observador inexperto a concluir que hay una debacle en la economía
agrícola de la región.
No obstante, un recorrido por las nuevas colonias
populares de este valle durante horas estratégicas como las cinco o seis de la
mañana obliga a relativizar tal conclusión,[12] pues a esas horas se puede observar
una ebullición en la vida de las colonias: los trabajadores se apresuran a
abordar los camiones escolares llevando baldes blancos para la pizca y las
bolsas con su comida preparada. Son los nuevos jornaleros agrícolas que ya no
se hospedan en los campamentos o cuarterías, sino en las colonias populares
donde poseen un lote en proceso de regularización con posibilidad de acceder a
los servicios de luz y agua.
Lo anterior es
una señal de los cambios sucedidos en las dos últimas décadas en el valle; para
los términos de este artículo sólo enfatizaré dos principales cambios que,
aunque parezca que corren en forma paralela, se relacionan estrechamente: el
primero de ellos se da en el terreno de la tecnología de la producción y el
segundo en la organización del trabajo.
Desde su origen,
la producción agrícola regional utilizó la tecnología de riego; sin embargo, en
la década de los noventa sucede un cambio sustancial con la aparición del riego
y la fertilización por goteo, la doble línea en surco y el invernadero; este
último se extendió a través de la plastificación del surco a cielo abierto y el
invernadero a cielo cerrado en el valle.[13] Según algunos de los empresarios
estas nuevas tecnologías, aunque al principio fueron vistas con recelo,
permitieron enfrentar de mejor manera el problema de la escasez de agua en la
región.
En la producción,
los cambios tecnológicos permitieron ampliar los periodos a un año completo al
introducir los cultivos de invierno, así como a incrementar el rendimiento por
hectárea como resultado del mejoramiento de la semilla y de la mayor
concentración de plantas por espacio. Como lo señala el señor José, encargado
de uno de los ranchos más grandes en el valle, en los años ochenta ya había un
incremento de la producción por planta y por surco, el cual también implicó
cambios en la organización de la cosecha y el empaque: se sustituyeron las
cajas de madera por tinas de plástico directamente a los surcos y se empezó a
cosechar el tomate de acuerdo con su color.
denominamos colores: uno era verde, dos poquito pintado,
tres ya como ¼ del fruto con color, cuatro medio y medio cinco; pues ya el
tomate color de rosa y seis un color que ya está en estado bueno para empacar
estaba muy maduro; empezamos a determinar todos esos detalles y empezamos a
controlar [la cosecha]; por decir algo, en la mañana al jefe de operaciones de
campo: se le decía “haz una estimación de lo que vamos a cosechar hoy…” (José,
2005).
Los cambios
tecnológicos en la siembra y la cosecha impactaron en la temporalidad,
diversidad e intensidad de la producción a lo largo del año. Los datos de
siembra y producción a fines de la década de los noventa ya registran
claramente las temporadas de producción del año completo.
Entre 1998 y
1999, así como en 2001 y 2002 la superficie sembrada en el ciclo
primavera-verano se redujo en un dramático 40% (de 10,000 a 6,000 hectáreas).
En tanto la producción en ese mismo periodo se redujo en 35% (351,000 a 230,000
toneladas). Esa reducción también se registró en el ciclo otoño-invierno, pero
tuvo una caída menos drástica y ofreció una oportunidad de empleo a un segmento
de los trabajadores desocupados por el fin del ciclo primavera-verano.[14]
El rendimiento
por hectárea durante la misma década se mantuvo constante e incluso registró un
incremento constante los dos ciclos. A la vez estos cambios tecnológicos
permitieron lidiar con la contracción de la superficie y de la producción
agrícola de fines de los años noventa, ya que facilitaron la ampliación de los
periodos de producción de algunos cultivos y la producción de una mayor
variedad de cultivos en invierno.
Del lado de los
trabajadores, tales cambios suscitaron una notable disminución de la población
en los campamentos e incentivaron el asentamiento de muchos de esos migrantes
estacionales en las colonias recién inauguradas en el valle, con posibilidades
de trabajar todo el año.
El proceso de
asentamiento es el segundo cambio que me interesa enfatizar aquí, en un primer
acercamiento, éste se expresó en la toma o compra de terrenos en forma
colectiva por grupos de trabajadores que lentamente se habían instalado en los
campamentos temporada tras temporada, o bien, vivían en las cuarterías de renta
en los poblados. Este asentamiento generó, a su vez, una serie de
transformaciones de índole social y cultural.
La vida familiar
y comunitaria pudo recrearse en otras condiciones al separar los espacios de
producción y los de reproducción de la fuerza de trabajo, a la vez que abrió la
posibilidad de otras ocupaciones. En 1989, 66.7% de la población de la región
vivía en campamentos, mientras que diez años después, en 1999, sólo era 33% de
la población total (Velasco, 2005: 71).
Dicha
transformación puede observarse en el perfil de ocupación de la población
residente en las colonias del valle de San Quintín. Entre 1990 y 2000 se
registra un cambio en la proporción de la población ocupada en el sector
primario de 61% a 54.6% (inegi,
1990-2000). El sector primario se refiere básicamente al empleo en la
agricultura, el secundario en la industria, particularmente la textil, y el
terciario en el comercio y los servicios que, después de la agricultura, ocupan
a la proporción más alta de los sanquintenses (inegi,
1990 y 2000).
Estos últimos
datos reflejan el incremento de la presencia gubernamental a nivel municipal y
estatal en los años noventa, así como el incremento de un segmento de la
población de nivel profesional ocupando puestos en la burocracia institucional
local; el florecimiento en las colonias de las tienditas de alimentos,
comercios de ropa, artículos electrodomésticos y productos para la
construcción; sin embargo, esa incipiente diversificación de la actividad
económica en el valle no ha desplazado a la agricultura
industrial como la base de la acumulación económica en la región, por lo
que la dinámica de los otros sectores funciona en torno a la vitalidad de esa
actividad.
Por ejemplo, en
las pequeñas tienditas de las colonias las personas pagan con los cheques
expedidos por las compañías agrícolas y los propietarios de esas tienditas a la
vez pagan sus deudas a los proveedores con los mismos cheques. De tal forma que
cuando hay problemas de liquidez de los cheques, sucede un efecto encadenado
que involucra a los empresarios agrícolas, a los pequeños comerciantes y a las
empresas transnacionales Sabritas o Coca Cola.[15]
La tendencia a la diversificación ocupacional
parece diferenciar a la población del valle, ya que los nativos se ocupan menos
en las labores agrícolas, mientras que son los migrantes, sean de estratos
étnicos o no, los que realizan estas actividades, es decir, los nacidos en el
estado de Baja California se dedican en mayor proporción a otras actividades
distintas de la agricultura respecto de otras categorías sociales, como son los
migrantes y los indígenas.
De tal manera que
hemos llegado a la conexión entre la migración, el trabajo agrícola y la
condición de ser indígena. Estos datos confirman la hipótesis de la
especialización laboral de la población indígena en el trabajo agrícola y en la
posición de peón, relación que se ahonda más en los campamentos.[16] En 2003, 96.2% de la población
hablante de lengua indígena que vivía en campamentos se dedicaba a la
agricultura; mientras que un año antes en las colonias esa proporción era de
83.9%, pues surgieron para este último grupo ocupaciones como comerciantes y
trabajadores ambulantes, en la industria y en otros servicios, en orden de
importancia.
Así, el proceso de asentamiento aún no ha logrado modificar
sustancialmente la especialización laboral de los indígenas migrantes en la
actividad agrícola. No obstante, dado lo nuevo en su proceso de asentamiento, el
hecho de que cerca de 20% de la población económicamente activa tenga una
ocupación distinta a la agricultura es un hallazgo importante de observar en su
evolución.
A continuación,
se tratan de explorar los cambios que ha traído el asentamiento a la dinámica
del empleo agrícola en la región. Las transformaciones en la producción no han
alterado la característica básica de la industria agrícola cuyo tiempo de
producción es distinto al tiempo del trabajo,[17] es decir, éste no se realiza de forma
constante en todo el ciclo de producción, sino que se concentra en ciertos
momentos en forma intensiva especialmente en los tiempos de siembra y cosecha;
esto implica que se requiere fuerza de trabajo en cuotas diferenciales a lo
largo del ciclo de producción y, por lo tanto, flujos de trabajadores por
temporadas.
Sin embargo, esos
cambios en la producción, particularmente los tecnológicos, sí han traído
transformaciones en la organización del trabajo, tales como: a) la diversidad
de cultivos; b) los diferentes tipos de contrato (por jornada, tarea o pieza;
c) la heterogeneidad de patrones y, d) el cambio del papel de los
intermediarios laborales al decaer el enganche a distancia y surgir el
reclutamiento en colonias.
Para ilustrar
estos cambios es útil el caso del señor Moisés, un trabajador del campo que
tiene una relación laboral de muchos años con un patrón, la empresa en la cual
labora se dedica principalmente al cultivo de la fresa, de tal manera que en la
temporada que va de otoño a invierno se intensifica el trabajo para él y su familia
(esposa e hijos).
En abril decae la producción de fresa e inicia el periodo de otros
cultivos como el tomate, el cual se extiende durante todo el año en tres
etapas, como menciona el
señor Moisés: “en su primera etapa, los meses de mayo a julio; segunda etapa de agosto a octubre y la tercera etapa de
noviembre a diciembre. Durante esos
meses pueden contratarse con otros patrones en el corte de tomate y a la vez
seguir trabajando por día en contratos de tarea para la preparación de los
terrenos para el cultivo de la fresa”.
Otro caso
ilustrativo es el de Rosa, una trabajadora agrícola asentada en la colonia San
Juan Copala, quien narra que en noviembre de 2004 los camiones que arribaban a
las colonias llevaban a los trabajadores a distintos ranchos: “usted puede
elegir a cuál subir si no tiene contrato por temporada… puede irse a la tarea
de la fresa… por ejemplo, a levantar plástico o poner estaca… o bien, ir a
cortar tomate… pero el tomate es muy pesado porque los botes son grandes…
prefiero ir a levantar plástico, donde pagan
por tarea…”. Es decir, la oferta de trabajadores se organiza por
colonia, ya no por campamento, y esto da flexibilidad a los empleadores y a los
empleados, una vez roto el vínculo residencia-empleo que existía en los
campamentos.
El cambio del
perfil de los intermediarios laborales es también una de las modificaciones en
cuanto a la organización del trabajo se refiere, pues ha surgido en el valle
una compleja variedad de contratistas locales que organizan la fuerza de
trabajo, desempeñándose como choferes y, en ocasiones,
como mayordomos en los campos de cultivo. Esta novedad en la
organización del trabajo ha debilitado la contratación a distancia y, por lo
tanto, la movilidad espacial de los trabajadores.
En los últimos
treinta años ha cambiado el traslado de los trabajadores: en los años setenta
era usual transportarlos en grupos, en líneas de camión o camiones de los
patrones (cuando era la misma región noroeste), y para el traslado del
campamento al campo podía hacerse en camiones de redilas. Una vez que los
trabajadores se asentaron se incrementó el uso de transportistas que, solos o
en forma organizada, se encargan de abastecer a las empresas de trabajadores de
las colonias.
Como lo menciona
Rogelio, presidente del Consejo de Administración de Autotransportes del Valle:
los transportistas
son un gremio que trabaja en conexión con las empresas, con unidades
vehiculares propias que comúnmente son camiones de escuelas de segunda mano
traídos desde Estados Unidos. Muchos de los camioneros eran empleados de los
ranchos y se independizaron para manejar su propia unidad y tener un contrato
asociado a un número de trabajadores en cuotas adecuadas a las necesidades de
las empresas.
El asentamiento
no sólo ha afectado la organización del trabajo sino las condiciones de vida de
los trabajadores. Los nuevos residentes del valle ya no regresan a sus lugares
de origen o circulan en el noroeste, sino alternan entre empresas y cultivos
para tener empleo durante todo el año, e incluso realizan también otras
actividades en otros sectores o emigran hacia Estados Unidos para incrementar
los ingresos que provienen de la agricultura en el valle.
Un dato
importante según el presidente del Consejo de Administración de los
Transportistas es que los salarios eran más bajos cuando traían a los trabajadores
desde sus lugares de origen debido a que les cobraban el viaje. Además, los
empresarios confiaban en que aceptarían dicho pago puesto que sentían cierta
lealtad, Rogelio continua
Sale más
barato. Es negocio traer gente de fuera. Yo traigo gente de fuera y le pago
menos. Y como están contratados hay una obligación moral de la gente de
quedarse con quien los trajo... De algunos. Vamos a hablar de la mitad; vamos a
pensar que traen 50 y se van 25, se quedan 25...
Es negocio… Si yo vengo a un rancho
que me contrata, me va pagar quizá a 2.50 la cubeta... Más bien, 2.25 la
cubeta... de la pizca de tomate... 2.25. Pero si me voy a un rancho que no me
contrató porque yo llegué solo, me va a pagar tres pesos la cubeta porque ese
no le da... no le da cuarto, no le da escuela, no le da nada... pero le da tres
pesos por cubeta; 50 centavos más. La gente hace 100 cubetas; 80, 100 cubetas
al día. 50 centavos, 100 cubetas por día. ¿Cuánto es a la semana? ¿Cuánto es en
los cuatro o cinco meses? ¡Es un dineral! A final de cuentas es negocio para
los ranchos grandes traer gente contratada porque les pagan menos. Y si
invierten quinientos o seiscientos mil pesos trayendo gente... Entre trayéndolo
y dándole servicios dejan de pagar tres y cuatro millones de pesos… Entonces es
negocio traer gente; la verdad, es negocio…
Esto explica
porqué los trabajadores están convencidos de asentarse, pues les trae mayores
beneficios como tener una vivienda con servicios y escuela para los niños, así
como ganar tal vez esos 50 centavos más. Así, el trabajador libre puede
reapropiarse de su mano de obra y desplazarse desde su nueva residencia a
distintas empresas, campos, actividades y cultivos a lo largo de un año.
Considerando también la migración a Estados Unidos que toma como nuevo punto de
partida la región de San Quintín, entonces a esa movilidad entre campos en el
valle se suma la movilidad en campos de California, Oregón o Washington.
Vista desde la
perspectiva del lugar de asentamiento, pareciera que está sucediendo un cambio
fundamental en la vida de los indígenas migrantes que llegaron a San Quintín
como trabajadores agrícolas y que formaron parte de las corrientes migratorias
de los años ochenta. Una pregunta posible es ¿Cómo contienden los trabajadores
con estas transformaciones?, ¿cómo sus lógicas de reproducción social y
cultural se adaptan a estas nuevas condiciones de operación de un mercado de
trabajo que integra mano de obra itinerante y asentada?
3. Múltiples lógicas
vitales: tiempo, espacio y relaciones sociales
El estudio
biográfico se utiliza como una vía para entender estos cambios estructurales
desde la experiencia de vida de los indígenas que actualmente laboran en la
agricultura de esta región. Uno de los supuestos más evidentes, con el análisis
aquí presentado, es que existe un cambio en la manera cómo influye el tiempo y
el espacio en el proceso de asentamiento, ya que estos indígenas en su mayoría
llegaron temporalmente al valle en los años noventa.[18]
Con el material
biográfico cualitativo es posible decir que el tiempo de residencia en una
colonia no es suficiente, sino que se acompaña con otros indicadores como el
acceso a un terreno, la construcción de una casa y el pago de servicios
urbanos. El asentamiento aparece como un proceso colectivo antes que individual,
es decir, sucede cuando el grupo familiar se reencuentra en un lugar específico
y se pasa del campamento a la colonia. Un aspecto importante de las migraciones
indígenas es que lo colectivo no sólo incluye a la familia, sino a la comunidad
local tanto étnica como de paisanaje.
Como lo señala
Acebo (1996), el apego al nuevo territorio se da a nivel práctico y simbólico e
implica una experiencia totalizadora, la cual se nutre de las lógicas
individuales pero a la vez crea algo que va más allá de esa individualidad.
Scudder (1985) considera que el éxito de un asentamiento se da cuando los
colonos desarrollan un sentido de arraigo y pertenencia, yendo más allá de la
satisfacción de necesidades; el arraigo no elimina las interacciones con los
lugares de origen y con otros lugares de migración, donde se dispersan los
familiares y miembros del pueblo o localidad.
El estudio
biográfico nos permite comprender la complejidad del proceso de asentamiento y
de movilidad y, al mismo tiempo, entender las estrategias de vida de estos
individuos para resistir y adaptarse a la lógica de los mercados de trabajo y
no sólo observarlos como trabajadores en constante movimiento, sino en un
proceso de reconstitución como sujetos históricos.
Al analizar el
conjunto de entrevistas biográficas se advierte que, a lo largo de su vida, el
individuo experimenta la migración como un conjunto de movimientos geográficos
con cambios de residencia. Esto fragmenta su experiencia de vida en lugares con
relaciones sociales distintas y a las cuales él o ella les da sentido en su
narración biográfica: a) la salida con algún familiar o paisano; b) el viaje
acompañado con familiares o paisanos; c) los arribos múltiples a distintos
lugares (que a veces incluyen ciudades) con cortas estancias, y d) la llegada
al valle de San Quintín con algún familiar o paisano.
En este punto,
las estrategias de encuentro son una constante y, después de un tiempo, se da
un cambio de residencia que puede alternar con movilidades a otros lugares del
noroeste o de Estados Unidos y con la autonomía residencial, ya sea a través de
la renta o de posesión de un terreno en una colonia. En este proceso, los ejes
temporales y espaciales siempre están mezclados con lo laboral y familiar,
agregándose cada vez más la dinámica residencial en el nuevo lugar.
Uno de los retos de estudiar el proceso de asentamiento en estas
poblaciones consiste en comprender la importancia que la movilidad geográfica
ha tenido en la constitución de alternativas y horizontes de vida. A
continuación hacemos un ejercicio con información cualitativa tomada de una
entrevista realizada a un jornalero indígena que, por su larga historia, nos
permite analizar la complejidad de sus procesos migratorios a lo largo de su
trayectoria vital, tratando de distinguir las lógicas sociales de su movilidad.
4. La
multitemporalidad de la movilidad y migración
La
temporalidad de los movimientos migratorios se ha utilizado para distinguir
tipos de migrantes, tales como los temporales, circulares o definitivos. En
este apartado se expone ese supuesto con la idea de que las diferentes
temporalidades nos permitan distinguir experiencias de vida constituidas por
que llamaremos episodios migratorios, más que individuos. Los distintos
movimientos geográficos pueden ser experimentados por el mismo individuo a lo
largo de su biografía como migrante.
Este análisis nos permite diluciar que los entrevistados tienen una
historia de movimientos geográficos con temporalidades distintas. En el
conjunto de casos, las edades de los individuos van de los 31 a los 61 años,
por lo que para evaluar mejor sus tiempos de movilidad, separé a los que tienen
entre 31 y 40 años para estudiar una generación de migrantes: este grupo tiene
en promedio una historia de movilidad de 22 años; es decir, la mayor parte de
su vida fuera de su lugar de origen y con movilidades distintas.
De entre los
entrevistados ninguno experimentó únicamente un desplazamiento geográfico a lo
largo de su vida, incluso aquellos ya nacidos en el valle de San Quintín. Es
difícil distinguir el tiempo del lugar en los movimientos migratorios, debido a
que el lugar se vuelve una marca temporal del ciclo de vida. Un movimiento
siempre implica un lugar de salida y uno de llegada, así como una duración. Los
movimientos geográficos incluyen lugares diversos en un circuito específico en
el territorio mexicano y extranjero.
A continuación se analizan esos movimientos en función de su
temporalidad, tratando de rastrear la lógica social a la que obedecen. La
referencia general de estas temporalidades fue la edad del individuo y, por lo
tanto, su biografía total.
Cada uno de estos
tipos de movilidad parecen significar experiencias de vida específicas. Para facilitar su comprensión tomaré el ejemplo
característico de Julián, cuya amplia ruta, con un periodo de migración
de 39 años, presenta las diferentes temporalidades y espacialidades que se
pretenden caracterizar.
4.1. El tiempo del
trabajo estacional
Este
movimiento se aproxima a lo que en la literatura se le llama ciclo pendular
(Carton y Lara-Flores, 2004) y se refiere a aquella movilidad cuya temporalidad
se apega a la de una estación de cultivo, o bien, a un conjunto de temporadas
de cultivo en los campos del noroeste mexicano o el suroeste estadounidense.
Las temporadas de cultivo, desde la perspectiva del trabajador migrante, se
refieren al periodo de trabajo intenso. Así, aunque el ciclo de cultivo del tomate
empiece desde marzo con la siembra, es hasta mayo cuando inicia la temporada
del corte. En general, los entrevistados hablan de estaciones de trabajo de
cuatro o seis meses, las cuales, al alternarse con el empleo en otros cultivos
se completa a veces en un año.
Por ejemplo, Carmen, una trabajadora jornalera de San Miguel Tlacotepec,
Oaxaca, migró a Sinaloa a los ocho años para cuidar a su hermanita, una bebé de
meses, en tanto sus padres trabajaban en el campo. Las temporadas de cosecha
duraban seis meses y regresaban recurrentemente a su pueblo de origen. Así
estuvieron durante cuatro años, hasta que ampliaron el circuito hacia Sonora,
para entonces Carmen ya tenía 12 años y empezó a trabajar en Sonora y Sinaloa
en la siembra de semillas de tomates en invernadero, donde pasaban temporadas
de tres o seis meses en cada lugar, de tal manera que la temporada fuera del
pueblo se alargó.
A los 14 años se juntó con un joven de 16 años
y se independizaron del círculo paterno para tomar el rumbo más al norte, hacia
San Vicente Camalú, Baja California, donde llegaron al campamento del Aguaje
del Burro y empezaron a trabajar en el cultivo del tomate.
El retorno al
lugar de origen o a otro lugar es un evento fundamental que marca el límite de
la estación de trabajo. En la biografía de Julián estos movimientos estacionales para trabajar en la agricultura aparecen
en dos momentos muy distintos de su vida: cuando es muy joven, y una vez
que forma una familia y se establecen en San Quintín.
Por ahora sólo se
describe el primero: Julián sale de San Mateo Liebres, en la mixteca oaxaqueña,
cuando todavía es un niño. A los 12 años establece por tres años una ruta
estacional entre Sinaloa y San Mateo. En ese periodo, su ocupación es la de
pizcador de tomate en Sinaloa. Cuando retorna a su pueblo su ocupación no es
tan clara, ya que no siempre hay un trabajo asalariado. En las diferentes
estancias se dedican principalmente a la vida familiar, al arreglo de la
vivienda, a la ayuda a sus parientes en el arreglo y trabajo de sus tierras,
con empleos no siempre muy definidos.
4.2. El tiempo de la
circulación: familia y trabajo
Los
movimientos estacionales entre lugares específicos mezclan lógicas sociales que
incluyen la vida del trabajo y la vida familiar, así como los tiempos asociados
a ellos. En la literatura, el concepto de circulación se asocia con el
movimiento entre dos o más residencias temporales y el retorno a un punto
geográfico inicial.
La distinción
entre la migración circular y la migración circular permanente (Carton y
Lara-Flores, 2004) presenta algunas dificultades cuando se enfoca en el
horizonte biográfico. Los hallazgos de esta investigación señalan que siempre hay un horizonte temporal para la circularidad
que responde a una etapa de la vida del individuo; así el fin e inicio de la
circulación está marcado por una unidad temporal biográfica. Una temporada de
migración pendular puede constituir un circuito. Este es el caso del circuito
que por ocho años recorrió un migrante de Ocotlán, Oaxaca, viajando cada seis
meses a Ruiz Cortinez, Sinaloa.
Otro tipo de
circuito sería el que estableció nuestro caso-ejemplo (Julián) entre San Quintín
y Del Mar, California, durante dos periodos que suman 17 años con una
interrupción de dos años en los cuales Julián trabajó en San Quintín. En las
entrevistas, los jornaleros refieren periodos de distinta duración en los que
viven entre Sinaloa y San Quintín; esto lo hemos encontrado particularmente
entre los habitantes de cuarterías y campamentos, muchos de ellos consideran
las cuarterías como su hogar.
El concepto de
tiempo circular puede incluir el retorno al lugar de origen o un nuevo lugar de residencia que se considera el hogar. Este último punto es un matiz muy importante de incluir en el
concepto de retorno en
poblaciones con una alta movilidad geográfica. Este periodo incluye los tiempos de trabajo no asalariado, de
inactividad o de ocupación en otros empleos en el lugar de origen, los
tiempos de espera en los lugares de trabajo,
o bien, los tiempos de traslado y espera para cruzar la frontera mexicana, los cuales se prolongaban
hasta por meses.
El tema del
cuidado de los hijos o de hermanos menores se suscita con mayor frecuencia
entre las mujeres: Carmen y Rosa tenían viajes cíclicos entre sus localidades
de origen y algún punto de la migración, o desde San Quintín hacia el lugar de
origen cuando sus padres las llevaban a los campos, no con la idea de trabajar,
sino para cuidar a sus hermanos pequeños o enfermos.
Ya como mujeres mayores, casadas y con hijos, Carmen y Rosa experimentan una movilidad específicamente para ir
a dejar a los hijos con la madre que vivía en el pueblo y ellas poder seguir
con su camino migratorio. Carmen dice: “la primera vez que me trajeron al norte
venía con mis papás, porque venía a cuidar a mi hermanita, la… que en esos
tiempos era la bebé...”. En tanto, Rosa estableció un circuito anual entre San
Quintín y su pueblo en Oaxaca para ir a visitar cada año a su hija que había
encargado con su madre, debido a que ella no podría hacerse cargo por tener
otra pareja y más hijos.
El caso de Carmen
me permitirá ilustrar esta temporalidad asociada con la vida familiar y el
trabajo, incluyendo los tiempos de espera marcados genéricamente. Carmen y su
esposo llegaron a San Quintín en los años ochenta, cuando todavía los ciclos de
cosecha estaban muy marcados, por lo que, una vez terminada la temporada,
regresaban a Sinaloa (al campo Nogalitos) a trabajar en el chile morrón u otras
verduras, con retornos cada vez más esporádicos al pueblo de origen.
Finalmente en la
década de los noventa, cuando la temporada de cultivo se amplió todo el año,
Carmen, su pareja y sus hijos disminuyen la movilidad y se asientan en una
colonia de la delegación Vicente Guerrero; el esposo de Carmen inicia la
migración hacia California para trabajar en los campos agrícolas. La familia
decidió establecerse con unos parientes en Tijuana, donde ella espera nueve o
diez meses a que su esposo regrese a visitarla; los periodos de visitas se van
alargando y ella decide volver al valle de San Quintín, regresar al trabajo
agrícola y esperar los eventuales retornos del esposo.
4.3. El tiempo de la
residencia
Esta
temporalidad se define como el periodo que va desde el primero al último cambio
de lugar de residencia, incluye el tiempo biográfico completo del individuo
asociado con la movilidad. Este tiempo se puede ejemplificar con la biografía
de Julián, quien sale por primera vez a los 12 años de edad de su pueblo natal
rumbo al campo Pénjamo, Sinaloa. A los 15 años se va a Caborca donde
experimenta la estación de cultivo cuatro meses y regresa a San Mateo, su pueblo
natal; durante tres años repite este movimiento. A los 18 años, mientras está
en Caborca, decide irse a La Paz, Baja California Sur, donde se queda dos años
para luego irse al valle de San Quintín a los 20 años, ahí permanece un año y
luego viaja a Estados Unidos donde se queda otro año; vuelve a San Quintín
donde pasa uno o dos meses y a los 23 años va de nuevo a Estados Unidos.
A partir de este
momento establece un periodo de 17 años, durante los cuales va y viene entre
California y San Quintín. En este momento de su vida ubica al valle como su
lugar de residencia donde vive su esposa y durante ese tiempo nacen sus hijos,
por lo que regresa por temporadas de tres o seis meses. En 1996, a los 44 años
de edad, regresa a San Quintín donde permanece en forma continua hasta el
momento de la entrevista. Actualmente tiene 51 años, de los cuales 29 los ha
vivido cambiando de residencia. El regreso a San Quintín fue por asuntos de
salud, ya que no veía bien y habían cerrado el campo donde trabajaba para unos
empresarios japoneses recolectando tomates en California.
En resumen, la historia migratoria de Julián nos permite observar
temporalidades que van de meses a uno o varios años a lo largo de la vida del
individuo. Es decir, durante 29 años esta persona tuvo ocho residencias
distintas, viviendo en colonias, campamentos, cuarterías, hoyos recubiertos por
plástico y, hasta hace aproximadamente cuatro años, construyó una casa en San
Quintín y otra en Oaxaca con el dinero que acumuló en Estados Unidos y con el trabajo de su
esposa e hijos en San Quintín.
5. La
multiespacialidad o localización de la migración
Las múltiples temporalidades descritas antes implican, a su vez, la
experiencia de varios
lugares de residencia o de paso a lo largo de la vida del entrevistado. La
importancia de fijar la atención en los lugares es distinguir el tipo de
relaciones sociales que determinan la vida de los individuos en cada uno de
ellos. La experiencia de los lugares parece distinta dependiendo de la temporalidad de la estancia y del hecho
de que el lugar de trabajo no sea el mismo en donde transcurre la vida
familiar.
En ciertos
periodos de la vida de los entrevistados, los lugares de trabajo son distintos
de los de la vida familiar y comunitaria, esta separación o fragmentación tiene
importantes consecuencias en la constitución de las experiencias de vida de
estos individuos y en las condiciones de vulnerabilidad de su existencia. Lo
que las biografías nos mostraron fue que los distintos lugares laborales, de
residencia y de paso se articulan gracias a la movilidad poblacional y, en
conjunto, permiten el funcionamiento de este tipo de regiones agrícolas,
especialmente, las del noroeste como el pacífico estadounidense (California,
Oregón y Washington).
Uno de los
aspectos más importantes a destacar es que esos lugares condensan
espacialidades distintas en la medida que implican universos de relaciones
sociales diferenciadas, a veces fragmentadas y, otras tantas, integradas.
5.1. Lugares de
trabajo
Cuando los
entrevistados rememoran su residencia como lugar de trabajo, regularmente se
refieren a la vida en campamentos o en cuartos de renta. De tal forma que el
lugar era un espacio eminentemente laboral con escasas relaciones familiares y
comunitarias, y cuando existía la vida familiar, su dinámica se ceñía a la
lógica laboral, estrictamente.
Los jornaleros
viven en tal o cual lugar porque trabajan ahí, pero cuando el trabajo se acaba
es necesario moverse a otro sitio para ocuparse en otras actividades. Esto se
puede ejemplificar con el caso de Julián, quien, como ya lo mencioné, llega a
los 12 años al campo Pénjamo, se queda a vivir en la casa de una familia del
mismo pueblo y trabaja pizcando tomate durante tres años. A los 15 años sigue
rumbo a Caborca para trabajar en la cosecha del algodón y vive rentando un
cuarto durante dos años. En esos años, Julián vive entre la cuartería de
Caborca y su casa, en el pueblo de San Mateo Liebres. A los 18 años, se entera,
por unos amigos, que hay trabajo en la pizca de tomate en la Paz, Baja
California Sur y decide ir allá, donde se instala por dos años con un paisano
en unos cuartos de madera dentro de un campamento.
El recuerdo de
estos lugares se asocia con la vida del trabajo agrícola. Las relaciones sociales significativas son de
amistad, de paisanaje y laborales
informales con patrones o intermediarios como los capataces y mayordomos.
Los viajes constantes de un lugar a otro pueden hacerse solo o en grupo; en el
relato cobra especial énfasis el regreso de Julián a San Mateo Liebres.
En ocasiones,
Julián menciona sólo el regreso a la casa o al pueblo, en tanto que la
recolecta o pizca podía implicar lugares distintos. Estos ocho años de viajes constantes, desde los 12 a los 20
años, constituyen un periodo de intenso trabajo y movilidad en la vida
de Julián, donde el pueblo sigue siendo la referencia de hogar.
Aquí, como lo
señala Besserer (2007), cada cultivo (la fresa, el tomate, la uva) simboliza
tiempos y lugares específicos. Así, cuando los entrevistados decían: “nos
fuimos a la pizca del tomate y luego seguimos a la fresa”, aluden a tiempos y
lugares particulares de su biografía y de la ruta de migración de los flujos
humanos de los que ellos forman parte.
Es importante
decir que con el asentamiento aunado a los cambios en las temporadas de cultivo, este patrón narrativo se ha alterado ya que en
un lugar puede haber tomate y fresa, sólo que en tiempos distintos.
Otra forma de
especificar los lugares de trabajo es a través de la conexión de los
movimientos, esto a partir de los sitios que mencionan los entrevistados, entre
ellos, los ranchos o empresas donde laboraron. Por ejemplo, Victoriano, un
trabajador zapoteco, menciona dos viajes a Estados Unidos desde San Quintín, y
en las dos ocasiones su lugar de llegada es el rancho El Diablo, sin ninguna
otra referencia geográfica: “cruzamos por la laguna, decían que era el mar… y
llegamos al rancho El Diablo… luego íbamos a dormir al monte… ahí estábamos un
tiempo, luego regresábamos de nuevo acá a rancho Seco… [en el valle de San
Quintín]…”. Él, como otros trabajadores agrícolas mexicanos, se refugiaban en
las laderas de los cerros en el sur de San Diego, durmiendo en casas de cartón
improvisadas.
5.2. Los lugares de
la circulación
En un primer
acercamiento, la ruta de la circulación se puede definir por la lógica de
funcionamiento de un mercado de trabajo que integra lugares de reproducción y
reclutamiento de la fuerza de trabajo y el lugar de producción agrícola. Sin
embargo, esta ruta también puede observarse desde la perspectiva del individuo.
A partir de las
entrevistas se puede advertir que el conjunto de movimientos, por ejemplo, de
un periodo de nueve años, parece definirse por sucesos en la vida del individuo
como el casamiento y la formación de una familia; o bien, la muerte de los
padres o la estancia de los hijos en la región migratoria.
Por ejemplo, el caso de Julián, en una de las
estancias de meses en San Quintín, conoce a la mujer que es actualmente su
esposa, quien es del mismo pueblo, a partir de ese momento la temporalidad de
sus desplazamientos cambia notoriamente así como el radio de sus
desplazamientos. Después de casarse, va de nuevo a Estados Unidos, dejando a su
esposa en el valle de San Quintín, quien también trabajaba en el campo,
establece durante 17 años un patrón de movilidad entre San Quintín y California
hasta que decide regresar a trabajar al valle por problemas de salud y escasez
de trabajo en California.
Si bien la
movilidad hacia California tenía una lógica de trabajo o empleo, sus retornos
constantes a San Quintín obedecían al deseo de estar con su familia y de
resolver las necesidades familiares como arreglar el terreno, la vivienda y estar con los hijos. Durante este tiempo compraron
un terreno y construyeron un hogar en San Quintín, también edificaron una casa
para sus padres en Oaxaca. Durante esos 17 años, Julián considera que su hogar
estaba en San Quintín y su trabajo en California.
El caso de Rosa
nos ofrece otro circuito que involucra a San Quintín, como residencia y
trabajo, y la localidad San José de las Flores, en el municipio Putla Villa de
Guerrero, Oaxaca, de donde es originaria y donde se quedó su madre. Este
circuito lo estableció desde hace diez años, Rosa vio una posibilidad de
disminuir los gastos en su hogar, enviando a su hija Antonia de seis años con
su abuela materna, quien le ofrecía la posibilidad de que la niña estudiara.
Desde entonces Rosa envía dinero a su madre para la manutención de Antonia y va
cada año a visitarla.
5.3. Los lugares de
la migración: de residencia, de paso, espera
y cruce de la
frontera estatal
Al analizar
las historias de migración obtenidas a partir de las entrevistas; además de los
distintos lugares de residencia como trabajadores, como nuevos colonos o como
miembros de una familia o comunidad, se encontró otro tipo de lugares por los
que transitan los jornaleros y que marcan su
experiencia espacial biográfica. Estos lugares son aquellos que sólo son
mencionados como de paso en un trayecto específico, como es el caso de Julián,
quien refiere una estancia de un mes en San Quintín en su historia migratoria.
En el contexto de
la trayectoria global, en ese momento San Quintín es considerado sólo como
lugar de paso donde se contactaron a personas para continuar el viaje a Tijuana
para cruzar la frontera. En estos espacios sobresalen
los sitios de cruce de la frontera mexicano-estadounidense, los cuales
cobran especial relevancia en la narración de los entrevistados, en la medida
que generan relaciones sociales nuevas como son las que se establecen con los
polleros, con la migra o los patrones del otro lado. La experiencia que parece
marcar estos lugares es el riesgo y el peligro.
En el caso de
Julián, por ejemplo, en uno de los cruces que realizó durante los 17 años que
pasaba constantemente hacia California por Tijuana, y cuyas estancias en esta
ciudad podían durar hasta dos meses, fue asaltado y herido por un grupo de
jóvenes baja pollos.[19] A consecuencia de ese ataque perdió
parte de la vista, empezó con un problema constante para trabajar y para
desplazarse por su propia cuenta. La distinción de los lugares de cruce señala
una experiencia espacial diferenciada entre la nacional y la internacional.
El caso de Carmen
puede servir para contrastar la idea de cruce y espera, ya que ella se
establece en Tijuana mientras su esposo va y viene a California. Para ella,
esta ciudad fronteriza fue un lugar de espera para el retorno mensual de su
esposo; hasta que los regresos se van haciendo cada vez más esporádicos y ella
decide regresar con su familia a San Quintín y trabajar como jornalera en el
campo.
6. Los movimientos
temporales, las estancias continuas y el proceso de asentamiento
Al hacer el
análisis de las historias de migración construidas libremente por el
entrevistado alrededor de los ejes mencionados, lo que se detectó fueron
temporalidades distintas en su propio recuento de migración. Los movimientos
fueron relatados como episodios de vida que respondían a lógicas distintas, por
ejemplo, en el tiempo de trabajo estacional, el episodio de vida estaba marcado
por la lógica de la producción agrícola de exportación, en tanto que el tiempo
circular combinaba en un episodio de vida, lógicas de urgencia familiar o
individual, como regresar con la familia (la muerte de algún pariente, el
nacimiento de un hijo, una festividad, etc.) o a resolver un problema vecinal o
comunitario.
Este tiempo
intermedio –llamémosle los periodos de circulación– regularmente era mayor de
un año. Esta referencia temporal intermedia correspondía a una temporada más
amplia de la vida que combinaba varios
cambios de residencia, con los tiempos de trabajo y los ciclos de la vida familiar. Es importante considerar la
reconstrucción narrativa de la movilidad geográfica por lo que esos
movimientos estacionales y circulares tienen como referencia constante el total
de experiencia migratoria que constantemente ubicaba al entrevistado en el
presente con la mirada al pasado.
Tanto para los periodos de trabajo estacional menores de un año como para los periodos de circulación,
mayores de un año, la idea del retorno desempeña un papel central como evento marcador entre un episodio de vida y otro. La
idea de retorno ubicaba el hogar familiar, ya fuera el de orientación o
procreación, dependiendo del momento biográfico del entrevistado y el cual no
siempre era en el lugar de origen. En las historias de vida había un quedarse y un irse y, conforme el tiempo de alojamiento
en un lugar era más
amplio y se suscitaba la llegada de familiares, este nuevo lugar se convertía
en la referencia para la movilidad.
Las entrevistas
se realizaron a personas que se consideran residentes en alguna colonia de las
dos delegaciones más pobladas del valle de San Quintín. En general, contaban
con un terreno en proceso de regularización y pocas de ellas estaban rentando,
por lo que la residencia en la nueva colonia se convierte en la referencia de
hogar para su movilidad actual, apareciendo la idea de permanencia continua a
partir de ciertos eventos como la llegada de familiares, la posesión de un
terreno, el pago de servicios, la asistencia de los hijos a la escuela, la
puesta en marcha de un negocio, sucesos que se convierten en indicadores de
permanencia.
En síntesis, son
comunes los distintos tipos de movilidades en la historia de un individuo
regularmente mayor de 18 años, que combina los tiempos cortos de la producción
agrícola con los tiempos intermedios de la circulación, influidos por la vida
familiar –en sus distintas etapas– y con los tiempos de otras ocupaciones en
los lugares de origen, o en los nuevos lugares de residencia durante las
temporadas bajas de la producción agrícola, como es el caso de la construcción,
el comercio o la colecta de piedras en la playa.
El asentamiento
en un lugar de migración, indicado por una permanencia mayor, no es suficiente
si no se acompaña de indicadores de orden social como la posesión de un
terreno, el pago de servicios, la asistencia de los hijos a la escuela, la
participación comunitaria y las condiciones de salud y edad del migrante.
Hablar de asentamiento es hablar de apego al nuevo lugar. Lo que la literatura
reporta constantemente en encuestas transversales como migrantes indígenas en
la agricultura, con edades que proporcionalmente se concentran entre los 16 y
29 años de edad, corresponde a un momento de intensificación de la movilidad y
del trabajo en la trayectoria vital de los individuos.
Conclusiones
El tema de la especialización laboral ha sido una constante en la
literatura sobre
migración indígena, para el caso del valle de San Quintín, está asociada con el
trabajo en los cultivos como jornalero. Tanto en colonias como en campamentos,
la población que habla lengua indígena se dedica a la agricultura en una
proporción mayor que los que no pertenecen a algún grupo étnico.
En el análisis de
los itinerarios de vida no se logró encontrar tal especialización por cultivo.
En general, en la trayectoria encontramos que hay una variedad de cultivos de
frutas y verduras frescas, y que ello, más bien, corresponde a las distintas
estaciones de cultivo en el año, en cada una de las regiones o lugares donde
residían los migrantes (Ebimbre, 2005).
Hay un incremento
en la flexibilidad de estos trabajadores para entrar y salir de los campos de cultivo y combinarlos con actividades remuneradas
en otros sectores como el comercio o la extracción, particularmente la recolección de piedras de mar para
exportarlas a California. Esta especialización y flexibilización laboral
de la población indígena sigue una lógica no sólo del mercado laboral, sino
también de su vida familiar. La salida y entrada del mercado de trabajo
agrícola depende de las edades y número de integrantes del hogar; esta
organización se realiza prácticamente por semana, con periodos intensos durante
la temporada alta de cosecha para ciertos cultivos como el tomate y la fresa.
Pero también tiene una lógica de agotamiento físico de los trabajadores, pues el trabajo intenso de siete
días a la semana exige dos días, ya sea de descanso o por enfermedad. Es
posible decir todavía que la especialización laboral de los migrantes indígenas
funciona en torno al sector agrícola y la posición de peón en el trabajo se ha
roto en torno al tipo de cultivo y de contratación (tarea, jornada o pieza),
número de patrones e incorporación al empleo, ya que el enganche es cada vez
menos frecuente como resultado del asentamiento.
Hay una creciente flexibilización que opera en forma muy amplia a lo
largo de la biografía de los individuos, ya que cada vez hay una mayor
combinación de empleos en sectores distintos, o bien, en el mismo sector en
otros lugares fuera de la región, como es en California y Oregón. Esta
flexibilización va al terreno del grupo, a través de la capacidad de reemplazo
generacional, como parte de las estrategias de reproducción de los hogares en
la medida que existen nuevos integrantes que pueden entrar a sustituir o relevar
a otros miembros, no sólo en tiempos de enfermedades o de movilidad geográfica,
sino en el ritmo de intensidad que las nuevas formas de producción global
exigen a los trabajadores y sus hogares.
El estudio
biográfico no sólo permite dar cuenta de las distintas lógicas sociales que
dominan el comportamiento de los individuos, sino también descubrir cómo están
conectadas con las estructuras sociales que definen las opciones individuales.
De tal forma que, al observar las lógicas que organizan la movilidad y
migración de estos migrantes, es posible conocer las negociaciones –entre las
lógicas de los mercados de trabajo con necesidades de mano de obra en tiempo y
forma– con las lógicas familiares o comunitarias.
Los encuentros
familiares o la asistencia a las fiestas comunitarias cobran una relevancia
similar a la de los traslados para acudir a las cosechas de tomate, o bien,
cómo esas distintas movilidades nacionales o transfronterizas tienen sentido en
el horizonte residencial que incluye la compra de un terreno o la construcción
de una casa en un nuevo lugar. Los individuos organizan el asentamiento en
configuraciones familiares tan versátiles como las utilizadas para la movilidad
(Carton et al.,
2004), desarrollando de manera paulatina apego y arraigo.
A partir de los
casos analizados y del caso típico utilizado se pudo conocer la conexión del
asentamiento en San Quintín con la migración internacional, en particular a los
campos de cultivo de California. Las entrevistas fueron realizadas entre 2000 y
2006, de tal forma que la frontera ya registraba el efecto de las políticas de
control para limitar el cruce de México a Estados Unidos. Ya se había
establecido la Operación Guardián (1994) y apenas se notaba el efecto del
vínculo de la política migratoria con la seguridad nacional estadounidense, a
raíz de la caída de las torres gemelas de Nueva York, en septiembre de 2001.
Estos cambios se
expresaban en estancias más largas en Estados Unidos, o bien, en una
disminución del cruce de otros miembros de la familia ante el incremento del
costo y riesgo para pasar la frontera. El asentamiento en esta zona permite un
mayor control de los costos de la movilidad transfronteriza. El análisis en
conjunto de estas formas diferentes de construir el territorio: movilidad, espera
y asentamiento surge como una necesidad para comprender las múltiples lógicas
(Cresswell, 2012) que dominan los itinerarios de estas poblaciones móviles,
pero también en proceso de arraigo con horizontes étnicos específicos.
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Recibido: 7 de abril de 2010.
Reenviado: 5 de octubre de 2011.
Aceptado: 19 de octubre de 2013.
Matilde Laura Velasco-Ortiz. Mexicana. Doctora en ciencias sociales
con especialidad en sociología por El
Colegio de México. Es investigadora del Departamento de Estudios
Culturales de El Colegio de la Frontera Norte, donde labora desde 1991. Además
se ha desempeñado en dicha institución como docente desde 1999 hasta la fecha,
donde ha impartido cursos a nivel de grado y posgrado sobre: identidad y
migración, metodología de investigación, la cuestión étnica en los estados
nacionales modernos, identidad, etnicidad y
multiculturalidad, entre otros. Cuenta con
una extensa producción de capítulos de libros y artículos de revistas con
arbitraje nacional e internacional. Entre sus principales publicaciones
destacan, coordinado con Marina Ariza: Métodos cualitativos y su aplicación
empírica. Por los caminos de la investigación sobre migración internacional, El Colef-unam, México, 546 pp. (2012), en
coautoría: Mexican
voices of the border region, Temple University Press, Philadelphia, 216 pp. (2011); Migración,
fronteras e identidades étnicas transnacionales (coord.), El Colef-Miguel Ángel
Porrúa, México, 344 pp. (2008); Mixtec transnational identity, University of Arizona Press, Tucson, 272 pp. (2005); Desde
que tengo memoria: narrativas de identidad en comunidades de indígenas
migrantes, El
Colef-Fonca, México, 303 pp. (2005); entre otras.
[1] La definición de la población indígena dentro de esa corriente migratoria se basa en el criterio de lengua indígena: pertenencia a un hogar con algún hablante, o bien, nacido en un municipio de estados como Oaxaca o Guerrero cuya población sea predominantemente indígena.
[2] Ver Rubio et al. (2000) y Fox y Rivera (2004).
[3] Heyman (2012: 427) define a la movilidad como: “cualquier tipo de patrón de movimiento humano o no (bienes o información), en la que lo importante es su relevancia social y cultural…”.
[4] Cresswell, 2013 y 2014.
[5] Arroyo-Sepúlveda, 2003; Barrón, 1994; Lara-Flores, 2003; Lara-Flores y Carton, 2003 y Zabin, 1993.
[6] Carton y Lara-Flores (2004) realizaron una encuesta a 8,117 hogares de jornaleros agrícolas migrantes en campamentos y cuarterías de las regiones agrícolas más desarrolladas en los estados de Sinaloa, Sonora, Jalisco y Baja California Sur, entre 1998 y 2000.
[7] Las entrevistas se realizaron en el marco del proyecto de investigación “Migración, trabajo agrícola y etnicidad: la relación entre lo local, nacional y global en el valle de San Quintín (2003-2006)” con apoyo de Conacyt, donde participan −además de la autora Marie Laure Coubès− Christian Zlolniski, Abbdel Camargo, Susana Vargas y Juan Manuel Ávalos.
[8] Estas dos delegaciones concentran 70% de la población de todo el valle. La definición del valle de San Quintín no obedece a una demarcación política administrativa, pues abarca cuatro delegaciones: Punta Colonet, Camalú, Vicente Guerrero y San Quintín.
[9] Las primeras entrevistas sirvieron para la elaboración de una encuesta representativa de corte biográfico sobre movilidad, residencia y empleo en el Valle de San Quintín. Dicha Encuesta Biográfica de Movilidad Residencial y de Empleo en San Quintín (Ebimre) se realizó entre mayo y junio de 2005; sobre el diseño de ésta ver Coubès (2005).
[10] Los nombres que utilizo son seudónimos.
[11] Enfatizo la migración moderna para distinguirla de la movilidad regional de los pobladores de la región mixteca, previas a la etapa de industrialización y modernización en México.
[12] A principios de 2004, un recorrido por el valle nos permitió documentar 62 colonias de residentes en las delegaciones más pobladas de la región: Vicente Guerrero y San Quintín.
[13] Entrevista a Juan Manuel Llamadas (2000), delegado del Programa Nacional de Jornaleros Agrícolas en el valle de San Quintín, realizada por Laura Velasco, Marie Laure Coubès y Christian Zlolniski. Esto también lo confirmó el profesor Andrés Cruz, director de la escuela Revolución Mexicana, Nuevo San Juan Copala, en entrevista realizada por Laura Velasco (2004).
[14] Datos procesados por el proyecto Colef-Conacyt, “Migración, trabajo agrícola y etnicidad” con base en Sagarpa. Programa Agrícola (1992-1993, 1996-1997 a 2003-2004).
[15] No es extraño que en las movilizaciones por la suspensión de salarios en los años noventa, los trabajadores no sólo quemaron los empaques sino también saquearon las tiendas donde no les fiaban alimentos por la falta de cheques.
[16] Habla una lengua indígena 34% de la población mayor de cinco años que vive en campamentos, en tanto en las colonias ese porcentaje es de 16%. Encuesta Sociodemográfica y Migración del valle de San Quintín (Conepo-Colef, 2002-2003).
[17] Martínez-Veiga (2001: 45-47), en su estudio del ejido, considera que este desajuste entre el tiempo de producción y de trabajo trae consecuencias particulares a la organización de la labor agrícola.
[18] Del total de la población encuestada de las colonias en 2003, cerca de 70% llegó en la década de los ochenta y noventa del siglo xx (Conepo-Colef, 2003).
[19] Así se nombra coloquialmente a los asaltantes de migrantes en las zonas de cruce.