Sustentabilidad
y economía: la controversia de la valoración ambiental
Sustainability and economics: controversy on the
environmental valuation
Alma Angelina
Haro-Martínez
Isabel Cristina
Taddei-Bringas*
Abstract
In the topic
of sustainable development, the assignment of value to ecosystem services is
controversial. The economic science approaches it from two different
perspectives: the traditional framework of neoclassical economy (environmental
economics), and from an integral viewpoint where different sciences converge:
ecological economics. This paper presents a critical review of the conventional
economic theory related to sustainable development and highlights the need to
assign values to ecosystem services for a comprehensive decision-making process
which take into account individual and social preferences, and this way,
advance to reach the central goals of sustainable development: economic
efficiency, social justice and ecological sustainability.
Keywords: sustainable development, ecological economics,
environmental economics, valuation.
Resumen
En el tema del
desarrollo sustentable una controversia fundamental es la asignación de valor a
bienes y servicios ambientales. La economía lo aborda desde dos perspectivas:
el enfoque tradicional neoclásico (economía ambiental) y otra, más integral,
donde confluyen distintas ciencias (economía ecológica). Este trabajo ofrece
una revisión crítica de la teoría económica convencional asociada al desarrollo
sustentable, asimismo, destaca la necesidad de asignar valores a los servicios
ambientales para una mejor toma de decisiones, en la que se consideren las
preferencias individuales y las sociales, con lo que avanzaría hacia las metas
centrales del desarrollo sustentable: eficiencia económica, justicia social y
sustentabilidad ecológica.
Palabras clave:
desarrollo sustentable, economía ecológica, economía ambiental, valuación,
valoración.
*
Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, a.c. Correos-e: haro.alma@gmail.com, ctaddei@ciad.mx
Introducción
Uno de los
mayores retos que enfrenta actualmente la humanidad es la convivencia armónica
con la naturaleza. Es imposible concebir al ser humano independiente de los
recursos que el medio ambiente le proporciona; su alimentación, y todos los
insumos materiales que sostienen la producción de bienes y la misma vida, está
soportada en los ecosistemas de la tierra, de ahí proviene la importancia de
conservarlos.
Por otra parte,
las demandas de la población van más allá de cubrir sus necesidades básicas,
incluyen la mejora en niveles de confort y, en algunos sectores, la acumulación
de riqueza. Esto, aunado a la administración inadecuada de los recursos
naturales, ha ocasionado la alteración de prácticamente todos los ecosistemas y
la consecuente afectación del bienestar del ser humano.
Cualquier intento
por explicar este proceso nos remite a la revisión de los orígenes del
desarrollo, en cuya evolución han surgido respuestas orientadas a mejorar el
bienestar social sin deteriorar los recursos, como las que ofrece el paradigma
del desarrollo sustentable.
Alrededor de esta
aspiración o principio ético se han construido desarrollos teóricos que retoman
algunos postulados básicos de la ciencia económica. La sustentabilidad es
abordada, fundamentalmente, a través de dos enfoques: la economía ambiental,
basada en el pensamiento económico neoclásico; y la economía ecológica, que
constituye una perspectiva ecléctica al retomar premisas de distintas ciencias
como la economía, biología, ecología y sociología.
El primer enfoque
se distingue por su propuesta basada en la existencia de derechos de propiedad
y en la necesidad de asignar precios a todos los bienes y servicios, incluyendo
a la naturaleza y los derivados de ésta, en tanto que el enfoque heterodoxo
(economía ecológica) cuestiona la conmensurabilidad a ultranza.
El objetivo de
este artículo es analizar, a partir de la revisión de los principios del
desarrollo sustentable y de las teorías económicas asociadas, la factibilidad
de asignar valores a los bienes y servicios de los ecosistemas y con ello
aportar elementos para la discusión acerca de la controversia existente entre
las diversas disciplinas involucradas en la conmensurabilidad de la naturaleza.
1. Hacia una
definición del desarrollo sustentable
El modelo de
desarrollo que ha prevalecido por más de un siglo ha modificado el carácter de
dependencia del ser humano con la naturaleza. Este modelo ha derivado en una fuerte
presión sobre los recursos naturales que se evidencia en la degradación
ambiental, caracterizada por la erosión, desertificación, deforestación,
pérdida de biodiversidad y suelos, así como por la contaminación de aguas, aire
y suelos, generando diversos problemas sociales como pobreza, desnutrición,
desempleo y violencia.
La degradación
surge desde que el ser humano empieza a utilizar procesos tecnológicos altamente consumidores de energía en la agricultura, pero se intensifica a partir de la revolución
industrial, lo que acarrea una consecuente problemática social (Costanza
et al.,
2014). En esa época, la abundancia relativa
de recursos y el hecho de que la escasez ya no se limitaba tanto a la
tierra sino al capital, propiciaba la posibilidad de que la economía hiciera
abstracción del mundo físico y lo redujera únicamente a aquellos objetos de
valor utilitario para el ser humano.
Tanto los
especialistas como la sociedad llegaron a concebir un mundo sin límites
físicos, el crecimiento económico se volvió el objetivo primordial y lo
indispensable ya no era la satisfacción de las necesidades humanas sino la
acumulación de la riqueza, lo que generó una dinámica de apropiación de
recursos naturales (Costanza, et al., 2014).
Surgió entonces
un modelo de desarrollo económico productivista, cuyos rasgos son aún vigentes,
que tiene como premisa fundamental el crecimiento económico. De acuerdo con
este paradigma, cualquier problemática puede ser resuelta con el avance
tecnológico (Gómez-Baggethun et al., 2010). Las relaciones del hombre con
la naturaleza están basadas en una ética antropocéntrica, es decir, el ser
humano es el único con derecho a decidir qué tiene valor, el cual se establece
en función de la utilidad que proporciona (Azqueta, 2002).
Hacia la década de los sesenta del siglo pasado, el crecimiento económico era el principal objetivo de los
países; mayor desarrollo debía implicar mayor bienestar. Sin embargo, aun con
el crecimiento de los indicadores económicos, los problemas sociales, al igual
que los relativos a la degradación de los recursos naturales, iban en aumento.
Se evidenciaba que el sistema existente promovía la desigualdad económica y
social, así como daños a los recursos de la biosfera poniendo en peligro su
permanencia. En los setenta, diversos analistas empezaron a insistir en la
necesidad de plantear un nuevo modelo de desarrollo.
En 1987, la Comisión Mundial del
Medio Ambiente y Desarrollo (World Commission on Environment and Development)
propuso la integración de la conservación del medio ambiente a los objetivos
del desarrollo social y económico bajo la etiqueta de desarrollo sustentable a
través del informe Brundtland Nuestro futuro
común, que lo definió como “aquel que satisfaga las necesidades del presente
sin comprometer la capacidad
de las futuras generaciones para satisfacer las propias” (Brundtland, 1987).
La necesidad de integrar en el análisis los procesos económicos,
ecológicos y sociales ha exigido la atención de diferentes disciplinas, lo que
ha derivado en diversas definiciones y, aunque persisten divergencias en cuanto
a los contenidos, muchas de ellas se enfocan en el sentido ético y moral del
desarrollo. Algunas tienen como prioridad incidir sobre el bienestar, otras
propugnan más por la defensa de la sustentabilidad ecológica.
Sin embargo, y de
acuerdo con los fundamentos de este enfoque, la mayoría asume que el desarrollo
sustentable debe guardar equilibrio en tres dimensiones básicas: la social, la
económica y la ecológica o ambiental, lo que permitiría cumplir con la
finalidad ética y social del desarrollo, y con una disposición y gestión más
eficiente de los recursos, donde se aplicaría la la planificación social y el
uso adecuado de los recursos ambientales, además, se mantendrían los sistemas
de soporte a la vida.
Los principios
del desarrollo sustentable son enfoque integrado o con visión
interdisciplinaria y solidaridad con las generaciones futuras, debe ser
equitativo y justo; se requiere de una participación conjunta de la población
que permita incidir en la toma de decisiones; también debe considerarse la
capacidad de regeneración y asimilación del planeta, de ahí la necesidad de la
conservación de los ecosistemas.
Los límites del desarrollo actual no se encuentran en la tecnología y la cantidad de recursos existentes,
tienen que ver con la desigualdad social, la intensidad en el uso de los
recursos naturales y la capacidad del planeta para absorber los residuos
resultantes de la producción y consumo. El proceso de desarrollo sustentable
como tal se sustenta en una economía saludable con equidad social y calidad
ambiental; sus objetivos han de enfocarse en eliminar la pobreza y mantener la
economía en su tamaño ecológico óptimo, es decir, regular la tasa de uso de los
recursos para que ésta no rebase su índice de crecimiento o reposición.
El desarrollo sustentable, en tal sentido, va más allá de ser un
principio de carácter científico-técnico, es un principio normativo que
pretende que la vida humana pueda perpetuarse. De acuerdo con Costanza et al. (2014), es un concepto ético filosófico que se apoya
en distintas ciencias para explicar y lograr sus fines; sus planteamientos
demandan el manejo de sistemas complejos, ya que se requieren soluciones a
problemas globales de largo plazo que involucran a muchas disciplinas y
conexiones entre éstas.
2. Economía ambiental
y economía ecológica
Las distintas
teorías del desarrollo han tenido como base las doctrinas económicas, de ahí
que sea imposible separarlas de la dimensión económica (Jiménez-Herrero, 2003).
El desarrollo sustentable utiliza las herramientas de la economía para
operativizarse, es decir, para poner en práctica los elementos que permitan
alcanzar esta aspiración o principio ético, lo que hace a través de dos
aproximaciones o enfoques: la economía ambiental y la economía ecológica.
De acuerdo con algunos autores, como Jiménez-Herrero (2003), este tipo de
desarrollo va más allá de los parámetros de la economía convencional y se
adapta mejor al enfoque de la economía ecológica. A continuación se describen
ambos enfoques, los cuales tienen como fin la integración de la naturaleza a la
economía, aunque difieren en la forma de hacerlo.
2.1. Economía
ambiental
Hacia finales de la década de los cincuenta y principios de los sesenta
del siglo pasado, ante el deterioro de la naturaleza atribuido a la evolución
de la economía, la ciencia económica reconoció, en el debate sobre el
desarrollo, que los recursos naturales podían constituir una restricción para
el crecimiento, por lo que era necesaria una nueva relación entre los recursos
físicos y la economía (Naredo, 2001); es así como surge la economía ambiental,
con este nuevo enfoque teórico se incorporaba la variable naturaleza
al mercado sin renunciar por ello al objetivo de crecimiento económico.
De acuerdo con
Riechmann (1995), la biosfera desempeña tres funciones indispensables e
insustituibles: fuente esencial de la vida y hábitat para las especies vivas,
almacén de energía y materias primas y vertedero de desperdicios. Sin embargo,
bajo el paradigma económico predominante se asume que las materias primas
provenientes del ambiente son inagotables y los productos de desecho
irrelevantes. Esa idea propicia que los servicios proporcionados por el medio
ambiente no cuenten con un precio, debido a que no existen mercados específicos
para su intercambio (Van-Dyke, 2008).
Según este
enfoque, la inexistencia de mercados en este tipo de bienes y servicios se
explica por la ausencia de derechos de propiedad bien definidos como sucede en
el caso de los bienes públicos (el aire que respiramos o la capa de ozono) y
los recursos comunes (los bosques abiertos o acuíferos no regulados), ambos se
caracterizan por la no exclusión, es decir, no puede excluirse a nadie de su
disfrute, sin embargo, se diferencian porque en el primero no existe rivalidad
en el consumo, pues su uso no reduce su disponibilidad, mientras que en el
segundo sí (Carciofi y Azqueta, 2012).
El problema con
los recursos comunes se presenta cuando son de libre acceso, lo que implica que
su uso no tiene ningún costo, pero a diferencia de los bienes públicos, su
agotamiento o degradación es posible debido a la rivalidad en el consumo y a la
falta de regulación. El mercado no proporciona ningún indicador del valor de
los recursos ambientales, de ahí que en muchos casos éstos llegan a
considerarse como gratuitos en virtud de que su uso y disfrute carecen de algún
costo monetario. Cuando esto sucede, el costo de apropiación de un bien o
degradación de un servicio es pagado por la sociedad; esto es, se convierten en
subsidios ocultos que impiden percibir la importancia de la conservación de los
recursos.
El sistema
económico considera esta situación como una externalidad porque se da cuando la actividad de una persona
repercute sobre el bienestar de otra sin que ésta pueda cobrar un precio
por ello en caso de ser negativa, o pagarlo, en caso de ser positiva (Azqueta,
2002). La economía ambiental propone convertir esas externalidades negativas en
una escala que sea comparable con los elementos del sistema económico; para
ello, plantea el uso de algunas técnicas que permitan asignar un precio a los
bienes y servicios ambientales lo cual resultará útil al momento de diseñar
instrumentos específicos como impuestos, subsidios; o bien, para su integración
directa al precio. De esta manera, se internalizarían esas externalidades
negativas y se desincentivarían las actividades o acciones degradatorias al
ambiente. La valoración ambiental es la herramienta que permite dicha
asignación.
A la economía
ambiental se le ha conocido como la economía neoclásica de los recursos
naturales y de la contaminación ambiental, se considera una extensión de la
economía convencional (Martínez-Alier et al., 1998).
De acuerdo con algunos autores, como Aguilera-Klink y Alcántara (1994),
este enfoque no constituye una crítica al sistema económico actual sino que
representa una especialización dentro de la economía neoclásica. De acuerdo con
Azqueta (2002), no se trata de que la economía ambiental intente que el mercado
defina la calidad del ambiente con que la sociedad desea convivir, sino de
utilizar la lógica del mercado para descubrir el valor del mismo y hacia dónde
desearía encaminarse la sociedad en términos de la calidad ambiental.
2.2. Economía
ecológica
La economía ecológica surge como una crítica a los planteamientos de la
economía ambiental, pone en duda parte del instrumental de la economía
convencional en que se basa, ante las evidencias de su fracaso. Pretende
profundizar en aquellos aspectos sociales y ecológicos que la economía
convencional no ha considerado, al integrar los procesos económicos y
ecológicos con base en criterios de eficiencia y equidad (Jiménez-Herrero,
2003).
La economía
ecológica nace propiamente como rama de la economía en la década de los ochenta
del siglo pasado, al suscitarse divergencias teóricas en la economía ambiental
relativas al papel de la sustituibilidad y monetarización de los recursos
naturales (Costanza et al., 2014; Gómez-Baggethun, et
al., 2010).
Las primeras
contribuciones parten de la crítica a la teoría neoclásica realizada hace más
de cien años por Sergei Podolinksy, Patrick Geddes y Fredrick Soddy, quienes
intentaron incorporar análisis de flujos de energía en los estudios económicos
(Tetreault, 2008); posteriormente, Nicolas Georgescu-Roegen (1971) propone su
obra The entropy law and the economic process la cual, a pesar de las críticas,
constituyó la base del cambio de paradigma. En esta obra se señala que la degradación
de la energía, a través del fenómeno de la entropía, es irreversible, postulado
que se convierte en el fundamento teórico principal de este enfoque
(Herrmann-Pillath, 2011).
Desde esa
perspectiva, la economía depende de la presencia de los ecosistemas para su
existencia, de ahí que la sobrevivencia de los procesos físicos y biológicos
tiene prioridad sobre la rentabilidad, independientemente de la percepción de
la gente; tiene como propósito el estudio de todos los objetos que componen la
biosfera y los recursos naturales, que no necesariamente proporcionan alguna
utilidad a las sociedades humanas: el valor de los recursos ambientales es
intrínseco a ellos.
La economía
ecológica se centra en la naturaleza física de los recursos y su vínculo con los
sistemas que se interrelacionan; toma en cuenta desde la escasez y la
renovabilidad de los mismos hasta la nocividad y el posible reciclaje de los
residuos generados; tiene el propósito de orientar el marco institucional y
generar propuestas de solución (Naredo, 1994).
Dada la
complejidad de las interrelaciones dinámicas entre el sistema económico y los
sistemas físico y social, este enfoque busca estudiar los problemas de manera
transdisciplinaria, para construir respuestas a la problemática ambiental y social.
A partir de la
convergencia de distintas disciplinas, se han desarrollado diversas
aportaciones a la teoría económica que llevan a sostener que la economía
ecológica propone, más que modificaciones al sistema económico predominante,
una reconstrucción conceptual de la economía (Kapp, 1976).[1]
La economía
ecológica es considerada como el paradigma actual y como la ciencia de la
gestión de la sostenibilidad (Costanza, 1991); esta parte de la premisa de que
el ecosistema global (la tierra) es finito y tiene capacidades limitadas de asimilación y regeneración se centra en la interacción
de los sistemas económico, social y ambiental en el marco de la equidad,
distribución, ética y cultura.
Si se considera
que la economía es un subsistema dentro del ecosistema global, abierto al
intercambio de energía, materia e información, se asume entonces que está
sujeta a las leyes de la naturaleza. Así, la economía ecológica se fundamenta
en tres principios biofísicos básicos:
La primera ley de
la termodinámica, que afirma que la materia y la energía no se crean ni se
destruyen, sólo se transforman; es decir, permanecen constantes en un sistema
cerrado (como la tierra). Esto implica que al extraer recursos o utilizar
energía éstos deberán regresar de alguna manera, en algún momento y en la misma
proporción; por lo tanto, los procesos de producción y consumo siempre irán
acompañados de la generación de residuos (Aguilera-Klink y Alcántara, 1994).
La segunda ley de
la termodinámica, o ley de la entropía, afirma que materia y energía se
degradan continuamente en un sentido, de utilizable a inutilizable, o de
disponible a no disponible. Por lo tanto, un aumento en la entropía equivale a
una disminución de la energía disponible. Cada vez que se lleva a cabo un
proceso es disipada cierta cantidad de energía, la cual es irrecuperable y por
lo tanto no estará disponible para realizar algún trabajo futuro. Así, lo que
confiere valor a la materia o energía es su disponibilidad para ser utilizada.
Las principales fuentes de energía en nuestro planeta son hidrocarburos fósiles
que al utilizarse pierden la posibilidad de ser reutilizados, lo que implica su
agotamiento inminente (Aguilera-Klink y Alcántara, 1994).
El tercer
principio se refiere a la imposibilidad de extraer más recursos de los que la
naturaleza puede regenerar y de generar más residuos de los que la naturaleza
puede asimilar.
De esta manera,
el sistema global está limitado por las leyes de la termodinámica; el mundo es
finito, lo que implica el agotamiento irreversible de los recursos y de los
servicios que éstos prestan. Es por ello que el grado hasta el cual debe operar
la actividad económica estará definido por la escala, es decir, por la
capacidad de los ecosistemas para soportarla. Uno de los elementos que diferencia
a la economía ambiental de la ecológica es, precisamente la escala.
La economía ecológica pone énfasis en los tiempos de producción de la
naturaleza, en contraste con los tiempos de producción del sistema económico.
Esto es, la destrucción de la naturaleza se expresa en la diferencia entre el
tiempo económico y el tiempo biológico, controlado este último por el ritmo de
la naturaleza (regeneración de recursos y absorción de residuos). Si se
introducen al mercado los bienes y servicios de la naturaleza se alterará esta
diferencia, lo cual redundará en una elevada tasa de deterioro, donde
aparentemente el tiempo económico triunfa sobre el tiempo ecológico
(Martínez-Alier, 1996); por ello algunos autores, dentro de este mismo enfoque,
desaprueban la utilización de la valoración monetaria.
Autores como
Ehrlich y Ehrlich (1993) han considerado que el principal problema ecológico es
la sobrepoblación, postura que ha sido muy criticada por quienes plantean que
asumirlo así indicaría que los recursos naturales son insuficientes para
satisfacer a la población; esta crítica carecería de sentido ante el hecho real
de que, aun cuando se trate de recursos abundantes, su uso indiscriminado
terminaría por acabarlos.
El verdadero
problema entonces se halla en el consumo, pues aunque las necesidades humanas
son finitas y deberían ser similares para cualquier ser humano, las sociedades
las han modificado en función de su condición histórico-cultural. Sin embargo,
para algunos autores, la disminución del consumo implicaría el decrecimiento de
la economía y por ende el colapso del sistema (Kallis et
al., 2012). La
propuesta de Costanza et al. (2014) plantea explorar modelos
donde la planeación económica, ecológica, social y política sea central y el
problema de los bienes sustitutos no se resuelva con encontrar nuevos estilos
de vida, sino a través de la reconfiguración de éstos, particularmente de
quienes obtienen mayores ingresos; asimismo, sería necesario, además,
considerar a la sustentabilidad como indispensable para la subsistencia.
De esta manera,
la economía ecológica se puede considerar una crítica a la economía
convencional, ya que incorpora una nueva forma de visualizar y asumir las
relaciones entre los sistemas físico y social; además, su carácter
transdisciplinario permite entender las interrelaciones de sistemas complejos y
visualiza a la naturaleza como conjunto ordenado de ecosistemas que requieren conocerse ampliamente para poder orientar la gestión. Se basa en el conocimiento físico de
la biosfera para sustentar la valoración monetaria y la toma de
decisiones de los agentes económicos.
Sus fundamentos
son la equidad, la ética y la justicia, valores que retoma para comprender la
sustentabilidad y propone medirla a través de indicadores biofísicos como
complemento a los monetarios. Incorpora en el análisis aquellos aspectos que
pueden quedar ocultos por el sistema de precios, lo que implicaría subvaluar
los recursos y procesos ambientales así como sus repercusiones.
2.3. Contrastes y
concordancias entre ambos enfoques
Mientras que
la economía ambiental construye la valoración únicamente sobre los objetos que
proporcionan bienestar a la sociedad o le son útiles, la economía ecológica
extiende el análisis al resto de objetos económicos que no pueden traducirse a unidades monetarias y complementa la valoración con la medición física de los recursos en
los casos donde los valores monetarios no resultan válidos.
Según autores que
se adscriben al paradigma de la economía ecológica, como Naredo (2001) y
Martínez-Alier y Roca-Jusmet (2001), la economía ambiental incorpora la
transformación del entorno natural como un problema de asignación de recursos
escasos y fomenta su monetarización. Esto contrasta con el postulado de la
segunda ley de la termodinámica que plantea que toda transformación material es
irreversible y da lugar a la generación de desechos físicos y energía disipada.
Además,
consideran que la valoración monetaria de las externalidades es aplicable
solamente en el caso de fenómenos reversibles (como la contaminación del agua,
que se puede limpiar), pero en el caso de los irreversibles (como la extracción
y agotamiento de un recurso) o donde se involucró un procesamiento o disipación
de energía, no procede la asignación de valor.
Otras críticas desde la economía ecológica señalan que el enfoque de la
economía ambiental asume que la naturaleza está constituida únicamente por el
capital natural, con lo que deja de lado las funciones complejas surgidas de la
interrelación de ese capital con flujos de energía a los cuales no puede
asignárseles valor. Una crítica central es que, aun cuando sean muy
altos los valores monetarios asignados, ello no evita el deterioro.
Por otro lado, en
lo que tal vez constituye la mayor diferencia entre ambos enfoques, está la
medición de la escala a la hora de asignar valores, ya que mediante ésta se
concede importancia a la capacidad de asimilación y regeneración del sistema
evaluado. La propuesta de la economía ecológica es tomar como referencia una
escala sustentable, es decir, que no erosiona la capacidad de carga ambiental
con el paso del tiempo.
La economía
ambiental ha considerado la incorporación del entorno natural como un problema
de asignación de recursos, sin embargo no contempla las leyes físico-químicas
de la naturaleza. Como se ha señalado, la segunda ley de la termodinámica
establece la degradación irreversible de la materia y energía que da lugar a
desechos físicos y energía disipada, esto implica que en definitiva no se trata
sólo de un problema de equidad, sino de degradación y pérdida de recursos
energéticos. En este marco, la generación de residuos deberá ser menor a la
capacidad de asimilación de los ecosistemas y la extracción menor a su
rendimiento sostenible o renovable, lo cual difícilmente ocurre en la actualidad.
Por otra parte,
la economía ambiental implica cambios inducidos al intentar incorporar los
aspectos ambientales en la toma de decisiones, lo que significa una estrategia
de arriba hacia abajo, mientras que la economía ecológica conlleva modificaciones
que vienen desde la sociedad, lo que supone una estrategia de abajo hacia
arriba (Tetreault, 2008).
De acuerdo con el
paradigma de la economía ecológica, la tecnología debe armonizarse con el
desarrollo sostenible y, de hecho, los avances en ese campo son necesarios para
la generación de tecnologías limpias orientadas a aumentar la productividad de
los recursos; es decir, generar mayor volumen por unidad de recurso, así como
incursionar en el diseño de productos y de procesos que faciliten el reciclaje
(Daly, 1996).
En contraste, la
economía ambiental considera que el uso de recursos no tiene que ser limitado,
ya que una vez que éstos se vuelvan escasos se dará lugar a innovaciones
tecnológicas orientadas a satisfacer las necesidades humanas (Illge y Schwarze,
2009), Es así como este enfoque asume una perfecta sustituibilidad entre el
capital natural y el producido, y precisa de un crecimiento sustentable que
considera la no disminución del consumo per cápita a través del uso óptimo de
los recursos y la tecnología (Singh et al., 2009; Gómez-Baggethun et
al., 2010).
Una de las
diferencias más marcadas entre los dos enfoques tiene que ver con la
territorialidad. En el caso de la economía ecológica los datos que se obtengan
para la asignación de valores deben estar vinculados con un territorio de
referencia, de ahí que sea indispensable el uso de herramientas cartográficas
tales como los sistemas de información geográfica, mientras que en el enfoque
convencional, centrado en la racionalidad, se concibe un mundo sin dimensiones
que evoluciona al margen de las referencias territoriales concretas y considera
las cifras como los instrumentos de trabajo más adecuados (Naredo, 1996). En el
cuadro 1 se sintetizan algunas de estas diferencias.
Cuadro 1
Diferencias significativas entre la economía
ambiental y la economía ecológica
Economía
ambiental |
Economía
ecológica |
Ética
antropocéntrica. |
Ética de
la tierra o biocéntrica. |
Objetos
útiles. |
Objetos
que componen la biosfera y los recursos naturales. |
Sistema
cerrado en equilibrio. |
Sistema
abierto en desequilibrio. |
Enfoque
reduccionista. |
Enfoque
de sistemas. |
Crecimiento
ilimitado. |
Crecimiento
demarcado por los recursos naturales y la tecnología. |
Sustituibilidad
entre capital natural y
manufacturado. |
Complementariedad
entre ambos tipos de capital. |
Valoración
monetaria sólo a objetos útiles (valor
instrumental). |
Valoración
monetaria basada en valores intrínsecos y complementada con valoración a
partir de indicadores biofísicos. |
Corto
plazo. |
Largo plazo. |
Estrategia
de arriba hacia abajo. |
Estrategia
de abajo hacia arriba. |
Tecnologías
que incrementan la cantidad de recursos. |
Tecnologías
que incrementan el volumen por unidad de recurso. |
Asignación
y distribución. |
Asignación
eficiente, distribución justa y escala sustentable. |
Cifras
sin asignación territorial. |
Territorialidad. |
Fuente: elaboración propia.
A pesar de las
diferencias entre ambos enfoques es importante admitir que tienen como objetivo
común el conocer y entender la interacción ser humano-economía-medio ambiente,
que conduzca a la economía hacia la sustentabilidad (Venkatachalam, 2007).
3. Del desarrollo
sustentable conceptual al operativo
3.1. La valoración
El valor se
define, en general, como el grado de utilidad o aptitud de las cosas para
satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite. Los seres
humanos le conferimos valor a distintos elementos en función de nuestra
concepción de las necesidades que satisface el objeto valuado. Si consideramos
que el medio ambiente proporciona una amplia gama de valores que afectan de
forma positiva el bienestar, entonces podemos decir que adquiere un valor para
la sociedad (Azqueta, 2002). Según la economía ambiental son estos valores,
dado su carácter utilitario, los que pueden ser integrados al sistema
económico.
Sin embargo, más
allá de su aprovechamiento, el verdadero valor de los ecosistemas está en su
capacidad para cumplir importantes funciones ecológicas y ambientales que, aun
cuando no tengan un valor utilitario, son fundamentales para la vida y
proporcionan bienes y servicios indispensables para satisfacer las necesidades
del ser humano y su desarrollo; esta capacidad se ha visto mermada por la
intervención del mismo ser humano. Si bien el carácter renovable permite a los
ecosistemas restablecerse, las necesidades de la población han superado el
tiempo requerido para hacerlo posible, por lo que la calidad y cantidad de los
servicios que proporcionan han disminuido a tal grado que en algunos casos su
alteración es irreversible.
La valoración
ambiental surge como una herramienta de la economía ambiental que considera
útil valorar en términos monetarios los servicios que proporcionan los
ecosistemas, así como el impacto sobre ellos. Es decir, se intenta asignar
valores cuantitativos a los bienes y servicios proporcionados por los recursos
ambientales, independientemente de si existen o no precios de mercado que
permitan hacerlo; ello, con el fin de generar indicadores que den cuenta de la
importancia de dichos recursos para la sociedad (Willis et
al., 1999). De
acuerdo con los autores principales de este paradigma, el hecho de que los
servicios sean intangibles y existan problemas para evaluarlos en términos
físicos no significa que sea imposible hacerlo en términos monetarios.
Quienes sostienen
la conveniencia del uso de esta herramienta, si bien consideran que algunos
elementos del medio ambiente son invaluables, afirman que al no valuarlos se
caería en el error de asumir que su valor es cero y así se excluirían de la
toma de decisiones, de ahí la necesidad de estimar los valores para tener
elementos que permitan comparar los factores ambientales con los sociales y
económicos, aun cuando se corra el riesgo de asignar valores menores a los
reales.
3.2. Valoración
monetaria y conmensurabilidad
La valoración es el proceso de estimar y expresar un valor para una
acción u objeto en particular; en el caso del medio ambiente, este proceso se
enfoca a la asignación de valor monetario a bienes y servicios de un
ecosistema.
Se trata de una
herramienta controversial, ya que existen diversos cuestionamientos a la
asignación de un precio a la naturaleza; se argumenta la dificultad o
imposibilidad de medir su valor intrínseco además de la incapacidad de asignar
valores a costos sociales futuros, debido a la incertidumbre de los procesos.
Sin embargo, de acuerdo con el enfoque de la economía ambiental la valoración
monetaria constituye un instrumento indispensable para avanzar hacia el
equilibrio entre economía y medio ambiente.
Para la economía ecológica, en cambio, es necesario pasar de los valores de mercado a un tipo de éstos que
reflejen el valor intrínseco de la naturaleza, con base en su existencia misma
y en los servicios ambientales que proporciona; de esta manera, se superaría la
visión de corto plazo para trascender a las generaciones futuras.
A pesar de las
diferencias en las apreciaciones de estos enfoques respecto al valor, es
evidente que en ambos se utilizan, aunque con una visión distinta (Spash,
2013). Autores como Castro e Silva y Teixeira (2011) sugieren que el cambio
social en cuanto a la relación con el medio ambiente estará fuertemente
vinculado a los valores.
Es posible
encontrar una gran cantidad de índices para medir diversos aspectos de la
sustentabilidad (Ness et al., 2007; Singh et
al., 2009),sin
embargo, de acuerdo con Gasparatos y Scolobig (2012), al utilizar indicadores
compuestos no es posible hacer una valoración específica sobre el rol de los
seres humanos, al igual que sucede con los indicadores biofísicos o económicos,
pues las nociones de valor se pierden durante la normalización y agregación de
los elementos que los integran.
En años recientes
se han adoptado a escala regional instrumentos basados en el mercado para
evaluar la condición de las regiones. Empero, la valoración sigue siendo un
gran reto; persiste una brecha amplia de conocimiento acerca de las relaciones
biofísicas y eco-hidrológicas que deben servir de base para un modelado
confiable.
Identificar los
servicios de los ecosistemas proporcionados por una región y evaluar su
contribución al bienestar humano es una tarea de enormes proporciones (Maynard et
al., 2014). Sin
embargo, se avanza en el diseño de instrumentos que consideran la espacialidad
e integran la información económica y
biofísica disponible y con ello permiten generar valores confiables para
estimar el valor integral de territorios o regiones.
Esta valoración
no sólo posibilita incorporar tales valores al sistema económico, sino que
proporciona información adicional para evaluar cómo éstos varían a través del
espacio y, cómo, a través de ellos, es posible incidir en el diseño de
políticas que propicien la recuperación e incremento de las capacidades de los
servicios ambientales y, consecuentemente, un impacto favorable en el bienestar
social (Egoh et al., 2009; Schagner et
al., 2013).
De acuerdo con Haro-Martínez y Taddei-Bringas (2010) el uso de Sistemas
de Información Geográfica (sig)
para identificar y cuantificar servicios ambientales adquiere cada vez mayor
reconocimiento por sus alcances en la identificación espacial o territorial
para la estimación de valores confiables y el uso eficiente de recursos, de ahí
que se ha convertido en una base de referencia para la adopción de esquemas de
Pago de Servicios Ambientales (psa).
Los esquemas de psa son la transacción voluntaria de
servicios ambientales entre un proveedor y el usuario de los mismos, que
permite compensar al primero por la garantía del servicio a cambio de una
retribución generalmente económica (Derissen y Latacz-Lohmann, 2013);
constituyen la primera aproximación práctica a la integración del sistema
económico con el social y el ambiental.
Estos esquemas
han cobrado vigencia en los últimos años debido a su potencial para cambiar el
comportamiento dañino para el ambiente y por los beneficios que puede aportar a
los medios de vida rurales (Tacconi, 2012). En la actualidad, la valoración de
servicios ambientales ocupa un lugar central en las agendas políticas y
académicas de la conservación de la biodiversidad por su utilidad en la toma de
decisiones (Laurans y Mermet, 2014).
Aun cuando los
enfoques de la economía ambiental y la economía ecológica coinciden en la
necesidad de utilizar este instrumento, existen discrepancias respecto a su
diseño y aplicación; para la primera representa un esquema para mejorar la
eficiencia de la gestión de los recursos naturales, mientras que para la
segunda constituye la oportunidad de compatibilizar las decisiones sobre el
manejo de recursos naturales con los intereses sociales.
Por las similitudes entre ambas perspectivas, se advierte que es posible
una implementación adecuada del esquema de psa
donde, vinculada a la rentabilidad, se considere la equidad inter e
intrageneracional (Tacconi, 2012). Ello llevaría a cumplir con las expectativas
de ambos enfoques en cuanto a mejorar el manejo de los recursos para asegurar
la provisión de los servicios ambientales y de esta manera incidir en el
incremento de la calidad de vida y en la reducción de la pobreza, sobre todo en
el medio rural.
De acuerdo con
Naredo (1994), para la gestión ambiental puede procederse de dos formas: una,
desde la valoración monetaria, al aplicar el enfoque analítico de la economía
convencional basado en precios, costos y beneficios monetarios; y la otra,
adoptando a la gestión los enfoques analíticos de las distintas disciplinas
involucradas en la problemática ambiental.
El autor sostiene
que ambas perspectivas deben complementarse de tal forma que la utilidad y el
bienestar del sistema económico se adapte a las exigencias ecológicas e
incorpore las dificultades que representa la interacción con el resto de los
sistemas con que se relaciona. Esto implica que el sistema económico se apoye
en otros que le proporcionen información adecuada y permitan dimensionar la problemática
para incidir en el universo físico en que está inmerso.
De esta forma, se
ampliaría el objeto de estudio a otros sistemas y se utilizarían los sistemas
que resulten más adecuados al contexto, pasando así del universo del valor
monetario a uno donde esté incluida la realidad física, con nuevos modelos
predictivos y opciones tecnológicas, y con nuevos procesos de negociación
social, donde la discusión se centre no sólo en el mercado, sino en las
instituciones y la información.
Como puede advertirse, lo anterior no implica una renuncia a la
valoración monetaria, más bien alude a la integración del sistema económico a
su entorno biofísico y territorial, dando lugar a una nueva estructura de
análisis. Este nuevo enfoque llamado ecointegrador lleva a una
reestructuración conceptual de la economía al trastocar tanto su instrumental y
métodos como sus propios principios (Naredo, 1994).
Por otro lado,
desde la economía ecológica no se cuenta con un método de medición estándar; se
considera que la evaluación de las externalidades es arbitraria, de ahí que no
puede servir como base para el diseño de políticas ambientales. Sin embargo,
tampoco es posible que tales políticas se basen solamente en la racionalidad
ecológica, ya que para decidir es necesario comparar costos y beneficios, lo
que hace indispensable la asignación de valores.
La complejidad
que envuelve las interrelaciones de los diversos sistemas involucrados ha
llevado a considerar y utilizar la teoría de la decisión multicriterio (Munda, 1995),
que propone evaluar todos aquellos criterios necesarios para la toma de
decisiones, éstos pueden ser de diversa índole: valoración monetaria,
ponderaciones de los distintos factores involucrados, consensos. Para tomar la
decisión final se organizan las posibles soluciones en una matriz y se recurre
a un juicio práctico basado en la capacidad de percepción y del conocimiento.
Como se advierte,
bajo esta lógica no existe una solución única al problema, sino que ésta
depende del peso relativo o importancia que se da a cada criterio
(Martínez-Alier et al., 1998); lo anterior permite sostener
que para una toma de decisiones informada y adecuada dirigida a la solución de
problemas complejos se requiere desarrollar instrumentos sólidos, útiles para
la evaluación de los distintos elementos involucrados y sus interrelaciones. El
método más aceptado y utilizado es el enfoque multicriterio, el cual implica la
evaluación individual de cada uno de los elementos, mismos que para ser válidos
deben basarse en información confiable; una de las herramientas que pueden
proporcionar esta información es la valoración monetaria.
En síntesis, hacer operativo el desarrollo sustentable requiere de la
convergencia de las propuestas de ambos enfoques. Tanto las herramientas planteadas
por la economía ecológica como las de la economía ambiental deberían
complementarse para obtener mejor y mayor información respecto a una toma de
decisiones consistente con los principios del desarrollo sustentable: equidad,
justicia, eficiencia en el uso de recursos, y que corresponda con la capacidad
natural de carga del sistema que se evalúe.
3.3. Sustentabilidad
en la asignación de valores monetarios
De acuerdo con
Naredo (2001), el objeto de estudio de la economía ecológica es la sustentabilidad
sin que para ello necesariamente se tenga que recurrir a un solo tipo de valor
expresado en números. El otorgar valores al ambiente es útil, aunque no
necesario; este enfoque no renuncia a la valoración de algunos de los objetos
económicos, sino que la limita. Así, algunos de estos objetos tendrán valores
monetarios y otros se podrán expresar en unidades físicas.
Es necesario tener en cuenta algunos problemas básicos que aborda la
economía ecológica, a partir de los cuales debe realizarse la valoración. Según
este enfoque, los retos elementales a superar son escala sustentable,
distribución justa y asignación eficiente. La primera se refiere a que la
escala o magnitud de las actividades humanas debe ser ecológicamente
sustentable; alude a las capacidades naturales del ecosistema para regenerar
los insumos y absorber los desperdicios sobre una base sustentable.
La segunda se relaciona con la distribución de los recursos y derechos de propiedad
justos, tanto de la presente generación como entre ésta y las futuras
generaciones, así como entre humanos y otras especies; aquí, los mecanismos
pueden ser los impuestos, los pagos de seguridad social o esquemas de pago por
servicios ambientales, entre otros.
La tercera y última sugiere la asignación de recursos entre usos finales
del producto (incluye
recursos de mercado como los bienes adquiridos y de no mercado como los
servicios ambientales) de acuerdo con las preferencias individuales determinadas por la capacidad de pago del
individuo. Aun cuando la asignación y distribución son tratadas por la economía
convencional, la escala ha sido prácticamente excluida, por lo que es necesario
considerar tanto la asignación como la distribución en torno a la
sustentabilidad ecológica (Costanza et al., 2014; Costanza y Folke, 1997).
Lo anterior tiene
relevancia en el marco de la valoración, desde la economía ecológica, dado que
este enfoque se opone a la internalización de los costos externos a través de
los precios de mercado, porque ello implica efectos indeseados en la distribución
del ingreso. Trasladar a la sociedad las externalidades por medio del mercado
conlleva injusticia social, puesto que la distribución a través del mercado,
por principio, no es justa. Este enfoque considera entonces que la distribución
y asignación deben mantenerse separadas, de tal forma que para que la primera
sea justa es necesaria una política de transferencias (de propiedad, impuestos,
recaudación para seguridad social, pago de servicios ambientales, etc.) que
debería ser consensuada en función del beneficio social. Por otra parte, los
precios determinados por la oferta y demanda serían el mecanismo base para
llevar a cabo una asignación eficiente.
De esta manera,
si la distribución se hace en función de valores monetarios se incurre en injusticia
social al trasladar los costos de uso de recursos en los procesos productivos a
la sociedad; sin embargo, si estos valores se utilizan para la asignación de
recursos, los que pagarían estas externalidades serían los propietarios de los medios
de producción.
Así, la distribución y la escala deberán estar respaldadas por el
consenso social. En ello
los elementos de decisión pueden ser diversos (indicadores biofísicos, sociales
y económicos); entre éstos pueden considerarse ponderaciones de valores
monetarios o numéricos para la toma de decisiones.
Una vez resueltos estos dos problemas se podrán utilizar mecanismos de
mercado para asignar recursos eficientemente. Estos tres elementos deberían ser
tratados en forma interrelacionada ya que esto permitirá cumplir con los
principios del desarrollo sustentable.
En resumen, para
hacer operativo el enfoque de la economía ecológica y cumplir entonces con las
metas del desarrollo sustentable, es indispensable tomar en cuenta tres
factores: la escala sustentable, la distribución justa y la asignación
eficiente de recursos; éstos tendrían que considerarse de manera integrada y en
el orden siguiente: primero fijar los límites ecológicos de la escala
sustentable, lo que pudiera lograrse a partir de la creación de políticas que
aseguren que el crecimiento de la economía permanezca dentro de esos límites;
segundo, establecer una distribución equitativa y justa a través de los
instrumentos de política, que permita disminuir el grado de desigualdad; y
tercero, utilizar los mecanismos del mercado para llevar a cabo la asignación
(Costanza et al.,
2014).
3.4. Los valores de
la sustentabilidad
De acuerdo con
lo sugerido por Costanza (2001) la valoración de los servicios de los
ecosistemas basados en la eficiencia, justicia y sustentabilidad deberá estar
fundamentada en tres tipos de valores:
1) El valor “E”,
basado en la eficiencia, se sustenta en las preferencias
individuales que se suponen fijas. Se parte de que estas preferencias existen y
su valor está dado por la disposición a pagar el bien o servicio dado; bajo
esta consideración, la estimación más aproximada de lo que la gente quiere
pagar sería lo que paga en el mercado real. En los casos donde no existe precio
de mercado como en los servicios ambientales, éste puede ser estimado a partir
de información arrojada con la aplicación de cuestionarios donde los individuos
responden cuánto están dispuestos a pagar por el bien o servicio en cuestión.
2) El valor “F” (fair, o justo en español) está basado en la
justicia,
donde los sujetos expresan sus preferencias como miembros de la comunidad, no
como individuos. Tendría que haber consenso sobre los valores que serían justos
para todos los integrantes de la comunidad y para otras especies, tanto en el
presente como en el futuro. En las discusiones para generar el consenso se
incorpora información científica acerca de las consecuencias futuras de asignar
tales valores.
3) El valor “S”,
basado en la sustentabilidad. Requeriría de una evaluación de la
contribución a la sustentabilidad ecológica del recurso en cuestión; este valor
está vinculado al rol físico, químico y biológico dentro del funcionamiento del
sistema global, a largo plazo, por lo que es necesario contar con información
científica acerca del funcionamiento del sistema global y construir un consenso
al respecto. El individuo expresa sus preferencias como si fueran
representativas del sistema entero (preferencias individuales, comunitarias y
del resto de los seres), en vez de ser únicamente una expresión de las
preferencias individuales actuales.
Con lo analizado
hasta aquí se puede asumir que el valor de los servicios basado en la
eficiencia económica implica menor dificultad para la toma de decisiones; sin
embargo, en éste no necesariamente estarían reflejadas las preferencias de
todos los miembros de la comunidad, por lo que sería más adecuado el valor
basado en la justicia. Ahora bien, no obstante las bondades del valor F, se
excluye el papel del sistema de soporte a la vida, es decir, el entorno donde
tienen lugar las relaciones entre lo social y lo económico. El valor
sustentable intenta interrelacionar en el largo plazo los aspectos físicos con
los sociales y económicos a través del conocimiento, considerando las
preferencias del sistema en su conjunto, lo que aseguraría la sustentabilidad
en el largo plazo pues se cumpliría con las metas básicas referidas: escala
sustentable, distribución justa y asignación eficiente.
Conclusiones
El desarrollo
sustentable, más que una ciencia o técnica, es un principio
ético-filosófico-normativo que pretende perpetuar la vida humana, de ahí que en
sí mismo este paradigma no incorpore las condiciones para hacerse operativo por
lo que requiere apoyarse en diversas disciplinas como la economía, de la que se
desprenden básicamente dos enfoques: la economía ambiental y la economía
ecológica.
La primera busca
integrar los elementos del desarrollo sustentable a través del razonamiento
tradicional de la economía neoclásica, mientras la segunda, aunque reconoce
aportaciones de la anterior, la trasciende y propone una reestructuración
conceptual. El paradigma de la economía ecológica basa sus propuestas en
valores como la eficiencia, equidad, justicia y la capacidad de regeneración y
asimilación del ecosistema global de forma sustentable.
La revisión
teórica realizada permite sostener, con Jiménez-Herrero (2003), la existencia
de una mayor compatibilidad de la economía ecológica con las metas del
desarrollo sustentable; sin embargo, es evidente que dicho enfoque recurre
también al uso de las herramientas de la economía ambiental como complemento de
las propias. Así, la economía ecológica hace suya la propuesta de operativizar
el desarrollo sustentable a través de la estimación del valor sustentable, cuya
base son las preferencias del sistema en su conjunto (preferencias
individuales, comunitarias y del resto de los seres). El uso del valor
sustentable implicaría su integración al sistema de toma de decisiones y
aseguraría la sustentabilidad a largo plazo.
El valor
sustentable puede incluir los valores de eficiencia (E) y justicia (F), los
cuales serían utilizados como instrumentos para fundamentar la decisión social
(consenso), tanto en la distribución, entendida como el uso de instrumentos por
parte del Estado para propiciar la equidad, como en la escala, entendida como la capacidad de carga, asimilación y recuperación
del planeta. Por otra parte, la obtención del valor de la eficiencia en la
asignación de recursos, se basaría en los mecanismos del mercado.
De esta forma,
poner en práctica u operativizar el desarrollo sustentable implica considerar
tres tipos de valores, uno desde las herramientas y principios de la economía
ambiental (E) y dos desde la economía ecológica (F y S); estos valores
permitirían generar criterios que a su vez fundamentarían las decisiones para
llegar a definir una escala sustentable, una distribución justa y una
asignación eficiente de los recursos.
Así, es posible
sostener que puede avanzarse hacia el desarrollo sustentable a través de la
puesta en práctica de los instrumentos propuestos por ambas corrientes. Tanto
los valores calculados en cifras monetarias como los arrojados por razonamientos lógicos, por la información científica y
los derivados de consensos sociales, constituyen elementos
indispensables y complementarios para una integral toma de decisiones.
En tal sentido,
se propone trascender el falso dilema entre las posturas que descalifican las
herramientas de uno u otro de ambos enfoques analizados. Es evidente que gran
parte de los trabajos empíricos de valoración existentes se podrían enmarcar
indistintamente en la economía ambiental o en la economía ecológica. De hecho,
al revisarlos se advierte que la mayoría se queda en la generación del valor E,
con lo cual se limita a una visión circunscrita a la perspectiva económica
tradicional.
Esta limitante se
puede resolver a través de la obtención de los valores S y F, mediante la
construcción de modelos que los integren en las metas del desarrollo
sustentable: escala sustentable, asignación eficiente y distribución justa.
Esta integración posibilitará que el desarrollo de valores no se limite a la
generación de un valor monetario o de ponderaciones por regiones, sino que se
conformen modelos analíticos de soporte a la toma de decisiones, fundamentados
en información científica y en el consenso social, de tal manera que sea
posible contar con herramientas más adecuadas para avanzar en el camino del
desarrollo sustentable.
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Recibido: 12 de septiembre de 2011.
Reenviado: 14 de enero de 2013.
Aceptado:
30 de septiembre de
2013.
Alma Angelina Haro-Martínez. Mexicana. Doctora en ciencias con
especialidad en Desarrollo Regional por el Centro de Investigación en
Alimentación y Desarrollo, a.c. Es
profesora de la Universidad Estatal de Sonora y trabaja en diversos proyectos
ambientales regionales. Entre sus publicaciones recientes destacan: “Valoración
ambiental: aportaciones, alcances y limitaciones”, Problemas
del Desarrollo. Revista Latinoamericana de Economía, 41 (160), unam, México, pp. 209-221 (2010); “Responsabilidad social en
el sistema vid de mesa de Sonora: de una responsabilidad inducida a una
responsabilidad ética”, ponencia presentada en el xvi International Symposium of Consorcio Internacional de
Desarrollo Social, 27-31 de julio, Monterrey (2009).
Isabel Cristina Taddei-Bringas. Mexicana. Doctora en ciencias
económicas por la Universidad Autónoma Metropolitana en México. Actualmente es
investigadora titular del Departamento de Desarrollo Regional del Centro de
Investigación en Alimentación y Desarrollo, a.c.
Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Su línea de investigación es
organización industrial, mercados y cadenas productivas. Entre sus
publicaciones recientes se encuentran “Patrones de consumo de carne en el
noroeste de México”, Revista Estudios Sociales, XX (2), ciad, Hermosillo, pp. 73-96 (2012); “Análisis de
competitividad de cuatro sistema-producto estatales de tilapia en México”, Revista
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(35), ciad, Hermosillo, pp.
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[1] Las aportaciones de Kapp son anteriores a lo que hoy se conoce como economía ecológica, sin embargo, se considera que éstas constituyen la base de dicho enfoque.