Causas y
posibles soluciones de la desigualdad en la sociedad desde la percepción de
Joseph E. Stiglitz
Causes and possible solutions to inequality in society
from the perspective of Joseph E. Stiglitz
Stiglitz, Joseph
E. (2012), The price of inequality,
Allen Lane the penguin press, London, 414 pp.,
isbn: 978-1-846-14693-0.
Se ha iniciado
en el medio académico de Estados Unidos un movimiento opuesto a la ortodoxia
sobre el funcionamiento del sistema político y económico. Joseph E. Stiglitz (Premio Nobel de Economía, 2001) figura como un
representante de ese movimiento a través de sus investigaciones editadas,
destacando su más reciente publicación a la que se alude en el título de la
presente reseña.
Stiglitz deja entrever con
claridad su rebeldía académica en contra del marco jurídico, político y
económico vigente en su país. Las afirmaciones están fundamentadas con más de
650 citas de fuentes fidedignas, apoyadas con entrevistas a representantes de
los movimientos sociales y políticos de oposición del Norte de África, Europa
y en especial los Indignados de España y Occupy Wall
Street en el vecino país del norte.
Estados Unidos,
afirma, ha dejado de ser el territorio de la igualdad de oportunidades, porque
1% de la sociedad con mayor poder adquisitivo ha moldeado el sistema político y
económico conforme a sus intereses, propiciando con ello inestabilidad e
incertidumbre. El autor responsabiliza al sector financiero de los problemas
que aquejan a ese país, pero reconoce que todavía puede hacerse mucho para
mejorar al sistema financiero, a fin de que se apoye a la economía sin someter
a toda la sociedad a excesivos riesgos.
La crisis
financiera de 2008-2009, opina el autor, fue el momento apropiado para
introducir reformas sustanciales, pero fueron truncadas por los intereses
políticos y económicos de quienes favorecen el status quo. Un sistema
financiero sano y estable funciona mejor para la sociedad, pero se requiere que
los políticos y los reguladores financieros enfoquen su interés en ella, para
lo cual se necesita voluntad política.
En este texto que se reseña, México se cita en varias ocasiones, pero
los comentarios al respecto no son muy afortunados; también se comenta sobre
países que están logrando un desarrollo económico y social. Se reconoce que el
autor no pretende generalizar la problemática de Estados Unidos en el resto de
la comunidad internacional donde prevalece el sistema de mercado, pero resulta
evidente que numerosos problemas son comunes.
En el
primer capítulo El problema de
Estados Unidos con el 1 por ciento,
el autor afirma que la crisis financiera de 2008-2009 erosionó el sueño
americano, el de la tierra de las oportunidades, al aumentar la concentración del
ingreso en el 1% más rico de la población, con respecto al periodo 2002-2007.
Los rasgos principales son: la pérdida de patrimonio y el estancamiento de los
sueldos y salarios, lo cual acrecienta la inestabilidad política y el
surgimiento del populismo.
La preocupación
dominante de Stiglitz es la desigualdad en Estados
Unidos, atribuida a las distorsiones del mercado, porque los incentivos están
dirigidos a apropiarse de la riqueza de otros, en vez de crear nueva riqueza.
Sólo así se explica por qué la familia propietaria de Walmart
detenta la riqueza equivalente a la del 30% más pobre de la sociedad.
Apoyado en datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (ocde) de 2011, Estados
Unidos ha dejado de ser el territorio de la igualdad de oportunidades. La población estadounidense ubicada en la línea de la pobreza
representa 37%, formando parte del incómodo grupo de
países como España (40%), México (38.5%) y Corea (36%).
El deterioro en
las oportunidades llega al campo de la educación: los niños exitosos
escolarmente y que forman parte de los segmentos pobres de la población tienen
menos posibilidades de graduarse que los niños de ingresos altos; a las
instituciones académicas de prestigio sólo acude 9% de estudiantes de familias
de ingresos bajos, mientras que 74% provienen del 25% del segmento más alto de la
sociedad (presumiblemente el restante 17% son estudiantes extranjeros).
También la desigualdad de
oportunidades se
puede apreciar a través del origen étnico; en el periodo 2005-2009 las familias
blancas perdieron en esos años 16% de su patrimonio, mientras que las familias
afroamericanas 53% y las familias hispánicas 66%.
Estados Unidos,
opina Stiglitz, ya no puede verse como el modelo a
seguir para el resto del mundo, los niveles de desigualdad son los más altos
entre los países industrializados de economía de mercado. Según un dato
contundente de Naciones Unidas, la tasa de desarrollo humano, que mide ingreso,
salud y educación en 2011, Estados Unidos figuró en la posición 23, detrás de
casi todos los países europeos. La explicación es sencilla: los países
europeos, especialmente los nórdicos, ofrecen educación universal y salud a sus
ciudadanos.
Ha sido un mito
el desregular la economía y reducir el tamaño del Estado; los hechos son contundentes. El
sector financiero ha contribuido a la actual desigualdad de la sociedad, en
particular durante la crisis 2008-2009. Nadie en el sector financiero lo ha
negado. Además, el sistema fiscal en Estados Unidos es regresivo. Los
sindicatos fuertes que habían desempeñado un papel importante en reducir las
desigualdades han sido moldeados por la política.
En el segundo
capítulo La búsqueda de la renta y haciendo
una sociedad más desigual,
el autor señala que la inequidad no sólo sucedió, sino
fue creada. Las fuerzas del mercado hicieron su papel, pero no actuaron solas;
las fuerzas y los intereses políticos hicieron su labor.
Hay dos formas de
enriquecerse: crear riqueza o apropiarse de la riqueza de otros de manera
abusiva. Esto equivale al juego suma cero, cuando unos pierden otros ganan. Los
gobiernos no corrigen los fracasos del mercado porque están convencidos de que
es infalible; no entienden que la mano invisible de Adam Smith tiene que ser ayudada
para obtener mejores resultados para la sociedad.
Ante esto, el
sector financiero ha procurado con toda intención que los errores del sistema
de mercado no se corrijan puesto que no están interesados en que se establezcan
mejores reglas para ser más competitivos el verdadero propósito está orientado
a que el sector sea más redituable. Esto explica que el sector financiero sea
cada vez menos transparente, ya que le
favorece mantenerse en la opacidad, pretextando el secreto bancario y la
privacidad de la información.
Los dueños de los bancos tienen una enorme red de firmas consultoras dedicadas al cabildeo, a fin de
persuadir a los legisladores para que no sean objeto de mayores regulaciones.
Al referirse a los hombres de negocios, sostiene que en el fondo no quieren más
competidores porque disminuye la rentabilidad; para ello promueven decisiones
que favorecen la formación de monopolios o cuasi monopolios. En otros términos,
no buscan ser más eficientes.
Existen múltiples formas para enriquecerse, entre ellas: recibir del
Estado concesiones a precios excesivamente bajos. El ejemplo más común es
otorgar a una empresa el monopolio de un invento por un periodo de tiempo. El
autor sostiene que el verdadero objetivo del sistema es redistribuir el dinero
de la sociedad a favor de los inmensamente ricos y las corporaciones. Cada vez
que el gobierno otorga concesiones, derechos o facilidades a cambio de nada, no
se necesita ser un genio para llegar a ser rico.
Stiglitz sostiene una tesis controvertida al
afirmar que los países más desiguales son los que tienen más recursos naturales
(Estados Unidos, México, Brasil, Venezuela, entre otros). Por el contrario, son
más igualitarios los que carecen de
recursos naturales (Noruega, Finlandia, Alemania, Lituania, entre
otros). Sin embargo, Noruega tiene recursos naturales abundantes y es una de
las sociedades más igualitarias.
Por otro lado, en
el capítulo tercero Los mercados y la desigualdad, Stiglitz afirma que Estados Unidos es una sociedad desigual y esa inequidad
va en aumento, a menos de que se haga algo para impedirlo, agregando que tarde
o temprano quienes toman las decisiones más importantes en ese país se darán cuenta de que una sociedad
desigual no funciona eficientemente, por lo que no será estable ni
sostenible.
El sistema de
mercado está enmarcado por leyes, regulaciones e instituciones, por lo que los
mercados tienen diferentes consecuencias distributivas. Estados Unidos trabaja
para favorecer al 1% de la sociedad con mayor poder adquisitivo y, en
consecuencia, 99% trabaja con desventaja.
La globalización sin restricciones o una excesiva integración a la
economía mundial contribuyen a la creciente desigualdad. Se sostiene además que
las instituciones financieras de Estados Unidos favorecen la libre movilidad
del capital, logrando que dicho país sea el líder de los derechos del capital
sobre los derechos de los trabajadores. Los dueños la riqueza demandan aún más
derechos a favor de la libre movilidad dentro y fuera del país. Sin embargo,
los dueños del dinero se oponen a las leyes que exigen más transparencia y
rendición de cuentas, lo cual permitiría conocer los abusos que cometen en la
prestación de los servicios de crédito y la banca.
Al referirse al fmi, se destaca lo que ha sido vox
populi: el Departamento del Tesoro de Estados Unidos orienta las políticas de
esa importante institución internacional al favorecer los recortes al
presupuesto en naciones con problemas financieros. Estos lineamientos conducen
a los problemas de recesión y depresión económicas. Por otra parte, enfatiza lo
que ya había expresado el autor en otro de sus libros, Globalization and its Discontents, al mencionar que la globalización
sin límites lástima a la población ubicada en el segmento inferior de la
sociedad, debido a los recortes presupuestarios, en especial, el gasto social.
México es objeto
de una afirmación bochornosa, al aseverarse que los países asiáticos se han
beneficiado enormemente del sector exportador que les ha permitido disponer de
recursos para la educación pública y para reinvertirlo en la economía,
generando más empleo. El autor añade que existen grandes perdedores, citando el
caso de los agricultores de maíz en México, quienes han visto reducir sus
ingresos al tiempo que Estados Unidos subsidia a los productores del maíz con
el fin de bajar los precios en el mercado mundial.
Han quedado atrás
los tiempos en que Franklin Roosevelt promovió la sindicalización de los
trabajadores. Ahora los grupos conservadores de Estados Unidos (republicanos),
promueven el debilitamiento de la sindicalización porque perciben que los
sindicatos son una fuente de rigidez e ineficiencia. Esta posición conservadora
se abandera en el nombre de la flexibilidad y la libertad.
Los grupos más
adinerados de la sociedad estadounidense tienen una tasa impositiva promedio
mucho más baja que el resto de la población. La tasa impositiva media en 2007
para las 400 familias más ricas de Estados Unidos fue solamente de 16%, en
lugar de 20.4% para el resto de la sociedad.
Otra forma de visualizar lo injusto del sistema fiscal es el que se refiere al
tratamiento de las empresas que invierten en el exterior a través de subsidiarias. Las
ganancias que obtienen estas empresas no son objeto de impuestos en Estados Unidos y sólo
se gravan cuando ese dinero es introducido al país. De esta manera, se crean
empleos en el exterior pero no en el país donde se origina la inversión.
Stiglitz afirma en el capítulo cuarto, Por
qué es importante,
que Estados Unidos está pagando un alto precio por la enorme y creciente
desigualdad, pero se tiene que hacer algo. La clase media, especialmente la de
bajos ingresos, pagará el precio por la creciente desigualdad. Las sociedades
muy desiguales no funcionan eficientemente porque no son estables ni
sustentables en el largo plazo, en particular cuando un grupo de la sociedad
detenta demasiado poder económico e influye en las políticas que adopta el
gobierno que casi siempre le benefician.
El autor se opone
con firmeza a la idea que sostiene que la desigualdad es buena para el
crecimiento. Por el contrario, advierte que cualquier cosa que se haga en
contra de la inequidad, como elevar los impuestos a los ricos, beneficiaría a
la sociedad.
El fed (Sistema de la Reserva Federal), por
razones ideológicas, parece desconocer las ventajas de reducir los impuestos al
sector más pobre de la sociedad o el de realizar mayores gastos en
infraestructura. Por esas mismas razones, en el fed
se piensa que los mercados operan de manera eficiente y que no es posible una
nueva burbuja financiera porque existen correctores automáticos.
Para demostrar
sus afirmaciones, el autor recuerda que varias decenas de millones de familias
pensaron que estaban siendo más ricos de lo que habían sido. En un año, cerca
de un millón de millones de dólares fueron tomados en préstamos hipotecarios,
los cuales se orientaron al gasto en consumo, pero la burbuja hipotecaria fue
destructiva al dejar a decenas de millones de familias casi en la ruina
financiera; un número considerable de estadounidenses perdieron sus casas y
muchos más enfrentarán una vida con problemas
financieros.
En Una
democracia en peligro,
capítulo quinto, el autor opina que las modernas teorías sobre política y
economía consideran que los resultados de los procesos electorales tienen que
reflejar los puntos de vista del promedio de los ciudadanos, y de ningún modo
el de las élites; sin embargo, las urnas
electorales muestran las discrepancias entre lo que quiere la mayoría de
los electores y lo que lleva a cabo el sistema político, el cual funciona sobre
la base de un dólar un voto.
El sistema de
mercado en Estados Unidos está diseñado por la política, la cual determina las
reglas económicas, mismas que, a su vez, están diseñadas para favorecer a 1% de
la sociedad con mayor poder adquisitivo. Cuando las relaciones dentro de la
sociedad se colapsan, crece la desilusión y los ciudadanos pierden la
confianza. Actualmente, Estados Unidos y, desde luego, numerosas sociedades
enfrentan la desilusión y la desconfianza.
Stiglitz introduce en su análisis el concepto
de capital social que incluye los factores que contribuyen a la
buena gobernanza tanto
del sector público como del sector privado.
El capital social descansa en la confianza, de manera que las personas
pueden sentir certidumbre cuando son tratadas con dignidad y justicia. A partir
de ese momento se devuelve esa confianza a la otra parte. La credulidad es el
elemento que mantiene la cohesión de la sociedad; cuando ésta se pierde la sociedad es
disfuncional.
En años
recientes, Estados Unidos ha tenido una importante erosión de la confianza
debido principalmente al sector bancario. Lo saben todos aquellos que fueron víctimas de la banca de
inversión en la pasada crisis financiera y en las prácticas abusivas de
los créditos y las comisiones de las tarjetas de crédito.
Nadie duda de la
importancia de un mercado de bienes y servicios competitivos, por lo que
también debiera ser importante un mercado de ideas competitivas. Esto último ha
sido deliberadamente distorsionado porque la sociedad no tiene acceso a la
información que necesita para conformar un juicio, debido al sesgo que
introducen los medios de comunicación y aún el gobierno.
Otra forma de
visualizar los peligros que acechan a la democracia es el que se refiere a la
práctica ampliamente conocida de apoyar con dinero a un candidato para un
puesto de elección popular, lo cual representa una forma de orientar su opinión
en torno a un propósito determinado. La percepción ciudadana identifica estos actos como
corrupción, lo cual propician que se pierda la fe en la democracia. En estas
circunstancias, el sistema político basado en una persona un
voto ha sido cambiado
para favorecer los intereses del 1% de la pobación.
La desilusión
entonces se refleja en una menor participación política, especialmente en los
grupos de ingresos más bajos de la sociedad. El autor cita que en las
elecciones presidenciales recientes en Estados Unidos la participación
ciudadana fue en promedio de 57%, pero en las elecciones para diputados en años
no relacionados con elecciones presidenciales ha sido en promedio de 37.5%. La
desilusión es aún mayor en el electorado joven, especialmente después de la crisis
financiera 2008-2009, con 20%, lo cual explica el movimiento conocido como Occupy Wall Street.
La mayoría de la sociedad estadounidense percibe ahora que es esencial
reformar el sistema político, partiendo de la reforma del sector financiero a
fin de que responda a los deseos de la mayoría de la población, reduciendo la
influencia del poder político del dinero. El autor refuerza sus apreciaciones
retomando una afirmación de Paul Krugman la cual
refiere que “la extrema concentración del ingreso es incompatible con una
verdadera democracia” .
Desde la
perspectiva del autor, la globalización es conducida por 1%, a través del
cual se evaden impuestos y se erigen en personalidades distinguidas a los
titulares de los corporativos. En la globalización los países excesivamente endeudados
han perdido el control de su destino, habiéndolo cedido a los acreedores,
dueños del dinero y, en ocasiones, a países.
El fmi representa a los acreedores, como
ocurrió recientemente con Grecia, donde el Banco Central Europeo y la Comisión
Europea están dictando los parámetros de su política económica y la designación
de gobernantes tecnocráticos, no elegidos por la sociedad. Si el país no
trabaja en la dirección que dictan los mercados financieros, entonces las
agencias de calificación crediticia rebajan el nivel de su solvencia. Los
mercados financieros logran entonces su propósito.
Para Stiglitz la tesis de la libre movilidad de los capitales
entre países sólo beneficia al sector financiero.
Dicha liberalización no promueve el crecimiento económico, pero acrecienta la
inestabilidad y la desigualdad. Al no contar
con la total simpatía de algunos gobiernos sobre la propuesta de la
libre movilidad de los capitales, el sector financiero no se ha frenado y ha
llegado a instancias como la Organización Mundial de Comercio para forzar la
liberalización de los mercados financieros.
El poder de las
ideas es el poder suave de Estados Unidos, basado en un sistema educacional que
forma líderes de otros países, con el propósito de que implementen esa forma de
pensar. Así, Estados Unidos ha ejercido por largo tiempo su influencia. Sin
embargo, el autor reconoce que el modelo estadounidense está perdiendo su
prestigio. La credibilidad está declinando porque se percibe que el dinero
compra a los políticos y éstos instrumentan políticas que acrecientan la
desigualdad.
Inicia el autor,
en el capítulo sexto 1984 está con nosotros, con el planteamiento: ¿Cómo una
democracia basada en una persona es igual a un voto, 1% fue capaz de moldear
las políticas a su favor? Entre las explicaciones figura el limitado
conocimiento del problema de la desigualdad. La mayoría desconoce que 20% de la
sociedad estadounidense con el más alto ingreso tiene 85% de la riqueza.
Se desconoce que
la desigualdad ha aumentado en los últimos diez años. Igualmente, se reconoce
que las percepciones y las creencias de la sociedad son moldeables y muestran
la facilidad en que se pueden cambiar nuestras opiniones.
En la sociedad
estadounidense ha permeado la idea de que mercado es el camino hacia un mayor
bienestar, sin considerar que esté es también la ruta para expoliar al
consumidor a través del poder monopólico, o para explotar al prestatario
carente de información financiera por medio de prácticas que si no son
ilegales, lo deberían ser.
Durante la multicitada crisis económica, el sector financiero
estadounidense moldeó las percepciones de la sociedad con el objetivo de salvar
a los bancos, pretextando que así también se salvarían la economía y los
empleos. Los rescates financieros ejercidos por el Estado con recursos
provenientes de la sociedad redimieron tanto a los bancos como a los banqueros,
los accionistas y los tenedores de los bonos de los bancos. El autor afirma que
nunca en la historia de la humanidad muchos habían dado mucho por tan pocos,
que ya fueron demasiado ricos, sin pedir nada a cambio.
Los rescates
financieros que supuestamente estaban dirigidos a la recapitalización de los
bancos, que hubiera significado más financiamiento para la sociedad,
desafortunadamente no sucedieron. El dinero de los rescates se fue para pagar
los bonos a los banqueros, dejando a un lado la recapitalizaron de los bancos.
La percepción de la sociedad ha sido que el comportamiento de los banqueros fue
desleal e injustificado.
Una situación similar ocurrió con el estallido de la burbuja
hipotecaria, en la cual millones de propietarios de viviendas se encontraron
con severas dificultades al adeudar más por sus casas que el valor de las
mismas. Por ello, la percepción de la mayoría de la sociedad sigue siendo que
los rescates financieros fueron indeseables. La percepción generalizada
consiste en que el gobierno y los bancos no hicieron lo suficiente a favor de
los propietarios de las casas; millones de esos propietarios las perdieron.
Sostiene Stiglitz que existe una batalla ideológica dentro de
Estados Unidos que afecta el papel del gobierno. Por un lado, están los que
piensan que los mercados funcionan bien y que la mayoría de los fracasos son
del gobierno. Los grupos conservadores exigen reglas de juego
correctas que son
aquellas que dan ventajas o favorecen a los grupos ricos, pero que perjudican
al resto de la sociedad.
Otra manera de
visualizar la posición conservadora es la siguiente: los mercados siempre
funcionan y los gobiernos siempre fracasan. El sesgo ideológico de los grupos
conservadores pasa por alto que los bancos dañaron severamente a la economía
global con hipotecas riesgosas y tóxicas, que a su vez afectaron a la
sociedad, especialmente a los grupos vulnerables.
Los gobiernos son instituciones creadas por humanos, y todos ellos,
como las instituciones que crean, son falibles. Los gobiernos fracasan del
mismo modo que los mercados. Los grupos conservadores intencionalmente omiten
que los éxitos de China obedecen en buena medida al papel sobresaliente del
gobierno. En países de alto nivel de ingreso y bienestar como los nórdicos, los
gobiernos han tenido un rol sobresaliente.
El binomio
liberalización/desregulación, clave en las exigencias del sector financiero, no
va acompañado con la exigencia a favor de la transparencia y rendición de
cuentas. La opacidad se hizo evidente con los fracasos y escándalos de empresas
como la petrolera enron en 2001.
Los grupos conservadores se oponen a las regulaciones en campos como la
contaminación ambiental, el trabajo infantil, el soborno de empresas para
conseguir favores comerciales, abusos a los derechos humanos, por citar
algunos.
Stiglitz
sostiene, en el capítulo séptimo ¿Justicia para todos? Cómo la desigualdad
erosiona el Estado de Derecho, que la percepción cada vez más generalizada
en la sociedad de Estados Unidos es que se necesita un Estado de derecho más
fuerte.
¿Por qué se necesita un Estado de derecho?
Porque en cualquier sociedad una persona que puede lastimar a otros tiene que
enfrentar las consecuencias de sus acciones, a fin de evitar el riesgo de crear
un incentivo perverso en la sociedad. A este respecto, el autor presenta el
episodio de la burbuja hipotecaria de 2008, ocasión en que los bancos
realizaron operaciones financieras imprudentes y abusivas, donde prevaleció la
opacidad y el fraude que pusieron al sistema económico al borde del colapso.
Los bancos hicieron uso de su enorme poder político para neutralizar cualquier
acción orientada a introducir medidas regulatorias para proteger al usuario del
crédito de las prácticas abusivas.
Stiglitz una vez más arremete contra los
bancos al referirse a la Ley de Quiebras de Estados Unidos (Bankruptcy
Law), afirmando que dicha legislación involucra, por
un lado, al acreedor (el banco) y, por otro, al deudor (persona o empresa). En una situación en que el deudor no puede
pagar lo que adeuda, las nuevas disposiciones
de la ley de quiebras favorecen
invariablemente a los acreedores (durante la crisis financiera reciente
ocho millones de familias perdieron sus casas).
Se entiende que
todo Estado de derecho es perfectible; sin embargo, los bancos han sabido
encontrar los huecos jurídicos de esta situación. Se cita la tesis de los
bancos denominada “Too
big to fail” (demasiado grande para fracasar), en
la cual los grandes bancos saben que si sus políticas operativas y financieras
son excesivamente riesgosas, tienen la certeza de que serán rescatados por el
Estado.
También saben
esos bancos que, por sus dimensiones, si alguno de ellos incurre en delitos
financieros, las autoridades competentes no les exigen trasparentar sus
operaciones por el peligro de crear una atmósfera de desconfianza en la
sociedad que perjudique al sistema económico. Los delitos financieros, según el
autor, no son sancionados; basta señalar que ningún alto funcionario de esas
instituciones se encuentra en la cárcel.
Por lo anterior,
la desigualdad en la sociedad no se resuelve a través de un Estado de derecho
más fuerte. Ahora, la demanda generalizada de la sociedad es la de Libertad
y justicia para todos, donde
están los dos valores supremos de la sociedad.
En el capítulo
octavo, La batalla por el presupuesto, se menciona una vez más la
multicitada crisis del 2008-2009, que, entre otros aspectos, provocó una caída
sin precedente de los ingresos gubernamentales y el aumento del déficit de las
finanzas y la deuda del gobierno. Se optó por el camino fácil, el de la
austeridad, pasando por alto que el presupuesto y las políticas fiscales y de
gasto también pueden conducir a promover el crecimiento y mantener bajo control
las posiciones deficitarias de las finanzas gubernamentales.
Además, el autor
considera que el Congreso estadounidense no ha dado la debida ponderación a las
intervenciones militares en Iraq y Afganistán ni a las reducciones de impuestos
a los grupos de altos ingresos, a los gastos controvertidos para desarrollar
nuevas armas, así como la costosa renta que representó el programa
gubernamental de compra de fármacos a empresas farmacéuticas, sin la debida negociación
de precios, entre otros.
Asimismo, Stiglitz sostiene que el sistema fiscal en Estados Unidos
está diseñado para favorecer a los dueños del capital. En 2003, el presidente
George W. Bush redujo la tasa impositiva a los dividendos para situarla en un
máximo de 15%, menos de la mitad de la tasa que se aplica a los ingresos por
sueldos y salarios. Si de verdad fuera seria la decisión de reducir el déficit
de las finanzas gubernamentales, simplemente sería a través del aumento de las
tasas impositivas a los sectores de la población de altos ingresos, porque son
ellos los que se llevan la tajada más grande.
Igualmente,
existen otros caminos para corregir las finanzas gubernamentales como la
eliminación de los tratamientos especiales, así como los subsidios a las
grandes corporaciones. Asimismo, otra posibilidad es la introducción de
impuestos más altos a las rentas, a los que contaminan el medio ambiente y los
que explotan los recursos naturales que les pertenecen a la sociedad. Para el autor, las tasas fiscales para el sector
financiero tienen que reflejar, en parte, los costos que repetidamente han impuesto
al resto de la sociedad. Se advierte entonces que para Stiglitz
es una falacia la tesis que aboga por recortes en los salarios y los
presupuestos, mismas que no podrán restablecer la prosperidad de la economía.
La austeridad es
uno de los peores mitos que enfrenta la sociedad. La historia ha demostrado que
casi nunca ha funcionado, porque las recesiones económicas son causadas por la
falta de demanda, de
manera que cuando los gobiernos llevan a cabo recortes en el gasto público,
éstos reducen aún más la demanda global y aumenta el desempleo. Otro de los
mitos con respecto a la austeridad es que conduce de manera automática la
confianza en la sociedad, pero, como es bien sabido, la credibilidad no se
puede construir sobre mayor desempleo y más pobreza.
También es un
mito equiparar la administración del presupuesto de una familia con el
presupuesto de un gobierno. Las familias no pueden reformar la macroeconomía al
gastar más de los ingresos que reciben; en cambio el gobierno sí lo puede
hacer. Además, los recortes al gasto gubernamental disminuyen la demanda global
y destruyen empleos, lo que no sucede con los recortes en las finanzas de un
hogar.
El autor arremete
una vez más contra los grupos conservadores de su país, quienes cometieron
errores durante la crisis financiera, entre los que se mencionan: subestimar la
profundidad y la duración de la crisis; pensar que el problema fundamental fue
solamente financiero, sin considerar que las dimensiones del problema requería
de cambios estructurales; e ignorar la creciente desigualdad y su impacto sobre
lo que había sucedido antes de la crisis. La tasa de ahorros familiares
promedio llegó a cerca de cero, llevando a las familias a un proceso de
desahorro, inclusive ahorros negativos, entre otros.
En el capítulo
noveno, Una política macroeconómica y un Banco Central por y para
el 1% de la sociedad,
el autor destaca que la responsabilidad más importante del gobierno es mantener
la estabilidad global de la economía; sin embargo, no es suficiente con señalar
de manera repetitiva que se encuentran bajo control la inflación, el precio de
la moneda con respecto a otras monedas, los flujos comerciales y la inversión.
Existen otros
datos igualmente importantes como el desempleo, la deserción escolar en
cualquiera de sus niveles, el grado de morbilidad de la sociedad, la proporción
de la sociedad por debajo de la línea de pobreza y la desigualdad económica y
social de la población, entre otras. El autor enfatiza que la crisis es la
evidencia irrefutable del colosal fracaso del enfoque conservador que tiene un
enorme costo para la sociedad.
Según Stiglitz, la autoridad monetaria de Estados Unidos, la fed, pudo haber evitado los factores que
llevaron a la crisis financiera 2008-2009, pero
no lo hizo, permitiendo al sector financiero ser una vez más el ganador,
acrecentando la desigualdad en la sociedad. La negligencia (o intencionalidad)
de la fed ha derrumbado dos mitos:
la lucha contra la inflación en los últimos
25 años ha sido la clave en la prosperidad económica, y la estabilidad
económica de esos años se ha logrado por la independencia del Banco
Central (fed).
La banca central
tiene, igualmente, un nuevo enfoque basado en la tesis de la flexibilidad
del mercado laboral,
eufemismo para expresar que los salarios y prestaciones tienen que reducirse al
mínimo para el trabajador. La política monetaria basada en tasas de interés
bajas no ha conducido a la recuperación económica como se esperaba; por el
contrario, ha estimulado la absorción de capital barato en detrimento del
empleo.
Los rescates
financieros promovidos por el gobierno para ayudar a las instituciones
financieras se otorgaron sin la obligación de no interrumpir el flujo del
crédito y capitalizar a los bancos. Los dueños de los bancos y los banqueros se
asignaron bonos y acciones de los rescates, recursos que se otorgaron a tasas
cercanas a cero, con los cuales compraron bonos del gobierno que rinden 3%,
para después financiar al mismo gobierno con tasas superiores. En otros
términos, un negocio redondo para los bancos.
Las autoridades
monetarias de Estados Unidos contaron con los instrumentos jurídicos para
instrumentar regulaciones al sector financiero, como la ley Dodd-Frank,
que entró en vigor en julio de 2010, pero no tuvieron la intención de
implementarla. El Comité del Senado, a su vez, fue el encargado de supervisar
el mercado de los derivados (los productos financieros
más riesgosos), emitidos por bancos con garantías del gobierno, pero
tampoco fueron supervisados.
Respecto a la
tesis de la independencia de los bancos centrales, el autor sostiene que ésta
se ha erosionado por los mismos bancos centrales de Estados Unidos y Europa, al
ser acorralados ideológicamente por el sector financiero. Por esta razón, el
rescate de dicho sector no cumplió con la
rendición de cuentas y la transparencia. Stiglitz
reconoce que algunos gobernadores de la fed
advirtieron oportunamente sobre las irregularidades del financiamiento al
sector de la vivienda, pero fueron ignorados.
Aunque parece una
insensatez, el autor afirma que el desempleo, y no la inflación, debería ser el
objetivo central de la política monetaria. La inflación como objetivo central
es una hipótesis cuestionable porque en el caso de Estados Unidos y Europa no
ha sido éste el problema, sino la elevada tasa de desempleo.
La inflación no es una maldición a la que
hay que combatir con todos los medios al alcance; es más bien un impuesto que
perjudica más a los sectores de bajos ingresos, pero pregunta Stiglitz ¿qué prefiere un desempleado, un año más sin
encontrar trabajo o tener uno o dos puntos de porcentaje más de inflación?
También se pregunta ¿qué preferirán los millones de trabajadores que están
contratados por medio tiempo o por horas? En cualquier democracia una
institución pública, como se pretende es un banco central, debe rendir cuentas
a la sociedad, especialmente cuando se toman decisiones fundamentales.
Hay una
inquietante revelación sobre el rescate financiero de la aig (compañía aseguradora más importante
de ese país) que benefició principalmente a
Goldman Sachs y a importantes bancos extranjeros,
dejando al descubierto la falta de supervisión y de regulación de la fed,
institución que rescató tanto a la banca estadounidense como a la extranjera.
No debe sorprender entonces que la independencia de un banco central haya sido
capturada por el sector financiero y, en consecuencia, adopte decisiones que
representen los intereses de ese sector.
Stiglitz concluye, en el capítulo décimo El
camino a seguir. Otro mundo es posible, que se han
erosionado los sueños de prosperidad y de mejores
niveles de vida para nuestros hijos, pero no por el sistema de mercado, porque
hay países que están en peores condiciones, como también países que han sabido
administrar adecuadamente sus retos. Estos últimos se caracterizan por tener
economías más eficientes y sociedades más justas, donde los mercados son más
competitivos, menos expoliadores y que atemperan los excesos.
Invertir más en
la sociedad por medio de la educación, la tecnología y la infraestructura,
proporcionando además seguridad a los ciudadanos, conducirá a una economía más
eficiente y dinámica. En este escenario, ese 1% también se beneficia.
Desde el punto de
vista del autor, una reforma económica sustancial aumenta la eficiencia, la
justicia y las oportunidades: una buena parte del incremento de la desigualdad, como lo ha reiterado el autor a lo largo
del libro, ha provenido del sector financiero, el cual toma demasiados y
grandes riesgos.
Los bancos tienen
que ser más transparentes en innovación financiera; las compañías emisoras de tarjetas de crédito y los bancos ya no
deben implantar comisiones y recargos a su antojo, y se tiene que dificultar a
los bancos imponer a la sociedad prácticas depredadoras de financiamiento.
Igualmente, se propone frenar hasta donde sea posible el uso de bonos que
incentiven a los banqueros a tomar excesivos riesgos, así como apresurar el
cierre de los centros financieros conocidos como off shore o paraísos financieros, así como fortalecer y hacer más
eficientes las leyes de la competencia.
También se propone reformar las leyes de las quiebras bancarias,
procurando que dichas normas sean más amigables con los deudores. Otra de las
preocupaciones del autor es finalizar con la práctica de los gobiernos de poner
poca atención a los activos públicos porque son patrimonio de la sociedad.
Stiglitz identifica otras áreas donde es
necesario realizar reformas fundamentales como las siguientes: finalizar con la
carrera armamentista y democratizar el acceso a la justicia; crear un sistema
fiscal más progresivo sin excepciones, procurando que la tasa impositiva para
los especuladores sea al menos igual a la de los trabajadores que crean la riqueza;
mejorar el acceso a la educación, especialmente a los grupos más
desfavorecidos; fomentar el ahorro en la sociedad; otorgar sin excepción los
servicios de salud; restablecer y mantener el pleno empleo; corregir los
desequilibrios comerciales, intentando no vivir más allá de sus medios; la política cambiaria tiene que estar
determinada por los flujos de entrada y de salida de capitales y, del mismo
modo, los sistemas de pago con el exterior tienen que corregirse para no
perjudicar a los exportadores e incentivar a los exportadores. Aboga el autor
por una redefinición de las reglas de la globalización.
¿Hay esperanza?, se pregunta Stiglitz. Las reglas del juego han favorecido por largo
tiempo a los bancos en detrimento de la sociedad. La cuestión es ¿se puede
cambiar? Ese 1% más rico de la sociedad ha trabajado intensamente para
convencer al resto que un mundo alternativo no es posible. Este mito ha sido
destruido, ya que se puede tener una economía más dinámica y eficiente y una
sociedad más justa. Estados Unidos es una democracia, pero no está reflejando
el interés de las mayorías lo cual se traduce en el escaso apoyo al Congreso y
la baja participación ciudadana en los procesos electorales.
Entre la
población, el 1% tiene las mejores casas, la mejor educación, los mejores
médicos y los mejores estándares de vida, pero hay algo que el dinero parece no
ha comprado, la fe. Las reformas en el sistema político son impostergables; el
sistema no puede trabajar si se está perdiendo el sentido de solidaridad comunitaria,
cuestión que está dividiendo a la sociedad entre los que tienen y los que no
tienen.
El autor destaca
que la sociedad estadounidense no tiene el sentimiento de un destino
compartido, de compromiso común con la justicia, sino que comparte la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, pero sólo en lo que se refiere a los
derechos civiles, cuando debiera serlo también en cuanto a los derechos
económicos.
Recibida: 4 de marzo de 2014.
Aceptada: 12 de marzo de 2014.
Eduardo Morales. Mexicano.
Maestro en economía por el Colegio de México y licenciado en economía por la
Universidad Nacional
Autónoma de México. Profesor-investigador de El Colegio Mexiquense, a.c. Sus líneas de investigación son
economía y cooperación internacional, integración europea, finanzas
internacionales y asuntos monetarios. Entre sus publicaciones más recientes
destacan, en coautoría: “La cooperación internacional para el desarrollo:
camino difícil e inconcluso” en Carlos Garrocho-Rangel (coord.), El Colegio
Mexiquense, a.c., Zinacantepec,
pp. 241-278 (2010). “El euro y sus implicaciones internacionales”, en Eduardo
Morales (coord.), Las relaciones de México con la Unión
Europea: retos y oportunidades,
El Colegio Mexiquense, a.c., Zinacantepec,
pp. 317-335 (2003); “La economía del
Estado de México en el contexto del siglo xxi”, en Eduardo Morales
(coord.), La economía del Estado de México: hacia una agenda de
investigación, El
Colegio Mexiquense, a.c.-Gobierno
del Estado de México, Zinacantepec, 501 pp. (2004); Una
nueva visión de la política internacional de México. Relaciones con la Unión
Europea, Universidad
Iberoamericana-Plaza y Valdés, México, 200 pp. (1997); México
hacia la Globalización,
Diana, México, 491 pp. (1992).