Falacias del desarrollo sustentable: una crítica desde la
metamorfosis conceptual
Daniel Murillo Licea*
Abstract
In this
article, the concepts of rural and sustainable development are revisited from a
perspective in which language science, semiotics and communication science play
an important role. We broadly outline some elements that come about in the
decision of usage and programme implementation
applied in Mexico. We present two examples where rural development has been
used as an excuse for the application and performance of some public
institutions.
Keywords: sustainable development, rural communication, Proderith (Programa de Desarrollo Rural Integrado del Trópico Húmedo –Programme for the integral rural development of the humid
tropic–), subdevelopment, social equity.
Resumen
Se revisan los
orígenes de los conceptos de desarrollo rural y desarrollo sustentable desde un
punto de vista en el que las ciencias del lenguaje, la semiótica y la
comunicación entran en juego. Se presentan, a grandes rasgos, algunos elementos
que aparecen en la determinación del uso y empleo de programas aplicados en
México, así como dos ejemplos donde el desarrollo rural fue un pretexto para la
aplicación y la actuación de algunas instituciones públicas.
Palabras clave:
desarrollo sustentable, comunicación rural, Proderith
(Programa de Desarrollo Rural Integrado del Trópico Húmedo), subdesarrollo,
equidad social.
*
Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (imta), correo-e: dmurillo@tlaloc. imta.mx
1. La otredad que no
existe
Cuando el
subdesarrollo ingresa al mundo, es decir a partir de 1949, las diferencias
sociales quedan separadas por un abismo insalvable. Es en ese año cuando el
entonces presidente de Estados Unidos de Norteamérica, Harry Truman, crea el
apelativo de ‘subdesarrollo’ para definir un conjunto de países de América
Latina, África y Asia, sin reconocer la diferencia y la otredad basadas en la
propia identidad de los pueblos. La nueva conceptualización de los países del
llamado ‘tercer mundo’ estaba anclada a un modelo económico al que podrían
aspirar y alcanzar. Este subdesarrollo, como lo ha dicho Wolfang Sachs (1997)
era:
Un pivote
conceptual que comprime la inconmensurable diversidad del sur del planeta en
una sola categoría […] Por primera vez la nueva visión del mundo fue anunciada:
todas las personas de la Tierra tendrían que recorrer la misma senda y aspirar
a una sola meta: el desarrollo (Sachs, 1997: 36).
Pero, además,
esta nueva conceptualización era una encajonada en un sentido y una simple referencia:
el desarrollo económico. Los diferenciales semánticos que se crean con este
reduccionismo conceptual apuntan hacia algunas palabras clave, como progreso,
bienestar, democracia, a los que gradualmente los países subdesarrollados
pueden acceder, si siguen los patrones de desarrollo adecuados. Ugo Pipitone (1998: 463) menciona
que existe una imprecisión en los términos: desarrollo, democracia y
subdesarrollo “cuyo uso analítico está inexorablemente entretejido con deseos y
matices específicos que cada tiempo y autor da a estas expresiones”. Esta
cómoda posición no permite revisitar el parto de los conceptos mencionados y la
orientación propia que les ha sido asignada de antemano. El anclaje propio que
se ha hecho en la utilización simbólica de estos conceptos no permite un punto
de escape para realimentar, como en los vasos comunicantes, realidades
distintas: el anclaje está en la definición primera, como el significado
primordial que permite el despliegue de fuerzas. Pipitone
parece descubrir, sin reconocer aparentemente el propio significado primordial
del que hemos hablado, que “no existen en la realidad contemporánea otros
caminos al desarrollo que no sean capitalistas” (Pipitone,
1998: 466). Y es cuando asume a América Latina como subdesarrollada en términos
no de su propia conceptualización, sino por la definición del otro (Estados
Unidos) y desde su punto de vista, desde su contexto y su protagónico rol
después de resultar victorioso y como una potencia mundial tras la Segunda Gran
Guerra. Pipitone también contribuye a esta visión:
habla de distintos estilos de desarrollo económico, pero deja fuera cualquier
intento por salirse de esa definición cerrada, sin capilaridad.[1] En
este mismo sentido, el profesional desprofesionalizado, Gustavo Esteva, opina
que:
El desarrollo,
que sufrió la más dramática y grotesca metamorfosis de su historia en manos de
Truman, se empobreció aún más en manos de sus primeros promotores, que lo
redujeron a crecimiento económico (Esteva, 1997:27).
Pero, por si este
reduccionismo y calificación del término desarrollo fuera poco, en 1973, el
presidente McNamara acepta el fracaso de la
homologación entre desarrollo y desarrollo económico, y aumenta la confusión al
interceder por un desarrollo rural. Al respecto, Sachs (1997: 38) menciona que
“la lógica de esta operación conceptual no fue abandonada; en realidad se
amplió su campo de aplicación”. Todavía más, como veremos en otro apartado, la
palabra se convirtió en un saco vacío cuando se le denominó ‘sustentable’, en
plena contradicción conceptual original, lo que delimita el campo de su
aplicación: el doble juego de la falacia, de lo verosímil que pasa por lo
verdadero.
La lógica
temporal aplicada discursivamente en América Latina fue a través de un
enunciado descompuesto: (a: enunciado original pre-creado) un conjunto de
países subdesarrollados (b: enunciado resolutivo) que deben integrarse
económicamente (c:
enunciado de solución alterna) apoyando sus áreas
rurales, y (d:
segundo enunciado de solución alterna) conservando sus recursos
naturales; franco
enunciado contradictorio.
2. Un elefante blanco
en territorio latinoamericano
El desarrollo
sostenible, según el reporte Brundtland, se define
como “aquel desarrollo que satisface las necesidades de las presentes generaciones
sin comprometer la habilidad de las futuras para satisfacer sus propias
necesidades” (cmmd, 1987). Por su parte, algunos autores
como Bojo, Maler y Unemo
(1990) han definido al desarrollo tratando de hacer compatibles objetivos
disímbolos: “el desarrollo económico en un área específica (región, nación, el
globo) es sostenible si la reserva total de recursos –capital humano, capital
físico, reproductivo, recursos ambientales, recursos agotables– no decrece con
el tiempo”. Pero ambas definiciones parten del compromiso con un punto de vista
economicista, es decir, desde un punto de vista del lenguaje, tratan de adecuar
el sentido con nuevas referencias. Tratando de encontrar nuevas referencias,
pero desde una actitud crítica, y reconociendo elementos irreconciliables,
Michael Redclift (1987) propone incluir algunos
indicadores en la definición de desarrollo sustentable[2] y
por ello cuestiona:
Can we
preserve environmental goals as both an escape from materialism and a way of
enhancing material benefits? Perhaps we need to acknowledge different links
between the unease people feel with the way their environments are currently
managed, and their ethical conmitment to do something
about it. Before we can address any of these questions we need to establish the
relationship between existing behaviour, economics
systems and social institutions, and changes in values. At the same time, our
values cannot change without society changing (Redclift, 1987: 2).
Y este cambio
propuesto por Redclift puede ser el encuentro de la
significación primordial de los conceptos (y no sólo del desarrollo
sustentable, es decir, la relación del hombre con su ambiente) que confluyen en
el ámbito de América Latina y de su miticidad:
conocer no qué es el desarrollo sustentable, sino partir de la relación de la
sociedad con su medio ambiente, sus valores involucrados e intrínsecos y la
revisión de los sistemas social y económico, conductas sociales, instituciones
en un contexto de cambio y tomando en cuenta la ética. Con este enfoque existe,
por lo menos, un reconocimiento más amplio no sólo de los actores sociales
involucrados (esos otros), sino las condiciones y elementos que intervienen en
la relación hombre-naturaleza y sistema social-naturaleza. Bajo una óptica
parecida, al igual que Sachs, Gustavo Esteva (1997) plantea su crítica a la
definición de desarrollo sostenible de la Comisión Brundtland
y denuncia:
En esta
interpretación convencional, empero, se ha concebido al desarrollo sostenible
como una estrategia para sostener el desarrollo, no para apoyar el
florecimiento y la perduración de una vida social y natural infinitamente
diversa (Esteva, 1997: 28).
Es la búsqueda de
la homogeneización (la paradoja de la globalización, otro mito contemporáneo) y
es por ello que en América Latina el desarrollo sustentable es una búsqueda más
por mantener vivo el concepto de desarrollo de Truman. Esteva (1997) lo dice
terminantemente:
La llamada
‘realidad’ del desarrollo, con su cosmético actual de ‘sustentabilidad’, no es
sino un eufemismo más para disimular el desastre cotidiano y mundial. Ha
llegado el tiempo de recobrar el auténtico sentido de la realidad (Esteva,
1997:30).
El economicismo
exacerbado de nuestros tiempos ha reiterado su visión del ser humano como
unidimensional, reduciendo su existencia al plano meramente económico en un
recorte falaz de la realidad. Así, la equidad social está fuera del campo de la
economía y es una mito poderla conjuntar porque exactamente el punto de vista
del que se parte es opuesto. No puede haber desarrollo económico con equidad
social, bajo los cánones actuales que vive América Latina y bajo el cobijo de
la significación otorgada tanto al desarrollo como a sus derivados. En este
punto podríamos voltear la cara hacia el concepto de economía moral que Julio Boltvinik ha recuperado.[3] La
economía moral es entendida como “un cuerpo de pensamiento que enseñaba la
inmoralidad de lucrar en base a las necesidades de la gente”.
El mito del
desarrollo sustentable en América Latina pasa por el filtro de la ganancia económica
(de ahí que se hable de mercados de agua, de prohibiciones, servicios
ambientales, vedas y castigos para quien contamina más, sin un punto de vista
integral y verdaderamente ecologista) y deja de lado otras ‘ganancias’, es
decir, metas, como la equidad y el cuidado del ambiente, que no presentan una
ganancia económica desde el punto de vista de la ideología neoliberal y que por
ello son pasadas de largo y manejadas sólo en discursos vacíos (como el
concepto mismo de desarrollo).
En pro del
desarrollo de América Latina, instituciones mundiales se abocaron a la tarea de
realizar acciones e intervenciones con el fin de ayudar a los denominados
países en vías de desarrollo. Para ello, por ejemplo, el Banco Mundial realiza
préstamos a distintos países para la aplicación de programas desligados de su
propia realidad. En uno de estos créditos, por ejemplo, denominado “Proyecto
del manejo de recursos del agua en México” (conocido como el Programa de
Modernización y Manejo del Agua –Promma–), (Banco
Mundial, 1996), se presenta la información nacional y del sector, objetivos del
proyecto, descripción pormenorizada del mismo, financiamiento, implementación,
sustentabilidad, experiencias, aspectos ambientales, y al llegar al apartado de
categoría de pobreza, encontramos una nota que llama la atención: “El proyecto
propuesto no tiene un impacto directo sobre el alivio a la pobreza pero sus
efectos positivos sobre el medio ambiente y buenos bienes públicos contenidos
en el contexto rural como urbano ayudarán a aliviar la pobreza indirectamente”.
Igualmente, es curioso ver el último apartado, referente a grupos locales
consultados sobre la aplicación de dicho proyecto, en el que se puede leer:
ninguno. Regresamos a Redclift (1987): “A menos que
los pobres sean incluidos en la satisfacción de sus propias aspiraciones, el
desarrollo no podrá ser nunca sostenible”
3. ¿Desarrollo rural
en México, incluyente?
Los programas de
desarrollo rural en México han cambiado con el tiempo. En la década de los
setenta existía el concepto como uno que agrupaba diversas actividades y que
trataba de encontrar un enfoque integral. Actualmente pocos son los programas
de este tipo: más bien hay una multiplicidad de programas con fines
específicos, pero que no están articulados; tal es el caso, por ejemplo, de los
programas de transferencia de distritos de riego y de drenaje a los usuarios.
En estos programas la atención está centrada en el manejo del recurso agua,
pero se descuidan otros aspectos, como infraestructura, créditos, destino de la
producción y canales de comercialización, acceso a insumos, asistencia técnica,
cuestiones relacionadas con la capacitación, la educación, la salud, el
contexto cultural y simbólico.
La falacia de
que los organismos internacionales existen para ayudar a los países sobre todo
del tercer mundo es la gran mentira política. El Banco Mundial busca
fortalecerse a través de créditos otorgados a países que aplican programas
despegados de su realidad actual: es decir, despegados de la esfera de la
equidad social y centrándose en la esfera de lo económico. Al igual, algunos
usan el argumento de que están a favor del desarrollo sustentable, como un
escudo para conseguir el desarrollo económico, pero cuando se intenta medir el
impacto de los programas y el desarrollo de actividades precisas, se ve que la
gente no es tomada en cuenta, ni es importante, ni la naturaleza es lo
esencial. Lo que importa es la política económica en una decisión vertical sin
posibilidad de réplica. Y la conjunción del ámbito del desarrollo y la equidad
social es imposible, en tanto que existe una diferencia marcada entre los
países llamados del primer y del tercer mundo, condiciones estructurales
impuestas por los primeros sobre los segundos. Dice Michael Redclift (1994):
Economic
policy reform was likely to leave the poorest social groups more exposed and
this, in turn, carried environmental consequences one stage further (Redclift, 1994: 55).
En el caso de
México, específicamente, este concepto ha resultado en por lo menos dos
momentos de la historia agraria. En el primero, este desarrollo iba aparejado
con el adjetivo de ‘rural’ y muchos programas institucionales se cobijaban bajo
el término de ‘desarrollo rural’. El segundo es sobre el concepto que
actualmente rige, y es llamado ‘desarrollo sustentable’.
La lógica de la
estrategia de comunicación, según los dos modelos presentados sobre el concepto
de ‘desarrollo rural’ y ‘desarrollo sustentable’ partirían, en teoría, de un
reconocimiento del campesino como un igual, como un sujeto con el cual poder
establecer un diálogo. En teoría, un programa agrícola que utilice la
comunicación debería partir también de un concepto que cada vez resulta más
incómodo: la llamada ‘comunicación para el desarrollo’. Este concepto lo he
definido en trabajos anteriores como “proceso delimitado por una dimensión
social, metodología e instrumentos para fomentar la capacidad de autogestión de
grupos de productores y elevar su nivel de vida, mediante la creación de un
espacio de diálogo en el que participan los actores involucrados”. Así, el
objetivo de un programa de comunicación para el desarrollo sería “facilitar la
apropiación de información, conocimientos y habilidades mediante instrumentos,
procesos y procedimientos localmente adecuados para producir interlocución
social a fin de asegurar acciones concertadas tendentes a mejorar las
condiciones presentes y futuras de vida en democracia y equidad” (Murillo,
1999: 7-8).
Leopoldo Borrás, en un ensayo sobre la comunicación rural en México,
ha mencionado, también que:
La comunicación
rural en un programa de desarrollo de la comunidad tendría como funciones
generales las siguientes: a) informar; b) sensibilizar; c) concientizar; d)
motivar, y e) apoyar la acción (Borrás, 1986: 160).
El papel de la
comunicación en programas de desarrollo debería partir, entonces, del
reconocimiento del campesino como un sujeto que tiene opinión, intereses, que
realiza ciertas prácticas, acciones y que tiene un conocimiento.
Baraona (1986: 7) llama corpus a “la suma y al repertorio de ideas y
percepciones de lo que consideramos como el sistema cognoscitivo campesino”. Y
no se trata de un sistema formal o cerrado, sino que tiene una organización
interna propia y un dinamismo que le permite conjuntar la praxis y el corpus. Dicho corpus tiene también elementos históricos y
culturales, que no se discriminan y que aparecen de diversas formas en la
memoria de uno o varios sujetos. Y agrega:
[...] la praxis
es el nexo que nos permite llegar a captar en su totalidad a la conducta
campesina, desde el acudir al corpus para encontrar alternativas viables, hasta
las percepciones de la vida corriente que operan como impulsores de las
preguntas que se le hacen al corpus. Tendríamos así un eslabonamiento de hitos
de pensar-actuar, articulados por la praxis, y con dos infaltables terminales,
ambos diferenciados en cuanto a contenidos. El uno, científico-técnico
(conducta c-t). Al otro, a falta
de un término más apropiado, lo llamaremos de contenidos de sentido común
(conducta s-c), dominado por
percepciones –mediatizadas o perfeccionadas en el nivel o en el seno de la
familia campesina– del vivir en sociedad o, si se prefiere, en el reino de la
necesidad (Baraona, 1986: 15).
Para conocer
estas percepciones y asomarse al corpus que menciona Baraona,
es necesario tender un puente entre el comunicador (y/o la institución que
representa) y el grupo campesino. La comunicación es ese puente y, para estar a
tono, la comunicación para el desarrollo, en específico.
En un texto
clásico de comunicación para el desarrollo, Manuel Calvelo
hace referencia a que el desarrollo rural sólo puede alcanzarse si existen
algunas condiciones mínimas. Una de esas condiciones es ayudar al campesino a
“incrementar su capacidad de negociación con el entorno social” (Calvelo, s.f.: 2); es decir, desarrollar la capacidad de
gestión de las comunidades y grupos campesinos. En resumen, Calvelo
propone que el desarrollo rural se funde en la importancia de la capacidad de
gestión, en la organización campesina, en que el campesino seleccione pautas y
criterios para mejorar su vida cotidiana, que se base en un manejo –no una
explotación– de los recursos naturales, una redistribución de la tenencia de la
tierra, capacitación, en que se requiere trabajar “junto al campesino y no
sobre el campesino” para desarrollar las tecnologías más apropiadas y, la
última condición, “para que exista desarrollo rural y no meramente un
crecimiento transitorio de la producción agrícola, es la de equidad social” (Calvelo, s.f.: 2-3).
Calvelo hace mención de estos elementos en el
marco de las directrices sobre comunicación para el desarrollo rural de la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (fao), que reconoce como
imprescindible la participación activa y consciente de los beneficiarios de los
programas aplicados al campo. La intervención de la comunicación en un proyecto
denominado como de desarrollo rural o desarrollo sustentable, permite “el
diálogo abierto entre todos los interesados en el proyecto de desarrollo y, por
consiguiente, solucionar los problemas apenas se presenten” (fao, 1989: 5).
La visión de comunicación por parte de la fao también tiene bemoles
importantes: se ha dado una supremacía a la tecnología de video por sobre los
procesos sociales que debería conllevar un programa de desarrollo rural
sustentable incluyente (para agregar más adjetivos al concepto). Tal es el caso
de tres experiencias donde intervino la fao con un componente de
comunicación, una en Panamá y dos en México: el Programa de Desarrollo Rural
Integrado para el Trópico Húmedo –Proderith– y el
Programa de transferencia de distritos de riego a los usuarios.
Así, el papel
del Estado en un proyecto de desarrollo rural cambia. “El Estado no es el
protagonista del desarrollo, sino solamente un instrumento de los sectores sociales
que, siendo los protagonistas del desarrollo, dirimen constantemente en el
interior del aparato de Estado y fuera de él cuáles son los intereses y
proyectos en función de los que la sociedad modela sus destinos” (Funes, 1985:
11). Queda asentado, entonces, que el papel más importante en el desarrollo es
el sujeto campesino, y que las políticas de desarrollo deberían estar basadas
en necesidades y condiciones sociales reales y no en planes y proyectos
realizados desde un escritorio. Este tipo de enfoque permite reconocer que cada
comunidad y grupo social tiene un proyecto interno de desarrollo. La
comunicación apoya no la puesta en marcha de proyectos gubernamentales, sino la
adecuación de éstos a los proyectos internos de cada comunidad y grupo social.
Sin embargo, en México, ha habido casos catastróficos debido, sobre todo, a
esta falta de enlace con la realidad social.
4. Caso 1. Un caso de
‘desarrollo rural’: el fracaso del Plan Chontalpa
Con el fin de
incrementar y diversificar la producción en la zona conocida como La Chontalpa, en Tabasco, México, el gobierno de México
negoció con el Banco Interamericano de Desarrollo (bid) los programas del Plan Chontalpa, a principios de la década de 1960. Con su
proyecto piloto –conocido como ‘El Limón’– el gobierno mexicano pretendía
realizar obras básicas de riego y drenaje, caminos, habilitación de tierras
(desmontes, drenaje parcelario, nivelación, riego y caminos), desarrollo
agrícola general (investigación, extensionismo y
demostración), obras de urbanización y servicios sociales (escuelas, centros de
salud, campos deportivos y centros cívicos); por un total de 30 millones de
dólares, mediante dos contratos de crédito (Arrieta, 1994: 100). El nuevo Plan Chontalpa comenzaría en 1965 y estaría vigente hasta 1976,
mientras que la meta fue desarrollar 300 mil hectáreas, en dos etapas.
La principal
característica del Plan Chontalpa era el desarrollo
de un área en el trópico húmedo, donde se carecía de experiencia necesaria para
las condiciones sociales y ambientales, en cotraposición
con los trabajos derivados de la discusión de principios del siglo xx para el desarrollo de las zonas de
riego, principalmente en la zona centro del país (El Bajío), el Norte, el
Noroeste y el Noreste. Este plan vino a transformar las relaciones culturales,
sociales y ambientales en la zona de La Chontalpa, lo
que acarreó un desequilibrio en esos tres sistemas. El gobierno se enfrentó,
por ejemplo, a lo siguiente: “el agua era excesiva y factor de insalubridad,
los suelos retenían exceso de humedad; los vientos, el sol, la lluvia y el
calor obstaculizan en diferentes momentos el proceso productivo” (Arrieta,
1994: 197).
El Plan Chontalpa provocó una destrucción irreparable del medio
ambiente en la zona, desapareciendo, en un lapso de cuatro años, la fauna para
pesca y caza, aves, maderas, plantas medicinales, y materiales comestibles. Lo
anterior debido, sobre todo, al desmonte de 50 mil ha. Hubo, también, un
empobrecimiento de los suelos al quedar al descubierto, amén de que fue imprescindible
comenzar a utilizar fertilizantes y plaguicidas, lo que, aunado al exceso de
agua, provocaba graves problemas de contaminación. Las obras ‘sociales’ en la
zona cambiaron el hábitat social de sus habitantes y rompieron la tradición de
instalarse en zonas altas, protegiéndose de los vientos y cerca de las parcelas
o centros de producción. El tipo de planeación creó 22 nuevos centros de
población de tipo urbano (estaban previstas zonas de estacionamiento, centros
comerciales y lugares para oficinas de gobierno) y no se planeó la utilización
de materiales de la región.
El verdadero
gran problema fue que El Plan Chontalpa no se fundó
en necesidades propias de la población ni de la zona, sino que fue un plan
realizado, de nuevo, desde un escritorio. De hecho, como dice Arrieta, los
pobladores no supieron de este plan sino hasta 1963, con el decreto
expropiatorio: “supuesta la incapacidad de los campesinos, la población dejó de
ser un sujeto de desarrollo para pasar a ser objeto del mismo” (Arrieta, 1994:
203). Hubo protestas de los habitantes de la zona, pero fueron acalladas
mediante la presencia de fuerzas armadas, a partir de 1967, lo que demarcó aún
más el desconocimiento (y la falta de un proceso ya no digamos de diálogo, sino
de escucha)
del sentir y de las necesidades de los pobladores. Como un requisito del bid, el plan
debería incluir obras de beneficio social, pero este estatuto quedó simplemente
en la creación de obras de infraestructura, porque no hubo ningún beneficio
social para los pobladores de la zona. En concordancia con lo anotado
anteriormente sobre el desarrollo y las políticas gubernamentales:
Los
inconvenientes y retrasos que se originaron en la evolución del plan son
resultado de un desarrollo que enfatizó los resultados económicos y políticos
con deterioro de aspectos sustanciales como los sociales y culturales (Arrieta,
1994: 217).
5. Caso 2. Un diálogo
inconcluso: el caso del Proderith
A partir de 1978,
la Comisión del Plan Nacional Hidráulico echó a andar un ambicioso proyecto de
desarrollo rural en la zona del trópico húmedo de México, con la participación
de la fao
y con fondos de un préstamo del Banco Mundial. A este programa se le denominó
Programa de Desarrollo Rural Integrado para el Trópico Húmedo (Proderith), cuyas agonizantes líneas de acción se extienden
hasta los primeros años de la década de los noventa, para decaer
estrepitosamente, sobre todo al ser alterado su sentido original. El primer Proderith planteaba entre sus objetivos:
i. Incrementar la producción agrícola, pecuaria
y forestal realizando un uso eficiente y racional de los recursos naturales.
ii. Mejorar el nivel de vida de los productores
del trópico y de sus familias, por medio del fortalecimiento de su base
productiva y de la capacidad de control de cada comunidad de la gestión, en sus
relaciones con los demás sectores sociales que intervienen en los procesos de
producción, transformación y comercialización.
iii. Evitar la degradación de los recursos naturales
de la región (sarh,
1985: 28).
Precisamente
dentro de estos objetivos podemos vislumbrar algunas estrategias. La más
importante, y que de hecho fue el marco conceptual del Proderith,
fue la definición de desarrollo. En ella, cabe mencionar varios elementos
importantes, seguramente algunas enseñanzas del fracaso del Plan Chontalpa. Entre estos elementos, mencionaremos los
siguientes: a) El desarrollo se define como “un proceso social iterativo de
aprendizaje, negociación, aplicación, crítica y rectificación”; b) El
desarrollo es integral porque “implica el surgimiento y sustento en una
concepción de carácter social articulada, generada participativamente”; c) El
desarrollo será capaz de “orientar la toma de decisiones en todos los niveles
de la realización y de la transformación productiva y social”; y, d) una
cuestión importante, es que aparece la dimensión ética, al decir que “el
desarrollo es posible en función de un alto número de variables vinculadas al
hombre, a sus necesidades y valores” (sarh, 1985: 27).
La estrategia de
intervención tenía que ver con los distintos componentes que actuaban en
conjunto en los proyectos Proderith (primero, seis
zonas, que fueron ampliadas a once en total: Acapetahua
y Altos de Chiapas, Chiapas; Tantoán-Santa Clara,
Tamaulipas; Tamuín, San Luis Potosí; Valle de Atoyac,
Tesechoacán y Centro de Veracruz, Veracruz; Tizimín, Yucatán; Zapotal y Zanapa-Tonalá,
Tabasco, Acapetahua, Nayarit). Estos componentes
eran: asistencia técnica, capacitación, infraestructura, crédito,
investigación, evaluación y un sistema de comunicación rural. Aunque hay mucho
que decir sobre éste último –y habría que hacer una recuperación histórica,
tarea pendiente por realizar– para los fines del presente artículo sólo
mencionaremos algunas características importantes: la producción y uso de las
llamadas Unidades Educativas Audiovisuales (video, cuaderno de participantes y
guía didáctica), publicaciones y, sobre todo, lo que se logró fue, como se
estiló en denominar, un “estado de debate interno en las comunidades”. Entre
1978 y 1984, el grupo de comunicación había producido y ‘aplicado’ 452
programas con 117 mil participantes en seis mil sesiones grupales denominadas
‘sesiones de aplicación’, además de realizar 26 cursos cortos de producción
audiovisual y formación de aplicadores audiovisuales, según la metodología de
capacitación en servicio.[4] El
sistema también utilizó medios sonoros y gráficos para intercambiar información
con los campesinos y apoyar la conformación de los Planes Locales de Desarrollo
(pld) de
cada comunidad. El pld
se define como un instrumento programático renovable de la negociación de los
productores en los ámbitos de planeación local, regional o nacional; como
características esenciales debe apoyar a las comunidades a retomar su proyecto
interno y responder a una iniciativa organizada de la sociedad.
La innovación
del sistema del Proderith era precisamente que los
programas y proyectos de la sarh,
a través de la Comisión del Plan Nacional Hidráulico, no eran realizados a pie
juntillas por los técnicos encargados de los procesos de ‘extensión rural’,
sino que eran ampliamente discutidos y modificados por los campesinos,
adecuados según sus necesidades, requerimientos y prioridades específicas. En
realidad, puede decirse que éste fue un ejemplo de cómo se pudo lograr un diálogo
eficiente entre el aparato institucional y los beneficiarios directos. Durante
la segunda etapa del Proderith, es decir, de 1985 a
una fantasmal etapa que parece concluir formalmente en 1991, se incluyeron
algunos programas gubernamentales como el Procampo,
el Programa de Certificación de Derechos Ejidales, cambios al Artículo 27
constitucional, la Ley de Aguas Nacionales, etcétera. Pero entre la primera y
la segunda fase ocurrieron algunos otros cambios: en 1986 la Comisión Nacional
del Plan Hidráulico es convertida en el Instituto Mexicano de Tecnología del
Agua (imta)
y, posteriormente, en 1989, se crea la Comisión Nacional del Agua (cna), que
queda a cargo de la coordinación del Proderith. Otro
cambio importante fue la disminución en la asistencia técnica. Así, comparando
las etapas del Proderith, “en la primera, el 25 por
ciento se gastó en asistencia técnica y otros insumos para el desarrollo rural,
mientras que el 75 por ciento se gastó en infraestructura. En la segunda,
solamente el cinco por ciento se gastó en asistencia técnica y otros insumos y
el 95 por ciento se dedicó a infraestructura” (fao, 1996: 37).
Esto, aunado a
que el proyecto fao
utf/mex/027 Comunicación
y Capacitación para el Desarrollo del Trópico Proderith
concluyó después de un largo periodo de extensiones –llamadas ‘enmiendas’ al
acuerdo original entre el gobierno de México y ese organismo–, y dejaba en
manos de la cna
el manejo del programa para la tercera etapa de Proderith,
de 1991 a 1994. El imta
siguió realizando cada vez menos trabajos de desarrollo rural integral y
solamente fueron contratados, en los últimos años, algunos proyectos separados
sobre asistencia técnica y comunicación rural. Al final de la tercera etapa las
condiciones eran irreversibles: las unidades locales de comunicación y el
personal formado habían sido completamente descuidados por la cna y por la
falta de visión de los técnicos de la Gerencia de Distritos de Drenaje. Al
final, cualquier intento de solventar lo que una vez se había llamado
‘orgullosamente’ desarrollo rural integral, acabó convirtiéndose en pasto de
técnicos voraces y corruptos que embaucaban a empresas y marchaban a contra
corriente con todo el espíritu que el primer Proderith
había impulsado. Ese estado de debate interno en las comunidades, acicateado a
través de la producción de Unidades Educativas Audiovisuales fue desplazado por
una estrategia de difusión de las acciones de la cna, a través de la gerencia de
marras. La comunicación para el desarrollo y el sistema de comunicación rural
fueron reducidos a producción de materiales audiovisuales, esto también aunado
a la visión de la fao
en los últimos años del Proderith y que decayó en un
instrumentalismo en la comunicación: ya no era importante el desarrollo y
adecuación del marco conceptual de comunicación para el trópico húmedo; lo más
importante eran los últimos avances tecnológicos. Algunos ‘proderithos’,
como se les llamaba, intentaron continuar con el espíritu de comunicación que
había sido desarrollado desde 1978, pero se encontraron con grandes
dificultades institucionales: el diálogo con los productores se había
interrumpido.[5]
6. El nuevo
desarrollo sustentable
En México, hacia
la década de los años noventa, se dio un nuevo impulso al desarrollo
sustentable, sobre todo a partir de la designación de Julia Carabias
como Secretaria de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (Semarnap). Este impulso fue llevado a cabo a partir de los
Programas de Desarrollo Regional Sustentable (Proders)
en los que se tomaron los antecedentes inmediatos de cuatro áreas: La Chinantla, Montaña de Guerrero, Meseta Purépecha y el semidesierto de Durango. Estas experiencias se
multiplicaron hacia 24 áreas prioritarias en todo el país. Las líneas de acción
incluían un acercamiento importante hacia las comunidades rurales e indígenas,
con el fin de tener un diálogo y una participación social importante. El
abordaje de estas áreas prioritarias estaba basado en la creación de un
programa de desarrollo desde y para las comunidades, tomando en cuenta la
importancia de la organización local y la combinación de saberes tradicionales
con conocimientos científicos y técnicos, para garantizar un vínculo entre los
destinatarios de los programas y las diversas instituciones que participaron en
estos programas, preponderantemente, la Semarnap.
La confluencia
de elementos de desarrollo como la participación social, desarrollo
sustentable, aspectos culturales y proyectos económicamente viables puso de
manifiesto un elemento importante que, pese a que ya se había ensayado anteriormente,
no se había reconocido como tal: el aspecto cultural. Este nuevo abordaje
parecía orientarse hacia el reconocimiento de la gente, de los indígenas, de
los campesinos y de sus formas tradicionales de actuar y de pensar,
aprovechando sus organizaciones y fortaleciéndolas para crear programas de
verdadera participación social. Sin embargo, los programas estaban orientados a
moverse dentro del contexto macroeconómico –no podía ser de otra manera– y
estaban supeditados al mercado y a la globalización. En un documento se menciona:
In this
way, the structure, outlook, and thinking of the community is preseved and buttressed by proposals designed to produce
equitable, democratic, and sustainable community development and to meet the
modern challenges of the market place and of globalization (Priego, 1998).
El espíritu
inicial de estos programas se ha visto modificado con el tiempo,
específicamente con el cambio de administración federal en el año 2000: el
único punto de contacto con la sociedad es a través de un diagnóstico inicial,
según lo demuestra el Programa Estratégico para el Sur-Sureste (Semarnat, 2002). Después de ello, los puntos de contacto se
dan a través de la aplicación de programas específicos. Aquí cabe hacer una
precisión clara, ya que en los documentos se habla claramente de “pleno respeto
a la diversidad cultural, usos y costumbres de las comunidades involucradas” y
de “participación social”, pero eso no denota las actividades específicas ni la
aplicación de los programas de desarrollo sustentable, lo que podría traducirse
en letra muerta. Lo anterior no deja de ser inquietante ni subjetivo; para
aclarar el asunto, se puede recurrir a la actual página de Internet de la Semarnat, donde es posible acceder a los indicadores de
desarrollo sustentable (“¿Cómo vamos a la mitad del camino…?”), peligrosamente
orientados hacia construcción y mantenimiento de infraestructura, mejoramiento
de servicios y presupuesto invertido en varias actividades. El enfoque actual
parecería orientarse, entonces, hacia otro lado; el desarrollo sustentable
manejado en los noventa, propiciando la participación social, la memoria, el
encuentro del saber tradicional y el saber científico, –en términos generales,
en búsqueda de un diálogo congruente con los actores sociales– encuentra su
contraparte en un enfoque reduccionista, de nuevo, orientado hacia el mercado y
hacia la construcción de infraestructura. Parecería haber un nuevo retroceso.
Pseudoconclusiones
Bajo el cobijo
del desarrollo integral –rural o sustentable–, en la aplicación de programas y
políticas en México, se ha dado una fragmentación en cuanto a objetivos de
desarrollo, las estrategias y mecanismos de intervención, así como en la
aplicación de recursos económicos. Esto ha sucedido también por las decisiones
centralizadas tomadas por entidades gubernamentales y sin una coordinación
definida. Los programas de desarrollo rural en México han sido, en la última
década, aplicados de manera local, la mayoría bajo mecanismos inadecuados y con
objetivos claros de aplicación desde las instituciones, pero pocas veces se
toma en cuenta a los destinatarios, sus opiniones y sus percepciones, y se han
apoyado en paquetes tecnológicos, prescindiendo de la asistencia técnica
necesaria.
En dos proyectos
Proderith, específicamente en Tizimín,
Yucatán y en Tesechoacán, Veracruz, se han recogido
algunos testimonios que marcan una diferencia importante: el abandono de esa
visión integral y la toma de decisiones centralizada han creado una serie de
iniciativas de programas que no siempre se aplican de manera adecuada. En Tizimín, por ejemplo, no hay asistencia técnica con
productores rurales ni con grupos de mujeres organizados: ha habido un
desmantelamiento de funciones, instituciones y mecanismos, según lo marcan una
serie de testimonios recogidos en 1997. Lo importante es que ha quedado en las
comunidades y grupos campesinos una fuerte capacidad de organización y de
gestión.
En el caso de Tesechoacán, mediante testimonios recogidos en 2002,
observamos que existen nuevos proyectos basados en la reconversión productiva,
pero también hay una falta de asistencia técnica y una reducción del
desenvolvimiento de las instituciones gubernamentales para aplicar proyectos
integrales: el esfuerzo se diluye en pequeños programas sectorizados. Sin
embargo, también existe una fuerte organización campesina y una capacidad de
gestión importante. Esto demarca que existe una especie de contrapoder
campesino frente a las políticas de desarrollo fragmentadas. Las instituciones
han sido debilitadas en sus rangos de acción, al punto tal de convertirse en gestionadoras de recursos y no contar con presencia
importante directamente en campo.
De esta manera,
las políticas de desarrollo sustentable se topan con otro tipo de problemas:
cómo actuar y qué recorte espacial hacer. Algunas agencias, instituciones u
organizaciones relacionadas con la preservación del medio ambiente usan como
unidad geográfica de estudio o abordaje, los programas regionales, algunos los
polos de desarrollo, algunos las cuencas hidrográficas, pero ninguno toma en
cuenta un área geográfica específica en la cual interactuar e intentar ver la
realidad en su totalidad. Por ello no hay duplicidad de programas, pero sí de
actividades y de recortes de la realidad fuera del reconocimiento de la
realidad del propio sujeto destinatario (el campesino, por ejemplo). No existe
una verdadera coordinación gubernamental para apoyar el desarrollo social, en
todo caso, porque no se reconoce al campesino como sujeto, sino como objeto de
aplicación de las políticas y programas agrícolas. Los sesgos son
impresionantes: se abre un hoyo para tapar otro. Se afecta la esfera de la
equidad social por un erróneo manejo de la participación de la gente
(campesinos e indígenas, por ejemplo), a favor del medio ambiente pero, de
nuevo, desde el punto de vista de una institución, sin reconocimiento del otro. En el fondo, el problema es el
reconocimiento de la otredad, de otras formas de ver el mundo.
En otras
palabras, estamos en el tiempo de la miopía donde quien ofrece unos lentes para
ver otras cosas no es tomado en cuenta. Y así las dioptrías se acumulan. ¿Qué
es el medio ambiente para la gente? ¿Se les ha preguntado, se ha analizado, se
han sacado inferencias o sólo se habla de medio ambiente desde una perspectiva
institucional, de política sectorial nacional? ¿Se han realizado estudios
dejando de lado el cientificismo que conlleva a conceptos como ‘el desarrollo
sustentable’ para reconocer otras formas de relación entre la sociedad y la
naturaleza? ¿Se ha tomado en cuenta la preservación del medio ambiente, desde
el punto de vista de quién y para qué? Parecería que el desarrollo sustentable
está ahora gobernado por la esfera económica, donde lo importante es la
aportación del gobierno federal en términos de presupuesto, en términos de
construcción de obra y de servicios y en la recuperación de cuotas y tarifas.
El problema
crece porque ahora la esfera del medio ambiente elimina a las otras dos: la
equidad social y el desarrollo económico. ¿Se actúa con equidad cuando se
protege a la mariposa monarca o se convierte una selva comunal en parque
nacional (caso en México)? ¿Verdaderamente se hace así? ¿Se escucha la
diversidad de opiniones de la gente, se entreveran las matrices culturales
(ciertamente afectadas, reafectadas y cruzadas unas
con otras, pero al fin, matrices culturales, sin llegar a llamarlas híbridas
como lo hace García Canclini, 1990) o sólo se aplican
políticas de un modo vertical? ¿Dónde y cómo se gesta la política pública de
desarrollo sustentable? ¿A través de una oficina de quejas y denuncias es donde
se ‘toman en cuenta’ las necesidades de la gente y de la sociedad? Aquí el
papel de los académicos, organizaciones no gubernamentales y de organizaciones
campesinas es imprescindible, porque actúan como puente entre las necesidades
reales y las agencias de desarrollo. Sin embargo, los recursos son escasos.
Si las esferas
de las que hemos hablado –medio ambiente, equidad social y desarrollo
económico– se excluyen unas a otras, los modelos que buscan un encuentro están
equivocados porque, en el fondo, lo que ocurre es que hay un problema de
comunicación: la falta de reconocimiento del otro. Las distintas formas de
pensar, la diversidad cultural y de las cosas del mundo. En la Cumbre Mundial
de Desarrollo Sustentable (iucn, 2002), por ejemplo, se llegó a la
conclusión de que había cinco grandes temas para lograr un enfoque integral
mundial sobre el desarrollo sustentable: agua y saneamiento, energía, salud,
agricultura y biodiversidad. Este es un primer esfuerzo para tratar de
conformar una visión integral, sin embargo, parece ser que el problema es tanto
de definición como de aplicación de estrategias específicas.
El mito del
desarrollo sustentable en este marco general nos hace pensar también en otros
mitos igualmente manejados en esta época, como la globalización, la hibridación
de las culturas, como si fueran fenómenos actuales, descendientes de la
exacerbación económica y tecnológica que está presente en el orbe. Pero estos
procesos, como diría Ferdinand Braudel (1984), son
unos de larga duración y, en estos casos, me atrevería a decir que son de muy
larga duración, pero no habían sido observados de la manera en que son
observados actualmente.
Los tres ámbitos
–recapitulando–: sustentabilidad ambiental, crecimiento económico y equidad
social– se repelen unos a otros. ¿Cuál es la salida? ¿Cargar un ámbito y hacer
que tape a los otros dos? No en la diversidad del mundo. Pero sí un
acercamiento que permita reconocer la contradicción sustancial de estos tres
ámbitos. Una esfera que defina los límites del mito y que rehaga la visión del
mundo desde una mirada incluyente y no excluyente. El hombre tendría que tomar
de nuevo su lugar en el mundo, como eje central.
Encontraríamos
que, además, los significados se trastocan pero no por una conjunción de
diferenciaciones ni por una definición en favor de la búsqueda del significado
ulterior, sino por una confusión –quizá mañosamente planteada– en la que se
busca conjuntar lo que se excluye, sin tomar en cuenta el propio significado.
¿Por qué abordar lo económico desde el término ‘crecimiento económico’ y hacer
a un lado el término cultura, por ejemplo? Porque no se trata de
incluir, en el fondo. Una contradicción desde el punto de vista del modelo que
pretende ‘ser incluyente’; una posición que no puede quitarse de encima porque
está emparentada con el trabajo en organismos públicos u organismos
internacionales que, precisamente, mal de muchos y consuelo de tontos, es la
relativización del pensamiento, el reduccionismo de (y a veces hasta el punto
de borrar) la otredad. Esta falta de reconocimiento de la otredad está en el
germen de la creación del término de subdesarrollo, y ha sido continuado a
través de la utilización del término desarrollo con sus múltiples variantes y
adjetivos.
En este modesto
escrito aseguro que aún hay camino por andar en la discusión entre estos
ámbitos planteados y que las contradicciones conceptuales inherentes en el
análisis de la confluencia homeostática de ellos deben verse a la luz del análisis
de la realidad actual, con toda su riqueza. Faltaría encauzar esfuerzos para
saber qué está pasando y al reconocimiento de esa otredad y de esa diversidad,
a ratos tan homogeneizada. Faltaría hablar de cultura, de historia, de
psicología, de filosofía. Faltaría que centros de investigación e instituciones
públicas caminen de la mano con la sociedad y cerrar brechas que dificultan
cualquier movimiento hacia un mundo menos contaminado, en todos los sentidos.
Faltaría hablar de preservación, de recuperación, de interculturalismo.
Faltaría poner en tela de juicio los conceptos e identificar los mitos.
Faltaría, pues, reinventar la realidad.
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Enviado: 9 de diciembre de 2003.
Reenviado: 5 de abril de 2004.
Aprobado para su publicación: 13 de mayo de 2004.
[1] Al
respecto, también la Comisión Económica para América Latina (Cepal) y Raúl Prebisch cayeron en
la trampa: homologaron al desarrollo con desarrollo económico capitalista y,
aún peor, negaron, esto último junto con Guerra Borges, este primer significado
de la palabra manifestando como “corrientes radicales” las que denunciaban el
carácter imperialista y dependentista del modelo
basado en este concepto, según lo anota Aída Lerman,
1996: 34.
[2] Como
el consenso y la equidad, el conocimiento y la responsabilidad, los paradigmas
competentes, la conciencia ambiental y la acción política, y las diferencias
globales. Y sobre
el consenso, Redclift se pregunta: How can opinion be mobilised
around broad environmental agendas? Does it require more, or less, consensus?
[3] Boltvinik,
economista mexicano que escribe en el periódico La Jornada,
retoma el concepto, como él mismo lo explica, de “E.P. Thompson en su clásica
obra The making
of the english working class.
Thompson rastrea el origen de la expresión economía moral a los siglos xviii y xix
(E.P. Thompson, The Moral economy
reviewed, p. 337)” (Boltvinik , 1999).
[4] Los
conceptos mencionados forman parte de un corpus
metodológico del sistema de comunicación rural Proderith.
Las Unidades Educativas Audiovisuales se utilizaban en pequeñas sesiones de no
más de 25 personas. Para la producción de estos materiales y para lograr el
estado de debate interno ya mencionado, era necesario aplicar otras
metodologías, como la red de comunicación, amén de la utilización de técnicas
prestadas de la antropología, como observación e investigación participativa,
diagnósticos sociales con las comunidades, y la organización de grupos de
trabajo, de unidades locales, regionales y una unidad central de comunicación.
[5] Sin
embargo, algunas enseñanzas quedaron, según lo muestra una investigación
realizada en Tizimín, Yucatán, en uno de los
proyectos Proderith durante 1996 y 1997 (Murillo y Requejo 1996 y 1997). Por lo menos la capacidad de gestión
de las comunidades campesinas continuaba en acción y facilidad de organizarse,
entre otras características que no es posible comentar en este lugar.
Lamentablemente, la investigación concluyó con un pequeño borrador no
terminado. Una deuda pendiente que también habrá que saldar.