Instituciones y gestión del desarrollo rural en la
Argentina degradada: hacia la reconstrucción de la nación
Mabel Manzanal *
Abstract
The aim
of this article is to show the importance that institutional issues have in the
national development at the end 2001, being this year the landmark to the
deepest economical and socio-political crisis in Argentina. We are interested
in presenting some information about the forms of institutional management in
the rural development, which can be considered as alternatives of local
transformation towards social change. We explore territorial experiences
searching for evidence about the social realities and agents that demonstrate
the possibilities and difficulties that arise when trying to consolidate a
nation from a common project and within an institutional frame. We analyse in depth the micro experiences in local development
in order to identify institutional forms associated with a more equitable
redistribution. We highlight the importance of basic organizations, as well as
the rural population training to achieve greater and more transparent forms of
participation, decision making and institutional control.
Keywords:
Territory,
local development, rural development, institutions, economical development.
Resumen
Se plantea la
importancia de la cuestión institucional en el desarrollo nacional, enmarcado
en el contexto de fines de 2001, hito que señala la más profunda crisis
económica y sociopolítica de Argentina. Nuestro interés es aportar información
sobre formas de gestión institucional en desarrollo rural, que pueden
considerarse alternativas de transformación local con perspectiva de cambio
social. Exploramos experiencias territoriales en busca de evidencias sobre
realidades y actores sociales que den cuenta de las posibilidades y
dificultades cuando se plantea conformar una nación desde un proyecto común y
en un marco institucional. Profundizamos el análisis de experiencias micro de
desarrollo local, para identificar formas institucionales asociadas con un desarrollo
más equitativo. Subrayamos la importancia que tienen las organizaciones de base
y la capacitación de la población rural (y de ámbitos locales) para alcanzar
mayores grados y formas más transparentes de participación, decisión y control
institucional.
Palabras clave: Territorio, desarrollo local, desarrollo rural,
instituciones, desarrollo económico.
*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, conicet.
Correo-e: postmaster@manzan.ba.ar
Introducción[1]
Los valores
récord que la desocupación y la pobreza alcanzaron en la Argentina en mayo de
2002[2]
son la expresión de una expansión sostenida de la exclusión laboral, la
pobreza, el hambre y la desnutrición, pero también una
demostración de la inseguridad jurídica e institucional existente en el país. El neoliberalismo se nutre de una
creciente polarización y desigualdad social que para sostenerse en estas
condiciones, y bajo formas representativas y ‘pseudo’
democráticas, requiere un estilo de gestión pública (articulada con el accionar
de ciertos sectores privados) lindante entre lo ilícito y lo ilegal, pero
devenido en ‘legítimo’ tras la máscara de la eficacia en el ‘logro’ de
determinados fines (validadas en frases como: ‘roba pero hace’). De todas
formas, justificaciones ‘facilistas’ y formas corruptas, prebendarias,
dolosas, existen desde larga data en la historia nacional, pero con el
neoliberalismo se constituyeron en sistema enquistado en el poder.
José Nun (2003:2) califica la crisis institucional de la
Argentina como estructural, descartando que pueda calificársela como una crisis
de representatividad (coyuntural). Identifica a las crisis estructurales como
aquellas en que las instituciones dejan de cumplir los fines para los que
fueron creadas, y donde la población no recurre a las instituciones porque
desconfía o supone que no le solucionarán su problema, o incluso se lo
agravarán.
Nuestra
percepción es que ahora desenmascarada la crisis socioeconómica (latente
durante los años 90, pero evidenciada para la gran mayoría de la población
recién a fines de 2001), existen condiciones favorables para reconstruir una
Argentina que priorice la justicia social, dada la nueva
conciencia social
sobre nuestra real situación socioeconómica y nuestras posibilidades y
limitaciones en ese contexto. Y precisamente, nuestro objetivo en este artículo
es plantear la importancia que la cuestión institucional tiene para ese tipo de
transformación nacional.
Nuestro interés
es aportar información sobre formas de gestión institucional en desarrollo rural,
que pueden considerarse alternativas de transformación local con perspectiva de
cambio social. Exploramos experiencias territoriales (acotadas social,
económica y espacialmente) buscando evidencias sobre realidades y actores
sociales que den cuenta de las posibilidades y dificultades que aparecen cuando
se busca conformar una nación desde un proyecto común y dentro de un marco
institucional que lo viabilice.
Nuestra
propuesta de investigación (que aquí sólo presentamos en sus aspectos más
generales y teóricos para someter a la discusión) busca profundizar el análisis
de experiencias micro de desarrollo local, con el objetivo de identificar
formas institucionales asociadas a un desarrollo más equitativo en la
redistribución de los recursos económicos y sociales y que, conjuntamente,
puedan resultar enseñanzas para otros ámbitos.
Nuestra hipótesis de trabajo se fundamenta en
la importancia que tiene el fortalecimiento de las organizaciones de base y la
capacitación de la población rural (y de ámbitos locales) para alcanzar mayores
grados y formas más transparentes de participación, de decisión y de control
institucional (además de influenciar, también, en la
propia realidad de las familias productoras, con mejoras en la calidad de vida
y en los ingresos familiares).
La siguiente
exposición está organizada en cuatro apartados. En el primero, enmarcamos la
crisis argentina especialmente en cuanto a la dificultad o posibilidad de
revertirla desde la cuestión institucional. En el segundo, desarrollamos los conceptos
y las variables de la temática que nos ocupa; en el tercero, presentamos las
características generales y los aspectos más relevantes que surgen de los casos
de estudio. Finalmente, bosquejamos algunas conclusiones sobre las
posibilidades y restricciones presentes en la gestión institucional del
desarrollo rural en Argentina.
1. La irrupción de
una crisis preexistente y el marco institucional de la Argentina actual
El quiebre
institucional que se ha producido en la Argentina como resultado de la secuencia
de hechos de violencia y conflicto social es el desenlace de una crónica
anunciada aunque no reconocida (Manzanal, 1995: 80-81). Hoy existe una nueva
oportunidad, producto de esta crisis, calificada ahora como ‘terminal’, para
rever el rumbo del desarrollo nacional. Lamentablemente, por la fuerza de los
hechos, una significativa porción de la población comprendió que el
desconocimiento sistemático de las instituciones (sea a través de golpes de
Estado, la desaparición de personas, el desconocimiento de los acuerdos
previos, o los manejos corruptos de la cosa pública) termina erosionando la
estructura de funcionamiento de la nación misma. En este sentido fueron la
dictadura militar de 1976 y el gobierno democrático de Menem, con su respectiva
ambición de perpetuarse en el poder, los principales impulsores de este
desenlace. Sin embargo, este presente: i) es producto de hechos políticos
gestados y acumulados en diferentes periodos gubernamentales de la historia
nacional; ii) las políticas de ajuste macroeconómico
fueron adoptadas indistintamente por gobiernos militares, radicales y
justicialistas, y iii) el proceso de endeudamiento no
sólo no se detuvo, sino que se aceleró, a pesar de que se privatizaron empresas
y recursos nacionales rentables (petróleo, gas, transporte) para afrontar el
pago de la deuda (aunque el slogan fuera “la mayor eficiencia privada”).
Es decir, la crisis no aparece en el 2001, sólo se torna tangible para amplias
mayorías nacionales e internacionales.
Es el modelo económico el que ha llevado a esta crisis
estructural que ha
afectado a las instituciones y a las estructuras productivas nacionales, y que
por ello produce un daño al crecimiento, al empleo, al nivel de vida, a la
confianza institucional, que no podrán revertirse en el corto plazo. En la
Argentina, desde la recuperación democrática operada en 1983, los dos partidos
mayoritarios se han sucedido en el ejercicio del Poder Ejecutivo. Y ambos han
operado crecientemente bajo formas clientelísticas:
la búsqueda de votos y apoyos económicos a cambio de dádivas, preferencias,
prioridades y manejos dolosos y prebendarios en la
administración de la cosa pública. Este funcionamiento fue posible porque
existieron y se modelaron instituciones acordes al mismo. Y ésta fue y es una
realidad en expansión, en la que están comprometidas, y siguen estándolo,
organizaciones del sector público y del privado (empresarios en su mayoría de
los estratos de mayor poder económico). Pero, además, este funcionamiento
terminó alcanzando a la población en general, a empresarios, productores,
comerciantes. El aumento, la difusión y la expansión e interacciones del
accionar corrupto inhibieron, finalmente, la actividad económica como un todo,
incrementando los costos de producción, de transacción, de la seguridad
individual y social. Llegando, finalmente, a tornar no confiables a casi todas
las instituciones que regulan el funcionamiento de la nación.
La incautación
del dinero de los ahorristas (plazos fijos, depósitos en cuenta corriente y
caja de ahorro) es la demostración más acabada de la destrucción total de una
de las instituciones más creíbles hasta ese momento, como eran los contratos
que los bancos celebraban con sus clientes para resguardar y garantizar la
rentabilidad del dinero por ellos depositado. Del mismo modo, perdió
credibilidad la jurisprudencia proveniente de una justicia desacreditada, y las
normas y la legislación resultante de un Poder Legislativo totalmente
cuestionado.
Entonces, ¿cómo
‘desarmar’ un modelo de corrupción institucionalizada y de hondo contenido
histórico? Téngase en cuenta que, a pesar de que el país vive una crisis
económica, Argentina puede plantearse el desafío de ampliar
significativamente el mercado interno y proyectarse competitivamente hacia el
externo. Pero un condicionamiento
central es la crítica situación de su modelo institucional y político, tanto
por razones éticas, culturales y de degradación creciente de valores, como por
razones económicas. Ya que el propio crecimiento económico se restringe cuando
las inversiones no tienen factibilidad económica o se tornan muy volátiles en
medio de la incertidumbre y corrupción que asola al país.
¿Y cómo se hace
para cambiar el rumbo transitado históricamente e institucionalizado durante
décadas?, ¿cómo se interpone una contención a los negociados entre el sector
público y el privado y, en general, a todo accionar burocrático, fraudulento y
corrupto?, ¿cómo se alcanza un funcionamiento transparente, solidario y
democrático que neutralice, denuncie y termine pulverizando los modelos prebendarios y corruptos, el funcionamiento clientelístico y de compensación social, operado tanto en
ámbitos nacionales, provinciales como locales, públicos como privados?
Es evidentemente
necesario terminar con la impunidad. Y para ello no hay otra forma que
institucionalizar un activo control y seguimiento social, donde la aplicación
de premios y castigos asegure avanzar paulatinamente hacia normas y prácticas,
formales e informales, que se apliquen con continuidad, regularidad y permanencia,
y en forma universal y generalizada. Para acabar con la impunidad hay que aumentar los controles y en
ello la participación y gestión de la población involucrada cumple un rol
imprescindible.
Pero, además, la
mayor participación ciudadana conduce a la construcción de otro polo de poder
político, también necesario para incorporar a las mayorías, hoy excluidas del
mercado de trabajo y de una vida digna, en la gestión y control del Estado (sea
nacional, provincial o local), como veremos en el siguiente apartado.
2. El marco
interpretativo
El modelo
neoliberal de los últimos 25 años agudizó el desprestigio y la arbitrariedad en
el funcionamiento de las instituciones nacionales.[3]
Al respecto,
cabe preguntarse: ¿cómo se retoma el control de la esfera pública?, ¿es
necesario cambiar el gobierno o cambiar el Estado?, ¿cómo se construye un nuevo
Estado que no reincida en la saga de soborno, clientelismo y corrupción?
Cualquier
gobierno que quiera aplicar un proyecto nacional alternativo sólo podrá hacerlo
si antes cuenta con el apoyo mayoritario de la población, consciente del cambio
que se les exige y que la involucrará. Es decir, se necesita contraponer un
polo de poder popular. Esto sólo se construye a partir de la participación
cotidiana y regular de la población en las diferentes formas de gestión,
control y seguimiento del accionar público y privado; y pese a que éste es un
requisito necesario, no es suficiente. En lo que hace, en particular, a la
participación, depende de la forma y tipo que la misma asuma. Aquí nos estamos
refiriendo a: i) aquella participación que interviene en las decisiones
públicas; ii) que se ejerce controlando ‘la
eficiencia, la transparencia y la efectividad’ de las acciones públicas y
privadas, y iii) cuyos objetivos son mejorar la
distribución del producto (nacional, provincial o local) en favor de las
mayorías nacionales, crecientemente postergadas.
El camino hacia
esta reconstrucción demanda consecutivamente: i) i participación popular (pero
no cualquier forma de participación); ii)
transformación institucional del Estado inducido por la creciente participación
popular (conformando un Estado diferente al que hoy reconocemos como tal), y iii) transformación de las instituciones que regulan el
accionar privado (empujada por las dos anteriores).
En otras
palabras, para que las propuestas vinculadas con el desarrollo tengan
viabilidad (estén centradas en una economía solidaria y popular[4] o
en el rol del Estado impulsando el crecimiento del mercado interno) deberán
aplicarse a partir de nuevas instituciones, nuevos modelos de gestión, que
desarmen las prácticas económicas y políticas envilecidas, prebendarias
y corruptas. Esto implica: i) hacer cumplir las normativas y leyes; ii) darles regularidad, certidumbre y transparencia, y iii) valorizar la experiencia, el conocimiento idóneo, el
aprendizaje y las prácticas burocráticas basadas en la ética, la austeridad y
la responsabilidad.
Todo esto vale
tanto para las instituciones públicas como para las privadas. Pero este
objetivo no puede lograrse si no es en un contexto de búsqueda
de consenso y acuerdo entre las grandes mayorías para compatibilizar intereses y
dirimir conflictos (a partir de la opinión de la mayoría o del dictamen del
conocimiento experto –aunque sean perjudiciales para algunos–, véase Brett, 1999a: 27). Y en ese sendero de transformación
institucional, de búsqueda de consenso, la
participación de la población
cumple un rol fundamental.
Precisamente, en
lo que sigue identificaremos este marco analítico, comenzando por los principales
conceptos y premisas que utilizamos.
2.1 Las unidades de
análisis
Adoptamos la
concepción de Instituciones de North:
Instituciones
son las reglas de juego en una sociedad, o más formalmente, son coacciones,
restricciones o limitaciones ideadas por el hombre para conducir la interacción
humana. En consecuencia, ellas estructuran los incentivos en el intercambio
humano (sean políticos, sociales o económicos). El cambio institucional
conforma el camino que la sociedad desarrolla a través del tiempo y, por lo
tanto, es la llave para comprender el cambio histórico [traducción nuestra]
(North, 1999: 3).
Y al respecto,
coincidimos con Brett cuando al respecto de las
funciones de las instituciones afirma:
Las
instituciones son un sistema de reglas y prácticas colectivas que habilitan, y
aún fuerzan, a los individuos a trabajar juntos en un proyecto común (Brett, 1999a: 47).
Y porque,
precisamente, una nación es un proyecto común a todos sus ciudadanos, Brett sostiene que:
[…] la creación
de un sistema judicial imparcial y accesible, tanto como la instauración del
imperio de la ley antes que la arbitrariedad del poder, es crucial
para la legitimidad de largo plazo y la estabilidad del Estado [cursiva y traducción nuestra] (Brett, 1999a: 28).
Por ello, cuando
analizamos la naturaleza de las instituciones que regulan el accionar humano en
determinada organización jurídica (sea en una nación, o en un conjunto de
países unidos por integraciones regionales), nos adentramos en el conocimiento
del efecto de dichas instituciones sobre el desarrollo socioeconómico
respectivo. Es nuestro caso particular: enfocarse en el impacto de las
instituciones sobre el desempeño económico de actividades locales ligadas al
desarrollo rural.
A esta altura,
quizá, debamos aclarar que las instituciones no son las organizaciones (grupos,
actores o individuos con un objetivo común) que administran y aplican programas
y políticas. Tampoco son los agentes que las operan (véase Ayala, 1999: 64). Es
decir, distinguimos instituciones de organizaciones. Las instituciones son las normas o reglas, pero no
cualquier norma o regla, sino sólo aquellas que son compartidas y conocidas y
que se acepta su cumplimiento, sea voluntaria o coercitivamente (véase Ayala,
1999: 61). Por su parte, organizaciones refiere a personas que operan
conjuntamente para alcanzar determinados objetivos (y éstos pueden ser
consensuados o no) ya que:
[…] los
individuos tienen incentivos para construir organizaciones porque esperan
mayores beneficios que si se mantuvieran aislados (Ayala, 1999: 21) […] Las
organizaciones son un fenómeno común en nuestro medio. En términos amplios, la
familia, la escuela, los servicios públicos, las empresas, sindicatos, equipos
deportivos, asociaciones religiosas, sociales, de entretenimiento y hasta
nuestro grupo de amigos, son organizaciones. Las instituciones, en tanto
restricciones diseñadas por el hombre para modelar la interacción humana, son
semejantes a las organizaciones, éstas proveen de una estructura para la
interacción social. Ambas surgen de la acción humana y tienen como objetivo
minimizar los costos derivados del intercambio. Pero no deben confundirse, la
organización es la arena en la cual los agentes realizan intercambios acotados
por las instituciones existentes [cursiva
nuestra] (Ayala, 1999: 282).
Es decir, las
organizaciones son las estructuras donde se opera, donde se trabaja y donde se
distribuyen las funciones, mientras que las instituciones son las normas, las
reglas y las creencias que regulan dichas funciones y actividades. Son estas
últimas, en definitiva, las que otorgan sentido, significado, a las
organizaciones.
Las normas,
creencias y regulaciones configuran un determinado modelo
de participación de
los involucrados (sean directivos o empleados o la misma sociedad civil). Según
cuáles sean estas normas, se habilitará un particular modelo de participación,
con diferente apertura o no hacia la sociedad local respectiva. Brett acota que los distintos teóricos acuerdan en que la:
[…]
participación es un proceso por el cual la población, especialmente los
sectores sociales menos favorecidos, influyen en las decisiones que los afectan
(Brett, 1999b:4).
Y distingue entre
una participación débil (asociada a participar para informar o para ser
consultado) de una participación fuerte (que significa asociarse para las
decisiones y aún ceder el control). Asimismo Brett
(1999b: 5) considera que muchas organizaciones, si bien postulan una
participación fuerte, en los hechos, sea por la escala o por su naturaleza
jerárquica, no superan las formas de participación débil, que sólo implica la
obligación de informar y consultar a beneficiarios y usuarios.
Para Brett (1999b: 5), la participación no debería ser tratada
como un nuevo y revolucionario paradigma, sino como un elemento general de
aproximación a la administración del desarrollo, que reconoce la necesidad de
la jerarquía, la capacidad experta y la disciplina en el servicio tanto como el
control “de abajo hacia arriba”.
La participación que aquí nos interesa es aquella que
se centra en el control y seguimiento de las acciones públicas y privadas.
Porque ésta es la que más se vincula con el cumplimiento de los acuerdos y
normas. Pero no es exclusivamente el control, nos interesa también que el
resultado de dicho control se ejerza a través del ejercicio de premios y
castigos a la labor controlada.
Hay otra faceta
de la participación
de suma importancia: aquella en la que los actores de la sociedad civil avanzan
en la toma de decisiones; ellos mismos toman buena parte, o la mayor parte, de
las decisiones que los involucran y que tienen que ver con sus actividades.
Esta forma de participación es el paradigma de todo modelo de participación que
busca la transformación de la sociedad del presente. Porque la participación paulatina
y constante en las decisiones capacita a quienes la ejercen y es el motor de la
transformación social. Precisamente Brett (1999b: 7)
sostiene que los defensores de este tipo de participación la consideran, no
exclusivamente como un método para el desarrollo, sino fundamentalmente como un
nuevo paradigma para la transformación social.
Nos adherimos a
esta postura, sin que ello signifique un funcionamiento anárquico y carente de
dirección política (entendida la política en su sentido amplio y no restringiéndola
a la acción del Estado). Lo vemos como un proceso paulatino de largo plazo, que
va construyendo conciencia, aprendizaje y consenso. Consideramos que, en una
primera etapa, este tipo de participación puede ser aplicada sólo a determinado
rango de actividades que deberán identificarse en cada caso (dependiendo de los
niveles de capacitación, herramientas y técnicas disponibles). Y que avanzar
hacia niveles de mayor complejidad dependerá de los modos y avances de los
procesos de capacitación, organización y de la práctica misma de participación.
Consideramos que
el control y seguimiento del funcionamiento transparente y del cumplimiento
regular de las normas y reglas es la primera forma de participación, que,
además, es altamente formadora para alcanzar modelos más ‘fuertes’ de
participación. Por lo tanto, el aprendizaje y el ejercicio de formas de control
y seguimiento es una cuestión, sino anterior, por lo menos paralela a la toma
de decisiones. De todos modos, cabe aclarar que cuando los actores sociales
tienen un directo involucramiento en la gestión de sus actividades, la
participación se muestra bajo sus diferentes facetas, más allá que estén
claramente diferenciadas o no.
También nos
interesa el territorio
en aquellos aspectos vinculados con el desarrollo cuya perspectiva se inscribe
desde un territorio, su cultura y su historia (Courlet
y Pecqueur, 1994: 81). No vemos al territorio como el
‘espacio-lugar’ (como soporte de localizaciones materiales y humanas) sí como
una conjugación de variadas realidades. Es al mismo tiempo la expresión del
‘lugar’ específico donde vive y trabaja la población; el ámbito en que se
localizan los procesos de concentración y polarización creciente, y que se
traduce en marginación social y expulsión del aparato productivo; el espacio
que condiciona el destino de la mayor parte de la población de menores
recursos; el sitio donde se materializa el accionar de estos actores que nos
ocupan; donde se da el primer eslabón –y a veces el único– en la ‘potencial’
cadena de participación de amplias mayorías sociales; donde se concretan las
interacciones, conflictivas o no, entre actores y organizaciones sociales;
donde la población trabaja y vive, y donde inicia su camino dirigido a
viabilizar y generar acciones y actividades de transformación social,
económica, política e institucional.
Según Boscherini y Poma esta perspectiva territorial consiste en
otra forma de consideración y tratamiento de los agentes
territoriales
(actores y organizaciones). En la nueva concepción territorial éstos pasan:
[…] de ser
herramientas de government del territorio a agentes de la governance territorial […] los agentes
territoriales dejan de ser ‘externalidades’ para convertirse en ‘agentes’
directos de la producción (Boscherini y Poma, 2000:
25).
Y es a través de
la modalidad de sus acciones como se abren posibilidades para promover el
‘desarrollo’ del territorio respectivo, junto con mejores condiciones de vida
de sus habitantes. Y esto es lo que aquí consideramos desarrollo
local, un ‘desarrollo
territorial’, del ámbito donde la gente vive y trabaja; donde esa gente, esa
población está directamente involucrada en la transformación de su realidad y
de sus condiciones de vida.
De hecho, la
mayor parte de la población sólo desde ‘su lugar’ podrá tener una proyección
hacia lo global. Porque ‘su lugar’ es el reducto desde el que se fortalece, se
capacita y participa para viabilizar sus potencialidades hacia otros escenarios
ampliados. Porque la población que nos ocupa es la que está marginada de los procesos
de concentración, y por ello sólo se vincula con ‘su lugar’. Generalmente
conoce lo global (las nuevas tecnologías de la información la han acercado a
ese otro mundo) pero no forma parte de sus redes, ni de su lógica. Por esto,
‘su lugar’ es también el primer eslabón en una potencial cadena de vinculación
y de participación, que se tornará creciente en la construcción de un futuro
diferente.
Cuando estas
interacciones (públicas y privadas) se vuelven más frecuentes y regulares, se
están dando las condiciones para producir un vuelco transformador y alcanzar un
efectivo ‘desarrollo local o territorial’, más aún cuando involucran al sector
pequeño productor, a las pequeñas y medianas empresas. Y al respecto
coincidimos con Poma (2000: 392 y ss.) cuando sostiene que la creación
de fuertes interacciones locales
es la condición para generar ámbitos espaciales con dinámica y crecimiento
productivo y económico, motorizados por el aprendizaje, la capacitación, la
innovación, necesarios para ampliar la producción y el mercado local y
regional, e incluso alcanzar el mercado global. Esto, definido en otros
escenarios como ‘atmósfera territorial’, es el territorio visto como “eje
del tejido productivo” (Boscherini y Poma; 2000: 23)
como expresión de la conformación y consolidación de redes de vinculación entre
el sector público, la sociedad civil y las empresas (Brett,
1999a: 32 y ss.). Y en estas redes la participación de la población
organizada controla y
resguarda los intereses de la mayoría de la población y de las pequeñas y
medianas empresas, ya que siempre está el riesgo latente de que estos procesos
sean absorbidos y dominados por las grandes empresas nacionales y
transnacionales.
Sintetizando,
las variables centrales que nos ocupan son:
i. El
funcionamiento institucional (público y privado) o, dicho de otro modo, el
modelo (territorial o local) de aplicación de acuerdos y normas, analizando si
opera, o no, con premios, castigos e incentivos dirigidos a impedir la
impunidad de transgresiones y delitos;
ii. La
participación de los beneficiarios y actores locales en el control y
seguimiento del accionar de las organizaciones locales, requisito para
garantizar la transparencia, la eficiencia y la solvencia institucional, y
iii. El
territorio, como el ámbito de articulación entre agentes territoriales, de
promoción del tejido productivo y social, de aprendizaje e innovación. El
territorio como la ‘atmósfera’ con potencialidad transformadora, para mejorar
las posibilidades y las condiciones de vida de las mayorías sociales marginales
y postergadas.
3. Los casos de
estudio y la problemática institucional en desarrollo rural
Nuestras
referencias son experiencias puntuales que permiten visualizar las
características intrínsecas de modelos institucionales alternativos, vinculados
con la participación y el control social en la conformación de un destino común
y diferente. A pesar de la crisis, hay realidades territoriales que muestran
otro escenario: aquél construido desde el propio hábitat, donde se confunden
ambiente y producción, donde la población produce su futuro con mucho esfuerzo,
pero con perspectivas (especialmente centradas en mejorar sus condiciones de
vida).
En realidad,
ejemplos de trabajo solidario centrados en propuestas productivas –no
asistencialistas– abundan, especialmente en el medio rural, que es el que aquí
nos ocupa. Son modos alternativos de funcionamiento social, de articulación con
el Estado y de compromiso de la sociedad civil en la construcción de su futuro.
Muchos de ellos, incluso, parten de estrategias instaladas por el propio modelo
neoliberal, que se conjugan con la forma de respuesta adoptada por la sociedad;
y de este modo enfrentan a la más profunda y prolongada crisis que ha vivido la
Argentina en toda su historia.
Alternativas
antes inexistentes aparecen en áreas rurales hasta hace poco expulsoras y
vaciadas de población. Acciones que facilitan y promueven la vinculación
interinstitucional, que se potencian a partir del enfrentamiento de los
conflictos interpersonales y sectoriales, que constituyen un aprendizaje para
el ejercicio de la gestión y administración institucional. Y que, en
definitiva, se constituyen en una opción de trabajo y de vida para afrontar la
desesperanza, resultante del cuestionado accionar de la mayor parte de la clase
dirigente.
En nuestra
investigación nos ocupamos de analizar ciertas realidades territoriales en sus
aspectos institucionales; en especial los vinculados con la participación de la
población rural, y de pequeñas localidades, en la toma de decisiones y en el
control y seguimiento de acciones institucionalizadas.[5]
Tomamos como caso de estudio algunos ejemplos de los muchos existentes en el
país. Nos centramos en cuatro casos: dos localizados en la provincia de Jujuy,
uno en Salta y uno en Misiones. Y enfocamos: i) en un caso, en las
organizaciones, y ii) en los otros, en el territorio.
El primero es una organización de segundo grado –Warmi
Sayajsunqo– de apoyo técnico y financiero a
comunidades de base (en este caso aborígenes) de Jujuy y Salta, estando la sede
localizada en Abra Pampa, Jujuy. Los restantes son experiencias territoriales,
a veces asociadas con el desarrollo local. Es el caso de la comunidad de El Tolar (Jujuy) y de las ferias francas (además de las
reconocidas ferias de Misiones aquí presentamos la de Aguaray,
en Salta, que se origina a partir de aquéllas).
Todos los casos
se sustentan en organizaciones de pequeños productores articuladas a otras
organizaciones públicas y privadas, y todos persiguen, de distinta forma,
mejorar la calidad de vida, a través de diferentes acciones, entre ellas,
acceso a la tierra y mejoras en la producción y en la comercialización de sus
productos.
3.1 Warmi Sayajsunqo en la Puna
jujeña
La Asociación de
Mujeres Warmi Sayajsunqo
(del idioma quechua “Mujer Perseverante”) fue creada en 1995 por Rosario
Quispe, una campesina de origen kolla que, por su
labor con la salud reproductiva de las mujeres aborígenes, recibió numerosos
premios nacionales e internacionales. Esta organización de base, de segundo
grado, está formada exclusivamente por mujeres andinas (campesinas y kollas) y trabaja en un área extendida: Puna, norte de la
Quebrada, parte de la provincia de Salta (en San Antonio de los Cobres y en
Santa Victoria).
La asociación
está localizada en Abra Pampa[6] y
agrupa, en la actualidad, a 64 comunidades de la Puna y Quebrada (en Jujuy) de
Valle Nazareno y Santa Victoria (en Salta) llegando hasta el sur de Potosí
(Bolivia). Se ocupa de desarrollar y financiar proyectos comunitarios en
artesanías, producción de carne, curtiembre, otorgar microcréditos y generar
servicios de desarrollo de negocios, comunicación y capacitación. Y tanto la
decisión política, como la ejecución, el control y seguimiento de las acciones
es responsabilidad directa de la población vinculada, sea como socia o
beneficiaria, a esta organización no gubernamental (ong).
Rosario Quispe
ya era líder al momento de fundar la ong Warmi. Había sido
promotora de diferentes programas de desarrollo (Organización Claretiana de
Desarrollo, oclade; Programa Social Agropecuario psa; Cooperativa Punha
de Abra Pampa, phuna).
En 1997 obtiene el Premio a la «Creatividad de la Mujer en el Medio Rural»,
otorgado por la Fundación Cumbre Mundial de la Mujer con sede en Ginebra, Suiza
y auspiciado por fao,
y en reconocimiento a su trabajo con la salud reproductiva de las mujeres kollas. Muchos otros premios seguirán a éste, y junto a
ellos llegará un reconocimiento generalizado y el apoyo de diversas
instituciones de promoción y financiamiento, nacionales e internacionales.
A partir de
1997-1998, Warmi comenzó a obtener importantes
recursos para aplicar al desarrollo local de parte de la Puna (y de otros
ámbitos territoriales cercanos). En la actualidad dispone de una magnitud de
fondos que supera a los que aporta para el área el propio estado provincial y
nacional.[7]
El más
importante, por su magnitud, ha sido el que recibió de Avina,[8] en
marzo de 2001, por $800,000 usd
(en dos cuotas) a tres años de ejecución, para un proyecto de Fondos Comunales
y otras actividades. Previamente habían obtenido, a fines de 1998, $10,000 usd para el
diagnóstico participativo y la formulación del Programa de Desarrollo Económico
Comunitario, como lo define Avina. Aprobado el
programa, recibieron entre 1999 y 2000, $150,000 usd para su ejecución y $90,000 usd para
capacitación. Paralela y conjuntamente se presentaron a un subsidio de la Interamerican
Foundation (iaf), con lo que consiguieron $360,000 usd en 2001
para ejecutar a tres años.[9]
Para alcanzar su
propuesta de desarrollo, Warmi realizó un diagnóstico
participativo, que significó visitar 50 comunidades desde enero a marzo de
1999. Rosario Quispe llegaba primera para anunciar el carácter de la tarea y
convocar a participar; y luego y si estaban de acuerdo, llegaban los técnicos y/o
promotoras (cuatro técnicos y ocho promotoras). En cada encuentro comunitario
se discutía acerca de la necesidad de recuperar la identidad cultural y el
sueño andino (expresado como: “vivir como lo habían hecho los antepasados del
propio trabajo y de la producción local”).
A raíz del
diagnóstico participativo se decidió la constitución legal de la ong Warmi dirigida a ocuparse de temas de etnodesarrollo.
Para ello se diseñó un programa de acción que se subdividió en las áreas de: i)
Microfinanzas para la promoción de la actividad
productiva y su comercialización; ii) Servicios de
Desarrollo de Negocios (centrado en artesanías, curtiembre y carnes ovina y de
llama), y iii) Centro de Comunicación y Capacitación
para el Desarrollo (producción de videos y otras formas de difusión y
capacitación). Las 64 comunidades integrantes de Warmi
participan en todos estos componentes y también en otras actividades, algunas
tan importantes como la de organizarse para reclamar por el tema de tierras al
Estado provincial.
En este tema se
abre un campo de acción muy importante, de gran alcance y de consecuencias aún
no previsibles, porque además de movilizadora es una cuestión conflictiva para
la sociedad local. La población aborigen tiene sumo interés por recuperar sus
tierras desde que lo habilita la Constitución Nacional de 1994, Artículo 75,
Inciso 17.
Warmi ejecuta sus proyectos o actividades
mancomunando esfuerzos con otras organizaciones de base, municipios, comisiones
municipales, agencias del Estado, aporte de empresas privadas, otras ong,
voluntarias(os) y técnicos comprometidos con la problemática de la Puna.
Los Fondos
Comunales se estructuran según la decisión de los beneficiarios, responsables
de su diseño, ejecución, control y seguimiento. Su funcionamiento está
reglamentado en un Estatuto, discutido y formulado por los referentes de todas
las comunidades integrantes de Warmi (tardaron seis
meses en formularlo). Los fondos se destinan a microcréditos para la producción
de las familias aborígenes. Cada comunidad es responsable de su administración
(un tesorero y un Consejo de Crédito, miembros de la comunidad trabajan ad
honorem en esta
tarea). El primer microcrédito se otorgó en agosto de 2000. Hasta mediados de
2002 se habían entregado 670, habiendo muchas familias que pagaron totalmente,
tres morosos y ningún incobrable. Asimismo, el control de estas actividades
está programado formalmente (con asambleas generales y delegación en los
líderes).
Como vemos, es
una organización con directa participación de los beneficiarios (de
microcréditos, emprendimientos) en las decisiones y en el control de sus
actividades. Los propios referentes de las comunidades fijan la política y la
forma de administrar sus recursos. Y, aunque cuentan con el asesoramiento
técnico de dos ong,
aparentemente, éstas sólo acompañan generando las herramientas y los recursos
adecuados a las necesidades de los dirigentes de Warmi.
No toman las decisiones, ni fijan la política a seguir. En la administración de
los recursos financieros asesoran y son consultados, pero Warmi
es la responsable.
Warmi ha desarrollado amplios vínculos con
múltiples organizaciones, privadas y públicas, lo cual le ha facilitado y
allegado recursos de distinto tipo (monetarios, de trabajo, de prestación
mutua, de materiales, de insumos). Warmi ha
revitalizado la vida local de las comunidades y de Abra Pampa donde está su
sede, y ha movilizado a los políticos y a la población civil y ha favorecido su
interrelación. Sin duda, ha instalado un proceso de capacitación, organización
y formación de líderes. Se trata de una experiencia, si bien aún muy reciente,
en principio muy rica para el análisis que nos ocupa.
3.2 El caso de la
comunidad de El Tolar
El Tolar, también en la Puna, Jujuy, es una comunidad nueva,
formada entre 1995 y 1996. Es un caso para analizar formas de repoblamiento
rural, de migración de retorno, producto de la vuelta a ‘su tierra’ de la
población que se ha visto afectada por la recesión y la desocupación creciente
en diferentes áreas del país. El Tolar es producto
del entusiasmo y el esfuerzo de jóvenes aborígenes migrantes que vuelven a su
tierra de origen, el hábitat puneño, provenientes de zonas agroindustriales de
la provincia de Jujuy.
Esta comunidad
se localiza a 35 km de Abra Pampa, por la ruta 9 que se dirige a La Quiaca.
Allí se creó un pequeño poblado, conformado por una población con intereses
mancomunados. En ese mismo lugar antes sólo había un caserío diseminado y en
franca extinción. Es relevante, asimismo, por el accionar social y productivo de
su población, especialmente por su capacidad para afrontar y superar conflictos
vinculados con manejos clientelísticos de los
recursos disponibles. Por esto interesa conocer su praxis de organización y
capacitación, los modelos de participación y los procesos contradictorios de
conformación de liderazgo, así como las formas de gestión de sus actividades
productivas y obras comunitarias.
Los jóvenes
(menos de 10) que conformaron El Tolar habían migrado
de su tierra cuando tenían alrededor de 16 años para hacer changas en la
producción de tabaco (en Perico, Jujuy) de tomate (en San Juan y Mendoza) o de
caña de azúcar (Salta). Al promediar la primera mitad de la década de los años
90 regresan a su hábitat. Allí, para entonces, apenas había dos o tres casas ocupadas
por muy pocos habitantes, muchos de ellos ancianos.
Los jóvenes
explican su retorno diciendo que comenzaron a percibir que trabajar
directamente su tierra les abría mayores posibilidades que continuar como
peones rurales o changarines, en condiciones
laborales de creciente precariedad. Por ello decidieron conformar una
organización local para mejorar sus condiciones de vida y recuperar las
costumbres locales y así consolidaron un caserío rural donde actualmente viven
30 familias. Esta comunidad participa de la ong Warmi, pero también está (o ha
estado) asistida por otros programas, como el psa, el Instituto Nacional de
Tecnología Agropecuaria (inta),
o la ong Asociación para la Promoción Integral (api).
Con mucho
trabajo y acciones solidarias (no sin conflictos, algunos agudos que han
llevado hasta la expulsión de un asociado) mejoraron su calidad de vida y su
alimentación. Construyeron nuevas viviendas, invernaderos, huertas, horno
solar, curtiembre en cuero; y se dedicaron a la producción de ovinos, bovinos,
camélidos y gallinas. Estos animales son de propiedad individual, aunque
también tienen ovejas comunes que utilizan cuando necesitan recursos para
inversiones comunitarias. Muchos aprendieron nuevos oficios que aplican para
beneficio del conjunto (como sanidad animal).
Están en un
permanente proceso de capacitación, incluso en actividades complementarias a la
rural (música, escritura a máquina y computación); y uno de ellos terminó la
escuela secundaria con el apoyo de los demás (sus compañeros lo ‘becaron’ para
que pudiera vivir en La Quiaca mientras estudiaba). Al terminar sus estudios
retornó a la comunidad, siendo actualmente el Secretario de la misma.
En esta
comunidad, avanzada su primera etapa de organización, surgieron problemas entre
sus integrantes vinculados a manejos poco claros de los recursos del conjunto.
A poco de empezar a organizarse, se conformaron dos grupos del psa y en uno de ellos comenzó a haber
problemas en su operación; la gestión era autoritaria y poco participativa, se
actuaba con métodos clientelísticos. Ello condujo a
divisiones entre los miembros, los que rechazaban este proceder y quienes lo
apañaban. Eran notorias las diferencias entre uno y otro grupo en el modo de
participar, de compromiso y de responsabilidad con las actividades respectivas.
En uno, siempre estaban presentes todos, con familiares incluidos y funcionaban
con mucha participación, entusiasmo, solidaridad y democracia interna. En
cambio, en el otro, no se daba esta dinámica, predominaban las ausencias, incluso
algunos miembros del grupo trabajaban en otras comunidades, y hasta se fueron a
vivir a otro lugar. La situación se tornó más conflictiva cuando uno de ellos
comenzó a operar como puntero político[10] y a conseguir “Planes Trabajar” para
los miembros de El Tolar, pero incluyéndose él mismo
como uno más de los desocupados de la comunidad con derecho a ser subsidiado,
aunque no vivía, ni trabajaba allí. Y parte de la comunidad aceptaba esta
trasgresión.
Los problemas en
esta comunidad fueron muchos y variados (hubo recursos que desaparecieron).
Cambiaron más de una vez de presidente. Tuvieron más de un dirigente que no
residía en la comunidad. Hasta que finalmente en el 2000 lograron colocar un
dirigente nuevo, residente de El Tolar y la comunidad
dio un vuelco de crecimiento.
Han conseguido
un fondo comunal (microcréditos) a través de Warmi.
En 1999 construyeron ocho invernaderos con fondos del psa. Recibieron asistencia de Pro
Huerta. Consiguieron un horno solar para la producción de electricidad y dispondrán
de un boyero eléctrico para el control y cuidado del ganado ovino. Armaron una
oficina (donde colocaron la computadora recuperada y arreglada) y se dividieron
roles (uno encargado de sanidad animal, otro del botiquín). Ninguno de estos
jóvenes tenía nivel secundario, pero valoran la educación. Uno está aprendiendo
a escribir a máquina y varios comenzaron a usar la computadora. Incluso algunos
manejan el correo electrónico cuando salen de su comunidad.
Asimismo,
avanzaron en actividades culturales y de esparcimiento. Construyeron un parque
de diversiones para los niños con material de la zona y una sala infantil con
ayuda de oclade.
Hicieron un concurso interno para crear una bandera que identificara a la
comunidad. Todos los jóvenes aprendieron a tocar “zica”
a partir de las enseñanzas de unos profesores de música de la Universidad de
Buenos Aires (uba). Cada año, desde 1999, realizan el
encuentro Intercultural de Comunidades Aborígenes durante un día de septiembre.
Invitan a todas las comunidades de la zona a compartir un espacio de
revalorización cultural (en 2001, participaron 11 comunidades).
El Tolar es una comunidad muy pequeña en número de población
beneficiaria, pero es ámbito de acción de numerosas ong (api, oclade, Warmi,
Cedro) y del propio Estado nacional (psa, uba, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social,
investigadores del conicet aportando estudios de ectoparásitos) y
provincial (Universidad Nacional de Jujuy, Instituto de Biología de la Altura).
Ello también es parte de la explicación de la dinámica conseguida por un grupo
tan pequeño de pobladores originales.
Además de las
enseñanzas que aporta este caso, en cuanto al rol de las reglas de juego claras
y consensuadas para la superación de los conflictos, es una experiencia
representativa, en el contexto de desempleo de los grandes centros urbanos, de
las posibilidades potenciales que ofrecen zonas que antes eran expulsoras de
población. El surgimiento y consolidación de esta comunidad tiene que ver con
nuevas oportunidades existentes en la Puna, como es para la población aborigen
la recuperación de su tierra. También se vincula con la posibilidad de acceder
más fácilmente a algún tipo de ingreso o consumo (por razones de parentesco) o
a determinados planes sociales (por razones regionales o étnicas).
3.3 Las ferias
francas
Las ferias
francas son agrupaciones de pequeños productores agropecuarios para
comercializar directamente sus excedentes productivos. Constituyen un modelo
novedoso y en franco crecimiento de organización comercial articulado con el
mercado, que ha impactado considerablemente en la dinámica de desarrollo
económico y social de muchas localidades del interior argentino (especialmente
de la provincia de Misiones,[11]
pero también en Corrientes y recientemente en Salta, -Aguaray-
y Chaco) y en los ingresos y calidad de vida de las familias involucradas. Las
ferias son una alternativa para la difusión, colocación y venta en el mercado
de la producción de los pequeños productores rurales, para los que generalmente
el eslabón comercial constituye el nudo gordiano de su circuito productivo. Y
en este sentido, su modelo de funcionamiento, sus reglas de juego, merecen
investigarse.
En las ferias
francas, los pequeños productores agropecuarios comercializan directamente sus
productos o excedentes –que deben ser orgánicos– juntándose una o dos veces por
semana en la aglomeración o localidad más cercana a su área de explotación.
Para ello, se organizan y formulan su estatuto de funcionamiento, acuerdan
cuestiones básicas vinculadas con la producción, la elaboración –controles
bromatológicos–, la presentación, los precios. Y acondicionan un espacio físico
con los puestos de venta.
3.3.1 Las ferias
misioneras
En la provincia
de Misiones, los feriantes tienen parcelas de 20 hectáreas en promedio. Algunos
son ex productores de tabaco y yerba mate, cultivos que fueron abandonando por
dificultades en la venta, en los precios, o por los problemas emergentes con la
toxicidad en el manejo de estas plantaciones. Y, entonces, decidieron comenzar
a vender sus productos o excedentes agropecuarios sumándole algún valor
agregado (ejemplo: jugos y licores de frutas nativas y silvestres, dulces y
mermeladas, granola, quesos de búfala, gran variedad
de hortalizas, yerbas medicinales y aromáticas).
Muchas
localidades provinciales tienen feria, y algunas más de una. La feria más
concurrida es la de la capital provincial, Posadas, que convoca entre dos mil y
cinco mil personas cada jornada en sus 70 puestos (que suman unos 150 pequeños
productores).
Este modelo de
comercialización comenzó en Oberá en agosto de 1995.
Un grupo de pequeños productores –apoyados por el Movimiento Agrario Misiones (mam), por programas nacionales (psa, Pro
Huerta) y por el Ministerio del Agro y la Producción de Misiones– decidieron
visitar una feria franca en el sur de Brasil en su búsqueda de alternativas
ante la crisis, la falta de ventas y la escasa rentabilidad de sus producciones
tradicionales (tabaco, yerba mate). A la vuelta de ese viaje resolvieron
comenzar con su propia experiencia en Oberá. La feria
franca de Oberá rápidamente se constituyó en un éxito
que logró difusión en todo Misiones. Dan cuenta de ello: 45 ferias con unas
tres mil familias involucradas siete años después, y la creación de la
Asociación de Ferias Francas de Misiones. También, hace tiempo que esta
experiencia alcanzó reconocimiento nacional (véase Diario La
Nación, 2 de octubre
de 2000) replicándose en otras provincias.
En junio de 2002
se realizó un Encuentro Nacional de Feriantes en Paso de la Patria
(Corrientes), donde estuvieron presentes representantes de ocho provincias (San
Juan, Misiones, Corrientes, Santa Fe, Salta –Aguaray–,
Entre Ríos, Chaco y Catamarca –Andalgalá–). En
Corrientes existen 23 ferias en distintos departamentos apoyadas por el psa y se ha creado la Comisión Inter Ferias
Francas de Corrientes. Y en Salta desde abril de 2000 existe la Feria Franca de
Aguaray, de la que nos ocuparemos más adelante.
La mayoría de
las ferias tienen una organización formal, con personería jurídica, y están
buscando que todas la tengan para poder conformar una organización nacional de
ferias francas. Además, la personería jurídica habilita a trabajar con factura
legal, así como presentarse a proyectos y solicitar financiamientos
alternativos.
Diferentes
referentes públicos y políticos trataron de captar los beneficios de este
pujante emprendimiento. Muchos gobiernos municipales promovieron y colaboraron
en su surgimiento y reglamentación, incluso por iniciativa propia. El gobierno
provincial creó en el año 2000 una dirección especial vinculada a esta
experiencia (Dirección General de Pequeños Agricultores, Huertas y Ferias
Francas) dependiente de la Subsecretaría de Reconversión y Diversificación del
Ministerio del Agro y la Producción.
Según Nardi y Pereira, la feria de Oberá:
[…] es una de
las más grandes de la provincia, ya que está constituida por unos 100
feriantes, que se dan cita dos veces por semana en tres puntos diferentes de la
ciudad para ofrecer sus productos […] En cada localidad las mismas contaron con
el apoyo de las organizaciones allí existentes: por ejemplo, en la feria de San
Vicente la capacitación y el asesoramiento estuvo a cargo del inta , del Pro
Huerta y del psa;
en feria de San Pedro colaboraron técnicos de la Pastoral Social, del indes, del psa y acompañaron las mujeres del grupo
Unión y Progreso de Colonia Paraíso; en la feria de Alem
la municipalidad ha jugado un papel fundamental desde el origen de la misma […]
el caso de las ferias francas en Misiones es una experiencia que aporta señales
e indicadores dignos de tener en cuenta en un análisis institucional y
territorial. Se trata de ámbitos locales donde existen formas de gestión
que priorizan la
promoción de la participación, organización y capacitación de los actores
participantes y beneficiarios [y] […] la generación de una dinámica territorial
particular que favorece y potencia nuevas acciones para un desarrollo local autogestionado (Nardo y Pereira, 2002).
3.3.2 La feria
franca de Aguaray, Salta
La feria de Aguaray[12]
fue creada luego de visitar y reconocer la experiencia en Misiones. Aguaray fue (junto con Tartagal)
un epicentro en el norte salteño de la empresa petrolera nacional Yacimientos
Petrolíferos Fiscales (ypf) luego privatizada. Esta privatización
generó cantidad de despidos y conflictos locales. Ahora hay empresas privadas
extranjeras, son refinerías operadoras de pozos petroleros (como Refinol, Tecpetrol, Plupetrol, Panamerican Energy). Algunas de estas empresas encaran actividades de
asistencia social (en general, donaciones según demandas de la población
necesitada, materiales y bienes para las escuelas, programas de huertas –con
abastecimiento de semillas–, instalación de agua y luz).
Los problemas de
desocupación que asolan la zona no afectan directamente a la gente de campo,
aunque sí indirectamente vía la recesión y la caída generalizada del mercado
interno. Más recesiva para este sector fue la liberalización del mercado y el
plan de convertibilidad, por la irrupción de mercadería proveniente de la
frontera con Bolivia (a poco más de 10 kilómetros de Aguaray).
En este contexto de crisis local (y nacional) nace la feria de Aguaray. Primero surgió como iniciativa de los técnicos de
la ong Asociación para el Desarrollo (ade) y del
Proyecto Forestal de Desarrollo (pdf) de la Secretaría de Agricultura, Ganadería,
Pesca y Alimentación (sagpya) movidos por una preocupación
de los productores por la comercialización de sus productos. Ellos se
preguntaban: “¿para qué mejorar la producción si después no lo podemos vender?”
Y los técnicos pensaron en las ferias que conocían de viajes realizados a
Misiones entre 1995 y 1996, cuando comenzaron a desarrollarse.
Luego de
numerosas tratativas y reuniones entre los feriantes y los técnicos, alcanzaron
a formular un reglamento para el funcionamiento conjunto. Ello permitió
inaugurar la feria el 15 de abril de 2000 con ocho puestos y unas 10 familias
productoras. Dos años después suman 24 familias, con 12 puestos. Funciona los
días sábados por la mañana y los feriados en la Plaza de Aguaray.
Es una
organización no formal, sin personería jurídica. Los feriantes no pagan tasas y
el municipio local los ha asistido con: i) el dictado de la ordenanza municipal
que los habilita a funcionar; ii) los mesones y las
balanzas (conseguidas en la Aduana); iii) el trámite
de la libreta sanitaria; iv) el servicio de
bromatología para la carne en pie (un veterinario visita la feria, observa y
controla los puestos y otorga el certificado que garantiza calidad); v) el
transporte que los traslada con la mercadería, en un recorrido máximo de 15 km,
y vi) Un fondo para microcréditos de $500 otorgado por la Cooperativa
Asistencial del Municipio en abril de 2002.
Todas las ventas
son entre minoristas, sin embargo, se han acercado algunos mayoristas. El problema
es que carecen de facturas para concretar operaciones, porque no están en su
mayoría inscriptos en el monotributo, o bien, porque
la feria misma no tiene personería jurídica.
La feria la
componen familias aborígenes y criollas, todos pequeños productores campesinos.
No pueden participar familias urbanas (por ejemplo, los artesanos de dulces o
pastas caseras). Uno sólo de los integrantes es un ex empleado de ypf despedido con la privatización en 1992
que decidió irse al campo (donde vivía desde los 14 años, pero no producía para
la venta) y desde entonces vive de la actividad del campo y de changas (con
contratos de uno o dos meses para empresas de construcción que trabajan para
las petroleras privadas).
Esta feria ha
impactado a la comunidad positivamente y no sólo en lo económico. Es de
destacar que ha facilitado el trato entre pobladores urbanos y rurales. Los
puestos han evolucionado en diversidad, cambiando el tipo de producto que
ofrecen. Cada sábado las ventas oscilan entre $30 a $115 por puesto (según
valores de julio de 2002). Algunos productores tienen una muy diversificada
oferta (hay un productor con un predio de 12 hectáreas que suele disponer de 25
productos distintos para vender). Según sostienen informantes y dos productores
entrevistados, la situación económica de las familias participantes ha mejorado
considerablemente. Además, a partir de la devaluación de enero de 2002, tienen
mayores posibilidades de vender por ser zona de frontera, que en este caso
particular implica: i) la caída de la competencia de productos especialmente
bolivianos; ii) la compra de mercadería nacional por
parte de familias bolivianas que cruzan la frontera (del mismo modo que antes
los salteños lo hacían en sentido inverso), y iii) la
necesidad de sustituir productos manufacturados que ya no pueden ser comprados
en la frontera, especialmente Bolivia o Paraguay (se trata de “volver a
producir cosas que antes se hacían y ahora no se hacen más, una producción más
campesina y artesanal que aquí se perdió”).
La feria, asimismo,
fue declarada de interés municipal por la Intendencia y el Consejo
Deliberante y lentamente se ha ido integrando a la vida del pueblo, siendo
parte de una nueva identidad local, que rompe con formas y concepciones
sectarias del pasado. Los feriantes reciben capacitaciones en la Escuela
Federal Agrícola (efa)[13]
de Aguaray. Allí suelen reunirse cada 15 días o
cuando hay temas importantes. Y, en general, se llevan muy bien entre ellos.
La Feria se
constituyó sin ningún apoyo económico, salvo el equipamiento por parte de la
municipalidad. Pero ya en el año 2001 consiguieron un subsidio del proinder (dos grupos recibieron $950 cada uno,
para equipamiento para la feria y $750 para insumos para la producción). En el
2002 comenzaron a organizar un sistema de microcréditos a partir de un fondo de
$500 (alrededor de $140 usd
a julio 2002) que consiguió el Intendente y otorgó la Cooperadora Asistencial
del Municipio. Para poner en marcha este sistema reciben asesoramiento y
capacitación de ade y dos feriantes van a ser los
responsables de administrar el fondo. Se tratará de alrededor de 20 créditos
personales de $25 cada uno, con garantía solidaria por grupos de feriantes. El
crédito se devolverá con los ingresos de cada sábado en 10 cuotas (más dos
cuotas de interés) y un periodo de gracia de 15 días.
La feria ha
contribuido a la autovaloración de la gente del campo a partir de su
interrelación con los del pueblo, quienes aprendieron a reconocer los valores
de la vida rural. Se ha desarrollado un espacio social de relación entre la
población del campo y del pueblo, antes inexistente y lleno de preconceptos y
desconfianza. De este modo, la lógica previa de la comunidad de Aguaray se está rompiendo, porque ahora en la feria se
mezclan criollos y aborígenes, ganaderos con agricultores y artesanos,
católicos con evangelistas, gente del pueblo con gente del campo. Es decir, a
través de la feria se estaría contribuyendo a una integración cultural con y en
la sociedad local.
La feria de Aguaray es producto de muchas historias que se entrecruzan.
Pero merece reflexionarse acerca de la presencia latente y significativa del
Estado. Porque fue el Estado Nacional, a través de sus programas –Programa
Federal de Desarrollo (pfd) y Escuela Federal Agrícola (efa)– el que
financió al personal (técnicos) que asesoró e hizo el seguimiento, aportó el
material y los servicios utilizados para este emprendimiento. Y porque es el
Estado Provincial, especialmente por intermedio del Municipio de Aguaray, el que colabora con las tramitaciones, con el
equipamiento y el transporte.
Además, se operó
una transferencia de experiencias y conocimientos (desde las ferias Misioneras)
a partir de una voluntad y cultura de asistencia y solidaridad por parte de la
mayoría de los participantes (técnicos y feriantes).
Es claro que los
feriantes contaron con el apoyo y el asesoramiento de los técnicos (cuya
inserción era una ong –ade– una escuela privada –efa– y un
programa nacional de desarrollo –pfd). Pero no es tan claro, aunque sí decisivo, que
todos estos técnicos contaban para sostenerse económicamente con sueldos u
honorarios del sector público nacional. Ya que detrás de las instituciones que
ellos representaban estaba el Estado aportando los fondos destinados a su
sustento. Más aún, los escasos subsidios recibidos también provinieron del
Estado. Por ello, no podemos menos que preguntarnos: ¿se podría haber iniciado
esta experiencia sin el Estado que, aunque con menos recursos y de cada vez
menor disponibilidad, sigue siendo la figura promotora, aunque desdibujada, de
muchas actividades de este tipo?
Y finalmente,
este caso resulta ser una experiencia de interés para el análisis
territorial-institucional porque muestra potencialidad de crecimiento, pues: i)
la feria ha impreso una mayor dinámica económica y social a una pequeña
localidad como es Aguaray;[14] ii) se ha generado un proceso de reconocimiento e
interacción entre diversas identidades, especialmente a través de la
vinculación operada entre los pobladores urbanos y rurales; iii)
hay un rol significativo y comprometido del sector público nacional y también
del municipio local; iv) hay empresas privadas del
sector petrolero que encaran actividades sociales de apoyo comunitario para la
población local; v) la escuela rural tiene un rol activo en la feria y en la
localidad, y vi) la salida de la convertibilidad y la devaluación del peso
otorgan a esta área fronteriza posibilidades de crecimiento económico, en el
que las ferias podrían cumplir un rol significativo.
Conclusiones
Detrás de los
ejemplos dados hay múltiples instituciones operando, varias con décadas de
lucha, con experiencia en la actividad, referentes con historia de trabajo y
solidaridad junto a los pobres rurales. Y es de destacar la presencia
significativa del Estado en todos los ejemplos. El Estado que estuvo y se
mantuvo es aquel que ha podido trabajar al margen de los procesos de
degradación pública (porque el sector público tampoco es unívoco).
En realidad, las
experiencias expuestas muestran que los modelos de participación y descentralización
operan en favor de las mayorías postergadas cuando dejan de ser funcionales a
los intereses del poder, cuando se organizan para autogestionar
los propios recursos y decidir sobre su uso en forma autónoma y dirigida a la
integración productiva, a la inclusión a partir del trabajo y al desarrollo
económico sustentable (caso Warmi y Ferias). Cuando,
además, hay un Estado que respalda estas actividades (con asistencia económica
y técnica) y que se maneja con criterios de necesidad social y no clientelísticos.
Mejor aún sería
que ese Estado cumpliera el rol de fijar prioridades, para evitar
superposiciones y disputas en los ámbitos regional y local por los recursos.
Asimismo, importa su rol en la capacitación de ong, técnicos y beneficiarios,
para viabilizar formas de participación social dirigidas a la eficiencia y
efectividad de la autogestión de las organizaciones.
Precisamente,
impulsar actividades de articulación institucional (propias del Estado pero no
exclusivamente) evita las contradicciones y superposiciones que se generan
cuando operan simultáneamente con una misma población diferentes programas del
Estado y variadas ong.
Esta necesidad se torna evidente cuando se observan situaciones como: i) ong que
disponen para su accionar de ingentes recursos (varias veces superiores a los
del sector público), y cuya disponibilidad y ejecución sin un plan territorial
acordado participativa y de forma consensada puede disparar más efectos disruptores que benéficos para el desarrollo local; ii) muchos de los referentes que actúan en las ong vienen de
diferentes experiencias, con posturas ideológico-políticas aparentemente
similares, pero con diferentes intereses y perspectivas sobre lo que constituye
la participación y la construcción de poder.
Nótese los
efectos anárquicos que pueden resultar para un territorio cuando se ve afectado
por el accionar desarticulado entre diferentes actores del sector público y del
privado. Indagando a referentes de ong y del Estado que actúan en una misma zona (la
Puna jujeña), hemos encontrado tantas estrategias de acción como entrevistados.
Por ejemplo, todos perseguían la ‘construcción de poder’, pero para algunos
ello significa fortalecer por abajo las organizaciones de productores y formar
líderes fuertes. Para otros, armar un movimiento agrario; para otros formar un
partido político para disputarle el poder a los actuales partidos. Estas
diferentes estrategias con la misma población no pueden menos que transformarse
en una sucesión de marchas y contramarchas en los proyectos y sus respectivas
actividades. Si consideramos que se trata de población en situación de riesgo,
por déficit alimentario, de salud, educación, etc., los efectos sociales disruptores de una política carente de coordinación son
evidentes.
En síntesis, lo
señalado hasta aquí significa revalorizar:
i. El rol del Estado y de los líderes
representativos de la sociedad civil como articuladores de intereses
sectoriales para organizar y planificar el desarrollo socioeconómico local y
regional. Fijar prioridades y minimizar el comportamiento anárquico es una
necesidad para el uso eficiente de recursos escasos dentro de un Estado-Nación,
una región o una provincia;
ii. El
rol del Estado en el financiamiento para el sector pobre, porque es el que
ofrece mayor seguridad de regularidad y permanencia en el mediano y largo
plazos. Independientemente que en algunos casos puntuales aparezcan
–coyunturalmente– organismos o fundaciones financiando montos significativos y
superiores a los del Estado;
iii. El
cumplimiento de las reglas de juego con comportamientos éticos y transparentes,
tanto por parte del sector público como del privado;
iv. El
fortalecimiento de las estrategias relacionadas con la capacitación, la
autogestión, la autodeterminación y la autonomía de la población marginada
(pobres, aborígenes);
v. La cesión organizada –descentralización
planificada, no indiscriminada– de funciones, actividades, recursos hacia las ong, identificando experiencia, habilidades, eficiencia;
vi. El control, seguimiento y transparencia de
actividades para todas las organizaciones participantes, que las exigencias al
respecto se extiendan desde el Estado hasta los beneficiarios, y
vii. Que
la apertura y disponibilidad a diferentes formas de control sea también
realizada desde y con la participación de la sociedad civil.
Bajo estos
condicionamientos, es posible gestar un proceso continuado y creciente de real
transformación institucional. Esta alternativa, y en el largo plazo, tiende
hacia un nuevo modelo de Estado, con un funcionamiento que sea planificado,
coordinado, eficiente y ético. Para ese nuevo modelo hay que tener en cuenta
las transformaciones ya operadas en las últimas dos décadas como resultado de
la globalización y de las políticas neoliberales, que han ido modificando el perfil
del Estado. De un Estado centralizado, expresado en la nación, se ha venido
pasando hacia un Estado que opera y decide en forma cada vez más transversal –expresado en el creciente rol de los
gobiernos provinciales en las decisiones públicas (Oszlak,
2001: 37)– y horizontal –como sucede con el rol de las ong en la ejecución de funciones–. Es
decir, se está modelando una nueva realidad en la forma de hacer política
pública, que implica la participación: i) transversal de la nación, las provincias y los
municipios, y ii) horizontal del sector público y privado
–empresas, organizaciones, cooperativas, ong, sociedad civil,
beneficiarios–. A esta forma es necesario estructurarla para que opere en un
contexto de mayor autogestión de la sociedad civil, ejerciendo sus derechos de
control y seguimiento para hacer prevalecer la verdad por sobre la impunidad.
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desarrollo rural” en
<http://www.sagpya.mecon.gov.ar/0-8/proinder>, junio del 2003.
Enviado: 30 de junio de 2003.
Aceptado:
24 de noviembre de 2003.
[1] Este artículo es parte de una
investigación dirigida por la autora y denominada “Problemática institucional y
desarrollo rural”, que cuenta con el apoyo financiero del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Tecnológicas (conicet), de la Universidad de
Buenos Aires (uba) y del Fondo Nacional de Ciencia y
Tecnología (sepcyt),
Argentina. Fue presentado en el vii Seminario
de la Red Iberoamericana de Investigadores sobre globalización y territorio (rii), 27 al 29
de noviembre de 2002, Camagüey, Cuba.
[2]
La desocupación fue de 21.5% (3’038,000 personas) más 13% la
subocupación (indec-eph, 2002). Los pobres e indigentes eran
20.8 millones, 57.5% de la población (con 10 millones los indigentes, 27.5%).
Hacia octubre de 2002, estos indicadores mejoraron porque el desempleo logró
descender a 17.8%, producto de los aumentos post-devaluación de la producción.
[3] Consecuencias institucionales
resultantes del modelo neoliberal aparecen, incluso, en los Estados Unidos,
donde escándalos económicos pusieron en cuestión la conducta corporativa
empresaria y la gobernabilidad. Benjamin Barber (Clarín, 1-8-02) refiriéndose a Estados Unidos
afirma que la corrupción en ese país es resultado del: “[…] fracaso de los instrumentos
de la democracia, que se vieron debilitados por tres décadas de fundamentalismo
de mercado, de ideología de la privatización y de hostilidad hacia el Estado
[…] nos volvimos demasiado tímidos como ciudadanos, aceptando la desregulación
y la privatización (líneas aéreas, estudios contables, bancos, consorcios de
medios, y la lista sigue) y una tiranía creciente del dinero sobre la política
[…] Estas políticas pueden atribuirse directamente a ese soberbio desdén por el
ámbito público […] los capitalistas prófugos, los ignorantes de la ecología,
los contadores irresponsables, los contrabandistas amorales de drogas y los
terroristas antimodernos prosperan
porque hemos reducido el poder de la esfera pública. Al privatizar las funciones de
gobierno y negarnos a contribuir a crear instituciones democráticas de
gobernabilidad global, Estados Unidos renunció a su autoridad para controlar
estas fuerzas.”
[4] Coraggio
(1998: 12 y ss.) identifica como sujeto de la “economía popular” a los
individuos o grupos domésticos que dependen para su reproducción de la
realización ininterrumpida de su fondo de trabajo. Y define como “economía
popular” a: i) el conjunto de recursos que comandan dichos individuos, ii) las actividades que realizan para satisfacer sus
necesidades de manera inmediata o mediata, iii) las
reglas, valores y conocimientos que orientan tales actividades, y iv) los correspondientes agrupamientos, redes y relaciones
–de concurrencia, regulación o cooperación, internas o externas– que instituyen
a través de la organización formal o de la repetición de esas actividades.
[5] Consideramos acciones
institucionalizadas a aquellas que han sido previamente delimitadas y
acordadas, en general, a través de convenios formalizados en proyectos o
programas.
[6] Abra Pampa es una pequeña localidad
que en 2001 tenía 7,500 habitantes. Se encuentra en el departamento Cochinoca, en la provincia de Jujuy, en la puna argentina,
cerca de la frontera con Bolivia, a 216 km al norte de la capital provincial
–San Salvador de Jujuy–, a 1,870 km de la capital nacional, Buenos Aires y a
3,500 msnm. Por su parte, la población de Jujuy equivalía al 1.7% (611,484
habitantes) de la población nacional (según el indec-cnpyv, 2001) y en extensión representa el 2% del
territorio continental argentino.
[7] Ha contado con apoyos en recursos de:
i) Estado Nacional a través de: Programa Social Agropecuario de la Nación (psa). Por su
alcance territorial –llega a 21 de las 23 provincias argentinas, cubriendo casi
todo el territorio argentino– del Fondo Participativo de Inversión Social del
Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente (fopar), Fondo Nacional de las
Artes, Fondo de Capitalización Sociedad Anónima, Ministerio de Desarrollo
Social y Medio Ambiente (foncap);
ii) Empresas privadas: Technit,
Tec Petrol sa, edjedsa; iii) Fundaciones privadas: Navarro Viola, Avina, Sociedad Alemana de Cooperación Técnica, gtz, Bunge y Born, Mc Donalds, Integrando, iaf,
Oftalmológicas Jorge Malbrán.
[8]
Avina es una fundación creada en 1994 (de
origen suizo) que aporta importantes recursos financieros asociándose con
líderes de la sociedad civil y del empresariado en iniciativas vinculadas con
el desarrollo sostenible en Iberoamérica. Ha invertido hasta el 2001 y desde
sus inicios $219.5 millones usd.
En el mismo lapso en Argentina invertió $20 millones usd, de los
cuales aproximadamente la mitad corresponden al año 2001 (fuente:
http://www.avina.net/web/avina1.nsf/).
[9] A los fines de dimensionar estas
magnitudes de asistencia financiera, obsérvese el caso del psa su antigüedad (comenzó a ejecutarse en abril de 1993), su
estrategia y capacidad de acción, es considerado el más importante programa de
desarrollo rural. El psa
es financiado con fondos del presupuesto nacional que, en sus mejores momentos
(al promediar la década del 90) rondaban los $10 millones anuales. El psa ejecutó en
toda la provincia de Jujuy hasta el 31 de mayo del 2002 (en nueve años) $2
millones en crédito dirigido a grupos de productores. (Fuente:
http://www.sagpya.mecon.gov.ar/0-8/psa/resultados%20alcanzados.htm). Aunque
duplicáramos esta cifra para sumarle la asistencia técnica, la capacitación y
el funcionamiento operativo, el monto dirigido a toda la provincia de Jujuy por
año no superaría los $500,000, mientras que la organización Warmi
tiene, de una sola fuente de financiamiento y para una zona mucho más pequeña
en superficie y población, un monto anual bastante superior (considerando sólo
los $800,000 usd
recibidos en 2001 para tres años). Si agregamos el financiamiento del Programa
de Iniciativas en Desarrollo Rural (proinder),
financiado por el Banco Mundial y el Estado Nacional en $100 millones usd, el
evidente desequilibro entre fuentes privadas y nacionales continuaría. El proinder en
tres años, entre 1998 y septiembre de 2001, ejecutó en la provincia de Jujuy $
427,000 (en crédito, asistencia técnica y capacitación) a razón de menos de
$150,000 al año (fuente: http://www.sagpya.mecon.gov.ar/0-8/proinder). Todas
las cifras puestas en pesos correspondían hasta enero de 2002 (fin de la convertibilidad
$1 usd =
$1) a dólares estadunidenses, y la tasa de cambio es a fines de septiembre de
2002 de $1 usd
= $ 3.65).
[10] Termino
acuñado que significa que actúa en representación de los intereses de un
político o partido y promueve actividades de clientelistas (cambio de favores
por votos). Se ocupaba de los trámites de personerías jurídicas para las
organizaciones comunitarias (necesarias para reclamar por el derecho a la
tierra) y, también, conseguía y repartía ‘Planes Trabajar’.
[11] Misiones está localizada en el
noreste argentino y tiene más del 80% de sus límites internacionales con Brasil
y Paraguay. En sus escasos 29,800 km2 (0.8% del total nacional) tiene 70% de su
superficie en pendiente, por lo cual no es apta para la agricultura, pero sí
para la forestación. En el 2001 tenía 961,274 habitantes, 2.7% de la población
nacional (indec-cnpyv,
2001).
[12]
Aguaray tiene 8,055 habitantes (indec-cnpyv, 2001) y se localiza en el
extremo noreste la provincia de Salta (1,079,422 habitantes, 3% de la población
nacional) muy próximo a la frontera con Bolivia.
[13] Las Escuela Familiares Agrícolas son
instituciones de enseñanza polimodales de alternancia, privada con subsidio
estatal. La efa
de Aguaray tiene orientación en ciencias naturales y
la alternancia significa un sistema de coeducación con la familia: los alumnos
están una parte del tiempo en la escuela y una parte en la casa haciendo tareas
similares.
[14] El pequeño tamaño de esta localidad, así como su localización muy distante y fronteriza, hacen de ella un caso de interés porque resulta más permeable y aprehensible por la mirada del investigador.