Nuevas utopías en el contexto de la globalización
Reseña de: Harvey, David (2000), Spaces of hope, California
University Press, U.S.A, 293 pp.
Lo que el
geógrafo y urbanista David Harvey plantea en Spaces
of Hope (2000) –aún
sin traducción al castellano–, es un análisis de diversas problemáticas que el
fenómeno de la globalización presenta en la actualidad y se suma a una búsqueda
de viejos espacios que se encuentran en el cuerpo de los individuos y en el
cuerpo social, como parte importante de la sociedad.
Su enfoque marxista le lleva a
plantear que las transformaciones espaciales y territoriales de los últimos 15
años se encuentran vinculadas, en gran medida, con la lucha de clases y una
nueva expansión de la acumulación del capital; que la visión de Marx y Engels,
aunque precaria en el sentido espacial, continúa marcando trayectorias de
análisis en un sentido muy similar a los tiempos en que realizaron sus
observaciones.
Espacios
de esperanza (2000)
es un conjunto de ensayos ubicados en el análisis espacial de la vieja guardia
marxista, que repiensa la problemática social en el contexto de la
globalización. Lo hace mediante argumentos basados en la dialéctica
materialista, en los que la trayectoria del pensamiento del autor presenta al espacio
como categoría, desde
una perspectiva que rescata la factibilidad del reencuentro de las minorías con
sus espacios de praxis.
Una semblanza
histórica
Si revisamos la
historia de los años setenta, en una minoría radical –por lo menos en las
universidades y sindicatos– se vivió un gran entusiasmo político que algunos
actores sociales de la época ahora llaman la esperanza en la utopía, esperanza
de realizar cambios radicales en la sociedad. La participación era entendida
como un acto político, y en este clima hubo movimientos de protesta alrededor
del mundo, tanto más de índole social y política que, por un lado, reconocían
la fatiga y desgaste del modelo económico desarrollista y por otro, en el clima
de la ‘guerra fría’ buscaban la implantación del socialismo.
En los años setenta la emergencia
del macartismo inhibió la lectura de textos marxistas, e incluso fue necesario
‘disfrazar’ la lectura de Das Kapital
como cursos
independientes. No obstante, según apunta Harvey “debía tener algo importante
que decir; de otra manera, no habría sido suprimido su lectura por tanto
tiempo” (p. 3). Sin duda, esta situación ha cambiado y este curso se da como
parte de la academia regular, aunque clasificando a Marx como un economista posricardiano.
Aun antes de la caída del muro de
Berlín, el marxismo se había excluido de la academia y la moda política. A
decir de Harvey, “el marxismo tradicional fue sistemáticamente denigrado y
criticado como insuficientemente vinculado a cuestiones más importantes como el
género, raza, sexualidad, religión, etnicidad, dominio colonial, ambiente, etc” (p. 5). Como modo de pensar, el marxismo fue
inherentemente antagónico hacia dichas formulaciones alternativas y por lo
tanto, se le consideró una causa perdida.
Ante
este diagnóstico, Harvey encuentra que, paradójicamente, hoy es más fácil
conectar los análisis de Marx a la vida cotidiana y resulta más pertinente su
lectura en círculos menos radicales de lo que fue en los setenta. Hoy en
cambio, “en las condiciones y significados en los que se vive en las ciudades,
los individuos parecen atrapados, indefensos, prisioneros y fragmentados dentro
de una red de vida urbana que ha sido construida por agentes del poder que
parecen encontrarse muy lejanos” (p. 9).
Más aun, Harvey asume que Marx bien
puede ser considerado como un posmoderno si se ve su obra como un trabajo de
desconstrucción de los principios del capitalismo.
Teniendo eso en mente, Harvey gira
hacia dos tópicos basado en dos términos: ‘la globalización’ y ‘el cuerpo’. El
primero era poco conocido antes de mediados de los años 70, pero se convirtió
en el emblema del nuevo esquema mundializado y neoliberal desplazando conceptos
de gran carga política como el imperialismo y el colonialismo. Así, la
globalización se difundió ampliamente en la literatura financiera como
mecanismo legitimador de la reestructuración económica y productiva, así como
herramienta deslegitimadora de los movimientos sindicales nacionales y locales.
El segundo término que aborda
Harvey: ‘el cuerpo’, entró en el debate debido a las consideraciones del
feminismo de la segunda ola acerca del género, sexualidad y el poder del orden
simbólico y a través del movimiento postestructuralista
en general, y la desconstrucción en particular. El efecto de este debate fue la
pérdida de confianza en todas las categorías establecidas anteriormente para
entender el mundo.
La convergencia de estos dos
movimientos ha reenfocado la atención del autor sobre ‘el cuerpo’ como la base
para entender a ciertos círculos, como el sitio privilegiado de la resistencia
política y la política emancipatoria. Si como muchos
argumentan, el cuerpo es un constructo social, entonces no puede ser entendido
fuera de las fuerzas que lo construyen y lo envuelven.
El manifiesto
comunista
La relectura de
Harvey acerca del ‘texto dirigido a los obreros del mundo’, en el marco de lo
que se ve en las relaciones laborales de la actualidad, puede sorprender a los
escépticos. Todas las profesiones se han convertido en relaciones de trabajo
asalariadas, desde el médico hasta el poeta. “Todo lo sólido se desvanece en el
aire”.
El
Manifiesto Comunista advierte
sobre la inevitabilidad de las crisis caracterizadas por la absurda
‘sobreproducción’ en medio de necesidades sociales no resueltas, del hambre en
medio de la abundancia y cómo se profundizarán y ampliarán en cada ciclo. Su
escrutinio más cercano habla de cómo la burguesía crea, así como también
destruye las fundaciones geográficas –ecológicas, espaciales y culturales– de
sus propias actividades construyendo un mundo a su propia imagen y medida.
Dichas diferencias son incluso más
importantes hoy de lo que fueron en tiempo de sus autores, por lo que Harvey
afirma que “Las debilidades de El Manifiesto y sus fortalezas necesitan ser
confrontadas y redireccionadas” (p. 23).
Marx y Engels tomaron el problema
del desarrollo desigual y el establecimiento del espacio como algo ambivalente.
Por un lado, a las cuestiones de urbanización, transformación geográfica y
globalización se les da un lugar prominente en sus argumentaciones, pero por
otro, las ramificaciones potenciales de la reestructuración geográfica tienden
a perderse en la retórica, lo que privilegia al tiempo y la historia sobre el
espacio y la geografía. Aunque el documento es muy eurocentrista,
la importancia de lo global no es ignorada.
La acumulación del capital ha estado
siempre vinculada a la geografía. Sin expansión geográfica, el capitalismo es
impensable y ya hubiera sucumbido; sin la reorganización espacial y el
desarrollo desigual, habría dejado de funcionar como sistema
económico-político. Por medio de la geografía, la burguesía llegó al poder y
confirmó su misión revolucionaria, en parte, por medio de las transformaciones
geográficas internas y externas.
Comenzó la nueva historia de las
ciudades; la rápida urbanización dominó al campo; se concentraron las fuerzas
productivas y la fuerza laboral en un espacio con la consecuente concentración
masiva del poder político y económico. También comenzaron a construirse
instituciones como los sindicatos para articular los reclamos generados ante
esta situación.
La organización de las luchas
obreras se concentró y difundió a través del espacio de manera que reflejó las
acciones del capital. Marx y Engels describieron el carácter cosmopolita de la
producción como “las creaciones intelectuales de naciones individuales que se
convierten en propiedad común” (p. 25). Esto puede considerarse como una
descripción de la ‘globalización’ como la conocemos. Redimensionando, puede
afirmarse que la lucha de clases se volvió universal.
Es vital reconocer que el desarrollo
geográfico desigual, así como la reestructuración geográfica han sido
preeminentes en la acumulación del capital y que la lucha de clases descubre
las diferencias de este terreno tan diverso, cuestión que el socialismo debió
reconocer como la diversidad geográfica y geopolítica. Ya Lefebvre
ha remarcado que el capitalismo ha sobrevivido desde el siglo xv por un único medio: ocupando y
reproduciendo espacio.
Harvey apunta que el imperativo para
los trabajadores es reunirse, pero ahora las barreras son más difíciles:
· La fuerza de trabajo se encuentra más
dispersa geográficamente;
· Culturalmente es más heterogénea;
· Étnica y religiosamente más diversa;
· Racialmente más estratificada;
· Lingüísticamente fragmentada.
El efecto
esperado es diferenciar de manera radical los modos de resistencia al
capitalismo y la definición de alternativas. Los medios de comunicación y las
oportunidades de traslado han mejorado, pero ello significa muy poco para quien
vive con menos de un dólar al día.
Las disparidades geográficas y
sociales en salarios y previsión social dentro de la clase trabajadora global
son igualmente más grandes. Hoy existen las mismas brechas entre los
trabajadores de Alemania y Estados Unidos y los asalariados más pobres de
Indonesia y Malí que las que existían entre la aristocracia y su contraparte
del siglo xix. Además, la
participación de la mujer está más generalizada y más concentrada en ciertas
categorías carentes de capacitación.
¿Cómo configurar lo ambiental con lo
económico, lo político con lo cultural? es más difícil en el ámbito global,
donde los supuestos de homogeneidad de valores y aspiraciones no pueden
sostenerse. Como la población global está en movimiento parece imposible
detener los flujos migratorios. En este sentido, la población global se ha
desplazado y “resulta más fácil organizar la lucha de clases en las pequeñas
villas mineras de Gales que en Sao Paulo, Bombay o Los Ángeles” (p. 46) donde
las tasas de explotación se ven incrementadas por la mano de obra infantil y
femenina y las grandes multinacionales subcontratan el trabajo para no aparecer
como explotadoras.
Hasta que la clase trabajadora
aprenda cómo confrontar al poder de la burguesía para mandar y producir espacio
para dar forma a una nueva geografía (de la producción y de las relaciones
sociales) siempre jugará desde una posición de debilidad.
Harvey plantea la necesidad de
revitalizar la vanguardia socialista mediante un movimiento internacional que
sea capaz de resumir, de manera apropiada, el descontento que deriva del
ejercicio desnudo del poder que persigue la utopía neoliberal. El punto de
inicio de la lucha de clases yace en el cuerpo laboral de los billones de
trabajadores explotados.
La globalización
contemporánea
¿Por qué la
palabra globalización ha entrado en nuestro discurso de esa forma? Aún entre
los progresistas o izquierdistas en el mundo capitalista palabras más cargadas
políticamente han sido sustituidas paulatinamente por este término.
¿Cómo ha sido usado políticamente
este concepto? Puede decirse que de 1492 en adelante, la internacionalización
del comercio se puso en marcha. El capitalismo no podía construirse sin
‘espacios fijos’, de modo que construyó sus espacios geográficos con
infraestructura y comunicaciones solamente para destruirlos y reconstruirlos en
otra fase de su desarrollo.
Es muy probable que sólo se trate de
una nueva fase en la que el capital está buscando nuevos espacios para su
reproducción. Para Lenin y Rosa Luxemburgo fue difícil entender cómo la
producción de espacio era fundamental e integral para la dinámica de la
acumulación de capital y a la geopolítica de la lucha de clases.
Harvey trata de atraernos a la idea
de un ‘materialismo histórico-geográfico’ con el fin de prepararnos a mirar con
mayor flexibilidad la importancia de procesos como la globalización y el
desarrollo geográfico desigual. Tenemos que reconocer la dimensión geográfica y
el asentamiento de la lucha de clases.
La importancia de que la estructura
de clase, la conciencia de clase y la clase política se construyen de manera
muy diferente otorgando mayor importancia a las diferencias geográficas dentro
de una nación, es más grande de lo que se ha querido reconocer.
La idea de una revolución
informática es muy poderosa y es vista como “el amanecer de una nueva era de
globalización dentro de una sociedad en la cual la información será el reino
supremo” (p. 62). No se ha tomado en cuenta que la nueva tecnología también es
inherentemente emancipatoria. Cuando en la historia
del proceso de globalización se escriba el costo del espacio resultante, la
revolución informacional se verá más significativa de lo que parece.
El derecho a un
desarrollo desigual
En enero de 1996,
el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln)
lanzó un llamado a la reunión mundial contra el neoliberalismo y por la
humanidad. Proponían una serie de reuniones en oposición al capitalismo
neoliberal y en pro de la internacionalización de la esperanza. Movimientos
como este los hay en otras partes del mundo, como en Nepal y en Brasil, y
aparecen como alternativas al capitalismo homogeneizador y globalizante. El
caso de los zapatistas ha fascinado a la izquierda por una variedad de buenas y
malas razones: le han dado prominencia al uso del Internet y han insistido en
“la comunalidad de las causas que se encuentran
detrás de los infortunios contra los cuales se rebelan” (p. 74) el lado
negativo, ha sido incuestionablemente caracterizado por una marginalidad
‘romántica’ de una supuesta ‘otredad auténtica’ fuera de todas las formas de
globalización.
Estos movimientos aparecen como los
‘auténticos’ portadores de una ‘verdad’ alternativa para homogeneizar y
globalizar el capitalismo. De manera inversa, la habilidad de los zapatistas
para transformar lo que es una lucha local con temáticas particulares en un
fenómeno a una escala analítica y política completamente diferente es lo que lo
hace tan visible y políticamente interesante.
Derivado de los análisis anteriores,
Harvey hace tres propuestas:
· Restaurar viejos valores (religiosos,
culturales, solidaridades, etcétera);
· Perseguir una visión utópica de
alguna clase de comunitarismo;
· La integración de formas culturales
locales pero también aceptar ciertas normas y formas de ‘hacer negocios’ y la
‘libertad de escoger’.
En este sentido,
el derecho a un desarrollo geográfico desigual, a construir diferentes formas
de asociación humana caracterizadas por diferentes leyes, reglas y costumbres
en una variedad de escalas aparece en estas consideraciones como un derecho
humano fundamental como cualquier otro.
Se presume que una dialéctica es
capaz de dirigir la dinámica espacio temporal abierta y directamente, y también
de representar múltiples procesos materiales intersectados
que nos aprisionan en las redes de la vida socioecológica
contemporánea.
De esta manera, se puede construir
un espacio para experimentar con el pensamiento, si bien existe el peligro de
que esto pudiera degenerar en la producción de sueños irrealizables, debemos
asumir que el materialismo histórico geográfico debería ayudar a que esos
sueños se conviertan en prospectos realmente interesantes.
Para
que ello suceda, Harvey toma la figura del “architect”,
arquitecto o urbanista insurgente, porque él da forma a los espacios con el fin
de otorgarles utilidad social y humana, al tiempo que les asigna significados
simbólico/estéticos; lucha por abrir espacios a nuevas posibilidades para
formas futuras de vida social.
En este sentido, el poder del
capitalismo como sistema social descansa en su capacidad de movilizar el
imaginario de los empresarios, financieros, artistas, arquitectos y aún los
planificadores urbanos y burócratas para comprometerlos en las actividades
materiales que mantienen al sistema reproduciéndose.
El arquitecto aparece como una parte
de la rueda de la urbanización capitalista –construido y constructor de ese
proceso–, actúa de acuerdo con un papel socialmente construido mientras
confronta las circunstancias y conciencia que derivan de la vida diaria, donde
existen expectativas y donde las habilidades adquiridas y supuestas se usan en
forma limitada para los propósitos definidos usualmente por otros.
Pero el arquitecto insurgente como
cualquier otra persona tiene un cuerpo que ocupa un espacio exclusivo por un
cierto tiempo. La persona está dotada de ciertos poderes y habilidades que
puede usar para cambiar el mundo. Nadie puede desear cambiar el mundo sin
cambiarse él mismo.
Pero esto no quiere decir que “las
transformaciones personales son suficientes para que ocurra el cambio social”
(p. 235). Nadie puede cambiar el mundo solo. Para ello se hace necesaria una
suerte de colectivización del impulso y el deseo de cambio. Podemos aspirar a
ser agentes subversivos, una quinta columna dentro del sistema con un pie
plantado firmemente en algún campo alternativo.
“La mayoría de las políticas y
formas colectivas de acción preservan y sustentan el sistema existente aun
cuando profundicen en sus contradicciones internas, ecológicas, políticas y
económicas” (p. 239). El comunitarismo como
movimiento utópico da precedencia a la ciudadanía, a la identificación
colectiva sobre la ventaja individual. También es preciso reconocer que la
comunidad por sí misma, invariablemente degenera en exclusiones regresivas y
fragmentaciones.
Dichos ‘arquitectos’ deben encontrar
medios para dar forma a un cambio historicogeográfico
más integrado, más allá de los límites definidos típicamente por alguna socialidad de interés común. Deben ser capaces de traducir
las aspiraciones políticas a través de una enorme variedad de condiciones
políticas, sociales y económicas.
El momento de universalidad no es
“el momento final de revelación de la verdad absoluta sino un momento de
decisión existencial, un momento de praxis, cuando ciertos principios se
materializan a través de la acción en el mundo” (p. 246).
En medio de estas reflexiones es
importante ‘exhumar’ las rutas de los principios universales expresados en lo
que lo personal es y puede ser político. Paradójicamente, nos encontramos en el
momento de buscar la creación de un discurso acerca de lo correcto o equívoco,
acerca de imperativos morales y medios propios e impropios, y fines a través de
los cuales persuadirnos, tanto como a los demás, de ciertas líneas consistentes
de acción sabiendo que cada uno de nosotros es diferente y que ninguna
particularidad es exactamente la misma que otra. Para esta búsqueda el autor
plantea una lista de derechos:
1.
El derecho a las oportunidades de la vida;
2.
El derecho a la asociación política y ‘buena’ gobernancia;
3.
Los derechos de los trabajadores directos en el proceso de producción;
4. El derecho a la inviolabilidad e integridad
del cuerpo humano;
5.
Derecho de inmunidad/desestabilización;
6.
El derecho a un ambiente saludable y decente para vivir;
7. El derecho al control colectivo de los
recursos en propiedad común;
8.
Los derechos de aquellos que ya nacieron;
9.
El derecho a la producción de espacio;
10. El derecho a la diferencia,
incluyendo aquella de un desarrollo geográfico desigual;
11. Nuestros derechos como seres
especie.
El utopismo dialéctico al que aspira Harvey requiere de la
perspectiva de una revolución histórico-geográfica larga y permanente, pero las
aspiraciones deben ser atemperadas por un sentido de las limitaciones y de
vulnerabilidad de cada sociedad.
Las esperanzas de Harvey de
construir un mundo de respetable igualdad, no sólo de talentos y logros sino de
condiciones y oportunidades de vida, son expuestas en el Apéndice del texto que
se reseña, el cual, desde mi perspectiva, observa y propone nuevas formas de
organización social que requieren ser recuperadas, transformadas y/o
construidas para una mejor convivencia social.
Diana Bailleres
El
Colegio Mexiquense, A.C.
correo-e:
dbailleres@cmq.edu.mx