El ecoturismo: ¿una nueva modalidad
del turismo de masas?
Nora L. Bringas Rábago
y
Lina Ojeda Revah[1]
El
Colegio de la Frontera Norte, Tijuana
Introducción
A todo proceso de
implantación de un modelo de desarrollo económico, lo acompañan cambios profundos
en la esfera sociocultural, ambiental y territorial. Sobre todo, en el ámbito
turístico, que se diferencia de otros en cuanto que, no son las mercancías sino
los hombres quienes se desplazan para consumir in
situ el producto.
Estos cambios están asociados con la
introducción de un elemento ajeno a la cultura local, que es el turista, lo
cual provoca modificaciones en la estructura económica, en las pautas de
conducta de la población local y especialmente en la escala de valores. Como
bien lo señala Marie-Françoise Lanfant, “con el
turismo, lo que se importa a un país, no son sólo los turistas con sus maletas,
sino un modelo de sociedad” (cit. en Cazes, 1992:98).
Este contacto, aparentemente banal,
entre visitantes y visitados da origen a complejas relaciones que se
cristalizan y adoptan formas diversas, dependiendo del grado de estas
diferencias y de la intensidad de las relaciones. Evidentemente que mientras
más grande sea el volumen de visitantes, más grandes serán también los efectos
que el turismo propicie en el ámbito social y cultural y en el ambiente.
Desde el periodo siguiente a la
Segunda Guerra Mundial, el turismo de masas se ha perfilado como el tipo de
turismo más importante en el ámbito mundial y todas las predicciones de la
Organización Mundial del Turismo (omt) señalan que éste seguirá creciendo en
importancia y número. Sin embargo, con el aumento de la conciencia ambiental,
este tipo de turismo ha sido muy criticado y considerado como un depredador
agresivo del ambiente. Por ello durante las últimas décadas ha crecido el
interés por encontrar y desarrollar formas opcionales de turismo, casi todas
realizadas en ambientes naturales. Un gran número de tipos de turismo
alternativo ha aparecido en el mercado, creando confusión en su definición y
sus efectos sobre el ambiente.
De entre ellos destacan por su
importancia, el turismo basado en la naturaleza que en su modalidad de
ecoturismo ha sido vislumbrado como una vía de generación de ingresos para el
mantenimiento no sólo de áreas naturales protegidas, sino también de las
comunidades en las que se lleva a cabo. Así mismo sobresale el turismo de
aventura, que como su nombre lo indica, basa su éxito en la exploración de la
naturaleza y, por ende, puede llegar a constituirse en un agente bastante
nocivo para el ambiente, como es el caso de las carreras fuera de carretera
llamadas Baja 1000 y Baja 500.
Es así que con el presente trabajo
se pretende llamar la atención sobre el riesgo que pueden representar para el
ambiente y para las comunidades donde se llevan a cabo, algunas formas de
turismo alternativo, especialmente aquella variedad que justifica su existencia
en los recursos naturales y que sin el menor recato produce efectos
devastadores sobre el entorno natural. Para dar contenido a este argumento se
parte del ejemplo de dos actividades turísticas que se realizan en la Península
de Baja California: el uso de los vehículos recreativos de terracería en las
carreras fuera de carretera, y la observación de la ballena gris en la reserva
de la biosfera El Vizcaíno.
I. Turismo: Contexto
general
En el periodo
posterior a la Segunda Guerra Mundial, las mejores condiciones socioeconómicas
de los trabajadores y la emergencia de las clases medias facilitaron el
incremento de la demanda de servicios turísticos, servicios que antes sólo
estaban al alcance de un pequeño grupo privilegiado. La generación del baby boom fue la precursora de los viajes
masivos en todo el mundo. Estos viajeros, la mayoría parejas jóvenes, buscaban
un descanso contemplativo durante sus vacaciones disfrutando pasivamente del
mar, el sol y la arena.
Durante este periodo, el modelo de
desarrollo que se siguió fue la construcción de grandes hoteles verticales
frente a las playas, los cuales contaban con todas las comodidades y los
servicios dentro del mismo espacio. Lo anterior propició que cada hotel
funcionara como un enclave, de tal manera que no se permitía el acercamiento
entre los turistas y la comunidad receptora. Esta forma de organización del
espacio costero orientado al turismo tradicional, propició un rápido
crecimiento de estas zonas sin la adecuada planeación o medidas correctivas que
mitigaran el impacto nocivo en el medio ambiente, provocado por la acelerada
construcción y por el intenso uso a los que están expuestos estos ecosistemas
por parte de los visitantes.
En la masificación del turismo ha
jugado un papel fundamental el uso generalizado del transporte aéreo y la
presión que han ejercido los tour operadores internacionales para
rebajar las tarifas aéreas y hoteleras, obligando a salir del mercado a quienes
no pueden enfrentar a la competencia. Esta horda de turistas que anda tras la
“caza” de paquetes económicos y que organiza sus “viajes al instante” (Ungefug, 1992), se guía más por los precios bajos que por
el destino a visitar, lo que ha propiciado un incremento de los flujos de
visitantes hacia estos sitios, agudizando con ello los problemas de deterioro
ambiental debido a la presión a que se ven sometidos estos frágiles
ecosistemas.
Para ubicar en su justa dimensión el
turismo de masas, baste señalar que en 1997 se movilizaron en el mundo 613
millones de turistas internacionales, mismos que generaron una derrama
económica de casi 444 mil millones de dólares. Para el año 2000 se estima que
habrá 692 millones de turistas viajando, quienes generarán divisas del orden de
los 560 mil millones de dólares, cifra que irá en aumento en las décadas
siguientes (omt,
1998). Las proyecciones para el año 2020 indican que habrá 1 600 millones de
turistas internacionales viajando por el planeta. La tasa estimada de
crecimiento anual sostenida será de 4.3%. Así mismo se prevé que estos viajeros
producirán una derrama económica de alrededor de 2 mil millones de dólares,
considerando una tasa de crecimiento anual constante de 6.7%. Se pronostica que
ambos renglones crecerán a un ritmo mucho mayor que la expansión de la riqueza
mundial proyectada en 3% anual (omt, 1998).
Dada la magnitud de los flujos
turísticos y su creciente expansión, desde mediados de los años ochenta la preocupación
por el medio ambiente comenzó a cobrar importancia. Para tratar de aminorar los
efectos dañinos que el turismo de masas ha provocado, recientemente nació otra
corriente que se ha denominado turismo alternativo, en la que los viajes a la
naturaleza han ganado importancia.
II. Los modelos
vigentes: turismo tradicional y turismo alternativo
A partir de lo
expuesto arriba es posible distinguir dos tipos de turismo que prevalecerán en
los próximos años: uno es el turismo de masas o tradicional y el otro es el
turismo alternativo (véanse figura 1 y cuadro 1).
2.1. El turismo
de masas o tradicional
continúa siendo muy importante y tiende a incrementarse como consecuencia de la
mayor disponibilidad de tiempo libre y por el aumento de vacaciones cortas.
Este turismo en general compra paquetes baratos –que incluyen transportación
aérea y hospedaje– y busca entretenimiento y diversión en las playas, sin que
las características del destino cuenten tanto como el precio. Este turismo no
tiene muchas expectativas acerca del viaje, y quienes lo practican normalmente
son personas de ingresos medios y bajos. Este tipo de turismo generalmente
corresponde al desarrollo tipo enclave, en el que el visitante interactúa poco
con la comunidad receptora y su movilidad se reduce al avión-hotel-playa.
Lo anterior es importante para
países como México, en los que generalmente el turismo se presenta como la
punta de lanza para promover el desarrollo regional en zonas atrasadas
económicamente y que cuentan con una gran diversidad de recursos naturales y
culturales. No es fortuito el hecho de que durante el primer semestre de 1998,
los ingresos por concepto de divisas turísticas ($4 126 millones de dólares)
superaron a las captadas por exportaciones petroleras ($3 874 millones de
dólares), convirtiéndose el turismo en la segunda actividad generadora de
divisas para el país (sectur,
1998b).
La trascendencia del turismo para el
desarrollo regional se deriva no sólo de los beneficios económicos que propicia
en las comunidades locales, sino también de la generación de empleos y otros
impactos favorables que produce en el plano social y cultural, y su cada vez
mayor preocupación por la conservación de un medio ambiente sano, base de su
éxito.
En 1997 llegaron a México poco más
de 92.9 millones de visitantes. De este total, 73.5% correspondió a visitantes
del día y sólo 19.4% a turistas. En ese mismo año las divisas que entraron al
país por concepto de visitantes internacionales fueron del orden de los 7 593.7
millones de dólares, de los cuales 75.7% fue de turismo y el restante 24.3%, de
excursionistas. Lo anterior quiere decir que una quinta parte del turismo
genera 75% de los ingresos. Por ello, a pesar de que México ocupa el octavo
lugar como receptor de flujos turísticos, se encuentra en el peldaño 16 como
destinatario de divisas (sectur,
1998a).
El gasto promedio del turismo
mundial es de 730 dólares; en México es de menos de la mitad, 297 dólares,
mientras que el de los excursionistas o visitantes del día es de 25 dólares.
Estas cifras indican que en México no se está poniendo en valor la existencia
de atractivos únicos, al parecer se está compitiendo por los precios bajos, lo
cual es lamentable dada la gran ventaja comparativa que se tiene en recursos
naturales y culturales.
2.2. El turismo
alternativo es un
segmento nuevo del turismo global que está cobrando cada vez mayor importancia.
Este turismo trata de organizar su viaje hacia lugares desconocidos, conforme a
sus necesidades y tiempos; busca “descubrir” sitios alejados del turismo de
masas en ambientes naturales y que estimulen su desarrollo personal.
Este tipo de turismo, a diferencia
del masivo, está dispuesto a pagar precios altos por la existencia de
atractivos únicos, ya sean naturales o culturales. Este turismo ayuda a
diversificar la oferta y orientarla hacia destinos diferentes a los de “playa”,
poniendo en valor el enorme abanico de atractivos naturales y culturales que
existen en el mundo. Su importancia radica en que atrae el interés hacia zonas
excepcionales, como las islas Galápagos en Ecuador o algunos sitios
histórico-culturales; esta ventaja es la cualidad que los hace competir en el
plano internacional.
Esta clase de turismo se divide
entre quienes viajan atraídos por la existencia de recursos culturales y
quienes basan su viaje en la naturaleza, aunque algunos combinan ambas
modalidades. El turismo basado en la naturaleza es todo tipo de turismo que se
da en áreas naturales (Goodwin, 1996), y el cultural,
en sitios históricos, desde museos hasta ruinas arqueológicas, así como la
visita a comunidades locales. Ambos pueden ser clasificados a su vez como
turismo rural o agroturismo, de aventura, ecoturismo y cinegético, aunque este
último no es de corte cultural.
Cabe mencionar que las distinciones
entre turismo rural, de aventura y ecoturismo, no siempre quedan claramente
definidas y existen muchas áreas en las que se sobreponen (ver figura 1). El
ecoturismo y el agroturismo generalmente contribuyen a mejorar el área como
resultado de la actividad, con aportaciones monetarias y/o tiempo y trabajo.
Por el contrario, en el turismo de aventura el ambiente natural contribuye al
goce de la actividad realizada, pero ésta no necesariamente contribuye al
mejoramiento general (idea adaptada de Orams, 1995,
cit. en Burton, 1998). El turismo rural valoriza zonas rústicas, sus recursos
naturales, patrimonio cultural, asentamientos rurales típicos, tradiciones
locales y productos del campo, que de otra forma serían subaprovechados
(Thibal, 1996).
Todos estos tipos de turismo
alternativo y la vaga delimitación que existe entre ellos han creado no sólo
confusión, sino que se ha utilizado el término “ecoturismo” de manera
indiscriminada como producto comercial o “gancho” publicitario, suscitando una
mayor confusión y haciendo creer que es una medida benéfica para el medio
ambiente, lo que no necesariamente es cierto.
Pero, entonces, ¿qué es ecoturismo?,
¿cómo surge?, ¿qué busca el ecoturista?; ¿genera
beneficios económicos? A lo largo de este documento se tratará de dar respuesta
a estas preguntas. No sin antes mencionar que las fronteras conceptuales entre
estos tipos de turismo no quedan claramente definidas. Esta yuxtaposición ha
provocado que todas ellas se engloben bajo el término genérico de ecoturismo.
Entre los pioneros del ecoturismo en
México destaca Ceballos Lascurain (1988:13-14), quien
lo ha definido como
[...] el viajar
a áreas naturales relativamente poco perturbadas o contaminadas, con el
objetivo específico de estudiar, admirar, gozar los paisajes, su flora y fauna
silvestres, así como cualquier manifestación cultural (tanto pasada como
presente) encontrada en estas áreas. El turismo ecológico implica una
apreciación científica, estética o filosófica, sin que el turista sea
necesariamente un científico, artista o filósofo profesional.
Por su parte, Támara Budowski (1989:75) señala que
[...] la
búsqueda de experiencias profundas, enriquecedoras características de los años
60, sumada a la popularidad de las actividades al aire libre de la década de
los 70 y la preocupación despertada en los 80 por la salud, la alimentación
natural y una buena condición física, terminaron de sentar las bases para el
desarrollo del ecoturismo.
Al cobrar mayor fuerza la conciencia
ambiental y dado que en los últimos años el turismo había sido duramente
criticado por ser una de las actividades más depredadoras de la naturaleza, el
medio ambiente se convirtió en motivo de pesimismo y entusiasmo. Pesimismo por
la preocupación del deterioro ambiental, y optimismo porque deja abierta una
ventana para conservar los recursos naturales, base de su éxito. En este
contexto, el ecoturismo emerge como una posibilidad en la que se podría
conciliar la ecología con la economía, empezando así a difuminarse el halo
peyorativo que rodeaba al turismo.
Al mismo tiempo, existen quienes
consideran al ecoturismo como el ejemplo más cercano de lo que puede ser un
“desarrollo sustentable” (Marajh, 1992), que implica
respetar y cuidar los recursos naturales de hoy, sin comprometerlos para las
generaciones futuras, pero que permita a las comunidades locales vivir de esos
recursos, no por su explotación indiscriminada sino mediante su uso racional,
al obtener ingresos económicos por su conservación. La idea es que si se
respetan los rangos de funcionamiento de los ecosistemas, junto con otras
medidas protectoras, se puede coadyuvar a generar un uso sustentable y
económico de las áreas naturales. El ecoturismo promete ser una parte
importante de los programas de desarrollo sustentable debido a su decidida motivación
para conservar sitios naturales (Mendelsohn ,
1994).
Bajo esta perspectiva, el ecoturismo
es concebido también como un elemento catalizador para que las áreas rurales
obtengan fuentes opcionales de ingresos y no tengan que destruir los recursos
para poder subsistir.
Más tarde el ecoturismo cobró fuerza
como una nueva corriente que ayuda a proteger áreas naturales. Según Karen Ziffer (1989:1) el ecoturismo busca atraer a una parte del
mercado global de turismo hacia las áreas naturales y destinar ingresos a
fundaciones locales de conservación y así propiciar el desarrollo económico.
Elizabeth Boo (1990:xiv)
coincide con Ziffer al señalar que desde el punto de
vista de la conservación, el ecoturismo “puede proveer una justificación
económica para la conservación de áreas que de otra manera no recibirían
ninguna protección”. Por el contrario, algunos críticos creen que “los
conservacionistas intoxicados por las promesas del ecoturismo abren las puertas
a la destrucción de muchas zonas que están tratando de proteger” (Ziffer, 1989).
En suma, todos estos enfoques tratan
de llamar la atención sobre la trascendencia que tienen los viajes a la
naturaleza y su creciente importancia como parte del mercado global del
turismo. Se trata de acentuar el enorme potencial económico que pueden tener
algunos recursos naturales, si en lugar de destruirlos se protegen, o el caso
de algunas especies de animales carismáticos que representan más valor
económico si se dejan vivos para el regocijo de visitantes, que si los matan
cazadores furtivos.
Elizabeth Boo
señala que la industria turística está viviendo un auge como consecuencia del
incremento de los viajes a la naturaleza, gracias al ecoturismo. Los turistas
están visitando, como nunca antes, parques y reservas; con esta experiencia
tratan de comprender y apreciar mejor la naturaleza (Boo,
1992). Si bien es cierto que no existen estadísticas específicas para medir el
flujo de ecoturistas que visitan las diferentes zonas
del mundo, ni la derrama generada en las comunidades receptoras, por lo menos
existen algunas evidencias que permiten vislumbrar la importancia que ha
cobrado este fenómeno. Entrevistas realizadas por Karen Ziffer
a los tour
operadores sugieren que el ecoturismo es un segmento del mercado en constante
expansión, dado que registra un crecimiento cercano a 20% anual (Ziffer, 1989:1).
El sistema de Parques Nacionales de
los Estados Unidos, primero en su estilo en el ámbito mundial, recibió 270
millones de visitantes en 1989. Los parques estatales captaron poco más de 500
millones. En Canadá la afluencia a los parques nacionales y estatales fue de 20
y 47 millones, repectivamente (Baker, 1990 y
Prescott-Allen, 1986, cit. en omt y pnuma, 1992). Los observadores de pájaros en Point
Pelee National Park de Ontario, Canadá, gastaron 3.8
millones de dólares durante 24 días, de los cuales 2.1 fueron invertidos
localmente (Mendelsohn, 1994). De lo anterior se
deriva el gran potencial económico que representa el ecoturismo.
La importancia que empezó a cobrar
el turismo de aventura o ecoturismo propició que tan sólo en 1986 existieran en
los Estados Unidos aproximadamente 5 000 tour operadores que ofrecían guías y
agentes de viajes especializados en viajes a la naturaleza (Wall
Street Journal, cit. en Budowski,
1989). El turismo de aventura o ecológico es el segmento de mayor crecimiento
en los Estados Unidos; los tour operadores estiman que de 4 a 6
millones de estadounidenses cada año realizan viajes al extranjero en busca de
áreas naturales; el costo promedio del viaje a la naturaleza, sin incluir la
tarifa aérea, fue de 3 000 dólares, de lo que se deduce que los ingresos que
quedan en los países receptores por este concepto es de casi 12 mil millones de
dólares (Wall Street Journal,
cit. en Budowski, 1989).
Algunas estimaciones señalan que el
gasto total de los visitantes de Europa y los Estados Unidos hacia las áreas
naturales de los países menos desarrollados, es de casi 1.7 mil millones de
dólares (Ziffer, 1989). Para países como Costa Rica,
Ecuador, Belice, Ruanda, Kenia y otros, los viajes a la naturaleza tienen una
gran importancia económica (Boo, 1990; Ziffer, 1989; Budowski, 1989; omt, 1992; Marajh y Meadows, 1992; entre
otros).
En 1988 casi 15 millones de turistas
visitaron América Latina, muchos de ellos llegaron atraídos por la flora y
fauna de las áreas naturales protegidas; tan sólo en Belice los visitantes
pasaron de 99 000 en 1987 a 215 442 en 1991; incrementos similares se han
registrado en Costa Rica (Mendelsohn, 1994). En el Parc National des Volcans de Ruanda los turistas que van a ver los gorilas
generan un millón de dólares sólo por cuotas de entrada al parque (omt y pnuma, 1992).
El ecoturismo genera 500 millones de dólares para Costa Rica (Padget y Begley, 1996).
Se ha hablado mucho de que la mejor
forma de proteger ciertas especies de animales es precisamente gracias a su
rentabilidad económica. Modelos económicos aplicados en el Parque Nacional Amboseli de Kenia indicaron que por sólo observar un león
se obtuvieron ingresos anuales cercanos a 27 mil dólares. El valor de una
manada de elefantes fue estimado en 610 mil dólares al año también por concepto
de turismo ecológico (omt
y pnuma, 1992). Lo anterior muestra la
importancia que tiene el turismo de tipo ecológico para la conservación de la
vida silvestre y sobre todo por los ingresos económicos que genera en la
comunidad receptora.
Pero para que el ecoturismo sea una
efectiva estrategia de conservación, quienes planean el uso del suelo deben
encontrar en él su rentabilidad económica por encima de otros usos del suelo.
Por ejemplo: el Parque Nacional Amboseli en Kenia
obtiene por turismo ecológico 40 dólares por hectárea al año; si estos mismos
terrenos se destinaran a la agricultura se obtendrían 80 centavos por hectárea
(omt y pnuma, 1992).
¿Son excluyentes estos modelos?
El ecoturismo, a
diferencia del turismo tradicional, requiere poca inversión en infraestructura
y una alta inversión en capacitación, conocimiento, organización e información,
es decir, el ecoturismo demanda una mayor preparación y capacidad para
enfrentar la competencia, que está basada en la existencia de recursos
excepcionales, de ahí el alto costo que pagan los ecoturistas
por disfrutar estos recursos, pues a diferencia de los centros tradicionales de
playa que ofrecen una oferta estandarizada, la posibilidad de sustituir un
recurso natural único es casi imposible.
Hoy día el turista busca obtener
nuevas vivencias y experiencias en el plano personal mediante la visita a
sitios desconocidos, a zonas rurales y practicando actividades diferentes al
aire libre y en un entorno natural; por ello el modelo alternativo busca la
diferenciación del producto con respecto a otros lugares (Pearce,
1988), o la complementación con formas convencionales del quehacer turístico,
demandando prácticas nuevas que lo retroalimenten y permitan su superación como
individuo al interactuar y experimentar en la comunidad, por eso organizan
ellos mismos su programa de viaje, a diferencia del turismo tradicional en el
que el viaje es preestablecido y no se interactúa con la población local.
El modelo convencional centra su
promoción en los medios de comunicación y su criterio de selección son los
niveles de ingreso, en cambio el turismo alternativo busca segmentos o nichos
especializados del mercado. Por eso en el primero se acentúa el crecimiento, lo
que deviene en una pérdida de control, mientras que en el segundo se privilegia
la capacidad de la organización, lo cual le otorga un mayor grado de
complejidad.
Si bien en la práctica el ecoturismo
está cobrando cada vez más fuerza, no se puede decir que esta nueva forma de
hacer turismo vaya a desplazar al turismo de masas; por el contrario, este
último crece a pasos agigantados y todas las estimaciones realizadas le auguran
un futuro boyante. En este contexto, dada la fragilidad de los ecosistemas y la
exposición a la que estarán sujetos por esta masa de visitantes, el reto
ambiental más importante que deberán enfrentar los responsables de la
planificación turística, será encontrar formas novedosas para lograr que los
grandes consorcios hoteleros participen activamente en un uso más racional y
sustentable de los recursos que promueven. Sólo así los efectos desfavorables
sobre el entorno podrán ser menores y menos dañinos, pues cabe recordar que por
mínimos que sean los flujos hacia las áreas naturales, siempre provocan un
cambio (Wall, 1997).
Para que el turismo sea sustentable
se tiene que
[...]
desarrollar y mantener una comunidad o ambiente, de tal forma y a tal escala
que permanezca viable en un periodo de tiempo indefinido y que no degrade o
altere el ambiente (humano y físico) circundante, a tal grado que impida el
éxito y desarrollo del bienestar (sic) de otras actividades en el proceso
(Butler, 1993:29).
Si bien es cierto que esta actividad
ha contribuido a generar divisas, también lo es que éstas generalmente se
regresan a los países de origen de los tour operadores. Como ya es conocido, la
mayor parte de los países emisores de flujos turísticos provienen de los países
desarrollados del hemisferio norte, que es donde se concentran los grandes tour operadores que controlan el mercado.
La mayoría de los gastos que estos viajeros realizan van a transportación,
hoteles, comida y bebida, mismos que casi siempre son cubiertos en su propio
país de origen. En su destino, casi siempre áreas silvestres, el viajero
encuentra pocas opciones para comprar, pues parafraseando a Wall (1997), “por
definición, es difícil gastar dinero en la naturaleza”.
En consecuencia, tanto para los tour operadores como para las áreas
receptoras, siempre estará latente la posibilidad de incrementar sus ganancias
mediante el aumento del número de visitantes hacia estas zonas, con el
argumento de que “donde comen dos comen tres”. Así mismo, la llegada de
visitantes a zonas silvestres inevitablemente creará nuevas demandas de
infraestructura y servicios, con lo cual la espiral de oferta y demanda empieza
a ir en aumento. Por lo que siempre existirá el peligro de que el ecoturismo se
deje seducir por los encantos ($) del turismo de masas. ¿Será que el ecoturismo
no es más que un estado precursor del desarrollo turístico? (Wall, 1997).
Es así que el ecoturismo ha sido
visto como una alternativa económica que contribuye a la conservación de la
biodiversidad, especialmente como fuente de ingresos para el mantenimiento de
áreas naturales protegidas. Sin embargo, la conservación en sí misma se
enfrenta a varios problemas, que valdría la pena considerar si se pretende
lograr que el binomio ecoturismo-conservación sea viable.
III. ¿Por qué limitar
la conservación a las áreas naturales protegidas?
A la fecha, la
visión más generalizada de la conservación de la biodiversidad y de los
ecosistemas naturales, ha estado restringida sobre todo a la creación de áreas
naturales protegidas. Con ello normalmente se apartan algunas extensiones del
territorio y se ponen fuera del alcance del desarrollo humano. Aunque resulta
necesario mantener esta estrategia, dada la velocidad a la que en la actualidad
se pierden los ecosistemas naturales y se extinguen especies, a mediano y largo
plazos no será suficiente. Esto se debe a diversos problemas ecológicos,
sociales y económicos que se generan dentro y fuera de dichas áreas y que se
encuentran íntimamente entrelazados, pero que normalmente son tratados de forma
independiente. Por ello, la solución de los problemas de conservación “no puede
ser puntual, no radica en el establecimiento aislado de un área protegida o en
la protección compulsiva de una especie animal o vegetal, sino en la
planificación integral de la conservación y el desarrollo al nivel regional y
local” (Mann, s/f:27).
3.1. Problema
ecológico
Uno
de los principales
conflictos ecológicos a los que se enfrentan muchas de las áreas naturales
protegidas, es el hecho de que sus dimensiones son pequeñas y aisladas. En lo
que concierne a su tamaño, hoy día se reconoce que la mayoría de ellas no son
lo bastante grandes como para preservar la diversidad existente, ni los
factores que la determinan. Este problema se presenta no sólo en cuanto a las
especies, sino a los hábitats diferentes que permitan a las propias especies
ampliar su rango de adaptación para enfrentarse a posibles perturbaciones,
tanto naturales como provocadas por el hombre.
La premisa anterior se basa en la
modificación de la teoría ecológica desde una visión de equilibrio, al
reconocimiento de la existencia de procesos de disturbios naturales,
incertidumbre y riesgo que provocan que los ecosistemas cambien continuamente
sobre ciertos rangos que varían en tiempo y tamaño. Se considera disturbio a
las “fluctuaciones ambientales o eventos destructivos, sean o no percibidas
como ‘normales’ en un sistema” (Pickett y White,
1981:6); esto es, al evento que altera de manera significativa el patrón de
variación de la estructura y función de un sistema.
Los regímenes de incendios
naturales, las inundaciones, los huracanes, las sequías, la depredación, las
enfermedades, las plagas y la intervención humana, son algunos ejemplos que
pueden ser considerados como disturbios. Su periodicidad, magnitud y
distribución espacial varían en el tiempo y no son fáciles de predecir. Los
disturbios producen áreas con características diferentes a su entorno, en
cuanto a su disponibilidad de recursos y estructura, desviando a las
comunidades de su camino sucesional original y
produciendo heterogeneidad. Las fluctuaciones de estos eventos en el tiempo
contribuyen además a aumentar la heterogeneidad, es decir que son necesarios
para mantener la diversidad.
En lo que atañe a su aislamiento, la
mayoría de las áreas protegidas están cada vez más alejadas unas de otras, con
lo cual la probabilidad de que protejan especies de amplia distribución a largo
plazo es muy baja. La condición aislada de las áreas protegidas también
disminuye la probabilidad de intercruzamiento de las
diferentes poblaciones de una misma especie, reduciendo así su grado de
adaptabilidad a los disturbios y por lo tanto limitando su supervivencia (Peck, 1998).
Diversos estudios han demostrado que
los principales problemas existentes dentro de las áreas protegidas se originan
en actividades realizadas fuera de sus límites. Esto conduce a tratar de
analizar lo que sucede fuera de las áreas protegidas.
La fragmentación de hábitats es el
proceso de subdivisión de un hábitat continuo en piezas más pequeñas, y sucede
en sistemas naturales provocado principalmente por los disturbios tanto
naturales como artificiales. No obstante, alrededor del mundo los ecosistemas
terrestres han sufrido diversos grados de desintegración como resultado de la
conversión del uso del suelo realizada por el hombre, que rompió la continuidad
de los hábitats naturales (Noss, 1996). Actualmente
se reconoce que la fragmentación antrópica ha tenido
efectos de deterioro en algunos componentes de la biota (como el declive de la
diversidad biológica) debido a la pérdida de hábitat original, reducción del
área del mismo, su aislamiento, el aumento proporcional de fronteras con
relación a las condiciones del interior, y un incremento de ambientes no
adecuados dentro del paisaje (Andren, 1994).
Empero, se podría decir entonces que
la fragmentación de hábitats naturales es un mal necesario para el desarrollo
del ser humano, y por lo tanto debe considerarse como un proceso que seguirá en
aumento y cuya influencia alcanzará cada vez más a las áreas protegidas.
Llegará un momento en el que éstas serán pequeñas islas, inmersas en un medio
hostil que acabará por destruirlas a mediano plazo.
Ahora bien, cuando se propone al
ecoturismo como alternativa viable de financiamiento en áreas protegidas, en
general se
da por hecho que es una actividad ambientalmente benigna. Sin embargo, esta
actividad, al igual que cualesquier tipos de turismo trae consecuencias. De
hecho, autores como Wall (1997) mencionan algunos de los efectos destructivos
que esta actividad puede tener en el ambiente:
1. El ecoturismo
regularmente se dirige sobre todo a lugares muy especiales como las áreas
protegidas, las cuales si fueron elegidas para su conservación, en parte se
debe a la fragilidad que presentan frente a la intervención.
2. El ecoturismo
no considera en sus itinerarios el evitar momentos críticos en la naturaleza,
sino que en ocasiones es lo que busca. Ejemplos de ello son las épocas de
apareo o cuando los predadores persiguen a sus presas.
3. El ecoturismo
da por hecho que la relación entre el volumen de uso y los impactos asociados
es lineal. No obstante, es mucho más probable que esta relación sea curvilínea
o escalonada, y que inclusive pocos visitantes puedan generar impactos.
2.2. Problema
socioeconómico
Desde un punto de
vista socioeconómico, en países como los Estados Unidos es posible intentar
preservar áreas totalmente ajenas a la intervención humana, bajo leyes como el Wilderness Act
decretado en 1964. Pero en México la población es parte de la naturaleza y
requiere de ella para su subsistencia, como lo demuestra la histórica inclusión
de terrenos ejidales dentro de los parques nacionales. Es por ello que en
México cobró importancia la modalidad de área protegida de reserva de la
Biosfera, diseñada como un área núcleo sin perturbación humana y un área de
amortiguamiento que permite actividades basadas en el manejo adecuado de los
recursos.
No obstante, las reservas de la
biosfera tampoco han quedado exentas de conflictos. Parte se debe a la falta de
aplicación y diseño de planes de manejo adecuados, pero el principal problema
radica en que el área, con todo y su población, es extraída parcialmente de los
parámetros del medio económico que le rodea, al serle impuestas otras
condiciones de sustentabilidad ecológica. Reglas que se encuentran en
contraposición con las fuerzas económicas que presionan en el sentido de
siempre obtener un mayor rendimiento y ganancias en el menor tiempo posible,
cuando la naturaleza requiere de tiempos y espacios conservados para poder
recuperarse.
En este
sentido, se puede equiparar la protección aislada de un elemento biológico con
el desarrollo sectorial tradicional: ambas presentan simplificaciones
tendenciosas a favor de un desarrollo parcial que en la práctica se ha demostrado
ineficaz (Mann, s/f:27).
Otro problema tiene que ver con la
insistencia de valorar económicamente a la naturaleza. Aunque muchos países, inclui-do México, comienzan a considerar la incorporación
de cuentas ambientales dentro de su economía, la naturaleza compleja del
ambiente con un sinnúmero de interacciones siempre será subvalorada. Se debe
evitar caer en la idea de que el ambiente es divisible en recursos discretos y
propiedades cuyos valores son estrictamente humanos, y por lo tanto están valorados
fuera del contexto de su sistema original.
El que, la
naturaleza tiene un valor intrínseco y éste descansa en la integridad del todo
y no en el uso económico de sus partes, y que valorar sólo las partes que
tienen utilidad para el hombre automáticamente subestima los efectos de la
explotación de los recursos naturales (Lineham y Gross, 1998:213).
Si las áreas naturales protegidas no
son suficientes para mantener la diversidad, y si de veras el ecoturismo fuese
una forma inicial del turismo de masas, entonces habría que visualizar el
turismo alternativo en general dentro y fuera de las áreas protegidas. Para
ello se utilizarán como ejemplos el caso de las carreras fuera de carretera y
los efectos nocivos que puede tener sobre el ambiente la observación de la
ballena gris en la reserva de la bios-fera El
Vizcaíno.
IV. Dos ejemplos de turismo basado en la
naturaleza en la península de Baja California
Con el
surgimiento del modelo de turismo especializado o alternativo se ha extendido
la idea de que el turismo basado en la naturaleza no tiene efectos dañinos para
el ambiente, que puede ser mantenido como de bajo impacto indefinidamente y que
contribuye al desarrollo de comunidades locales. Sin embargo, en el caso de la
península de Baja California los ejemplos que se presentan a continuación
indican que el turismo basado en la naturaleza no siempre se acompaña de un
aura benéfica con la que se le quiere santificar.
4.1. Carreras fuera
de carretera en Baja California: Baja 500
En el estado de
Baja California se realizan anualmente dos de las carreras fuera de carretera
más conocidas no sólo en el norte del país, sino en el sur de los Estados
Unidos. Éstas adquirieron relevancia a partir de las restricciones impuestas
por el gobierno estadounidense al uso de los vehículos recreativos de
terracería (Off
road o
vrt), y
las presiones generadas por los grupos ecologistas por los daños ambientales
que estos vehículos provocan; fue así que los organizadores de este tipo de
actividades voltearon sus ojos hacia tierras mexicanas; en especial las del
estado de Baja California se convirtieron en un paraíso para los conductores de
los vrt
y los promotores de carreras.[2] En
este sentido, la Península ofrece más oportunidades de aventura debido a lo
accidentado de su topografía, la diversidad de sus paisajes, lo prístino de sus
tierras y la cercanía geográfica con los Estados Unidos.
Las carreras Baja 1000 y Baja 500
son consideradas como encuentros deportivos y recreativos que se adscriben
dentro del turismo alternativo basado en la naturaleza, como lo es el turismo
de aventura. La carrera se realiza a campo traviesa y el atractivo principal
consiste en buscar caminos o brechas muy poco transitados, de ahí que gran
parte de la ruta sea sobre zonas ejidales que aseguren caminos difíciles y, en
general, condiciones inhóspitas. Entre más accidentado sea el terreno mayor es
el reto y la aventura. La ruta varía año tras año y ello se debe, por una
parte, a que los organizadores quieren asegurar un grado de dificultad para los
participantes, y por otra, a que varios de los ejidatarios de la región quieren
que la carrera atraviese sus tierras para cobrar por ello una pequeña cantidad
en dólares.
La Baja 1000 y la Baja 500 atraen a
una gran cantidad de participantes y espectadores, en su mayoría extranjeros.
Este flujo de visitantes, que si bien no ha sido medido en su cabal magnitud,
tiene efectos directos sobre el medio ambiente y la actividad turística,
comercial y de servicios de las localidades por donde pasa la carrera.[3]
Tan sólo en 1989 la Secretaría de Turismo del Estado de Baja California (secture)
reportó que la Presidente Score Baja 500 Internacional tuvo una participación
de 230 competidores y una afluencia de casi 4 000 visitantes. El gasto per
cápita fue de 148 dólares, y se destinó principalmente a restaurantes,
gasolina, licorerías, bares y hoteles, entre otros; generando una derrama
económica de 590 360 dólares, durante una estancia promedio de poco más de dos
días (55 horas). Datos de 1997 señalan que dicha carrera atrajo a 197
corredores, además de cuatro personas en promedio como parte del grupo de
apoyo, por lo que se calcula una participación de 985 visitantes asociados
directamente a la carrera y una afluencia diaria de 2 903 visitantes. La
estancia promedio del torneo deportivo es de tres días, lo que se traduce en
una afluencia estimada de 8 709 visitantes, en su mayoría extranjeros (secture,
1997).
En lo referente a la derrama
económica que genera este tipo de actividades, se sabe que en el caso de Ensenada
en 1997, en 53% de los establecimientos turísticos entrevistados se señaló que
las carreras fuera de carretera no representaron un incremento significativo en
sus ingresos. Así mismo, otro 16.3% de los entrevistados manifestó que sus
ingresos permanecen similares tanto durante el transcurso del certamen
deportivo como a lo largo del año. La derrama económica generada por esta
carrera en 1997 fue de casi 4 693 347.10 pesos, ingresos menores a los
propiciados por la Carrera Ciclista Rosarito-Ensenada, con duración de
solamente un día (secture,
1997).
Si bien es cierto que este tipo de
carreras generan derrama económica, también lo es que gran parte de las divisas
se regresan al país de origen de los organizadores: los Estados Unidos. La
Score International se encarga de cobrar por cada participante y paga una
cantidad mínima a los ejidatarios por cada milla de su terreno por el que
atraviesa la carrera; en 1989 les pagó 32 dólares por milla y en 1999 sólo 25.
En la realización de cualquier torneo, ya sea deportivo o no, siempre hay
ganadores y perdedores. Generalmente quienes ganan son los organizadores y
promotores, cuyas ganancias no son por la cuota de inscripción en sí, sino por
la venta promocional de las marcas de autos participantes. Para algunas marcas
de autos y accesorios utilizados como Toyota, Nissan, Good
Year, Firestone,
entre otros, el
hecho de competir y ganar en una de las principales carreras fuera de carretera
les asegura un incremento en sus ventas; así se establece la competencia entre marcas,
que en términos de mercadotecnia obtienen buenos resultados.
Además de los pocos beneficios
económicos que dejan en las localidades y ejidos por donde pasa la carrera, los
efectos del turismo en el ámbito ecológico casi siempre resultan desfavorables,
situación que se agrava por la falta de una adecuada legislación que reglamente
y controle la cuestión ambiental conjuntamente con el turismo. Sobre los
efectos que provoca el uso de los vrt sobre los ecosistemas, se sabe que su constante
paso destruye la vegetación y aumenta la susceptibilidad del suelo a la erosión
(Wilshire, 1983; Lathrop y Rowlands,
1983). Como resultado se inhibe el crecimiento de la vegetación y el ambiente
en general se torna más hostil para la flora y fauna (Dregne,
1983). El suelo erosionado puede ser transportado a cuerpos de agua
superficiales, en los que contribuye a la carga de sedimentación y a obstruir
el cauce de arroyos (Kockelman, 1983b).
Otro efecto nocivo de los vrt es el
ruido que generan, no solamente por las molestias que pueden causar a la
población que vive en los alrededores, sino porque alteran en gran medida los
ciclos de vida naturales de muchas especies animales (Brattstrom
y Bondello, 1983; Escofet y
Carvacho, 1988).
En la actualidad, el área más usada
por estos vehículos se extiende al Oeste, desde la frontera hasta unos 100
kilómetros al sur de Ensenada, por el lado del Golfo hasta San Felipe y por la
sierra hasta San Pedro Mártir (Pakhurst, 1988),
abarcando casi todos los tipos de vegetación presentes en el estado y afectando
por ende un área muy extensa. Además, las rutas de las carreras fuera de
carretera Baja 1000 y Baja 500 atraviesan por el área de distribución marginal[4]
del borrego cimarrón, que hoy día es una especie muy apreciada por estar en peligro
de extinción y se encuentra bajo protección especial (Martínez y Eaton González, s/f) (véase mapa 1).
Lo paradójico de lo anterior es que en
1997 se dio a conocer el Programa de Ecoturismo en Áreas Naturales Protegidas
(anp) de México, elaborado por la semarnap y la sectur, con lo
cual parece inapropiado que al mismo tiempo se permita el uso de vrt en forma
indiscriminada. Acaso por no encontrarse el borrego cimarrón dentro de una anp ¿no tiene
derecho a continuar su especie? Resulta a todas luces contradictorio que por
una parte se trate de proteger al borrego cimarrón, limitando el número de
permisos para su caza, y por la otra, se permita la realización de eventos como
las carreras fuera de carretera, que bajo el argumento de una gran derrama económica
generada, transgrede el hábitat natural de una especie en peligro de extinción.
Es importante llamar la atención sobre este fenómeno, dado que su realización
se encubre bajo la capa del turismo ecológico o basado en la naturaleza, lo
cual puede ser engañoso.
Para el estado de Baja California,
el sistema de áreas pro-tegidas establecido es
bastante extenso. Constituye 27% de su territorio.[5]
Pero, a pesar de su gran extensión, desde el punto de vista de tipos de
ecosistemas tiene poca representatividad. Por ejemplo, la protección de zonas
costeras del Pacífico se restringe a las áreas que cubren las islas del
Pacífico y del Golfo de California y la de la reserva de la biosfera del Alto
Golfo. En ellas faltaría por conservar tipos de vegetación como el matorral
esclerófilo costero, el cual se localiza exclusivamente en el noroeste del
estado (Flores y Gerez, 1988), y aquellos ecosistemas
riparios[6]
que logran salir hasta el mar (véase mapa 1). Además, las áreas protegidas del
estado están aisladas unas de otras y no se vislumbra la intención de
establecer un sistema que las conecte.
Por desgracia, los problemas a los
que se enfrentan las áreas protegidas en México no sólo se limitan a la mala
representatividad biogeográfica y a su aislamiento,
sino también a la falta de respaldo económico, reflejado en una carencia casi
total de vigilancia, entre otros factores. Con ello, es muy probable que la
mayoría de los vehículos recreativos de terracería penetren en estas áreas y
susciten daños a la naturaleza sin ningún control.
4.2. Observación de
ballena gris en la reserva de la biosfera El Vizcaíno
En las cálidas
bahías de las costas de la península de Baja California, localizadas en el
Pacífico Norte, año con año llegan las ballenas grises a procrear a sus ballenatos.
Las lagunas de Guerrero Negro, Ojo de Liebre, San Ignacio, y la Bahía Magdalena
son las más importantes. Aunque Bahía Magdalena alberga menos número de
ballenas, en ella se congregan más densamente, en especial en el área de Boca
de Soledad (Fleischer et
al., 1984, cit. en Dedina y Young, 1995).
En 1972 México sentó un precedente
al establecer para su protección, por decreto presidencial, el Santuario de la
Ballena Gris en laguna Ojo de Liebre en Baja California (Diario
Oficial, 1972, cit.
en Dedina y Young, 1995). Con decretos subsecuentes
se crearon otras áreas protegidas o incrementaron las ya existentes, siendo el
último en 1988 cuando se estableció la reserva de la biosfera El Vizcaíno, que
incluye a la laguna Ojo de Liebre y a la de San Ignacio (Diario
Oficial, 1988, cit.
en Dedina y Young, 1995).
La observación de ballenas era una
actividad incipiente a mediados de los años ochenta y generaba sólo
5 millones de dólares a 10 países. Hoy día esta actividad atrae a más de 5
millones de turistas y genera más de 500 millones de dólares. Para Baja
California la oficina de planeación del municipio de Comondu
estima que el turismo alrededor de la ballena gris creció 300% entre 1993 y
1994 (Municipio de Comondu, 1994, cit. en Dedina y Young, 1995). Tan sólo en Bahía Magdalena
confluyeron en 1994 más de 10 000 turistas (Dedina y
Young, 1995) y para 1996 ya se esperaban 20 000, esto es, casi el doble (Padget y Begley, 1996), lo
cual resulta alarmante, dadas las características tan pequeñas de la laguna.
Según investigadores de la Universidad
de Arizona (Padget y Begley,
1996), en 1994 el ecoturismo generó 4.7 millones de dólares en Bahía Magdalena,
de los cuales se quedaron solamente 33 000 a empresas y asalariados mexicanos.
Esto se traduce en que menos de 1% (0.7%) de los ingresos generados por este
concepto se quedan en las comunidades receptoras y el restante 99.3% se regresa
a los tour
operadores, la mayoría localizados en el vecino estado de California, Estados
Unidos. Cabe resaltar además que de los permisos emitidos por el Instituto
Nacional de Ecología (ine)
para un total de 13 botes, 6 fueron para residentes locales y 7 para
extranjeros, y que los 44 mexicanos empleados obtuvieron alrededor de 1 400
dólares durante la temporada, constituyendo casi la mitad de sus ingresos
anuales (Dedina y Young, 1995).
En el caso de la laguna de San
Ignacio, las cifras calculadas por Dedina y Young
(1995) para el mismo año indican que los paquetes turísticos para observar
ballenas generaron 3.3 millones de dólares, de los cuales sólo 26 000 dólares,
es decir 0.78% llegó a las comunidades locales. Estos mismos autores reportan
que en 1994 el ine
permitió operar en la laguna de San Ignacio a 16 botes, 12 extranjeros y 4
residentes locales; los 22 mexicanos empleados recibieron entre 2 000 y 6 000
dólares equivalentes a entre 25% y 50% de sus ingresos anuales (Dedina y Young, 1995).
Desafortunadamente, hasta la fecha
no se conocen los efectos que este creciente turismo puede llegar a tener sobre
la ballena gris y su descendencia. Sin embargo, si la tendencia de crecimiento
de este tipo de turismo continúa en ascenso y si no se toman las medidas
necesarias para evitar la afluencia masiva hacia este santuario, es posible
prever los efectos nocivos sobre este ecosistema y la especie que se trata de
proteger.
Comentarios finales
El turismo en las
sociedades modernas ha actuado como reforzador de la interacción cultural de
los pueblos, en muchos de los casos este es el factor que motiva a la gente a
viajar; el hecho de estar en contacto con una cultura distinta es una
experiencia que resulta alentadora, que estimula la capacidad creativa del
individuo y por consiguiente se constituye en condición esencial para la
realización de las más grandes potencialidades humanas.
Como se señaló en párrafos
anteriores, la importancia económica que el turismo tiene se reconoció en la
década de los sesenta y desde entonces ha sido el propio gobierno el que ha
tomado bajo su responsabilidad la planeación y el financiamiento de los destinos
turísticos. Si bien es cierto que el turismo ha significado un factor de
desarrollo regional para algunos sitios, no podemos soslayar los impactos
desfavorables que éste ha generado y la exclusión que se ha hecho de la
población local, en tanto destinatarios de ese desarrollo.
En la actividad turística, como en
muchas otras, por lo general se resaltan como atributos principales los
beneficios económicos que el turismo propicia, olvidándose con frecuencia que
muchas veces los costos sociales y ecológicos que la práctica de la actividad
trae consigo resultan más elevados e irreversibles que los beneficios
económicos que se puedan generar (Bringas, 1997). A pesar de ello, en el caso
particular del ecoturismo, no se puede soslayar el hecho de que éste, mal manejado,
también puede ocasionar los mismos efectos indeseables que el turismo de masas
provoca. Lamentablemente, en países en desarrollo como México, todavía el
prefijo “eco” del turismo no es garantía de sustentabilidad ni de respeto a la
naturaleza, y sí puede ser un anzuelo eficaz para atraer financiamiento externo.
Las perspectivas del turismo mundial
señalan una marcada expansión por los viajes a la naturaleza, sobre todo de los
países industrializados hacia los que se encuentran en vías de desarrollo. En
este contexto, el ecoturismo puede ser una oportunidad para reorientar al
turismo hacia formas novedosas de ensayar el tiempo libre en actividades que
redunden en beneficios personales, al mismo tiempo que se obtienen ingresos y
se conservan los recursos naturales y culturales. Con todo, puesto que existen
algunos problemas conceptuales para delimitar con claridad las fronteras entre
los distintos tipos de turismo basados en la naturaleza, algunos de los tour
operadores
internacionales han aprovechado esta confusión para promover estos productos de
modo masivo, encubriéndolos bajo el manto del turismo verde.
Lo anterior nos ha llevado a
considerar que no todas las variedades de turismo alternativo basado en la
naturaleza son sustentables en sentido ecológico, como se vio en el ejemplo de
las carreras fuera de carretera, ni que los recursos económicos permanezcan en
las comunidades receptoras, como lo muestra el caso de la observación de
ballenas. En ambos casos se ha comprobado que existe un vasto interés por
masificar estos destinos. Así mismo, resulta contradictorio que a pesar de que
se conocen los riesgos que conlleva este tipo de turismo, se quiera promover en
áreas tan frágiles como lo son las anp, sin garantizar un control en la afluencia de visitantes
y sin asegurar que los ingresos generados se queden en la localidad. Lo ideal
sería que la distribución de ingresos resultase a la inversa de como ha
ocurrido hasta hoy, es decir que la mayor parte de éstos beneficie a las
comunidades receptoras.
El ecoturismo tiene un enorme
potencial para el país y puede ser una opción viable para diversificar la
oferta de actividades, al mismo tiempo que se obtienen ventajas económicas. Sin
embargo, para que esta actividad obedezca de verdad a factores de índole
ecológica, social y cultural, y no sólo económica, se debe tratar de involucrar
a las comunidades locales para la conservación y preservación de estos sitios.
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[1] Las autoras agradecen el valioso
apoyo y profesionalismo de Francisco Lares Serrano como asistente de
investigación.
[2] Durante la década de los sesenta el
uso de los vrt
se convirtió en una moda a seguir, particularmente en los desiertos del estado
de California en los Estados Unidos. Sin embargo, su popularidad comenzó a
decrecer al difundirse las perturbaciones que tales vehículos ejercían
principalmente sobre los desiertos. Las
presiones de los grupos ecologistas estadounidenses se dejaron sentir muy
pronto. Con ello, para 1972, por medio del Executive Order 11644 promovido por el presidente de los Estados
Unidos, se restringió el uso de estos vehículos en tierras de propiedad
federal, y más tarde con el Executive Order 11989 decretado en 1977, se cerró en definitiva el
paso de los vrt
a ciertas áreas (Kockelman, 1983a).
[3]
Las localidades que se ven beneficiadas económicamente por la
realización de dichas carreras son, en orden de importancia, Ensenada y San
Felipe, pues ambas ciudades son las que cuentan con la mayor infraestructura de
servicios turísticos y comerciales.
[4] El área de distribución marginal es
aquella que se establece uniendo los puntos en los que se han realizado
observaciones de la especie en cuestión, por lo que no necesariamente la
especie se encuentra dentro de esos límites.
[5] Sin considerar las áreas que comparte
con otros estados.
[6] Ecosistemas riparios son aquellos que se desarrollan en las riberas de los ríos.