Población y migraciones rurales en México:

Hipótesis para otro siglo

 

Crescencio Ruiz Chiapetto

El Colegio de México/ceddu

 

 

Alicia confiesa que no puede recordar las cosas antes de que hayan pasado, y a un comentario de la Reina sobre la pobreza de ese tipo de memoria, Alicia le pregunta cuáles son sus recuerdos favoritos. La Reina contesta que son las cosas que pasaron la semana después de la siguiente. Este extraño razonamiento de Lewis Carroll[1] es una práctica conocida por los demógrafos: las proyecciones de población no son más que recuerdos de lo que ha pasado en el futuro, lo que ellos denominan seguir una tendencia; y como no miden el tiempo en semanas, sino en decenios y en quinquenios, sus recuerdos del futuro son, por lo común, años terminados en cero o en cinco. Entre los predilectos de su memoria se encuentra el año 2000.

            El objeto de estas notas es comentar uno de esos recuerdos favoritos. Las proyecciones sobre población rural y urbana de México, para los quinquenios que van de 1980 a 2010, elaboradas por Leopoldo Nuñez y Lorenzo Moreno.[2] En ellas se predice que cerca del año 2000, la evolución que ha tenido la distribución de población del país en los últimos cincuenta años experimentará dos cambios fundamentales: a) disminución de las tasas de migración rural-urbana; b) disminución de la población rural en términos absolutos. Estos fenómenos sólo se han manifestado en países más desarrollados que el nuestro, que en estos años ha sufrido una merma sustancial en su tasa de crecimiento económico, por lo que cabe preguntarse si esos cambios pueden suceder en países que no han alcanzado gran desarrollo, y, si ése es el caso, reflexionar sobre sus posibles consecuencias.

 

 

1.  Visiones de la migración: Ravenstein y Zelinsky

 

El desarrollo económico, político y social de un país, generalmente aparece como la transformación de una sociedad tradicional a una moderna. Esta mutación, con distintos matices disciplinarios, ocupa buena parte de la literatura en ciencias sociales. Cuando ese matiz es el estudio de la distribución de población, la relación entre la concentración de población y el grado de desarrollo del país deviene un tema obligado de análisis, y como una de las causas de esa relación es la migración rural-urbana, la explicación y predicción de este fenómeno es esencial cuando nos proponemos reflexionar sobre el futuro de la urbanización en nuestro país.

            En los estudios sobre la teoría de la migración, se acostumbra mencionar a Ravenstein sólo como homenaje a la antigüedad de sus trabajos: 1885 y 1889.[3] Nada más injusto, porque sus leyes de la migración han influido profundamente en el análisis de ese fenómeno en lo que va del siglo. Para el propósito de estas notas, basta recordar dos conclusiones de aquel estudio clásico: i) el predominio de los motivos económicos en la migración; ii) el crecimiento de ésta en el tiempo.[4] Dice Ravenstein que uno de los factores principales de la migración es la sobrepoblación, pero que ninguna causa puede compararse con el deseo inherente a los hombres por mejorar su vida material; y al preguntarse por el futuro de la migración, contesta que aumentará con el tiempo, debido al crecimiento de los medios de comunicación y al desarrollo de la manufactura y el comercio. Cierra estas conclusiones con una frase que sintetiza de manera excelente su teoría: la migración significa vida y progreso, y una población sedentaria significa estancamiento.[5]

            Este juicio en favor de la migración nunca llegó a los estudios hispanoamericanos; por el contrario, se consideró al fenómeno como una de las causas del deterioro de las ciudades. Conceptos como sobreurbanización, terciarización, marginalidad, etc., acompañaron la investigación de ese campo en los años sesenta.

            Los análisis de la urbanización tomaron la predicción de Ravenstein acerca del crecimiento constante de la migración en el tiempo, para alimentar escenarios catastróficos. Una cita del artículo de K. Linch de la revista Scientific American en 1965 es buen ejemplo de ello: “Imaginemos por un instante que por efectos del crecimiento de la población humana y de la evolución de la técnica, se ha llegado a la total urbanización del globo terráqueo; que una ciudad única cubre la superficie útil de la tierra. ¿Verdad que tal perspectiva nos parece como una pesadilla?”.[6]

            En los años setenta hubo un cambio en la forma de analizar a la pareja migración-urbanización en Hispanoamérica: para unos fue ruptura epistemológica; para otros, involución ideológica. La migración se explicó por la funcionalidad que tiene una reserva de mano de obra en la acumulación de capital, que recurre a estrategias familiares para sobrevivir; y la concentración de la población se atribuyó a las modalidades de la producción de una sociedad: las economías de mercado quedarían destinadas a sufrir las consecuencias de la alta concentración de población, mientras los países que tienen una planificación centralizada podrán dormir urbanamente tranquilos.[7]

            Sueños o pesadillas despertaron en el principio de los años ochenta, cuando en 1982 la revista Scientific American, la misma que había sido testigo de la ciudad mundial de Linch, publicó un artículo de D. R. Vining en el que muestra que durante el decenio de los setenta, un buen número de países desarrollados experimentaron por primera vez en su historia industrial un decrecimiento demográfico en sus grandes metrópolis, lo que significa poner en duda la irreversibilidad de la urbanización.[8] Pasó casi un siglo para que los hechos contradijeran la ley de Ravenstein sobre la asociación entre el crecimiento de la migración y el desarrollo económico.

            Al parecer, un hallazgo científico no es una aventura individual. En el mismo año que Vining publicó su artículo, la revista Economic Development and Cultural Change dedicó un número al estudio del desarrollo y la urbanización en el Tercer Mundo, basado en algunas investigaciones del International Institute for Applied Systems Analysis. Destaca en ese número un artículo de J. Ledent[9] en el que construye un modelo matemático para explicar el comportamiento de las transferencias de población de las zonas rurales a las zonas urbanas durante la modernización. En él muestra que, de manera similar a la transición demográfica, la movilidad de población rural-urbana aumenta y disminuye de acuerdo con el desarrollo económico.

            El antecedente teórico de esa modalidad en la migración se encuentra en un trabajo de Zelinsky publicado en 1971,[10] en el que afirma que ésta no aumenta de manera creciente con el desarrollo económico, sino que su comportamiento se da en forma de campana. Zelinsky supone cinco etapas de desarrollo en las que las intermedias se caracterizan por migraciones masivas que van decreciendo conforme el país avanza en su economía.

            Varios países desarrollados han experimentado la disminución de la tasa de migración rural-urbana; pero sólo a fines de los años setenta y comienzo de los ochenta, cuando los datos censales mostraron que en algunos la dirección de la migración se había invertido en contra de las grandes ciudades, los investigadores volvieron a la teoría de Zelinsky como una de las fuentes de explicación del nuevo fenómeno.[11]

            Varios especialistas consideran que en México la disminución en la tasa de migración rural-urbana se presentará en un futuro cercano. Ledent estima que esta tasa en el país llegó a su máximo durante 1980, por lo que es de esperar que en la década de los ochenta se vea esa disminución (cf. nota 9). Brambila muestra que esta predicción es excesivamente optimista, pues las proyecciones de Naciones Unidas, base de información del trabajo de Ledent, subestiman el crecimiento urbano de México y, por lo mismo, la tasa de migración rural. Brambila calcula que la disminución de esa tasa se manifestará en el decenio 1990-2000.[12] Para elaborar estos dos escenarios los autores tomaron como definición de población urbana la que vive en localidades de 2 500 o más habitantes. Con esta misma definición, las proyecciones de Nuñez y Moreno estiman que esa pérdida en la intensidad de la migración comenzará en el quinquenio 1995-2000 (cf. nota 2). Es la primera vez que en el futuro de la urbanización de nuestro país se espera una disminución de la tasa de migración rural. El año 2000 parece ser el umbral de ese cambio.

            Recordemos que en los países hispanoamericanos la urbanización de los años sesenta y setenta preocupó a distintos sectores sociales debido a la gran velocidad con que se concentraba la población en las grandes ciudades, y esto desalentaba cualquier medida de planificación. Un futuro que indica la disminución en la intensidad de la urbanización puede tomarse como promesa para quienes deciden la organización económica y social de las metrópolis. Pero ese cambio demográfico no puede interpretarse, necesariamente, en forma favorable. En México la intensa urbanización de las dos décadas pasadas estuvo acompañada de crecimiento económico sostenido; comportamiento que ha perdido la economía de nuestro país en los últimos años. Es probable que esta caída disminuya la tasa de migración rural en este de-cenio, ya que los factores de atracción tradicionales en las grandes ciudades habrán perdido fuerza, y si a esto agregamos el cambio demográfico anunciado por Ledent, Brambila, Nuñez y Moreno, nuestro país comenzará el principio del siglo con una población con poca vitalidad demográfica y económica.

 

 

2. Población rural y grado de desarrollo: comparación entre países

 

Las proyecciones de población elaboradas por Nuñez y Moreno muestran que en el año 2005 la población rural de nuestro país, en términos absolutos, será menor que la de quinquenios anteriores. Esta disminución de la población rural, de la misma manera que la caída en la intensidad en la migración –que he comentado–, aparece por primera vez en el futuro de la urbanización de nuestro país. Como en el caso de la migración, este cambio en la población rural ocurre desde hace algunos años en varios países industrializados.

            Una de las explicaciones de este fenómeno se atribuye a la vinculación entre el desarrollo y la urbanización de los distintos países. Cuando uno de ellos se acerca al umbral que marca las participaciones –más o menos constantes– de los sectores de población rural y urbana, y el porcentaje de población urbana comienza a permanecer en el recorrido del techo de una curva logística, la población rural disminuye en términos absolutos.[13]

            Hice algunos cálculos mínimos para comparar el producto bruto per cápita y el grado de urbanización de unos pocos países. Para evitar comparaciones odiosas tomé un pequeño grupo de países –27 en total– en los que se daban dos características semejantes: i) un volumen de población mayor que los 20 millones de habitantes en 1970; y ii) que en ellos funcionara lo que se dio en llamar una economía de mercado. Consideré conveniente que la geografía continental estuviera presente en los países seleccionados, por lo que tuve que sacrificar en unos pocos casos el requisito del volumen de población. La muestra quedó constituida por los siguientes países: Etiopía, Zaire, Egipto, Sudáfrica y Nigeria, de África; Korea, Japón, Indonesia, Filipinas, Bangladesh, India y Pakistán, de Asia; México, Argentina, Brasil, Colombia, Perú y Venezuela, de América Latina; Estados Unidos y Canadá, de América del Norte; Gran Bretaña, Italia, España, Francia, República Federal Alemana y Turquía, de Europa; y Australia, de Oceanía.

            En el cuadro 1 presento, para estos países, las variables: producto interno bruto per cápita (pibpc) población total, población rural, población urbana, y porcentaje de la población urbana respecto a la total, en los años 1960 y 1990. Con la primera y la última de estas variables elaboré las gráficas 1 y 2 que relacionan el pib per cápita (como un porcentaje del pib per cápita de los Estados Unidos) con el grado de urbanización (porcentaje de población urbana) de los países en los años de 1960 y 1990.

            En el cuadro 1 es notorio que la urbanización continental es muy diferente. De 1960 a 1990 los países africanos y asiáticos exhiben una intensa urbanización; en América Latina la urbanización es menor que la asiática, pero mayor que la europea. El comportamiento del pibpc de los países no tuvo correlación con la fuerza de la urbanización. En África ese dato disminuyó en términos relativos, mientras los grados de urbanización aumentaron de manera notable. Asia presentó el fenómeno más promisorio de los últimos treinta años: Korea, Japón e Indonesia duplicaron su producto per cápita entre 1960 y 1990. En América Latina, Argentina y Venezuela perdieron en su desarrollo económico relativo, y México y Brasil apenas sostuvieron en 1990 el lugar obtenido en 1960. Los países europeos, por el contrario, tuvieron un acercamiento al pib per cápita de los Estados Unidos, lo que marcó una clara dualidad entre los países más y menos desarrollados.

            Las gráficas 1 y 2 ilustran los datos del cuadro 1. El lugar que ocupan los países en los ejes cartesianos de las gráficas (el pib per cápita en el eje de las “X” y el porcentaje de población en el eje de las “Y”) se parecen a una curva, en la que los países de mayor desarrollo y mayor urbanización se localizan cerca del punto en el que estaría el máximo de la curva, mientras los países de menor desarrollo y menor urbanización no alcanzan el punto de inflexión.

            En la gráfica 1, correspondiente al año de 1960, la “curva” es suave, la posición que guardan los países en la asociación entre su desarrollo económico y el grado de urbanización parece indicar una pauta –más o menos continua– que va de países de menor desarrollo (países africanos y algunos asiáticos) a otros de desarrollo medio (países de América Latina, Japón, Italia y España), y que termina en los de mayor desarrollo (países europeos, países americanos y Australia). Con base en esa pauta, no era difícil suponer que los países menos avanzados podían tener la esperanza de un destino económico alentador a mediano o largo plazos.

            La gráfica 2 muestra una esperanza fallida. Los países industrializados se han alejado del resto de los países, sólo España e Italia se acercan al “club” de los países avanzados; mientras los países que en 1960 tenían un desarrollo medio, en 1990 se aproximan al grupo de los países pobres. El único caso que logró colarse al “club” de los países ricos es Japón.[14]

            He comentado tres características de la urbanización que puede tener México a fines de este siglo: i) aumento en el grado de urbanización (porcentaje de población urbana); ii) reducción de la tasa de migración rural; y iii) disminución de la población rural en términos absolutos.

            Estas características se mencionaban con poco frecuencia en los escenarios futuros de la urbanización en nuestro país; por lo común, la referencia al tamaño de la población que alcanzaría la ciudad de México en el año 2000 opacaba cualquier otra preocupación. La perspectiva de convertirse en la ciudad más grande del mundo, junto con la alta primacía que había aumentado de 1940 a 1970, y su contrapartida, la fuerte dispersión de población que continuaba creciendo por la multiplicación de localidades muy pequeñas, disminuyen la importancia de otros fenómenos que son fundamentales para explicar la distribución de población de un país. Ejemplo de esto son las ciudades intermedias y los sistemas de ciudad que, afortunadamente, en los últimos años han despertado interés en los sectores académico y gubernamental.

            La diferencia entre estos dos tipos de características que se atribuyen al futuro urbano del país, radica en la base de información que apoya el diagnóstico. Si la referencia es una proyección de los tamaños de población de las ciudades, la atención se centra en el volumen de población que alcanzará la ciudad capital; pero si los datos provienen de una proyección de población urbana y rural, los fenómenos atendidos serán los que relacionan las pérdidas y ganancias de población entre los sectores urbano y rural. La originalidad del trabajo de Nuñez y Moreno radica en haber seleccionado la segunda opción, que permite escapar del círculo vicioso en el que nos encierran frecuentemente las proyecciones de población urbana.

            Es posible que las tres características que mencioné como probables en el futuro urbano de México, parezcan contradictorias. Por una parte, cómo puede explicarse que el aumento en el porcentaje de la población urbana se presente al mismo tiempo que la disminución en la tasa de la migración rural; y por otra, cómo puede asociarse esa disminución en la migración rural con un decrecimiento en el volumen de población de ese sector.

            La respuesta lógica a esas aparentes contradicciones es sencilla. Una de las fuentes de la urbanización es la reclasificación de las localidades rurales en urbanas, lo cual permite que el crecimiento natural por sí solo, en ausencia de migración, puede dar lugar a un aumento en el porcentaje de población urbana; en forma semejante, la reclasificación puede verse como una pérdida de población rural sin la participación de la migración. Estos ejemplos sólo tienen un propósito analítico, dado que la tasa de migración rural disminuirá pero no será nula.

            Valdría la pena saber cómo afecta la reclasificación de localidades el grado de urbanización, ya que si este fenómeno es importante, las ciudades más pequeñas, las que tienen menor posibilidad de desarrollo, constituirían una parte considerable de la población urbana;[15] y si en el futuro la reclasificación de localidades crece en importancia, es posible que las ciudades más pequeñas constituyan uno de los factores que expliquen la ubicación que atribuí a nuestro país en las gráficas analizadas.

            En estas reflexiones hay una hipótesis implícita: la posibilidad de un grado de independencia suficiente del comportamiento demográfico respecto al desarrollo económico. Es sabido que cuando se habla de la correlación entre esas esferas de fenómenos, se acepta que economía y población se influyen mutuamente. Pero en la práctica de la investigación, la mayoría de las veces, las variables demográficas se consideran determinadas por las modalidades de la producción o las relaciones sociales. Pocas veces se apoya el valor intrínseco del comportamiento demográfico; sus primeros críticos son los demógrafos.

            Creo que es conveniente recordar la primera parte de la frase final del trabajo de Ravenstein: la migración significa vida y progreso... Para él el movimiento de la población es lo que da vida y progreso, no a la inversa.

 

 

3. Futuros necesarios, contingentes y probables: las políticas de distribución de la población

 

En nuestra niñez oíamos que en el año 2000 llegaría el fin del mundo, y en la misa dominical escuchábamos que se creía en la resurrección de los muertos. Si estas creencias fueran no sólo de dominio popular, sino también estatal, en lugar de comentar las proyecciones de Nuñez y Moreno estaríamos elaborando un futurible sobre cómo se distribuirá la población resurrecta. Esto representa un escenario ingenuo de un futuro determinístico o necesario.

            Esta ingenuidad no nos es ajena. En los años setenta la revaloración de algunos elementos teóricos de la economía política abrió un nuevo horizonte en los estudios de población de América hispánica. La investigación demográfica cambió el esoterismo estadístico por uno teórico. La hermenéutica de los textos clásicos de Marx y Lenin se convirtió en un requisito necesario para poder opinar sobre fecundidad, mortalidad, migración y urbanización.

            Es innegable la riqueza de esa influencia en los estudios de población. Desafortunadamente no todas las áreas de investigación tuvieron la misma suerte. En el análisis de la población rural existían trabajos extraordinarios sobre estructura agraria, fundamentales para el desarrollo teórico y empírico de este tema. Libros y revistas son testigos de esa fecundidad. En cambio, quienes se dedicaban al estudio de la población urbana no encontraron antecedentes en los clásicos de la economía política, por lo que el análisis de este sector de población la mayoría de las veces quedó atrapado en el apotegma de Marx que atribuye el comportamiento de la población, sus leyes, a las modalidades de la producción. Presente y futuro de la distribución de la población se convirtieron en un fatalismo. La concentración de la población era un destino inexorable mientras no se superaran las modalidades de una economía de mercado; en estas condiciones,  los planificadores urbanos sólo eran especies de discípulos de Sísifo sin esperanza en el resultado de su trabajo.

            La imagen del futuro necesario, en el que todo está escrito, se contrapone al futuro contingente, en el que todo es posible. Los argumentos de Popper contra el determinismo y en apoyo a esos futuros contingentes, son conocidos: i) el devenir de la historia está profundamente influido por el desarrollo del conocimiento humano; ii) no podemos predecir, mediante métodos científicos o racionales, el futuro del desarrollo científico; iii) no podemos predecir, entonces, el futuro de la historia humana.[16] Es común que a estos argumentos se les atribuya un contenido ideológico, dada la aversión de Popper a la sociedad de planificación centralizada; pero estas premisas no son nuevas; con palabras semejantes Aristóteles dice:

 

Conocemos por nuestra experiencia personal que los sucesos futuros pueden depender de las determinaciones y acciones de los hombres, y que hablando más ampliamente, aquellas cosas que no son ininterrumpidamente actuales muestran en sí una potencialidad, es decir un poder ser o poder no ser. Si tales cosas pueden ser y pueden no ser, los sucesos pueden ocurrir o pueden no ocurrir. Hay muchos casos evidentes de ello.[17]

 

            Entre el fatalismo de los futuros necesarios y la incertidumbre de los contingentes, los demógrafos elaboran futuros probables: las proyecciones de población. Las variables que analizan (sexo, edad) y los eventos que estudian (nacimientos, defunciones, cambios de residencia) les permiten superar determinismos y contingencias.

            Estos futuros, los de las proyecciones de población, son los que justifican la planeación urbana y las políticas de distribución de población. No es posible planificar lo que necesariamente va a pasar, o lo que puede suceder o no suceder: pero hay campo para las políticas de población en escenarios probables.

            En este sentido, las proyecciones de población de Nuñez y Moreno presentan un reto a quienes toman las decisiones de las políticas de distribución de la población. La disminución de la población y migración rurales que preven en el futuro cercano, son anuncios de una pérdida en la vitalidad demográfica del país. Antes que México llegue a esa madurez demográfica, estos años pueden ser oportunos para poner en práctica políticas de población.[18]

 

Cuadro 1

Países de economía de mercado con mayor número de

habitantes: producto interno bruto per cápita, población

total y porcentaje de población urbana, 1960 y 1990

a               Producto interno bruto per cápita definido como el porcentaje del pib per cápita de los Estados Unidos en cada año. El pib per cápita está definido en precios de dólares de los Estados Unidos en 1985.

b               Para el cálculo del pib per cápita de la República Federal Alemana (rfa) se tomó el rubro de Alemania (Germany) que aparece en Barro, y las poblaciones (total, rural y urbana) de la rfa que presenta Naciones Unidas

Fuente: R. J. Barro y X. Sala -i- Martín, Economic Growth, Mc Graw Hill, Nueva York, 1995 (cuadro 10.1) y “Modalidades de crecimiento de la población urbana y rural”, Estudios Demográficos, núm. 68, 1981, Naciones Unidas, Nueva York.

 

Gráfica 1

Países de economía de mercado1 con mayor número de habitantes: producto interno bruto per cápita (porcentaje del pibpc de los Estados Unidos) y porcentaje de población urbana, 1960

 

Gráfica 2

Países de economía de mercado1 con mayor número de habitantes: producto interno bruto per cápita (porcentaje del pibpc de los Estados Unidos) y porcentaje de población urbana, 1990

 

 



[1] Through the looking-glass, Londres, Collier-Macmillan, 1962, p. 229.

[2] L. Nuñez y L. Moreno, México, Proyecciones de población urbana y rural, 1980-2010, México, Academia Mexicana de Investigación en Demografía Médica, 1986.

[3] Véase P. I. Singer, “Migraciones internas. Consideraciones teóricas sobre su estudio”, en Migración y Desarrollo, Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 1972, p. 45.

[4] E. Lee presenta esas conclusiones como la sexta y séptima leyes de Ravenstein, “A theory of migration”, en J. A. Jackson (comp.), Migration, Cambridge, Cambridge University Press, 1962, p. 283.

[5] E. G. Ravenstein, “The laws of migration”, Journal of the Royal Statistical Society, núm. 52, 1889; reimpreso en The Bobbs Merril Series in the Social Science, p. 288. Por su parte, V. I. Lenin comparte esta opinión favorable de la migración: “La migración [...] constituye uno de los más importantes factores que impiden a los campesino ‘cubrirse de musgo’ que la historia ha acumulado ya con exceso sobre ellos”, El desarrollo del capitalismo en Rusia, Buenos Aires, Ediciones Estudio, 1973, p. 261.

[6] K. Linch, “La ciudad como medio ambiente”, en K. Davis et al., La ciudad, Madrid, Alianza Editorial, 1965, p. 245.

[7] Véase G. Garza, El proceso de industrialización en la ciudad de México, 1821-1970, México, El Colegio de México, 1985, pp. 27-42.

[8] D. R. Vining, “Migration between the core and the periphery”, Scientific American, núm. 6, 1982, pp. 45-53.

[9] J. Ledent, “Rural-urban migration, urbanization and economic development”, Economic Development and Cultural Change, núm. 30, 1982, pp. 507-503.

[10] W. Zelinsky, “The hypothesis of the mobility transition”, Geographical Review, núm. 61, 1971, pp. 219-249.

[11] Véase W. Alonso, “Five bell shapes in development”, Papers and Proceeding of the Regional Science Association, núm. 45, 1989, pp. 5-16.

[12] C. Brambila, “Patrones de migración interna en México. Documento para discusión”, México, El Colegio de México, ceddu, mayo, 1985 (mimeo.).

[13] Véase J. M. Wardwell, “Toward a theory of urban-rural migration in the developed world”, en D. L. Brown y J. M. Wardwell (comps.), New directions in urban-rural migration, Nueva York, Academic Press, 1980, pp. 71-113.

[14] Esta dualidad ha sido motivo de algunos estudios en la nueva teoría del crecimiento económico. Véase M. Chatterji, “Convergence clubs and endogenous growth”, Oxford Review of Economic Policy, vol. 8, núm. 4, 1992, pp. 57-69 y B. Ben-David, “Convergence clubs and subsistence economies”, Journal of Development Economics, vol. 55, 1988, pp. 155-171.

[15] En México el número de las localidades entre 2 500 y 5 000 habitantes aumentó, de 664 a 967 en el periodo 1960-1980 (C. Ruiz, “La ciudad de México en el sistema nacional de ciudades”, México, El Colegio de México, ceddu, 1986 (mimeo.). Ese mismo grupo de localidades en Gran Bretaña a principios de siglo (1901-1911) disminuyó de 290 a 274 (B. T. Robson, “The growth of cities in England and Wales in the nineteenth century”, en L. S. Bourne y J. W. Simmons, Systems of Cities, Nueva York, Oxford Press, 1978, pp. 126-149.

[16] K. R. Popper, The poverty of historicism, Nueva York, Harper Torchbooks, 1961, pp. VI-VII.

[17] De la expresión o interpretación (C. 9, 18b/19a), México, tomado de la segunda edición de Aguilar, 1977.

[18] En países avanzados industrialmente, la influencia de las políticas de distribución de la población es sólo marginal, mientras que en países de menor nivel de ingreso pueden ser cruciales para el desarrollo económico y social. Véase H. W. Richardson, “Population distribution policies”, Population Bulletin of the United Nations, núm. 15, 1983, pp. 35-49.

buypillsonline2014.comvermox onlinecheap combiventbuypillsonline2014.com