Espacio de las representaciones,
representaciones del espacio: una relectura sobre el imaginario
Georges B. Benko
Universidad de París I/Instituto de
Geografía/CNRS
Las
reflexiones que presentamos a continuación no tienen otra ambición que
sintetizar algunas ideas sobre la representación de lo real. Resultan a partir
de una lectura basada en obras teóricas de antropología y física teórica. El
objetivo de estas reflexiones es el de volver a pensar con profundidad y
discutir una vez más la imagen que nos construimos de la realidad.
Gilbert Durand en su libro Las estructuras antropológicas de lo
imaginario (1969) definió a lo
imaginario como el “trayecto” en el cual “la
representación del objeto” se deja asimilar y modelar
por los imperativos pulsionales del sujeto, y en el cual
recíprocamente las “representaciones subjetivas” se explican por
los acomodos anteriores del sujeto al “medio objetivo”.
Ante todo, lo que nos interesa en esta
afirmación de Durand no es lo que aparece como problemático (determinar las motivaciones
psicológicas del sujeto), sino lo que se presenta como evidente porque está
planteado como un a priori.
Se trata en este caso preciso de las nociones de representación y medio
objetivo. Durand no parece tener la necesidad de producir una definición precisa
de estas nociones, prefiriendo en este nivel, sin duda, lo implícito a lo
explícito. Y sin embargo, en lo que nos concierne, plantear la cuestión de las
representaciones en el contexto de una teoría de lo imaginario implica que es
necesario interrogarse, a la vez, sobre las condiciones de formación de estas
representaciones y sobre la noción de lo real tal como el autor nos la
presenta aquí, a saber, como referencia objetiva.
Es necesario observar que la concepción de lo “real”
como entidad concreta y objetiva jamás ha gozado de un consenso; empero,
paradójicamente siempre ha constituido la forma de entender al hombre y la
materia. Precisamente por ello es que resulta fundamental, en un primer
momento, intentar conocer las diferentes acepciones, así como sus implicaciones
tanto en el ámbito teórico y metodológico, como ontológico.
Teniendo en cuenta el estado actual de esta
cuestión, nos conformaremos en este texto con iniciar una reflexión sobre la manera
en que ciertas disciplinas científicas se plantean e identifican lo real, y
sobre la naturaleza de los instrumentos de análisis que ellas utilizan.
Como se puede constatar aquí, no abordaremos
como tales las nociones de imaginario, de espacio y de representaciones; aun cuando
ellas aparezcan a lo largo de toda la discusión, debe quedar claro que son
empleadas a falta de otras mejores, ya que lo que ellas recubren y a lo que
ellas aluden constituye uno de las principales problemas de estas notas de
investigación. Por el momento, sólo podemos comprometer el sentido, esperando
que este compromiso tenga un cierto valor heurístico.
¿Es un invariante lo real?
Desde
el siglo XVIII el
pensamiento científico, y más particularmente el de la física teórica
(gravitacional y termodinámica), ha sabido imponer en el universo del
conocimiento, si no su definición de lo real, al menos su manera de interrogar
la realidad. El imperialismo del paradigma objetivista de las ciencias de la
naturaleza, en efecto, no ha carecido de consecuencias sobre el desarrollo de nuevas
teorías que han participado ampliamente en la redefinición de ciertas
disciplinas asociadas con las ciencias humanas.
La
fusión entre el estructuralismo y la antropología social –que, por su parte,
frecuentemente ha sacado ventaja de la física y de las ciencias matemáticas,
tanto para validar ciertas elecciones teóricas como para legitimar sus dominios
de competencia– es sin duda uno de los ejemplos, a la vez interesante y
caricaturesco, de esta voluntad un poco ingenua de adquirir un carácter científico
sobre la sola y escasa base de préstamos metodológicos y conceptuales. En el
caso muy preciso de la antropología estructural, la preocupación por ser
reconocida como ciencia legítima simplemente la ha encerrado en un círculo
hermenéutico que ha comprometido todo el proyecto. Es necesario señalar aquí
que la antropología estructural ha nacido en el corazón del debate que desde
hace mucho tiempo ha enfrentado a la historia con la etnología. Lévi-Strauss –y
él nunca lo ha escondido– ha querido servirse de las armas que le proveía el
estructuralismo para arreglar, más o menos, sus diferencias con esas dos
disciplinas.
Regresaremos con más detalle sobre estos
aspectos a lo largo de nuestra discusión. Por principio, intentemos precisar,
en la medida en que lo comprendemos, este paradigma de las ciencias físicas que
está en el origen de la representación denominada objetiva de lo real.
La hipótesis ontológica de una realidad
independiente
La
primacía de la realidad física sobre el pensamiento (lo espiritual, la mente)
le otorga a lo real una naturaleza independiente del hombre, fuera de la
captación existencial y de toda percepción sensorial. Limita así el
conocimiento de la realidad a un recorte efectuado según las leyes de un
esquema objetivo universal, cuyos resultados y conclusiones no pueden hacer
manifiestamente alguna referencia a la comunidad de observadores humanos. Esta
forma de recorte está en la base del postulado del realismo físico, dentro del
cual la realidad sólo puede ser independiente, pues ella es considerada como un
dato objetivo preexistente a toda historia, a toda transformación. El objeto de
esta teoría ha sido el de elaborar un “relato inteligible” de esta realidad objetiva.
No resulta sorprendente que a partir de una hipótesis semejante, los
partidarios del realismo físico denuncien la afirmación positivista que
pretende que sólo existe una realidad empírica, cuyo recorte debe ser realizado
en vistas de nuestras acciones posibles sobre lo real, y lo que es más, que
sólo podemos esperar conocer lo que resulta de nuestras observaciones y nuestros
actos.
Según el punto de vista del realismo físico,
no se puede entonces pretender la objetividad sin plantear como a priori la existencia
de una realidad independiente, al abrigo de las transformaciones posibles por
los factores “contextuales o accidentales”. En consecuencia, es necesario
mantener al sujeto-observador al margen y considerar a lo real sólo como un
sistema físico objetivo. Ilya Prigogine e Isabelle Stengers en La nueva alianza (1979)
nos informan sobre el papel que debe jugar el sujeto en la física: “el sujeto
se debe conformar con elaborar y probar teorías de las cuales no puede en
ningún caso ser el objeto”. Es a partir de presupuestos análogos que el
estructuralismo plantea a su vez las condiciones de elaboración de su modelo de
análisis. Interesados en su apariencia materialista y forzados a desarrollar, según
ciertas necesidades lógicas, una teoría coherente, el estructuralismo va a
inspirarse en las “visiones” objetivistas del realismo científico.
La realidad estructural
Más
matizado, pero sin duda más pernicioso, el estructuralismo conoce la existencia
de “una voluntad cualquiera” a partir de la cual lo real no es totalmente
autónomo, dado que en parte depende de un observador. Por el contrario, esta
dependencia es sobre todo relativa a las reglas de elaboración de un sistema de
observación y de su capacidad –en tanto que estructura lógica– para relacionar
entre sí las características formales de los elementos observados. En un caso
semejante, el observador se encuentra con que se le confía un papel ambiguo,
pues en un cierto sentido asume la tarea activa de referente universal, aunque
intervenga en el proceso de observación sólo como el instrumento de una manipulación
lógica, de la cual de ninguna manera puede cambiar la dirección. Este ligero
desplazamiento producido a partir del “modelo” objetivo de las ciencias
físicas, obliga al estructuralismo a postular una realidad que será a la vez
definida por la sola voluntad del sistema de observación considerado, y
sometida a la coherencia lógica de sus estructuras, poco importa si este
sistema es una construcción abstracta o una concepción del pensamiento. Aun
cuando pretendamos –como lo hacía Adam Schaff (1972)– que “tanto el sistema,
como la estructura de este sistema son objetivos y que el conocimiento tiene
por tarea descubrirlos y formularlos”, no podemos convencernos de que, así
planteada, la realidad estructural sea otra cosa que un artefacto. Entonces
poco importa que el sistema de observación, preocupado por generar una cierta
pertinencia científica, proceda de una metodología formal y objetiva: no
hay garantía en cuanto a la arbitrariedad en el nivel de interpretación de los
hechos observados y de su rearticulación con la realidad. El funcionamiento
exclusivamente sincrónico del modelo de análisis estructural explica en parte
este tipo de arbitrariedad. En efecto, cuando Lévi-Strauss hace el estudio de
una sociedad primitiva siguiendo el eje sincrónico, sustituye a la realidad por
un mundo homogéneo, asimilable a la estructura de su sistema de clasificación.
Existe, pues, una negación del pasado histórico del grupo estudiado, una
negación de la dinámica de sus relaciones sociales y de los lazos activos que
entretejan con sus creencias. El objeto observado es tomado como un “fósil”,
sin contexto y sin posibilidad de acción sobre ese contexto. Más aún, todo lo
que no puede ser sometido al dominio del modelo de análisis es sistemáticamente
eliminado, como si la realidad nunca hubiera generado su existencia.
Las estructuras de la realidad, así
subordinadas a las reglas del método, pueden pues sustraerse a la evolución
histórica y a la dinámica de las leyes causales. “Lo que importa esencialmente
es encontrar siempre y en todos lados la verdad estructural” (Makarius, 1970).
“En lugar de ser parte de un proceso gobernado por la causalidad,
cada fenómeno aparece como siendo parte de un sistema gobernado por la
correlación. Se explica y se define por la función que desempeña, función que
lo integra a este sistema. (Makarius, 1970).”
La realidad
estructural obviamente es mucho más
compleja que esto que acabamos de decir; sin embargo, podemos desde ahora
intentar desentrañar sus premisas ontológicas. Primero, es necesario concebir
lo real como una entidad abstracta que de verdad sólo toma sentido con relación
a la necesidad lógica impuesta por las leyes coexistenciales (morfológicas).
Dado que la ciencia no se interesa por las cosas y los fenómenos singulares como
tales, sino por las clases de cosas y de fenómenos, debemos suponer que lo “verdadero”
implica una verosimilitud lógica y coherente, “puesta a prueba por una
taxonomía inevitable” (Makarius, 1970). Agreguemos por fin que las leyes
coexistenciales caracterizan toda tendencia estructuralista que tenga por rasgo
común el de acentuar el papel de la ciencia, lo que implica las siguientes
obligaciones metodológicas:
·
Captar el objeto de investigación como una
totalidad que posee el carácter de sistema.
·
Intentar el descubrimiento de la estructura
del sistema dado.
·
Tender subsecuentemente a descubrir las leyes
estructurales (coexistenciales) que se manifiestan en dicho sistema.
·
Estudiar el sistema en su perfil sincrónico,
que en tanto que modela idealizando, elimina el parámetro del tiempo (T=0)
(Schaff, 1972).
Teniendo en cuenta lo planteado respecto a las
características esenciales de la aproximación estructural, y reconociendo que hemos
hecho una descripción sumaria, intentemos ahora comprender las posiciones de
Adam Schaff sobre el estructuralismo y su voluntad claramente reconocida de mediatizar
el proyecto estructuralista.
Schaff admite claramente que la realidad está
en constante movimiento y en mutación, y que de ningún modo ella es amorfa: “por
el contrario, el movimiento conduce a los sistemas relativamente aislados, a
estados de equilibrio relativo” (Schaff, 1972). Este equilibrio es la
estabilidad definida de las relaciones existentes entre los elementos de la
realidad. Es relativo porque es temporario.
Estas observaciones son fuertemente atractivas en la medida en que hacen
intervenir una dimensión hasta aquí voluntariamente ignorada por el
estructuralismo, y que participa en la relativización aparente de las
posiciones estructuralistas más dogmáticas, es decir, concede una posibilidad
de transformación en el “tiempo” de los sistemas, por el carácter temporal de
su equilibrio. Schaff continúa insistiendo en la importancia de descubrir y
formular no sólo las leyes estructurales (coexistenciales) de los sistemas en
equilibrio relativo, sino también las leyes dinámicas y causales de la
realidad. Por último, y siempre siguiendo a este autor, el estudio de estos dos
tipos de leyes no únicamente es justificado, sino lo que es más, se afirma que
“sólo su aprehensión complementaria permite obtener una imagen global y precisa
de la realidad” (Schaff, 1972).
Las intenciones teóricas y metodológicas
formuladas por este autor, nos parecen, más que legítimas, ejemplares.
Privilegiar una aprehensión complementaria de las leyes del desarrollo causal
de lo real y de las leyes coexistenciales (morfológicas) de su estructura,
parece a priori no plantear ningún problema. Pero si Schaff insiste en la
posibilidad y la ventaja de una acción complementaria de estas leyes, tampoco
insiste menos sobre la importancia de reconocer que hay subordinación de la una
a la otra... “Resulta entonces que el conocimiento de las leyes coexistenciales
es la base elemental que nos permite articular la realidad”. La captación de lo
real por las leyes morfológicas será, según el autor, el más antiguo
conocimiento en la historia de la humanidad... “éste ha nacido y se ha
desarrollado a medida que el hombre aprendía a distinguir una planta de otra,
un animal de otro, es decir, a articular la realidad sobre la base de su
capacidad, fijada por la práctica, de reconocer las propiedades coexistenciales
que distinguen las cosas”. Si asumimos lo que nos plantea Schaff, entonces el
hombre es “estructuralista” desde que es hombre, y clasifica todo naturalmente.
Y sin embargo, para retomar las palabras de Makarius, “nada nos autoriza a
suponer que naciendo, nuestro pensamiento lleva consigo totalmente el prototipo
de este cuadro elemental de toda clasificación” (Makarius, 1970). Que el hombre
“primitivo” pueda distinguir las clases de especies o, más exactamente, los
elementos formales, pudiendo constituir una clase específica, no presupone
necesariamente que él esté en posibilidad, en su aprehensión inmediata, de
constituir un sistema de relaciones según las reglas de una estructura lógica, inclusive
ni de poder articular el conjunto de estas relaciones. Más bien, es probable
que en este caso lo real quede constituido por una serie de experiencias
sensibles y que, en consecuencia, un objeto o una clase de objetos estén, ante
todo, en relación dinámica con su contexto.
Nos resulta difícil pretender que existe una
complementariedad o aun una superposición de las leyes coexistenciales y
dinámicas, en la medida en que ellas nos parecen cada vez menos compatibles. Teóricamente
se puede imaginar tal complementariedad; por el contrario, en el plano
metodológico, si intentamos hacer la síntesis de estos dos métodos, reduciendo
al mínimo los problemas conceptuales que ello implicaría, es más que probable que
en términos del análisis no estemos confrontados ante dos aspectos particulares
de lo real, sino más bien frente a dos realidades, distintas la una de la otra.
Un ejemplo: Lévi-Strauss y el mito estructural
Antes
de avanzar más en esta discusión y de intentar de manera más sistemática que
surjan los puntos comunes entre la antropología social y la física teórica con
relación al concepto de realidad, es preciso plantear algunas cuestiones sobre
el mito, tal como se lo analiza siguiendo las “prescripciones estructurales”.
La obra de Lévi-Strauss ha impuesto a la
etnología tradicional un viraje brusco de perspectiva y además ha formulado las
bases de una epistemología general de las ciencias del hombre. En este sentido,
esta obra ofrece indiscutiblemente un gran número de recursos para la
antropología social. Aun cuando el estructuralismo ha permitido proveer a la
antropología su primera metodología “científica”, los problemas que ésta
plantea aún están lejos de quedar resueltos. Como ya lo hemos mencionado, el enfoque
estructural conduce a que el objeto considerado quede aislado, lo atomiza, y
finalmente pierde toda sustancia, en beneficio de una brillante demostración.
Además, sustituye la realidad por un cuadro de referencia artificial y
abstracto, a fin de someterla, sin discusión posible, a las reglas del método.
Aplicadas al estudio del mito, semejantes
estrategias metodológicas reducen considerablemente su campo de acción y
limitan los significados. En el sentido en que esta perspectiva rechaza la
consideración de las propiedades semánticas del objeto/mito (cadenas
sintagmáticas), el análisis estructural sólo puede aprehender el mito a partir
de sus propiedades morfológicas (clases paradigmáticas y relaciones
coexistenciales), lo que produce, como lo veremos, analogías de superficie.
El mito, según Lévi-Strauss, es antes que todo
una estructura narrativa de la cual es necesario captar las leyes que la
engendran y el código que las autoriza. Así planteado, el mito pierde toda
sustancia simbólica, ya que su contenido semántico no podrá, en ningún momento,
ser objeto de cualquier tipo de consideración. En otras palabras, la intriga
contada por el mito, que constituye lo esencial de su función mediadora entre
las prescripciones e indicaciones que lleva consigo y la práctica social a la cual
se dirige, será considerada por el observador sólo como una variable
secundaria, el modelo de análisis no puede dar cuenta de ella. Pero incluso si
se extrae la dimensión ideológica (simbólica) del mito, es decir, la que tiende
a justificar los comportamientos sociales, a autorizar los rituales y a servir
de referente para una visión específica del mundo, entonces ¿qué queda de él
bajo la lupa de un estructuralista?
Nosotros respondemos que lo que ve el
estructuralista no es el mito, sino una estructura permanente de elementos
paradigmáticos, que es necesario analizar como una combinatoria. Dicho de otra
manera, en nuestro entendimiento, el análisis estructural, con la ayuda de una “metasintaxis”,
va a producir una clasificación cuyo proceso de integración debe dar cuenta de
la coherencia estructural del modelo. Ahora bien, este procedimiento le niega
al mito toda posibilidad de influir sobre la realidad (al ser extraído de la
misma); más aún, este procedimiento niega la posibilidad de que exista una
realidad mítica. En este caso, el mito sólo tendrá significación para el
analista que pudiera, y con razón, preguntarse para qué puede servir el mito a
quienes no tengan una matriz de análisis estructural en el bolsillo.
Uno de los primeros críticos de Lévi-Strauss,
Robert Georgin, en su libro El
tiempo freudiano del verbo, nos propone, a la manera de la antropología
estructural, el análisis del mito de Edipo. Aunque la demostración es
voluntariamente caricaturesca, no por ello resulta menos reveladora. Es
conforme a la estructura de parentesco que Georgin establece su clasificación;
por otra parte, es la misma estrategia seguida por Lévi-Strauss. De esta
manera, los elementos catalogados reúnen todos los episodios del relato
emparentados mediante un “tema”. Tomemos como ejemplo el tema de “la dificultad
de caminar correctamente”. El autor reúne elementos que le parecen, en este
caso preciso, tener una cierta pertinencia. Revisemos el ejemplo:
Lábdaco, padre de Layos (significa “el que
cojea”)
Layos, padre de Edipo (significa “al caminar
mal”)
Edipo, aún padre de nadie (significa “pie
hinchado”)
Hasta aquí el método no plantea ninguna
dificultad. Este método se compara ventajosamente con las taxonomías numéricas de
la biología descriptiva. Por el contrario, lo que Georgin nos señala es que a
partir de esta clasificación es posible establecer una analogía entre el
pensamiento griego arcaico y éste más contemporáneo de los indígenas, cuyos
mitos de referencia muy frecuentemente hacen alusión a la dificultad que
padecen los hombres nacidos de la tierra de caminar correctamente. Se les llama
“pies blandos”, “pies sangrantes”, “pies lastimados”. La intención de Georgin
aquí es muy clara. Por una parte, demuestra que la antropología estructural
hace totalmente abstracción de la cronología del mito y de su evolución
histórica; por otra, muestra que si el mito da una significación al mundo, sólo
lo hace con referencia a sí mismo. En la misma lógica, se puede pretender
estudiar el mito, abstrayéndolo de la sociedad de la cual emerge.
A la búsqueda de lo real
En
el curso de esta discusión hemos mencionado que existe una cierta similitud en
la manera en que la antropología estructural y la física teórica pretenden
interrogar a lo real. Sin embargo, antes de abordar este aspecto quisiéramos
más bien, en unas breves líneas, aludir a lo que, al menos en apariencia, parece alejar
a la antropología estructural de la física teórica.
Las distinciones entre la antropología
estructural y la física teórica
La
primera distinción implica la noción de sujeto. Por otra parte, Mario Bunge es
muy explícito en este sentido: “es necesario mantener al sujeto al margen de la
física” (Bunge, 1975). Dado que esta ciencia funciona a partir de leyes
universales, “estas últimas no deben depender de ningún observador y sólo deben
ser relativas a un esquema objetivo de un sistema físico dado” (Bunge, 1975).
Si las creencias de los físicos “realistas”
han sido muy claramente afirmadas, al reconocer que la objetividad científica
debe ser definida como la ausencia de referencia a un observador, no ocurre lo
mismo para la antropología estructural, en la que el sujeto puede ser a la vez
quien observa o quien es observado, y a veces ambas situaciones al mismo
tiempo. Teniendo en cuenta las ambiciones de objetividad del estructuralismo,
esta ambigüedad es un escollo más que molesto.
En el caso más específico de la antropología,
el estructuralismo produce una teoría de la interpretación que, en última
instancia, asegura un papel decisivo al sujeto/observador. Pudiendo ser
considerado como un referente universal, el observador está en condiciones de
interpretar los “acontecimientos” que examina, fuera de toda restricción
impuesta por las reglas de operación de su modelo de análisis. Esto obliga a
considerar otra diferencia que implica, ahora, lo que se ha convenido en
denominar “la objetividad científica”.
Todas las epistemologías están de acuerdo en
reconocer que la prueba científica debe ser establecida sobre la base “última”
de la experimentación; es decir, según un ejemplo tipo: en una situación X, el
objeto Y se comporta de manera Z. Si no tenemos cambio ni en el ámbito de X ni
en el de Y, podemos predecir que cada vez que la experiencia sea repetida, se
obtendrá siempre por parte de Y un comportamiento Z.
El enunciado es, sin duda, torpe y lapidario;
no obstante, permite al menos comprender mínimamente las condiciones de validación
por el experimento.
En física se prueba la validez de un teorema
en una relación experimental con la naturaleza (la materia). La experimentación
participa igualmente y de manera estricta en el acercamiento entre “los
intereses del conocimiento y los intereses de la manipulación” (Prigogine y
Stengers, 1979).
A pesar de sus ambiciones científicas basadas
en la fe estructural, contraria a la coherencia lógica, la antropología
estructural no puede ser objeto de ningún ataque en cuanto al resultado de sus
interpretaciones, en la medida en que no puede formular la afirmación sobre la
base de la experimentación. Su sistema es cerrado y sólo tiene sentido con relación
a sí mismo; cuando los hechos encontrados escapan a su control, por ser
incompatibles con las estructuras de su modelo de análisis, simplemente son descartados
o considerados como inexistentes en la realidad estructural.
El mito de la objetividad científica está en
los fundamentos mismos de los problemas actuales de la antropología
estructural. Dado que es imposible predecir (lo que no representa un defecto en
sí mismo), sino que más bien la aspiración del investigador es interpretar (lo
que ya es mucho y muy complejo), surge este interrogante: ¿Por qué la
antropología censura ella misma su relación con la realidad, participando en la
ilusión objetivista generada por el estudio exclusivo de las relaciones coexistenciales
que sólo pueden llevar a las taxonomías descriptivas y parciales? Oscilando entre
la hermenéutica, el realismo objetivo y el positivismo ingenuo, la antropología
estructural se ve reducida a usar artificios empíricos que sólo le permiten
tener una mirada “mecánica” sobre el mundo.
Las
similitudes entre la antropología estructural y la física teórica
Sin
afirmar la existencia de una realidad independiente, la antropología
estructural, empero, no permite duda alguna en cuanto a la manera en que se
propone utilizar lo real. Por otra parte, según Delfendahl: “Para Lévi-Strauss
comprender consiste en reducir un tipo de realidad a otra; y para alcanzar lo
real, es necesario en principio repudiar lo vivido” (Delfendahl, 1971). Esta
afirmación nos deja entender que la antropología estructural no será entonces
opuesta a la idea de una realidad intrínseca (estructural), independiente del
hombre. Sobre este punto, parece que no quedan dudas respecto a un acercamiento
notorio de la antropología estructural con los presupuestos de la física. Pero
consideramos que lo que acerca aún más a estas dos disciplinas, es esta fe en
la existencia de un orden particular de cosas medibles y cuantificables, así
como de un modelo analítico único para captarlo. El físico, a partir de su
modelo atómico, eligió representar lo real únicamente bajo los aspectos que
atañen a este modelo. De igual modo, el antropólogo, si es un estructuralista,
elige identificar la realidad a partir de su modelo de las estructuras
coexistenciales. Ambos se reconocen en el principio fundamental que dicta la necesidad de representarse un mundo coherente
y homogéneo.
Prigogine y Stengers (1979) constatan que aun
cuando se utilice el modelo del sistema dinámico, la física matemática asigna a
la naturaleza características de pasividad y sumisión, con el fin de obtener de
ella respuestas matemáticas.
Para la física y la antropología estructural,
lo real es un concepto, una unidad de operaciones científicas que, además de poseer
integridad objetiva, permite evacuar todo lo que podría comprometer la
estabilidad. Si esta afirmación es semánticamente irrisoria, por el contrario,
caracteriza muy bien el círculo hermenéutico en que estas disciplinas se
encuentran encerradas.
La realidad física no es independiente de la
realidad histórica. Por lo mismo, no podemos pretender que entre la descripción
del movimiento de Kepler, el descubrimiento de la ley de la caída de los
cuerpos de Galileo y la formulación de las leyes del movimiento de Newton, el
mundo haya permanecido estable y que ninguna transformación haya sobrevenido en
las formas de identificar e interpretar lo real. De igual modo, es difícil
pensar que no exista algún desfasamiento histórico entre la elaboración teórica
y la verificación experimental, y que este desfase no tenga significación científica
alguna. Por otra parte, si reconocemos –como lo hace el físico Mario Bunge– que
el conocimiento siempre es conjetural y nunca apodíctico, como consecuencia
deberíamos reconocer también el principio mismo de la evolución y la
transformación.
Observaciones finales
Sería
interesante completar este trabajo interrogando a otras disciplinas que, a su
manera, también producen lo real de formas muy específicas. En este sentido,
podríamos estudiar la manera en que la biología social reduce las
transformaciones históricas a las leyes de la evolución biológica, y cómo llega
a asimilar la lógica de las relaciones sociales a las reglas de funcionamiento del
organismo humano. O incluso podríamos cuestionar las semióticas del espacio,
que en su voluntad de asumir los procesos de significación, y a pesar de su
pretensión hermenéutica, sólo han podido desarrollar una morfología del signo,
cuya preeminencia ha ocasionado que se asigne la función de discurso a lo real.
Estos estudios, aunque tan fundamentales como
los que venimos de discutir, requieren empero conocimientos de los que no
disponemos en grado suficiente, al menos por el momento.
Esperamos que esta lectura al menos contribuya
para comprender que la imagen que nos hacemos de la realidad depende de
decisiones ontológicas y metodológicas que privilegiamos, y que fuera de estas
elecciones no existe algo real que sea posible.
Si reconocemos este principio y evaluamos sus
consecuencias, ¿cuáles serán pues las elecciones de las denominadas ciencias de
la acción, que justamente se definen con relación a su intervención en lo real?
¿Favorecerán el espacio de las representaciones o las representaciones del
espacio? Ambas alternativas implican elecciones diferentes y concepciones de la
realidad distintas.
Traducción realizada por Alicia Lindón y
revisada por Daniel Hiernaux
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