Narrativas autobiográficas, memoria y
mitos: una aproximación a la acción social
Alicia Lindón
El
Colegio Mexiquense
La realidad no
existe, ella es construida.
Los materiales
utilizados son las palabras,
las imágenes
de las cosas y de las imágenes, las imágenes de las imágenes de las cosas.
Didier Martin y Philippe Royer-Rastoll
En los últimos
años las ciencias sociales han vuelto crecientemente su mirada hacia el estudio
de los valores, las creencias, las ideas, el ethos,[1] el conocimiento de sentido común u
ordinario que trasciende a los individuos, pero que está presente en ellos y
que resulta decisivo en la comprensión del otro, y así, en la construcción
social del mundo. Todo esto es lo que de alguna manera esboza el campo de la
subjetividad. Posiblemente, este giro de las ciencias sociales se relaciona con
la complejidad que muestran las sociedades contemporáneas, los nuevos sujetos
emergentes, las formas actuales de construir los vínculos sociales; así mismo,
no podemos dejar de reconocer que también se asocia con lo poco que nos
permiten conocer de esos fenómenos otros acercamientos, otrora fructíferos.
Para el sociólogo, para el
investigador de la sociedad, la “subjetividad social es un ángulo particular
desde el cual podemos pensar la realidad social”;[2]
pero para el individuo común, para “el ciudadano de la vida cotidiana”, la
subjetividad son los ojos con los cuales ve el mundo, lo interpreta, y en
consecuencia, actúa en él. Nuestras acciones, nuestro obrar, no es
independiente del pensar, del valorar, del imaginar, en suma, no es ajeno a un
conjunto de procesos ligados a la conciencia. Por eso, creemos que este giro y
desafío que enfrentan actualmente las ciencias sociales se asocia con la
preocupación metodológica de constituir en objeto de estudio el vínculo entre
“el hacer” banal y cotidiano y “el pensar” del individuo común.
De esta forma, una perspectiva de
investigación de la realidad desde la subjetividad social implica ubicarnos en
los valores, las creencias, ideas, imágenes, el ethos, el conocimiento ordinario, en vez de
limitarnos a lo que se exterioriza de cada acción social, y en consecuencia
crea la ilusión de que puede ser observable desde un pretendido lugar externo.
Una mirada sociológica desde la subjetividad social nos lleva a conocer la
realización de las acciones, las formas de obrar, dentro del entramado de
sentidos y significados en el cual surge cada acción. Aunque la acción siempre
emerge de manera espontánea, no se produce en un vacío de sentidos.[3] Un
mismo “obrar” puede tener distintos sentidos en diferentes contextos sociales,
o incluso puede cambiar su sentido en un mismo contexto a través del tiempo. Ya
dijo Weber que la acción social lleva consigo sentido; ahí está el desafío que
con facilidad olvidamos, estudiar el sentido de la acción: “La actividad humana
se orienta según un sentido que se trata de comprender para hacerla
inteligible”.[4] Es por todo esto que para
el sociólogo, la subjetividad social supone estudiar la acción social, con toda
la complejidad de sentidos y significaciones que la acompañan.
A lo anterior se puede agregar otro
desafío más específico: la exploración de los sentidos y los significados
entretejidos en torno a cada acción particular que se haya decidido indagar, es
un momento analítico. Otro momento es aquel en el que nos preguntarmos
cómo se constituyen y reconstruyen esos contextos sociales de sentido en que
los individuos desarrollan sus vidas, incorporándolos y, al mismo tiempo,
modificándolos. ¿Cómo es que los individuos se apropian de ciertas ideas,
ciertos patrones culturales, creencias, imágenes, de cierto conocimiento
ordinario de su época y no de otro? Los procesos de socialización entendidos de
manera amplia abren respuestas a estos interrogantes.
En síntesis, la comprensión de la
sociedad desde la subjetividad social, trae consigo la consideración del punto
de vista del individuo como agente social, además de la concepción de la
realidad social como una construcción siempre inconclusa, y en términos
metodológicos supone la revalorización de la interpretación. Desde esta
perspectiva, la narrativa autobiográfica constituye un terreno fértil para el
sociólogo, aunque con facetas difíciles de procesar en cuanto a metodología; y
más aún por la enorme carga de prejuicios acerca de la supuesta verdad, que
constantemente se interpone en el desarrollo de nuestro oficio, así como por
los fantasmas de las concepciones de una realidad concreta y objetiva.[5]
Desde este campo de la subjetividad
social y la interpretación como la lectura que de ella hace el investigador, en
este artículo primero incorporamos la cuestión metodológica de las narrativas
autobiográficas como aproximación a la acción social y sus sentidos. Luego
reflexionamos acerca del papel de la memoria en este tipo de narrativas, para
terminar con la incorporación del mito como una forma de estructurar la
narración a partir de un conocimiento colectivo que por su plasticidad puede
asumir distintas formas, como son los mitos.
Las narrativas
autobiográficas
Los relatos de
vida o narrativas autobiográficas están anclados en la experiencia humana; son
un recurso para reconstruir acciones sociales ya realizadas; no son la acción
misma, sino una versión que el autor de la acción da posteriormente acerca de
su propia acción pasada. Desde la posición de investigadores es importante no
olvidar que cuando un narrador nos cuenta fragmentos de su vida, de sus
experiencias, estamos accediendo a una narrativa sobre ciertos procesos y
relaciones sociales puestos en juego en una vida concreta,[6] que
nos invitan a interpretarla en varios planos. Mínimamente entran en juego dos
niveles interpretativos. El primero y más evidente corresponde a las
interpretaciones que realiza el investigador como escucha, como interlocutor,
desde sus acervos de sentido común. Sin embargo, lo específico de este proceso
interpretativo es que el investigador constantemente interpreta desde el
sentido común, y vuelve a interpretar desde sus inquietudes e interrogantes
teóricos. En otras palabras, de manera casi simultánea interpreta desde los
constructos de primer grado y desde sus constructos científicos o de segundo
grado, para recuperar la terminología schutziana.[7]
De lo anterior podemos concluir que
uno de los rasgos que identifican a las narrativas o los relatos autobiográficos
es, precisamente, su carácter “experiencial”. Se narran experiencias vividas
por el narrador, recordadas, interpretadas, conectadas, en las que hay otros
actores, pero siempre son experiencias de quien habla. Por esto en las
narrativas autobiográficas el narrador construye un “personaje central” –un
“héroe”– con sus propias experiencias.[8]
Otro de sus rasgos singulares,
aunque pueda parecer evidente, es que son “relatos”. Un relato supone que el
narrador le da una estructura propia a su narración, construye una hilación peculiar. Si hubiera una semiestructuración
construida por el investigador se perdería la estructura narrativa, que es la
esencia del relato. Por ello, si se puede hablar de “la intención directiva del
investigador” en el relato, sólo es en el inicio de la narración, cuando el
entrevistador marca una pauta inicial para que el narrador empiece su propia
construcción desde un ámbito de su vida. Lo directivo, en otros términos,
atentaría contra la propia narración.
El narrador construye un hilo
conductor entre experiencias que ha vivido –sean lejanas o próximas en el
tiempo– y que considera significativas socialmente, al tiempo que se “reconoce
lealtad a sí mismo”[9] por ese hilo conductor
seguido. Esto supone que al escoger y articular las vivencias para narrarlas de
manera comprensible a los otros, el narrador recurre a su memoria y también a
un contexto sociocultural (que es parte de su conocimiento de sentido común) en
el que esas experiencias toman sentido, conectando así acontecimientos y
situaciones cotidianas.[10]
Por eso la estructura narrativa no puede ser impuesta por el
investigador, no hay “una verdad” que tenga que aflorar en la entrevista
autobiográfica, sólo habrá experiencias “escogidas” en la memoria, y conectadas
entre sí narrativamente.[11]
Cuáles sean escogidas, dentro de lo infinito de cada instante vivido, dependerá
de la selección del narrador, y no de una imposición externa a él.
Por último, nos parece necesario
identificar un tercer rasgo característico de estas narraciones: son
“significativas socialmente”. La estructuración narrativa hace que lo
experiencial pueda ser comprendido por “el otro” (el investigador). En otras
palabras, se produce una “traducción” de lo íntimo[12]
de las experiencias vividas, a formas compartidas socialmente, por medio del
lenguaje. Esa traducción ocurre por efecto de las estructuras narrativas que
preexisten al individuo, aunque las ha incorporado y puede transformarlas
mediante los procesos de formación y entrelazamiento de las ideas. Por ejemplo,
para Ricœur las experiencias sólo pueden ser
transmitidas por medio del lenguaje; el acto de colocar la experiencia en el
lenguaje la hace perder lo individual y privado para transformarla en
“singular”. Así, el relato autobiográfico no sólo es de tipo experiencial, sino también significativo socialmente, ya que cada experiencia seleccionada
ha sido traducida a un contexto sociocultural gracias al lenguaje.
La narración autobiográfica no es
para indagar en la parte íntima de una vida, sino para acceder a un discurso
construido en un contexto de significado, objetivado en el lenguaje. Se trata
de un discurso construido sobre un conjunto de “saberes compartidos”. En esta
concepción de lo biográfico el individuo sólo cabe como expresión singular de
lo social.[13] Dicho sea de paso, esto
también desmonta la falacia de la posible mentira, que sólo existe a partir de
la individualidad de la vida concreta del narrador, pero no desde su
singularidad social. Si el narrador inserta en su relato una vivencia que no
ocurrió en su trayectoria, seguramente que esa experiencia era posible en el
contexto sociocultural en el que se posicionó, que es la meta del investigador
antes que la individualidad. Más aún, por haberla expresado verbalmente puede
constituirse en un “motivo para” de una acción futura, podría servir para
“planear” una acción futura.
Ubicados en este ángulo,
comprendiendo la narrativa autobiográfica desde estos rasgos, resulta
importante reflexionar sobre algunos procesos que entran en juego en esa
instancia. En este tipo de circunstancias, nuestras cargas “objetivistas” tan
apegadas al “aislamiento” (en el sentido experimental), casi siempre nos llevan
a focalizarnos en el producto mismo, en este caso la narración, lo que se
facilita aún más cuando la vemos como textos (desprendida del sujeto que la
construyó), y tendemos a olvidar el contexto interaccional
en que se produjo tal narración. Sin embargo, consideramos importante analizar
un poco más detenidamente los procesos implicados en esa situación en la cual
le solicitamos a un sujeto que hable de sí mismo, o más concretamente, acerca
de algo de sí mismo,[14]
como una estrategia metodológica para aproximarnos a una sistema de
significados sociales. Este tipo de reflexión es lo que nos permitirá adoptar
la narrativa autobiográfica por razones diferentes a la simple moda, y también
hará posible ubicarla en un lugar que no puede ser pensado desde cuestiones
como “la mentira y la verdad”.
La teatralización y
los juegos de la memoria en las narrativas autobiográficas
La invitación a
contar la propia vida o parte de ella desencadena en el entrevistado un patrón
lingüístico concreto, aprendido desde la infancia, como es la narración. El
niño aprende a relatar escuchando historias, cuentos, relatos. Sin embargo,
también es importante recordar que esta invitación no sólo abre el patrón
narrativo, sino que igualmente impulsa una cierta motivación estética, lo que
no debe confundirse con presentar un relato “bello”. Es en este último sentido
de lo estético que los relatos de vida o narrativas autobiográficas, también
pueden ser considerados productos literarios en los que se entreteje la
ficción; ésta siempre se teje con base en algún criterio estético. Sin embargo,
esa ficción da cuenta de la realidad social.
Si se considera lo anterior, es
decir, el montaje estético de la narración, no es posible concebir al narrador
como un testigo pasivo de los acontecimientos, como mero depositario de un
saber que simplemente nos entrega; también es un actor capaz de actuar y construir
un discurso sobre su sociedad y su vida dentro de esa sociedad. No podemos
considerar al narrador como “un banco” de datos[15]
que se abre y emite la información que estamos buscando. El narrador hace un
verdadero “montaje” cuando narra, se construye a sí mismo como el personaje
central. Ese montaje no debería ser entendido desde una intención de “engaño”,
de manipulación, sino que puede ser comprendido en la perspectiva de que al
narrar su vida el individuo la vuelve a pensar, incluso de manera amplia podríamos
decir que deviene en sociólogo de su propia biografía, ya que busca establecer
conexiones entre acontecimientos, construye secuencias de eventos con las que
selecciona unos para incluirlos y excluye otros; incluso llega a veces a
interrogarse a sí mismo acerca de las motivaciones que tuvieron sus propias
acciones.
Ese acto de volver a pensar la
propia historia, evidentemente es un proceso realizado desde el presente,
aunque sabemos que es un presente en el que se ha sedimentado toda una
biografía, que además es parte de una sociedad. Es un presente que siempre
contiene al pasado. Así, el pasado es relatado con referencia a las condiciones
actuales de la existencia, aunque también con relación a esquemas incorporados
en otros momentos;[16]
por eso decimos que el narrador vuelve a pensar su biografía, vuelve a pensar
lo ocurrido con relación a esquemas cognoscitivos incorporados con
posterioridad a los eventos narrados, pero anteriores al presente. Esto es lo
propio de la narrativa autobiográfica y no tiene por qué considerarse como un
rasgo indeseable o como una limitación de este enfoque. Antes bien, ahí reside
su gran fecundidad para acercarnos a lo que Hugo Zemelman
llama el “filo del presente” o el movimiento social, ese presente que todavía
no ocurre pero que encuentra en ese nivel consciente dado por la narración,
toda la potencialidad para concretarse en la próxima acción, en la acción que
todavía no se ejecuta.[17]
Esas transformaciones, o menos aun,
distorsiones, que sufre la acción social ya realizada cuando es puesta en el
circuito del lenguaje, cuando es comunicada a otro, se pueden explicar desde
varios ángulos que convergen entre sí. Como acabamos de ver, uno de estos
ángulos es la concepción estética del montaje del relato, la teatralización. Otro
tiene que ver con los procesos de la memoria; y aun podemos mencionar un tercer
ángulo, que refiere a los procesos de socialización, mediante los cuales el
individuo sigue siempre incorporando nuevo conocimiento ordinario con el que ve
(interpreta) el mundo; así, los procesos de socialización se conectan con los
mecanismos de la memoria. Por último tenemos un cuarto ángulo para comprender
la distorsión entre la experiencia y su narración, que deriva de la
construcción de la identidad de sí mismo efectuada por el narrador. Revisemos
más detenidamente estos ángulos.
En cuanto a los procesos de la
memorización y rememoración, las teorías de la memoria nos enseñan que las
cosas que captamos sufren una modificación en el momento de retroceder a la
memoria, en el proceso mismo de su almacenaje, pero también en el momento de
reproducirlas como recuerdos. Esto no le resta valor a nuestro acercamiento,
sino más bien muestra los vericuetos de la construcción social de la realidad:
“La memoria está hecha de pasado perdido y encontrado para permitir que el
futuro ocurra. El recuerdo está del lado de lo que puede ocurrir”.[18]
La otra dimensión no menos destacada
es la transformación constante de cada individuo a través de su tiempo
biográfico, cuestión que podemos plantear bajo la idea de Norbert
Elias de que los individuos nunca están totalmente
“terminados”.[19] En otras palabras, a lo
largo de toda la vida seguimos sedimentando experiencias, que vienen a
representar nuevos conocimientos de sentido común, y en consecuencia, siempre
seguimos construyendo nuevos referentes con los cuales orientarnos en el mundo.
Debido a esto último, las interpretaciones que hacemos en distintos momentos de
nuestra vida respecto de una misma experiencia no tienen por qué ser iguales,
ya que con el tiempo vamos incorporando más esquemas interpretativos.
Ambas cuestiones (las dinámicas de
la memorización/rememoración y la socialización nunca acabada) tienen que ver
con el tiempo; su esencia es temporal, y los relatos de vida se inscriben en el
tiempo, dado que acuden sin cesar a la rememoración de imágenes y marcas del
pasado, para traerlas al presente. Por esto, la transformación de la acción al
ser narrada es algo propio del relato autobiográfico.
También señalamos que estas
distorsiones de la experiencia se pueden entender con referencia a la
construcción de la identidad. Estas distorsiones a veces han sido identificadas
como procesos de “armonización retrospectiva” de la propia historia, que
usualmente se explican por la necesidad de presentar una identidad unificada.[20]
Dicho en otros términos, ante las contradicciones que conforman la vida de cada
individuo, aparece la necesidad de presentarse al otro como “único”, lo que
sólo puede resultar de esa reconstrucción de la identidad que se produce en la
narración del “quién soy”, ya que en el registro de las experiencias vividas es
donde no somos “únicos”.[21]
Por ende, el individuo busca construirse a sí mismo sin contradicciones, pero
lo relevante es que cada individuo casi siempre es capaz de construir más de
una identidad de sí mismo de tipo monolítico, por toda la heterogeneidad que
lleva consigo, y así podrá intercambiarlas –e incluso, negociarlas con sus
“otros”– a lo largo del tiempo.
De todo lo anterior podemos concluir
que las distancias entre la experiencia tal como fue vivida y su relato se
relacionan con los siguientes fenómenos:
1.
Los procesos de memorización transforman la experiencia que almacenan.
2.
Los procesos de rememoración transforman la experiencia en el momento de traer
el recuerdo.
3.
Los procesos de socialización se extienden a través de toda la vida, por lo que
los individuos nunca están totalmente terminados, siguen sedimentando
experiencias y conocimientos durante toda su existencia; motivo por el que, el
fenómeno rememorado no sólo cambia debido a los procesos de la memoria, sino
también porque el propio individuo cambia con el tiempo, cambia sus propios
referentes para interpretar su pasado y su presente. Repiensa la historia en el
momento de contarla y la ve de otras maneras porque tiene nuevos referentes.
4.
La motivación estética también genera una transformación en la experiencia
narrada, que va a asociarse con el criterio estético que tome el narrador.
5.
El propio patrón narrativo impone un orden secuencial que reduce el caos de lo experiencial, omite cosas, ordena unos eventos detrás de
los otros, a pesar de que muchos ocurrieron en forma simultánea. Este orden
secuencial es parte de la búsqueda de volverle inteligible al otro el
relato.
6.
El sistema interaccional cara a cara (entre
entrevistador y narrador) en el que se produce la narración, permite que la
transformación también esté en función de quién es el otro para el que se está
narrando.
7.
Por último, la armonización retrospectiva para presentarse ante los otros como
un ser único, también genera otra transformación en la narración experiencial.
Todo lo anterior nos permite
plantear que en cualquier relato de vida, desde una doble estructuración:
·
Por
un lado, se da testimonio de una dimensión social, que toma cuerpo en las
prácticas narradas.
·
Por
otro lado, todo relato tiene también una cara más subjetiva en la que aparece
la reconstrucción, el montaje, e incluso la fabulación. Pero estos rasgos no la
hacen menos valiosa para comprender la realidad social, puesto que se trata de
montaje y ficción construidos dentro de una praxis social, y no en el mundo de
la fantasía.
Podemos concluir que para la
investigación en ciencias sociales, los relatos autobiográficos no constituyen
un método en el sentido de un camino lógico que busca demostrar la verdad, sino
que son testimonios de una existencia inscrita en la historia, con los cuales
la persona –sin saberlo ni proponérselo– reconstruye un espacio social mediante
el uso del lenguaje y de su memoria. El relato de vida es invención, aunque es
una construcción permanente gestada en el marco de la praxis social y no en el
mundo de la fantasía. De ahí deriva su valor como expresión de un fragmento de
lo social y su potencialidad respecto a la acción futura.
La fabulación de la
acción narrada
Acabamos de ver
que la experiencia sufre una distorsión al ser construida como relato, es
decir, al ser puesta en el lenguaje. Así, el relato acerca de una (o unas)
experiencia(s) no la(s) reproduce exactamente tal como ocurrió, debido al
conjunto de procesos intervinientes ya mencionados. En el apartado anterior
abordamos los procesos que generan la transformación; en este otro, buscamos
ofrecer una interpretación sobre la forma y estructura de ese relato distorsionado
respecto a la experiencia.
La distorsión de la experiencia se
puede entender como el ejercicio espontáneo y necesario[22]
que efectúa el narrador, con el fin de darle nueva forma a lo experiencial. Este ejercicio no planeado por el hablante,
resulta de la introducción de la experiencia relatada en algún conocimiento
colectivo que pueda reconocer un vínculo significativo con la propia
experiencia. Esto es algo semejante a darle una estructura al relato en función
de ese conocimiento colectivo, darle otra forma, pero una que resulte
significativa. De alguna manera esto se puede pensar desde la relación
hermenéutica entre un texto y su contexto.
Este proceso (o ejercicio) de volver
a introducir la experiencia en esta nueva estructura, aparentemente ajena a la
experiencia en cuestión, es lo que se conoce como la “fabulación” que logra el
narrador en torno a sus vivencias. Aquí, el concepto de fábula remite al relato
que incorpora la “imaginación” en las prácticas sociales. La utilidad de
considerar que en el relato existe fabulación (como un contexto de sentido)
radica en que la fábula es portadora de significados sociales y, por lo tanto,
revela un medio social, un contexto social de significados. Toda fabulación
habla acerca del espacio social en el que ocurre su estructuración, de las
relaciones entre los grupos sociales que componen ese espacio social; de los
actores y los papeles que juegan. Analíticamente, esto implica pasar de aquel
problema que la investigación que busca verdades identifica como “la mentira”,
al otro más complejo de la “fabulación” como imaginación que interpreta las
experiencias y en ese proceso reconstruye la realidad social.
En el caso de los relatos
autobiográficos, la fabulación puede asimilarse a una forma de mito,[23]
que en términos metodológicos tiene la gran virtud de abrir claves de
interpretación de las narraciones experienciales;
aunque es necesario aclarar que no nos referimos a los mitos en términos de
relatos míticos, generalmente épicos. La interpretación de los relatos autobiográficos
desde los mitos supone tratarlos como estructuras narrativas que le dan sentido
a lo vivido. Así, el relato autobiográfico (por medio de los mitos) permite
volver a inscribir la experiencia individual en un pasado común que llega al
presente por transmisión intergeneracional, y al que
se le reconoce la capacidad de pintar en una imagen alguna parte de la sociedad
en que vivimos. Por ello, analíticamente el mito representaría una especie de
mediación entre la memoria colectiva que habla del pasado común, y la
experiencia individual.
En este contexto, el mito asume el
papel de una “metáfora colectiva” que conserva y perpetúa una memoria
colectiva,[24] un pasado común, en
sistemas de representaciones factibles de ser narradas, y organizados por
códigos simbólicos.[25]
El mito funciona como una serie de saberes compartidos específicos de una
comunidad, de una sociedad. Por ello, el mito le permite al narrador comunicar
su experiencia en términos sociales, esto es, como representaciones colectivas
(tal y como se condensan en el seno del imaginario y la memoria colectivos).
Mediante estos mitos el individuo se puede constituir en un actor social, en
sujeto inscrito en la historia.[26]
Los mitos permiten articular el yo con su pasado, aunque también pueden aportar
elementos respecto a la articulación del yo con su futuro.
En algunas ocasiones se recurre a
mitos de la historia de la comunidad a la que se pertenece, mitos de los grupos
de pertenencia, que hablan de la identidad social. Paralelamente se puede recurrir
a mitos de la historia individual, los que usualmente se conocen como mitos
fundadores del yo, que dan cuenta de la singularidad de lo vivido.[27]
Algunos autores, como Chanfrault-Duchet, distinguen tres tipos de mitos que
movilizan tres niveles de la memoria, y a su vez, remiten a tres campos de la
identidad: Son los mitos de la historia del individuo, los de la comunidad y
los de la sociedad. Estos tres campos de la identidad y la memoria sobre los
que se entreteje la narración, en términos del proceso de descifrar el código
al que se enfrenta el investigador, pueden ser vistos como una figura matricial
sobre el tipo de relación del individuo con el mundo. Por ejemplo, “el reto”,
“el afán de superación personal”, bien pueden ser “mitos” sobre los cuales algunos
individuos entretejan la narración de su vida. Es por ello que los mitos operan
para el investigador como verdaderas plantillas de desciframiento o de
interpretación: le dan un sentido socialmente compartido a lo vivido.[28]
El mito siempre opera en el ámbito
del lenguaje –facilitándose así su transmisión– como una configuración (una
versión) de la realidad, en la que se expresan normas y valores de los grupos
sociales que lo sostienen, y por su persistencia a través del tiempo crea la
ilusión de ser “una copia” de la realidad. El mito organiza, estructura
acontecimientos en función de valores, creencias, concepciones del mundo. Su
función es la de rememorar el pasado por medio del recuerdo, y en él, la
cultura de los grupos. Así, su memorización asegura su conservación para una
ulterior evocación. Pero el mito no sólo configura y perpetúa, también
concentra imágenes, episodios de las experiencias de una colectividad.[29]
En última instancia, el mito es otro sistema para explicar nuestra experiencia
del mundo, un sistema diferente de los modelos explicativos
científico-racionales a los que recurrimos usualmente: “Es una forma más
antigua de racionalidad que subyace bajo los sedimentos que depositó la
ilustración”.[30]
Con todo lo anterior estamos
reconociendo que si entre la experiencia tal como fue vivida y su narración experiencial hay una distorsión, ésta se puede leer en
algún mito que el narrador recoja. En síntesis, el mito puede ser concebido
como una mediación entre la experiencia y su relato. Esas transfiguraciones o
distorsiones no permiten calificar al relato como más falso o verdadero.
Simplemente el relato recurre a un sistema particular (el mito) con el que el
individuo da testimonio de la experiencia en el mundo, al tiempo que la
inscribe en un mundo al que reconoce pertenencia.
De esta manera para el investigador,
descifrar el mito que estructura una narración autobiográfica técnicamente
significa hallar una clave de interpretación del texto; aunque,
metodológicamente, implica descifrar los contornos de un sistema de
significación al que ha recurrido el narrador,[31] y
dentro de los cuales se conforman las intencionalidades de las acciones
sociales en cuestión. No obstante, las palabras del narrador y la estructura
narrativa que sigue (de acuerdo con algún mito) sólo adquieren todo su sentido
a condición de que sean interpretadas con referencia a los distintos grupos
sociales de los cuales el actor (el personaje de la narración) da cuenta a lo
largo de su existencia: familia, escuela, asociaciones, y no simplemente los
grupos en los que hoy está inserto, sino también en los que ha estado en otros
momentos de su vida.
En síntesis, la narración
autobiográfica nos enfrenta con el desafío de encontrar esos mitos que
constituyen verdaderos mecanismos de construcción de la realidad social, en
tanto delimitadores de contornos de sistemas de significación. De tal modo que
la narración nos abre al conocimiento de los sistemas de significación que
construyen el mundo orientando las acciones sociales. El procesamiento de
experiencias pasadas para construir un relato sobre ellas, es un procesamiento preestructurador de las percepciones futuras. En última
instancia, no se puede disociar la representación, la práctica y el discurso;
constituyen un todo.[32]
En esta perspectiva, la narración autobiográfica es constitutiva de la acción
futura y, en consecuencia, de la realidad social.
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Barcelona, Anthropos-crim-Coordinación de Humanidades,
col. Ciencias Sociales.
[1]
“Los aspectos morales (y estéticos) de una determinada cultura, los elementos
de evaluación, han sido generalmente resumidos bajo el término ethos,
en tanto que los aspectos cognitivos y existenciales se han designado con la
expresión de ‘cosmovisión’ (visión del mundo). El ethos de un pueblo es el tono, el carácter
y la calidad de vida, su estilo moral y estético, la disposición de su ánimo;
se trata de la actitud subyacente que un pueblo tiene ante sí mismo y ante el
mundo que la vida refleja”. Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa,
col. Antropología, 1996, p. 118.
[2] Hugo Zemelman
(1997), “Sujetos y subjetividad en la construcción metodológica”, en Emma León
y Hugo Zemelman (coords.),
1997, p. 21.
[3] Peter Berger y Thomas Luckmann, Modernidad, pluralismo y crisis
de sentido. La orientación del hombre moderno, Barcelona, Paidós, Paidós Studio, 1997; y Thomas Luckmann,
Teoría de la acción social, Barcelona, Paidós,
1996.
[4] Julien Freund, Sociología de Max Weber, Barcelona, Península, col. Homo Sociologicus, 1986, p. 85.
[5] Este tema es analizado detalladamente
por Georges Benko en su artículo incluido en este
mismo número.
[6] Didier Vrancken,
“Memoire de chapeliers: du récit à l’élaboration du mythe”, Cahiers
Internationaux de Sociologie, julio-diciembre, vol. 81, año 33,
1986, pp. 315-324.
[7] Esto no quiere decir que la
investigación empiece allí. Para que el investigador llegue a la situación de
entrevista narrativa se requiere haber andado por un camino previo, en el cual
evidentemente no se puede omitir la conocida “construcción del objeto de investigación”,
además, siempre provisoria.
[8]
Carlos Piña, “Sobre la naturaleza del discurso autobiográfico”, Argumentos, núm. 7, agosto, uam-Xochimilco, 1989, pp.
131-160.
[9] Anthony Giddens,
Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en
la época contemporánea,
Barcelona, Península, 1997, pp. 104-105.
[10] Franco Crespi,
Acontecimiento y estructura. Por una teoría del cambio
social, Buenos Aires,
Nueva Visión, 1997, pp. 7-30.
[11] Siguiendo a Luckmann,
antes que hablar de causalidad se opta por la idea de “conexiones”.
[12] Lo “íntimo” no da cuenta de lo
privado que no puede ser hablado, más bien expresa la vivencia tal como fue
experimentada interiormente por el individuo, aun cuando sea una vivencia que
no tenga nada de prohibido. Lo íntimo se refiere al “sólo yo sé lo que sentí”.
[13] Marie-Françoise Chanfrault-Duchet,
“Le système interactionnel
du récit de vie”, Sociétés, mayo, 1988, pp. 26-31.
[14] Respecto a ese momento, consideramos
que Chanfrault-Duchet es una de las autoras que ha
realizado un análisis más detallado desde la perspectiva del sistema interaccional establecido entre el entrevistador y el
entrevistado. Cf. idem.
[15] Marie-Françoise Chanfrault-Duchet,
“¿Le récit de vie: donnée ou texte?”,
Cahiers
de Recherche Sociologique, vol. 5, núm. 2, otoño, Montreal,
1987, pp. 11-28.
[16] Didier Vrancken,
1986.
[17] Hugo Zemelman,
“Sobre la importancia de las realidades que se ocultan”, Tramas,
Subjetividad y Procesos Sociales,
núm. 6: Sujeto y Subjetividad, uam-Xochimilco, 1994, pp. 9-20; Emma León y Hugo Zemelman, “Presentación”, en Emma León y Hugo Zemelman (coords.), Subjetividad:
umbrales del pensamiento social,
col. Ciencias Sociales, Barcelona, Anthropos-crim-Coordinación
de Humanidades, 1997, pp. 9-18; Hugo Zemelman,
“Sujetos y subjetividad en la construcción metodológica”, en Emma León y Hugo Zemelman (coords.), op. cit., p. 21.
[18] Robert Cabanes,
“El enfoque biográfico en sociología”, Cuadernos del cids, serie II, núm. 1, julio, Bogotá,
1996, p. 65.
[19] Norbert Elias, La sociedad de los individuos.
Ensayos, Barcelona,
Península, col. Ideas, 1990.
[20] uergen Franzke, “El mito de la historia de vida”, Historia
y Fuente Oral, núm.
2, Barcelona, 1989, pp. 57-64.
[21] Jean-Claude Kaufmann,
L’entretien
compréhensif,
París, Nathan, col. Nathan Université, 1996, pp. 59-60.
[22] Es una condición necesaria, dado que
lo experiencial tiene la forma (o lo “informe”) de lo
vivido, mientras que el relato tiene una forma lingüística.
[23] Didier Vrancken,
1986.
[24] Idem.
[25] Marie-Françoise Chanfrault-Duchet,
1995.
[26] Idem.
[27]
Idem.
[28] Idem.
[29] Didier Vrancken,
1986.
[30]
Juergen Franzke,
1989.
[31] Chanfrault-Duchet,
1995.
[32] Didier Martin y Philippe Royer-Rastoll, Répresentations sociales et pratiques quotidiennes, París, L’Harmattan, 1990, p. 196.