Judith Butler y la formación
melancólica del sujeto
Patricia Romano
Universidad
Autónoma de Chapingo
Con este trabajo
se busca recuperar los componentes centrales de la teoría de Judith Butler
respecto a la formación del sujeto que aparece en The
Psychic Life of Power.[1] En esta teoría la autora considera y
destaca la importancia de la dimensión psíquica del poder social en la
formación del sujeto. La propuesta más sobresaliente, sin duda, es la
introducción y el análisis de esa dimensión por medio de la noción de
identificación melancólica, y su argumentación en cuanto a que ésta es el
fundamento en la delimitación de los espacios interno y externo. Esta propuesta
puede ser considerada como un acercamiento teórico para entender el
funcionamiento del poder social en la construcción de la identidad.
Nuestro texto se organiza en cuatro
secciones: Primero se expone la trayectoria de la autora y se ubica su obra; en
segundo lugar se explican los argumentos más destacados en la teoría de la
formación del sujeto, poniendo énfasis en el carácter de la incorporación
melancólica; después se detalla su relectura de Foucault y Althusser
con relación a los efectos psíquicos del poder y los efectos formativos de la
prohibición, por considerarlos un apoyo para su argumentación sobre la
incorporación melancólica; por último, se considera el alcance que esta autora
atribuye a la identificación melancólica en la formación del género.
Judith Butler fue profesora de
humanidades en la Universidad Johns Hopkins. Actualmente es profesora de
Literatura comparada y retórica en la Universidad de California en Berkeley. La
obra de Butler puede circunscribirse al campo de las teorías sociopsicológicas que abordan las diferencias de género
desde una perspectiva fenomenológica. En este ámbito, ella se ha convertido en
una de las autoras más importantes; sus trabajos teóricos sobre poder, género,
sexualidad e identidad, han sido ampliamente difundidos y hoy día se encuentra
encabezando las propuestas teóricas sobre homosexualidad (queer theory).
Uno de los esfuerzos más importantes de esta autora radica en su intento por
establecer los puentes entre la teoría del poder, fundamentalmente en términos
de Foucault, y la teoría psicoanalítica. El libro más difundido de Butler es
sin duda Gender
Trouble,[2] en el que plantea por primera vez sus
ideas en torno a la representatividad del género. Siguiendo esta línea, más
tarde publica Bodies
that Matter,[3] y finalmente, el libro que ahora se
analiza. Butler cuenta por lo menos con otras cuatro publicaciones importantes,
pero desde mi punto de vista las referidas establecen un continuo en sus
concepciones acerca del poder, el género y la identidad.
The Psychic Life
of Power,
al igual que sus otros trabajos, es un libro con un nivel de argumentación teórica
elevado, tiene que ser leído detenidamente, una y otra vez, para aclarar
conceptos. No obstante, es también un libro que anima a la reflexión con
propuestas que no necesariamente se circunscriben a la identidad de género,
sino que permite incorporar en la lectura la constitución de la identidad en
sentido amplio. En este libro Butler
combina teoría social, filosofía y psicoanálisis, y su trabajo puede ser
considerado como una reflexión filosófica o como un trabajo netamente teórico;
sin embargo, ella lleva sus ideas a situaciones concretas tales como la
prostitución, la homosexualidad, el travestismo, entre otras, para esclarecer
sus puntos de vista.
Con la intención de efectuar un
análisis crítico de la sujeción, Butler desarrolla la teoría sobre la formación
del sujeto, que incluye el dominio psíquico y una explicación de los mecanismos
con los cuales el sujeto es formado en sumisión. Ella pretende demostrar la
manera en que el poder social produce formas de reflexividad, al mismo tiempo
que limita las formas de sociabilidad. En esta tarea la autora establece los
puentes conceptuales entre Hegel, Nietzsche, Freud, Foucault y Althusser, en lo que se refiere a la producción y
regulación del sujeto. La autora identifica un paralelo entre la “inevitabilidad”[4]
del cuerpo en el pensamiento de Hegel, la del instinto en Freud, y de la voluntad en Nietzsche, y
sugiere que los tres clásicos circunscriben un tipo de inversión dialéctica que
se centra en la imposibilidad de una supresión reflexiva total o final de lo
que podría llamarse “el cuerpo”. Además sostiene que Hegel asume tácitamente la
sujeción como un apego de autonegación, que en
términos operativos es similar a la noción freudiana de inversión libidinal. Es
decir, en Hegel los imperativos éticos autoimpuestos buscan instituir la
negación o el sacrificio de la vida corporal, pero el cuerpo es al mismo tiempo
conservado por esos imperativos, ya que no puede haber una negación total
–equivaldría a la muerte–; el miedo a la muerte sería el origen de tales
imperativos; por medio del sacrificio corporal
el sujeto se apega a su propio cuerpo. De la misma manera, en el
pensamiento de Freud la libido no es completamente negada por medio de la
represión, sino que aquélla es conservada gracias a ésta. También, asegura que
la preocupación de Foucault sobre las implicaciones de la sujeción (la
formación simultánea y la regulación del sujeto) aparece, de alguna manera, en
la dialéctica del amo y el esclavo en Hegel, en particular, respecto a la
explicación de Hegel sobre la liberación del esclavo en diferentes formas de autocondena ética, que buscan instituir la negación o el
sacrificio corporales.[5]
Un aspecto sobresaliente en este
trabajo es que el poder no se concibe como “internalizado” por un sujeto, sino
que el sujeto es generado como un efecto ambivalente del poder, que se hace
presente por medio de la operación de la conciencia. En este sentido, Butler
desafía las propuestas de que el sujeto aparece como “domesticado” por
adelantado, fatalmente ligado a las condiciones del poder social que le son
impuestas, o a aquellas en que los juicios políticos llevan a considerar la
agencia del sujeto siempre en oposición al poder. En la teoría de la formación
del sujeto de esta autora, los efectos del poder social aparecen como
estructuras dinámicas y productivas que inician al sujeto, sostienen su
agencia, y pueden oponerse y transformar las condiciones que las generan.
Sobre la formación
del sujeto
El punto de
partida de esta teoría es la noción de poder de Foucault, en la que el sujeto
surge como un efecto ambivalente del poder: lo subordina y lo produce. En la
teoría de Butler, el sujeto no sólo depende del poder para su existencia, sino
que éste constituye la condición misma de su reflexividad –entendida como formación y funcionamiento de la conciencia–.
Butler justifica ampliamente el carácter tropológico de su análisis, es decir,
se apoya en una figura del lenguaje o tropos de producción que “vuelve sobre sí
misma”. Una forma de denominar tal figura es la conciencia. En el proceso de
formación de la conciencia, el sujeto se inaugura mediante una sumisión
primaria al poder, que consiste en una dependencia sobre un discurso que inicia
y sostiene su agencia.
Para la autora, la formulación foucaultiana adquiere una valencia psicoanalítica en el
momento que se considera que ningún sujeto surge sin un apego pasional hacia
aquellos de quienes depende. El sujeto se forma en subordinación debido a la
dependencia primaria del infante, y esa misma subordinación le proporciona la
condición de posibilidad continuada de su existencia. Para que el sujeto surja,
este apego tiene que establecerse y ser negado. El sujeto busca desentrañarse,
adquirir el sentido del “Yo”, por medio de la negación de ese apego; su
búsqueda marca la agencia de un deseo que apunta hacia su disolución, y el
sujeto se coloca como barrera ante ese deseo. Este sujeto vuelto contra sí
mismo aparece como la condición de su persistencia. En este sentido, el sujeto
se construye en ambivalencia, pues al oponerse a la subordinación, reitera su
sujeción, pero al mismo tiempo el sujeto se apropia de la sujeción; esta
apropiación constituye el instrumento de su devenir y de su agencia.
En esta formulación Butler reconoce
una paradoja temporal que también se asocia con el sitio de donde emerge el
sujeto. Ella asegura que ningún individuo deviene en sujeto sin haber sido
sometido (experimentado subjetivación) en sentido foucaultiano, es
decir, sin haber sido producido discursivamente.
De tal manera que el
sujeto surge como una consecuencia del lenguaje, y por ende debe ser designado
como una categoría lingüística, una posición, una estructura en formación, que
es inaugurada por medio de una inversión en el horizonte del poder. Este
horizonte aparece bajo dos modalidades temporales: el poder que es siempre
anterior al sujeto, que está fuera y opera desde el principio; y el poder que
es el efecto deseado del sujeto. No existe transición alguna entre ambas
modalidades, lo que ocurre es un encubrimiento en que el poder aparece como si
perteneciera
exclusivamente al sujeto; ello implica que las condiciones de poder asumen una
forma presente y futura, en tanto la apariencia del poder cambia de la
condición para la formación del sujeto, a los efectos deseados del sujeto. El
poder asume este carácter presente gracias a la inversión de su dirección, que
rompe con el poder anterior y se disimula como una agencia autoinaugurante.
Pero para que las condiciones de poder persistan, tienen que ser reiteradas, y
el sujeto es el sitio de esa reiteración. La reiteración del poder vuelve
temporales las condiciones de subordinación, y muestra que éstas son
estructuras temporalizadas, activas y productivas. El poder es rearticulado por el sujeto, hecho nuevamente, una
y otra vez.
Al igual que Foucault, Butler
vincula la dimensión formativa y productiva (es
decir,
proclama al sujeto y lo produce por medio de
la subjetivación) del poder con los regímenes disciplinarios y reglamentarios.
Sostiene que si la formación del sujeto se lleva a cabo de acuerdo con los
requisitos del poder reglamentario, específicamente la incorporación de normas,
el proceso por el cual éstas son incorporadas crea la distinción entre la vida
interior y la vida exterior, cuya frontera es instalada mediante la regulación
misma del sujeto, pues el poder social crea modalidades de reflexividad, al
mismo tiempo que limita las formas de sociabilidad. No puede ser de otra
manera, porque la producción del sujeto y la operación psíquica de la norma
derivan de las condiciones de poder que le preceden: son la consecuencia de un
apego pasional a la sujeción, de una subordinación primaria a un discurso, que
lo convierten en un ser vulnerable por su deseo de continuidad, de existir. La
sujeción explota este deseo, donde la existencia siempre es conferida desde
algún otro lugar, y marca la vulnerabilidad hacia el Otro para poder existir.
Para explicar el proceso de incorporación de la norma, Butler, siguiendo a
Freud, distingue dos tipos de prohibiciones: la represión y la exclusión.
La elaboración de la esfera interna
del sujeto puede ser entendida como el efecto de una prohibición internalizada,
represión, que hace volver “la pulsión” (anhelo o deseo) sobre sí misma. Este
retroceso se convierte en la condición de la formación del sujeto y produce el
hábito psíquico de autocondena, que se consolida con
el tiempo como conciencia, siendo ésta el medio por el cual un sujeto deviene
en objeto para sí mismo, reflejándose, estableciéndose como reflejado y
reflexivo. La “vuelta” o “retroceso” del deseo, que culmina en reflexividad,
produce otro orden de deseo: el deseo por ese circuito, deseo por la
reflexividad, y en última instancia, por la sujeción. Pero Butler distingue
otro tipo de prohibición que marca los límites de reflexión, es la exclusión. A
diferencia de la represión, en la que el deseo pudo haber existido separado de
su prohibición, la exclusión presupone que el deseo es rigurosamente eliminado,
constituyendo al sujeto mediante un tipo de pérdida anticipada: una melancolía
constitutiva.
La melancolía implica la doble
negación de un apego, pues al mismo tiempo que es apartada, se la integra en la
formación de la conciencia. Es una esfera de apego que no se produce
explícitamente como un objeto de discurso, pero estructura las formas que
cualquier apego puede asumir, porque no solamente sitúa objetos, sino que los
regula y normaliza por medio de esa colocación. Esto explica que en el
psicoanálisis “el carácter del ego” aparezca como la sedimentación de objetos
amados y perdidos, el remanente de una aflicción irresuelta. En principio,
parecería que la aflicción se resuelve mediante una ruptura con el apego y la
construcción de uno nuevo. Empero, no hay una ruptura final, sino más bien una
incorporación de ese apego como identificación, es decir, el objeto continúa
recorriendo el ego como una de las identificaciones que lo constituyen. En ese
sentido, la identificación melancólica conserva al objeto como parte del ego,
transfiriendo su condición de externo a interno; en la internalización, la
pérdida es parte del mecanismo de su rechazo. De acuerdo con esta propuesta,
los funcionamientos del poder social pueden ser leídos en la delimitación del
campo de los objetos que son excluidos, pues en tanto que exclusión, la sanción
social funciona para producir ciertos tipos de objetos y para excluir
otros del campo de la
producción social.
Más aún, la incorporación
melancólica aparece en la utilización de las figuras del lenguaje empleadas
para explicar la psique. Butler sostiene que en la explicación de la formación
de la psique surge la figura de “la vuelta” como un tropo (figura del lenguaje)
constitutivo del discurso psíquico, en el que la articulación del espacio
psíquico, figurado como interno, depende de la “vuelta” melancólica: “La vuelta
del objeto al ego que produce el ego y sustituye al objeto” (Freud). Esa vuelta
del objeto al ego es el movimiento que hace posible su distinción, es decir que
la vuelta produce la división entre el ego y el objeto, los mundos interno y
externo. Por tanto, la melancolía inicia una frontera variable entre lo
psíquico y lo social, que distribuye y regula la esfera psíquica con relación a
las normas prevalecientes de regulación social.
Entre Foucault y Althusser
En su explicación
sobre la manera en que el poder reglamentario produce y mantiene a los sujetos
en subordinación, y explota su demanda por continuidad, visibilidad y lugar,
destaca la lectura que Butler efectúa de Foucault y de Althusser.
Con ambos autores subraya la importancia de la dimensión psíquica, así como los
efectos formativos de la prohibición en la producción y regulación del sujeto,
y reafirma la utilidad de la incorporación melancólica. Por una parte, muestra
que el sujeto en el pensamiento foucaultiano no es lo
mismo que el cuerpo del que surge, y hace énfasis en su carácter incompleto. El
sujeto permanece como tal sólo por medio de la reiteración de sí mismo; una
repetición (iterabilidad) en la que el sujeto busca
coherencia en categorías sociales que son rearticuladas
y resignificadas por él mismo. De acuerdo con su
exposición, esta iterabilidad abre posibilidades para
oponerse y transformar los términos sociales que lo generan. Por otro lado, con
la teoría de la interpelación ejemplifica los efectos psíquicos de la norma. A
continuación se exponen los puntos más importantes en ambos casos.
Es necesario recordar aquí que, de
acuerdo con Butler, la noción de subjetivación en el pensamiento de Foucault se
refiere a la producción discursiva de identidades, y que en ese sentido el
término conlleva una paradoja, pues implica el devenir del sujeto y el proceso
de sujeción. Butler explica que para Foucault, el proceso de subjetivación se
lleva a cabo básicamente por medio del cuerpo, pero sostiene que la
subjetivación no puede explicarse sin dar cuenta de los efectos formativos o
generativos de la restricción o prohibición. De hecho, indica que la formación
del sujeto no puede ser pensada sin recurrir a un juego habilitante de
restricciones que lo fundan. Siguiendo esta línea, Butler discute los alcances
de la conocida frase foucaultiana “el alma, la
prisión del cuerpo”. Desde su punto de vista, la resistencia que Foucault
atribuye a los discursos normalizadores debe atribuirse a la psique, que
incluye el inconsciente. Según Butler, la explicación foucaultiana
de que los discursos encarcelan al cuerpo en el alma, presupone reducir la
noción de la psique a las operaciones de un marco externo e ideal normalizador;
como si recibiera unilateralmente el efecto de lo simbólico, en el sentido lacaniano. No obstante, Butler anota que Foucault, por una
parte, en Historia de la Sexualidad[6] sugiere que hay una “interioridad”
del cuerpo que existe antes de la invasión del poder. Pero por otra parte, en Vigilar
y Castigar[7]parece que la “interioridad”, el alma,
es tomada como un instrumento del poder, con la cual el cuerpo es formado y
cultivado. En el segundo caso, Butler anota que Foucault aborda la formación
del sujeto efectuada, en alguna medida, por medio de la subordinación del
cuerpo y aun de su destrucción; el sujeto toma el lugar del cuerpo y actúa como
el alma que enmarca y forma al cuerpo en cautiverio. Según la autora, el alma
exterior puede ser entendida como la sublimación del cuerpo, y el cuerpo debe
ser entendido como aquello que no sólo constituye al sujeto en su estado
disociado y sublimado, sino que excede o resiste cualquier esfuerzo de
sublimación. En cuanto a la resistencia, Butler recuerda que ésta aparece en el
pensamiento de Foucault, por una parte, en el curso de la subjetivación que excede
los objetivos normalizadores, y por otra, en la convergencia con otros
regímenes discursivos. Sin embargo, allí la subjetivación alcanza sus límites y
su poder habilitante; esto es así porque el sujeto no está consolidado, siempre
se encuentra en proceso de producción, es producido repetidamente. En esta
repetición del sujeto, los términos que lo forman y lo enmarcan movilizan un
discurso inverso en contra del régimen de normalización que los genera, y
corren el riesgo de ser reformulados. Butler acota, empero, que los discursos
no sólo constituyen el dominio de lo “decible”, sino que están ligados por
medio de la producción a una exterioridad constitutiva: lo indecible, lo insignificable.
Para explicar cómo se rompe la
producción disciplinaria del sujeto, Butler recurre a Althusser
y sostiene con él que el esfuerzo representativo (performative) de nombrar, sólo puede intentar
conferir existencia a su destinatario, pues siempre existe la posibilidad de un
desconocimiento; y subraya el uso althusseriano de
Lacan, quien se centra en la función de lo imaginario como la posibilidad
permanente de desconocimiento, esto es, la inconmensurabilidad entre una
demanda simbólica y la inestabilidad de su apropiación. Si el nombre
interpelado busca lograr la identidad a la que se refiere, empieza como un
proceso representativo (performative) que, no obstante, es desviado en el
imaginario. En esta línea, la autora continúa interrogando a Foucault, y
advierte que aunque en Vigilar y Castigar Foucault presume la eficacia de la
demanda simbólica, de su capacidad representativa (performative) para construir al sujeto que nombra,
en la Historia de la Sexualidad existen tanto un rechazo a “un solo
lugar de sublevación”, así como una afirmación de las múltiples posibilidades
de resistencia habilitadas por el poder mismo. Butler manifiesta que a
diferencia de Lacan, quien restringe la noción del poder social al dominio
simbólico y delega la resistencia al imaginario, Foucault reelabora lo
simbólico como relaciones de poder y entiende la resistencia como uno de sus
efectos, pues la concepción de Foucault se desplaza desde un discurso jurídico
hacia otro sobre el poder, que es el campo de las relaciones productivas,
reglamentarias y contestatarias.
En este sentido, para Foucault lo
simbólico produce la posibilidad de sus propias subversiones como efectos no
anticipados de las interpelaciones simbólicas. Lo simbólico no sólo consiste en
la reiterada elaboración de normas o demandas interpelativas,
pues el poder en el pensamiento de Foucault es formativo o productivo,
maleable, múltiple, expansivo y conflictivo. Así, el discurso no constituye a
un sujeto unilateralmente, o más bien sí lo hace; simultáneamente, también
constituye la condición para su deconstitución. Aquello a lo que se confiere
existencia por medio de la demanda interpelativa, es
mucho más que un “sujeto”, porque el “sujeto” no está fijo en un lugar,
permanece como tal a través de la reiteración o rearticulación de sí mismo como
sujeto, y esta dependencia en la repetición constituye su carácter siempre
incompleto. Esta iterabilidad se convierte en el
no-lugar de la subversión, la posibilidad de una repersonificación
de la norma subjetivante que puede redirigir su
normatividad. Para Foucault, entonces, el aparato disciplinario produce
sujetos; pero como una consecuencia de esa producción, trae al discurso las
condiciones para subvertirlo.
Con Althusser,
Butler se centra en la teoría de la interpelación que aparece en el ensayo
“Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado”, y advierte explícitamente que
esta teoría es releída y discutida en conjunto con las metáforas y los ejemplos
que usa el autor.[8] Desde su punto de vista,
la teoría de la interpelación es una forma de explicar al sujeto como
consecuencia del lenguaje y siempre dentro de sus términos. Sostiene que en el
ejemplo de interpelación de Althusser, el acto de
“voltear” del sujeto ante un llamado no parece estar determinado
unilateralmente, o exhaustivamente, ni por la ley ni por el destinatario. El
“voltear” puede ser entendido como un movimiento anticipado hacia la identidad
por medio de la autoadscripción de la culpa, como una
“vuelta en contra de sí mismo” que constituye el movimiento de la conciencia.
La aceptación de los términos por los que uno es llamado se debe a que,
anterior a cualquier posibilidad de entendimiento crítico, preexiste una
apertura, o vulnerabilidad a la ley; una complicidad pasional sin la cual
ningún sujeto puede existir. Según Butler la teoría de la interpelación puede
situar la vulnerabilidad de la subjetivación en esa vuelta hacia y en contra de
la ley, porque presupone una doctrina no elaborada sobre la conciencia, una
“vuelta sobre sí mismo”, que trae consigo la disposición de aceptar la culpa
para adquirir una porción de identidad. La posibilidad de formación del sujeto
depende de una búsqueda apasionada por el reconocimiento, que es inseparable de
la culpa. Debe entenderse, entonces, que la autorrestricción
es anterior al sujeto y se encuentra vinculada con la posibilidad del habla, pues
la interpelación social está estructurada por el poder de nombrar, y el nombrar
hace que los sujetos existan. El nombre aparece como la condición anterior y
esencial a la formación del sujeto y muestra que hay una cierta disposición a
ser subyugado por la interpelación, una disposición que sugiere que ya se
encuentra implicado en los términos de la autoridad, a los que subsecuentemente
cede, o que ha cedido antes de voltear y que la vuelta es un signo de una
sumisión inevitable. En esta sumisión el sujeto es establecido como un sujeto
colocado en el lenguaje.
Butler explica que el surgimiento de
la conciencia (conocimiento), según Althusser, se
relaciona con el proceso de adquisición de habilidades que tienen que ser
aprendidas para luego ser reproducidas. La autora afirma que en el pensamiento althusseriano las habilidades lingüísticas son
fundamentales para la formación del sujeto, y constituyen las reglas y
actividades observadas. Las habilidades en general, pero las lingüísticas en
particular, tienen que ser dominadas y dominables; su
dominio aparece como un tipo de sumisión. Entre más sea dominada una práctica,
mayor será la sumisión. De tal modo que sumisión y dominio se llevan a cabo
simultáneamente. Por lo tanto, aquello anterior al sujeto que puede explicar su
formación, es la reproducción de las habilidades sociales, la reproducción de
la sujeción. Aquí la reproducción central es la del sujeto, y se lleva a cabo
con relación al lenguaje y a la formación de la conciencia. Realizar tareas
“conscientemente” significa realizarlas una y otra vez para reproducir esas
habilidades, y al reproducirlas, adquirir dominio.
Desde esa perspectiva, la autora
insiste en que el dominio de un juego de habilidades debe ser interpretado como
una absolución de uno mismo; este dominio lo defiende a uno contra una
acusación; es la declaración de inocencia del acusado. Asegura que desde el
pensamiento de Althusser, convertirse en un “sujeto”
implica haber sido presumido culpable, entonces tratado y declarado inocente. Debido
a que esta declaración es incesantemente producida, convertirse en un “sujeto”
significa estar en el proceso de absolverse uno mismo de la acusación de culpa.
Pero como esta culpa condiciona al sujeto, constituye la prehistoria de la
sujeción a la ley por la cual el sujeto es producido. La actuación (performance) del sujeto no está simplemente en
concordancia con la reproducción de las habilidades sociales, porque no existe
sujeto anterior a su realización; realizar tareas laboriosamente introduce al sujeto
a su condición como ser social. Hay culpa y entonces se realiza una práctica
repetitiva por medio de la cual se adquieren las habilidades, y sólo entonces
se adquiere el lugar gramatical dentro de lo social como sujeto. Dominar un
juego de habilidades significa reproducirlas en y como una actividad propia.
Esto implica incluir reglas en el curso de acción, y reproducir esas reglas en
rituales personificados de acción.
La dimensión psíquica es inseparable
de la repetición ritual de los actos, pues la noción misma de ritual implica
traducir creencia y práctica como inseparables. Pero inherente a cualquier
actuación existe una compulsión de “absolverse uno mismo”, y entonces, anterior
a cualquier actuación, preexiste una ansiedad y un conocimiento que deviene
articulado y animado sólo sobre la ocasión de la reprimenda.
Con esta explicación Butler reitera
la importancia que Althusser atribuye a la dimensión
psíquica, y afirma que la contribución distintiva de este autor es la de
socavar el dualismo ontológico presupuesto por la distinción marxista
convencional, entre la base material y la superestructura ideológica. La
constitución del sujeto es material en la medida en que se lleva a cabo
mediante rituales, y éstos materializan “las ideas del sujeto”. Lo que se
denomina subjetividad, entendida como la experiencia vivida e imaginaria del
sujeto, es en sí misma derivada de los rituales materiales por los que el
sujeto es constituido.
No obstante, Butler asevera que Althusser fracasa al no poder dar cuenta de un “remanente
de interioridad” que no se toca en la interpelación: el amor. El amor está más
allá de la interpelación porque es generado por una ley inmaterial (lo
simbólico) sobre y por encima de las leyes rituales que gobiernan las
diferencias prácticas de amor. El Otro que surge aquí es de orden simbólico, y
como tal se pierde, se introyecta, se convierte en la
condición inmaterial del sujeto, inaugura la repetición específica de lo
simbólico, la fantasía de un retroceso que nunca puede ser completado. A medida
que la introyección primaria es un acto de amor, éste
es reiterado, y por ende es ritual. Althusser supone
un apego pasional a la ley, pero el amor no está más allá de la interpelación.
La interpelación no tiene éxito, no por ser una forma estructural de
prohibición, sino por su inhabilidad para determinar el campo constitutivo de
lo humano. Si la conciencia es una forma que toma el apego pasional a la
existencia, entonces la falla de la interpelación debe ser encontrada en el
apego pasional que le permite funcionar: en la identificación melancólica.
Formación melancólica
del género
Finalmente,
Butler lleva sus propuestas teóricas a un análisis sobre la formación del
género, con el que reafirma sus puntos de vista acerca de la incorporación melancólica
de la norma. Sostiene que en la cultura occidental existe una matriz
heterosexual que penetra en la construcción del género, que incluso se
encuentra en la explicación de Freud sobre el complejo de Edipo. Esta matriz es
una construcción exagerada y rígida de la relación entre género y sexualidad en
la cual las posiciones de “masculino” y “femenino” son establecidas, en parte,
por medio de prohibiciones que demandan la pérdida de ciertos apegos sexuales,
y que exigen además que esas pérdidas no sean declaradas ni sufridas. Esto
implica que la heterosexualidad se adquiere, en cierto grado, mediante
prohibiciones que toman como uno de sus objetos el apego homosexual, forzando
con ello la pérdida de esos apegos. Siguiendo la línea psicoanalítica, Butler
explica que en la formación del ego esta pérdida es conservada como una
identificación rechazada, en la que los objetos homosexuales quedan excluidos
desde el principio. En esta identificación no hay reconocimiento o discurso con
el cual la pérdida pueda ser nombrada o sufrida. La heterosexualidad se
naturaliza a sí misma subrayando la alteridad de la homosexualidad, y por
tanto, la identidad heterosexual se consigue por medio de una incorporación
melancólica del amor que rechaza. Es decir, se trata de una identidad basada en
el rechazo a declarar un apego, y por ende, el rechazo a sufrir.
Más aún: cuando la prohibición
contra la homosexualidad es culturalmente penetrante, la pérdida es precipitada
mediante una prohibición que se repite, y ritualiza
en toda la cultura: una cultura de la melancolía de género en la que el logro
heterosexual es reforzado con el rechazo. Butler establece que en esta
concepción el género se entiende como aquello que permanece inarticulado en la
sexualidad, pues sólo de esta manera es posible entender cómo el deseo
homosexual deviene una fuente de culpa. La melancolía está marcada por la
experiencia de la autocondena, en la que la culpa
surge como la vuelta del apego homosexual al ego. Si la pérdida se convierte en
una escena renovada de conflicto, y si la agresión que sigue a la aflicción no
puede ser articulada o externada, entonces rebota en el ego mismo, en la forma
de superego. En este sentido, la melancolía aparece
como el rechazo de la pena y como la incorporación de una pérdida. Así, la
prohibición de la homosexualidad anticipa el proceso de la pena y estimula una
identificación melancólica que vuelve el deseo homosexual sobre sí mismo; es la
acción de la autocondena y la culpa. La
homosexualidad no es abolida, sino conservada en su prohibición.
Por lo tanto, según esta autora, es
posible leer en la melancolía el funcionamiento del género, debido a que en
ésta el mundo aparece como contingentemente organizado mediante ciertos tipos
de exclusión. Asegura que cualquier forma rígida de género, sea heterosexual u
homosexual, origina formas de melancolía. Ello ocurre porque el género es
representativo (performative), es decir, la actuación de género
produce retrospectivamente la ilusión de que hay un núcleo interior al género (el
efecto de una esencia o atribución verdadera o permanente); pero el género se
produce como una repetición ritualizada de
convenciones socialmente obligadas, y puede ser entendido como “la actuación”
de una aflicción no resuelta. Butler apoya su argumento al explicar que en el
travestismo, la constitución “normal” del género representado está compuesta
por un juego de apegos rechazados; de identificaciones que constituyen el
dominio de lo “no representable”.
Consideraciones
finales
El interminable
“volver sobre sí mismo” y la incorporación melancólica de la norma en la teoría
de Butler sobre la formación del sujeto, también aparece como parte
constitutiva de su explicación; constituye un esfuerzo de “re” presentar, a
partir de figuras del lenguaje, la diferenciación de los espacios “interno” y
“externo”. Su trabajo es un ejemplo claro de ese “volver sobre sí mismo” que
imprime un carácter dinámico a las categorías sociales. Es necesario destacar
que la sumisión del sujeto a un discurso que tiene el poder de formarlo y
regularlo por medio de la imposición de categorías del lenguaje, no presupone
una determinación lingüística anterior al sujeto; recuérdese que el sujeto es
una estructura en formación. En este sentido, quizás habría que insistir en la
noción de iterabilidad, tanto de las categorías como
del sujeto.
En la teoría de la formación del
sujeto hay individualidad, pero en cada caso no es del todo particular; las
categorías del lenguaje con las que el sujeto se coloca en el mundo social
están dadas de antemano, pero son reformuladas y el sujeto reformula su
existencia por medio de las mismas. Además, la alteridad que produce al ego
mediante la incorporación melancólica de la norma, y que aparece en los actos
de autocensura de la conciencia, no permanece estable a través del tiempo. El
otro, incorporado por medio de la prohibición, incluye ideales y conceptos que
forman parte de la reflexividad del sujeto.
En este sentido, Butler deja una
puerta abierta para encontrar otras identificaciones melancólicas en la
constitución de la identidad, que no se restringen a la construcción del género,
como por ejemplo la
identidad nacional, o bien, siguiendo la línea de la autora respecto a las
identificaciones melancólicas de género, aquellas asociadas con las representaciones
de hogar y de trabajo. Tanto el hogar como el trabajo se encuentran objetivados
en el lenguaje, y el hogar encuentra una posible referencia empírica en “la
casa”. Además, en el hogar y en el trabajo se reproducen las habilidades y, por ende,
la reflexividad de los sujetos; y el mundo aparece, también, como organizado
entre ambas esferas.
¿Qué formas de identificación
melancólica yacen bajo la construcción de ambas? ¿Cómo reproducen y representan
los sujetos esta dualidad? ¿Qué identificaciones melancólicas les son
subyacentes? ¿Es posible identificar señales de cambio a partir de la
representatividad (performativity) de los sujetos?
Considero
que Butler reintroduce la importancia de la descripción hermenéutica, y abre
las puertas a un acercamiento metodológico que incluye la dimensión psíquica,
por medio del funcionamiento psíquico de la norma, como una forma de dilucidar los
funcionamientos del poder social.
[1]
Judith Butler, The
Psychic Life of Power: Theories in Subjection, Stanford,
Calif., Stanford University Press, 1977.
[2]
Judith Butler, Gender
Trouble: Feminism and the Subversion of Identity, Nueva York, Routledge, 1990.
[3]
Judith Butler, Bodies
that Matter: On the Discursive limits of “Sex”, Nueva York, Routledge, 1993.
[4] La autora utiliza el término ineluctabilidad; su sinónimo parece más comprensible.
[5]
Georg W. F. Hegel (1806), Phenomenology
of Spirit, Oxford, Oxford University Press, 1977.
[6] Michel Foucault, Historia
de la sexualidad, volumen 1: La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI, 1987.
[7] Michel Foucault, Vigilar
y castigar: Nacimiento de la prisión,
México, Siglo XXI, 1988.
[8] Louis Althusser, “Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado”, en Louis Althusser, La filosofía como arma de la revolución, México, Siglo XXI, 1986.