Entre el organicismo y el romanticismo: una lectura de
la obra La Geografía como metáfora
de la libertad
La obra de Daniel
Hiernaux-Nicolas titulada
La Geografía como metáfora de la libertad. Textos de Eliseo Reclus, publicada en 1999 por el Centro de Investigaciones Científicas Jorge
Tamayo conjuntamente con la editorial Plaza y Valdés, tiene el gran mérito de
acercarnos a un geógrafo del siglo pasado, Reclus
(1830-1905), quien actualmente es muy poco conocido no sólo en el campo de las
ciencias sociales en general, sino también en el campo particular de la
Geografía, sobre todo entre los geógrafos jóvenes. A pesar de este
desconocimiento tanto del autor como de su obra, es necesario reconocer que se
trata de un pensamiento que muy tempranamente planteó ideas que en muchos casos
no han perdido la relevancia, e incluso muchas de ellas se han conocido y
difundido gracias a otros autores. Un ejemplo de las ideas reclusianas
más conocidas y transmitidas por otras voces, es la concepción de la “evolución
de las ciudades”; es decir, la idea de que las ciudades nacen, se desarrollan,
entran en decadencia y desaparecen, o bien, inician una renovación como una
especie de renacimiento, de renacimiento urbano.
En este sentido, La
Geografía como metáfora de la libertad
es una invitación a acercarnos a uno de esos autores solitarios, que no
pertenecieron al sistema académico de la época –en ese caso: la geografía
oficial–, pero de una gran capacidad y sensibilidad para comprender la
realidad. En aquella época, Reclus en buena medida
fue marginado de muchos ámbitos institucionales por sus ideas y su militancia
anarquista (con reiterados exilios). Hoy día, posiblemente la etiqueta de
“positivista” y evolucionista pueda servir para comprender el olvido del
geógrafo anarquista.
La estigmatización de Eliseo Reclus como positivista es notoriamente reductora.
Evidentemente que habiendo nacido en Francia en 1830, era difícil escapar
totalmente de la seducción positivista; por ejemplo, fue contemporáneo de
Spencer.[1]
Sin embargo, la complejidad de su pensamiento supera bastante esa etiqueta. Si
el positivismo ejerció su influjo en Reclus fue por
medio de la metáfora “organicista”, que le permitió preguntarse por los
procesos de cambio de las comunidades mediante la idea de evolución. No
obstante, antes que pensar en los clásicos términos evolucionistas, como el de
selección natural o lucha por la sobrevivencia, optó por las ideas de
“cooperación” y “armonía” como una forma de entender las relaciones entre los
individuos, y entre la naturaleza y la sociedad, aunque también recurrió a los
conceptos de lucha de clases y desigualdades sociales. Acordamos con Nicolás
Ortega Cantero cuando asevera que las firmes convicciones evolucionistas de Reclus no lo llevaron a constreñirse unilateralmente[2] en
favor de la naturaleza que se impone al hombre, sino a buscar articulaciones
más profundas.
Esa complejidad característica de su
pensamiento es una expresión de la integración de las concepciones
evolucionistas con ideas heredadas del romanticismo alemán del siglo xviii. Esta
última fuente inspiradora permite comprender la concepción de Reclus sobre el conocimiento geográfico como resultado no
sólo del pensamiento (de la razón), sino también del “sentir” y de la
“imaginación” del geógrafo. Así, Reclus llega a
sostener que el conocimiento geográfico no es independiente del sujeto que
conoce, que siente e imagina. Estas ideas resultan bastante cercanas a
conocidas expresiones actuales, como las de Michel Maffesoli
o de Anthony Giddens respecto a que el investigador
es parte de lo que estudia –la doble hermenéutica de Giddens.
La revalorización del sentir y el
imaginar en el proceso de conocimiento se puede comprender mejor si se
considera que Reclus se definía a sí mismo como
continuador de la obra del geógrafo alemán Karl Ritter,
quien vivió entre 1779 y 1859. Esa filiación de Reclus
con Ritter muestra la parcialidad de caracterizar a Reclus como positivista, así también aclara algo respecto a
las ideas típicas del romanticismo alemán arraigadas en Reclus.
Por ejemplo, al igual que su maestro Ritter, Reclus consideraba que lo relevante era la visión interior
de los fenómenos y no los fenómenos mismos, bajo el entendido de que esas
visiones se adquieren en la experiencia del hombre con la naturaleza. También
retomó de Ritter el interés por la comparación de
comunidades y la concepción de la “tierra como morada del hombre, como el
teatro y escenario de la vida humana”.
Casi todos los analistas del
pensamiento geográfico coinciden en que Reclus
también adoptó de Ritter el
determinismo geográfico,[3] aunque muy matizado. Paul Claval[4]
proporciona una reflexión más compleja al respecto. Señala que sus viajes por
el mundo llevaron a Reclus a desarrollar las primeras
expresiones del posibilismo,[5] alejándose así del deteminismo
geográfico. Un
ejemplo lo constituye su Geografía Universal (esa monumental obra en 19 volúmenes,
de la que Hiernaux-Nicolas toma el capítulo “La
geografía de Méjico”), en la que desarrolló ampliamente la idea del hombre que
domina y controla la naturaleza, el hombre como agente de transformación de
ésta, frente a la clásica concepción determinista del hombre dominado por la
naturaleza. Tal vez un camino que el pensamiento geográfico no ha explorado lo
suficiente, es si Reclus logró una particular
“simbiosis” –para utilizar un característico término reclusiano–
entre el determinismo geográfico y el posibilismo (es decir, entre la concepción de la
naturaleza que se impone al hombre, y la del hombre que la transforma), o si
fueron dos momentos de su pensamiento, uno inicial más determinista, y un
segundo, más posibilista. Parecería que Claval sugiere esta última alternativa,
aunque muy tímidamente.
Otro foco de interés de su maestro Ritter, también recuperado por Reclus,
es la concepción educativa de Pestalozzi, la
admiración por sus iniciativas sociales, las escuelas para pobres y la
educación para campesinos. Estas concepciones ritterianas
articulaban fuertemente con el compromiso social anarquista de Reclus; y permiten comprender que haya sido precisamente Reclus quien acuñó la expresión de “geografía social”,
luego ampliamente difundida y constituida en pilar del quehacer geográfico. A
pesar de todo, no se debe olvidar que la geografía francesa de la época no
siguió el camino del compromiso social marcado por Reclus,
sino el más convencional y académico de Paul Vidal de la Blache.[6]
Eso también muestra que Reclus reconoce más filiación
con la geografía y la filosofía alemanas de la época que con la geografía
clásica francesa, es decir, la geografía regional vidaliana.
En síntesis, la complejidad y
riqueza del pensamiento de Reclus posiblemente se
pueda ver como el resultado de la integración del evolucionismo, el
romanticismo y las ideas anarquistas e individualistas de la época.
Así, si La
Geografía como metáfora de la libertad
nos acerca al pensamiento del autor, también hay que destacar que es el
acercamiento a algunos textos en particular de Reclus.
En principio, se puede señalar que en este libro se incluyen dos textos más
cercanos al pensamiento político de Reclus (“La
anarquía” y “A mi hermano el campesino”), y otros cuatro de carácter más
geográfico (“Fragmento de un viaje a Nueva Orleáns”, “El agua en la ciudad”,
“La evolución de las ciudades” y “La geografía de Méjico”). No obstante, en
todos está integrada la mirada geográfica y la posición anarquista. El
anarquismo se expresa en el compromiso social, el interés por el cambio social,
la revalorización del individuo y la iniciativa individual; en última
instancia, todo lo creativo de que es capaz el individuo, aun en condiciones
restrictivas. En cuanto a la mirada geográfica de Reclus
en estos textos, creemos que se puede iluminar muy bien con las palabras que
Horacio Capel ha usado para caracterizar lo específico del enfoque geográfico
desde finales del siglo xviii
y hasta la actualidad, es decir:
·
El
estudio de la diferenciación del espacio a lo largo de la superficie terrestre,
y
·
El
estudio de la relación Hombre-Medio.[7]
Aunque Daniel Hiernaux
no se haya planteado explícitamente recuperar estos dos criterios, parecería
que su selección de los textos más geográficos de Reclus
se puede leer desde estos dos ejes analíticos (verdaderas constantes
geográficas). En este sentido, Hiernaux hace una
selección de textos enteramente geográfica. Él señala que uno de los textos
escogidos de Reclus tiene la virtud de recurrir a la
estrategia metodológica del transecto
geográfico, es el
texto sobre “El agua en las ciudades”. El transecto es un recurso metodológico del
geógrafo para estudiar cómo se va diferenciando el espacio de un lugar a otro.
Para el texto sobre “El viaje a Nueva Orleáns”, Hiernaux
le propone al lector entenderlo como un zoom, otro recurso metodológico. La
estrategia del zoom es una referencia al cambio
progresivo de escala,
más concretamente, a la ampliación creciente de la escala desde la cual observa
el geógrafo. Aunque debe aclararse que en este zoom reclusiano
o cambio de escala, lo particular está en que el punto de observación es la
propia experiencia del geógrafo; al respecto, es ilustrativa la advertencia de Hiernaux: Para el geógrafo, la vista es el principal de los
sentidos; una vez más estamos frente al problema metodológico de la
observación. Este cambio de escala también encuentra correspondencia con lo que
hemos señalado como una de las constantes de la geografía, es decir, al ampliar
la escala (hacer un zoom) es posible estudiar la relación
Hombre-Medio con más detalle, y además, integrando el “sentir” del observador.
En el caso del texto sobre “la
evolución de las ciudades” (1895), Daniel Hiernaux
insiste en su relevancia como precursor de las teorías de la localización, y
más específicamente, dice que este trabajo parece anticipar la Teoría
del Lugar Central,
que Walter Christaller formuló en 1933. Al respecto,
no está de más subrayar lo que la geografía cuantitativa suele olvidar: el
problema de la “localización” también es una particular forma de entender la
relación Hombre-Medio.
En este texto sobre las ciudades, Hiernaux también manifiesta la importancia de una dimensión
usualmente poco valorada, como son las redes sociales e intelectuales del
pensador, en este caso: Reclus. Nos presenta un
círculo intelectual en el que junto con Reclus
participaron en la gestación y discusión de muchas ideas, pensadores como Kropotkin y Patrick Geddes,
sumándose a esa herencia intelectual Lewis Munford,
por haber sido discípulo de Geddes. Así, Hiernaux-Nicolas nos muestra que si la concepción sobre la
evolución de las ciudades desde la metáfora organicista (la ciudad que nace,
crece y muere, o bien, renace) se difundió por la teoría de Geddes,
las reflexiones de este autor habría que verlas como producto de un círculo
intelectual, del cual si Reclus no era el centro, al
menos ocupaba una posición importante.
Regresando a los ejes geográficos
antes considerados, este texto sobre las ciudades también muestra una forma de
entender la relación Hombre-Medio desde una visión organicista que no es
determinista. Reclus analiza la relación Hombre-Medio
en cada momento de la evolución de las ciudades; así, juega con los viejos
conceptos geográficos de “sitio y posición” de las ciudades, en los que el
sitio refiere al “medio” y la posición, al “hombre” o la influencia humana. El
sitio y la posición le permiten comprender el primer estadio en la evolución de
las ciudades, es decir, el nacimiento. Así mismo, analiza el nacimiento de las
ciudades a partir del campo, cómo se mantiene el vínculo entre las ciudades y
el campo cuando las primeras crecen, las diferentes modalidades que toma este vínculo
en el crecimiento de las ciudades; a veces como relaciones de subordinación del
campo a las ciudades; como en los núcleos urbanos medievales. En otros casos,
como una relación de integración armoniosa; es el ejemplo de las ciudades de
Sicilia.
De igual modo, nos muestra la
relación Hombre-Medio desde el eje del deterioro y la contaminación reinante en
las ciudades industriales, poniendo como ejemplo a las ciudades
norteamericanas. Su descripción de Pittsburgh es un alegato en contra de la
ruptura de la armonía entre el Hombre y la Naturaleza, por cierto, muy similar
a la conocida descripción de la “ciudad carbón de Charles Dickens”, tan
difundida por Lewis Mumford.[8]
Al recuperar el capítulo “La
geografía de Méjico” para La Geografía como metáfora de la
libertad, Hiernaux evidencia el enorme valor de este
texto para reconstruir una historia del pensamiento histórico-geográfico acerca
de México. Además, cabe recordar que se trata de un trabajo que en su tiempo
fue muy leído por los grupos populares politizados, sobre todo socialistas y
anarquistas, motivo por el cual fue traducido al español muy tempranamente.
En los dos textos de corte más
político, también está presente la mirada geográfica. En “A mi hermano el
campesino”, Reclus juega con la relación Hombre-Medio
desde la clásica vinculación del campesino con la tierra por medio de su
trabajo, es decir, viendo al trabajo como mediación entre el hombre y el medio.
En síntesis, tanto en los textos más geográficos como en los más políticos, se
manifiestan las constantes geográficas: la visión del espacio que se va
diferenciando de un lugar a otro y el interés por desentrañar los laberintos de
la relación Hombre-Medio; analizando a esta última desde un espectro de
dimensiones, como el sitio y la posición de las ciudades, la relación
campo-ciudad, el deterioro ambiental, la relación campesino-trabajo-tierra.
Todo lo anterior muestra el
procedimiento seguido por Daniel Hiernaux: Una cuidadosa búsqueda y selección de textos de Reclus, que permiten reconstruir un pensamiento geográfico
pionero y aun esclarecedor de la relación entre el hombre y el espacio.
A nuestro entender, uno de los
enormes desafíos que enfrenta hoy día la geografía en México, es regresar sobre
su propia historia, sobre sus fuentes, sobre el pensamiento de sus padres
fundadores, sobre sus formas de conocimiento, para repensar formas de
conocimiento del territorio actual. Uno de los méritos de La
Geografía como metáfora de la libertad
resulta de ese regreso a las fuentes, por lo que seguramente servirá de
estímulo a los geógrafos jóvenes, y esperamos que el propio autor siga ofreciéndonos trabajos en esta
línea.
Alicia Lindón
El
Colegio Mexiquense
[1] Recordemos que Herbert Spencer vivió
entre 1820 y 1903.
[2] Nicolás Ortega Cantero, Geografía
y cultura, Madrid,
Alianza, 1987, pp. 55-56.
[3] En el pensamiento geográfico el
determinismo ha significado la concepción según la cual las formas de
organización del territorio por parte del hombre resultan “determinadas” por
las condiciones naturales. De manera muy reduccionista, durante mucho tiempo se
le atribuyó una responsabilidad central en este pensamiento a Federico Ratzel, aunque hoy sabemos que ni Ratzel
fue tan determinista, ni el determinismo estuvo ausente en otros geógrafos más
cercanos al historicismo.
[4] Paul Claval, La
evolución de la geografía humana,
Barcelona, Oikos-Tau, col. Ciencias Geográficas,
1974, p. 53.
[5] El posibilismo significó dentro del pensamiento
geográfico, el reconocimiento de que la naturaleza sólo tiene la “posibilidad”
de influir en las formas de organización del territorio desarrolladas por el
hombre, pero esa posibilidad de la naturaleza entra en interacción profunda con
la voluntad y capacidad del hombre para modelarla. El posibilismo geográfico
significó el cuestionamiento del determinismo geográfico. Vidal de la Blache fue el iniciador de los postulados posibilistas,
aunque en sus primeras obras se han reconocido rasgos sumamente deterministas.
[6]
Paul Vidal de la Blache vivió entre 1843 y
1918.
[7] Horacio Capel, Filosofía
y ciencia en la geografía contemporánea. Una introducción a la Geografía, Barcelona, Barcanova,
1981, p. 258.
[8] Lewis Mumford, La cultura de las ciudades, Buenos Aires, Emecé, 1945.