Presencia de la mujer en la asistencia
social en México
Gloria Guadarrama Sánchez
El
Colegio Mexiquense
Introducción
La asistencia
social es una de las opciones a las que la sociedad mexicana ha dado cierta
vigencia para enfrentar la pobreza; no obstante, a lo largo de casi siglo y
medio, la asistencia como política pública y como acción de grupos privados ha
ido percibiéndose como un sistema de múltiples propósitos, cursos diversos y
destino incierto, más que como un solo camino directo y ascendente, próximo a
arribar a la meta de abatir la pobreza. Los cambios en las formas que han asumido las políticas
asistenciales en un momento o ciclo determinado se estiman influidos por otros
procesos más o menos visibles en el espectro más amplio del desarrollo nacional,
las esferas del Estado, la política, la cultura y la sociedad, y asociados a
nociones más generales e integradoras de significados sociales; destacan entre
estas últimas las nociones de lo público y
lo privado. El propósito de este artículo es explorar la reconfiguración
de las políticas asistenciales como un proceso relacionado con la
reconstitución de las nociones de lo público y lo privado; destacando en estos
vínculos la participación de la mujer en la asistencia social mexicana. Para
este objeto se aborda someramente el proceso de formación de las políticas
públicas de asistencia social; se revisan algunos aspectos conceptuales de la
reconstitución de los ámbitos público y privado; se examinan algunas de las
formas que ha asumido la participación de la mujer en el terreno asistencial;
se establecen referencias entre estos procesos y las políticas asistenciales,
con la intención de concretar y dar rostro al papel que ha desempeñado la mujer
en los procesos de reconfiguración y cambio de la asistencia social mexicana, y
se aportan elementos para reconocer la importancia de su participación como
actor social de la asistencia.
La sociedad y la
asistencia social
A punto de dar el
paso que las llevará al tercer milenio, las sociedades contemporáneas presentan
un panorama contrastante y diverso: frente al progreso de los países más
desarrollados, aparecen la miseria, el atraso y aun la muerte diaria de miles
de seres humanos por razones de desigualdad y desequilibrios en el desarrollo.
Ante estos problemas se destaca también la presencia de una conciencia cada vez
más generalizada de que la colectividad no puede abandonar a sus miembros más
débiles y que la solución a los problemas de la pobreza requiere de la
participación de todos; conciencia que impulsa la realización de acciones de
asistencia social tanto en la esfera del Estado como en la de la sociedad
civil. La asistencia se sustenta en el reconocimiento de otras personas como
seres humanos, hombres y mujeres que son como nosotros y por ello pueden tener
derecho a ser asistidos en situación de necesidad (Rawls,
1971; y Walzer, 1983). Obligación moral que se genera
bajo el principio de asistencia mutua, que resume una de las formas de
interrelación entre los individuos.
La asistencia como responsabilidad
del Estado y del cuerpo social tiene raíces en tradiciones morales vinculadas
con la caridad y la beneficencia, emergiendo en su sentido moderno asociada al
pensamiento de la Ilustración, que durante los siglos xviii y xix, generó nuevas formas de
organización de la vida pública y social, formas que estuvieron estrechamente
ligadas a la aceptación generalizada de los derechos individuales y del papel
del Estado como salvaguarda del bienestar general de la sociedad (Kusnir, 1996; Cohen y Arato, 1996; Sievers,
1995; y Padilla, 1995).[1]
La génesis del pensamiento sobre el
Estado moderno se encuentra
estrechamente ligada a las ideas que lo distinguen de la sociedad civil
y a las percepciones de los ámbitos público y privado como esferas separadas, separación
sustentada inicialmente en la necesidad de fijar límites a la intervención del
Estado, abrir espacios para la discusión pública y, sobre todo, en la
secularización y diferenciación entre la Iglesia y el Estado (Seligman, 1996). Estos procesos marcan el tránsito de una
sociedad global hacia una sociedad diferenciada y permiten la configuración de
distinciones entre la esfera pública (estatal) y la privada (religiosa,
social), así como apuntar tanto la responsabilidad del Estado ante las
necesidades de la pobreza, como la del individuo, a quien se considera portador
de derechos y agente de la conciencia moral.
Interesa aquí dejar asentado que la
preocupación de la sociedad por el bienestar colectivo y la gradual aceptación
del bien común como una responsabilidad de todos, fueron determinantes para
asumir la pobreza como una problemática social más que individual,
modificándose las formas tradicionales
de atención a los pobres centradas en la caridad y la beneficencia, organizadas
generalmente en torno a la esfera religiosa. Las nuevas formas de encarar las
necesidades sociales se reflejaron tanto en la necesidad de una política
social, como en la toma de conciencia pública que dejó de ver la miseria como
un hecho natural: producto de situaciones de abandono, falta de disciplina,
irresponsabilidad, resultado del vicio, la escasa dignidad y autoestima; dando
paso a considerarla como uno de los efectos del sistema económico y/o de la
organización social.[2]
El paso decisivo de esta
transformación estriba en que la sociedad dejó de ver la erradicación de la
pobreza como una aspiración ética deseable, producto de la conciencia y la
moralidad individual, pero secundaria al ejercicio de la libertad personal;
pasando, mediante la cesión de algunas libertades individuales en favor del
Estado, a aceptar que éste fuese la instancia promotora y responsable de
asegurar un cuerpo de derechos inalienables del ser humano. Así, el sentido de
responsabilidad social, los valores, los derechos individuales y la obligación cívica,
que fortalecen la participación de la sociedad civil, fueron factores
determinantes para la conformación de los conceptos modernos del Estado y de la
asistencia social.
La relación
público-privado en la asistencia social
Uno de los
aspectos relevantes en la diferenciación entre el Estado y la sociedad civil,
así como en la concepción misma de la asistencia, es su vinculación con las
nociones de lo público y de lo privado. Lo público y lo privado son conceptos
básicos que estructuran y dan coherencia a la vida social, tejiendo una
orientación o intersubjetividad compartida, la cual sustenta cierta
normatividad, criterios de valor y límites, que articulan y dan sentido a la
acción humana (Elshtain, 1981). Por esto mismo, son
conceptos que contienen elementos de movimiento y modificación permanentes,
además de múltiples significados y dimensiones, que tienen que ver con
contextos coyunturales y circunstancias temporales, más que con rasgos
estructurales que pudieran establecer distinciones únicas.[3]
La
diferenciación entre lo personal, familiar, doméstico;[4] lo
visible y lo inherente a la sociedad en general; así como lo referido al Estado
y lo que se considera de interés general, apunta a una red de interrelaciones y
diferencias que conforman esferas interactuantes
entre los planos diversos y cambiantes que constituyen el universo de lo
social, encontrándose en constante redefinición. El
carácter móvil y
abstracto de estos
conceptos –que entre otros, son parte constitutiva de las esferas de lo público
y lo privado– les confiere una imprecisión que sólo puede anclarse en las
particularidades de la realidad social. Uno de los propósitos de este escrito
es anudar estas reflexiones en las políticas asistenciales y en la
participación de las mujeres en la asistencia destacando los vínculos que
existen entre ellos.
A
efecto de revisar los procesos de reconfiguración de estos ámbitos en la
asistencia social, cabe recordar aquí que las distinciones entre la sociedad
civil y el Estado, al principio de la modernidad, marcaron también la separación entre lo público y lo privado,
orientando el pensamiento de lo público como lo perteneciente a la esfera
estatal, y lo privado como lo referido a la sociedad en general; siendo esta última una esfera que integraba
las libertades que esa sociedad podía ejercer sin la interferencia del Estado,
opuesta en cierta medida, a su poder absoluto (Cohen y Arato, 1996; Habermas 1989; y Kymlicka, 1990).
Esta distinción inicial fue transformándose en la medida en que cambiaron las
relaciones entre la sociedad y el Estado y se modificaron los ámbitos de lo
individual, lo familiar y lo social. En las sociedades contemporáneas existen
nuevas y diversas distinciones entre estos ámbitos que determinan las esferas
de lo que se considera público, privado y social.
En la tradición liberal
individualista, lo público como lo opuesto a lo privado es aquello que no tiene
una relación inmediata con alguna persona o grupo específico, pero que puede
ser, sin distinción alguna, directamente concerniente al interés de cualquiera
de los miembros de una comunidad.[5] La
responsabilidad del Estado por promover el bien común, define el carácter de la
asistencia como política pública. La actuación pública en lo asistencial implica, como en otros terrenos afines, la
imparcialidad en la consideración de los intereses de cada persona, ya que
cuando se actúa privadamente, está implícita la libertad de perseguir los fines
propios o de unirse a otros para lograr fines compartidos (Rawls,
1995; y Kymlicka, 1990). En este contexto, lo público
puede establecer su referencia con los asuntos del Estado y con la estrecha
vinculación que históricamente ha tenido con el interés común y con la búsqueda
de mayor bienestar.[6]
En el terreno de la asistencia,
distinguir lo público de lo privado tuvo que ver, primero, con la
transformación de las formas tradicionales de ejercer y practicar la caridad y
con asumir la atención a la pobreza como una responsabilidad colectiva;
asimismo, se asoció con las aspiraciones de equidad que buscaban asegurar
bienestar y progreso para todos, diferenciando las acciones que debía realizar
el Estado con esos propósitos, de las que eran emprendidas por individuos y
grupos por razones religiosas, altruistas o compasivas. Estas últimas se consideraban
privadas, no solamente por ser ejercidas como prerrogativas derivadas de las
libertades individuales, sino también porque se desarrollaban muchas veces
vinculadas con la extensión de los deberes familiares y religiosos con la
discreción, intimidad y decoro que priva en el ámbito doméstico.
Aplicando al rubro asistencial las
reflexiones de Rawls sobre la razón pública, se
podría pensar que la aceptación de principios y formas para enfrentar la
pobreza en las diversas sociedades, se concreta en concepciones políticas sobre
la intervención del Estado en materia de bienestar y derechos sociales. La
percepción de que es correcto y adecuado que el Estado asista a los débiles y
vulnerables y a los pobres, posibilita hacer a un lado diferencias de orden religioso,
filosófico o moral, constituyendo la base para la configuración de las
políticas asistenciales; apuntando además hacia la delimitación del ámbito que
es posible identificar como asistencia pública:[7]
“La razón pública condensa el acuerdo de los ciudadanos en torno a principios
esenciales y básicos de justicia, traducido en forma de concepciones políticas,
cuyos principios podrían ser suscritos por todos los ciudadanos” (Rawls, 1995:35).[8]
De acuerdo con Seligman,
la diferenciación entre lo privado y lo público se fortaleció cuando la
moralidad se consideró inherente al hombre, deslindándola de sus vínculos
teológicos; entonces la distinción entre lo privado y lo público adquirió
relevancia, concibiéndose en términos de las bases morales del orden social.
Esto tuvo también que ver con la distinción entre la ley y la virtud; es decir,
entre los derechos jurídicos que regían la esfera pública y una esfera más
individual o privada de moralidad o virtud (Seligman,
1996:30).
Estas esferas se reconstituyeron
nuevamente en la medida en que lo
público fue percibido también como el campo de interacción de la sociedad
civil, o como el terreno en el que individuos y grupos podían participar en el
debate y crítica de los asuntos públicos. Se puede decir que en los últimos
cien años, la distinción original entre lo público y lo privado fue suplida por
una segunda distinción en la que se separa lo personal o íntimo, de lo público;
y lo público incluye simultáneamente lo estatal y lo social (Kymlicka, 1990:257). De este modo, la noción de lo público
fue reconfigurada en una esfera intermedia de interés general en la que
confluyen el Estado y la sociedad.
La extensión de lo público y de lo
privado al terreno social trajo consigo nuevas reformulaciones en el rubro asistencial,
perdiéndose las separaciones tajantes entre la asistencia pública y la privada,
y conformándose lo social como un espacio intermedio en el que individuos y
grupos privados podían participar públicamente en la asistencia, asumiendo
mayores responsabilidades en la solución de los problemas sociales, lo que se
acompañó del cuestionamiento de las formas asistenciales y de la capacidad del
Estado como sintetizador de la acción social y para enfrentar los problemas de
la pobreza.
La interacción de las formas en que
se articula hoy día la vida social ha transformado la vida doméstica y las
relaciones familiares; existe actualmente una mayor participación de la mujer y
se han dado cambios significativos en el papel del trabajo en las sociedades
humanas, cambios que han activado la redefinición de las esferas de lo público
y de lo privado. La privacidad contemporánea es vista ya no como lo opuesto a
la esfera política, sino como lo familiar, lo individual, lo íntimo, opuesto en
muchos casos a lo social. En el ámbito asistencial lo privado significa ahora
involucramiento activo con las instituciones de la sociedad civil que se
preocupan por la pobreza. Es en ese sentido que la relación público-privado
forma parte imprescindible de la
concepción de la asistencia social, bien sea que se refiera a la res-ponsabilidad estatal o a las acciones asistenciales en la
esfera de la sociedad civil y aun a aquellas ejercidas individualmente.
Lo público, lo
privado y la participación de las mujeres en la asistencia
La asistencia
social ha sido tradicionalmente uno de los espacios de participación femenina;
la imagen de la mujer caritativa y benevolente, ocupada en socorrer a los
pobres, o al cuidado de los desvalidos, forma parte de aquellas que
tradicionalmente han tenido mayor aceptación y reconocimiento de los roles
femeninos. Esta imagen se ha vinculado con la de la mujer en el ámbito privado,
en oposición al mundo político o público. En la vinculación entre la esfera
privada y la mujer, es necesario tener en cuenta que las determinaciones sobre
lo que las sociedades consideran público o privado, condicionan actitudes hacia
las mujeres; así por ejemplo, el pensamiento de lo privado como lo concerniente
al universo familiar, restringió la actividad pública de la mujer.
La concepción liberal de lo privado
como el ámbito amplio de no-interferencia del Estado y la indiferencia de la
sociedad hacia la esfera doméstica, más que su inclusión en lo privado,[9]
acentuó en los inicios de la modernidad la tradicional confinación de la mujer en el hogar,
afianzando el modelo de madre-esposa, destinada a la maternidad y la
procreación. Hasta bien entrado el siglo xx, en muchos países europeos y
todavía hoy en algunos de los latinoamericanos, había sido de aceptación común que el matrimonio
significara el alejamiento de la mujer de la vida pública y social; bajo la
supuesta existencia de una vocación natural, asociada con el reconocimiento de
la maternidad como función social femenina. Esta posición significó dejar el
mundo público para los hombres y a las mujeres inmersas en el ámbito privado,
entendido éste como lo no público y al margen del poder público, lo que de
algún modo se tradujo en subordinación de las mujeres.
Desde finales del siglo xix, las
luchas de las mujeres por obtener derechos políticos y sociales, por la
ciudadanía y por el bienestar, estuvieron estrechamente unidas. La noción misma
de bienestar, como mejoramiento de las condiciones de vida, está
indisolublemente ligada a las condiciones de los hogares, a la salud, y a la
alimentación de los hijos. Los movimientos reivindicadores de las mujeres se
centraron fundamentalmente en las
necesidades e intereses de las mujeres de las clases menos favorecidas y en la
pobreza femenina, demandando políticas sociales que atenuaran sus deplorables
condiciones. De este modo, iniciaron y dieron forma a una importante
legislación social favorable sobre todo a la protección materno-infantil. Es
decir que la liberación de las mujeres, la lucha por mayor bienestar y contra
la pobreza, marcharon entrelazadas, estableciéndose una red de vínculos entre
la participación de las mujeres, la creación de instituciones asistenciales y
la concepción misma de la asistencia como acción pública o privada.
La percepción de las mujeres como
seres libres e iguales abrió la posibilidad de su entrada en el ámbito público
y se ha avanzado progresivamente en la obtención de igualdad de oportunidades
de acceso a la educación, a la salud, al empleo y participación política. La mayor igualdad de la mujer, su
significación como sujeto individual, y el
ejercicio de sus derechos, incidieron también en la transformación del
ámbito doméstico y familiar, cambiando del modelo dominante de madre-esposa, a
una pluralidad de modelos femeninos. Asimismo, la liberación de las mujeres de
las restricciones impuestas por el espacio doméstico –de-bida
en buena medida a su afirmación en el mundo laboral, al reconocimiento a sus
derechos políticos, así como a su presencia creciente en la cultura y la
política–, interactuó con la
transformación de las nociones de lo público y de lo privado, ampliando
sus espacios de participación.
Aun cuando las distinciones entre lo
público y lo privado no se corresponden estrictamente con una diferenciación
sexual, porque no todo lo privado ha sido considerado femenino ni lo público
exclusivamente masculino, la aceptación durante largo tiempo de estas
distinciones tuvo entre sus efectos el que se pensara que los hombres y las
mujeres desarrollan diferentes actitudes y modos de pensamiento ante la
pobreza, vinculándose a las mujeres con una orientación hacia la protección y
el cuidado de los desvalidos y a los hombres con una orientación más universal
y abstracta hacia la justicia. La primera sería una derivación de actitudes de
formación en el hogar y la segunda en el espacio público.
La mujer y la
filantropía
La emergencia y
dimensiones de la pobreza acentuadas durante la fase expansiva del capitalismo y de la revolución
industrial, a mediados del siglo xix en Europa, y las nuevas ideas sobre el Estado y
la sociedad civil, influyeron también en las formas como se ejerció la caridad
privada. En este espacio las mujeres
desempeñaron un papel significativo en la conformación de nuevos modelos para la
beneficencia y la filantropía, que son el antecedente de las modernas
asociaciones y organizaciones de la sociedad civil. Pareciera ser que la
beneficencia privada en la época moderna, se desarrolla como un contrapunto y
un referente obligado para la asistencia pública, constituyendo una considerable
influencia en la configuración de los paradigmas asistenciales. Al respecto,
algunos estudios refieren que las mujeres tuvieron en este ámbito un papel
importante, porque la caridad con la que tradicionalmente se cumplía, como una
parte de los deberes religiosos, se integró con otros procesos vinculados con
la emancipación femenina y la emergencia de la identidad de la mujer como
portadora de derechos. La mujer bajo el
signo de una religiosidad práctico-caritativa, que se movía directamente en el campo
de la extendida miseria social, unió a las prácticas de caridad las
posibilidades de movimiento que le permitieron afirmar su identidad, su
libertad espacial y su capacidad de acción social (De Giorgio, 1993; y Perrot, 1993).
En el mismo sentido, es posible
advertir que en el aparente antagonismo entre la asistencia privada y la
pública –que se mueve entre los espacios de la visión individualista y de la
responsabilidad colectiva, de la secularización y la religiosidad, de lo
privado y de lo público–, pudiera insertarse la acción filantrópica de las
mujeres, como un puente de articulación entre lo moral y lo social, impulsado
como una propuesta de valores alternativos y como el desarrollo de una
conciencia de los deberes sociales, que es desarrollada por las mujeres frente
a la gestión masculina del poder que las excluye de la escena política y
social.
Este enfoque destaca la forma en la
que la evolución económica significó también un cambio en las estructuras
familiares y el modo en el que el auge industrial alejó a las fábricas del ho-gar familiar, materializando la separación entre las
esferas del hogar y del trabajo y remitiendo a las mujeres a la vida
doméstica. Se considera que esta separación impulsó la génesis de valores entre los que se exaltan los vinculados con
la familia y la religión, y que fueron presentados como opuestos a los de los
hombres y a los del mundo secular, del Estado y de la política. Por caridad
cristiana, las damas de la burguesía y la aristocracia fundan guarderías infantiles,
parvularios, patronatos, talleres; y exhortan a las mujeres del mundo entero a
hacerse cargo de la situación material y moral de los más desposeídos,
conformando una verdadera movilización femenina bajo el sello del deber social
(Knibiebler, 1993:355; y Perrot,
1993:461-462).
La mujer y la
asistencia pública
Pero no es
solamente en el campo de la filantropía y la asistencia privada donde las
mujeres hacen acto de presencia. Los programas sociales públicos también son
considerados espacios propicios para que las mujeres que empiezan a integrarse
al mundo laboral, desarrollen las tareas que por sus características se
consideran una extensión del hogar, y en las cuales tienen cabida natural las
virtudes consideradas femeninas: la sensibilidad, la bondad, la compasión y la
solidaridad, constituyen rasgos valiosos para quienes esperan mitigar la
pobreza.
La presencia creciente de las
mujeres en el mercado de trabajo, así como en el campo de la cultura y la
política, provocó la evolución del derecho privado, propiciando la ampliación
de la esfera pública femenina. En esta forma, las mujeres también pudieron
abrir espacios y modos de socialización propios, que algunos estudios
consideran (Thebaud, 1993:20) que contribuyeron a
desarrollar en ellas las cualidades necesarias para el trabajo de reproducción;
rasgos que son comúnmente identificados con la noción de oficio y vocación
femenina. Algunas tesis apuntan que el trabajo femenino traduce la emergencia
de un régimen de reproducción post-industrial, cuya característica es la
colectivización y la intelectualización del trabajo de reproducción, entendida
como tipos de trabajo ligados a la socialización inicial o continua de la
población (Lefaucheur, 1993:439-463).
Entre las repercusiones de este proceso estuvo
el que las mujeres ampliaran su campo de intereses, pasando del interés por la
beneficencia y las actividades filantrópicas, a la educación y los derechos
políticos y sociales. La administración pública de la asistencia, desde sus
inicios, refleja estos movimientos, dando cabida en sus niveles operativos
(escasamente en los ejecutivos) a un buen número de mujeres que como
enfermeras, maestras, niñeras o madres sustitutas, engrosan las filas de los
que se ocupan de atender a niños, ancianos, enfermos y a otras mujeres que por
su condición, requieren tanto de apoyo a la satisfacción de sus necesidades
esenciales, como de consejo moral.
En la perspectiva de este análisis,
es indispensable tener presente cómo la amplitud de los problemas sociales del
siglo xix,
y su progresión en el xx,
promueve, por una parte, la conformación de una política social vinculada con
el mundo del trabajo, de la gestión pública y de los nuevos conceptos sobre el
bienestar; y por la otra, convierte a la caridad en una exigencia y en un
espacio en el que en la filantropía, las mujeres encuentran un camino para
salir y pasar del sometimiento a los derechos sociales.
Las mujeres en la
asistencia social mexicana
La ayuda a los
pobres aparece históricamente como una preocupación constante de la sociedad
mexicana. El principio de su integración como una responsabilidad pública se
asocia con la consolidación del proyecto de Estado y de nación, en la segunda
mitad del siglo xix,
cuando la asistencia pasa de ser una virtud asociada con la caridad religiosa y
la filantropía, a constituirse en una tarea del Estado. El cambio está inserto
en la conformación de los nuevos consensos axiológicos relacionados con el
proceso de diferenciación y separación de la Iglesia y el Estado y con la distinción
entre sociedad y organización religiosa, en consonancia con el tránsito de una
sociedad global a una sociedad que confina lo religioso, lo político y lo
económico a ámbitos y formas particulares de organización social;
transformaciones que se acompañan de una diferenciación entre lo privado y lo
público.[10] Este proceso, plasmado en
las Leyes de Reforma, se tradujo, gradualmente, en un fortalecimiento de las
estructuras estatales y fue otorgando una fundamentación laica y humanista a
las tareas asistenciales, que empiezan a verse así como una responsabilidad del
cuerpo social.
La visión individualista del
pensamiento liberal tendía a considerar un carácter pasivo del Estado ante la
pobreza, con base en la idea generalizada, en ese momento, de que cada
individuo era responsable de su situación personal. Por su parte, la visión de
la responsabilidad social que empezaba a conformarse, surgía ante la necesidad
de contar con instancias generadoras de coberturas sociales y con una
concepción de la modernidad que, para la incipiente organización de la
administración pública, se asociaba con asumir responsabilidades antes
reservadas a la Iglesia. En ese contexto, algunas de las medidas de ayuda,
asistencia y beneficencia, fueron asumidas por el Estado, aun cuando éste
careciera de los recursos para enfrentar los problemas.[11]
En el devenir histórico del país
fueron cambiando la disposición y las relaciones entre los actores de la
asistencia social, y se conformaron nuevos consensos y disensos respecto a las
responsabilidades del Estado, la Iglesia y la sociedad ante el bienestar;
acuerdos y diferencias que fueron determinantes en los diversos momentos
históricos en las formas y peculiaridades que asumieron la política asistencial
pública y la asistencia privada.
No
resulta aventurado pensar que a lo largo de este proceso las mujeres fueran uno
de los actores principales de los programas de asistencia social, tanto en el
ámbito público como en el privado. Al respecto, la historia da cuenta de la
presencia e impulso que las mujeres daban a las actividades filantrópicas, de
su papel destacado en el mantenimiento y
conformación de organizaciones públicas y
privadas de asistencia social, y del apoyo que por medio de grupos
voluntarios han brindado a las tareas asistenciales. Resulta interesante
considerar si esa presencia se vincula con los roles que la sociedad
mexicana ha marcado para la mujer, con su papel público y
privado, y con su identidad como actor social. En el mismo sentido, es
pertinente la reflexión sobre si esa orientación ha influido en las formas
asumidas por las políticas de asistencia social, en su carácter marginal o
segregado de las otras políticas sociales, en su ejercicio discrecional, en su
fuerza y en su debilidad. En ese marco,
se plantea la posibilidad de revisar el papel que las mujeres, representadas en
la figura de la primera dama, han desarrollado en la asistencia pública en
México.
Las primeras damas:
pasos en la configuración de un ámbito asistencial intermedio entre lo privado
y lo público
La imagen de las
primeras damas se encuentra, casi siempre, rodeada de un cierto halo mítico,
cuya luz deriva, entre otros factores, de una supuesta influencia o vinculación
con los espacios de poder; fuerza invisible que frecuentemente ubica a las
mujeres como un poder detrás del poder. Muchos de los nombres de estas mujeres
asociados a una figura presidencial, han pasado a la historia, bien por su
vinculación con las causas sociales, por su personalidad glamorosa o, en otro
caso, por haberse constituido, en una
determinada época, en prototipos de la
identidad femenina. Este apartado busca
examinar algunos aspectos de las nociones de lo público y lo privado en el
rubro de la asistencia social, relacionados con la influencia y participación
de las primeras damas de México en los
programas asistenciales; programas que tradicionalmente se han asumido como la
responsabilidad de protección a la institución familiar, que cumple la primera
dama del país.
Puede decirse que aun cuando la
historia registra, antes de 1940, la participación de algunas esposas de los
presidentes de México en funciones oficiales de tipo asistencial, éstas se
ejercían a título de interés personal. Esto quiere decir que las tareas de
beneficencia y caridad que desempeñaron, dependieron de su decisión personal o
respondían a propósitos religiosos, de prestigio social y/o a motivaciones de
socialización, ubicándose en un ámbito mayormente privado. Es hasta la
posguerra que las acciones asistenciales de estas damas adquieren un cierto
tono oficial, político: “En adelante se convertirían en
madres de todos los desvalidos, protectoras nacionales de la niñez, la mujer,
el anciano, el invalido, el artesano. Cuidadoras de la familia, vigilantes de
la moral, impulsoras de la cultura. Ahora los decretos presidenciales las
nombran, el Estado las patrocina, su práctica se ha institucionalizado en el
marco de la política gubernamental”
(Sefchovich, 1982:10). Desde esta posición se supone
comúnmente, que ejercen considerable influencia en la orientación de las
estrategias asistenciales.[12]
Al valorar la influencia de estas
figuras en la historia de la asistencia social mexicana, es conveniente tener
presente que la posición desde la cual ejercieron su función permitía que las
instituciones y acciones bajo su control manejaran considerables recursos
públicos, encontrándose también en una situación privilegiada para concertar,
en torno a sus objetivos particulares, los esfuerzos oficiales y privados.
Desde esa óptica se examina aquí su contribución en el devenir histórico de la
asistencia, a su conformación como un sector intermedio entre lo público y lo
privado. Por una parte, dieron sustento a modos particulares de organización de
las políticas públicas asistenciales. En otro sentido, mantuvieron espacios de
discrecionalidad y accesibilidad de la asistencia más compatibles con la
asunción de lo privado que con los servicios de carácter público. La reflexión
sobre la asistencia se orienta por la idea de que la ubicación de las políticas
públicas asistenciales en el ámbito de influencia de la primera dama ha sido
relevante en las formas asumidas por estas políticas.
Un ejemplo de esa influencia puede
apreciarse en que es hasta 1977 que el cargo de presidente del Patronato del
Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, tradicionalmente
desempeñado por las primeras damas, adquiere definidamente un carácter
institucional, con responsabilidades públicas reglamentadas oficialmente.[13]
Si se tiene en cuenta que este organismo es la institución legalmente facultada
para normar y operar la asistencia social en México,[14]
se puede vislumbrar cómo la ubicación de la política tiene repercusión en su
definición pública. La vinculación de la asistencia pública y de algunos
sectores asistenciales privados a la imagen de la primera dama, se constituye
así en la fortaleza y la debilidad del sistema asistencial.
De la influencia configurada en la
participación de la esposa del presidente, de apoyar o restringir la política
asistencial; de sus repercusiones en la imagen y legitimación del Gobierno; y
del manejo clientelar o institucional de los recursos destinados al combate a
la pobreza, se desprende la posibilidad de analizar algunos de los aspectos del
desarrollo de la asistencia en México, por medio del papel que han desempeñado
las primeras damas.
Personalidades
distinguidas, mujeres altruistas y servidoras públicas
El final del
siglo xix
en México, en el terreno asistencial, está marcado entre otros aspectos por la
separación del Estado y la Iglesia, que fue gradualmente abriendo espacios a la
conformación de un nuevo sentido de lo público, como aquel en el que la
sociedad mexicana aceptaba, no sin reticencias, la intervención limitada del
Estado en algunos asuntos que se consideraban de interés general. Se puede
decir que hacia el final de la Reforma, lo público tendía a configurarse más
como el entorno en el que se señalaban límites a la injerencia de la Iglesia,
que como el ámbito de competencia propiamente del Estado, mientras lo privado
se iba ubicando como la esfera del ejercicio pleno de las libertades
individuales, entre ellas la religiosa. El reconocimiento de ámbitos propios de
lo privado y de lo público condujo, paulatinamente, al señalamiento de algunas
responsabilidades asistenciales para el Estado y para los particulares.
Esta serie de transformaciones
resulta más clara si se tiene presente que el liberalismo mexicano pugnaba por
las libertades individuales en su sentido absoluto, y que el individuo era de
alguna forma el eje rector de los movimientos
que buscaban fortalecer al Estado, por lo que el orden social que se
proponía alcanzar el Gobierno, no era un orden estricto, y menos aún
injerencista, en lo que se consideraba privado. En ese contexto, la
responsabilidad de los ricos ante la pobreza era considerada muchas veces
solamente una responsabilidad moral, en uso de la cual ellos podían ayudar a
los pobres. El Estado no debía intervenir en la administración de la riqueza de
los particulares, y menos aún en lo concerniente a la propiedad privada; ambas
debían protegerse como instrumentos de progreso social (Zea, 1943:18).
Esa concepción se asocia también con
el largo proceso de secularización de la vida social y con los cambios en las
ideas sobre la moral y el derecho, pues mientras este último debía regir los
asuntos de la vida pública, la moral normaba la esfera de la conciencia
individual. Para ilustrar esta percepción puede recurrirse a la distinción que
hace José María Luis Mora entre la moral privada y la pública, distinguiendo pecado
y delito: el primero como asunto de la conciencia individual; el segundo, como
asunto de la sociedad (Véase, Padilla, 1995).
Las percepciones sobre la moralidad
iban en consonancia con las actividades que hacia el final del siglo pasado se
consideraban propias de la mujer, entre las que se cuenta la filantropía. En
ella participaron señoras y señoritas
que a lo largo de la Reforma y del porfirismo se
ocuparon de fundar instituciones de beneficencia, clubes maternales,
asociaciones religiosas y sociedades protectoras de la niñez; instancias que a
principios del siglo xx
asumían una buena parte de la beneficencia (Ramos, 1987). Esas agrupaciones
eran impulsadas en buena medida por las damas de la aristocracia social y
política.
Asistencia pública y filantropía
privada
Sin duda, el
presidente Juárez es uno de los prototipos del pensamiento liberal, que dio
impulso y forma a la asistencia social como responsabilidad del Estado
mexicano. El decreto de secularización de establecimientos de beneficencia en
1861, colocó a las instituciones asistenciales bajo la responsabilidad de la
autoridad pública, y en ese mismo año Juárez estableció la Lotería Nacional,
que debía destinar parte de sus ingresos a la beneficencia. Con estas acciones
el Estado juarista contribuyó a marcar distinciones de lo público como lo
opuesto al poder de la Iglesia y de la religión. Al lado del presidente Juárez,
pero prácticamente recluida en el ámbito doméstico y el del cuidado de sus
hijos, destaca por su sobriedad la figura de doña Margarita Maza de Juárez.
Durante la presidencia de Juárez, ella encabezó una junta de señoras encargadas
de reunir fondos para los hospitales de sangre, labor en la que le ayudaron sus
hijos; de ella se dijo que: “[...] apenas conoció a los ministros [...] pero
estuvo siempre cerca de los pobres y afligidos.” (Sefchovich,
1982:20). Su modestia, su sobriedad, su dedicación al hogar, encarnan de algún
modo el modelo de la mujer para una sociedad en la que era generalmente
aceptado que el círculo familiar fuese algo apartado de la arena pública, y el
hogar considerado una extensión de la propiedad del marido, siendo por tanto
inviolable en su privacidad.[15]
En ese tenor la participación asistencial de las mujeres reflejaba, en el
modelo de doña Margarita Maza, la caridad asociada a la virtud y como extensión
del hogar.
Los cambios en las percepciones de
lo privado y de lo público, al finalizar el siglo xix, se generan insertos en los
movimientos de una sociedad que se debatía entre los afanes de progreso y prosperidad
de una minoría rica, educada y exigua, en contraste con la pobreza extendida y
apabullante que prevalecía en la nación mexicana. Durante el Porfiriato, México vive una
intensa modernización industrial; se desarrollan los transportes, las
comunicaciones y la economía, y arriba al país una fuerte inversión extranjera;
pero es ésta una prosperidad que florece en medio de una pobreza lacerante y de
abismales desigualdades: hacia 1878 la población se calculaba en menos de diez
millones; 38 por ciento hablaba sólo lenguas indígenas; siete millones de
mexicanos eran el México rural; 80 por ciento de los mexicanos habitaban en
chozas escuetas, semidesnudos, mal alimentados, en condiciones de servidumbre
(Campos, 1995:110).
En esta sociedad desigual, es posible
advertir diferencias en la forma como los grupos planteaban y resolvían la
asistencia entre la época juarista y el Porfiriato.
Mientras en la primera la caridad y la beneficencia privada y pública, la
Iglesia y el Estado, se confinaban en ámbitos forzadamente separados, durante
el Porfiriato, al aligerarse las tensiones entre la
esfera pública y la religiosa, se presenta una sutil ampliación del ámbito
privado de la beneficencia y su centro de acción se desplaza hacia la
aristocracia y las elites políticas, transitando hacia espacios más abiertos
del terreno social.
En ese marco, un papel de primera
dama desempeñado con mayor visibilidad correspondió a doña Carmen Romero Rubio
de Díaz, quien además de encarnar y regir a la aristocracia social y política,
ejerció influencia en una nueva perspectiva de la asis-tencia.
En las elites políticas y sociales porfiristas, la idea de la asistencia era la
idea de algo que se podía identificar con la gene-rosidad,
la filantropía y las buenas intenciones; pero algo finalmente considerado
trivial, porque sus alcances no iban más allá de brindar el alivio momentáneo
para unos pocos, de los ma-les de la pobreza.
Entonces, la caridad seguía el ritmo de los eventos de moda: funciones
benéficas de teatro, circo, títeres, verbenas y kermesses,
constituían la oportunidad de recaudar fondos para atender a los pobres.[16] La difusión
y elogios que se daban a estas tareas como generosas y humanitarias,
dejan translucir cómo, con reconocimientos de este tipo, la sociedad manifestaba
su preferencia por las acciones benéficas y su temor por las exigencias y la
imposición de obligaciones para con los pobres, haciendo patente la
desconfianza que inspiraba la invasión de lo público hacia lo privado. Doña
Carmen, como lo consigna González Navarro, en sus ratos libres se dedicó a la
beneficencia, estableciendo la “Casa de la Amiga Obrera”, la cual tenía entre
sus finalidades la enseñanza, guarda y
atención de los hijos de las obreras (González Navarro, 1985).
Una medida que impulsó la participación
de las asociaciones privadas en la asistencia, fue tomada por el presidente
Díaz al decretar la constitución de la Junta de Beneficencia Privada, organismo
al que se encomendó la promoción y vigilancia de los establecimientos fundados
por particulares. La creación de este marco de derecho y reconocimiento para
los particulares, propició que contaran con mayores recursos, y se tradujo en
mayor visibilidad y amplitud de las acciones filantrópicas. Esta decisión
estableció en esferas jurídicas reconocidas como separadas, la asistencia
pública y la privada, propiciando el desarrollo de intencionalidades, modos de
organización y criterios de accesibilidad distintos, los cuales estuvieron
asociados con la libertad de los particulares para realizarla.
La
mayor participación de las señoras en la asistencia en este periodo, no era
quizás ajena a las ideas sobre el progreso. Las damas que se hacían llamar de
la asociación “Caridad y Progreso”, por ejemplo, implicaban la percepción de
que para alcanzar la modernidad que pregonaba el régimen era indispensable
ejercer la caridad. Posiciones como ésta no se reflejaron necesariamente en
avances en los programas sociales, pero pudieron haber contribuido en la
modificación de actitudes hacia los problemas de la pobreza y repercutido en la
reorganización de la beneficencia privada, permitiendo al mismo tiempo a las
mujeres apropiarse de la escena de la asistencia como un espacio de
socialización. Las reuniones, veladas y funciones, al tiempo que recaudaban
fondos para la beneficencia, permitían a las mujeres circular marginalmente por
los espacios públicos e impulsar la conciencia de género y de derechos sociales
y ciudadanos para las mujeres.
La Revolución cambió radicalmente
este panorama, abriendo nuevos escenarios y colocando nuevos actores en la
discusión de las responsabilidades sociales. Las demandas de justicia social y
de igualdad que movieron los levantamientos armados se constituyeron en fuertes
corrientes de oposición a la visión individualista del Porfiriato,
fortaleciendo en la Carta Magna de 1917, la idea de un Estado activo, e incluso
interventor, en la consecución del bienestar general. En medio del despertar de
esa nueva conciencia, hubo cambios significativos en la concepción de lo
público y de lo privado en el rubro asistencial. La asistencia adquirió, como
rasgos intrínsecos, el de ser pública y de interés social, entendidos como la
facultad del Estado de ordenarla, promoverla y ejecutarla, estableciendo
incluso orientaciones normativas para los particulares. La asistencia es
identificada entonces con la noción de universalidad de los derechos sociales,
abarcando la e-ducación, la salud, la vivienda y el
vestido. La amplitud de la acción estatal y su carácter incluso coercitivo, se
encaminaban a asegurar beneficios irrenunciables para toda la población.
La propia lucha armada, las asonadas
y la inestabilidad política, no permitieron que las primeras damas del periodo
posrevolucionario adquirieran notoriedad en sus funciones oficiales, las que
tuvieron lugar generalmente fuera del protocolo y de la luz pública.
Igualmente, la guerra alejó a las mujeres de las instituciones asistenciales;
solamente las mujeres de las clases bajas, “las soldaderas”,
acompañaban y consolaban a los combatientes; ellas eran también encarnación del
dolor y la pobreza. En este difícil panorama las fronteras entre lo público y
lo privado, para las mujeres, se diluyen.
Asistencia social
Al pacificarse el
país y asumir carácter institucional, como responsabilidades estatales, algunas
de las causas revolucionarias, el papel de las mujeres en la asistencia empieza
a transformarse. Doña Carmen García de Portes Gil es ejemplo de este nuevo
paradigma de la mujer. No solamente se presentó con frecuencia en actos y
ceremonias oficiales, sino que además:
[...]
desarrolló una intensa actividad, que sentó las bases de lo que en adelante
sería la función de las primeras damas en nuestro país. Durante dos años
trabajó para los niños y las madres, y centralizó la asistencia social. En 1929
creó y presidió la Asociación Nacional de Protección a la Infancia, con
oficinas en el propio Castillo de Chapultepec; repartió desayunos y fundó las
primeras escuelas-hogar, sitios en los que las mujeres podían dejar a sus hijos
en cuidado mientras salían a trabajar. Estableció centros para mujeres en
estado de gravidez, de los cuales hubo delegaciones en casi todas las capitales
de los estados. Fundó “La Gota de Leche”, asociación que obsequiaba ese
importante alimento a los niños humildes. Inauguró escuelas y casas de salud
cuyo principal objetivo consistió en combatir la alta mortalidad infantil (Sefchovich, 1982:36).
“Para sostener
ese trabajo, doña Carmen recibió donativos y mandó imprimir un timbre postal
con cuya venta se recaudaron más de cinco millones de pesos (de aquellos), los
que se destinaron a la construcción de centros de higiene infantil” (Sefchovich, 1982:36-40). Resulta interesante apreciar en
este recuento, cómo la Asociación Nacional de Protección a la Infancia y las
asociaciones y tareas asistenciales que se reseñan, se articulan como acciones
intermedias entre lo público estatal y lo privado como responsabilidad de la
sociedad civil, porque a más de recibir fondos públicos, se presenta una
institucionalidad incipiente con acciones de carácter y administración
privadas.
Las medidas de protección social
emprendidas por el presidente Cárdenas (1934-1940), constituyeron un cambio radical en la
perspectiva de cómo debía la sociedad mexicana enfrentar las necesidades
sociales, y se incorporó un nuevo concepto, la asistencia social. A partir de
ese momento, la asistencia pública se estableció como una obligación política
del Estado hacia la sociedad en general, la cual comprendía la subsistencia y
el tratamiento médico de los socialmente débiles; esta asistencia se esforzaría
por hacer útiles a estas personas para la colectividad y buscaría extender sus
labores a todo el país, además de vigilar la asistencia privada para adecuarla
a esta orientación.
Posiblemente es durante el régimen
cardenista que la política asistencial adquiere su dimensión más amplia en la
concepción de atender a la procuración de derechos sociales para todos los
pobres y no solamente para los vulnerables, enfermos, inválidos o abandonados;
aproximándose a la idea de que todo ser humano tiene derecho a que se le asista
cuando carece de los medios necesarios para vivir, noción cercana a la de
mínimos de bienestar para la población, que incluía también la prevención de la
debilidad económica y social. En términos del presidente Cárdenas: “[...] sólo
de este modo, contribuye la asistencia pública a ampliar las bases económicas y
sociales que necesita la revolución para realizar plenamente su finalidad
humanista de mejorar y ennoblecer la vida de su población” (Cárdenas, 1939). Sin embargo, este
proyecto fue de corta vigencia, ya que posteriormente el consenso volvería a
romperse, denunciándose el intervencionismo del Estado y la necesidad de una
mayor participación de la sociedad civil.[17]
La reconstitución de lo público y de
lo privado en esta etapa hace visible que en la medida en que la asistencia se
institucionaliza y se vuelve de competencia estatal –incluyendo en la noción de
lo público el reconocimiento de una clase de bienes públicos a los cuales todos
debieran tener acceso–, el papel de las mujeres en la asistencia se transforma;
su participación en el trabajo
asistencial se vuelve profesional y adquiere también un carácter público. La
organización y operación de un sistema asistencial requirió de maestras,
enfermeras, secretarias y profesionales diversas que hicieran realidad los
propósitos asistenciales. En ese contexto, la figura de la primera dama no
alcanzó relevancia; quizás por estas razones la señora Amalia Solórzano de
Cárdenas decidió no participar públicamente en ese carácter.
Asistencia pública
selectiva y asistencia privada
El renacimiento
del debate sobre la posición del Estado mexicano ante la pobreza y la
reconstitución de lo privado y de lo público hacia la esfera intermedia de lo
social, se puede apreciar en lo acontecido con la asistencia en el periodo que
va de la presidencia de Ávila Camacho a la de López Mateos (1940-1958), cuando
después de la acentuada intervención estatal del cardenismo, hay una retracción
del papel del Estado ante el bienestar, misma que se expresa, entre otros
aspectos, en la separación de los ámbitos de la salud y la asistencia. Habría
un espacio destinado a las acciones de salud; las de asistencia pasan a ser
consideradas como de atención a grupos menesterosos,[18] y
en una ampliación de la participación privada.
El replanteamiento de los alcances
del papel del Estado en la tarea asistencial, trajo a la discusión pública la
temporalidad de la ayuda que el Estado pudiera brindar a las clases
desposeídas; no se podían prevenir los males de la pobreza y los recursos
públicos eran insuficientes para pensar en apoyos duraderos. La miseria
desaparecería porque el desarrollo traería consigo una ampliación de la
seguridad social y, en consecuencia, la asistencia no sería necesaria. Estas
ideas eran, en alguna medida, un reflejo de las tendencias prevalecientes sobre
el desarrollo al principio de la posguerra en el ámbito internacional, que se
movían bajo el supuesto de que los frutos del crecimiento podrían
automáticamente y dentro de un periodo aceptable de tiempo, extenderse a los
sectores menos privilegiados de la economía.
Doña Soledad Orozco de Ávila Camacho
recuperó entonces espacios para la filantropía y la asistencia privadas en
aspectos no considerados entonces de manera oficial. Así, por ejemplo,
institucionalizó el día de las madres haciendo obsequios a las madres humildes,
y es de hacer notar el papel mediador que desempeñó en las nuevas relaciones
entre el Estado y la Iglesia en México (Sefchovich,
1982). Hacia 1943 destacan también las acciones de las voluntarias, como es el
caso de las “voluntarias del Hospital Infantil de México” y de otros grupos que
aún tienen vigencia. La denominación “voluntaria” llevaba implícita la connotación “fuera del ámbito
estatal”, al que se considera coercitivo. La privacidad de las asociaciones
voluntarias que desarrollan acciones asistenciales corporativas se estructura
entonces en torno a una identidad en la que tales grupos se consideran
vehículos por medio de los cuales pueden perseguirse fines particulares y
desarrollar modos propios de acción: éstos no son necesariamente lucrativos o
egoístas, sino libres de la normatividad de la asistencia pública. La diferente
perspectiva de lo público y de lo privado en la atención hacia la pobreza se
acota también por la creación de los sistemas de seguridad social, ya que a
partir de entonces la asistencia y la seguridad seguirían caminos distintos: la
primera vinculada con la pobreza extrema y la vulnerabilidad, y la segunda, con
el mundo del capital y el trabajo.
En el mismo sentido se inscribe la
participación de doña Beatriz Velasco de Alemán, quien no sólo convoca el apoyo
y donativos de las organizaciones privadas en tareas asistenciales, sino que
también introduce la ayuda gubernamental para programas y organizaciones
privadas, y la de algunos organismos internacionales. Esta posición marca un
giro importante al superarse algunas de las mutuas desconfianzas entre el
Estado y los particulares, abriendo nuevas vías por las que habían de canalizarse
recursos a la asistencia.
El balance de la política social en
el rubro asistencial hacia la mitad del siglo xx es el de un esquema de
atención selectivo entre la pobreza, con una cobertura restringida de
beneficios (centrada fundamentalmente en la salud y alimentación básicas). Si
se toma en cuenta que la seguridad social se afianzó para los obreros,
profesores, burócratas y militares, la selectividad de la seguridad social y de
la asistencia significó la exclusión de amplios sectores de población que no
contaron con ningún tipo de apoyo, especialmente en la zonas indígenas rurales
y urbano marginadas. En este contrastante panorama el paradigma de la primera
dama convocante de acciones estatales y privadas adquirió su mayor relevancia.
Se podría afirmar que es con doña
Eva Sámano de López Mateos que esta figura adquiere
una dimensión nacional, pues se inicia la coordinación de institutos y centros
regionales de asistencia en toda la República, y las esposas de los
gobernadores estatales se integran en una red de apoyo a los programas
asistenciales. Es decir, la imagen de la primera dama se reproduce en el
espacio de los estados y de los municipios. A pesar de la expansión de algunos
programas; del establecimiento del
Instituto Nacional de Protección a la Infancia, que dio carácter público,
oficial, a la asistencia; y de la amplia difusión que se otorgaba a las
acciones presidenciales, incluidas las de las damas, la política asistencial
tomaba, cada vez más, un lugar secundario en los proyectos mediante los cuales
se pretendía resolver los problemas del país.
El periodo comprendido entre la
administración de Díaz Ordaz y el gobierno de José López Portillo, fue una
etapa de gran participación de las damas en la asistencia y en la cultura,
diversificándose los proyectos con los que se esperaba resolver las necesidades
de la pobreza, que ya no se veían tan urgentes ante las expectativas del
desarrollo económico. Numerosos testimonios registran la intensa actividad de
doña María Esther Zuno y de doña Carmen Romano;
mientras, en términos concretos, la asistencia venía reduciendo sus alcances,
condicionando sus apoyos y reduciendo selectivamente su población objetivo.
La reducción y fragmentación del campo asistencial en las
esferas pública y privada pueden constatarse en las formas como la señora Echeverría propuso el tratamiento
unitario de lo que consideró tres conceptos fundamentales: niño, familia y
comunidad; amplió además las funciones de las instituciones asistenciales a la
formación educativa y cultural extraescolar, la recreación y la promoción del
desarrollo de la comunidad (dif,
1976). En esta nueva perspectiva el lenguaje de la asistencia adoptó el énfasis
de la promoción del desarrollo de las zonas marginadas. Doña María Esther
impulsó también la constitución de grupos voluntarios incentivados por las
esposas de los funcionarios públicos, a los que se encomendaba actividades de
promoción social, entendida ésta como “[...] un mecanismo para que la gente
menos favorecida desarrollara sus propias potencialidades”.[19]
Por su parte, la señora López Portillo acentuó la diversificación de las tareas
asistenciales estableciendo 42 líneas diferentes de acción para el Patronato de
Promotores Voluntarios, privilegiando la difusión cultural como parte de la
extensión de la asistencia. La creación del Fondo Nacional para la Asistencia (fonapas),
promotor de actividades artísticas y culturales como parte de las acciones
asistenciales, es un buen ejemplo de la poca especificidad en la concepción
asistencial. Estos modos de entender y operar la asistencia demandaron la
constitución de grupos de mujeres, servidoras públicas o voluntarias, con mayor
presencia pública y ejecutiva. La imagen de mujer altruista había sido
sustituida por la de la mujer ejecutiva, de la que se esperaba la apertura de
nuevos espacios para que los recursos para la asistencia pudiesen fluir por
vías distintas a las estatales.
Solidaridad social
El final de los
años setenta significó, en buena medida, la conclusión del modelo asistencial
centrado en la responsabilidad estatal: la reducción, fragmentación y pérdida
de importancia gradual de la acción asistencial, pueden interpretarse como
parte del inicio de la configuración estructural del modelo de economía
neoliberal, que se caracteriza por minimizar la intervención estatal en la
economía y por un desmantelamiento del sector público, en una tendencia hacia
“la sustitución del Estado por el mercado”. En este esquema, la política
asistencial asumió, cada vez más, una orientación compensatoria de las medidas
de ajuste macroeconómico. Una nueva
reconstitución de las nociones de lo público y lo privado en la asistencia tomó
forma con las demandas y planteamientos de que las políticas públicas
asistenciales no tendrían que provenir solamente del Gobierno, sino también de
las organizaciones de la sociedad y de los propios beneficiarios. Esta
corriente fue además impulsada por los afanes de movilización de la sociedad
mexicana, que veía estrechos los canales burocráticos.
El sentido moderno de la asistencia
social atribuido a los grupos voluntarios organizados en el Patronato de
Promotores Voluntarios, durante la presidencia de la señora Ocelli
de Salinas, radicó en buena medida en la idea de que las acciones fuesen
definidas por las necesidades de los propios demandantes. La acción voluntaria
asistencial estuvo concebida como un proceso de corresponsabilidad, tendiente a
la mayor autonomía y ges-tión de los grupos comunitarios (pnpv, 1994).[20]
Lo privado en el terreno de la asistencia pudo entonces tener una significativa
expansión en el campo considerado antes de responsabilidad estatal.
En México, en los últimos años se
han multiplicado las organizaciones sociales y privadas que brindan apoyo a la
población más necesitada. En todas ellas un gran número de personas, en su
mayoría mujeres, destinan tiempo y trabajo a la asistencia. La función de la
primera dama en el terreno asistencial dejó hace ya tiempo de tener impacto y
repercusión nacionales en la atención a los problemas de la pobreza. Al margen del
destino poco esperanzador de éstas y otras políticas que combaten la pobreza,
quizás es tiempo de replantear también el papel de las primeras damas en el
campo asistencial.
Reflexiones finales
Con esta breve
revisión se ha tratado de identificar la presencia de la mujer en
los movimientos y cambios de la asistencia social en México. A pesar de
que la información manejada en estas notas es muy limitada, aporta indicios del
papel relevante de las mujeres como actores de la asistencia social; asimismo,
esboza algunos de los diversos ángulos desde los cuales podría abordarse este
estudio y de la riqueza que podría encontrarse en una indagación de mayor
amplitud y profundidad sobre el tema.
En esa reflexión destaca la
importancia de las nociones de lo público y de lo privado como elementos
constitutivos de las ideas que sobre la asistencia se comparten en una
sociedad, haciendo perceptible la pluralidad desde la cual pudiera abordarse su
estudio, y advirtiendo nuevas perspectivas para el análisis de las políticas
sociales.
Sin que este breve análisis pretenda
arribar a conclusiones, no se debe dejar de notar la aparente falta de
coherencia en el hecho de que la mayor participación de las primeras damas como
protagonistas de la acción asistencial coincida con los momentos en que las
políticas asistenciales han sufrido, de modo general, mayores retracciones.
Esta percepción, al margen de poder ser resultado de diversas causalidades, no
deja de aislar e impregnar con cierto matiz de irrelevancia la labor de las
primeras damas; lo cual no significa, de ninguna manera, que las acciones
sociales emprendidas por ellas no fuesen benéficas y necesarias en un país de
extendida pobreza, sino que los programas asistenciales y las dimensiones
reales de atención a la pobreza, están regidos por otros designios, que no
pasan por la influencia posible de la primera dama. En el mismo sentido se
apunta que la identificación de las acciones de las primeras damas como tareas
asistencialistas y ejercidas en el contexto de un espíritu altruista –al margen
de la política–, pudo haber contribuido a la ubicación ambigua de la política
pública asistencial como un asunto no político y obstaculizado su viabilidad.
Bajo esas premisas, es posible
pensar que los programas desarrollados en torno a las primeras damas y el
propio papel cumplido por ellas, estuviesen más influidos por factores
asociados con motivaciones de carácter político-social y con valores
culturales, que con las necesidades reales de la población extremadamente
pobre, y que en esta concepción tuvieran algún peso los valores que se
relacionan con la configuración de lo público y de lo privado, asociados con la
identidad de la mujer en los distintos tiempos de la modernidad.
Bibliografía
Álvarez Amézquita, José (1960), Historia de
la salubridad y de la asistencia en México, vol. iii, México, Secretaría de Salubridad y Asistencia.
Benn, Stanley y Gerald F. Gaus
(1983), “The Liberal Conception of the Public and the Private”, en Public and Private in Social Life, Londres y Canberra, Croom Helm.
Campos, Julieta
(1995), ¿Qué hacemos con los pobres?; la reiterada querella
por la nación,
México, Editorial Aguilar-Altea-Taurus-Alfaguara.
Cohen, Sean L. y Andrew Arato
(1996), Civil
Society and Political Theory, Boston, Mit
Press.
De Giorgio, Michela (1993), “El modelo católico”, en Duby Georges y Michelle Perrot
(eds.), Historia de las mujeres en Occidente, tomo 4, Madrid, Taurus
Ediciones, pp. 183-218.
De Gortari, Hira y Alicia Ziccardi (1996),
“Instituciones y clientelas de la política social: un esbozo histórico,
1867-1994”, en Las políticas sociales de México
en los años noventa,
México, Instituto José María Luis Mora-Universidad Nacional Autónoma de
México-Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Editorial Plaza y Valdés,
pp. 201-234.
dif
(1976), El proceso de cambio y tendencias generales de
política social en el Instituto Mexicano para la Infancia y la Familia,
1970-1976, México,
Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia.
Elshtain, Jean Bethke (1981), Public Man, Private Woman; Women in Social and Political Thoght, Nueva Jersey, Princeton University Press.
González
Navarro, Moisés (1957), “El porfiriato: la vida
social”, en Daniel Cossío Villegas, Historia moderna de México, vol. iv, México, Editorial Hermes.
––––– (1985), La
pobreza en México,
México, El Colegio de México.
Grindle, Merilee S.
(1980), Politics
and Policy Implementation in the Third World, Nueva Jersey,
Princeton University Press.
Habermas, Jurgën (1997), “The Public Sphere”, en Contemporary Political Philosophy. An Anthology, Blackwell
Publishers Ltd., Oxford, 1a. ed. 1989.
Kymlicka, Will (1990),
Contemporary Political
Philosophy. An Introduction, Nueva York, Oxford University Press.
Knibiebler, Yvonne
(1993), “Cuerpos y corazones”, en Duby Georges y Michelle Perrot
(eds.), Historia de las mujeres en Occidente, tomo 4, Madrid, Taurus
Ediciones, pp. 321-368.
Koselleck, Reihart
(1993), Futuro. Pasado: para una semántica de los tiempos
históricos,
Barcelona, Ediciones Paidós.
Kusnir, Liliana (1996), La
política social en Europa,
México, Miguel Angel Porrúa.
Lefaucher, Nadine
(1993), “Las grandes mutaciones del siglo: maternidad, familia, Estado”,
en Duby Georges y Michelle Perrot
(eds.), Historia de las mujeres en Occidente, tomo 4, Madrid, Taurus
Ediciones, pp. 439-463.
Luckmann, Thomas (1973), La
religión invisible,
Salamanca, Ediciones Sígueme.
Miranda Pelayo,
Jorge (1988), Temas de asistencia social, sndif (mimeo).
Olmedo Carranza,
Raúl (1987), “El dif
y la descentralización”, en inap-dif, La
administración municipal y el sistema para el desarrollo integral de la
familia, México,
inap-dif.
Oszlak, Óscar (1980), Políticas
públicas y regímenes políticos: reflexiones a partir de algunas experiencias
latinoamericanas,
Documento cedes, vol. 3, núm. 2,
Buenos Aires, Centro de Estudios de Estado y Sociedad.
Padilla Arroyo,
Antonio (1995), Criminalidad, cárceles y sistema
penitenciario en México, 1876-1910,
tesis del doctorado en historia, México, El Colegio de México.
Patronato
Nacional de Promotores Voluntarios (1994), La acción
voluntaria en el contexto histórico de la asistencia social en México, México, Editorial Gustavo Casasola.
Perrot, Michelle (1993), “Salir”, en Duby Georges y Michelle Perrot
(eds.), Historia de las mujeres en Occidente, tomo 4, Madrid, Taurus
Ediciones, pp. 461-496.
Ramos Escandón,
Carmen (1987), “Señoritas porfirianas: mujer e ideología en el México
progresista, 1880-1910”, en Presencia y transparencia: la
mujer en la historia de México,
México, El Colegio de México.
Rawls, John (1971), A Theory of
Justice, Gran Bretaña, Cambridge,
Mass.
––––– (1995), Liberalismo
político, México,
Universidad Nacional Autónoma de México-Fondo de Cultura Económica.
Sefchovich, Sara (1982), Las
primeras damas. ii. Memoria y olvido: imágenes de México, México, Martín Casillas
Editores-Cultura sep.
Seligman, B. Adam (1996), The Idea of Civil Society, Gran Bretaña, Princeton Press.
Sievers, Bruce
(1995), Can Philantropy Solve the Problems of Civil Society?,
Indianapolis, Indiana University Center on Philantropy.
Soberón Acevedo, Guillermo y Cuauhtémoc
Valdés Olmedo (1988), “El sistema nacional de salud, marco de referencia para
la asistencia social (orígenes, definiciones, avances)”,
en Asistencia
social: estrategia de solidaridad nacional, evolución y desarrollo, México, sndif.
Thebaud, Fraçoise
(1993), “Introducción”, en Duby Georges y Michelle Perrot (eds.), Historia de las mujeres en
Occidente, tomo 4,
Madrid, Taurus Ediciones.
Walzer, Michael (1993), Las
esferas de la justicia: Una defensa del pluralismo y la igualdad, México, Fondo de Cultura Económica.
Zea, Leopoldo
(1985), El positivismo y la circunstancia mexicana, México, Fondo de Cultura Económica-sep, 1a.
ed. 1943.
Documentos
Diario Oficial de la Federación (1986), Ley
sobre el Sistema Nacional de Asistencia Social, 9 de enero.
dif-fonapas (1982), Memoria Sexenal, 1977-1992, Sistema para el Desarrollo Integral
de la Familia.
Poder Ejecutivo (1939), Lázaro
Cárdenas, Informe de Gobierno.
[1] Aun cuando los autores que se
mencionan no se ocupan específicamente de la asistencia: Kusnir
(1996) remite al final del siglo xix la etapa pionera de la política social y las
acciones que considera son de naturaleza asistencial. Padilla (1995) señala al
pensamiento ilustrado como el que gestó una nueva concepción del tema de la
pobreza y de los pobres. Cohen y Arato (1996) ubican en la Ilustración la
diferenciación entre gobierno y sociedad y le dan el carácter de prototipo de
las acciones de la moderna sociedad civil, entre ellas la filantropía. Sievers (1995) enfatiza la centralidad de los derechos
individuales, el sentido de propósito común y la responsabilidad cívica, que
forman parte del liberalismo de la Ilustración, como importantes en la
diferenciación entre sociedad y Estado y en una visión moderna de la vida que
incluye a la filantropía.
[2] Numerosos estudios refieren cómo las
funciones asistenciales en Europa occidental eran confiadas a las corporaciones
de artes y oficios y sociedades de ayuda mutua, explicando la forma como la
previsión social se impuso ante los riesgos de la pobreza, surgidos como
consecuencia de la revolución industrial, dando lugar al nacimiento de las
ideas que sustentaron al Estado de Bienestar que caracterizó a algunos países
europeos durante la primera mitad del siglo xx (Kusnir,
1996).
[3] De acuerdo con Koselleck,
muchos conceptos políticos modernos incluyen un coeficiente de modificación que
progresa con el tiempo y que en rigor convierte el concepto en una anticipación
(Koselleck, 1993).
[4] Es frecuente que estos términos sean
utilizados en forma indistinta; no obstante, tienen conceptos y significados
diferentes y cambiantes; así por ejemplo, lo personal se vincula más con lo
individual, lo doméstico refiere a representaciones del hogar y su funcionamiento,
mientras que lo familiar incluye en su significación contenidos de relaciones
interpersonales, sexuales y de interdependencia.
[5] Esta forma de concebir lo privado y
lo público sigue las reflexiones de Benn y Gaus que destacan los vínculos de la concepción liberal con
los principios del individualismo, y consideran que resume los varios niveles
en los que las distinciones entre lo público y lo privado pueden ser efectuadas
(Benn y Gaus, 1983:32).
[6] Oszlak
advierte sobre la posición un tanto ingenua de ver en las políticas públicas la
expresión del interés general de la sociedad y del consenso, sin dejar de lado
las ra-zones que sustentan el hecho de percibirlas
como la arena en la que se dirimen las posiciones en conflicto de los actores
sociales, resulta necesario partir de las ideas explícitas en las cuales se
sustenta la concepción de lo público (Oszlak, 1980).
[7] Es necesario tener presente que la
posición de Rawls refiere a la justicia como
principio primario, por lo que desde su punto de vista, “[...] la razón pública
puede ser pública de tres maneras: como la razón de los ciudadanos
como tales, es la razón de lo público, su sujeto es el bien del público y sus
asuntos son los de la justicia fundamental, y su naturaleza y contenido son
públicos, dados por los principios e ideales que expresa la concepción de la
sociedad acerca de la justicia política, y conducidos a la vista de todos sobre
esta base.” (Rawls, 1995:35). Las cursivas son del autor.
[8] Si bien las tesis de Rawls han sido objeto de crítica por parte de los teóricos comunitaristas, aquí interesa destacar los vínculos del
consenso con la noción de lo público como competencia de las políticas públicas
estatales.
[9] Algunos autores consideran que el
espacio doméstico y los roles femeninos se construyeron bajo el modelo de una
sociedad patriarcal, y que el hogar era considerado una extensión del pater familias, siendo estimado como ámbito de
ejercicio de su propiedad (Benn y Gaus,
1983); las concepciones y reglas de libertad que se establecieron para la
esfera privada, no fueron entonces extensivas al hogar, lo que generó, entre
otros factores, las condiciones de inequidad y restrictividad
que por siglos sufrieron las mujeres. Kymlicka (1990)
opina que la distinción que prevalece entre lo público y lo privado, con la
no-interferencia del Estado y de la sociedad en el hogar, ha sido determinante
para que las mujeres todavía no ejerzan a plenitud sus derechos, y que sería
necesaria una reconceptuación de estos ámbitos en las
teorías sobre la justicia, y una apertura de lo doméstico hacia lo público,
para cambiar la actual situación de inequidad.
[10] Luckmann
asocia el proceso de secularización, distintivo del cambio de la religión en la
época moderna, con el tránsito del universo religioso, de su integración en la
esfera más global de la sociedad, hacia esferas separadas jurisdiccionalmente
de lo religioso, lo social y lo político, y en su desplazamiento hacia la
religiosidad individual y privada (Luckmann, 1973).
[11] Era tal el estado de pobreza, que periódicos
como La Libertad,
El Siglo Diecinueve, y La Ilustración Católica, difundían opiniones parecidas:
“[...] hoy no caben los enfermos en los hospitales, ni en las casas de
beneficencia los pobres, y los fondos públicos no bastan para aliviar a los innumerables
que llaman a las puertas de la caridad pública” (La
Libertad, 4 de enero
de 1874) (Padilla, 1995:25).
[12] Al valorar la importancia de esa
participación que se mantiene, con diversos matices, desde principios de siglo,
no se debe perder de vista que, como lo señala Grindle,
el lugar desde el cual se genera una política ejerce considerable influencia en
la viabilidad de su instrumentación (Grindle, 1980).
[13] Cabe aclarar que la reglamentación no
prescribe que sea la primera dama quien desempeñe esas funciones, pero que así
ha sido desde la fundación de la Asociación Nacional de Protección a la
Infancia en 1929, hasta la fecha.
[14] El
decreto presidencial de 1977 establece al Patronato como la máxima
autoridad del Sistema, e integra a los titulares de algunas de las secretarías
de Estado como vocales. Este contexto otorgaba a la esposa del presidente
(tradicionalmente, presidenta del Patronato), amplia oportunidad de apoyar sus
programas (Diario Oficial
de la Federación,
13 de enero de 1977).
En 1982, algunas
de las facultades del Patronato fueron transferidas a la Junta de Gobierno
presidida por el secretario de Salubridad y Asistencia, dando un carácter más
institucional a los programas asistenciales. Éstos fueron jurídicamente
sustentados en 1986, con la Ley sobre el Sistema Nacional de Asistencia Social.
La esposa del presidente continúa presidiendo el Patronato del dif.
[15] Benn y Gaus refieren esta percepción del círculo familiar como uno
de los rasgos en la concepción liberal, determinante de las distinciones
iniciales entre lo público y lo privado (Benn y Gaus, 1983:38).
[16] Una de las pocas actividades que se
consideraban propias de la mujer de alta sociedad es la filantropía, en la que
participan señoras y señoritas que se ocupan de fundar instituciones de
beneficencia (Ramos, 1987). En el mismo sentido se insertan los clubes
maternales, las sociedades de orientación protestante y la sociedad protectora
de la niñez, que a principios de siglo asumen buena parte de la beneficencia.
[17] La idea del “Estado de Bienestar”
como aquel en el cual el Estado es utilizado deliberadamente para modificar las
fuerzas del mercado (Kusnir, 1996:35), no se vincula
necesariamente con un régimen socialista, ya que en la concepción ideal del
Estado socialista, las políticas sociales ya no existirían, por no ser
necesarias.
[18] La asistencia pública
fue considerada en este periodo como un régimen de protección
dependiente del poder público, de carácter no contributivo, que cumple la
obligación que tiene el Estado de suministrar ayuda a los menesterosos sólo en
la medida de sus posibilidades económicas (Gustavo Baz: secretario de
Salubridad, 1943). Asimismo, se prescribía que además de circunscribirse a la
población menesterosa, la ayuda que concedía era eventual y de naturaleza
diversa; ya no se debía prever, sino sólo ayudar, porque de otro modo se
contribuiría a perpetuar el desnivel económico de las clases sociales.
(Ponencia del Dr. Gaudencio González
Garza, en el 1er. Congreso Nacional de Asistencia Social, 1943; y Álvarez Amézquita, 1960).
[19] En conceptos como éstos se puede
advertir, entre otros muchos, el cambio que en lo asistencial se había dado, de
un Estado responsable de asegurar derechos para todos, a uno que solamente
incentivaría los esfuerzos de los grupos menos favorecidos (pnpv, 1994).
[20] El enfoque de la labor social se consideró sustentado en tres principios básicos: la capacitación, la organización para el trabajo productivo y la corresponsabilidad de los beneficiarios (pnpv, 1994).