Género, urbanización y pobreza: el reto de los "hogares"*
Sylvia
Chant**
Departamento
de Geografia
London
School of Economics
Resumen
El artículo pone de relieve la importancia de considerar en las
intervenciones que busquen alcanzar el desarrollo sustentable las dimensiones
de género, urbanización y pobreza y la necesidad de abordarlas desde la
perspectiva de los hogares o unidades domésticas, especialmente de aquéllos
dirigidos por mujeres.
Al reflexionar acerca del concepto de hogar y al abordar la selectividad
por género de la migración rural-urbana, fenómeno que ha influido
determinantemente la urbanización en el Tercer Mundo, llama la atención acerca
de las estrategias de los hogares del campo y la ciudad que afectan la
composición de las unidades domésticas y, resalta la urgencia de considerar a
la creciente proporción de hogares pobres dirigidos por mujeres en las
ciudades, como objetivos de políticas de desarrollo sustentable, por ser el
hogar una de las instituciones centrales que contribuyen a modelar las
relaciones entre hombres y mujeres, su acceso a los recursos y su participación
en el cambio para el desarrollo.
*Ponencia elaborada para la
Sesión Internacional de Capacitación del Programa LEAD, "Dinámica
rural-urbana: intervenciones para el desarrollo sustentable", Okinawa,
Japón, octubre, 1996.
**Agradezco a las siguientes
personas por sus comentarios a una versión anterior del presente trabajo: doctora Cathy McIlwaine (Queen Mary
and Westfield College, Universidad de Londres), doctora Penny Vera-Sanso (Universidad de Kent en Canterbury),
Jo Beall (Escuela de Economía de Londres), y David Satterthwaite (Instituto
Internacional para el Medio Ambiente y el Desarrollo).
Introducción: metas y
objetivos
Género, pobreza y
urbanización son palabras claves del discurso internacional sobre desarrollo de
finales del siglo XX[1], y tienen una importancia particular para la retórica del desarrollo
sustentable. Quienes abogan por el "desarrollo sustentable" comparten
toda una gama de preocupaciones y enfoques, mientras que aquellos cuyas
prioridades son tanto la igualdad social y económica como la protección y la
renovación ambientales, hacen hincapié en la necesidad de una participación
extensa en la formulación de políticas, la planeación y la forma de gobierno.
Esto implica nociones de desarrollo tales como bases, inversión en los
individuos, construcción de infraestructura, y permitir un cambio autogestivo y
auto continuado que tome bajo su responsabilidad el medio ambiente, por medio
de vínculos creativos entre agencias multilaterales, dependencias estatales,
empresas, organizaciones no gubernamentales (ONG) y grupos comunitarios. Para
la puesta en marcha de estas estrategias, en especial si están enfocadas a las
desigualdades de género, es de vital importancia reconocer las instituciones
sociales que contribuyen a modelar los roles y las relaciones entre hombres y
mujeres −mismas que se integran
socialmente−, su acceso a los recursos y
su participación en el cambio para el desarrollo. Una de estas instituciones es
el hogar, entidad que, de una u otra forma (como se verá más adelante),
resulta crítica para la mediación de las acciones, la identidad y las
experiencias personales. Sin embargo, el hogar representa un conjunto
problemático para el pensamiento y la práctica del desarrollo, y con frecuencia
se le considera "fuera" del campo de acción de las intervenciones
formales, excepto en su acepción casi ubicua como unidad que se integra
alrededor del matrimonio monógamo y la procreación, que normalmente asume la
forma de una familia nuclear con un jefe masculino y que tal vez, en algunas
ocasiones, permite la inclusión de algún familiar adicional. En realidad, el
apego ideológico a un estereotipo único y definitivamente eurocéntrico de hogar
es tal, que en aquellos casos en que se hace evidente la brecha entre las
formas de vida reales e imaginarias de una proporción cada vez mayor de la
población mundial, se habla de descomposición familiar, en particular al
referirse al número creciente de hogares encabezados por mujeres[2].
Sin embargo, la
descomposición familiar presupone una norma que no resultaría aplicable
para cierto rango de ámbitos sociales y culturales; además, sus matices
negativos bien podrían resultar poco apropiados a la luz de las realidades de
la vida familiar que transcurre en diferentes tipos de hogares. Asimismo, durante
siglos las transformaciones en cuanto a la forma y la organización de los
hogares han estado ocurriendo, en todo el mundo, conjuntamente con y como
respuesta a cambios socioeconómicos de mayores dimensiones. Por tanto, desde el
punto de vista de la práctica del desarrollo, pensar que los hogares son
entidades monolíticas, fijas e inviolables, puede convertirse en un
obstáculo para las intervenciones en materia de alivio de la pobreza urbana y
la desigualdad entre géneros. Por otra parte, si se desea que las bases
contribuyan de manera integral al desarrollo sustentable, es necesario
investigar los hogares de los sectores de bajos ingresos, y saber lo que ocurre
en ellos.
Con esto en mente, el
objetivo principal de este estudio es desentrañar la importancia que tiene
incluir al hogar en los análisis sobre la dinámica de la interacción
entre género, urbanización y pobreza. Como parte esencial del presente
ejercicio, interesa demostrar el carácter social, y por ende diverso, de los
hogares, no sólo a lo largo del tiempo y el espacio, sino dentro de los ámbitos
rurales y urbanos contemporáneos. Si bien la flexibilidad y la diversidad de la
forma que adoptan los hogares con frecuencia ha sido tanto una consecuencia
intencionada como una no intencionada del carácter diferenciado según el género
del crecimiento urbano y la pobreza en las poblaciones de los países en
desarrollo, el apoyo a formas diversas de hogares y vida familiar por parte de
los estados, las agencias internacionales y las élites, ha tomado tiempo en
concretarse. Esto, a su vez, ha traído consecuencias desfavorables para los
individuos de las comunidades de bajos ingresos, particularmente en el caso de
miembros de hogares con jefatura femenina. Los argumentos centrales en este
estudio refieren que el hecho de no reconocer ni tolerar (sin mencionar la
falta de apoyo) la diversidad en los hogares, no sólo debilita las perspectivas
de un desarrollo sustentable socialmente integrador, sino que provoca algunos
de los problemas que los encargados de la formulación e instrumentación
de políticas dicen estar enfrentando primordialmente en los entornos urbanos[3].
Este trabajo se ha dividido
en tres secciones principales. La primera se refiere a las cuestiones de género
y el proceso de urbanización, y otorga atención especial a la importancia que
tienen la organización y las estrategias de los hogares para la estructuración
de la selectividad por género de los flujos migratorios. Además, se mencionan
los impactos que ejerce la movilidad demográfica diferenciada sobre los
diversos tipos de hogares que surgen en las áreas urbanas. La segunda sección
considera la cuestión de la pobreza urbana, y señala cómo el análisis de las
relaciones entre géneros que ocurren dentro de los hogares, así como fuera de
ellos, resulta crucial para determinar la calidad y los medios de vida de los
sectores de población de bajos ingresos. En la tercera y última parte se hace
una referencia breve a ciertos problemas que los encargados de la formulación
de políticas y los planificadores interesados en la promoción de un desarrollo
socialmente sustentable, podrían abordar para disminuir las desigualdades entre
hombres y mujeres. Un gran número de las observaciones que aquí se incluyen se
derivan de experiencias de investigación en México, Costa Rica y Filipinas[4]. Éstas no sólo subrayan la importancia de tomar en cuenta las diversidades
tanto infra como inter regionales, sino que realzan la necesidad de un análisis
contextualizado que sirva de base para las políticas y la planeación participativa
eficaces.
Género, hogares y
urbanización
Migración rural-urbana
Los movimientos
diferenciados de hombres y mujeres de las áreas rurales a las urbanas es tal
vez uno de los ejemplos más claros de la naturaleza variada según el género de
los procesos de urbanización. Los patrones a nivel macro de la migración hacia
áreas urbanas del mundo en desarrollo, revelan que en América Latina, el Caribe
y el sureste asiático, los flujos migratorios están integrados en su mayoría
por mujeres. Por su parte, en África Subsahariana, África del Norte, el Medio
Oriente y el sur de Asia, los hombres siguen siendo los principales migrantes[5]. Mientras que estos patrones entre áreas rurales y urbanas generalmente
concuerdan con las variaciones regionales sobre acceso a los recursos
económicos conforme al género (tierra, herramientas, empleo, ingreso y otros)
(Brydon y Chant, 1989; Chant y Radcliffe, 1992; Townsend y Momsen, 1987), el
atractivo que ejercen las generalizaciones no debe cegarnos ante la existencia
de dos problemas cruciales que están interrelacionados: primero, que el acceso
según género a los recursos está socialmente determinado, y segundo, que la
organización de los hogares desempeña una función crítica en la negociación
social de los recursos, en la decisión de migrar, y en otros factores. Sin
embargo, a pesar de que los hogares (y su organización) no son sujetos fáciles
de un tratamiento generalizado, ya sea en términos conceptuales o pragmáticos,
la palabra hogar casi siempre va precedida por un artículo definido, lo
que implica que el hogar tiene una forma y significado coherentes y
aceptados universalmente.
Conceptualización de hogar
Aunque la mayoría de las
fuentes de información nacionales e internacionales clasifican a los hogares
como unidades espaciales que se caracterizan por la residencia compartida y la
reproducción cotidiana (primordialmente, cocinar y comer), cada vez queda más
claro que el hogar significa cosas diferentes para diversas personas en
distintos lugares. Por ejemplo, en India los hogares pueden entenderse como
unidades familiares, unidades económicas, o viviendas (Thorner y Ranadive,
1992: 153) y, al igual que en un buen número de países del mundo en desarrollo,
las contribuciones de aquellos que viven fuera de las fronteras físicas del
hogar bien pueden ser mayores que las de quienes lo habitan (véase Chant,
1996b: cap. I, para discusión y referencias). Como lo resumió un grupo internacional
de estudiosos involucrados en el proyecto "Hogares, género y edad"
("Households, Gender and Age") que inició la Universidad de Naciones
Unidas a principios de los años ochenta:
El hogar, según sus
diferentes connotaciones culturales, es la unidad primaria de vida social. En
él están encapsuladas una serie de actividades que desarrollan personas que
viven juntas la mayoría del tiempo y que se brindan mutuamente apoyo físico,
sociopsicológico y de desarrollo; esta unidad funciona dentro de la organización
y el medio más amplios de la comunidad (Masini, 1991:4).
Quiénes son los miembros del
hogar, es también una cuestión difícil de abordar cuando esto cambia
varias veces en un solo año (Fonseca, 1991:13), dando lugar así, en cualquier
momento, a una variedad extensa de tipos de hogar. Por otra parte, aunque la
mayoría de los hogares se basa en lazos de consanguinidad o matrimonio, esto no
impide la existencia de unidades que incluyen amigos, compañeros de trabajo,
aprendices, y otras personas. En resumen, los hogares son, y en realidad
siempre han sido, diversos su composición, dispares en términos de los
criterios en, y variados con respecto a los miembros que los que la diferencia
evidentemente puede haberse durante la transición demográfica urbana. Sin
embargo, innegable que, con suma frecuencia, los hogares funcionan como ámbitos
práctico-materiales, por no mencionar que como conducto de ideologías e
instituciones más amplias parentesco, dentro de las cuales el género ocupa un
(Barren, 1986; Kuznesof, 1989:169). El hogar también ha descrito como un órgano
con poder de generación considerable. Según Netting, Wilk y Arnould (1984:
xxii), se trata de campo donde "la materia prima de la cultura se media y
forma en acción". Si se reconoce que el hogar es la institución que afecta
de manera más inmediata el comportamiento, la identidad y la capacidad de los
hombres y las mujeres para determinar sus propias vidas, no es de sorprender
que la investigación realizada desde una perspectiva de género y/o feminista,
haya empezado a considerar el análisis de esta institución, desde diferentes
puntos de vista, como fundamental para obtener una comprensión teórica más
matizada de la migración selectiva por género, en particular bajo los auspicios
de un "enfoque de estrategias de hogares" para la movilidad
demográfica.
El "enfoque de las
estrategias de hogares" en la migración por género
Este enfoque para la
migración por género, que se articuló como tal en el trabajo de Sarah Radcliffe
(1996 y 1991), se derivó de la insatisfacción con la manera en que las teorías
neoclásicas y marxistas convencionales sobre movilidad rural-urbana examinaban
las relaciones sociales dentro de los hogares. Este enfoque estudia, en cambio,
las percepciones derivadas del análisis del comportamiento que toma en
consideración los componentes ideológicos y culturales que influyen sobre las
reacciones de hombres y mujeres ante el cambio en las condiciones
socioeconómicas y ambientales. Una de las preocupaciones principales del
"enfoque de estrategias de hogares" consiste en cuestionar el poder
dentro de las unidades, y examinar cómo afecta éste la propensión y la libertad
de los diferentes individuos, según su género, edad, relación con otros
miembros del hogar, etcétera, para participar en la migración hacia las
ciudades.
Las consideraciones
anteriores resultan vitales cuando los hombres y las mujeres evidentemente no
constituyen grupos separados cuyo movimiento a través del espacio coincide
limpia y uniformemente con los diferenciales en cuanto a oportunidades de
empleo y/o salarios entre campo y ciudad. Por ejemplo, aunque es más probable
que las mujeres se desplacen hacia las ciudades si su participación en la
agricultura es limitada, tal participación la determinan factores como el
género y la división generacional del trabajo de los hogares rurales. Por otra
parte, las ideologías sobre la familia, el parentesco y el género, desempeñan
un papel importante en los motivos para emigrar y en la autonomía relativa para
la toma de decisiones por parte de los emigrantes (Chant, 1991; Chant y
Radcliffe, 1992). Aunque el ingreso bien puede ser una razón importante para la
migración femenil, por ejemplo, debe reconocerse que las mujeres tal vez no se
desplacen hacia las ciudades por voluntad propia, sino por mandato o presiones
de sus familias rurales. En el sureste asiático, por ejemplo, con frecuencia se
ejerce una presión considerable sobre las hijas solteras, tanto adolescentes
como adultas, para que recompensen a sus padres por su crianza. Aunque
es posible que también se instilen nociones similares de deber y devoción
filial en los hijos varones, la evidencia de países como Filipinas, Taiwán e
Indonesia sugiere que los padres generalmente prefieren que sean las hijas quienes
se conviertan en emigrantes laborales, porque es más probable que éstas envíen
dinero a casa (Chant y McIlwaine, 1995; Mather, 1988; Salaff, 1990; Wolf,
1990). En otros contextos, como el sur de Asia, las ideologías prevalecientes
sobre género pueden inhibir cualquier movilidad independiente por parte de las
mujeres. Aunque la investigación reciente sobre Bangladesh sugiere que la
expansión del empleo femenil en las fábricas de las áreas urbanas está
alentando las corrientes de mujeres emigrantes solas que se dirigen a las
ciudades (Kabeer, 1991:257), en la mayor parte de la región las limitaciones
sociales y culturales que se imponen o filtran por medio del hogar,
generalmente han confinado la migración a desplazamientos para contraer
matrimonio o para unirse a los esposos que ya se han establecido en los pueblos
o ciudades (Oberai y Singh, 1983; Thadani y Todaro, 1984). En América Latina,
por el contrario, la evidencia sobre México y Costa Rica sugiere que las
mujeres de áreas rurales pueden emigrar para escapar del matrimonio cuando las
relaciones con los cónyuges son violentas o de explotación, o para liberarse de
los lazos de parentesco que sofocan su libertad o autonomía (Chant, 1996b: cap.
6).
Si bien lo anterior ofrece
una visión sobre las diferentes maneras en que la dinámica interna de los
hogares puede dar forma a la migración selectiva por género, también es
importante tomar en cuenta que existen variaciones considerables en cuanto a la
forma en que están constituidos los hogares de las áreas rurales. Estas
variaciones contribuyen a mediar el movimiento selectivo por género. Si se
acepta que es imposible generalizar los efectos de la estructura de los hogares
sobre el género según edad, raza, divisiones culturales, etcétera
(McIlwaine, 1993; Trotz, 1996), en uno de los extremos del espectro, los
miembros de aquellos hogares cuyos jefes varones[6] han emigrado a las áreas urbanas o al extranjero, se caracterizan por su
dependencia de las remesas y, como resultado, permanecen en las áreas rurales.
Por el contrario, a las mujeres que enviudan o se separan de sus cónyuges, no
les queda más opción que desplazarse hacia las áreas urbanas si no tienen
acceso a un medio de vida en el campo. El acceso a un medio de vida puede verse
limitado si las mujeres no cuentan con derechos propios para poseer tierras, si
carecen de la mano de obra y/o los recursos financieros para cultivarlas, o si
se ven socialmente impedidas para hacerlo (véanse, por ejemplo: Bradshaw, 1996,
sobre el caso de Honduras; Drèze, 1990, sobre India; Radcliffe, 1996, sobre
Perú; Rahat, 1986, sobre Paquistán). A su vez, esto puede conducir a pérdidas
en la productividad rural, degradación ambiental, y una mayor pobreza de las
comunidades rurales (Chant, 1992:20). Esto último revela no sólo la manera en
que las formas particulares de composición de los hogares pueden influir sobre
la acción personal, sino aquella en que las normas para la organización
de los hogares pueden plantear dificultades a los individuos, quienes por una u
otra razón, finalmente optan por otras soluciones. A su vez, esto tiene
implicaciones más amplias para el cambio y la sustentabilidad del desarrollo, y
también resulta relevante para las áreas urbanas.
Diversidad de los hogares en
las áreas urbanas
Un cuerpo cada vez mayor de
investigación empírica demuestra que en los hogares de las áreas urbanas de las
regiones en desarrollo no predomina, en modo alguno, el estereotipo ideal
de la familia nuclear con jefatura masculina. Aunque en algunas ciudades siguen
prevaleciendo los hogares nucleares, abundan las variaciones en cuanto a tiempo
y espacio (Brydon y Chant, 1989: cap. 6; Beall, 1996a; Moore, 1994). Por
ejemplo, hasta 50% de los hogares considerados en las encuestas levantadas en
áreas urbanas de Visayas en Filipinas, son unidades extensas y complejas que
incluyen a parientes, empleados domésticos o aprendices, personas que viven
solas, personas que viven con amigos, hogares donde los jefes son los abuelos;
y allí, al igual que en otras partes del mundo en desarrollo, una minoría
significativa de unidades domésticas son encabezadas por mujeres (Chant y
McIlwaine, 1995: cap. 3).
En el sureste asiático, así
como en América Latina y el Caribe, los hogares con jefatura femenina tienden a
ser un fenómeno más urbano que rural, lo cual refleja un sesgo femenino en los
flujos migratorios y una consecuente feminización de la proporción por género
en la mayoría de las áreas urbanas. Sin embargo, como se dijo antes con
relación a los flujos migratorios, los factores demográficos (o económicos) por
sí mismos tienen un poder explicativo limitado cuando se les despoja de sus
corolarios sociales. En la misma medida en que los hogares funcionan como
escenarios, filtros y generadores de relaciones e ideologías particulares, el
poder que tienen estas últimas en otros terrenos (parentesco, religión, mercado
de trabajo, Estado, y demás) también ejerce un impacto en la formación de los hogares. Las cuestiones
que tienen mayor influencia sobre los niveles de jefatura femenina en
diferentes áreas, por ejemplo, incluyen una serie compleja e interactiva de
factores demográficos, económicos, legales-institucionales y socioculturales,
que van desde diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a la edad para
contraer matrimonio, a la esperanza de vida según género, al comportamiento de
la fecundidad, a los derechos de propiedad sobre la tierra y otros bienes, a
las actitudes e intervenciones del Estado (leyes sobre familia y divorcio,
programas de bienestar social, etcétera), a los roles de género, relaciones,
desigualdades e identidades, sistemas de parentesco, prácticas matrimoniales, y
códigos morales y sexuales (para una descripción más detallada véanse: Chant,
1996b: cap. 4; Baylies, 1996; Folbre, 1991; Moore, 1996). En algunos contextos,
la jefatura femenina prospectiva es mayor que su incidencia real. Esto se debe
a que, por razones económicas, sociales o ideológicas, las unidades integradas
por madre e hijo no pueden establecerse de manera independiente y viven como subfamilias
dentro de hogares extensos más grandes. Por ejemplo, mientras que algo más de
dos terceras partes de las madres solteras de las comunidades que incluyeron
los estudios de caso en México y Costa Rica encabezan sus propios hogares, esto
corresponde a menos de 50% de los casos que se registraron en Filipinas.
Aparentemente, factores tales como la feminización de las proporciones por
género en las áreas urbanas y los niveles elevados de participación de la mano
de obra femenina, permitirían que las mujeres filipinas encabezaran sus propios
hogares; pero esto se ve contrarrestado por la reprobación social respecto a
que las mujeres vivan solas, a la ilegalidad del divorcio, a la relevancia que
tienen para la sociedad filipina la armonía familiar y las buenas relaciones
interpersonales, a la importancia que la cultura filipina atribuye a los
hijos, y al énfasis en la solvencia moral de las mujeres (en especial en
centros de comercio sexual reconocidos). De esta manera, para disimular su
situación, acallar las murmuraciones y evitar la vergüenza para sus familias,
las jóvenes filipinas que conciben hijos fuera del matrimonio o que se
enfrentan a la disolución de la pareja, son absorbidas por los hogares de los
padres u otros familiares (Chant, 1996b: cap. 6; también Drèze, 1990, y
Vera-Sanso, 1994, para el caso de India). Mientras que a ciertas mujeres
reconocidas como jefas de hogar las sostienen sus familiares, otras hacen una
contribución económica sustantiva, si bien no la principal, al hogar (Chant y
McIlwaine, 1995). Esto también parece estar aumentando en los hogares con jefes
varones en diferentes partes del mundo en desarrollo, y ha dado como resultado
que se otorgue mayor importancia al hecho de reconocer los hogares
"sostenidos por mujeres" (Beall, 199613; Moore, 1996). A pesar de que
sigue estando firmemente arraigado el "mito de que el arreglo en que el
hombre es quien gana el pan y la mujer es el ama de casa es normal y mejor para
los seres humanos" (Cleves Mosse, 1993:37), los nuevos datos han atraído
la atención hacia la división del trabajo dentro de los hogares, y a la forma
como los patrones diferenciados podrían (o de hecho deberían) afectar la
estructura futura de las intervenciones en materia de bienestar social.
Examinar lo que ocurre
dentro de los hogares también puede poner en tela de juicio las percepciones
que se tienen acerca de la pobreza. En realidad, el hecho de que la jefatura
femenina se haya calificado convencionalmente como causa y consecuencia de la
pobreza, en parte se deriva de la falta de problematización de las relaciones
que se dan dentro de los hogares, aunque las conceptuaciones deficientes de la
pobreza también han tenido que ver en esto.
La pobreza
La complejidad de la pobreza
se ha ocultado convencionalmente a causa de definiciones y técnicas de medición
poco refinadas. El uso común de las líneas de pobreza que se basan en el
ingreso, según las cuales se define a los pobres como aquellos cuyos ingresos
son insuficientes para solventar las necesidades básicas,[7] ofrece una visión inacabada de las causas subyacentes a la pobreza. Por
otra parte, los ingresos por sí solos dicen muy poco sobre las dimensiones
sociales de la carencia, o de cuestiones relacionadas con el bienestar. Los
ingresos bajos, por ejemplo, pueden no ser, particularmente problemáticos si
las personas viven en lugares adecuados y tienen acceso a los servicios y a la
atención médica necesarios, o si cuentan con una base sólida de bienes, ya sean
económicos o físicos (mano de obra, ahorros y recursos), o bien, sociales
(educación, capacitación o poder para solicitar ayuda a grupos familiares en
tiempos de necesidad) (Beall, 1996b; Chambers, 1995;
McIlwaine, 1996; Moser y McIlwaine, 1995; Wratten, 1995).
En años recientes, las
consideraciones anteriores han servido de punto de partida a los intentos de
crear bases más sólidas para evaluar y comprender la pobreza, en especial a la
luz de un aumento relativo de su expansión y visibilidad en el ámbito urbano en
comparación con el rural. Las razones a que se atribuye la mayor incidencia de
la pobreza urbana casi siempre han puesto énfasis en la instrumentación de los
programas de ajuste estructural (PAE). Éstos han provocado una reducción de los
salarios y el empleo en poblados y ciudades por medio de recortes en el gasto
público y en las burocracias gubernamentales (UNCHS, 1996: 117). Los PAE
también han promovido la agricultura de exportación, que al combinarse con una
disminución en los subsidios a los alimentos básicos, han tendido a favorecer a
los habitantes rurales en mayor gado que a los urbanos; esto debido
principalmente a la capacidad que tienen los primeros para autoabastecerse con
la agricultura de subsistencia, que ha ayudado a amortiguar el alza en los
precios al consumidor (Demery et al., 1993:3-4, y Baden, 1993:4; Afshar
y Dennis, 1992, y Asthana, 1994, hacen comentarios en contra). Sin embargo,
otro factor que se ha considerado importante para cerrar brecha entre pobreza
rural y urbana, es el aumento en la concentración de la población en las áreas
urbanas a lo largo del tiempo. Esto, entre otras cosas, ha transferido la
pobreza a los pueblos y ciudades, y ha exacerbado la presión sobre la vivienda
y los mercados de trabajo urbanos (Amis, 1995146; Wratten, 1995). No obstante
las dificultades para conceptuar la pobreza urbana de manera distinta a la
pobreza rural (Wratten, 1999, entre los factores que según la UNCHS (l996:111)
exponen a los habitantes urbanos a un mayor riesgo de pobreza, están: los
costos de vida más elevados; mayor dependencia de los ingresos monetarios; una
base más reducida de bienes intangibles, tales como las redes de
parentesco; y una mayor exposición a los riesgos ambientales y de salud
derivados de una densidad poblacional más elevada, de la provisión inadecuada
de servicios de drenaje, alcantarillado y desecho de desperdicios, y de la
proximidad a las industrias contaminantes (Beall, 1996b:433; Satterthwaite,
1995).
Entre las iniciativas
recientes para evaluar la pobreza destacan las definiciones que se basan en
indicadores sociales y económicos en los que la información sobre ingresos se
complementa con datos sobre la esperanza de vida, la alfabetización, el acceso
a la atención de la salud, etcétera. Otro adelanto es el uso de definiciones
participativas en las que la percepción individual de la pobreza se entreteje
con el análisis (Wratten, 1995:15 y ss.). Esto último ha dado lugar a conceptos
nuevos, tales como vulnerabilidad, que se refiere a la "exposición
a la indefensión". Según este concepto, los hogares vulnerables son
aquellos proclives si sufrir impactos, tensión y riesgo, cuyas respuestas a
estas eventualidades implican un desgaste grave de sus bienes (Beall,
1996b:430; Chambers, 1995:175). Los conceptos de Amartya Sen sobre los derechos
y capacidades han sido cruciales para una comprensión más profunda de la
pobreza y la vulnerabilidd (Sen, 1981, 1985 y 1987a), y han servido para apoyar
la obsesión de que la vulnerabilidad implica reconocer no sólo cómo los pobres
obtienen recursos y derechos, sino también cómo los manejan (McIlwaine,
1996; Moser, 1996).
Pobreza intrahogares y
vulnerabilidad
Conocer la forma en que se
distribuyen los recursos dentro del hogar, es crucial para el análisis de la
vulnerabilidad. El interés en este tema ha estado acompañado (y conformado) por
cambios más amplios del modelo dentro del campo de la economía de género y de
hogares. Estos cambios abarcan desde la nueva economía de los hogares
ligada al trabajo de Gary Becker, hasta la nueva economía institucional
que se relaciona con la investigación de Amartya Sen (1987b y 1990) y su modelo
de "conflicto de cooperación" (Kabeer, 1994a: cap. 5). Mientras que
la nueva economía de los hogares trata a éstos como unidades unificadas
en donde el ingreso pasa a formar parte de una bolsa común y el trabajo se
asigna de conformidad con los principios de la ventaja comparativa (Koopman,
1991:148), la nueva economía institucional, de acuerdo con el enfoque de
las estrategias de hogares sobre la migración, adopta una visión que
involucra una mayor complejidad de las relaciones que se dan dentro del hogar.
Según este esquema, se reconoce que las relaciones de poder y jerarquía son una
característica de la vida familiar, tanto como lo es la cooperación, y en
oposición a las nociones de altruismo que propone el modelo de Becker, los
hogares podrían describirse con mayor precisión como "conjuntos incómodos
de estrategias individuales de sobrevivencia" (Bruce y Dwyer, 1988:8;
Schmink, 1984), o como ha dicho Moore (1994:87), "un ámbito donde los
intereses, los derechos, las obligaciones y los recursos entran en
competencia".
La divisa teórica de la
nueva economía institucional se ha visto superada por una cantidad cada vez
mayor de evidencia empírica que demuestra que dentro de los hogares, las
mujeres y las niñas con frecuencia se encuentran en seria desventaja con
relación a ingreso, consumo, nutrición, acceso a la educación, atención de la
salud, etcétera (Chant, 1996b: cap. 2). Asimismo, la exposición a presiones
tales como la falta de poder personal sobre los recursos, la sujeción a la
violencia doméstica, y otros factores, contribuyen a la enorme vulnerabilidad
de las mujeres. Debido a que éstas sólo pueden evadir tales dificultades abandonando
los hogares encabezados por hombres y estableciéndose por su cuenta, la premisa
que se acepta de manera convencional, referente a que los hogares con jefatura
femenina son los "más pobres entre los pobres" (Badshah, 1996:35;
INSTRAW, 1992:237; Tinker, 1990:5; UNDAW, 1991), podría quedar algo fuera de
lugar., La pobreza involucra bastante más que los ingresos y las posesiones
materiales, y tiene que ver con el poder, el control, los derechos y las
cuestiones de distribución.
Hogares con jefatura femenina:
dilemas y descripciones
Lo anterior no quiere decir,
sin embargo, que la discriminación contra las mujeres en general, y contra los
hogares con jefatura femenina en particular, facilite que las mujeres tengan un
medio de vida decente o sustentable en las ciudades de la mayoría de los países
en desarrollo (Moore, 1996:62). A las mujeres se les discrimina no sólo dentro
del mercado de trabajo, sino también en otras esferas de la sociedad. A pesar
de que la jefatura femenina rara vez representa una primera opción para
las mujeres, y de que la mayoría de ellas accede a esta condición debido a que
los hombres se oponen a contraer matrimonio, al abandono de sus compañeros o a
la viudez, la idea popular que se tiene de los hogares con jefatura femenina es
que son, en el mejor de los casos, entidades desventuradas y vulnerables y, en
el peor, ejemplos de reproducción de la patología social, en especial si las
mujeres no están casadas (Chant, 1996b; Duncan y
Edwards, 1996; McIntosh, 1996; Phoenix, 1996). Aunque
los hogares con jefatura femenina (en particular aquellos donde la jefa es una
madre soltera o viuda)[8] en algunas ocasiones son objeto de los programas de combate a la pobreza o
de proyectos de bienestar, por considerarse que se trata de grupos vulnerables,[9] es menos probable que la política social o familiar de la tendencia
principal piense en ellos como grupos integrales, por no mencionar las
iniciativas de desarrollo a nivel macro.[10] Los estados realizan pocos esfuerzos por apoyar a los hogares con jefatura
femenina, y/o socavan indirectamente su legitimidad al promover el ideal de la
familia con un padre y una madre, y al formular la política social alrededor de
este modelo. Las acciones gubernamentales normalmente reciben apoyo de otras
autoridades −tales como grupos religiosos−, con las que se combinan para marginar y excluir a
las jefas de hogar de posiciones sociales que les permitan mejorar su bienestar
financiero. En realidad, estas influencias se filtran hasta el ámbito de la
comunidad y hacen que la jefatura femenina sea más difícil de lo que podría ser
(Chant, 1996b: caps. 7 y 8; Lewis, 1993). En vista del aumento en el número de
hogares con jefatura femenina en la mayoría de las sociedades en desarrollo,
las limitaciones referidas no parecerían ser una base particularmente óptima
sobre la cual fundar un desarrollo participativo y sustentable. De hecho, este
grupo parecería estar particularmente sujeto a la "exclusión social"
que tantos protagonistas del desarrollo sustentable desean evitar.[11]
Dinámica y diversidad de los
hogares: el reto para las políticas
El objetivo en este trabajo
ha sido llamar la atención hacia la importancia que tienen las instituciones
sociales para la planeación del desarrollo sustentable y, más específicamente,
hacia la necesidad de examinar al hogar a la luz de las políticas orientadas
a abordar los conflictos de género, el desarrollo urbano, y el bienestar de los
pobres de las áreas urbanas. Los hogares se caracterizan por presentar
diferencias considerables, que reciben influencia tanto de las acciones de los
individuos que los integran, como de ideologías y grupos más amplios. La
organización de los hogares también ha sido modelada directa o indirectamente
por medio de las leyes, la planeación y las acciones de los gobiernos y los
grupos hegemónicos durante el proceso de desarrollo. Carolyn Baylies (1996:87),
por ejemplo, señala la situación contradictoria con la que "el desarrollo
capitalista simultáneamente alienta la familia nuclear y crea las condiciones
para su disolución". También indica que "el poder de la imaginación
colectiva" (ibidem: 77) sobre los nexos entre el hogar nuclear y la
modernización es tal, que incluso cuando las influencias han sido directas,
éstas rara vez se han hecho explícitas.[12] Por el contrario, los hogares (y las familias) con jefatura masculina se
han convertido en entidades naturales. Esto es importante porque, como
señala Naila Kabeer (1994b:889) con respecto a las relaciones de género:
Debido a que las ideologías
naturalistas han resultado más eficaces para ocultar la base social de las
relaciones de género que la mayoría de las formas de desigualdad, y dado que
las implicaciones de las formas de desigualdad basadas en el género se experimentan
dentro de los terrenos más íntimos y personalizados de nuestra existencia, con
frecuencia es difícil darse cuenta de que las relaciones de género son un
producto social con historia.[13]
De manera más insidiosa, el
hecho de culpar a las familias, y con suma frecuencia a las mujeres dentro de
éstas, por su "incapacidad para sobrevivir a los cambios estructurales que
ha generado una mayor integración del mercado, es una manera de evitar el
análisis de las causas y las consecuencias de la pobreza y la miseria"
(Moore, 1996:74). Utilizar a los hogares irregulares como chivos
expiatorios también puede reforzar ideales sobre la maternidad dentro del
matrimonio que pueden resultar adversos para las mujeres, por no mencionar el
progreso hacia una igualdad entre géneros (McIntosh, 1996; Rosenheil y Mann,
1996).
Si bien las intervenciones
legislativas y de desarrollo han formado parte de la historia de la
organización de los hogares hasta nuestros días, no existe nada que pueda
detener su continuidad. En realidad, esto podría ser altamente deseable siempre
y cuando existiera una mayor aceptación y sensibilidad en torno a las
cuestiones de la diferencia y la diversidad, y para garantizar que las mujeres
dentro de los hogares obtuvieran un trato más justo que el que reciben en la
actualidad. La inversión en los individuos (y aquí debe reconocerse que un gran
número de jefas de familia tienen hijos, al igual que un número extenso de
parejas en unidades con jefatura masculina) es una de las piedras angulares del
desarrollo sustentable, y equivale a una "estrategia para salvaguardar el
potencial productivo del futuro" (Moore, 1996:74). Debe reconocerse que
aunque los hogares con jefatura femenina pueden ser diferentes (o cuando
menos distintos a lo que establece la norma de la corriente principal), de
ninguna manera están desviados o son disfuncionales. Como ha
argumentado Jo Beall (1996a:25) con relación a la forma de gobierno urbana:
"Para que el compromiso cívico aproveche totalmente la combinación de
energía y creatividad humanas, las ciudades deben ser inclusivas y acoger la
diversidad social". En vista de la enorme importancia que tiene el hecho
de conducir a las personas de las bases a realizar movimientos para el
desarrollo sustentable, la aprobación y el apoyo institucionales a nivel macro
de la pluralidad en cuanto a tipos de hogar representarían un paso
significativo en esa dirección.
Las medidas prácticas que
pueden poner en marcha los Estados, las agencias internacionales y las ONG para
facilitar, si no para fomentar, la diversidad de los hogares y hacerlos lugares
muy justos para sus miembros, podrían incluir iniciativas para mejorar las
relaciones de género dentro de estas unidades, poniendo énfasis en la
responsabilidad compartida por aquellas tareas que recaen exclusivamente en las
mujeres (tales como el trabajo doméstico y el cuidado infantil), reconociendo
el papel del padre mediante cambios en el lugar de trabajo (licencias de
paternidad, guarderías, etcétera), haciendo que existan facilidades para el cuidado
de los niños y que sean accesibles para todos los padres y madres, y
garantizando que los programas de vivienda incluyan en los hogares de
diferentes tipos.[14] El hecho de que las mujeres jefas de hogar deban o no ser una meta
específica, es causa de debate. Entre los encargados de la formulación de
políticas, en particular, el temor a que el hecho de apoyar a las madres
solteras pueda exacerbar este síndrome ha significado que, hasta ahora, pocos
países se hayan aventurado a transitar por este camino (Beall, 1996a:23; Chant,
1996b: cap. 2). El punto crucial, sin duda, es empezar a preguntar y a escuchar
las voces de quienes, desde las bases, realmente experimentan el
"problema", y cuyo futuro probablemente dependerá de intervenciones
de políticas adecuadas.
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[1] Por ejemplo, todas estas cuestiones han estado presentes, en mayor o
menor medida, en las principales conferencias mundiales de los años noventa; en
particular: la Conferencia de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el
Desarrollo que se celebró en Rio de Janeiro en 1992; la Conferencia
Internacional sobre Población y Desarrollo de El Cairo, y la Cumbre Mundial
sobre Desarrollo Social de Copenhague, que tuvieron lugar durante 1994; la Cuma
Conferencia Mundial sobre la Mujer, que se llevó a cabo en Beijing en 1995, y la
Conferencia HABITAT II, celebrada en Estambul en 1996.
[2] Se estima que en la actualidad los hogares con jefatura femenina
representan cera de una quinta parte del total mundial. Aunque parecen tener una
larga historia en un gran número de regiones del mundo en desarrollo (en
especial en África Subsahariana y el Caribe), y a pesar de que las fuentes de
información deficientes hacen difícil establecer las tendencias precisas a lo
largo del tiempo, la evidencia de diversos países indica un aumento
significativo durante el periodo de posguerra (Chant, 1996b: cap. 3).
[3] Un ejemplo podría ser el hecho de que la migración de mujeres o madres
solteras se deriva de la falta de atención por parte de las políticas, al
acceso de las mujeres a la tierra y a los medios de vida dentro de las
comunidades rurales. Otro ejemplo podrían ser los problemas de hacinamiento y
de falta de vivienda en las áreas urbanas, dado que los gobiernos y sus
dependencias rara vez facilitan a las mujeres la obtención de tierras o
viviendas por derecho propio, ya sea dentro de planes de vivienda subsidiados
con fondos públicos o por medio de sistemas para mejorar su acceso al crédito
hipotecario, para materiales de construcción y otros (Chant, 1996a; Chant y
Ward, 1987; Miraftab, 1993; Moser y Chant, 1985).
[4] He realizado investigación sobre género, hogares y pobreza urbana en
México desde 1981; desde 1987 en Costa Rica; y desde 1991 en Filipinas.
Agradezco a mis entrevistados de campo, a mis colaboradores en diversos
proyectos (particularmente la doctora Cathy MacIlwaine, quien participó en la
investigación sobre Costa Rica y Filipinas), y a las siguientes organizaciones por
su apoyo financiero: Consejo para la Investigación Económica y Social (subsidios
números: R000231151, R000233291 y R000234020), Fundación Nuffield. Fideicomiso
Leverhulme, Academia Británica, Centro Internacional Suntory Toyota para la Economía
y Disciplinas Conexas, Fondo Central de Investigación de la Universidad de Londres,
Universidad de Liverpool, y Escuela de Economía de Londres.
[5] Debe considerarse que un gran número de hogares con jefatura femenina
de África Subsahariana y el sur de Asia, lo son de hecho; los compañeros
varones se encuentran trabajando en áreas urbanas o en el extranjero, y tienen
intención de regresar eventualmente, por lo que aseguran su lugar en las áreas rurales
mediante el envío de remesas (Gardner, 1995; Kennedy, 1994). Sin embargo, es
importante señalar que en algunos países, como India, la proporción de
jefaturas femeninas que representan las viudas es elevada (Baylies, 1996:83; Drèze,
1990).
[6] El término "jefe de hogar" resulta extremadamente
problemático, ya que asume la existencia de una persona dentro de la unidad
residencial que es "responsable" de los demás miembros, y/o que está
"a cargo" de la organización del hogar. En términos generales, en los
casos en que el hogar incluye hombres adultos, los encargados del levantamiento
censal, las oficinas de gobierno, y los propios miembros del hogar, casi
siempre designan como jefe de hogar a una persona de género masculino. La
asociación persistente entre género masculino y jefe de hogar se deriva de
factores tales como la primacía generalizada que se concede a los hombres
dentro de las redes de parentesco, la exportación de ideales eurocéntricos
sobre la organización de la familia durante el proceso de colonización, y el
papel acostumbrado de los hombres como proveedores del hogar y/o árbitros
principales en la toma de decisiones (Folbre, 1991; Harris, 1981). Dicho lo
anterior, lo que la jefatura de hogar implica realmente en la rara vez se
somete a escrutinio (Stolcke, 1992:138) y, como ha indicado Jeanne Illo
(1992:182), la referencia constante a un solo jefe de hogar, en especial de
género masculino, no sólo es señal de la complejidad de los sistemas de
asignación que rigen en los hogares, sino que refuerza el poder del varón
dentro de la sociedad en su conjunto. En realidad, en la mayoría de los censos
en que se registra a las mujeres como jefas de hogar aparecen sólo en los casos
en que no existe un compañero u otro hombre "importante" dentro del
hogar, como pudiera ser un padre o hermano (UN, 1991:17). También es usual que
los censos registren aquellas unidades con jefaturas femeninas de ficto como si
estuvieran encabezadas por hombres, a menos que los emigrantes hayan estado
ausentes del hogar por un periodo de tiempo sustancial, como por ejemplo un
año. Para una discusión más detallada, véase Chant, 1996b, pp. 5-10.
[7] Es evidente que existen diversos tipos de líneas de pobreza basadas en
el ingreso. Algunas se basan en una canasta básica de alimentos
esenciales; otras incluyen el acceso a los servicios y otros factores. También
es importante tener en cuenta que, en este caso, el ingreso se refiere al
manejo de los recursos a lo largo del tiempo, o al consumo que es posible
cuando el capital permanece intacto (Wratten, 1995:12).
[8] La brevedad del presente trabajo no permitió una discusión del inmenso
rango de jefas de hogar que existe dentro de las sociedades en desarrollo. En
Chant, 1996b, pp. 10-26, aparece una reseña y tipología.
[9] A pesar de que un número cada vez mayor de gobiernos de países en
desarrollo está incluyendo a los hogares con jefatura femenina en los programas
de pobreza [como por ejemplo Colombia, Chile, Honduras, Costa Rica, Barbados,
India y Bangladesh (Beall, 1996a:23; Chant, 1996b: caps. 2 y 5; Grosh, 1994;
Lewis, 1993)], con frecuencia estos programas son limitados y problemáticos.
Por ejemplo, en Bangladesh la única ayuda a que tienen derecho las jefas de
hogar (oficialmente reconocidas como "mujeres pobres e indigentes")
es el Programa de Alimentación para Grupos Vulnerables (Vulnerable Group
Feeding Programme) y el Programa de Alimentación para el Trabajo (Food for Work
Programme). Como indica David Lewis (1993:33), ambos programas están "más
cercanos a la asistencia social que al desarrollo en cuanto a su orientación, y
conllevan limitaciones de insustentabilidad además del problema moral de
utilizar a la pobreza como fuente barata de mano de obra".
[10] Esto
encuentra paralelo en el trabajo de Marty Chen (1989) sobre género y
participación económica, donde se indica que las mujeres con frecuencia son meta
de los programas basados en la comunidad y la anti pobreza, que bien podrían
incluir proyectos generadores de ingresos de pequeña escala; pero se les
excluye de la planeación económica nacional, que tiende a organizarse de manera
sectorial, más que espacial, y que se orienta al desarrollo y al crecimiento.
[11] "Exclusión
social" es un concepto que describe la exclusión de los mercados de
trabajo y de los derechos cívicos y políticos, y tal como lo indica la UNCHS
(1996:116), ha tenido resonancia particular dentro de los debates sobre la
"nueva pobreza• en Europa, generada a raíz del cambio tecnológico y la
restructuración económica. Sin embargo, el concepto se usa cada vez con mayor
frecuencia para referirse al sur, no sólo con relación a los hogares con jefatura
femenina, sino con respecto a los mercados de trabajo informales (Beall,
1996c).
[12] Éste es
menos el caso de las economías avanzadas, como la del Reino Unido, donde las
iniciativas que el Partido Conservador propuso en los años noventa hicieron ampliamente
explícita su adherencia a la norma de la vida familiar "tradicional"
de padre y madre (Duncan y Edwards, 1996; Rosenheil y Mann, 1996).
[13] El argumento
de Kabeer hace eco en Eva Rathgeber (1995:207), quien añade que "se
considera que las relaciones sociales de género caen dentro del terreno de la
cultura, y que la defensa decidida de repensar las relaciones de género se
consideraría como una 'interferencia cultural' sin bases".
[14] En su reseña
sobre género y gobernabilidad urbana (en la cual defiende tanto la plena
participación de las mujeres en el desarrollo de los asentamientos humanos,
como una mayor conciencia de género entre hombres y mujeres dentro de la vida
política y la práctica de la planeación), Jo Beall(1996a:23) indica cómo el
desarrollo −por parte del gobierno sueco- de instalaciones para el cuidado
infantil, así como el apoyo a los padres, han hecho "posible que tanto
hombres como mujeres combinen las actividades productivas o la vida política
con las responsabilidades familiares". Véase también Folbre, 1994.