El agua como factor económico en la política ambiental*
Víctor L. Urquidi
Centro de Estudios Económicos
El Colegio de México
Resumen
En el artículo se reflexiona acerca de la necesidad de
incorporar en la política ambiental las diversas dimensiones del recurso agua,
incluido el costo de producción real y el costo ambiental del mismo, entendido
como el desgaste del medio ambiente, su deterioro o destrucción parcial en
distintos momentos y en relación con otros recursos naturales.
Se presentan algunos indicadores sobre la disponibilidad del
recurso y su consumo mundial, así como algunas proyecciones que alertan acerca
de su futura escasez, proponiendo algunas intervenciones de política para
cubrir el costo real del agua, y su reforzamiento con programas de educación
ambiental para optimizar el uso del recurso, especialmente en países en vía de
desarrollo.
* Trabajo
presentado en el Taller de Protección Ambiental del Sector Hidráulico,
efectuado en el Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de
México, el 11 y 18 de febrero de 1997.
Una de las paradojas en que viven los economistas
con relación al agua es que, salvo excepciones, no es por lo regular un
elemento importante de costo en la producción, aunque siempre ha sido un insumo
indispensable cuya propia producción ha tenido costos.
Por producción del agua puede entenderse el
tener que efectuar inversiones y gastos de operación para ponerla a
disposición del usuario, así sea un
pequeño canal o dueto, una obra de riego, un pozo, un sistema urbano de abasto
o una instalación especial para recibirla y hacerla pasar .por los procesos
necesarios de uso.
Por costo deberá entenderse no sólo el costo
monetario −inversiones, materiales, instrumentos, salarios y otros gastos
normales de producción y distribución−, sino lo que los economistas llamamos el costo
real, o sea el insumo de bienes materiales y mano de obra que, de no
emplearse en esa producción del agua, tendrían o podrían tener otros usos
económicos.
Hoy día deberá añadirse el costo ambiental,
es decir, el costo pleno del agua deberá incluir el desgaste del medio
ambiente, su deterioro o su destrucción parcial en el pasado, el presente y el
que se prevea en el futuro, en que se haya incurrido o se incurra para producir
el agua. Se entiende el deterioro ambiental en función de desforestación,
degradación de suelos, reducción de las reservas freáticas, impactos de la
canalización de ríos o su desviación, el desecamiento y contaminación de los
ríos, las lagunas, los esteros, la pavimentación de las ciudades y las
carreteras, y el bombeo y otros costos y daños que no suelen medirse en
términos económicos. Si en el caso extremo llegara a generarse agua mediante la
desalación o la purificación por medio de energía eléctrica, deberá añadirse el
costo real y el ambiental de la producción respectiva de la
energía utilizada, sobre todo si se ha basado en combustibles de origen fósil,
que contaminan o que podrán agotarse; pero también si se trata de energía
nuclear y aun de ciertos proyectos hidroeléctricos que hayan causado daños
ambientales.
Así, la idea que prevalecía hace unas pocas
generaciones (que se nos enseñaba a los economistas aun hace 50 años) de que el
agua es gratuita, un don de la naturaleza que puede emplearse sin límite, no
sólo ha sido un mito absurdo sino que obliga a repensar muchos aspectos de la
política económica y fiscal, de las estrategias de inversión, de las
metodologías para evaluar proyectos y de los estudios de impacto ambiental.
El agua lo es todo, pues sin ella no es posible la
vida humana ni la conservación de la naturaleza; pero su disponibilidad en la
era industrial y comercial, y en la agricultura moderna, tiene límites al igual
que otros productos naturales. En tanto la disponibilidad del agua esté sujeta
a límites, tendrá un costo para la humanidad. Los límites no son fijos, pero se
han ido estrechando a medida que la población mundial ha seguido aumentando y,
de más en más, se ha localizado en ciudades grandes y megalópolis, en tanto la
actividad económica se ha extendido a todo el orbe en el marco de la creciente
globalización económica, y sigue incrementándose con regular velocidad.[1]
Mientras tanto, lo más prudente es conservar el
agua, en sus orígenes geológicos, en los medios -creados para hacerla
disponible y en sus usos agropecuarios, industriales, en los servicios y en los
hogares; y asimismo reaprovecharla donde sea factible, es decir, tratarla y
reciclarla. Ello entraña la necesidad de decidir las grandes prioridades y de
instrumentar .las políticas y los programas para lograr estos nuevos objetivos.
Se trata de una gran tarea económica, social, administrativa y, en el fondo,
cultural.
Queda la paradoja anunciada: aunque el agua no
constituya un elemento importante de costo en la mayoría de las actividades,
¿por qué no se reconoce y valora su costo real y ahora ambiental?
La respuesta quizá no se encuentre en las
meditaciones de los economistas y de los administradores, sino en un fenómeno
social nuevo, que data apenas de los años sesenta: la conciencia que se ha
creado −hoy aceleradamente− acerca de la imperiosa necesidad de establecer
políticas ambientales, empezando por evitar los desechos peligrosos, reducir la
contaminación de las aguas, los suelos y la atmósfera, y crear barreras a las
amenazas que se ciernen con cada día mayor intensidad sobre la salud humana.[2] Toda política ambiental en la actualidad, por más elemental que sea,
requiere ocuparse del problema del agua. En lo económico, el costo pleno del
agua tendrá que reflejarse en la estructura de los precios, además de conducir
a programas y medidas para reducirlos, y servir asimismo como incentivo a los
empresarios y demás usuarios para economizar, tratar, reciclar y aprovechar
mejor el agua.
Las políticas ambientales han mejorado en muchos
países y abarcan la conservación del agua. Sin embargo, en el ámbito mundial no
parece haberse avanzado lo suficiente, sobre todo en los países en vía de
desarrollo. Es más, la protección ambiental como componente de una política de
desarrollo sustentable a largo plazo tropieza con la dificultad de que este
último, consagrado como objetivo en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
Desarrollo y Medio Ambiente (Rio de Janeiro, 1992), dista mucho de haberse
definido con precisión y de ser susceptible de convertirse en políticas
nacionales y globales suficientemente articuladas.
Con todo, los principios expuestos con respecto a la
economía del agua pueden aplicarse de un modo general en cualquier sociedad.
Sin embargo, entra en juego el factor cultural, En los países de mayor adelanto
económico, industrial, y aun agrícola, existe mayor conciencia tanto del
aspecto ambiental como del de la posible escasez actual o futura del recurso
hídrico. Tanto las autoridades públicas como el sector empresarial y los
hogares responden con actitud más favorable a los requerimientos de la economía
del agua. Además, dichas sociedades poseen conocimientos y práctica
tecnológica, así como recursos materiales, humanos y financieros, que les
permiten abordar la problemática nueva que se plantea. En cambio, en sociedades
de menor nivel de desarrollo, de reducido ingreso por habitante, incluso de
menores o escasos niveles educativos, la situación es distinta: se desperdicia
el agua sin preocupación; se deja correr donde las válvulas no funcionan; se
contamina sin misericordia para la fauna y la especie humana; se usa en exceso
en el regadío (con graves consecuencias de ensalitramiento)
y en otras actividades; se muestra indiferencia hacia la posibilidad del
tratamiento y el reciclado. Cuando se dispone de agua, se trata de que sea
gratuita para el usuario sin reparar en los costos sociales y ambientales.
Falta la cultura del agua, y tal vez habría que llegar a extremos de escasez −como ha
ocurrido en algunas partes del mundo− para poder movilizar a la sociedad a favor de la
conservación y del buen aprovechamiento.
Sin duda que todos tenemos presente alguna
experiencia concreta que alimente nuestro punto de vista a favor o en contra de
semejantes aseveraciones. Sin embargo, conviene rebasar el caso concreto y
tratar de entrever lo que ocurre de manera global, para de allí descender a los
ámbitos nacionales, regionales y locales.
En lo global, apenas 3% del agua del planeta es
dulce, siendo el resto agua salada. De aquélla, 75% del agua dulce se encuentra
en los casquetes polares y en los glaciares, y cerca de 25% son aguas freáticas
encontradas en formaciones rocosas, arenosas o de grava. Apenas 0.5% del total
del agua se localiza en lagos, ríos, arroyos y la atmósfera.[3] Los cultivos agrícolas son los
principales demandantes de agua. Un 65% del agua proveniente de las cuencas
hídricas, incluidos los yacimientos acuíferos, se destina a la agricultura,
mientras que la industria absorbe 25% y los hogares y los usos municipales se
llevan el restante 10%.[4] Una tonelada de grano cosechado requiere 1,000 toneladas de agua, en
todas sus formas y sin contar las mermas por ineficiencia de los sistemas de
riego.[5] Es obligado preguntarse, en cualquier caso concreto, con qué
eficiencia se emplea el agua, cómo se almacena, cuál es su destino final. Se
citan ya algunos casos, en Rusia y en China, en los que el agua ha dejado de
correr por los ríos y se han secado las lagunas. El problema se plantea en
todos los continentes.
En las zonas de regadío, si con el agua que las
beneficia se han logrado mayores cosechas y mejores rendimientos, con
resultados pecuniarios benéficos para los agricultores, es obvio que, desde un
punto de vista social y ambiental, cabría inducirlos a pagar por el agua lo que
realmente cueste. Si de ello resultan economías y racionalización, tanto mejor.
Si, por lo demás, el fisco o la entidad encargada de administrar nacional o
regionalmente el agua obtiene ingresos adicionales, lo primero que debería
hacerse con los nuevos ingresos sería reinvertidos en mejorar las zonas de
regadío y su administración para que en el futuro se desperdicie menos agua y
se extienda su uso eficiente. Después, habría que construir plantas de
tratamiento para abastecer a las localidades urbanas comprendidas en dichas zonas.
Y sin duda habrá otras prioridades, entre ellas la educativa y de capacitación.
A futuro, se estima que si el promedio de consumo
anual de granos por habitante se mantuviera fijo, el incremento demográfico
mundial de 90 millones de habitantes al año haría necesario contar con 27,000
millones de metros cúbicos adicionales de agua dulce cada doce meses, o sea 780
miles de millones de metros cúbicos de agua para la producción de las
necesidades de consumo de granos de una población mundial que alcanzaría en el
año 2025 un total de más de 8,000 millones. Esto significa −aunque estas
comparaciones son un poco engañosas− más de nueve veces el flujo anual actual del
caudaloso Nilo.[6] Entre otras cosas, ya que los
usos del agua son múltiples y no sólo se concentran en la agricultura, ello
quiere decir que el agua se puede encarecer, o tendrá que economizarse, aun
para los abastecimientos urbanos, ya que los fenómenos de uso y desperdicio
afectan también los niveles de los mantos freáticos en muchas partes del mundo.[7]
En cuanto a los usos urbanos, se estima que el
número de habitantes en localidades urbanas alcanzará unos 5,000 millones hacia
el año 2020, esto es, más de dos tercios de la población mundial. Ello presenta
la posibilidad de una lucha por satisfacer las necesidades urbanas a costa, en
muchos casos, de las agropecuarias. Antes habría que mejorar y racionalizar los
sistemas de abastecimiento urbano e industrial del agua, en todos sus aspectos,
tanto físicos como económicos. Según la fuente citada, "nadie ha calculado
el efecto que tendría en la futura producción de alimentos el desplazamiento
del agua de la agricultura hacia las ciudades, además del multi
desperdicio del recurso hídrico en todas sus formas".[8]
Por supuesto que la perspectiva varía según las
distintas regiones. Algunos países, sobre todo en el Medio Oriente y en África,
son ya importadores de agua en el sentido de que el agua que emplean se
origina fuera de su territorio, hasta en más de un 60%. En cambio, son bien
conocidos los casos de países "exportadores" de agua. Hace algunos
años se publicó en Canadá, país de abundantes y sobresalientes fuentes
acuíferas, un libro que sin embargo se titulaba To
the Last Drop ("Hasta la última gota"), que alertaba
respecto a los peligros de una inconciencia generalizada sobre el agua, y de
las presiones del país vecino del sur para asegurar agua de origen canadiense o
de tránsito por Canadá en los usos agrícolas. Por otra parte, hay países
sujetos a frecuentes y dañinas inundaciones. Los déficit y superávit de agua en
ciertas regiones se han citado como posibles causantes de guerras futuras, o
por lo menos de conflictos irresolubles; Se informa que por lo menos 214 ríos
del mundo pasan por dos o más territorios nacionales, de modo que las
vertientes son materia: de posibles desavenencias políticas. Se aduce que el
Consejo Mundial del Agua, de reciente creación, tendrá que dedicarse a definir
los principios que deberán seguirse, y los métodos para compartir y administrar
de común acuerdo las fuentes hídricas entre las naciones cuando ello sea
necesario. Existen casos de tratados de cooperación en el uso del agua que han
funcionado con éxito, mientras en otras instancias ocurre lo contrario.[9]
La conclusión a que se puede llegar en el ámbito
global es que hay que pasar de una relación supuestamente simple entre las
necesidades de agua (como quiera que se definan) y las obras hidráulicas
destinadas a satisfacerlas a cualquier costo, a una estrategia de mayor
complejidad que tenga en cuenta todas las interrelaciones en que el agua
intervenga, en el contexto de un desarrollo sustentable recomendado por la
Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992,
en particular en la Agenda 21 emanada de esa reunión.[10] Ello demanda añadir el punto de vista ecológico y ambiental, no sólo
en cuanto a la eficiencia del uso del agua sino con respecto a las
interrelaciones entre el agua y los demás sectores de la actividad humana.
El examen de esta interrelación y el diseño de
programas y políticas a seguir para cumplir los objetivos de la sustentabilidad
pueden resultar más difíciles de precisar en los países en vía de desarrollo, a
causa de su grave atraso tecnológico-científico, de los fuertes incrementos
poblacionales, de la pobreza de los suelos, de las prácticas agrícolas
obsoletas y de las demandas de las localidades urbanas, y en último análisis,
por la escasez de recursos materiales, humanos y financieros.
De cualquier manera, aun en los países
industrializados y con mayor conciencia ambiental falta mucho para llegar a
asegurar usos racionales del agua en términos ambientales y a la vez
económicos. Algunos países miembros de la OCDE han reconocido la problemática
desde hace muchos años, y han implantado disposiciones no sólo reglamentarias
sino incentivos (o desincentivas, según desde donde se vea) para reducir los
consumos excesivos de agua, reciclarla y proteger sus fuentes. En los países en
vía de desarrollo, en cambio, donde la conciencia ambiental ha sido bastante
reducida, se mantiene la creencia de que cuanto más barata sea el agua para el
usuario, mejores resultados económicos y sociales se podrán obtener. En esta
materia, como en tantas otras, lo barato sale caro. Ni el agricultor
dejaría de producir con agua de riego si se actualizara el costo real del uso
de ésta, ni las fábricas dejarían de producir, ni la economía doméstica de los
hogares dejaría de emplear agua en las necesidades básicas de la casa. A nadie
se privaría de agua.
Por otra parte, tampoco sería
cuestión de incrementar en n veces, o aún en un porciento razonable el costo
del agua para el usuario sin disponer y garantizar al mismo tiempo mayor
eficiencia en el suministro y mejor calidad A la vez, habría que impulsar
programas educativos y de capacitación para lograr los objetivos ambientales.
Todo tiene que hacerse de manera conjunta y coordinada, y con participación de
las comunidades locales, pero el definir las políticas a seguir deberá hacerse
de manera que se aprecie que todos saldrán ganando. Cada caso particular
requerirá soluciones pertinentes, sin ir a los extremos de regalar el agua
versus hacerla demasiado cara en términos reales. Los programas deberán
desarrollarse a lo largo de un periodo adecuado que permita consolidar los
logros marginales.
Son muchos los elementos concurrentes, ya que no se
trata simplemente de modificar precios relativos. Por ejemplo, podrían crearse
fondos nacionales para subsidiar plantas de tratamiento del agua a distintos
niveles, desde las urbes medianas y pequeñas hasta los establecimientos
fabriles, comerciales, educativos, de la salud, e institucionales, que
requieren agua de determinada calidad, según el uso. Más aún, debería haber
mecanismos de financiamiento para los usuarios, con el fin de estimularlos a
adquirir e instalar plantas de tratamiento del agua adecuadas a sus
necesidades, en redes articuladas con otros usuarios y con los sistemas
públicos. Las empresas medianas y pequeñas, que son a veces usuarias
inconscientes de demasiada agua y cuyos efluentes líquidos van a los sistemas
de drenaje o a las barrancas, riachuelos, ríos y lagunas, necesitarían acogerse
a un programa de incentivos fiscales y financieros que las incentivaran para
hacer las inversiones tecnológicas necesarias, adiestrar a su personal y, en su
caso, modificar sus tecnologías a fin de lograr que fuera más
"limpia" (menos sucia) su producción de bienes y servicios. Podrían
imaginarse múltiples sistemas de acopio, de racionalización y de
aprovechamiento efectivo. En los hogares y los pequeños talleres, es mucho lo
que podría emprenderse para inducir un mejor aprovechamiento del agua, reducir
los consumos dispendiosos, y valorar adecuadamente lo que acabará por volverse
un recurso escaso y de mala calidad, o que ya lo es, como en muchas ciudades,
sobre todo en poblaciones pequeñas. El instrumento económico −la tarifa de
cobro por consumo de agua− puede emplearse como desincentivo, a favor
del ambiente y de la conservación.
Para todo ello, los países en desarrollo deberán
adoptar estrategias a largo plazo acerca del suministro y uso del agua,
comprendidos los aspectos educativos y culturales, como parte de un plan a
largo plazo de protección ambiental y de desarrollo sustentable y equitativo.
En los países donde ya se registre escasez de agua, o donde su distribución
regional e irregularidad pongan en peligro las cosechas e impidan dotar de agua
potable a los asentamientos humanos, podría hacer falta una gran cruzada
nacional a favor del agua, incluso como parte de una política municipal de aplicación nacional, con todo el
respeto necesario a los ecosistemas, en especial a las cuencas hídricas en su
integridad y en su interrelación con las demás.[11]
Se ha transitado en pocos años de una situación en
el planeta en que la disponibilidad y el uso del agua para las distintas
actividades económicas no era materia de políticas y programas de conjunto a
otra en que se aprecia cada día más que el agua, como todo elemento (por
ejemplo, la energía) no es sino un instrumento fisicoquímico que tiene
características ambientales y económicas, en un contexto interrelacionado de
creciente complejidad. Ha pasado ya a la historia la época en que la política
sobre los recursos hídricos podía tratarse de manera aislada, sea nacional o
internacionalmente. El agua y sus usos no conciernen únicamente a los
hidrólogos, así como la economía no es terreno exclusivo de los economistas, como
la política de salud no debe estar en manos de los médicos solamente. El agua
es parte de la economía general, es parte del medio ambiente, es parte de la
calidad de vida. Tan preciado deberá ser el suministro y el empleo del agua,
como la especie humana misma que la tendrá que seguir usando para sobrevivir en
el futuro. Como ha afirmado un funcionario de la Organización Meteorológica
Mundial, "el agua es el último dilema del ambiente y el desarrollo".[12] Ya en 1992 las autoridades del PNUMA señalaban muy claramente: "[…] el agua, como
la energía en los años setenta, se convertirá hacia el fin de siglo y
principios del siglo XXI en el problema más crítico relativo a los recursos en
la mayor parte del mundo".[13]
[1] El consumo doméstico de agua se ha incrementado 10 veces durante los
últimos 90 años, principalmente en los países desarrollados. Véase "Water conservation", Industry and Environment,
París, UNEP, Vol. 13, Núm. 3-4, julio-diciembre, 1990, p. 2. Sobre el consumo creciente
de agua y las tendencias en la calidad del líquido, véase Mostafa
K. Tolba y Osama A. El-Kholy
et al. (comps.), The World Environment 1972-1992: TWO Decades
of Challenge, Londres, UNEP/Chapman & Hall,
1992, Cap. 4, "The availability of fresh water",
pp. 83-103.
[2] Según el Programa de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente
(PNUMA), "cada día mueren 25,000 personas debido a la mala administración
del agua"; por la impureza del agua, "anualmente mueren a causa de la
diarrea 4,600,000 niños menores de cinco años". Véase PNUMA, Reseña del
PNUMA, Nairobi, Kenia, 1992, p. 12.
[3] Donald G. Kaufman
y Cecilia M. Franz, Biosphere 2000: Protecting our Global Environment, Nueva York, Harper
Collins College Publishers,
1993, pp. 289·290.
[4] Sandra Postel, "Forging a sustainable water strategy",
en Lester R. Brown y Janet Abramovitz (comps.), State
of the World 1996, Washington, World Resources Institute, 1996, Cap. 3, p. 41 (existe versión
en español).
[5] Ibid.
[6] Ibid., p. 41. El
Nilo, por cierto, está expuesto a bastantes incertidumbres, y para el año 2025
se calcula que Egipto habrá pasado de una condición de abundancia de agua a
otra de escasez. Véase Aly M. Shady, "A new
challenge for the ancient Nile", en Ecodecision,
Montreal, Núm. 17, verano,
1995, pp. 69-72. En el mismo número de esta
prestigiada revista se
encontrarán varios artículos analíticos sobre otros ríos y cuencas, en diversos
países.
[7] Véase en el trabajo de Sandra Postel ya
citado, el cuadro 3.1, que enumera y estima el descenso de los niveles
freáticos en nueve áreas geográficas, en tres de los continentes (loc. cit.,
p. 42).
[8] Loc. cit.,
p. 44.
[9] Loc. cit.,
pp. 51-53.
[10] Véase la Agenda
21 (Programa 21), documento de la Conferencia de Río de Janeiro, en especial
el Cap. 18 sobre "Protección y gestión de los recursos de agua
dulce".
[11] Véase Janet Abramovitz, "Sustaininr; freshwater systems•, en L. R.
Brown y J. Abramovitz, op.
cit., Cap. 4, pp. 60-77. Tanto este trabajo como el de Sandra Postel, ya citado, contienen abundante bibliografía.
[12] John C. Rhodda,
"Water, the ultimate dilemma for environment and development", Ecodecision, Núm. 6, septiembre, 1992, pp. 25-29.
[13] Tolba y El-Kholy, op. cit.,
p.101.