Desafíos y percepciones en la ardua tarea del desarrollo*
Elena
Lazos Chavero
Instituto
de Investigaciones Sociales
Universidad
Nacional Autónoma de México
Resumen
En este artículo pongo a consideración del lector los desafíos y las
distintas percepciones de diversos sectores involucrados en la tarea del
desarrollo agropecuario. El reto del desarrollo es hacer confluir esta
heterogeneidad de visiones entre:
a) Los productores, cuyas expectativas se fundamentan en los resultados
económicos promisorios prometidos por los planes agropecuarios, pero quienes a
través de sus experiencias recientes con los programas gubernamentales han
actuado a nivel individual;
b) los técnicos institucionales, cuyas metas se quedan en los aspectos
meramente tecnológicos y sus evaluaciones se restringen a la capacidad de la
retribución del crédito;
c) los nuevos técnicos preocupados por construir proyectos que tiendan
hacia la sustentabilidad, quienes persiguen un equilibrio entre las prácticas
productivas, sus impactos ecológicos y las ganancias económicas; y finalmente,
d) los investigadores o los capacitadores con formación social, quienes
analizan más el contexto comunitario organizativo y cultural para entender las
percepciones y la problemática social de los pobladores.
Construir conjuntamente las metas de los diferentes sectores para lograr un
desarrollo humano se constituye en una de las tareas más difíciles. En la
historia del desarrollismo, la carencia de discusión de los proyectos, la falta
de una propia priorización de los problemas y el mal manejo de los recursos
económicos por parte de algunos de los líderes, han provocado la apatía para
lograr una organización social comunitaria. A pesar del profundo conocimiento
agio-ecológico que los agricultores tengan sobre su entorno natural, los
canales de la comunicación se encuentran interrumpidos y esto ha provocado la
individualización en el manejo de los recursos naturales. Únicamente se logrará
el desarrollo hacia una sustentabilidad cuando las metas de los distintos
sectores se complementen y cuando se logre la apropiación de los proyectos por
parte de todos los sectores involucrados a través de una discusión conjunta.
*Esta investigación forma
parte del proyecto Dinámica socio-cultural y ecológica de las transformaciones
de los sistemas productivos y de las adopciones de tecnología en una zona
indígena de Veracruz, financiado por la DGAPA (Dirección General de Asuntos
del Persona Académico) de la UNAM. Quiero agradecer a los campesinos y
campesinas que han participado tan comprometidamente en los Talleres de
Capacitación de "Una ganadería alternativa para la sierra", y con
quienes he compartido muchas de las ideas vertidas en este artículo. El equipo
de investigación compuesto por jóvenes estudiantes me ha estimulado siempre con
sus apreciaciones y con sus preocupaciones.
Tenemos ya muchas experiencias de fracaso con el manejo de esta ganadería
extensiva, es tiempo de abrir los ojos y aprender de estos fracasos para no
repetirlos. Tenemos que cambiar de forma de pensar, tenemos que ser
responsables (técnico en busca de una
sustentabilidad).
Fracasando se aprende, ya será para la otra que lo hagan mejor (técnico gubernamental).
Ya nos vinieron a echar la sal, no queremos fracasar, le vamos a echar más ganas (campesino crediticio de ganado por empresas
sociales).
No queremos causar problemas, pero sí vemos que hay muchos puntos débiles
en la planeación del proyecto ganadero y queremos evitar el fracaso. Buscamos
construir conjuntamente con los productores un nuevo modelo de desarrollo (investigadora de la UNAM).
Introducción
En 1996 iniciamos un
proyecto de desarrollo en la sierra de Santa Marta, al sur de Veracruz, con el
fin de intensificar la ganadería tropical. Los objetivos de esta nueva
ganadería están dirigidos a cubrir dos tipos de metas. Por un lado, estabilizar
y diversificar los ingresos de los ejidatarios para crear estrategias a corto,
mediano y largo plazos. Por otro lado, lograr el uso y la conservación de los
recursos naturales bajo un modelo alternativo de producción agropecuaria en los
terrenos ubicados en la zona de amortiguamiento de la Reserva Especial de la
Biósfera de Santa Marta.[1] En particular, se seleccionó al ejido nahua de Tatahuicapan, perteneciente
al municipio del mismo nombre, por tener terrenos dentro de la reserva y por
contar todavía con parcelas con superficies de bosques y selvas.[2]
En este artículo quiero
presentar primero el modelo de ganadería intensiva propuesto.[3] Segundo, quisiera proponer algunas bases agronómicas que deberían ser los
puntos de partida para cualquier modelo de desarrollo. Tercero, debido a la
desarticulación total de un horizonte común en la problemática rural, quiero
poner en juego las diversas percepciones expresadas durante un taller de
trabajo por representantes de los distintos sectores inmiscuidos en un proyecto
ganadero tradicionalmente extensivo financiado por el Fondo Nacional de Apoyo a
las Empresas Sociales (FONAES). Finalmente, entenderemos el gran desafío de
lograr una tarea colectiva entre las diversas perspectivas y, para este caso en
particular, los distintos proyectos ganaderos (el tipo intensivo y el
extensivo).
Las citas introductorias a
este escrito, vertidas casi al unísono durante el taller, representan los
cuatro sectores que intervinieron: los técnicos que buscan la sustentabilidad
ecológica y la viabilidad económica en un modelo ganadero intensivo; los
técnicos que denominaré tradicionales (gubernamentales o de consultorías privadas);
un grupo de productores campesinos nahuas quienes recibirán el crédito otorgado
por el FONAES; y finalmente los investigadores universitarios. El gran desafío
es construir un arquetipo de desarrollo que se sustente en filosofías
similares. ¿Cuál es el fin de las diversas propuestas de desarrollo?, ¿cuál es
la proyección a largo plazo de dichas propuestas?, ¿cómo se mide el éxito de
cada modelo?, ¿hasta qué grado se apropia la comunidad de un nuevo modelo?
Estas son preguntas que permearán la última parte de este artículo de
reflexión.
La propuesta de construir un
modelo sustentable con base en la tríada ganadería intensiva −agricultura (autoconsumo y comercial) − manejo de la frontera forestal, tiene como base la
historia productiva de las comunidades. La mayoría de las comunidades indígenas
de la sierra de Santa Marta −en particular las de origen nahua− ha pasado de un modelo agrícola basado en el cultivo de la milpa
diversificada y de otras plantaciones (caña de azúcar, arroz), a un modelo
primordialmente ganadero. Desde la década de los años setenta, el proceso de ganaderización
se difundió entre los campesinos. Si bien es cierto que hay que reconocer el
peso de la política económica externa con respecto a leyes favorecedoras y al
otorgamiento de créditos ganaderos blandos, la ganadería fue adoptada entre
campesinos, pobres y ricos, como un modelo alternativo a su producción. La
ruptura del modelo y de la cultura milperos estuvo violentada por
condicionantes internas de dos tipos: agro-ecológicas (principalmente en la
caída de la fertilidad de los suelos) y sociales (restructuración de las
unidades domésticas). Igualmente las presiones externas (falta de una política
agrícola que fortaleciera la milpa diversificada y el manejo sustentable de
bosques y selvas) conllevaron a la adopción y difusión de un modelo que
prometía un futuro mejor para los campesinos. Desde entonces la transformación
del paisaje, de mosaico selvático y milpero en parches de pastos y malezas, ha
estado en manos de los propios campesinos. Sin embargo, este ineficaz modelo
agrario, que se disemina en las tierras fértiles o pobres, todavía forma parte
de las políticas de desarrollo de las instituciones nacionales financiadoras.
Este impulso desarrollista, conjuntamente con el espejismo de las
ganancias ganaderas, propiciaron la apropiación de este modelo por los
campesinos en su lucha económica y política. Esta adopción de patrón productivo
modificó la estructura comunitaria y significó la devastación del patrimonio
forestal de los propios campesinos
(Lazos, 1996a).
Las consecuencias de esta
conversión para los pobladores de la sierra no son visibles inmediatamente. Por
el contrario, los efectos ecológicos de esta transformación se perciben en sus
diversas expresiones de manera parcial y paulatina. Esta lectura tan gradual se
debe a que dichos cambios son tratados como elementos integrales en el complejo
sistema de relaciones ambiente-cultura, y no como elementos individuales y
desarticulados (Cronon, 1991:14). Aun cuando los potreros forman parte integral
de la cultura y del paisaje serrano de los nahuas de Tatahuicapan, la mayoría
de sus habitantes todavía no sopesa las graves secuelas de la ganadería
extensiva sobre sus propios recursos naturales. Tal parece que para muchos
productores no existe una relación entre el crecimiento de la ganadería y la
deformación; que lo que ocurre en sus parcelas no tiene un reflejo en el
paisaje de la región. Los indicadores visuales del paisaje deteriorado no
corresponden para muchos agricultores con su propia actividad agrícola. Y
cuando este vínculo se detecta, entonces se justifica en términos de la
sobrevivencia familiar: "aquí sí tuve que tumbar pues metí ganado para que
tengamos algo que comer, pero allá arriba queda mucha montaña", es una
opinión común entre los tatahuicapeños.
En cambio, en el sector
político y económico, el acaparamiento de tierras por los ganaderos, a fines de
los años setenta, sí se consideró como una amenaza para las proyecciones
productivas de la mayor parte de la población. Frente a esto, los campesinos de
varios ejidos de la sierra se decidieron por el parcelamiento del ejido con el
fin de frenar esta acumulación de tierras por parte de los primeros ganaderos,
y por la repartición de la tierra de manera más equitativa.
Con estos antecedentes, se
puede interrogar: ¿por qué se tomaron acciones sociales colectivas frente a la
acumulación ganadera en pocas manos? En el caso de Tatahuicapan fueron
invasiones simbólicas de tierras y destrucciones de las cercas de púas para terminar
con el acaparamiento. Estas circunstancias contrastan con las reacciones
ocurridas en el ejido vecino de Pajapan, donde inclusive los comuneros cedían
el derecho ejidal versus el proyecto constructor del puerto (Chevalier y
Buckles, 1995). En esta última situación se prefería perder la tierra en vez de
verla acaparada por los fuertes ganaderos. ¿Por qué entonces no se toman
acciones para frenar el deterioro ambiental provocado por la ganadería? Los dos
procesos −el acaparamiento de tierras
y el deterioro ecológico− representan un riesgo para la sobrevivencia de muchas unidades domésticas
campesinas. Sin embargo, la diferencia en las percepciones de ambos procesos
radica en el tiempo y en el desfase de las interacciones ambiente-cultura.
Mientras el acaparamiento de tierras se ve a corto plazo y sus acciones se
emprenden en términos de justicia social, el deterioro ambiental se considera a
largo plazo y se justifica en términos de una seguridad social inmediata. El
presente y el futuro son aspectos fundamentales en esta diferenciación. El
parcelamiento ejidal es una lucha en favor de las generaciones presentes; en
contraste, al frenar la degradación ecológica se lucha por el bienestar de las
generaciones futuras en detrimento de las presentes. Esto último es muy
complicado de vislumbrar cuando la situación económica de las unidades
domésticas es tan precaria y cuando la trayectoria familiar está interrumpida
por tanta violencia interna. La pobreza, la tirantez, el abandono de hogares y
el resquebrajamiento de las reglas hereditarias de la tierra, van surcando
caminos que erosionan poco a poco las relaciones generacionales, y no existe
ningún objetivo por cumplir con los descendientes.
En aquellos tiempos, muchos
campesinos no teníamos dónde sembrar nuestra milpa, los ganaderos se quedaron
con las tierras planas, nosotros allá en la montaña, por eso quisimos por el
parcelamiento, así cada quien tiene su pedazo, era justo, ¿no cree? La lucha
duró varios años pero ganamos porque teníamos la razón [...] Me preguntas por
qué tumbo la montaña, pero ¿qué podemos hacer? Necesitamos tumbar la montaña
para meter nuestro ganado, si no ¿qué vamos a comer? Los árboles no nos dan de
comer, los árboles no nos sacan de apuros, los ganados sí [...] Tenemos que dar
de comer ora a los hijos, luego que ellos cuando sean grandes luchen como
nosotros, ya cuando estén grandes no vengan a pedirme, ya no tengo obligación.
En este sentido, los tiempos
y las generaciones se van entrelazando de manera muy dinámica al ambiente
natural igualmente cambiante. Teóricamente, la diversidad en el ambiente
provoca la eventualidad de un manejo cultural diferencial. A su vez, la impresión
cultural diversa moldea paisajes heterogéneos. El ambiente recreado nos
presenta de nuevo un escenario de posibilidades para la reproducción cultural
de un grupo (Cronon, 1991:13). Sin embargo, cuando las políticas nacionales
dirigen incisivamente el desarrollo rural y/o cuando los medios económicos se
ciñen cada vez más para lograr la reproducción social de un grupo, la
interacción ambiente-cultura queda sometida a toda una serie de limitaciones
(estructura de precios, programas agrícolas gubernamentales, acceso restringido
a mercados, falta de mano de obra familiar, entre las más comunes). Esta visión
es compartida por los contextualistas (Hornborg, 1996:50-54). Esto limita la
diversidad cultural en el manejo de un entorno heterogéneo. El caso extremo es
la sierra, donde incluso en las laderas de fuertes pendientes vemos todavía
pastos y vacas. La historia local de un manejo diversificado del ambiente se
desdibuja conforme la presión sobre los recursos naturales aumenta.
Actualmente, aunque la globalización no borre las preocupaciones y los
intereses locales, sí los redefine (por ejemplo, privatización de los recursos,
expansión retórica del consumismo). Estas restricciones inciden sobre el
panorama local, el que a su vez actuará como un nuevo contexto ecológico y
social (Descola y Pálsson, 1996:15).
Cuando en la sierra de Santa
Marta (donde hay una gran diversidad de ámbitos agroclimáticos y topográficos)
existieron las condiciones sociales y económicas que favorecieron la
diversificación agrícola, teníamos un manejo cultural del ambiente igualmente
diverso. Sin embargo, cuando esta situación cambió (el estancamiento de los
precios del maíz, la falta de liquidez monetaria constante, la alta
aleatoriedad agrícola frente a la recuperación del trabajo invertido, la
inseguridad en una capitalización, el acceso a la tierra, la organización
familiar), los campesinos −bajo el ideal de la ganancia segura− tendieron a la homogeneización de sus sistemas productivos, conviniendo
paulatinamente sus milpas diversificadas y sus selvas multiestratificadas en
potreros uniformes de baja capacidad forrajera.
Propuestas para los mares de
pastos[4]
Este breve panorama social
nos da idea sobre las razones de un cambio productivo tan trascendental en el
trópico húmedo. Debido al arraigo del patrón extensivo ganadero, aunque en
promedio la población tenga sólo seis cabezas de ganado por unidad doméstica
pero destinando al menos 80% de su terreno (en promedio 15 hectárea)[5] para pastos descuidados y de baja calidad nutricional, proponemos la
intensificación de la ganadería para la liberación y conservación de la
frontera forestal, en el mejor de los casos, o para la restauración de parches
de vegetación a la orilla de los ríos o alrededor de los manantiales.
Excepto para los grandes ganaderos,
quienes han incrementado fuertemente sus fortunas por la extensión de la
ganadería (a través de la mediería principalmente), hasta ahora la ganadería ha
funcionado en la economía familiar de la mayor parte de las unidades domésticas
campesinas únicamente como un ahorro para cualquier imponderable, pero no ha
representado una forma de sustento a largo plazo. Las enormes variaciones en el
tamaño del hato reflejan la poca capacidad de mantenerlo estable durante varios
años. En el plano social, las enfermedades de la familia, el pago de los
estudios de los hijos, el alto consumo de alcohol por los hombres, y la
participación en la política regional, figuran como causas fundamentales en la
descapitalización de ganado.
"Mi hijo el grande tuvo
una enfermedad que me costó cinco novillonas, de ahí me fui pa' bajo, luego la
mujer no se aliviaba aquí, pues vendí dos becerros y una vaca, no me pude
alzar, ya me quedé sólo con dos vacas" [don Epifanio].
"Yo andaba como loco,
con tanto alcohol y mujeres, me llevó a la ..., fue cuando perdí todo"
[don X, Y, y Z].
"Por entrar a la
política, tuve mucho gasto, vendí primero cuatro novillos, luego dos
novillonas, luego becerros, hasta vendí el semental, imagínese"
[ex-candidato a la presidencia municipal].
En el plano técnico, la
causa principal de la pérdida de ganado es la falta de capacidad forrajera
durante todo el año en las parcelas. El manejo que se le imprime a los pastos
provoca un serio deterioro en la cantidad disponible. Esto genera gastos
importantes por la necesidad de rentar pastos durante varios meses al año. Los
costos productivos aumentan considerablemente. Actualmente (1997) se pagan 15
pesos por animal al mes. Este mal manejo genera una baja productividad del
potrero, lo que se traduce en la poca carga animal promedio por superficie
(entre 0.4 y 0.9 unidad animal por hectárea). En promedio, los productores con
6 cabezas de ganado, teniendo un potrero de 15 hectáreas, se ven obligados a
sacar su ganado del potrero con el fin de dejar recuperar los pastos durante
cinco meses al año.
Calculando los ingresos
netos reportados para un año, un productor promedio con ganadería extensiva
para producir pie de crías, gana 1 peso diario por vientre (precios de 1994).[6] La ganadería intensiva de doble propósito daría la posibilidad de un
ingreso más constante a la unidad familiar, permitiendo solventar gastos
importantes sin descapitalizarse totalmente. Con base en los cálculos, los
ingresos netos aumentarían a 3 pesos diarios por vientre. Estos ingresos son el
resultado de la ordeña de la leche, del aumento de peso diario del ganado y del
acortamiento del periodo interparto. Además, se tendería a mantener el hato de
forma más equilibrada mediante el control técnico de la capacidad forrajera,
evitando la venta forzada del ganado durante las críticas épocas de sequía.
En cuanto a los efectos en
el paisaje natural, la ganadería sigue
avanzando de manera horizontal sobre las superficies boscosas, y por tanto, la
manera como se sigue practicando representa una amenaza continua para la
conservación de la biodiversidad.[7] En las comunidades donde únicamente quedan relictos de vegetación
primaria, hay que tener presente que son los pequeños ganaderos o los
campesinos con sueños de tener un par de cabezas de ganado, quienes −sin tener otras opciones productivas− están depredando la fauna para su venta clandestina o
están acabando con algunas plantas de la selva. En muchos otros ejidos de la
sierra quedan superficies considerables de selva y de dudes maduros que están
amenazados por la expansión de la ganadería. Por un lado, a estos ejidos siguen
llegando colonos del centro o sur de Veracruz para comprar tierras e
instrumentar el modelo ganadero conocido. Por otro lado, los ganaderos de
ejidos vecinos se expanden usando la mediería en estas superficies, y esto
ejerce una influencia en los campesinos de dichos ejidos para potrerizar
sus tierras e iniciarse en el modelo ganadero. Este caso ocurre en las
poblaciones que rodean del lado nororiental al volcán San Martín. En las colonias,
los grandes ganaderos controlan la distribución de sus tierras entre la
superficie empastada y la superficie forestal. En otros ejidos de la sierra
quedan manchones dispersos de selvas y acahuales entre las llanuras de
pastizales. Estos relictos están siendo comprimidos hasta su mínima expresión
por el avance de los pastos de baja calidad. Se ha demostrado que aunque sean
pequeños y dispersos, estos manchones ayudan a la conservación de fauna y a la
regeneración de la selva (Guevara, Laborde y Sanchéz-Ríos, 1995).
En la mayoría de las
comunidades, ya sea con superficies forestales importantes o con islas
forestales en un mar de pastos, la ganadería desempeña un móvil directo o
indirecto en la amenaza de los recursos forestales. La gran cantidad de evidencias
demuestra que cada vez que un productor llega a ser autosuficiente y a tener
excedentes en términos económicos, deforesta para potrerizar sus
tierras. Igualmente, con la contracción del mercado laboral en las ciudades
industriales cercanas, existe una reserva de trabajadores disponibles en la
producción agropecuaria. Esta mano de obra sobrante en las industrias de las
ciudades cercanas, regresa a sus comunidades de origen y ejerce una presión
cada vez más fuerte sobre las escasas extensiones de selvas. Por la falta de
opciones agrícolas productivas, la captura de animales o la tala clandestina se
ve como una tablita de salvación o como un ahorro para iniciarse en el
proceso de la ganaderización.
Estos diversos panoramas que
conforman el mosaico de las comunidades de la sierra me dan pie para asegurar
que mientras la actual política agrícola nacional siga prevaleciendo, sin
ningún interés por crear un proyecto agrícola a largo plazo, la ganadería se
plantea como la alternativa para una gran parte de campesinos y ganaderos. Por
lo tanto, la intensificación ganadera contribuiría a reducir la presión sobre
la extracción de los recursos forestales, e inclusive, a recuperar la frontera
forestal o reiniciar la reforestación a lo largo de ríos o alrededor de manantiales.
Creo que si se llega a generar un modelo alternativo que integre actividades
ganaderas con actividades agrícolas y forestales, puede llegarse a paliar
necesidades básicas para el desarrollo económico de estas comunidades y
lograrse una menor presión sobre la fauna y la flora nativas.
Hemos detectado varios
modelos de manejo actual con base en diversos parámetros: ecológicos (por
ejemplo, análisis de suelos, lista florística, distribución y edad de la
vegetación, patrón de vientos), agrológicos (cultivos, tipos de pastos,
rotación entre milpa y pastos), zootécnicos (razas de ganado, enfermedades,
vacunas, ciclos de vida con relación a patrones productivos, en cuanto a leche
y carne), tecnológicos (manejo de la parcela y del ganado, infraestructura
productiva), socioeconómicos (propósito de la ganadería, propósito de la
parcela, necesidades cubiertas y esperadas, composición de la unidad doméstica,
tenencia de la tierra, comercialización de los productos agrícolas y pecuarios
obtenidos de la parcela), y culturales (trátese de comunidades indígenas o
mestizas). Creemos que es necesario partir de estas variables para poder
concretar algunos modelos de intensificación ganadera combinados con
agricultura y un área forestal.
En este sentido, de seguir
con el modelo ganadero extensivo, la selva y los bosques de la zona
(comunidades retadas en 1980 como Zona de Protección Forestal y Refugio de la
Fauna Silvestre, y más tarde reubicadas por la SEDUE como Reserva Especial de
la Biósfera) quedarán en el recuerdo, con todo lo que esto implica en cuanto al
deterioro de los recursos y de las condiciones de vida de los campesinos. Por
estas razones y condiciones, planteamos no el abandono de la ganadería, pero sí
el abandono de la ganadería extensiva. El modelo alternativo de intensificación
ganadera persigue tres metas.[8] La primera es paliar la economía tan precaria de estos agricultores, pero
la condición es lograr una participación plena y responsable por parte de ellos
mediante talleres de capacitación y reflexión. La segunda es tener un manejo
ecológico diversificado con una producción a corto y largo plazos. La tercera
es la recuperación de los recursos naturales tan deteriorados, tanto vegetación
y fauna como la conservación de los suelos y de las aguas. Este modelo
intensivo permitiría liberar zonas para restaurar ecológicamente acahuales,
para construir corredores de vegetación natural que permitan el intercambio
genético poblacional, así como para reforestar la vegetación riparia.
Realidades fragmentarias,
desarrollos sin raíces
Si todos los investigadores
y técnicos involucrados en el desarrollo rural tuvieran como base de su acción
una teoría agronómica en sentido amplio (es decir, que incluyera a la economía,
antropología y sociología, por un lado, y a la ecología, por otro), se podría
apenas comenzar a entender la realidad de los productores campesinos (desde las
técnicas aplicadas y los conocimientos, hasta su organización económica y
social) y a esbozar conjuntamente con ellos los lineamientos de su desarrollo.
Esta teoría nos permitiría leer e interpretar los procesos y las
transformaciones agrarias de manera interrelacional. Mientras continuemos
pensando que las técnicas pueden aplicarse como "recetas" sin
contextualizarlas económica, social y ecológicamente, no podremos avanzar en la
construcción de nuevas opciones de desarrollo. El éxito de cualquier técnica
está condicionado a las características agro-ambientales, a la organización
social, al involucramiento, al entusiasmo, a la autoestima del grupo, a la
accesibilidad de la tecnología propuesta, y al contorno macroeconómico de las
políticas públicas nacionales.
Mil veces se nos ha olvidado
que antes de empezar cualquier plan de desarrollo, debemos conocer en
profundidad cuatro factores fundamentales:
1. ¿Cuál es el sector social con el que vamos a trabajar?,
¿Cuál es la historia social, económica y cultural de este sector?, ¿Cuáles son
las características poblacionales?
2. ¿Cuál es la unidad básica de producción y reproducción social
y cultural de dicho sector social?, ¿Cuáles son las fuentes y los montos de
ingresos?, ¿Cómo se toman las decisiones al respecto y cómo se distribuyen?,
¿Cuentan con acceso al crédito y cuál es su balance en experiencias anteriores?
3. ¿Cuál es la relación entre la unidad básica de producción y
su entorno natural?, ¿Cuál es la transformación histórica de esta relación y
las percepciones sociales de este cambio?, ¿Cuál es el desarrollo productivo de
esta sociedad (cambios ecológicos, conocimientos agroecológicos, innovaciones
tecnológicas, tipos de cultivos, organización productiva y comercial)?
4. ¿Cuál es la organización social, política y cultural de
nuestro grupo?, ¿Cuál es la estructura de poder tanto en el interior de las
unidades productivas, como en los ámbitos comunitario y regional?, ¿Cuáles son
sus niveles educativos y de salud?, ¿Cuáles son sus limitaciones y sus
potencialidades?, ¿Cuáles son sus valores y actitudes, sus sueños y
expectativas?
¿Por qué menciono estos
factores como inherentes a todo plan? La ideología de la modernidad
representada en el agro por la revolución verde cobró auge y se impuso
como un modelo a seguir, olvidándose de las características propias del sector
social al cual iba dirigido. Lo más grave es que esta indiferencia continúa
presente en la amnesia o en la ignorancia de la mayoría de los técnicos
institucionales y, aún más graves, de las políticas agropecuarias nacionales.
En este sentido, el principio de la política de desarrollo agropecuario
nacional ha sido totalmente excluyente del bienestar de los campesinos (Calva, 1995:123-140).
Si visitamos la sierra de
Santa Marta y nos proponemos contribuir a una parte del desarrollo sustentable,
debemos partir de bases agronómicas comunes para lograr el entendimiento de la
realidad social de este medio rural tan pauperizado. Aunque cada uno de
nosotros (técnicos, estudiantes, investigadores, consultores, nacionales o
extranjeros) percibamos la realidad de una manera distinta, muchas veces
contradictoria y fragmentada, de manera optimista o totalmente pesimista,
debemos construir compartiendo raíces. Pese a que interpretemos y
decodifiquemos según nuestras formaciones e intereses, tenemos que coincidir en
objetivos y en los ya mencionados principios elementales. Comprender la
agricultura de una pequeña región no sólo significa entender cómo una sociedad
campesina utiliza y transforma el medio para obtener los productos necesarios
para su reproducción social, ni tampoco basta con saber cuáles son las
interrelaciones entre la dinámica interna y las condicionantes externas, sino
que igualmente exige penetrar en el complejo mundo de los valores y actitudes
en cuanto al individualismo o a la colectividad, y de las percepciones sociales
de los distintos actores que participan en el medio rural (Arizpe, Paz y
Velázquez, 1993; Lazos y Paré, en prensa).
Así, yo le a todo visitante:
¿hasta qué punto queremos entender la agricultura de la sierra de Santa Marta?
Los niveles de inquietud y de profundidad nos marcarán el punto de llegada. Una
primera aproximación sería examinar el paisaje. Advertir la diversidad de
medios (en términos geomorfológicos y vegetacionales) e intuir las
interrelaciones entre el medio físico y sus transformaciones, son pasos
fundamentales en este primer acercamiento. Con esto podemos singularizar una
zonificación de la región, distinguiendo las unidades de paisaje; cada una de
éstas se caracteriza por su medio físico y las transformaciones agrícolas
debido al uso y destino dados. Una metodología que sistematiza estas
observaciones es la esquematización de transectos[9] (GRET, 1990:4-24).
El siguiente paso sería
conocer el medio físico que determina las posibilidades agrícolas (por ejemplo,
la gran variabilidad interanual de la pluviometría en el trópico) y su puesta
en valor por los agricultores. Pero para comprender la sociedad campesina se
deben conocer las prácticas sociales (acceso a la tierra, formas de
organización de trabajo), las redes económicas (mercado de productos, mercado
laboral) y las selecciones técnicas (policultivos, rotaciones, itinerarios).
Las interrelaciones entre los diversos sectores que hacen uso del entorno
natural (agricultores, ganaderos, pastores, artesanos, pescadores) representan
lo que se conoce como "sistema agrario" (Mazoyer, 1987). En sentido
amplio, para proponer cualquier plan debemos tener como base el conocimiento
del sistema agrario de la región.[10]
Cuando no cumplimos con esta
idea integral de la agricultura y únicamente enfocamos uno de sus componentes,
no se puede aducir una propuesta de modelo de desarrollo a largo plazo. Si no
está dentro de nuestros intereses y objetivos el construir a futuro y el
cuestionarnos sobre el progreso −definido sólo desde el punto de vista técnico−, volveremos a cometer los errores de todos los planes de desarrollo que
quisieron entrar a una falsa modernidad.
No hay que olvidar el
impacto desastroso, tanto social como ecológico, que tuvieron las instituciones
y sus planes en el trópico; por ejemplo, entre los años cincuenta y sesenta, la
Comisión del
Papaloapan y la Comisión del
Grijalva. El cultivo de nuevas áreas, el control de inundaciones, la
construcción de caminos, iban devastando las selvas, pero eso sí, la
modernización iba llegando (Ewell y Poleman, 1980; Tudela, 1989, Lazos, 1995).
Durante esa Comisión en Tabasco maduró uno de los primeros planes, el Plan Chontalpa, cuyos
antecedentes se remontan a 1961, cuando se presentó al Banco Interamericano de
Desarrollo, Los objetivos de este plan −comunes después a todo plan de desarrollo− fueron: a) impulsar un crecimiento regional por medio de la aplicación del
paquete tecnológico de la revolución verde; b) mejorar las condiciones
de vida de la población rural; y c) reducir el déficit productivo nacional
mediante la expansión de la superficie agrícola. A pesar de los buenos
propósitos, en 1965 el plan transformaba 82 mil hectáreas, de las cuales 45%
habían estado cubiertas de selva; además, reacomodaba y reestructuraba 25
ejidos, afectando a 6,200 familias (Tudela, 1989:199-203). Otros planes impulsados
en el trópico durante la década de los setenta fueron el Plan
Balancán-Tenosique, en el extremo oriental de Tabasco, y el Plan Uxpanapa; en
Veracruz. Este último tenía como objetivo el reacomodo de las familias
chinantecas que habían perdido sus tierras con la construcción de la presa
Cerro de Oro.
Esta política nacional e
internacional, mediante estos planes, ha dado soluciones autoritarias,
incompletas, homogéneas, contradictorias y sexenales. Esta verticalidad no ha
tomado en cuenta la integralidad de la agricultura, y por supuesto, se ha
olvidado de las instituciones sociales de la organización local para la
producción, de la experiencia tecnológica agrícola, e incluso, de las
necesidades de los agricultores. Salvo excepciones, los planes se han diseñado
de manera homogénea, sin considerar diferencias ecológicas, culturales o
económicas. Los planes no han ofrecido con responsabilidad la construcción
conjunta de una infraestructura productiva. Esta actitud mantiene íntima
relación con la tesis que se basa en la definición del desarrollo como el
avance tecnológico, la apertura al exterior y la penetración a la economía
mundial. Esta idea de que el "progreso es la mecanización y la irrigación
por aspersión" permeó todavía a los geógrafos y agrónomos de la década de
los ochenta (Bruneau y Dory, 1989).
En México, las
contradicciones existentes en la propia legislación agraria son un claro
ejemplo de la no integralidad. El hecho de derribar toda la selva para
demostrar que la tierra está siendo trabajada ha llevado a un proceso de
deforestación irreversible. Esta falta de concordancia entre las leyes de la
reforma agraria y las forestales nos demuestra la poca viabilidad de los planes
de desarrollo, pues éste se ve siempre parcializado.
Yo no me puse a pensar que
se iba a acabar el monte (la selva), a mí me querían quitar la tierra, entonces
mejor tumbé todo, recibí apoyo con el plan de desmontes, este dinero se lo di a
los forestales y luego así sembré y empasté, ahora vemos que ya no tenemos
árboles altos, los afectados somos nosotros, no ellos, ellos recibieron su
dinero, y ahora los problemas están con nosotros.
Los planes que se abocan a
remedios técnicos o soluciones momentáneas tienen altas probabilidades de ir al
fracaso. El ejemplo reciente más claro es el Programa Procampo, que además de
promover la siembra de monocultivos de maíz ha provocado grandes desmontes de
selvas. Los campesinos, con tal de recibir una ayuda temporal, tumban nuevas
áreas de selva para transformarla en tristes monocultivos maiceros. Para
obtener una mejor cosecha, los campesinos prefieren sembrar en terrenos con
selva alta, lo que garantiza una cosecha abundante debido a la fertilidad
propia de tales suelos. En los dos últimos ciclos, el otorgamiento de Procampo
ha estado relacionado con la distribución de paquetes de agroquímicos. Esto
además de provocar la dependencia productiva, eleva los costos y ocasiona
rupturas en los ciclos ecológicos. Cuando el desarrollo y la teoría agronómica
se ven como procesos fragmentados, se imposibilita la integridad de un
desarrollo a más largo plazo.
El juego de las percepciones
de los recursos en juego
En las formas para el
descubrimiento y la comprensión histórica de una región rural, se dan las
máximas diferencias entre los técnicos que buscan una sustentabilidad y los
técnicos institucionales preocupados únicamente por las formas de reembolso del
crédito. Esto provoca que mientras aquéllos ven primero el contexto y luego las
técnicas, éstos únicamente se ocupan de técnicas en un vacío social. Entender
la diversidad de medios productivos, ecológicos y sociales es la base para
comenzar a proponer planes de desarrollo. Sin embargo, no todos están
convencidos de la integridad que implica el desarrollo rural a largo plazo.
Nosotros tenemos que dar
soluciones cortas, no tenemos por qué evaluar toda la parcela, tenemos que
fijarnos en los pastos y en el ganado y hacer el plan de manejo. Esto es el
desarrollo [técnico contratado por el FONAES].
Primero, tenemos que partir
del manejo que le da el productor a la parcela para entender cuál es la lógica
del productor al tener ganado. Segundo, el análisis de las alternativas
agrícolas y no agrícolas de la unidad doméstica nos permitirá entender la
dinámica de la unidad de producción y consumo en las comunidades rurales.
Tercero, hacer las interconexiones con el contexto regional. Sólo así podremos
empezar a construir un proyecto de desarrollo [investigadora de la UNAM].
Nosotros quisimos entrarle
al desarrollo porque queremos progresar. Queremos que nuestros hijos coman
mejor y tengan para el mañana [productor participativo en un grupo del FONAES].
Los conceptos de progreso
que se debaten entre el hoy y el mañana, manifestados en las citas anteriores,
demuestran la complejidad de plantear la problemática del desarrollo rural. El
gran desafío consiste en construir conjuntamente un arquetipo de desarrollo.
¿Cuál es el fin de las diversas propuestas?, ¿Cuál es su proyección?, ¿Cómo se
mide el éxito de cada modelo?
La cuestión de los tiempos
es algo que separa fuertemente a las propuestas gubernamentales de aquellas que
emiten las universidades o las asociaciones civiles. Se requiere tiempo para,
por un lado, entender la cultura y la organización de las comunidades, y por
otro, ganar su interés, su entusiasmo y su confianza. Más aún, cuando las
comunidades se sienten traicionadas y engañadas por el cúmulo de programas
procedente del gobierno, la confusión y la incredulidad pueden ser las
actitudes de inicio. Trabajar y dedicar tiempo a fundar valores de honestidad y
confianza resulta fundamental para construir las bases de proyectos futuros.
Segundo, los procesos participativos se tienen que aprender. Los técnicos
pueden pensar que "ellos lo saben todo", y por lo tanto, decidir
ellos mismos, en tanto que los campesinos participantes pueden "no saber
qué y cómo" decidir, porque no han estado sujetos a esta dinámica
participativa y porque carecen del abanico de posibilidades y opciones. Frente
a tal desconocimiento, tampoco es honesto que los técnicos, por no involucrarse
responsablemente en el programa, propongan que únicamente los productores tomen
las decisiones. Para decidir hay que conocer las ventajas y desventajas de
cualquier propuesta. Las decisiones se deben discutir después de una
capacitación respecto del problema a tratar y del entendimiento de lo difícil
que es construir un proceso participativo. En nuestro caso, primero debemos
detectar conjuntamente las deficiencias de la ganadería extensiva, y luego
conocer la gama de recursos para su intensificación. En este proceso se deben
platicar las bondades, como también todas las limitaciones y los problemas de
la ganadería intensiva. Reconocer que los productores tienen un amplio
conocimiento de su agricultura, pero además, que existen técnicas que dañan al
ambiente (por ejemplo, la quema de pastos) o que no son redituables (excesivo
uso de agroquímicos), son las dos caras de la moneda que deben analizarse. Sólo
después de esta fase estaremos listos para tomar decisiones de manera
participativa y responsable. Recientemente conocí un proyecto en la India en el
cual los promotores de los proyectos inician su actividad con talleres de
autoestima y de valoración de las potencialidades de la población. Más tarde
tratan el tema del crédito, y luego se determina la jerarquía de los problemas.
Sólo después de esto piensan que se logrará un proceso participativo
constructivo.
Bunch (1990:24-25), para
estimular la participación, privilegia al entusiasmo como impulsor básico del
desarrollo humano. Entiende al entusiasmo como "motivación, determinación,
voluntad, entrega, compromiso, mística, inspiración, amor por el trabajo".
Para crear este entusiasmo y la apropiación del proyecto por la comunidad
involucrada, se deben incitar ciertas condiciones: a) que el proyecto resuelva
necesidades sentidas por la población; b) que los productores se sientan
capaces de llevar el proyecto a cabo; c) que exista confianza y que se comparta
el interés de la búsqueda de un bien común entre promotores externos y
productores, pero también entre los mismos productores; y d) que se conozcan
todas las opciones de los promotores, pero que se explore la creatividad de
nuevas propuestas por parte de los campesinos.
Si bien es cierto que hay
que equilibrar las posiciones y los alcances, el factor tiempo tiene que
considerarse para medir el éxito del programa. Conocemos bien que en las
instituciones gubernamentales los tiempos de los proyectos son a corto plazo,
pero entonces no pueden esperarse resultados que se continúen a largo plazo. Se
mantendrán los proyectos paternalistas, y no proyectos verdaderamente
participativos.
Las percepciones de tiempo
empiezan a entrar en serias contradicciones entre los técnicos institucionales
y aquellos orientados hacia una sustentabilidad. Estas diferencias siempre
provocan tensiones y conflictos. En la reunión a la cual he hecho referencia
con técnicos consultores del FONAES, el tiempo fue un factor de preocupación.
Mientras que estos últimos piensan que ya tienen que comprar el ganado
"porque ya se les vino el tiempo", los técnicos alternativos proponen
primero una evaluación red del forraje en las parcelas sujetas al programa.
Estas diferencias, que podrían parecer obvias a todo el mundo, en la práctica
no fueron consideradas por los técnicos institucionales, ni por los propios
productores. Esta situación se complicó cuando los productores no entendieron
las razones técnicas de evaluar el estado de las parcelas, y se vieron
amenazados por la propuesta. Cuando se determinó que las parcelas no tenían la
capacidad forrajera para soportar la carga de ganado que se proponía, los
campesinos y campesinas manifestaron su preocupación en diversas direcciones.
Mientras que un joven decía "ya nos vinieron a echar la sal, no queremos
fracasar y ya vinieron a decirnos que así vamos a fracasar*, una señora se
preguntaba "¿por qué iba perder dinero con las nuevas propuestas?".
Esto claramente demostraba la inseguridad, la falta de confianza mutua y la
falta de comunicación. Si estos elementos están presentes desde el principio,
podemos suponer que se irán agravando en el transcurso del proyecto. Viendo este
panorama, los universitarios con formación en aspectos sociales pensamos que
los productores primero tenían que apropiarse del proyecto para poder entonces
evaluar sus decisiones. Este sentimiento de apropiación solamente se logrará
una vez que se realicen talleres de discusión, se recorran todas las parcelas
para evaluar su potencial forrajero, y se proceda a diseñar un buen manejo del
ganado. Sólo cuando los productores abandonen la expresión de diferencia entre
el ganado de empresas y mi ganado, podremos re tender que se está
en el camino de la participación constructiva en un proyecto de desarrollo.[11]
Con respecto al fin
perseguido por todas las partes involucradas en el proyecto, existen diversas
interpretaciones. El objetivo de los productores es capitalizarse en ganado
durante los siguientes dos años. Sin embargo, su futuro se construye año con
año y está sujeto a mil vicisitudes (por ejemplo, las enfermedades), lo que
puede provocar una descapitalización súbita. En contraste, el objetivo de los técnicos
consultores es lograr el reembolso del crédito por parte de los productores, ya
que para ellos esto es la medida de su éxito. Para los técnicos en búsqueda de
sustentabilidad, la meta es lograr una organización grupal y una capacitación
técnica alternativa de los productores, para finalmente construir una
infraestructura productiva a largo plazo e independiente de financiamientos
externos. El grupo campesino representaría un modelo de desarrollo a seguir,
pues lograría una actividad económica rentable al mismo tiempo que conservaría
importantes recursos naturales (suelo, vegetación, agua). Si estos diversos
fines no se intercambian, habrá desilusiones y sentimientos de fracaso. En
cambio, si se alienta a construir fines comunes, habrá más posibilidades de
poder mostrar éxitos, y esto a su vez estimulará innovaciones y entusiasmos.
Detrás de los fines
perseguidos está la desigualdad en el concepto de desarrollo. Mientras que para
muchos técnicos institucionales el desarrollo consiste en instrumentar ciertas
técnicas, para otros va más allá del mero desarrollo agrícola. La búsqueda de
un desarrollo humano implica no sólo satisfacer las necesidades básicas e
incrementar el bienestar de las familias rurales, sino también coadyuvar a una
organización social basada en redes de cooperación y honestidad.
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[1] El área protegida se extiende desde el volcán San Martín hasta el
volcán Santa Marta, los cuales forman parte del macizo de la sierra de Los
Tuxtlas. La reserva está catalogada por la SEDUE en 1988, pero en la realidad
la mayoría de los habitantes desconocen la existencia de la mal llamada Reserva
Especial de la Biósfera.
[2] El ejido de Tatahuicapan de Juárez cuenta con 11,234 hectáreas, siendo
beneficiarios únicamente 466 ejidatarios. Según estos datos, a cada ejidatario
le corresponderían 20 hectáreas. Sin embargo, al medir nuevamente el ejido con
el PROCEDE (Programa de Certificación de Derechos Ejidales), sólo se
contabilizaron 8,345 hectáreas. En cuanto al censo poblacional, según datos de
1994 de la agencia municipal, el número de habitantes resultó ser de 9,621.
Esto significa que existen más de 900 familias avecindadas sin acceso legal a
la tierra. Tatahuicapan es un poblado mayoritariamente indígena, de lengua
nahua. Recientemente el pueblo ha crecido por la inmigración de gente
procedente del centro de Veracruz.
[3] La propuesta nació por medio de una colaboración entre una asociación
civil, el CIICA (Centro de Intercambio, Investigación y Capacitación
Agropecuaria), con la participación de los médicos veterinarios Miguel Martínez
y Sergio Madrigal, y del ingeniero zootecnista Miguel Resinos, y la UNAM
(Instituto de Investigaciones Sociales) mediante mi participación.
[4] Un resumen del Modelo Triádico de Desarrollo se encuentra en Lazos,
1996b, p. 42.
[5] Datos obtenidos en 1993 a partir de una encuesta a 121
campesinos-ganaderos registrados en la Asociación Local Ganadera de
Tatahuicapan.
[6] El tipo de cambio era de 3.2 pesos por dólar. Los ingresos netos se
calcularon restando los costos de producción y el salario mínimo de una jornada
de trabajo diaria a los ingresos brutos de los productores.
[7] Esto contradice las conclusiones presentadas por el equipo de expertos
extranjeros que trabajaron para el Global Environmental Facility (GEF)
en la sierra de Santa Marta. Ellos establecían que la ganadería ya había
avanzado hasta su máxima extensión y por tanto ya no constituía una amenaza
para la conservación de los recursos naturales. Sin embargo, mis observaciones
y el subsecuente trabajo de campo revelan aún la acelerada propagación de la
panadería en tierras campesinas.
[8] Estas metas se comparten con los objetivos de los sistemas
agro-pastoril-forestales. Desde 1970 se planteaba la posibilidad de
intensificar las praderas mediante la siembra de plantas leguminosas
forrajeras. En climas húmedos, como el de Tatahuicapan, la humedad del suelo y
los bioelementos nitrógeno y potasio, son responsables de los grandes aumentos
en la productividad de estos zacates (Romanini, 1978:27)
[9] Los transectos son cortes longitudinales que atraviesan el paisaje de
nuestro interés; nos muestran claramente las distintas altitudes con la
diversidad de usos del suelo o de los recursos naturales, y son ampliamente
utilizados por geógrafos y biólogos.
[10] La teoría de
sistemas agrarios supone entender la naturaleza y las razones de sus
transformaciones en el tiempo y en el espacio. Los sistemas agrarios se definen
como ecosistemas históricamente cultivados, socialmente reproducidos y
socialmente explotados, de los cuales es necesario estudiar las condiciones de
reproducción y de transformación social (instituciones, ideologías y
políticas). Este concepto busca analizar los orígenes, las transformaciones y
la diferenciación de las sociedades agrarias con el fin de entender mejor las
condiciones y perspectivas del desarrollo agrícola (Mazoyer, 1982).
[11] La mayor
parte de los campesinos con crédito del FONAES siempre hacen la diferencia
entre el ganado de empresas, es decir, el ganado comprado con el apoyo
crediticio, y mi ganado, refiriéndose al ganado del propio productor.
Esto puede originar diferencias en el trato y en el interés respecto al ganado.
Por lo genera el ganado del productor recibe mejor trato que el otro ganado.