Desafíos y percepciones en la ardua tarea del desarrollo*

 

Elena Lazos Chavero

Instituto de Investigaciones Sociales

Universidad Nacional Autónoma de México

 

Resumen

En este artículo pongo a consideración del lector los desafíos y las distintas percepciones de diversos sectores involucrados en la tarea del desarrollo agropecuario. El reto del desarrollo es hacer confluir esta heterogeneidad de visiones entre:

 

a) Los productores, cuyas expectativas se fundamentan en los resultados económicos promisorios prometidos por los planes agropecuarios, pero quienes a través de sus experiencias recientes con los programas gubernamentales han actuado a nivel individual;

b) los técnicos institucionales, cuyas metas se quedan en los aspectos meramente tecnológicos y sus evaluaciones se restringen a la capacidad de la retribución del crédito;

c) los nuevos técnicos preocupados por construir proyectos que tiendan hacia la sustentabilidad, quienes persiguen un equilibrio entre las prácticas productivas, sus impactos ecológicos y las ganancias económicas; y finalmente,

d) los investigadores o los capacitadores con formación social, quienes analizan más el contexto comunitario organizativo y cultural para entender las percepciones y la problemática social de los pobladores.

 

Construir conjuntamente las metas de los diferentes sectores para lograr un desarrollo humano se constituye en una de las tareas más difíciles. En la historia del desarrollismo, la carencia de discusión de los proyectos, la falta de una propia priorización de los problemas y el mal manejo de los recursos económicos por parte de algunos de los líderes, han provocado la apatía para lograr una organización social comunitaria. A pesar del profundo conocimiento agio-ecológico que los agricultores tengan sobre su entorno natural, los canales de la comunicación se encuentran interrumpidos y esto ha provocado la individualización en el manejo de los recursos naturales. Únicamente se logrará el desarrollo hacia una sustentabilidad cuando las metas de los distintos sectores se complementen y cuando se logre la apropiación de los proyectos por parte de todos los sectores involucrados a través de una discusión conjunta.

 

 

*Esta investigación forma parte del proyecto Dinámica socio-cultural y ecológica de las transformaciones de los sistemas productivos y de las adopciones de tecnología en una zona indígena de Veracruz, financiado por la DGAPA (Dirección General de Asuntos del Persona Académico) de la UNAM. Quiero agradecer a los campesinos y campesinas que han participado tan comprometidamente en los Talleres de Capacitación de "Una ganadería alternativa para la sierra", y con quienes he compartido muchas de las ideas vertidas en este artículo. El equipo de investigación compuesto por jóvenes estudiantes me ha estimulado siempre con sus apreciaciones y con sus preocupaciones.

 

 

Tenemos ya muchas experiencias de fracaso con el manejo de esta ganadería extensiva, es tiempo de abrir los ojos y aprender de estos fracasos para no repetirlos. Tenemos que cambiar de forma de pensar, tenemos que ser responsables (técnico en busca de una sustentabilidad).

 

Fracasando se aprende, ya será para la otra que lo hagan mejor (técnico gubernamental).

 

Ya nos vinieron a echar la sal, no queremos fracasar, le vamos a echar más ganas (campesino crediticio de ganado por empresas sociales).

 

No queremos causar problemas, pero sí vemos que hay muchos puntos débiles en la planeación del proyecto ganadero y queremos evitar el fracaso. Buscamos construir conjuntamente con los productores un nuevo modelo de desarrollo (investigadora de la UNAM).

 

Introducción

 

En 1996 iniciamos un proyecto de desarrollo en la sierra de Santa Marta, al sur de Veracruz, con el fin de intensificar la ganadería tropical. Los objetivos de esta nueva ganadería están dirigidos a cubrir dos tipos de metas. Por un lado, estabilizar y diversificar los ingresos de los ejidatarios para crear estrategias a corto, mediano y largo plazos. Por otro lado, lograr el uso y la conservación de los recursos naturales bajo un modelo alternativo de producción agropecuaria en los terrenos ubicados en la zona de amortiguamiento de la Reserva Especial de la Biósfera de Santa Marta.[1] En particular, se seleccionó al ejido nahua de Tatahuicapan, perteneciente al municipio del mismo nombre, por tener terrenos dentro de la reserva y por contar todavía con parcelas con superficies de bosques y selvas.[2]

En este artículo quiero presentar primero el modelo de ganadería intensiva propuesto.[3] Segundo, quisiera proponer algunas bases agronómicas que deberían ser los puntos de partida para cualquier modelo de desarrollo. Tercero, debido a la desarticulación total de un horizonte común en la problemática rural, quiero poner en juego las diversas percepciones expresadas durante un taller de trabajo por representantes de los distintos sectores inmiscuidos en un proyecto ganadero tradicionalmente extensivo financiado por el Fondo Nacional de Apoyo a las Empresas Sociales (FONAES). Finalmente, entenderemos el gran desafío de lograr una tarea colectiva entre las diversas perspectivas y, para este caso en particular, los distintos proyectos ganaderos (el tipo intensivo y el extensivo).

Las citas introductorias a este escrito, vertidas casi al unísono durante el taller, representan los cuatro sectores que intervinieron: los técnicos que buscan la sustentabilidad ecológica y la viabilidad económica en un modelo ganadero intensivo; los técnicos que denominaré tradicionales (gubernamentales o de consultorías privadas); un grupo de productores campesinos nahuas quienes recibirán el crédito otorgado por el FONAES; y finalmente los investigadores universitarios. El gran desafío es construir un arquetipo de desarrollo que se sustente en filosofías similares. ¿Cuál es el fin de las diversas propuestas de desarrollo?, ¿cuál es la proyección a largo plazo de dichas propuestas?, ¿cómo se mide el éxito de cada modelo?, ¿hasta qué grado se apropia la comunidad de un nuevo modelo? Estas son preguntas que permearán la última parte de este artículo de reflexión.

La propuesta de construir un modelo sustentable con base en la tríada ganadería intensiva agricultura (autoconsumo y comercial) manejo de la frontera forestal, tiene como base la historia productiva de las comunidades. La mayoría de las comunidades indígenas de la sierra de Santa Marta en particular las de origen nahua ha pasado de un modelo agrícola basado en el cultivo de la milpa diversificada y de otras plantaciones (caña de azúcar, arroz), a un modelo primordialmente ganadero. Desde la década de los años setenta, el proceso de ganaderización se difundió entre los campesinos. Si bien es cierto que hay que reconocer el peso de la política económica externa con respecto a leyes favorecedoras y al otorgamiento de créditos ganaderos blandos, la ganadería fue adoptada entre campesinos, pobres y ricos, como un modelo alternativo a su producción. La ruptura del modelo y de la cultura milperos estuvo violentada por condicionantes internas de dos tipos: agro-ecológicas (principalmente en la caída de la fertilidad de los suelos) y sociales (restructuración de las unidades domésticas). Igualmente las presiones externas (falta de una política agrícola que fortaleciera la milpa diversificada y el manejo sustentable de bosques y selvas) conllevaron a la adopción y difusión de un modelo que prometía un futuro mejor para los campesinos. Desde entonces la transformación del paisaje, de mosaico selvático y milpero en parches de pastos y malezas, ha estado en manos de los propios campesinos. Sin embargo, este ineficaz modelo agrario, que se disemina en las tierras fértiles o pobres, todavía forma parte de las políticas de desarrollo de las instituciones nacionales financiadoras. Este impulso desarrollista, conjuntamente con el espejismo de las ganancias ganaderas, propiciaron la apropiación de este modelo por los campesinos en su lucha económica y política. Esta adopción de patrón productivo modificó la estructura comunitaria y significó la devastación del patrimonio forestal de los propios campesinos

(Lazos, 1996a).

Las consecuencias de esta conversión para los pobladores de la sierra no son visibles inmediatamente. Por el contrario, los efectos ecológicos de esta transformación se perciben en sus diversas expresiones de manera parcial y paulatina. Esta lectura tan gradual se debe a que dichos cambios son tratados como elementos integrales en el complejo sistema de relaciones ambiente-cultura, y no como elementos individuales y desarticulados (Cronon, 1991:14). Aun cuando los potreros forman parte integral de la cultura y del paisaje serrano de los nahuas de Tatahuicapan, la mayoría de sus habitantes todavía no sopesa las graves secuelas de la ganadería extensiva sobre sus propios recursos naturales. Tal parece que para muchos productores no existe una relación entre el crecimiento de la ganadería y la deformación; que lo que ocurre en sus parcelas no tiene un reflejo en el paisaje de la región. Los indicadores visuales del paisaje deteriorado no corresponden para muchos agricultores con su propia actividad agrícola. Y cuando este vínculo se detecta, entonces se justifica en términos de la sobrevivencia familiar: "aquí sí tuve que tumbar pues metí ganado para que tengamos algo que comer, pero allá arriba queda mucha montaña", es una opinión común entre los tatahuicapeños.

En cambio, en el sector político y económico, el acaparamiento de tierras por los ganaderos, a fines de los años setenta, sí se consideró como una amenaza para las proyecciones productivas de la mayor parte de la población. Frente a esto, los campesinos de varios ejidos de la sierra se decidieron por el parcelamiento del ejido con el fin de frenar esta acumulación de tierras por parte de los primeros ganaderos, y por la repartición de la tierra de manera más equitativa.

Con estos antecedentes, se puede interrogar: ¿por qué se tomaron acciones sociales colectivas frente a la acumulación ganadera en pocas manos? En el caso de Tatahuicapan fueron invasiones simbólicas de tierras y destrucciones de las cercas de púas para terminar con el acaparamiento. Estas circunstancias contrastan con las reacciones ocurridas en el ejido vecino de Pajapan, donde inclusive los comuneros cedían el derecho ejidal versus el proyecto constructor del puerto (Chevalier y Buckles, 1995). En esta última situación se prefería perder la tierra en vez de verla acaparada por los fuertes ganaderos. ¿Por qué entonces no se toman acciones para frenar el deterioro ambiental provocado por la ganadería? Los dos procesos el acaparamiento de tierras y el deterioro ecológico representan un riesgo para la sobrevivencia de muchas unidades domésticas campesinas. Sin embargo, la diferencia en las percepciones de ambos procesos radica en el tiempo y en el desfase de las interacciones ambiente-cultura. Mientras el acaparamiento de tierras se ve a corto plazo y sus acciones se emprenden en términos de justicia social, el deterioro ambiental se considera a largo plazo y se justifica en términos de una seguridad social inmediata. El presente y el futuro son aspectos fundamentales en esta diferenciación. El parcelamiento ejidal es una lucha en favor de las generaciones presentes; en contraste, al frenar la degradación ecológica se lucha por el bienestar de las generaciones futuras en detrimento de las presentes. Esto último es muy complicado de vislumbrar cuando la situación económica de las unidades domésticas es tan precaria y cuando la trayectoria familiar está interrumpida por tanta violencia interna. La pobreza, la tirantez, el abandono de hogares y el resquebrajamiento de las reglas hereditarias de la tierra, van surcando caminos que erosionan poco a poco las relaciones generacionales, y no existe ningún objetivo por cumplir con los descendientes.

 

En aquellos tiempos, muchos campesinos no teníamos dónde sembrar nuestra milpa, los ganaderos se quedaron con las tierras planas, nosotros allá en la montaña, por eso quisimos por el parcelamiento, así cada quien tiene su pedazo, era justo, ¿no cree? La lucha duró varios años pero ganamos porque teníamos la razón [...] Me preguntas por qué tumbo la montaña, pero ¿qué podemos hacer? Necesitamos tumbar la montaña para meter nuestro ganado, si no ¿qué vamos a comer? Los árboles no nos dan de comer, los árboles no nos sacan de apuros, los ganados sí [...] Tenemos que dar de comer ora a los hijos, luego que ellos cuando sean grandes luchen como nosotros, ya cuando estén grandes no vengan a pedirme, ya no tengo obligación.

 

En este sentido, los tiempos y las generaciones se van entrelazando de manera muy dinámica al ambiente natural igualmente cambiante. Teóricamente, la diversidad en el ambiente provoca la eventualidad de un manejo cultural diferencial. A su vez, la impresión cultural diversa moldea paisajes heterogéneos. El ambiente recreado nos presenta de nuevo un escenario de posibilidades para la reproducción cultural de un grupo (Cronon, 1991:13). Sin embargo, cuando las políticas nacionales dirigen incisivamente el desarrollo rural y/o cuando los medios económicos se ciñen cada vez más para lograr la reproducción social de un grupo, la interacción ambiente-cultura queda sometida a toda una serie de limitaciones (estructura de precios, programas agrícolas gubernamentales, acceso restringido a mercados, falta de mano de obra familiar, entre las más comunes). Esta visión es compartida por los contextualistas (Hornborg, 1996:50-54). Esto limita la diversidad cultural en el manejo de un entorno heterogéneo. El caso extremo es la sierra, donde incluso en las laderas de fuertes pendientes vemos todavía pastos y vacas. La historia local de un manejo diversificado del ambiente se desdibuja conforme la presión sobre los recursos naturales aumenta. Actualmente, aunque la globalización no borre las preocupaciones y los intereses locales, sí los redefine (por ejemplo, privatización de los recursos, expansión retórica del consumismo). Estas restricciones inciden sobre el panorama local, el que a su vez actuará como un nuevo contexto ecológico y social (Descola y Pálsson, 1996:15).

Cuando en la sierra de Santa Marta (donde hay una gran diversidad de ámbitos agroclimáticos y topográficos) existieron las condiciones sociales y económicas que favorecieron la diversificación agrícola, teníamos un manejo cultural del ambiente igualmente diverso. Sin embargo, cuando esta situación cambió (el estancamiento de los precios del maíz, la falta de liquidez monetaria constante, la alta aleatoriedad agrícola frente a la recuperación del trabajo invertido, la inseguridad en una capitalización, el acceso a la tierra, la organización familiar), los campesinos bajo el ideal de la ganancia segura tendieron a la homogeneización de sus sistemas productivos, conviniendo paulatinamente sus milpas diversificadas y sus selvas multiestratificadas en potreros uniformes de baja capacidad forrajera.

 

Propuestas para los mares de pastos[4]

 

Este breve panorama social nos da idea sobre las razones de un cambio productivo tan trascendental en el trópico húmedo. Debido al arraigo del patrón extensivo ganadero, aunque en promedio la población tenga sólo seis cabezas de ganado por unidad doméstica pero destinando al menos 80% de su terreno (en promedio 15 hectárea)[5] para pastos descuidados y de baja calidad nutricional, proponemos la intensificación de la ganadería para la liberación y conservación de la frontera forestal, en el mejor de los casos, o para la restauración de parches de vegetación a la orilla de los ríos o alrededor de los manantiales.

Excepto para los grandes ganaderos, quienes han incrementado fuertemente sus fortunas por la extensión de la ganadería (a través de la mediería principalmente), hasta ahora la ganadería ha funcionado en la economía familiar de la mayor parte de las unidades domésticas campesinas únicamente como un ahorro para cualquier imponderable, pero no ha representado una forma de sustento a largo plazo. Las enormes variaciones en el tamaño del hato reflejan la poca capacidad de mantenerlo estable durante varios años. En el plano social, las enfermedades de la familia, el pago de los estudios de los hijos, el alto consumo de alcohol por los hombres, y la participación en la política regional, figuran como causas fundamentales en la descapitalización de ganado.

 

"Mi hijo el grande tuvo una enfermedad que me costó cinco novillonas, de ahí me fui pa' bajo, luego la mujer no se aliviaba aquí, pues vendí dos becerros y una vaca, no me pude alzar, ya me quedé sólo con dos vacas" [don Epifanio].

 

"Yo andaba como loco, con tanto alcohol y mujeres, me llevó a la ..., fue cuando perdí todo" [don X, Y, y Z].

 

"Por entrar a la política, tuve mucho gasto, vendí primero cuatro novillos, luego dos novillonas, luego becerros, hasta vendí el semental, imagínese" [ex-candidato a la presidencia municipal].

 

En el plano técnico, la causa principal de la pérdida de ganado es la falta de capacidad forrajera durante todo el año en las parcelas. El manejo que se le imprime a los pastos provoca un serio deterioro en la cantidad disponible. Esto genera gastos importantes por la necesidad de rentar pastos durante varios meses al año. Los costos productivos aumentan considerablemente. Actualmente (1997) se pagan 15 pesos por animal al mes. Este mal manejo genera una baja productividad del potrero, lo que se traduce en la poca carga animal promedio por superficie (entre 0.4 y 0.9 unidad animal por hectárea). En promedio, los productores con 6 cabezas de ganado, teniendo un potrero de 15 hectáreas, se ven obligados a sacar su ganado del potrero con el fin de dejar recuperar los pastos durante cinco meses al año.

Calculando los ingresos netos reportados para un año, un productor promedio con ganadería extensiva para producir pie de crías, gana 1 peso diario por vientre (precios de 1994).[6] La ganadería intensiva de doble propósito daría la posibilidad de un ingreso más constante a la unidad familiar, permitiendo solventar gastos importantes sin descapitalizarse totalmente. Con base en los cálculos, los ingresos netos aumentarían a 3 pesos diarios por vientre. Estos ingresos son el resultado de la ordeña de la leche, del aumento de peso diario del ganado y del acortamiento del periodo interparto. Además, se tendería a mantener el hato de forma más equilibrada mediante el control técnico de la capacidad forrajera, evitando la venta forzada del ganado durante las críticas épocas de sequía.

En cuanto a los efectos en el paisaje natural, la ganadería  sigue avanzando de manera horizontal sobre las superficies boscosas, y por tanto, la manera como se sigue practicando representa una amenaza continua para la conservación de la biodiversidad.[7] En las comunidades donde únicamente quedan relictos de vegetación primaria, hay que tener presente que son los pequeños ganaderos o los campesinos con sueños de tener un par de cabezas de ganado, quienes sin tener otras opciones productivas están depredando la fauna para su venta clandestina o están acabando con algunas plantas de la selva. En muchos otros ejidos de la sierra quedan superficies considerables de selva y de dudes maduros que están amenazados por la expansión de la ganadería. Por un lado, a estos ejidos siguen llegando colonos del centro o sur de Veracruz para comprar tierras e instrumentar el modelo ganadero conocido. Por otro lado, los ganaderos de ejidos vecinos se expanden usando la mediería en estas superficies, y esto ejerce una influencia en los campesinos de dichos ejidos para potrerizar sus tierras e iniciarse en el modelo ganadero. Este caso ocurre en las poblaciones que rodean del lado nororiental al volcán San Martín. En las colonias, los grandes ganaderos controlan la distribución de sus tierras entre la superficie empastada y la superficie forestal. En otros ejidos de la sierra quedan manchones dispersos de selvas y acahuales entre las llanuras de pastizales. Estos relictos están siendo comprimidos hasta su mínima expresión por el avance de los pastos de baja calidad. Se ha demostrado que aunque sean pequeños y dispersos, estos manchones ayudan a la conservación de fauna y a la regeneración de la selva (Guevara, Laborde y Sanchéz-Ríos, 1995).

En la mayoría de las comunidades, ya sea con superficies forestales importantes o con islas forestales en un mar de pastos, la ganadería desempeña un móvil directo o indirecto en la amenaza de los recursos forestales. La gran cantidad de evidencias demuestra que cada vez que un productor llega a ser autosuficiente y a tener excedentes en términos económicos, deforesta para potrerizar sus tierras. Igualmente, con la contracción del mercado laboral en las ciudades industriales cercanas, existe una reserva de trabajadores disponibles en la producción agropecuaria. Esta mano de obra sobrante en las industrias de las ciudades cercanas, regresa a sus comunidades de origen y ejerce una presión cada vez más fuerte sobre las escasas extensiones de selvas. Por la falta de opciones agrícolas productivas, la captura de animales o la tala clandestina se ve como una tablita de salvación o como un ahorro para iniciarse en el proceso de la ganaderización.

Estos diversos panoramas que conforman el mosaico de las comunidades de la sierra me dan pie para asegurar que mientras la actual política agrícola nacional siga prevaleciendo, sin ningún interés por crear un proyecto agrícola a largo plazo, la ganadería se plantea como la alternativa para una gran parte de campesinos y ganaderos. Por lo tanto, la intensificación ganadera contribuiría a reducir la presión sobre la extracción de los recursos forestales, e inclusive, a recuperar la frontera forestal o reiniciar la reforestación a lo largo de ríos o alrededor de manantiales. Creo que si se llega a generar un modelo alternativo que integre actividades ganaderas con actividades agrícolas y forestales, puede llegarse a paliar necesidades básicas para el desarrollo económico de estas comunidades y lograrse una menor presión sobre la fauna y la flora nativas.

Hemos detectado varios modelos de manejo actual con base en diversos parámetros: ecológicos (por ejemplo, análisis de suelos, lista florística, distribución y edad de la vegetación, patrón de vientos), agrológicos (cultivos, tipos de pastos, rotación entre milpa y pastos), zootécnicos (razas de ganado, enfermedades, vacunas, ciclos de vida con relación a patrones productivos, en cuanto a leche y carne), tecnológicos (manejo de la parcela y del ganado, infraestructura productiva), socioeconómicos (propósito de la ganadería, propósito de la parcela, necesidades cubiertas y esperadas, composición de la unidad doméstica, tenencia de la tierra, comercialización de los productos agrícolas y pecuarios obtenidos de la parcela), y culturales (trátese de comunidades indígenas o mestizas). Creemos que es necesario partir de estas variables para poder concretar algunos modelos de intensificación ganadera combinados con agricultura y un área forestal.

En este sentido, de seguir con el modelo ganadero extensivo, la selva y los bosques de la zona (comunidades retadas en 1980 como Zona de Protección Forestal y Refugio de la Fauna Silvestre, y más tarde reubicadas por la SEDUE como Reserva Especial de la Biósfera) quedarán en el recuerdo, con todo lo que esto implica en cuanto al deterioro de los recursos y de las condiciones de vida de los campesinos. Por estas razones y condiciones, planteamos no el abandono de la ganadería, pero sí el abandono de la ganadería extensiva. El modelo alternativo de intensificación ganadera persigue tres metas.[8] La primera es paliar la economía tan precaria de estos agricultores, pero la condición es lograr una participación plena y responsable por parte de ellos mediante talleres de capacitación y reflexión. La segunda es tener un manejo ecológico diversificado con una producción a corto y largo plazos. La tercera es la recuperación de los recursos naturales tan deteriorados, tanto vegetación y fauna como la conservación de los suelos y de las aguas. Este modelo intensivo permitiría liberar zonas para restaurar ecológicamente acahuales, para construir corredores de vegetación natural que permitan el intercambio genético poblacional, así como para reforestar la vegetación riparia.

 

Realidades fragmentarias, desarrollos sin raíces

 

Si todos los investigadores y técnicos involucrados en el desarrollo rural tuvieran como base de su acción una teoría agronómica en sentido amplio (es decir, que incluyera a la economía, antropología y sociología, por un lado, y a la ecología, por otro), se podría apenas comenzar a entender la realidad de los productores campesinos (desde las técnicas aplicadas y los conocimientos, hasta su organización económica y social) y a esbozar conjuntamente con ellos los lineamientos de su desarrollo. Esta teoría nos permitiría leer e interpretar los procesos y las transformaciones agrarias de manera interrelacional. Mientras continuemos pensando que las técnicas pueden aplicarse como "recetas" sin contextualizarlas económica, social y ecológicamente, no podremos avanzar en la construcción de nuevas opciones de desarrollo. El éxito de cualquier técnica está condicionado a las características agro-ambientales, a la organización social, al involucramiento, al entusiasmo, a la autoestima del grupo, a la accesibilidad de la tecnología propuesta, y al contorno macroeconómico de las políticas públicas nacionales.

Mil veces se nos ha olvidado que antes de empezar cualquier plan de desarrollo, debemos conocer en profundidad cuatro factores fundamentales:

 

1.         ¿Cuál es el sector social con el que vamos a trabajar?, ¿Cuál es la historia social, económica y cultural de este sector?, ¿Cuáles son las características poblacionales?

2.         ¿Cuál es la unidad básica de producción y reproducción social y cultural de dicho sector social?, ¿Cuáles son las fuentes y los montos de ingresos?, ¿Cómo se toman las decisiones al respecto y cómo se distribuyen?, ¿Cuentan con acceso al crédito y cuál es su balance en experiencias anteriores?

3.         ¿Cuál es la relación entre la unidad básica de producción y su entorno natural?, ¿Cuál es la transformación histórica de esta relación y las percepciones sociales de este cambio?, ¿Cuál es el desarrollo productivo de esta sociedad (cambios ecológicos, conocimientos agroecológicos, innovaciones tecnológicas, tipos de cultivos, organización productiva y comercial)?

4.         ¿Cuál es la organización social, política y cultural de nuestro grupo?, ¿Cuál es la estructura de poder tanto en el interior de las unidades productivas, como en los ámbitos comunitario y regional?, ¿Cuáles son sus niveles educativos y de salud?, ¿Cuáles son sus limitaciones y sus potencialidades?, ¿Cuáles son sus valores y actitudes, sus sueños y expectativas?

 

¿Por qué menciono estos factores como inherentes a todo plan? La ideología de la modernidad representada en el agro por la revolución verde cobró auge y se impuso como un modelo a seguir, olvidándose de las características propias del sector social al cual iba dirigido. Lo más grave es que esta indiferencia continúa presente en la amnesia o en la ignorancia de la mayoría de los técnicos institucionales y, aún más graves, de las políticas agropecuarias nacionales. En este sentido, el principio de la política de desarrollo agropecuario nacional ha sido totalmente excluyente del bienestar de los campesinos (Calva, 1995:123-140).

Si visitamos la sierra de Santa Marta y nos proponemos contribuir a una parte del desarrollo sustentable, debemos partir de bases agronómicas comunes para lograr el entendimiento de la realidad social de este medio rural tan pauperizado. Aunque cada uno de nosotros (técnicos, estudiantes, investigadores, consultores, nacionales o extranjeros) percibamos la realidad de una manera distinta, muchas veces contradictoria y fragmentada, de manera optimista o totalmente pesimista, debemos construir compartiendo raíces. Pese a que interpretemos y decodifiquemos según nuestras formaciones e intereses, tenemos que coincidir en objetivos y en los ya mencionados principios elementales. Comprender la agricultura de una pequeña región no sólo significa entender cómo una sociedad campesina utiliza y transforma el medio para obtener los productos necesarios para su reproducción social, ni tampoco basta con saber cuáles son las interrelaciones entre la dinámica interna y las condicionantes externas, sino que igualmente exige penetrar en el complejo mundo de los valores y actitudes en cuanto al individualismo o a la colectividad, y de las percepciones sociales de los distintos actores que participan en el medio rural (Arizpe, Paz y Velázquez, 1993; Lazos y Paré, en prensa).

Así, yo le a todo visitante: ¿hasta qué punto queremos entender la agricultura de la sierra de Santa Marta? Los niveles de inquietud y de profundidad nos marcarán el punto de llegada. Una primera aproximación sería examinar el paisaje. Advertir la diversidad de medios (en términos geomorfológicos y vegetacionales) e intuir las interrelaciones entre el medio físico y sus transformaciones, son pasos fundamentales en este primer acercamiento. Con esto podemos singularizar una zonificación de la región, distinguiendo las unidades de paisaje; cada una de éstas se caracteriza por su medio físico y las transformaciones agrícolas debido al uso y destino dados. Una metodología que sistematiza estas observaciones es la esquematización de transectos[9] (GRET, 1990:4-24).

El siguiente paso sería conocer el medio físico que determina las posibilidades agrícolas (por ejemplo, la gran variabilidad interanual de la pluviometría en el trópico) y su puesta en valor por los agricultores. Pero para comprender la sociedad campesina se deben conocer las prácticas sociales (acceso a la tierra, formas de organización de trabajo), las redes económicas (mercado de productos, mercado laboral) y las selecciones técnicas (policultivos, rotaciones, itinerarios). Las interrelaciones entre los diversos sectores que hacen uso del entorno natural (agricultores, ganaderos, pastores, artesanos, pescadores) representan lo que se conoce como "sistema agrario" (Mazoyer, 1987). En sentido amplio, para proponer cualquier plan debemos tener como base el conocimiento del sistema agrario de la región.[10]

Cuando no cumplimos con esta idea integral de la agricultura y únicamente enfocamos uno de sus componentes, no se puede aducir una propuesta de modelo de desarrollo a largo plazo. Si no está dentro de nuestros intereses y objetivos el construir a futuro y el cuestionarnos sobre el progreso definido sólo desde el punto de vista técnico, volveremos a cometer los errores de todos los planes de desarrollo que quisieron entrar a una falsa modernidad.

No hay que olvidar el impacto desastroso, tanto social como ecológico, que tuvieron las instituciones y sus planes en el trópico; por ejemplo, entre los años cincuenta y sesenta, la Comisión del

Papaloapan y la Comisión del Grijalva. El cultivo de nuevas áreas, el control de inundaciones, la construcción de caminos, iban devastando las selvas, pero eso sí, la modernización iba llegando (Ewell y Poleman, 1980; Tudela, 1989, Lazos, 1995). Durante esa Comisión en Tabasco maduró uno de los  primeros planes, el Plan Chontalpa, cuyos antecedentes se remontan a 1961, cuando se presentó al Banco Interamericano de Desarrollo, Los objetivos de este plan comunes después a todo plan de desarrollo fueron: a) impulsar un crecimiento regional por medio de la aplicación del paquete tecnológico de la revolución verde; b) mejorar las condiciones de vida de la población rural; y c) reducir el déficit productivo nacional mediante la expansión de la superficie agrícola. A pesar de los buenos propósitos, en 1965 el plan transformaba 82 mil hectáreas, de las cuales 45% habían estado cubiertas de selva; además, reacomodaba y reestructuraba 25 ejidos, afectando a 6,200 familias (Tudela, 1989:199-203). Otros planes impulsados en el trópico durante la década de los setenta fueron el Plan Balancán-Tenosique, en el extremo oriental de Tabasco, y el Plan Uxpanapa; en Veracruz. Este último tenía como objetivo el reacomodo de las familias chinantecas que habían perdido sus tierras con la construcción de la presa Cerro de Oro.

Esta política nacional e internacional, mediante estos planes, ha dado soluciones autoritarias, incompletas, homogéneas, contradictorias y sexenales. Esta verticalidad no ha tomado en cuenta la integralidad de la agricultura, y por supuesto, se ha olvidado de las instituciones sociales de la organización local para la producción, de la experiencia tecnológica agrícola, e incluso, de las necesidades de los agricultores. Salvo excepciones, los planes se han diseñado de manera homogénea, sin considerar diferencias ecológicas, culturales o económicas. Los planes no han ofrecido con responsabilidad la construcción conjunta de una infraestructura productiva. Esta actitud mantiene íntima relación con la tesis que se basa en la definición del desarrollo como el avance tecnológico, la apertura al exterior y la penetración a la economía mundial. Esta idea de que el "progreso es la mecanización y la irrigación por aspersión" permeó todavía a los geógrafos y agrónomos de la década de los ochenta (Bruneau y Dory, 1989).

En México, las contradicciones existentes en la propia legislación agraria son un claro ejemplo de la no integralidad. El hecho de derribar toda la selva para demostrar que la tierra está siendo trabajada ha llevado a un proceso de deforestación irreversible. Esta falta de concordancia entre las leyes de la reforma agraria y las forestales nos demuestra la poca viabilidad de los planes de desarrollo, pues éste se ve siempre parcializado.

 

Yo no me puse a pensar que se iba a acabar el monte (la selva), a mí me querían quitar la tierra, entonces mejor tumbé todo, recibí apoyo con el plan de desmontes, este dinero se lo di a los forestales y luego así sembré y empasté, ahora vemos que ya no tenemos árboles altos, los afectados somos nosotros, no ellos, ellos recibieron su dinero, y ahora los problemas están con nosotros.

 

Los planes que se abocan a remedios técnicos o soluciones momentáneas tienen altas probabilidades de ir al fracaso. El ejemplo reciente más claro es el Programa Procampo, que además de promover la siembra de monocultivos de maíz ha provocado grandes desmontes de selvas. Los campesinos, con tal de recibir una ayuda temporal, tumban nuevas áreas de selva para transformarla en tristes monocultivos maiceros. Para obtener una mejor cosecha, los campesinos prefieren sembrar en terrenos con selva alta, lo que garantiza una cosecha abundante debido a la fertilidad propia de tales suelos. En los dos últimos ciclos, el otorgamiento de Procampo ha estado relacionado con la distribución de paquetes de agroquímicos. Esto además de provocar la dependencia productiva, eleva los costos y ocasiona rupturas en los ciclos ecológicos. Cuando el desarrollo y la teoría agronómica se ven como procesos fragmentados, se imposibilita la integridad de un desarrollo a más largo plazo.

 

El juego de las percepciones de los recursos en juego

 

En las formas para el descubrimiento y la comprensión histórica de una región rural, se dan las máximas diferencias entre los técnicos que buscan una sustentabilidad y los técnicos institucionales preocupados únicamente por las formas de reembolso del crédito. Esto provoca que mientras aquéllos ven primero el contexto y luego las técnicas, éstos únicamente se ocupan de técnicas en un vacío social. Entender la diversidad de medios productivos, ecológicos y sociales es la base para comenzar a proponer planes de desarrollo. Sin embargo, no todos están convencidos de la integridad que implica el desarrollo rural a largo plazo.

 

Nosotros tenemos que dar soluciones cortas, no tenemos por qué evaluar toda la parcela, tenemos que fijarnos en los pastos y en el ganado y hacer el plan de manejo. Esto es el desarrollo [técnico contratado por el FONAES].

 

Primero, tenemos que partir del manejo que le da el productor a la parcela para entender cuál es la lógica del productor al tener ganado. Segundo, el análisis de las alternativas agrícolas y no agrícolas de la unidad doméstica nos permitirá entender la dinámica de la unidad de producción y consumo en las comunidades rurales. Tercero, hacer las interconexiones con el contexto regional. Sólo así podremos empezar a construir un proyecto de desarrollo [investigadora de la UNAM].

 

Nosotros quisimos entrarle al desarrollo porque queremos progresar. Queremos que nuestros hijos coman mejor y tengan para el mañana [productor participativo en un grupo del FONAES].

 

Los conceptos de progreso que se debaten entre el hoy y el mañana, manifestados en las citas anteriores, demuestran la complejidad de plantear la problemática del desarrollo rural. El gran desafío consiste en construir conjuntamente un arquetipo de desarrollo. ¿Cuál es el fin de las diversas propuestas?, ¿Cuál es su proyección?, ¿Cómo se mide el éxito de cada modelo?

La cuestión de los tiempos es algo que separa fuertemente a las propuestas gubernamentales de aquellas que emiten las universidades o las asociaciones civiles. Se requiere tiempo para, por un lado, entender la cultura y la organización de las comunidades, y por otro, ganar su interés, su entusiasmo y su confianza. Más aún, cuando las comunidades se sienten traicionadas y engañadas por el cúmulo de programas procedente del gobierno, la confusión y la incredulidad pueden ser las actitudes de inicio. Trabajar y dedicar tiempo a fundar valores de honestidad y confianza resulta fundamental para construir las bases de proyectos futuros. Segundo, los procesos participativos se tienen que aprender. Los técnicos pueden pensar que "ellos lo saben todo", y por lo tanto, decidir ellos mismos, en tanto que los campesinos participantes pueden "no saber qué y cómo" decidir, porque no han estado sujetos a esta dinámica participativa y porque carecen del abanico de posibilidades y opciones. Frente a tal desconocimiento, tampoco es honesto que los técnicos, por no involucrarse responsablemente en el programa, propongan que únicamente los productores tomen las decisiones. Para decidir hay que conocer las ventajas y desventajas de cualquier propuesta. Las decisiones se deben discutir después de una capacitación respecto del problema a tratar y del entendimiento de lo difícil que es construir un proceso participativo. En nuestro caso, primero debemos detectar conjuntamente las deficiencias de la ganadería extensiva, y luego conocer la gama de recursos para su intensificación. En este proceso se deben platicar las bondades, como también todas las limitaciones y los problemas de la ganadería intensiva. Reconocer que los productores tienen un amplio conocimiento de su agricultura, pero además, que existen técnicas que dañan al ambiente (por ejemplo, la quema de pastos) o que no son redituables (excesivo uso de agroquímicos), son las dos caras de la moneda que deben analizarse. Sólo después de esta fase estaremos listos para tomar decisiones de manera participativa y responsable. Recientemente conocí un proyecto en la India en el cual los promotores de los proyectos inician su actividad con talleres de autoestima y de valoración de las potencialidades de la población. Más tarde tratan el tema del crédito, y luego se determina la jerarquía de los problemas. Sólo después de esto piensan que se logrará un proceso participativo constructivo.

Bunch (1990:24-25), para estimular la participación, privilegia al entusiasmo como impulsor básico del desarrollo humano. Entiende al entusiasmo como "motivación, determinación, voluntad, entrega, compromiso, mística, inspiración, amor por el trabajo". Para crear este entusiasmo y la apropiación del proyecto por la comunidad involucrada, se deben incitar ciertas condiciones: a) que el proyecto resuelva necesidades sentidas por la población; b) que los productores se sientan capaces de llevar el proyecto a cabo; c) que exista confianza y que se comparta el interés de la búsqueda de un bien común entre promotores externos y productores, pero también entre los mismos productores; y d) que se conozcan todas las opciones de los promotores, pero que se explore la creatividad de nuevas propuestas por parte de los campesinos.

Si bien es cierto que hay que equilibrar las posiciones y los alcances, el factor tiempo tiene que considerarse para medir el éxito del programa. Conocemos bien que en las instituciones gubernamentales los tiempos de los proyectos son a corto plazo, pero entonces no pueden esperarse resultados que se continúen a largo plazo. Se mantendrán los proyectos paternalistas, y no proyectos verdaderamente participativos.

Las percepciones de tiempo empiezan a entrar en serias contradicciones entre los técnicos institucionales y aquellos orientados hacia una sustentabilidad. Estas diferencias siempre provocan tensiones y conflictos. En la reunión a la cual he hecho referencia con técnicos consultores del FONAES, el tiempo fue un factor de preocupación. Mientras que estos últimos piensan que ya tienen que comprar el ganado "porque ya se les vino el tiempo", los técnicos alternativos proponen primero una evaluación red del forraje en las parcelas sujetas al programa. Estas diferencias, que podrían parecer obvias a todo el mundo, en la práctica no fueron consideradas por los técnicos institucionales, ni por los propios productores. Esta situación se complicó cuando los productores no entendieron las razones técnicas de evaluar el estado de las parcelas, y se vieron amenazados por la propuesta. Cuando se determinó que las parcelas no tenían la capacidad forrajera para soportar la carga de ganado que se proponía, los campesinos y campesinas manifestaron su preocupación en diversas direcciones. Mientras que un joven decía "ya nos vinieron a echar la sal, no queremos fracasar y ya vinieron a decirnos que así vamos a fracasar*, una señora se preguntaba "¿por qué iba perder dinero con las nuevas propuestas?". Esto claramente demostraba la inseguridad, la falta de confianza mutua y la falta de comunicación. Si estos elementos están presentes desde el principio, podemos suponer que se irán agravando en el transcurso del proyecto. Viendo este panorama, los universitarios con formación en aspectos sociales pensamos que los productores primero tenían que apropiarse del proyecto para poder entonces evaluar sus decisiones. Este sentimiento de apropiación solamente se logrará una vez que se realicen talleres de discusión, se recorran todas las parcelas para evaluar su potencial forrajero, y se proceda a diseñar un buen manejo del ganado. Sólo cuando los productores abandonen la expresión de diferencia entre el ganado de empresas y mi ganado, podremos re tender que se está en el camino de la participación constructiva en un proyecto de desarrollo.[11]

Con respecto al fin perseguido por todas las partes involucradas en el proyecto, existen diversas interpretaciones. El objetivo de los productores es capitalizarse en ganado durante los siguientes dos años. Sin embargo, su futuro se construye año con año y está sujeto a mil vicisitudes (por ejemplo, las enfermedades), lo que puede provocar una descapitalización súbita. En contraste, el objetivo de los técnicos consultores es lograr el reembolso del crédito por parte de los productores, ya que para ellos esto es la medida de su éxito. Para los técnicos en búsqueda de sustentabilidad, la meta es lograr una organización grupal y una capacitación técnica alternativa de los productores, para finalmente construir una infraestructura productiva a largo plazo e independiente de financiamientos externos. El grupo campesino representaría un modelo de desarrollo a seguir, pues lograría una actividad económica rentable al mismo tiempo que conservaría importantes recursos naturales (suelo, vegetación, agua). Si estos diversos fines no se intercambian, habrá desilusiones y sentimientos de fracaso. En cambio, si se alienta a construir fines comunes, habrá más posibilidades de poder mostrar éxitos, y esto a su vez estimulará innovaciones y entusiasmos.

Detrás de los fines perseguidos está la desigualdad en el concepto de desarrollo. Mientras que para muchos técnicos institucionales el desarrollo consiste en instrumentar ciertas técnicas, para otros va más allá del mero desarrollo agrícola. La búsqueda de un desarrollo humano implica no sólo satisfacer las necesidades básicas e incrementar el bienestar de las familias rurales, sino también coadyuvar a una organización social basada en redes de cooperación y honestidad.

 

Bibliografía

 

Arizpe, Lourdes, Fernanda Paz y Margarita Velázquez (1993), Cultura y cambio global: Percepciones sociales sobre la deforestación en la Selva Lacandona, México, CRIM-UNAM-Miguel Ángel Porrúa.

 

Bruneau, Michel y Daniel Dory (1989), "De la tropicalité au développement a l'intersection problématique entre les sciences de la nature et les sciences de la société", en M. Bruneau y D. Dory (dirs.), Les enjeux de la tropicalité, París, Masson.

 

Bunch, Rolando (1990), Dos mazorcas de maíz: Una guía para el mejoramiento agrícola orientado hacia la gente, Oklahoma, World Neighbors, Inc.

 

Calva, José Luis (1995), "Razones y principios de una política integral excluyente de los campesinos", en E. Moreno, et al., El sistema de poscosecha de granos en el campo rural: Problemática y respuestas, México, UNAM-PUL, pp. 79-140.

 

Cronon, William (1991), Changes in the Land Indians, Colonist and the Ecology of Nwe England, Canadá, Harper Collins.

 

Cruz Martínez, Florencio (1991), Pajapan: El litigio por sus tierras, Cosoleaque (mecanoescrito).

 

Chevalier, Jacques y Daniel Buckles (1995), A Land Without Gods: Process Theory, Maldevelopment and the Mexican Nahuas, Canadá, Fernwood Pul. Co.

 

Descola, P. y G. Pálsson (1980), Nature and Society. Anthropogical Perspectives, Nueva York, Routledge.

 

Ewell, Peter y Thomas Poleman (1980), Uxpanapa. Reacomodo y desarrollo agrícola en el Trópico México, Xalapa, INIREB.

 

García, Rolando et al. (1988), Modernización en el agro: ¿Ventajas comparativas para quién? El caso de los cultivos comerciales en el Bajío, México, IFIAS-UNRISD-CINVESTAV.

 

GRET (1990), Manuel d´agronomie tropicale appliquée a l´agriculture haitienne, Francia, Faculté d´Agronomie et de Médecine Vétérinaire d´Haiti/Groupe de recherche et d´échanges technologiques.

 

Guevara, S., J. Laborde y G. Sánchez-Ríos (1995), "Regeneración de la selva a partir de relictos naturales", en M. Monasterio (ed.), Biodiversidad en Iberoamérica: Evolución, ecosistemas y Procesos sociales, Colombia, Tercer Mundo.

 

Hewitt, Cynthia (1984), La modernización de la agricultura mexicana 1940-1970, México, Siglo XXI.

 

Hornborg, Alf (1996), "Ecology as Semiotics. Outlines of a Contextualist Paradigm for Human Ecology", en P. Descola y G. Pálsson, Nature and Society. Anthropological Perspectives, Nueva York, Routhledge.

 

Lazos Chavero, Elena (1995), "Éxito y fracaso a pesar del plan: Un balance de la política de la modernidad agrícola en el sur de Yucatán", en R. Gubler y U. Hostettler The Fragmented Present. Mesoamerican Societies Facing Modernization, Möckmühl, Alemania, Ed. Verlag von Flemming/Saurwein, vol. IX, pp. 81-95.

 

−−− (1996a), "La ganaderización de dos comunidades veracruzanas. Condiciones de la difusión de un modelo agrario", en L. Paré y M. J. Sánchez, El ropaje de la Tierra: Naturaleza y cultura en cinco zonas rurales, México, Plaza y Valdés-Instituto de Investigaciones Sociales/UNAM.

 

−−− (1996b) “El encuentro de subjetividades en la ganadería campesina”, Revista Ciencias, UNAM, núm. 44.

 

−−− y Luisa Paré, Miradas nahuas sobre una naturaleza entristecida: Percepciones del deterioro ambiental (en prensa).

 

Levins, Richard (1993), "Los mitos del desarrollo", conferencia presentada en el Seminario de Agroecología, CIES, Tapachula, México.

 

Martínez Lorenzo, Isidro et al. (?) Medio ambiente y economía de los nahuas de Veracruz, Acayucan, Veracruz, Dirección General de Culturas Populares.

 

Mazoyer, Marcel (1982), "La crise de la paysanerie", Actuel Développement, núm. 47, pp. 36-39.

 

−−− (1987),  Seminario “Dynamique des Systemes Agraries”, INRA-París.

 

Romanini, Claudio (1978), Agricultura tropical en tierras ganaderas, México, INI.

 

Tudela, Fernanda (comp.) (1989), La modernización forzada del trópico: El caso de Tabasco, México, El colegio de México.

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] El área protegida se extiende desde el volcán San Martín hasta el volcán Santa Marta, los cuales forman parte del macizo de la sierra de Los Tuxtlas. La reserva está catalogada por la SEDUE en 1988, pero en la realidad la mayoría de los habitantes desconocen la existencia de la mal llamada Reserva Especial de la Biósfera.

[2] El ejido de Tatahuicapan de Juárez cuenta con 11,234 hectáreas, siendo beneficiarios únicamente 466 ejidatarios. Según estos datos, a cada ejidatario le corresponderían 20 hectáreas. Sin embargo, al medir nuevamente el ejido con el PROCEDE (Programa de Certificación de Derechos Ejidales), sólo se contabilizaron 8,345 hectáreas. En cuanto al censo poblacional, según datos de 1994 de la agencia municipal, el número de habitantes resultó ser de 9,621. Esto significa que existen más de 900 familias avecindadas sin acceso legal a la tierra. Tatahuicapan es un poblado mayoritariamente indígena, de lengua nahua. Recientemente el pueblo ha crecido por la inmigración de gente procedente del centro de Veracruz.

[3] La propuesta nació por medio de una colaboración entre una asociación civil, el CIICA (Centro de Intercambio, Investigación y Capacitación Agropecuaria), con la participación de los médicos veterinarios Miguel Martínez y Sergio Madrigal, y del ingeniero zootecnista Miguel Resinos, y la UNAM (Instituto de Investigaciones Sociales) mediante mi participación.

[4] Un resumen del Modelo Triádico de Desarrollo se encuentra en Lazos, 1996b, p. 42.

[5] Datos obtenidos en 1993 a partir de una encuesta a 121 campesinos-ganaderos registrados en la Asociación Local Ganadera de Tatahuicapan.

[6] El tipo de cambio era de 3.2 pesos por dólar. Los ingresos netos se calcularon restando los costos de producción y el salario mínimo de una jornada de trabajo diaria a los ingresos brutos de los productores.

[7] Esto contradice las conclusiones presentadas por el equipo de expertos extranjeros que trabajaron para el Global Environmental Facility (GEF) en la sierra de Santa Marta. Ellos establecían que la ganadería ya había avanzado hasta su máxima extensión y por tanto ya no constituía una amenaza para la conservación de los recursos naturales. Sin embargo, mis observaciones y el subsecuente trabajo de campo revelan aún la acelerada propagación de la panadería en tierras campesinas.

[8] Estas metas se comparten con los objetivos de los sistemas agro-pastoril-forestales. Desde 1970 se planteaba la posibilidad de intensificar las praderas mediante la siembra de plantas leguminosas forrajeras. En climas húmedos, como el de Tatahuicapan, la humedad del suelo y los bioelementos nitrógeno y potasio, son responsables de los grandes aumentos en la productividad de estos zacates (Romanini, 1978:27)

[9] Los transectos son cortes longitudinales que atraviesan el paisaje de nuestro interés; nos muestran claramente las distintas altitudes con la diversidad de usos del suelo o de los recursos naturales, y son ampliamente utilizados por geógrafos y biólogos.

[10] La teoría de sistemas agrarios supone entender la naturaleza y las razones de sus transformaciones en el tiempo y en el espacio. Los sistemas agrarios se definen como ecosistemas históricamente cultivados, socialmente reproducidos y socialmente explotados, de los cuales es necesario estudiar las condiciones de reproducción y de transformación social (instituciones, ideologías y políticas). Este concepto busca analizar los orígenes, las transformaciones y la diferenciación de las sociedades agrarias con el fin de entender mejor las condiciones y perspectivas del desarrollo agrícola (Mazoyer, 1982).

[11] La mayor parte de los campesinos con crédito del FONAES siempre hacen la diferencia entre el ganado de empresas, es decir, el ganado comprado con el apoyo crediticio, y mi ganado, refiriéndose al ganado del propio productor. Esto puede originar diferencias en el trato y en el interés respecto al ganado. Por lo genera el ganado del productor recibe mejor trato que el otro ganado.

combivent onlineBuy aripiprazolebuy neurontin onlinecheap neurontin